Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: ONLINE 1850-1826 - PRINT 0328-0446
Noticia preliminar:
De marchitamientos e inmarcesibilidades
y
José Hernández y su obra: noticia histórica. Epílogo al Martín
Fierro y su Vuelta
por
Mario Crocco
Contacto
/ correspondence: postmaster [at]neurobiol.cyt.edu.ar
Prólogo y epílogo (estudio general y estudio histórico-biográfico) a
El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro
ambos de José Hernández
La
presente separata contiene los trabajos
Mario Crocco (1995), De marchitamientos e inmarcesibilidades. Noticia preliminar al Martín Fierro y su Vuelta, Electroneurobiología 2 (1), pp. 129-137
Mario
Crocco (1995), José Hernández y su obra: noticia
histórica. Epílogo al Martín
Fierro y su Vuelta,
Electroneurobiología 2 (1),
pp. 474-495
URL
http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm
Copyright © Electroneurobiología, Junio 1995. Estos trabajos son dos artículos de acceso público; su copia exacta y redistribución por cualquier medio están permitidas bajo la condición de conservar esta noticia y la referencia completa a su publicación incluyendo la URL (ver arriba). / This is an Open Access article: verbatim copying and redistribución of this article are permitted in all media for any purpose, provided this notice is preserved along with the article's full citación and URL (above).
Publication date: June 1st, 1995
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obtener el texto completo del Martín Fierro de José Hernández (Ida y
Vuelta), con prólogo y epílogo de Mario Crocco (estudio general y estudio
histórico), y dos glosarios (léxico de la obra y léxico criollo más general) en
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MB) o .doc, desde / You can download a .PDF
(recommended: 6.0 MB) or .doc file with the complete Spanish text of José
Hernández' The Gaucho Martin Fierro (Parts 1-2), Mario Crocco's
preliminary study and historical-biographical notice, plus two criollo lexicons
(one for the work, and the other a more general one), from
http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm
Abstract: Mario
Crocco's preliminary study (Prologue) and historical-biographical notice
(Epilogue) for his 1995 edition of the Spanish text of José Hernández' The
Gaucho Martin Fierro (1872-1879) placed the drama depicted by the epic poem ‑the
most beautiful original production of the River Plate literature- not only in
current political economics, but also in biology: namely, as a biological
process. In the function of hermeneutical tool, Crocco's studies utilize the
ultramachiavellian perspective that renders sociology, social history, and
political economics in terms of biological and military schemes. The prologue
thus interprets ultrahistory, i.e. the current prevalence of fictionalism for
globalized governance and domination, and its genealogy in Martín Fierro's
circumstances, as a loop that turns the human species' biological food pyramid,
or tropic chain, back onto itself. The prologue then situates the biological
event on a wider empirical-science context. By the end of the nineteenth
century, Argentina was one of the richest countries in the world, almost as
rich as the United States and incomparably richer than Spain, the old mother
country. The criollos of the River Plate had good reason to be proud of their
achievements, for theirs was one of the great postcolonial success stories. Yet
the poem depicts a savage world where the real "bad guys" are the
forces of modernization that are destroying his way of life. Argentines have
identified themselves on several planes with this mythical hero, since Martín
Fierro represents the drama of unsuccessful attempts at social integration
throughout Argentina's history. The poem as quest for identity also bears a
relationship with the social (the ownership of land) and the emergence of
transnational violence. Crocco' epilogue exposes this connection also in the
terms of biological ultramachiavellism but, in opposition to sociobiology and
the diverse forms of darwinism (or "social darwinism") and eugenics,
puts semovience in the picture. Semovience, a natural fact recognized in
Crocco's tradition in neurobiology though chiefly unnoticed -because of historic
and political reasons- in Anglo-American brain-mind and consciousness studies,
is the ability to inaugurate causal series. Tapping on it, the epilogue
sketches a practicable path to steer the human trophic chain away from feeding
on "excedent" individuals of the own species.
Resumen: El Prólogo (estudio
general) y el Epílogo (estudio histórico-biográfico) de Mario Crocco para su
edición de 1995 del Martín Fierro de José Hernández ubicaron el drama social
que retrata este poema épico -la más bella producción de la literatura del Río
de la Plata- no sólo en la economía política contemporánea, sino también como
proceso biológico: dentro de la biología. Como instrumento hermenéutico, los
estudios de Crocco utilizan la perspectiva ultramaquiavelista que traduce
sociología, historia social y economía política en términos de esquemas
biológicos y militares. Así el Prólogo interpreta la ultrahistoria, la actual
prevalencia de ficcionalismos en pro de la gobernabilidad y dominación
globalizadas, y su genealogía en la situación de Martín Fierro, como un bucle
por el que la cadena alimenticia o pirámide trófica humana se vuelca sobre sí
misma. El prólogo luego sitúa este evento biológico en un contexto más amplio
expuesto por la ciencia empírica. Para fines del siglo XIX, la Argentina era
uno de los países más ricos del mundo, igualando casi a Estados Unidos e
incomparablemente más rica que España, la Madre Patria. Los criollos
rioplatenses tenían legítimo motivo de orgullo, ya que su logro postcolonial
fue uno de los mayores del mundo. Empero el poema retrata un mundo salvaje en
que los verdaderos malvados son las fuerzas de modernización que destruyen su
manera de vida. Los argentinos se han identificado sobre diversos planos con el
mítico héroe, por cuanto Martín Fierro representa el drama de diversas
tentativas fallidas de integración social en su historia. El poema en tanto
determinación identitaria mantiene una relación con lo social (la propiedad de
la tierra) y la emergencia de la violencia transnacional. El epílogo de Crocco
expone esa conexión también en términos de ultramaquiavelismo biológico pero,
en oposición a la sociobiología y las diversas formas de darwinismo (o "darwinismo social") y eugenesia, introduce la semoviencia en el cuadro.
La semoviencia, un hecho natural reconocido en la tradición en neurobiología a
la que Crocco se integra pero en general excluido –por razones
histórico-políticas- en los estudios angloestadounidenses de la consciencia y
las relaciones psiquismo-cerebro (brain-mind), es la capacidad de inaugurar
series causales. Con ese recurso, el epílogo bosqueja un sendero transitable
para apartar la cadena trófica humana de alimentarse de individuos
"excedentes" de la propia especie.
De
marchitamientos e inmarcesibilidades
Noticia preliminar al Martín Fierro y su Vuelta, por Mario
Crocco
Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus
problemas y divorciado de sus riquezas.
Inodoro Pereyra
Al proponerme establecer la
puntuación del "Martín Fierro" pensé en los chicos. El poema no se
marchita - sólo mientras los pibes lo pueden leer. Y como el idioma del
"Martín Fierro" es verbal, sonídico, sus unidades de significado son
a menudo grupos de palabras, que si los chicos no oyeron no saben escandir: no
pueden partir el verso en unidades semánticas, hacerle brotar figuras de
sentido. Nunca olvido las rabietas de un amigo británico buscando en nuestros
diccionarios "lo que es yo". Claro, esas palabras figuraban todas, su
unidad semántica no. Y si al buscarla en los versos del "Martín Fierro"
los chicos se distrajeran de igual modo, perderían de vista el poema –
marchito, desde el momento que no les dijese nada. El mérito de las ya modernas
"ilustraciones" de Castagnino que aquí acompañan es señalar
precisamente esto - no son ilustraciones, sino didáctica de la lectoescritura:
el lector tiene que meter lógos, leer … la imagen, ensayando armar
formas con sentido hasta que las figuras, antes invisibles, broten, igualito
que en la metáfora raíz de la interpretación subjetivista de la mecánica
cuántica, igualito que para aprender a leer el poema. Pero su lectura se
facilita ya con sólo reformatear la puntuación.
Encima, a veces hay que
corregir la ortografía. Por ejemplo, los criollos decimos "refosilo"
y "refusilo" para denotar los fusilazos que se disparan las nubes ‑"ya
está refusilando, meté la ropa 'dentro"- con la metáfora romántica de las
grandes batallas con fusiles, riñas de nubes semovientes. Refusilando. Pero no
sólo escribimos "fusil" con ese: además, no pocos criollos usamos el
verbo "refocilar" o "refocilarse", que nada tiene que ver
con relámpagos. ¿A qué defender lo indefendible, como si el mérito del autor lo
requiriese? Lo que cayó en paronimia fue una aliteración vocálica, que le dicen
- y se repite bastante. O sea que Hernández se equivocó al escribir lo de los
refusilos con ce de refocilarse, posiblemente llevado de que el criollo los
llama también refosilos. Equívocos ortográficos no quitan mérito al poema;
repetirlos aun hoy, detracta a los editores. El pato lo pagan los pibes.
Entre la
falta de reparos etimónicos visuales (es decir, de raíces reconocibles
escritas: psicología es estudio del psiquismo, sicología rejunte de higos, pa'l
léido que recuerda τά σίκα y los sicofantes) y la
falta de escucha o de oir hablar en criollo en la colonizada selva de cemento,
los jóvenes lectores preferirán adivinar qué dice su música en inglés. Lo creen
más útil que descifrar poesía gauchesca. Pero no lo es: el "Martín
Fierro" es discurso contrahegemónico, no espectáculo turístico ni
herramienta de dominación; su tono político transmite valores y pertenencia,
madura y arraiga, aviva, revoluciona… des-trasnacionaliza aun siendo
universalizable. Y su profundidad no es solo humana y social, sino también
técnica. Lo de que
el tiempo sólo es tardanza
de lo que está por venir
lo están tratando de descubrir algunos filósofos
de la ciencia del otro hemisferio, pero por ahora sólo logran balbucearlo, sin
poderlo acuñar con precisión. Es comprensible, acá por lo menos para eso
sirvieron cuatro siglos de contrapeso aristotélico en nuestra educación. Pero
allá … Allá el dominante platonismo que hizo dominante su cultura - de modo que
también la nuestra hoy sea brutal con los pobres, a quienes mata de hambre y de
exclusión - obstaculiza ver irrepetibilidades causales, sean estas personales
(en los motivos que ponemos al comportamiento) o sean regulares (nómicas: en
cada evento causado por las otrora llamadas "leyes de la
naturaleza"). Esa ideología, seleccionada por exigencias de funcionamiento
del sistema físico-bio-psico-social, es anticrónica (quiere al tiempo irreal,
mera ilusión) a fin de que no se perciba la irrepetibilidad causal. Esta, a la
vez que genera al decurrir del tiempo físico, también es una de las capacidades
de las que disponen los individuos personales. La lucha contra el tiempo es
pues negación del valor del otro, hecho de tiempo. Su tiempo, cuya
disponibilidad el sistema expolia en vez de enriquecer, mandándolo a la
frontera mitrista-sarmientina ayer, del vandalizado lazo social hoy. Y por
ahí vemos que la ideología seleccionada por el sistema coercionante se
autorreproduce reproduciéndolo tanto si habla de física cuanto mientras declama
qué es persona. Es que en realidad la estratificación social homínida es un
proceso biológico. Creerlo socioeconómico la descontextúa, la empobrece: la
falsea. Por eso, si nos limitáramos a la economía política, la sola perspectiva
que se acercaría a describirla sería el ultramaquiavelismo, como en Kautilya o
el Pareto del Tratado de Economía Política o el correctamente fantaseado
Report from Iron Mountain. En efecto, es biología. Se trata de la
inexorable extensión de nuestra cadena trófica sobre los excedentes
demográficos ("los pobres", ocho décimos de la hominidad, eliminando
de golpe a los cuales el mercado global financiarizado a ultranza operaría con
estabilidad plena) como recurso energético-alimenticio de baja ley por explotar
a lo antropófago y controlar a la Goebbels - extensión intraespecífica de
nuestra cadena trófica que sólo la semoviencia educada en valorar a las
personas individuales podría llegar a detener.
Así, en general, en ese
inimitable primer mundo que se autopropone como modelo ni hablemos de ponerse
en serio en la piel de un "gaucho miserable" o que duela en serio toda
cicatriz ajena. Salvo la lucrativa evanescencia del goce egoísta, todo, hasta
el incanjeable nacer en cierto cuerpo y arraigar en cierta Patria, es
proclamado light, flu, puro espectáculo: el premio Pulitzer del
año pasado se lo dieron a un jueputa (aunque dicen que en modo congruo con su
desvalorización de la vida después creyó adecuado quitarse la propia, vaya uno
a saber… ) que levantó esta imagen pero al hermanito negro que se arrastraba lo
dejó para el buitre:
Si el todo no tiene sentido
esa actitud resulta lógica: la gente no importa. Su valor se torna secundario,
sólo instrumental; módico "costo" de un recurso reemplazable tan
abundante que eliminar gente indeseada (tras declararlos no-gente: bárbaroi,
impurezas étnicas, marginales, deseadores de lo que los medios no promocionan,
daños colaterales, meros coágulos) es el negocio humano más redituable -
segundo sólo a disfrazarlo. Tal devaluación del individuo la pretenden pues
muchos intereses que pugnan por direccionar nuestra cultura, en lo que han
hecho ya mucho progreso. Unificar nuestra cultura con la dominante facilita
dominarla, rol del pensamiento único en un sistema mundial que ningún sector
controla aún como anhela. Pero poner bienes de cambio u organizaciones
sociopolíticas por delante de los psiquismos circunstanciados o
existencialidades, únicas realidades valiosas por su capacidad de reconocer
valores, elimina de la realidad todo valor. Poner el capital o las
arquitecturas sociales delante de las realidades valiosas por su capacidad de
reconocer sentido elimina de la realidad todo sentido - y todo sentido de la
realidad. Todo deviene igual, nada resulta mejor; si no hay pecado prospera
solo el pez grande igualito que cuando establece él, como pecado, lo que le
conviene.
En eso coinciden el capital
comunitariamente más irresponsable y el hegelianismo "socialista" más
solidario: los individuos son secundarios, lo que vale es otra cosa. El mayor
obstáculo, para la mundialización que ambos anhelan, son los muchísimos José
Hernández que, desde conciencia falsa o genuina, niegan esa supuesta
despreciabilidad o sacrificabilidad del individuo, reconociendo que aunque en
el todo ontológico el rol de las existencialidades sea igual, en la naturaleza
buitre y negrito desempeñan papeles diferentes. No es pues lo mismo quién come
a quién. Pero eso quieren silenciarlo, absolutizando la biologización,
pintándola inevitable. Ultramaquiavelísticamente. Sociobiológicamente. En el
empeño de eliminar el obstáculo - el reconocimiento de valor intrínseco a cada
individuo - coinciden ambos sectores, esperando aniquilar después a su presente
aliado táctico. Si creemos al individuo no irrepetible sino fungible y
- ya que otro podría substituirlo integralmente - que el individuo
particular no importa, sino la colectividad de su comportamiento (la que ambos
creen el solo sujeto histórico relevante, como hacedora de trabajo explotable o
bien de organizaciones políticas "legítimas"), ¿qué importa este
hermanito negro? Ya habrá otros negritos que filmar bailando música
politicamente correcta, otro bebé que lo sustituya: tropa propia, no
ajena. El platonismo en la cultura, dicho con más rigor (porque Platón criticó
a los amigos de las Formas y dejó de ser platonista en tópicos como la
semoviencia, que define al psiquismo) el pensamiento poietizante
pitagórico-parmenídeo-platónico-puritano (PPPPPP; poietizante significa que
atribuye al pensamiento producir la realidad, igualito que en la metáfora raíz
de la interpretación subjetivista de la mecánica cuántica) que desvalorizando
la irrepetibilidad del tiempo sostiene la coerción social, no deja ver la
cadacualtez: lo que de cada uno hace no-otro. Y esa ceguera es el núcleo de tal
pensamiento único.
A la existencialidad de cada
cual, supuesta canjeable o fungible, se la pinta como organización accidental
de contenidos mentales que agotan el alma - o como accidente organizativo de
componentes espaciales que agotan el cuerpo. Estructura esa a la cual apodan mente,
que significa "lo impreso": lo plasmado de impresiones, mientras cerebro
significa ceramento, cacho 'e cera plasmable, como lo evidencian sus porciones
exudadas por las orejas (cerumen). De esa manera, en las raras exposiciones del
nexo psicofísico que eludan la antropología ganglionar (logrando por tanto
alejarse del polirreflejismo automatizante, monismo neutro, behaviorismo
ontológico, o cognitivismo basado en suponer que alma y cuerpo son sólo
aspectos – caras de la misma moneda, Elohim-Adonai - de una única
realidad homogénea y fungible) y en cambio reconozcan el contraste real de
cuerpo y psiquismo (el mismo que vemos al observar la inserción del accionar de
los psiquismos sobre la evolución de su biósfera, o al observar que el segundo
actúa sobre el primero tanto semoviente como nomicamente mientras el primero
sólo actúa nomicamente sobre el segundo; o bien al observar, en el desarrollo,
el rol de esa diferencia), aún se seguiría pintando el encuentro, de cada
existencialidad circunstanciada con su cuerpo particular, como accidentes
topándose con accidentes, accidentalmente por cierto. Mientras Hernández pinta
una antropología en que el gaucho es parte integral del paisaje, el capital
salvaje plasma una antropología salvaje, a la que adhieren aquellos adversarios
políticos suyos cuyas categorías descriptivas se contraponen entre ellas de modo
automático, dialectizable, en la línea de Historia de las Ideas que va de los Upanishads
y el gnosticismo antiguo al subjetivismo-transcendentalismo del Idealismo
alemán y la gnosis de Princeton. Así, el pensar que pretende ser único
no advierte en el nexo psicofísico relación intrínseca ninguna. No se advierte
1.
ni la
relación constitutiva, o primaria en lo óntico y en lo epistemológico, de una
existencialidad circunstanciada con la corporalidad que devino suya (es decir
con las sucesivas porciones de procesos espaciales, arrastrados
astronómicamente en veloz desplazamiento, cuya masa en un humano de unos
sesenta años sumó unas sesenta toneladas que se alternaron, a razón de no más
de unos sesenta kilos simultáneos, para ir formando sucesivamente el cuerpo
desde donde su existencialidad experiencía): la relación primaria, de esa
particular corporalidad con esa particular existencialidad, por error a veces
se confunde con sus interacciones causal-eficientes, las que en cambio son sólo
aquellas por medio de las cuales ese cuerpo y ese psiquismo (y no otro) pasan a
moldearse uno a otro una vez ya relacionados en su constitutiva
reciprocidad, llamada antropogénica porque genera y sostiene cada unidad
personal tal como empíricamente se la halla,
2.
ni la
relación, de la incanjeable unidad particular que constituyen – así intrínseca,
primordial y originariamente relacionadas - esa corporalidad y esa
existencialidad, con la porción no originada de la realidad, esto es, con la
que reconoce y enactúa el motivo por el cual hay algo, y por el cual lo que hay
es el particular algo que hay, en vez de no existir absolutamente nada.
(Motivo, este, que es el reconocible valor de ese algo en particular, ya
que ser no es mera predicabilidad poietizable y por tanto lo ente no puede fundarse
a partir de otro ente, montándolo en elefantes, tortugas, abismos procelosos o bootstrapping
cosmologies).
No se advierte pues el
palindrome, la relación palindrómica entre la evolución astrofísico-biológica y
los entes experienciantes allí. Reconocer esta relación es decisivo para saber
si la gente está realmente constituída como verdadera parte integral del
paisaje (pampeano colonial, civilización, recolonización global) o no lo
está. "Verdadera parte integral del paisaje" significa que la existencia
o la inexistencia de un particular individuo hace diferente a la realidad, de
modo que jamás ninguno podría ser insignificante. Dicho de otro modo, reconocer
esta relación palindrómica entre la evolución astrofísico-biológica y las
entidades allí experienciantes es decisivo para saber si la naturaleza es sólo
instrumento (meramente un medio) en vez de tener valor intrínseco (de fin en sí
mismo) y si las entidades conscientes son meramente medio (para desordenar o
entropizar la naturaleza más rápido) o en cambio tienen valor intrínseco. Esto
es lo que está en juego en la opción de dejar o levantar a ese negrito y
en la que tomó Hernández, de valorar al gaucho como individuo y no como tipo y embroncar
al lector contra un aparato "civilizador" político-militar que
lesiona el valor de su irrepetible existencialidad y ayuda a trasnacionalizar
el arraigo que la manifiesta. Esto es lo que desde el pensamiento único no
quiere verse pero tampoco puede verse, de modo que el capital comunitariamente
irresponsable o salvaje hoy puede alistar a su servicio el obrar de aquellos
adversarios, militantes del campo popular, que ‑por cuanto Marx invirtió
al hegelianismo o "puso a Hegel de cabeza" en bloque, sin deconstruir
el PPPPPP que vertebra internamente al idealismo alemán - pongan las
arquitecturas sociales por delante del irrepetible individuo cadacuáltico, cuya
existencia o inexistencia hacen diferente a la realidad.
En otras palabras, desde el
pensar que pretende ser hegemónico, no digo ya los hechos, ¡pero ni siquiera las
posibilidades de su lectura se ven! Estas posibilidades son, que la lectura del
conjunto completo de hechos o realidades empíricas halle sentido en ambas
direcciones (lectura palindrómica de la naturaleza) o, en cambio, que el
sentido sólo pueda adscribirse a ese conjunto de hechos leyéndolo en alguna de
las dos direcciones individuales. Una dirección única significa leer a la
naturaleza en un sentido clásico, materialista o idealista; en cambio, sentido
en ambas direcciones significa una funcionalización recíproca o en espejo, en
que cada una de ambas realidades (organismos vivientes con psiquismo, y
evolución astrofísico-biosférica) usa para sus propios fines a la realidad que
la usa como medio. Lo que está en juego, pues, es establecer si las lecturas
valorativas (axiológicas) adscribiendo sentido a lo que se halla en marcha en
el universo pueden obtenerse en ambas direcciones, o no. Sobre esta alternativa
pivota la posibilidad de determinar científicamente, entre otras cosas, si los
seres vivos con psiquismo tienen más valor que la naturaleza sin psiquismo, o
no - tema crucial para valorar a los individuos por sí mismos, desde la
filosofía, ecología, ecofeminismo y ambientalismos biocéntricos, y todo tipo de
ética. Y hoy la respuesta es simple: cuando tanto materialistas como idealistas
nos describen todas las cosas tomadas en conjunto, hoy los científicos les
podemos replicar "Sé verlas al revés" (que es también un palindrome).
El pensamiento único no lo
quiere así. Aquella confluencia de intereses, del capital más salvaje y los
colectivismos hegelianos, que presenta los individuos como secundarios a otra
cosa (dinero o instituciones, respectivamente); aquella lectura del conjunto
completo de hechos o realidades empíricas a través del totipermeante PPPPPP
necesario para sostener esa supuesta despreciabilidad del individuo, no permite
advertirlo. No se ve ni en qué los individuos empsiqueados son instrumentos
para la naturaleza (cuyos procesos témporo-espaciales ellos, precisamente
elongando las cadenas tróficas, acercan más al camino más corto, es decir al
que emplea en tales procesos físicos la menor acción causal-eficiente) ni
tampoco en qué la naturaleza es instrumento para los individuos empsiqueados
(que por ella alcanzan que algunas existencialidades logren la genuina
condición de libertad sin la ostensión de dicha porción no originada de la
realidad, ostensión que hubiera podido desbaratar ese genuino logro de dicha
condición en algunas – tornado, pues, posible por el sufrir de todas, las que así
pueden participar de su valor, sin exclusiones). No advirtiéndose este
palindrome desde el pensamiento único, supone que la aniquilación de la
existencialidad del hermanito negro no implica la alteración del universo, cuya
arquitectura fundamental - el enlace de sus "leyes" - persistiría
inmutada, incluso ratificada, tal como persiste tras cualquier otro proceso
causal-eficiente o temporal: después de una simple avalancha, caída de una hoja
o choque de galaxias. En sostén de los negocios que piden al individuo
insignificante, lo real así se presentaría sin sentido, insensato como cada
rama del palindrome tras aislarla. Lo que excluye esa rama de su
articulación mutua: exclusión, siempre exclusión, herramienta favorita -
objetivo final. Contra el cual Martín Fierro des-trasnacionaliza,
aviva, revoluciona, madura y arraiga, transmite valores y pertenencia …
Pero por lógica, pues,
quienes reconocen en lo real cualquier sentido intrínseco, quienes reconocen
que la existencia o inexistencia de cada psiquismo altera al universo y
hace diferente a la realidad, quienes reconocen que ninguna existencialidad es
insignificante ni podría jamás llegar a serlo, son aquilatados sólo en cuanto
factor político enemigo, que tras esa "bandera" pudiera marchar. En perspectiva
política, para adoptar esa bandera hay que esperar que el adversario la suelte:
el mismo pensamiento pretendidamente único cuenta con levantarla cuando el
adversario caiga, no antes, y sólo como "bandera" o concepto
convocante de partidarios. No como verdad. Así, cuenta con que finalmente todas
las tiranías serán populares, ningún retroceso dejará de ser progresista, la
inmunidad de la ultrahistoria al contenido de sus relatos permitirá que estos
vayan para cualquier parte: excusas, pa' arrear al gauchaje que cree
autodeterminarse mientras regala el tiempo que lo constituye ("Vago no,
quizá algo tímido para el esjuerzo", rehúsa Inodoro). ¿A quién importa la
verdad? Cuando el sabio señala la luna los tontos miran el dedo, decían en
Babilonia; cuando un sector enarbola la verdad los vivos miran cuántos lo
siguen, dirán los beneficiarios del PPPPPP. Si no se advierte el sentido, ¿cómo
podría importar su verdad? El crimen del totipermeante platonismo es cegar para
la cadacualtez, desarraigando ontológicamente a la gente y haciéndola
indefendible (de ahí que la prédica mediática del apócrifo carácter ligero
del vivir se acompañe con el pesado machacar académico sobre la apócrifa
infundamentabilidad de la ética). Ese crimen tiene móvil: tornar incongruente
toda rebelión contra la pretendida insignificancia de las únicas realidades
valiosas por su capacidad de reconocer valores - y a sus militantes vendibles
al persuadirse de esa apócrifa incongruencia y la apócrifa futilidad en
respetar a las personas, persuasión que la presión de propaganda suele lograr
inducirles recién al alcanzar edad de comandar.
Tener semejantes doctrinas
como verdad fue el precio para hacer dominante una cultura, el medio para
aspirar a mundializarla como pensamiento único, captando militancia popular
(sincera, pero sin motivo para respetar individuos conceptuados accidentes de
la materia, apilamientos azarosos, alimentos transformados) a fin de avanzar
desde ambos lados a un tiempo - en pinza - contra cualquier aprecio no
hedonista de las existencialidades individuales. Que sólo se opone a una
mandíbula de la pinza, no a las dos: ¿se ve la maniobra? Pero, ¿cómo, sin
perder poder, podría verse allí lo común con el adversario, lo razonable que
pudiera residir en las banderas que lo encolumnan, el sentido de la finitud
humana y la infinitud cósmica?
¿Se cierra así el círculo?
¿Las regulaciones cognitivas se agotan en prolongar a las biológicas, no hay
buena nueva ni historia con final feliz, lo popular se opone a lo nacional como
las trasnacionales quieren, toda militancia es incongrua y a su debido tiempo
pervertible? Y sin embargo… en el bucle intraespecífico de la cadena trófica
los dos sectores son de la misma especie. Miremos bien a la biología, miremos
bien al uso político de las neurociencias. Cuando el dominante se alimenta de
fantasías sobre la gente que son las mismas que usa para alimentarse con los
dominados, desajusta su noción de la realidad. Desactiva su hipocresía, abre el
flanco.
Eso en cuanto a la gente, a
su idea de persona y del fin apaga-incendios de la mediación política. En
cuanto a lo extramental puramente físico, les cuesta relacionar aquella
tardanza de los procesos causal-eficientes con las relaciones sistémicas de las
modalidades de interacción o fuerzas separadas que tejen la naturaleza; les
cuesta ver que la tardanza, de lo que está por venir, variaría si la relaciones
fuesen distintas entre esas modalidades separadas de acción física. ¡Qué bien les vendría rumiar
los versos de Fierro! Empezarían a socavar su platonismo comprendiendo que esa
tardanza corre afuera y lo intramental sólo la copia. Caminarían un paisaje que
incluye motivos para respetar a los individuos, incluído el hermanito que
dejaron pa'l buitre, con su tiempo disponible y la incanjeable relación
de su irrepetible psiquismo con no-otro cuerpo y su cutis color de castaña.
Entenderían que los recuerdos no se graban en el cerebro que se forma y deforma
en esa tardanza - alimentos transformados - sino que la momentánea o prolongada
incapacidad de reimaginar las partes aún inconscientes de un recuerdo
sólo expresa la entropía (sea intencional, o bien por diferencia de resolución
temporal) de sus operaciones reconstructivas … y la retentividad mnésica sale
de la inmarcesibilidad del alma:
naides me puede quitar
aquéllo que Dios me dio:
lo que al mundo truje yo
del mundo lo he de llevar. (1)
Por eso el "Martín
Fierro" es contrahegemónico. Por eso Hernández, pese a los elementos
liberales en sus ideas, pudo concebir a la Argentina como una simple provincia,
de la Patria Grande históricamente demarcada por quienes comparten raíces y
desposesión. Lejos de quedarse en tibia denuncia de síntomas, queja al opresor,
filtro inofensivizante que escolarice sin agitar, o épica arquetípica de un
esquizoide cowboy del oprimido, el "Martín Fierro" es
instrumental para construir aquella semoviencia educada en valorar a las
personas individuales, que podría llegar a detener y revertir la prolongación
de la cadena trófica homínida sobre sí misma, en bucle intraespecífico. O sea
la conciencia de lo impermisible en poseer de más, cuando otros poseen de menos
y la presión educativo-mediática - donde no llueven bombas - los
incapacita conativa y a menudo físicamente (vía hambre, adicciones,
medicalización de la infancia…) para efectuar su aporte al sentido de la vida
en el tiempo; esa conciencia de que los medios de cambio no tienen dinámica
propia sino los mueven sus propietarios, los generadores del doble
pensamiento y la neolengua que Hernández tan bien ejemplifica antes
de Orwell (y a escala grupal se tornan manipulación mediática), de modo que la
dinámica del capital es dinámica libidinal; la conciencia, en suma, de que
Aunque es justo que quien vende
algún poquitito muerda,
/ cada lechón en su teta
es el modo de mamar.
Eso, y
tantos significantes más de la comunicación política que el poema aporta sin
conceptuarlos en modo técnico, se universaliza al advertirlo bucle trófico. Sin
universalizar sus localismos: querría reírme imaginando la maestra de primaria
en algún barrio de cuyo nombre no quiero acordarme, de guardapolvo sobre
armadura y magisterio para "ascenso" social, completando ante la
turbulencia foucaultizada el paradigma "… que vosotros
yaguanáseis o yaguanárais…". Pero no, no me atosiguéis, más que reirse
sería 'e llorar, otra oportunidad perdida en nuestra realidad, que (¿ya lo
dije?) es brutal con los pobres porque los mata de hambre y de exclusión. Los
chicos perderán de vista el porqué si los dejamos enzarzarse en superfluas
dificultades de lectura. Antes prefiero ensayar establecer la nueva puntuación
que facilite entender el "Martín Fierro", y de paso dejar de
reverenciar las desortografías del genial Hernández. Por "motivos de
necesidad y urgencia", que le dicen…
Buenos Aires, junio de
1995
Nota 1. Tempus edax rerum, el tiempo se come todo lo extramental. Pero no toca las diferenciaciones internas de los psiquismos. En efecto, en la espacialidad extramental, los módulos básicos o elementales de los cursos de modificación (tiempo) son acciones microfísicas causal-eficientes. A cada una de estas la inyecta su campo y, en esa espacialidad donde no inhiere ni se origina, se ve privada de ubicuidad. ¿Cómo algunos eventos causal-eficientes de nivel microfísico, discretos y allí no-ubicuos, llegan a crear efectos macroscópicos, llevando el tiempo a esta escala? Es que a más del principio relativista de equivalencia también la masa constriñe su propagación. En ese ámbito fuera de los psiquismos y entre ellos, o hiato hilozoico, es decir entre estructuras cuya constitución espaciotemporal integra partículas microfísicas que han adquirido masa inercial, las acciones causal-eficientes según sus características especifican cambios de estructura posicional, que la masa inercial de aquellas partículas elementales impide revertir reaccionalmente. Por eso el tiempo transcurre con irreversible destrucción del pasado para las cosas en el espacio extramental - cuya inercialidad constitutiva les impide revertir cancelativamente los efectos (cambio) de cada absorción de un paquete (cuánto) de acción causal extramental.
En cambio, fuera de esa espacialidad extramental, es decir en los psiquismos (en cuya espacialidad las acciones y reacciones causal-eficientes inhieren, no se propagan -son ubicuas- y así, faltando dispersividad para la acción, no existen palancas), las realidades causal-eficientes se agotan o bien en reacciones entonativas (las entonaciones sensibles o sensaciones, que inhieren en el particular psiquismo reaccionante y son causalmente ineficaces y no estructurales; son modificaciones de dicho psiquismo carentes de estructura interna, impropagables aun en el hiato hilozoico) o bien en modificar las relaciones estructurales de las mismas (el pensar, direccionado por acciones causal-eficientes autotransformativamente creadas o semovientes privilegiantes de un posible entre varios, pensar capaz de prolongarse de modo causal-eficiente en el hiato extramental como conducta), cuyos cursos procesuales no se borran (son retenidos, como memoria, reimaginables con menos o más entropía noérgica) debido a la ausencia de curso de modificación temporal que los oblitere. En palabras de Fierro, "Lo que al mundo truje yo", esto es, lo experienciado o vivido, "del mundo lo he de llevar" al desarmarse o desestructurarse (muerte) el estado vivo de la última porción de materia en que se localizan (cuerpo) las operaciones por las que cada particular psiquismo circunstanciado interactúa con su ambiente.
Gráficos para comparar: La
coerción financiera se muestra aquí entre otras cadenas tróficas, o pirámides
alimenticias biológicas, ilustradas en diversos textos de biología disponibles
en la Red. Los presentes comentarios al Martín Fierro resignifican la
estratificación social humana, financiarizadamente mediada, como fenómeno
estrictamente biológico. A saber, como el volverse sobre sí misma de la cadena
trófica humana, para alimentarse de subpoblaciones de su propia especie de
predador superior. Tal hermeneusis se encuadra, en economía política, en la
ultramaquiavelista tradición usual entre biólogos y estrategas militares, pero llega a
conclusiones opuestas a la sociobiología - señalando, desde la ciencia natural
razones fundamentales para privilegiar a
los individuos sobre el poder corporativo.
José Hernández y su obra: noticia
histórica
Epílogo al Martín Fierro y su Vuelta,
por Mario Crocco
José Rafael Hernández Pueyrredón nació el 10 de
noviembre de 1834. Eran tiempos de Rosas, el Restaurador de las Leyes, "un
hombre que luchó por la soberanía nacional contra potentes enemigos de afuera
así como contra los argentinos que desde adentro los apoyaban... "
(Ernesto Sábato). Uno de estos, su enemigo Domingo F. Sarmiento, debió escribir
en el Facundo, "nunca hubo un gobierno más popular y deseado ni más
sostenido por la opinión... que el de don Juan Manuel de Rosas". La
tensión patria-antipatria en que se plantó ese gobierno de cultura
nacional, moneda fuerte, y honradez administrativa, el rosismo, forjó la vida y
plasmó la obra de nuestro poeta. Es lo que esta noticia histórica tratará de
delinear, tal vez alcanzando alguna profundidad en los conceptos.
Nació José Hernández en una chacra señorial
llamada los caseríos de Perdriel, actual partido de San Martín en la
provincia de Buenos Aires. El dueño, tío de su madre, era un prestigioso
estanciero de holgada fortuna, probado militar y ex-Director Supremo del país,
Juan Martín Mariano de Pueyrredon y O'Doggan (1776-1850). Por rama paterna, el
recién nacido descendía del matrimonio de Juan Hernández y Beatriz Teresa
Plata, nacidos hacia 1730 en la localidad de Jerez de los Caballeros, Obispado
de Badajoz, Extremadura, España, uno de cuyos hijos, el comerciante José
Gregorio Hernández Plata (1760-1842) se radicó en Buenos Aires hacia 1790.
Abuelo del autor del "Martín Fierro", José
Gregorio fue propietario de una barraca de comercio en el barrio sur bonaerense
(aún llamado Barrio de Barracas) y Regidor del cabildo de Buenos Aires, y
participó el 22 de mayo de 1810 en el histórico Cabildo Abierto que impuso el
primer gobierno patrio. Casado en 1795 con María Antonia de los Santos Rubio y
Moreno, nacida en Asunción del Paraguay hacia 1770 y fallecida en Buenos Aires
antes de 1842, tuvieron once hijos. El menor, Rafael Pedro Pascual Hernández de
los Santos, padre del poeta, nació en Buenos Aires en 1814. Fue uno de los
hacendados tardo-coloniales en la provincia de Buenos Aires y propietario
también de una barraca de comercio, en la zona sur de la ciudad del mismo nombre;
cuidó también alguna de las estancias propiedad de Rosas. Muy joven, el 12 de
diciembre de 1832 contrajo matrimonio en el entonces pueblo de San Martín,
Buenos Aires, con una porteña de diecinueve años de edad, Isabel Pueyrredón
Caamaño, hija del militar José Cipriano Andrés de Pueyrredon y O'Doggan
-hermano del primer jefe de Estado de la Argentina independiente- y de Manuela
Caamaño y González.
Su primogénito José Hernández, hombre de letras pero
también de acción, hizo literatura, periodismo, política, milicia montonera,
ejército de línea hasta Capitán, legislación; padeció persecuciones, miserias,
peligros, exilio, incomprensión y rencores sin tregua. Todo por la defensa del
hombre de campo, del peón de pata 'l suelo, derivada de una idea de
justicia que ponía por objeto de las luchas por el poder -o política,
según la definición de Maquiavelo- el mayor desarrollo factible de las
potencialidades del mayor número posible de individuos en la sociedad humana.
Pero, ¿cómo pudo ocurrírsele en serio semejante cosa? ¿Por qué los
que mandan debieran cuidarnos algo, como Hernández lo sintetiza en la
estrofa 184 del Martín Fierro, aunque los beneficiarios de ese cuidado no
puedan imponerlo por la fuerza?
Desde tal definición de lo político, es absurdo; no-lógico,
diría Vilfredo Pareto. En las luchas por el poder, o política, ¿cómo
"respetar al débil" se le puede ocurrir a un connaisseur, a un
conocedor que habla en serio y no pour la gallerie? Gobernar
no es otra cosa que mantener a los súbditos de modo que no quieran ni puedan
ofender (Machiav. T. Liv. II, § 23.) ¿Fue acaso Hernández un
heredero inmaduro, que tomó en serio lo que sólo era para declamarse - una
oferta inundatoria destructiva de la clase gobernante, como diría Gaetano
Mosca? Como muestra Mosca en sus Elementi di sci. politica (1923),
"el dominio de una minoría organizada y que obedece a un solo impulso
sobre la mayoría desorganizada es inevitable; el poder de la minoría organizada
contra todo individuo de la mayoría, que se encuentra solo ante ella, es
irresistible. A la par, la minoría está organizada, justamente porque es una
minoría. Cien hombres que actúen concertados, con una comprensión común,
triunfarán sobre mil hombres que no logren ponerse de acuerdo y que, por lo
tanto, pueden ser dominados uno por uno. Esto… ocurre asimismo, y de una manera
perfecta, a pesar de las apariencias contrarias, dentro del sistema
representativo." Es lo que Michels llamó "ley de necesidad histórica
de la oligarquía" y circunscribe la lucha, por el "orden legal" menos
malo, a tan sólo restringir al mínimo sustentable las tendencias autocráticas
que fatalmente han de subsistir. En tal contexto, ¿por qué los que mandan
habrían de obrar contra su conveniencia? ¿O en realidad Hernández sólo declamó
y contra su voluntad las consecuencias –la recepción popular del poema- se le
escaparon de las manos, mientras él mismo, ahora integrado al sistema político,
en la "Vuelta" presentaba al indio y al negro como inmerecedores del cuidado
que requería de los que mandan y legitimaba al inmigrante
"gringo" como parte integral del paisaje pampeano?
Desde el ultramaquiavelismo, también Kautilya había
requerido al dominador que beneficie y proteja a todos sus súbditos; pero tal
cuidado se debió a considerarlos la fuente final de prosperidad de la sociedad.
En la medida en que aquel ideal, de cuidar a la gente hasta un punto que creaba
excedentes de cuidado (y crearía luego exceso de cultura)
en contra de los intereses de la minoría gobernante, se mostró genuino y no
sólo declamado pretexto para facilitar el logro de otros objetivos más
sectoriales o menos amplios (como lo sería capacitar, para tareas específicas y
nada más, la mano de obra que necesitan los hacendados, antes que la que
emplean los mercaderes o los industriales también deseosos de que el gobierno
sea tropa propia y les cuide sus particulares intereses; o bien, tomar
por bandera un espíritu tradicional que pueda asociarse a las armas en caso de
lucha), Hernández no lo podía justificar sin salir de la política. El único modo
de hacerlo y permanecer en ella era encontrar una necesidad de la minoría
gobernante que sólo pudiera llenarse con ese cuidado extra hacia la mayoría
gobernada.
Pero no la encontró. Simplemente había aprendido a
valorar ese cuidado en épocas de Rosas, en la cual en Buenos Aires, en palabras
de Pedro De Angelis, "La rada está llena de buques, los almacenes y
tiendas rebosan. La aduana ya no sabe donde poner pipas y fardos, ni le alcanza
el tiempo para hacer liquidaciones. Cada buque que llega trae onzas y emigrados",
mientras que, según informaba al parlamento francés el ocho de enero de 1850 el
diputado socialista Laurent de l'Ardeche, "Lo que hay de cierto es que el
poder de Rosas se apoya efectivamente en el elemento democrático, que Rosas mejora
la condición social de las clases inferiores, y que hace marchar a las masas
populares hacia la civilización dando al progreso las formas que permiten las
necesidades locales. La guerra de los gauchos del Plata contra los unitarios de
Montevideo representa en el fondo la lucha del trabajo indígena contra el
capital y el monopolio extranjeros y encierra para los federales una doble
cuestión: de nacionalidad y de socialismo". Era pues el de Hernández un
comprometido ideal, injustificable en ciencia política pero fundado en una
experiencia colectiva concreta (similar a la de los niños y jóvenes
aleccionados un siglo después, durante el auge del peronismo), infrecuente
aunque no desconocido en vástagos de la elite (el tío de su madre había sido
primer mandatario). En su adhesión a este ideal sin embargo Hernández, con
tanto cambio, transitaría remarcable evolución. En esa evolución, su prematuro
fallecimiento (por un ataque cardíaco, aún de cincuenta y un años) nos impide
distinguir si al integrarse al gobierno de la elite finisecular decimonónica
padeció una verdadera metamorfosis psicológica, reveló su auténtico sentir, o
acaso sólo ofreció una mera concesión táctica a las circunstancias - una
concesión forzada, que Hernández siempre esperase revertir en futuras coyunturas
que jamás vivió.
En efecto, como bien lo sintetiza Padula Perkins,
Hernández no limitó su actividad a las letras ni restringió su pluma a la
poesía. Se forjó en faenas camperas, tomó las armas, fue oficial de la
contaduría de la Confederación, taquígrafo del Senado en Paraná, secretario
privado del general Pedernera durante su vicepresidencia, ministro del
gobernador correntino Evaristo López, librero, impresor, legislador bonaerense
en ambas Cámaras y fecundo periodista. Se mantuvo siempre, y a veces exclusivamente,
con ingresos derivados de la compra-venta de ganado y campos.
Recibió
el bautismo en la entonces parroquia de la Catedral del Norte, hoy Basílica de
Nuestra Señora de la Merced, con el nombre de José Rafael, el 27 de febrero de
1835, apadrinado por su abuelo paterno, el antiguo cabildante don José. Con
este permanecía el niño en una quinta de Barracas, sobre el Riachuelo, mientras
sus padres solían pasar largas temporadas en estancias del sur. A la edad de
cuatro años leía y escribía. Mientras era educado en el Liceo de San Telmo en
Buenos Aires, su padrino y abuelo falleció en 1842 y su madre en 1843. José
Rafael, aún sin doce años (1846) y débil de salud, fue llevado a la hacienda
familiar que le tocaría heredar, no lejos de la "frontera" (zona
intermedia entre mundo indígena e hispanocriollo) meridional de la provincia de Buenos
Aires, cercana a Camarones y la laguna de Los Padres. Sus familiares
continuaron instruyéndolo en los intereses de la minoría organizada a la que
pertenecía y su fórmula política, o modos de conservar y ejercer la
preeminencia local, sin pagar ellos mismos tributo a minorías organizadas de
nivel superior. Eso se llama independencia económica y es lo contrario al
modelo de país dependiente, cuya propiedad y administración se le permite
adquirir al capital acumulado por similares minorías organizadas en el
exterior. Eran tiempos de Rosas, tiempos de burlarse y desdeñar el bloqueo
anglo-francés.
El
preadolescente los vivía. Observador entusiasta de los rudos trabajos de ganadería
que desempeñaban los gauchos en la heredad y las estancias propiedad de Rosas
que su padre administraba, también él comenzó a participar de estas tareas,
asumiendo el estilo de vida, lengua y códigos de honor e interviniendo en
alguno de los escasos enfrentamientos con "nuestros
paisanos los indios" (tratamiento que les daba José de San Martín).
Estos ocupaban la mayor parte de la provincia pero desde 1833 eran pacíficos,
ya que Rosas pactó con los caciques brindarles armas, herramientas, ginebra y
vestimenta que su economía no producía, a cambio de una coexistencia pacífica;
con ello su larga administración mantuvo tranquilas a las sub-etnias y
parcialidades, bajo la vigilancia del cacique Calfucurá (apr. 1783-1873) a
quien encargara repartir las "prestaciones". Así el niño
perteneciente al alto nivel social de los estancieros, conocedor también del
papel social desempeñado por mercantes y abarroteros, se familiarizó con las
faenas y las costumbres rurales, completando "a leídas" una formación
que suelen llamar autodidacta quienes por educación entienden sólo pasos
curriculares. Pero ese nombre le queda chico.
El
dinámico y multifacético mundo rural encontró en el adolescente un observador
ávido e inteligente, capaz de tomar cierta distancia -por estar incompletamente
sumergido en él, debido a la instrucción familiar y privilegios- y sin embargo
identificarse y empatizar con sus variados sujetos históricos, fueran estos
sujetos individuales o bien colectivos, como las diferentes etnías. En el proceso,
el joven también hubo de ir definiendo con mayor madurez y precisión sus
intereses, personales y familiares. El heterogéneo mundo rural lo integró
1
en el nutrido tráfico de bienes, noticias y
personas y el establecimiento de conexiones sociales y políticas complejas,
variables, y no meramente relaciones de dominación, incluyendo las de la
comercialización y el robo de ganado;
2
en el ingenioso desarrollo de creativas
estrategias, según los intereses y afiliaciones de los diversos actores que
transitaban los vericuetos de la estructura económica, productiva y
administrativo-legal en la campaña y fortines fronterizos;
3
en las diferentes formas de ocupación y tenencia
de la tierra, su negociación y su justificación social, y los desafíos que
debían confrontar;
4
en la cercana presencia armada de lejanos
intereses extranjeros adversos a la autarquía de ese mundo rural y la efectiva
posibilidad de rechazarlos, por decisión de un gobierno nacional;
5
en la diversificación de las labores productivas
agrícola-ganaderas como mero segmento de las actividades camperas;
6
en las maneras y núcleos de convivencia directa y
sus variaciones culturales, ideológicas y axiológicas;
7
en la urdimbre de recursos vinculares
("conocimientos" y "relaciones") y en la manera de
establecerlos en el marco de la coexistencia fronteriza;
8
en la religiosidad, los particularismos y usos de
la vida cotidiana, ocio y diversión;
9
en la trama de las interacciones étnicas, entre
sexos, y entre generaciones;
10 en el campechano orden social,
mostrándole los límites de su flexibilidad y los obstáculos para solidarizarlo,
sea por imposición ordenadora o bien en pos de nuevas propuestas.
José
Rafael aprendió a caminar el campo, pues. Pero no sólo como patrón que
era. Escribiría mucho después, en 1881, "Por asimilación, si no por la
cuna, soy hijo de gaucho, hermano de gaucho, y he sido gaucho. He vivido años
en campamentos, en los desiertos y en los bosques, viéndolos padecer, pelear y
morir; abnegados, sufridos, humildes, desinteresados y heroicos." Empatizó,
se metió en la piel del otro y su pluma manifiesta, por los motivos que
fueren, que a la hora de optar le dolió como propia la cicatriz ajena. No fue
una formación autodidacta, ni mucho menos libresca, aunque a través de vasta
lectura adquirió instrumentos de reinterpretación social y fundamentos para sus
firmes ideas políticas.
Tras
el derrocamiento de Rosas -quebradura de la resistencia a las potencias
exteriores y punto de inflexión para la imposición del liberalismo o apertura
económica- advino, entre 1852 y 1872, una época de indefinición en las luchas
internas de la renovada clase gobernante: veinte años de puja entre los
derrocadores. Ya sin Rosas, sus sectores se lanzaron a combatir entre sí por
conseguir aumentos relativos en poder y privilegios. Todos se percataban, sin
embargo, de que los bolsones de subsistencia de la estructura social anterior
dependían de la integridad de su fórmula política. De ahí que, mientras
combatían entre ellos, los sectores recién venidos trataran de introducir en aquella
fórmula cambios bruscos y no graduales, buscando debilitar los bolsones de
federalismo y consolidar la quebradura. (Tal vez para evitar eso toda sociedad
fuerte y de existencia prolongada -bien estudiados ejemplos incluyen a Venecia,
Roma y Japón- ha venerado sus tradiciones, aun cuando estas poco tuvieran de
cierto y fueran inadmisibles para personas cultas: esas sociedades cambiaron
muy lentamente sus viejas fórmulas, costumbres consagradas, leyendas y
rituales, tratando con rigor a los racionalistas que las criticaban. Tal fue el
crimen por el que Atenas condenó a muerte a Sócrates, norma general congruente
con el objetivo de sobrevivir como sociedad independiente.) En conocimiento de
este mecanismo, los nuevos sectores incorporados a la clase dirigente local
impusieron deliberadamente un proyecto crudo, de trasplante sin rodeos,
destinado a consolidar la dependencia por vía de cercenar raíces culturales y
mitos fusionantes. Mientras predicaban la incapacidad del criollo para lograr
nada ahora valioso y la consideración de las reacciones antiprogresistas
violentas como reliquia de la "barbarie", que pronto habría de
desaparecer, llevaron adelante una estrategia más amplia de organizaciones para
dañar la influencia de los valores tradicionales, a favor del sistema de
valores seculares del liberalismo. Esto creó espacio suplementario para las
luchas internas de la renovada minoría gobernante.
A
tal fuente de agitación sumóse que el aporte de mercaderías que pacificaba a
los indios terminó al derrocar a Rosas -porque los extranjerizantes las
consideraron pérdida, "subvenciones". Debido al hambre de los indios,
los malones recomenzaron más despiadados que nunca, bajo la conducción de
Calfucurá, Painé, Mariano, Epumer, y demás caciques que habían estado subordinados
al gobierno. Decía el cacique Cipriano Catriel: "Nuestro hermano Juan
Manuel, indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el
Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se
loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de
plata. Mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos, por
la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y
lo desterraron, invadimos todos juntos". Esa
relación de Rosas –quien hasta compuso un diccionario pampa-castellano y
castellano-pampa- era similar a la de San Martín, quien pensaba que los
auténticos dueños del país eran los habitantes originarios de América. Lo
expresaba entre no aborígenes, por ejemplo, con el nombre dado a su
organización política, La Logia Lautaro, que tomaba su nombre de un
guerrero araucano que encabezó la rebelión contra los españoles. Con caciques
pehuenches se reunió al pie de la cordillera antes de cruzar los Andes y les
solicitó permiso porque "ustedes son los verdaderos dueños de este
país". En contraste, Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888, escritor,
militar, político, ilustre masón y presidente argentino de 1868 a 1874), escribía y repetía (El
Progreso, 27 de septiembre de 1844, El Nacional, 25 de noviembre de
1876, 8 de febrero de 1879 y 19 de mayo de 1887): "¿Lograremos exterminar
los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin
poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría
colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos,
porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y
útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al
pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado".
Fue
por tanto una época de intensa agitación, durante la cual José Hernández
defendió la postura de que las provincias no debían permanecer ligadas a las
autoridades centrales establecidas en Buenos Aires. ¿Qué significa esto? Esa
ligadura, defendida por extranjerizantes o "afrancesados"
como Juan Lavalle, Florencio y J. C. Varela, José María Paz, Bartolomé Mitre (1821-1906,
escritor, militar, político, ilustre masón y presidente argentino de 1862 a
1868), Salvador María del Carril (1798-1883,
también masón y vicepresidente de 1854 a 1860) y el citado
Sarmiento entre no pocos otros, expresaba la voluntad de expoliar el trabajo de
las provincias, productor de los alimentos, materias primas y otros bienes
económicos, desde un único centro dominador regional no productivo o mercantil,
Buenos Aires. Su sector dominante ansiaba ser por siempre prebendado social en
un país agroexportador. Esto es, sostenido por siempre como gobierno unitario
(cúspide y completamiento de la pirámide productivo-alimentaria) por grupos
dominantes en las potencias extranjeras en cuyo beneficio obraba, al
entregarles tanto materias primas como clientes nacionales mientras ahogaba
toda industria local que se los quitase o hiciera seria competencia.
Sarmiento
"siguió explicando la naturaleza unitaria e indivisible del poder nacional
argentino, que de hecho ejercía Buenos Aires, por la dirección convergente de
todos los ríos argentinos hacia el puerto único. No vio más que un solo puerto,
en el país que tiene cincuenta puertos mejores que ese, porque lo vio con el
ojo de la política colonial de España. Desconocer ese punto, era desconocer
toda la política Argentina." (Juan B. Alberdi, Facundo y su biógrafo.
La barbarie histórica de Sarmiento, Cap. V, "Lo que no entendió
Sarmiento", Buenos Aires, Plus Ultra, 1964, págs. 74-75).
Tal
colocación estratégica en la pirámide (productiva, energética, o
-equivalentemente- trófica o alimentaria) local, como vigilante cercano a su
cúspide propia previamente cercenada, le permitía oprimir. Esto es: cobrar
ricos "derechos" de aduana y distribuirse contratos (de obras y
servicios) y la "propiedad" de tierras sin deber producir, a cambio,
nada más que la gestión mercante y las políticas que perpetuaban tal dominación
local - tirando tanto la cuerda / que, con sus cuatro limetas, / él cargaba
las carretas / de plumas, cueros y cerda. (118) Pero de ese modo,
transfiriendo geográficamente la utilidad sin admitir siquiera que los
gobiernos de provincias o distritos les restasen ganancia cumpliendo a escala
local (gobierno federal) similar papel (recepcionar, acumular y
distribuir con alguna autonomía la riqueza proveniente del territorio
que conducen), tal gobierno unitario excluye eficazmente a la mayoría de
la población de la distribución de las riquezas materiales y los adelantos
culturales genuinos. Brindárselos a la chusma, piénsase
confidencialmente, sería perder poder y permitirles saciar su pretendido odio
al progreso, el mismo que, según se alega, impide respetarlos como personas y
es la base de su incapacidad para disciplinarse, organizarse y progresar. Por
eso al excluido se lo excluye: "No tiene hijos
ni mujer, / ni amigos ni protetores, / pues todos son sus señores / sin que
ninguno lo ampare. / Tiene la suerte del güey… / ¿Y dónde irá el güey, que no
are?" (235) Por eso al excluido debe disciplinárselo: "Para él son los calabozos, / para él las
duras prisiones. / En su boca no hay razones / aunque la razón le sobre, / que
son campanas de palo / las razones de los pobres." (239)
Nótese que, desde ese concepto acerca de los excluidos, oprimirlos y
explotarlos es buena obra. Tal creencia es importante para desempeñar y
mantener en el tiempo esa colocación estratégica, en la pirámide.
Quienes
realizan esa buena obra no podrían creerse inicuos ya que, según piensan, como
civilizados tienen la obligación humanitaria de imponer a los dominados su
voluntad ordenadora. Detectan muy bien las poblaciones que podrán plegar a ello
con menor esfuerzo, esto es, las poblaciones más sensibles a la coerción
social, generadora de todo emprendimiento laboral suplementario; y, allí donde
los nativos resultan refractarios y su disciplinamiento mental insuficiente,
abrazan el proyecto alienado y alienante de reemplazarlos por sangre
"superior" – fomentando junto con su engrandecimiento material, el
indiferentismo político. Sarmiento, "civilizador a cañonazos y a
bayonetazos" (A. Peyret, Cartas
sobre la intervención a la Pcia. de Entre Ríos; Bs.As.,
1873) durante cuya presidencia Hernández debió exiliarse, quería una Patagonia
galesa; y en una carta del 1º de abril de 1868 se ilusionaba, "Con
emigrados de California se formará en el Chaco una colonia norteamericana;
puede ser el origen de un territorio, y un día de un Estado yanqui. Si
conservan su tipo cuidaré de que conserven su lengua." Saben así hacer
"grande a la patria", a la cual conciben como su personal grupo local
de referencia -los demás no son gente sino barbarie, que sólo cuando se la
educa recibe el alma… un alma confundida con sus contenidos mentales y siempre
que estos sean políticamente correctos- o bien los dominadores foráneos, entre
quienes se fantasean ellos mismos integrados. Uno de tales, archiplatonista,
pasando por bardo publicaba en 1981,"¿Cómo
invocarte, delicada Inglaterra? / Es evidente que no debo ensayar / la pompa y
el estrépito de la oda / ajena a tu pudor. / No hablaré de tus mares que son el
Mar, / ni el imperio que te impuso, isla íntima, / el desafío de los otros. /
…. / Aquí estamos los dos, isla secreta. / Nadie nos oye. / Entre los dos
crepúsculos compartiremos en silencio cosas queridas."
Sarmiento
y Mitre, coligados para reescribir la historia argentina y enclavar una versión
desinformativa única en la enseñanza pública, partidos liberales y sectores
"progresistas"; sus mentores y sucesores, sus subordinados y sus
mandantes, estaban sinceramente convencidos de que esa imposición -cuya
violencia había de disimularse más, o bien menos, según interlocutores y
circunstancias - era algo justo y necesario. Look, what I want is to get
things done: Well, or badly, but to get them done! ("Las cosas, hay
que hacerlas… ¡Bien, o mal, pero hay que hacerlas!") fue un motto
para Sarmiento. Les hubiera sido imposible creer que obraban por egoísmo:
abrigaban la convicción sincera y profunda de sus méritos y de los servicios
por ellos prestados a la causa "común", es decir compartida en sus
minoritarios grupos de referencia. Consideraban que ellos y sus grupos de
referencia también trabajaban, poniendo orden con la espada, con la pluma y la
palabra; y a esos grupos de referencia el beneficio egoísta les parecía justa
recompensa por el trabajo ordenador de su parte, que ellos mismos valoraban
para sí mismos.
Puestos
a autovalorarse, no es de extrañar la notoria generosidad financiera con que
siempre le pusieran a tal trabajo civilizador un precio en enorme exceso sobre
el trabajo productivo: la ley del embudo. Pero, siendo imposible
respetar como personas a los excluidos, nada limitaba tirar de la cuerda y
acaparar fortunas. En Buenos Aires lo
sintetizaba Francisco F. Fernández en su ficción Solané (1873): "¡Civilización de bayonetas y
cadenas! Civilización liberticida y corruptora, amasada con injusticias
impunes, encomiadas por periódicos versátiles y cínicos, vendidos al oro
manchado del mercenario inconsciente o sin pudor; civilización fatal, trampa
artificiosa, cuyas piezas maestras son gobernantes arbitrarios con los
débiles, cobardes con los fuertes, sin noble carácter, sin elevada
política…" Como resultado, sostener el yugo y morir en la miseria intelectual es
el proyecto de vida que esa sociedad ofrece a quienes no advierte motivo para
respetar en su desarrollo, en sus necesidades del alma y del cuerpo. No se
distingue entre nativo, gaucho, o la hez de los suburbios (V. F. López), como
no deja de corear el mencionado bardo cortesano ("la barbarie no solo está
en el campo sino en la plebe de las grandes ciudades y el demagogo cumple la
función del antiguo caudillo, que era también un demagogo.")
Comenzaba la "conquista del desierto", y
el gaucho, perseguido y cazado por medio de la ley contra la
"vagancia", fue llevado a los fortines para combatir a los indios.
Esta "ley de vagancia" consolidó su vasallaje, ya que exigía "la
papeleta" certificatoria de que el gaucho trabajaba, firmada por un patrón
que lo empleara. Se veía así obligado a "conchabarse" en alguna
estancia (hacer aceptar su trabajo, en general muy duro) por la sola comida,
sumando si tenía suerte algo de trago (vino o ginebra) o monedas con
valor de premio, para que al detenerlo la policía sin certificado no lo
remitiese a las milicias de frontera por "delito de vagancia".
Recuerda E. B. Astesano (Martín Fierro y la justicia social, Ed. Relevo,
Bs. As. 1963, p. 47) que "Raul Roux, en un artículo sobre el tema, 'Por
vago y mal entretenido' define el concepto de 'vago' al finalizar el período
rivadaviano: 'Vago era el paisano que no tenía propiedades; vago el que se
emborrachaba sin ser propietario; vago el que no tenía boleta de conchabo; vago
el que teniéndola, estaba vencida; vago, el que teniendo la boleta transitaba
la campaña sin licencia del Juez territorial, por lugares que no constaran en
la boleta; vago, en fin, el que lo fuera según el criterio del Juez de Paz, o
del alcalde de barrio'." Así, dándole un medio de eludir la esclavitud, se
inducía y se conseguía su laboriosidad, evitándose que se extralimitara y se
tornara emprendedor.
Esto último era necesario, porque los medios
tributarios (impuestos) eficaces para expoliar una masa de emprendedores aún no
tenían consolidación posible. A ese fin al gaucho laborioso y emprendedor, aun
permitiéndosele levantar rancho, formar familia (que reproduciría estos nexos)
y "llevar su condición" sin exclusiones dentro de su propia cultura,
se le negaba acceso a acumular riqueza trabajando la tierra para sí. Sólo podía
trabajarla para propietarios. Y él era paisano, parte del paisaje; no legal
dueño, consensuado por la minoría gobernante cuya administración (Estado)
le expidiese título acreditante. De este modo, a menos de alzarse como
"gaucho matrero" el paisano venía a formar mano de obra casi
gratuita, lo que la riqueza alimenticia de la pampa y las explicaciones de la
fórmula política hacían soportable: andaban "mal pero acostumbráus…"
La situación empeoró mucho tras el punto de
inflexión política que fue el derrocamiento de Rosas (1852) en la batalla de
Caseros. Para muestra de los criterios políticamente correctos el 13 de
septiembre de 1859 nos ilustra otra vez Sarmiento, discurseando así en el
Senado de la Provincia de Buenos Aires: "Si los pobres de los hospitales,
de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se
mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un
insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin
necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que
no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la
sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer".
Y, ya presidente del Estado, sobre el Paraguay expresaba a su aliado el
anterior presidente Mitre, en carta de 1872: "Estamos por dudar de que
exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y
esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la
barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han
muerto 150 mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de
españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie
[...]. Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan
miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un
tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra
de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que
librarse".
En el Martín Fierro se elude mencionar
identificatoriamente la criminal invasión al Paraguay (1865-1870, conducida en
la Argentina por los presidentes Mitre y Sarmiento), instrumentada del lado
brasileño con esclavos negros y del lado argentino y uruguayo con similares
levas de gauchos. La cuestión es que "Él
anda siempre juyendo, / siempre pobre y perseguido; / no tiene cueva ni nido /
como si juera maldito. / Porque ser gaucho…¡carajo! / El ser gaucho es un
delito." (230) Es el proyecto existencial opresivamente
dispuesto para quienes no importan como personas, sino por su solo rol
económico (como anexo, cuando la fórmula política es representativa también sirven
pa' votar), al que los mismos dominadores ponían dicho precio, injustamente
modesto y complementario inverso del plus-precio puesto para sí mismos
al autovalorar su propio trabajo ordenador.
Revisemos
ese des-precio al populacho, central para entender autor y obra.
La vida del Hernández de carne y hueso, igual que la del arquetípico
protagonista del poema, es un remolino en torno a un error. El uso de bienes de
cambio (esto es, de cualquier forma de dinero -que permite sacar bocado
ya que no fue creado para facilitar el trueque, como pretendía la economía
clásica, sino para ganar en el cambio) media o vehiculiza esta transferencia
injusta de recursos (esto es, de trabajo realizado por otros, de tiempo y
energía ajena, o capacidad ajena de efectuar trabajo en la producción de bienes
cuya escasez demanda tal esfuerzo humano, lo que biológicamente permite
describir todo el proceso como una elongación intraespecífica de la cadena
trófica) hacia minorías en cuyo provecho económico se ejerce la coerción
social, generadora de todo esfuerzo suplementario. Esas minorías, a su vez, se
ven obligadas a excluir del desarrollo espiritual y material a sus dominados: no
avivar giles, que se vuelven contra, reza el adagio.
En
efecto, habiendo descartado de plano la posibilidad de que, en reciprocidad,
los oprimidos colaboren no para mal de ninguno
sino para bien de todos, permitirles progresar y crecer como personas se
imagina sólo como aflojarles, como dar armas a esclavos y facilitar que
los solivianten o se rebelen (inutilmente, ya que asimismo se imagina que, por incivilizados,
recaerían enseguida en similar expoliación). "Y se
hallan hombres tan malos / que dicen de güena gana, / 'El gaucho es como la
lana, / se limpia y compone a palos'." (1036) Es la guerra, aunque -como Mitre y Sarmiento lo
expresaban- esta denominación debe silenciarse, aun más la de autodefensa. El
cambio de carátula tiene por fin ilegitimar como levantisca insurgencia toda
reacción que intente cambiar el enajenador proyecto dominante: tiene por fin
confundir toda agitación reactiva con las violencias promovidas por bandolerías
egoístas y cacicazgos ambiciosos. Esta dominación de las autoridades centrales
expresaba, pues, fratricida violencia, que mientras había afuera espacial (esto
es, antes de la mundialización de los intereses) habría de debilitar una nación
en beneficio de "los de afuera" y sus asalariados locales. Entre la
producción en las provincias y el consumo, regional o tras exportación, e
incluso el reconsumo (por ejemplo de lanas, que volvían tejidas y formando ropa
confeccionada en Inglaterra por deliberada insuficiencia de la industria
local), la ganancia agregada era mucho mayor que el valor de uso agregado: la
ley del embudo. La riqueza local, ansí … liviana, va mermada, por
supuesto: el mismo esfuerzo de trabajo recibe muy diferente remuneración en
los diferentes tramos de la cadena. Y sufren tanto bocao / y hacen tantas
estaciones, / que ya casi no hay raciones / cuando llegan al pueblo
pauperizado.
1026
Dicen
que las cosas van
con
arreglo a la ordenanza.
¡Puede
ser! Pero no alcanza.
¡Tan
poquito es lo que dan!
1027
Algunas
veces, yo pienso
y es
muy justo que lo diga,
sólo
llegaban las migas
que
habían quedao en los lienzos.
1028
Y
esplican aquel infierno
en que
uno está medio loco,
diciendo
que dan tan poco
porque
no paga el Gobierno.
El
pretexto, la "explicación" o "mediación ideológica", era
esencial para justificar ese despojo y mantener la supremacía.
"De los males que sufrimos / hablan mucho los puebleros, / pero hacen
como los teros / para esconder sus niditos: / en un lao pegan los gritos / y en
otro tienen los güevos." (366) En efecto, no con menor eficacia la
pluma y la palabra acompañan a la espada. Para muestra, la célebre
"descripción" de José Artigas por Sarmiento: "Un bandido,
un tártaro terrorista. […] Jefe de bandoleros, salteador, contrabandista,
endurecido en la rapiña, incivil, extraño a todo sentimiento de patriotismo,
famoso vándalo, ignorante, rudo, monstruo, sediento de pillaje, sucio y
sangriento ídolo." Bien lo reconocía otro poeta, Carlos Guido Spano
("Fray Supino Claridades", 14 de marzo de 1858) que en la
revuelta de 1880 organizaría junto a Hernández el auxilio de los heridos de
ambos bandos: "Una cebra como el viento / corría y estercolaba. / ¿Y,
sabes lo que arrojaba? / Artículos de Sarmiento".
Lo central de tal mediación ideológica (o
"derivación", en el sentido de Pareto) consistía en el argumento
del progreso. En la medida que tal "progreso" o
"cambio" sea espurio (por tener valor en una tabla de valores basados
en que la gente no importa, no obstante lo cual se lo trata de vender a
la misma gente como si fuera su progreso propio, presentándoles su
ventaja en la escala individual y sacándoles de la vista su dependencia en la
escala global de la violencia, que torna la paz no sólo imposible sino
económicamente indeseable) ese concepto constituye un elemento de social
engineering o ingeniería social facilitadora de la coerción.
Se
trata, pues, de mind control y programming o esclavitud por
disciplinamiento moral que, en vez de liberar, facilita la opresión,
persuasivamente martilleado por la prensa, la "enseñanza", actos
públicos y homenajes, y figuras que por medio de exclusiva admiración mutua,
profesada en público, terminaban tornándose prestigiosas sin motivo valedero.
El ya citado entre ellos, cuyos cuescos entintados -fileteados con toda
malicia- siguen mereciendo de afuera toda loa, disparataba en 1979 en la Feria
del Libro de Buenos Aires, "El nacionalismo es el mayor mal que puede
aquejar a una sociedad". O, siga el corso - resistir es perverso.
A
tal psicovirus acompaña siempre la descripción de los excluídos como
bárbaros, como noche de ignorancia, como desierto, lo que indica
tres suposiciones: su irredimible incivilidad, su necesidad de contención
externa (por la que los civilizados tienen derecho e incluso dicha humanitaria
obligación de imponerles su voluntad ordenadora), y -aun mucho más grave- su
amenazante rencor social ínsito y constitutivo, que los haría incapaces de
colaborar en un mundo mejor donde todos se
necesiten y se complementen mutuamente. Explotarlos aparece pues como forzoso. Con tal
ardid intelectual, las potencias europeas y sus representantes en los gobiernos
locales se presentaban como la civilización, el
progreso y primer mundo, mientras el proyecto de vida provinciano
coincidía en ser tildado de barbarie y debía cambiar – no para progresar sino a
favor ajeno, por cierto, desintegrando todo obstáculo
contra ello con violencia. Tal violencia es siempre impositiva o forzosa, y
única, pero su nivel energético desciende cuando reducir su costo o ciertos
daños colaterales lo aconseja, tornándose violencia ostensible, por ejemplo la
de la artillería, o bien aterciopelada, por ejemplo prensa, "medios",
"educación", legislación opresiva. Es así posible la guerra de
terciopelo, la guerre de velours (Rifat): "La ley
es tela de araña, / en mi inorancia lo esplico. / No la tema el hombre rico, /
nunca la tema el que mande, / pues la ruempe el bicho grande / y sólo enrieda a
los chicos." (1092). Tal barbarie, como el hijo
de Fierro, necesitaba pues la dirección y tutela del viejo Vizcacha, rol del
gobierno regional unitario, mientras la herencia de su tía la aprovecha el
designante y sostén de ese tutor, en el caso los grupos dominantes de las
potencias extrarregionales. Diría
Juan Bautista Alberdi, "Lejos de ser las
campañas argentinas las que representan la barbarie, son ellas... las que
representan la civilización del país, expresada por la producción de su riqueza
rural [...]. El obrero productor de esa riqueza, el obrero de los campos, es el
gaucho, y ese gaucho a que Sarmiento llama bárbaro, comparable al árabe y al
tártaro del Asia arruinada y desierta, representa la civilización mejor que
Sarmiento, trabajador improductivo, estéril, a título de empleado vitalicio....
Él es el que representa la pobreza, más vecina de la barbarie, según la ciencia
de A. Smith, que el trabajo independiente del obrero rural." (Op. cit.
pp. 26-7). Y agregaría (Obras Completas,
IV, pág. 69), "La localización de la civilización en las ciudades y la
barbarie en la campaña, es un error de historia y de observación, y manantial
de anarquía y de antipatías artificiales entre localidades que se necesitan y
complementan mutuamente". Error, pues, interesado en dividir y debilitar
las sociedades en que se lo inserta, error antropológico de no ver a la gente
como gente, error de pretender que las cadacualteces (el ser cada uno no-otro)
sólo son ilusoria evanescencia (epifenómeno) y su diversidad no modifica
lo real, error proveniente del miedo y del odio que genera a su vez más miedo y
odio (y en nuestros días, búsqueda de reducir eficazmente la población
mundial).
Cazadores mercenarios de nativos en la Argentina a la vuelta del siglo
XX. Bajo los pies de Popper (erguido), el cadáver de uno de los onas
asesinados.
Esa
capacidad regeneradora, multiplicativa o reproductivista es lo que permite a
las consecuencias de ese error cambiar de escala y escalar a la demografía de
la población humana completa. ¿Cómo se dinamiza ese cambio de escala? Ello ocurre
en las luchas humanas por el poder -en la actividad llamada política- en
el más simple de sus mecanismos, uno tan sorprendentemente simple y obvio que,
a primera vista, pareciera que nada se gana con considerarlo en mayor detalle
ni ofrece, a la ciencia política, más profundidad para explorar. En efecto: las
consecuencias de ese error escalan a la población humana completa simplemente cuando
las facciones perdidosas buscan apoyo de poderosos externos, incluso de
quienes hasta poco antes habían sido sus adversarios.
Tal
mecanismo es general. Pero el afuera tiene un límite y los odios chicos, así
alimentados y exacerbados por la procuración de aliados grandes, sostienen una
red de alianzas adversarias, que se complejiza cada vez más y se extiende cual
mancha de aceite a la humanidad toda. Todos sus miembros han de morir, pero en
vez de dedicar sus recursos a la vida los dedican mayoritariamente a la
violencia - y viven de ello, tornando la paz económicamente indeseable, aunque
no podrían creerse inicuos ya que lo estiman buena obra.
Viejo
y repetido error, este, es el que articula la madeja que Fierro intuía y juraba
deshacer (185). Quienes exacerban resentimientos y venganzas, incluso locales,
no tienen idea del monstruo que plasman en otra escala, obviamente fuera de su
perspectiva. Pero aunque la naturaleza humana sea de mala índole, ese monstruo
no es absolutamente indomable. La cuestión empieza por hacerlo entrar en
perspectiva y esto, que en nuestros días va apenas comenzando el camino de su
generalización, era aun mucho más problemático en tiempos de Hernández. Hoy,
que ese error ya ha alcanzado a estructurar por la violencia egoísta a la
humanidad completa (globalización de los intereses), es más fácil de
percibir que antes, con los solos señalamientos que llegaban desde el Egipto
más antiguo, China e India, Galilea, el Popol Vuh o Gandhi entre otros. Si la
fortuna diera tiempo, si a fin de cuentas no ocurriere la fatídica eliminación
de excedentes demográficos que no pocos creen de su interés (pensando que el
mercado mundial financiarizado a ultranza alcanzaría estabilidad si sólo
existieran menos de mil millones de buenos consumidores que a la vez fueran
productores capital-intensivos, y creyendo que como civilizados tienen la
humanitaria obligación de eliminar al resto, acortando sus miserables vidas),
en pocas décadas y pese a la deseducación en marcha aquel error será de
conocimiento tan general como llegó a serlo la esfericidad de la Tierra entre
quienes jamás la vieron desde lo alto.
Entonces,
tal como es ya imposible ocultar la redondez del globo (que tampoco vemos a
nivel del suelo), será imposible vender como "progreso" una sociedad
en que la gente no importa, sacando de la vista que en la escala global tal
sociedad depende de la violencia, lo que torna la paz económicamente
indeseable. Esta divulgación de un dato cognoscitivo no tiene, claro
está, consecuencias automáticas. A pesar de que el objetivo primordial de las
elites de todo nivel (internacional, patrio, o pueblerino) es mantener su propio
poder y privilegios, el régimen de cada elite coincide a veces más y a veces
menos con determinados intereses particulares de la no-elite a la cual domina.
Esta particular comprensión, la de que una sociedad global en que la gente
no importa torna la paz económicamente indeseable, hace factible que en
algunos casos su régimen pueda coincidir un poco más con los intereses
particulares de la no-elite; pero ello en concreto depende de otro entretejido
de circunstancias históricas. No está mediado por un imaginario valor
socioeconómico de la verdad ni, aun menos, por una supuesta bondad de la gente.
"La organización social impone una restricción recíproca a los impulsos de
los individuos humanos y por lo tanto hace de ellos criaturas mejores, no mediante
la destrucción de sus instintos perversos, sino acostumbrándolos a dominar esos
instintos", prevenía Mosca con el vocabulario de 1923. Las dificultades
sociales no se superan socraticamente, por virtudes internas de un nuevo
conocimiento particular que se difunda. Lo que en este caso ocurre es que el
conocimiento de este hecho acerca del comportamiento político haría más
problemático el logro de los intereses de los poderosos, generándoles un costo
evaluable que podría neutralizarse aumentando el "cuidado" que
reclamaba Hernández.
Lo
relevante es que esta comprensión no podrá ser desatendida por la minoría
gobernante tomándola por mito político, fantasía ad usum populi. Al
contrario, la misma minoría gobernante advertirá su necesidad de ese cuidado
extra hacia la mayoría gobernada si este cuidado se va instilando,
progresivamente, como medio eficaz para mantener con menos costo su dominio -
dominio siempre seguro, claro está, pero más estable en la medida en que,
precisamente por la eficacia de ese cuidado extra, sea progresivamente incapaz
de engendrar episodios de secesión interna, elementos de perturbación u
hostilidad militante como el caso de Hernández (un Martín Fierro que, pese a la
senaduría conferida a su autor, ya había escapado de sus manos, aunque sin
consecuencias políticas porque, como el gaucho real ya se extinguía, su
arquetipo pudo curricularizarse inofensivamente). Por tal camino, en lo global
se reducirá el miedo primero y así se achicará también el odio, al que, en
cambio, en las mayorías coerciona la forma más suave de violencia, recién
mencionada - la ley.
De
adelantar el proceso, el lobo humano terminará por domesticarse, adaptándose a
la realidad de su ambiente al visibilizarse la inconveniencia del homo
homini lupus para la clase dominante. Pequeño cambio de actitud, colosal
novedad, cambio de escala, fecundación mutua de las perspectivas macro y micro
al mediar entre ellas no ya mera contemplación sino un mecanismo causalmente
eficiente: la aceptación por las mayorías del inevitable dominio,
reconvirtiendo gran parte del gasto en violencia en bienes de otro uso, haría
que nuevos bienes sean menos escasos o dejen de serlo, consensuando más aquel
dominio en proceso autosostenido. Colaborar equivale a una fuerte inyección permanente
de energía en el sistema económico. Y no exige cambiar roles entre opresores y
oprimidos o redistribuir los privilegios. ¿A qué matar a los excedentes
demográficos, si su supervivencia es menos costosa y su desarrollo colaborativo
en efecto diversifica los recursos intelectuales de la especie? ¿A qué tirar
tanto de la cuerda suprimiendo productos, si el mecanismo de precios ya no
lo requiere? La guerra no nace de la escasez sino del exceso. En tal escenario,
real aunque todavía apenas vislumbrado entre los que mandan, si la fortuna
diera tiempo aún cabría ilusionarse: los humanos pueden revalorizar sus
objetivos. Con lo cual a los gobernantes les sería políticamente factible hacer
lo que no pueden ahora: podrían encuadrar su cálculo de costos individuales en
perspectiva realmente global, podrían educar su semoviencia para respetar a
toda persona ya que eso conviene a cada uno – aunque los motivos inmediatos de
tal acción, en descripción política, sean estos y no los del valor intrínseco,
que sólo aparece en el discurso ontológico y axiológico o moral. Tal vez, tras
el fárrago de la desinformación, laborando por ensanchar las perspectivas nos
aproximemos a ello en nuestros días. En los de Hernández, aun las elites
mantenían una perspectiva de sus conveniencias muy distante de la globalidad y
eso dejó creer que la dinámica del capital se emancipaba de la de sus
colocadores, que el monstruo era absolutamente indomable.
Las
consecuencias de dicho error afectaron toda la existencia de José Hernández. La
lucha política caracterizó su vida. Ya a los dieciocho años, en 1853, José
combatía en Rincón de San Gregorio reprimiendo el levantamiento del coronel
rosista Hilario Lagos contra el gobierno de Valentín Alsina. A la par blandía a
iguales fines otra arma, el don de la elocuencia, una de sus características
más notables, que ayudada por una memoria fuera de lo común se destacaba en los
versos y discursos que era capaz de improvisar, en reunión de amigos. En 1856
inició su labor periodística en La Reforma Pacífica, órgano del Partido
Federal Reformista al que adhirió. En junio de 1857 falleció don Rafael, su
padre; en el juicio sucesorio consta que «lo mató un rayo arreando una tropa de
hacienda en el campo» bonaerense. En 1858, a su edad de veintitrés años, tras
haberse batido a duelo con otro oficial, abandonó las filas y junto a varios
opositores al gobierno de Adolfo Alsina había emigrado a Paraná, Entre Ríos.
Allí en 1859 y 1860 integró el Club Socialista Argentino y ese último año
publicaría dieciocho artículos polémicos en El Nacional Argentino. En
1861 ingresaría a la logia masónica Asilo del Litoral y desde 1862 sería
su Secretario, aportando a sus actos una retórica llamativa por la ausencia del
tópico del progreso con desprecio a lo telúrico.
Intervino
Hernández en la batalla de Cepeda y también en la de Pavón, en el bando
comandado por Justo José de Urquiza y García (1801-1870, presidente de 1854 a
1860), “El grande y buen amigo” según el emperador brasileño Pedro II; es
decir, el general en jefe de los ejércitos de la Confederación que en 1852 ya
había acordado con los europeizantes brasileños traicionar a Rosas y logró
derrocarlo ("A vitória desta campanha é uma vitória do Brasil, e a
Divisâo Imperial entrará em Bs As com todas as honras que lhe sâo devidas…",
Manuel Marques de Souza, vizconde de Porto Alegre), tras lo que Urquiza empero
se arrepentiría. Nueve años después, en Pavón, otra vez Urquiza traicionaría a
su propio bando federal por colusión de conducciones partidarias, retirando de
la batalla sus tropas triunfantes - lo que no impidió a los
"triunfadores" martillearlo como evidencia del argumento del
progreso: "Pavón no es sólo una victoria
militar, es el triunfo de la civilización sobre los elementos de guerra de
la barbarie…la tumba de la caballería indisciplinada… La base de nuestro
poder es la infantería, que es la que nos ha dado el triunfo y la única capaz
de completarlo." (Bartolomé Mitre, carta del 22 de septiembre de
1861 al Ministro de Guerra, Gelly y Obes).
Ilustra adicionalmente el panorama un comentario de
José María Rosa (Historia Argentina v. 6, pp. 407/8), sobre la matanza
de Cañada de Gómez del 22 de noviembre de 1861): "Con el 3° cuerpo
porteño, Flores… cae por sorpresa sobre la desprevenida División Buenos Aires y
los restos del ejército federal. Muchos porteños federales (entre ellos José y
Rafael Hernández …), están en la División… El horrorizado Gelly (ministro
mitrista) hace ascender a 300 los muertos… Los extranjeros de la Legión Militar
de [Hilario] Ascasubi [quien contrató para la infantería de Mitre a mercenarios
italianos y el bardo antinacional antes citado imaginaba 'cantando y
combatiendo los tiranos del Río de la Plata], fueron los más entusiasmados
en degollar criollos dormidos."
"¡Y es necesario aguantar / el rigor de su
destino! / El gaucho no es argentino / sino pa' hacerlo matar." (1033) Sarmiento recomendaría en carta al presidente Mitre
del 24 de marzo de 1863, "Sandes … está… por llegar a La Rioja … Si mata
gente cállese la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé
qué se obtenga con tratarlos mejor." Con tales medios se promovería en el
Río de la Plata una multitudinaria inmigración internacional, el ferrocarril y
la unificación y consolidación definitiva del Estado, progresos
disputados no sólo por intereses de clase o sector sino, ante todo, por sentir
a la gente irremplazable y considerar la integridad de la anterior fórmula
política esencial para la supervivencia del tejido social. Respecto a esto
último, ya se comentó que los estados de larga duración cambiaron con mucha
lentitud sus viejas fórmulas, tratando con rigor a los racionalistas que las
criticaban por su escaso valor de verdad sin percibir el rol social de las
tradiciones (memento Socrates). Nada similar sentían ni percibían estos progresistas
locales. En el desfavorable escenario, José Hernández se dejó tratar de rosista
("rosín", aunque no lo era exactamente, sino federal), epíteto
que equivalía a la muerte civil; y prosiguió su labor periodística en El
Argentino, con una serie de artículos donde condenaba el asesinato de
Vicente Peñaloza, publicados como libro en 1863, bajo el titulo de Vida del
Chacho. Entre sus frases se recuerdan estas: "ASESINATO ATROZ. El
general de la Nación Don. Ángel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en
su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de
los Virasoro, Ayes, Rolta, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12
del actual. El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la
carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre"… "¡Maldito!
¡Maldito! ¡Mil veces maldito el partido envenenado con sus crímenes, que hace de la República Argentina el
teatro de sus sangrientos horrores! … La víctima es también aquí el gaucho en
la figura venerable y heroica de Angel Vicente Peñaloza".
Sólo
teniendo presente la grave situación puede interpretarse la vida de José
Hernández. Como muestra de esa situación, a tres
días de la nueva traición al gaucho perpetrada con la defección del general
Urquiza en Pavón, que regaló el triunfo a los unitarios europeizantes,
Sarmiento había escrito a Mitre la notoria carta del 20 de septiembre de 1861,
diciéndole "No se crea infalible…tenemos patria y porvenir… No trate de
economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre es lo único que tienen de humano… Necesito ir a las provincias,
usted sabe mi doctrina… y deseo, ser el heraldo autorizado de Buenos
Aires". Sigue cuatro días más tarde: "Tengo odio a la
barbarie popular […]. La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil […]. Mientras
haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de
poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y
forman una división entre la ciudad culta y el pueblo […] Usted tendrá la
gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta
aniquilando el levantamiento de las masas". Y el presidente Mitre, en
carta del 30 de marzo de 1863 a Sarmiento designado Director de la Guerra de
policía, le expresaba: "Digo a Vd. en esas
instrucciones que procure no comprometer al Gobierno Nacional… no quiero
dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de una guerra civil. Mi idea
se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. La
Rioja es una cueva de ladrones que amenaza a todos los vecinos y donde no hay
gobierno que haga la policía. Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles
el honor de considerarlos partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al
rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo." Sarmiento
mismo lo comenta en sus Discursos Parlamentarios en el Senado, sesión
del 13/7/1875, sobre los fundamentos jurídicos que justificarían cierta desprolijidad
en su actuación como Director de la Guerra de Policía: "Está establecido
en este documento, en derecho, la guerra a muerte. Éste es el derecho de
gentes: la guerra civil establece los derechos de los sublevados a ser tratados
con las consideraciones debidas al prisionero de guerra… Cuando a ciertos
hombres no se les concede los derechos de la guerra, entran en el género de los
vándalos, de los piratas, es decir, de los que no tienen comisión, ni derecho
para hacer la guerra… y por la propia seguridad… es permitido quitarles la vida
donde se les encuentre." (Obras de Sarmiento Ed. 1898, t. XIX, pág.
292/293). Oportunamente había escrito a Mitre, el 14/11/1863, "Después de
mi anterior llegó el parte de Irrazábal de haber dado alcance a Peñaloza y
cortádole la cabeza en Olta, extremo norte de los Llanos, donde parece que
descansaba tranquilo. No sé que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo,
inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados, aquí he
aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel
inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían
convencido en meses de su muerte." (D. F. Sarmiento, Correspondencia,
pag. 230).
El 8 de junio de 1863 José Hernández contrajo
matrimonio en Paraná con Carolina Rosa González del Solar de la Puente, con
quien tuvo ocho hijos (Isabel Carolina Hernández González del Solar, nacida en
Paraná el 16.3.1865; Manuel Alejandro nacido en Paraná el 6.11.1867; María
Mercedes, nacida en Paraná el 24.9.1868, Margarita Teresa, nacida en San
Martín, Buenos Aires, el 28.5.1871, Juan José, María Josefa, nacida en Buenos
Aires el 20.6.1876, María Teresa, nacida en San Martín el 24.10.1877, y
Carolina, nacida en Buenos Aires el 7.4.1879). Como se mencionó, el principal
medio de vida para mantener su hogar fue la compra-venta de campos y la
comercialización de ganado con capital propio, sin excluir algún salario
público. Esos años los describe bien la Proclama de Felipe Varela, de
noviembre de 1866, "Muchos de nuestros pueblos han sido desolados
saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio:
Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazábal y otros dignos de Mitre…
¡Cincuenta mil víctimas dan testimonio flagrante!…¡Abajo los infractores de la
ley! ¡Abajo los traidores a la Patria!.." Faltaba el genocidio del Paraguay,
otro de los pueblos de la Patria Grande, ya iniciado por entonces.
Antes
de romper con el acaudaladísimo ex presidente Urquiza, José Hernández le
escribe, el 16 de febrero de 1868, "Los
Hernández no han sido traidores jamás. En los últimos años que no han sido
de flores para nosotros, podría haber buscado un refugio en las filas
opuestas, pero nadie me ha visto vacilar en mi fe política, desertar de mis
compañeros, desmayar en la lucha, ni pedirle a los enemigos ni un saludo,
ni un apretón de mano ni la más ligera consideración. No habrá quizá un solo
enemigo que abrigue esperanzas de una apostasía de mi parte". En ese
mismo año de 1868, Hernández que desde el año
anterior integraba en Corrientes la logia masónica Constante Unión donde
en 1869 llegaría a ser Maestro, dirigió el diario El Eco de
Corrientes, dictaba clases como profesor de gramática, promovía desde La
Capital a la ciudad de Rosario como capital del país y un año más tarde
escribía en El Río de La Plata. Desde esas columnas periodísticas se dedicó
a la defensa de los gauchos, denunciando los abusos cometidos por las
autoridades de la campaña y refiriéndose a las cuestiones del paisano y de la
tierra, políticas de frontera y el indio, temas que articularía literariamente
en el Martín Fierro. Urquiza, referente de Hernández hasta la traición
en Pavón, escribiría el 3 de marzo de 1870, "Toda mi vida me atormentará
constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el
modo en que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con
la misma vara y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis
esfuerzos y gravísimos errores, he colocado en el poder." Así fue. Por su
parte Hernández participó en Entre Ríos en la última gran rebelión gaucha, un
fallido levantamiento militar contra el gobierno -de Sarmiento, ya presidente
de 1868 a 1874- liderado por López Jordán, inspirador del asesinato de Urquiza.
El intento de revuelta fracasó en 1871, con la derrota de los gauchos y el
exilio de Hernández y López Jordán a Santa Ana do Livramento, en Brasil. Allí
permaneció desde abril de 1871 hasta principios de 1872; viajó a Uruguay y más
tarde regresó a Buenos Aires, amparado en una amnistía de Sarmiento. Residió en
la calle Talcahuano y luego en el Gran Hotel Argentino de Rivadavia y 25 de
Mayo, mientras su familia se ausentó a una estancia de Baradero para escapar de
la fiebre amarilla. A mediados de 1873 López Jordán invadió Entre Ríos; el
gobierno de Sarmiento puso precio a su cabeza y la de sus colaboradores. Hernández
como tal buscó refugio nuevamente en Montevideo, donde el 1° de noviembre
reinició sus tareas periodísticas en La Patria, que dirigía Héctor Soto
- hijo de Juan José Soto, el editor de La Reforma Pacífica, periódico en
que Hernández iniciara sus lides de prensa. El 9 de diciembre López Jordán fue
derrotado, pero el 10 de marzo de 1874 Hernández publicó en La Patria un
manifiesto redactado por él, donde se revaluaba la postura jordanista. En
agosto de 1874 compartió con Soto la dirección del periódico y, tras un breve
paso por Buenos Aires, regresó a Montevideo y asumió la dirección y redacción
de La Patria.
Mientras
había estado proscripto por el presidente Sarmiento, pero de regreso a Buenos
Aires, escondido frente a la mismísima Casa de Gobierno en el Gran Hotel
Argentino, en el papel de estraza de una pequeña libreta de pulpería terminó de
pasar en limpio algunos poemas de amor y los siete cantos y medio que se
conservan de la primera parte del El Gaucho Martín Fierro. Su
protagonista se llama Martín en honor de Martín Güemes, caudillo gaucho
que detuvo a los realistas en el Norte mientras San Martín, con el apoyo de
Pueyrredon, lograba salir de campaña por el Oeste, cruzando la cordillera en la
guerra de la Independencia de la América del Sud. Esa primera parte es
lo que se conoce como "La ida", publicada en forma de entregas por el
diario La República a partir del 28 de noviembre de 1872 y editada
simultáneamente, desde diciembre, por la Imprenta La Pampa con la carta del
autor a su amigo y editor, José Miguens. La mencionada libreta, entregada por
el mismo Hernández a una dama amiga en San Juan, es posiblemente un segundo
borrador ya que las tachaduras y correcciones no son demasiadas; el original
completo entregado al impresor, con las modificaciones finales, parece perdido,
pero no hay motivo para suponerlo más suntuoso. Por la fuerza expresiva de su
lenguaje, rico en imágenes tomadas de la realidad, la historia de las
desventuras de Martín Fierro se incorporó a la tradición popular y se convirtió
en el poema épico nacional y popular por excelencia, profunda y peligrosamente
arraigado hasta hoy en la memoria colectiva nacional. "Apenas aparece el
poema puede advertirse su éxito entre el pueblo. A los dos meses agótase la
primera edición. En dos años, llegarán a venderse 9 ediciones. En 1886 se
habrán impreso 62.000 ejemplares… El Martín Fierro se volverá artículo del ramo
de almacén, pues los pulperos de campaña lo pedirán… El éxito de Hernández
resulta único en la América española."
(Manuel Gálvez, José Hernández; Ed. La Universidad, 1945, pág.76/77).
Desde
su publicación los lectores transformaron al personaje en un mito, encarnación
del coraje y la integridad inherentes a la vida independiente, que valoriza el
individualismo del gaucho en la libertad de la pampa frente a la creciente
urbanización del país. Leopoldo Marechal diría que "Como las epopeyas
clásicas, es el canto de un pueblo, es decir, el relato de sus hechos notables
cumplidos en la manifestación de su propio ser y en el logro de su destino
histórico. ¿Y quién es el héroe en el Martín Fierro? En el sentido
literario, es un gaucho de nuestra llanura, y en sentido simbólico, es
el pueblo de la Nación recién salido de su guerra de la Independencia y de
sus luchas civiles, en las cuales se ha fogueado. Por lo tanto es el real
protagonista del drama en que se juega su devenir".
En
efecto, esta figura era, según Hernández, el verdadero representante del
carácter argentino, noción que le situó en directa oposición con el curso de
los acontecimientos y los poderosos intereses políticos detrás del
"progresismo" transnacionalizante. Ese progresismo consistió siempre
en sustituir población arraigada, indios, negros, gauchos; el arraigo no se
reduce a la política, es una de las necesidades del alma (Simone Weil), porque
la existencia real de algo que se pueda llamar suelo de uno es
referencia al fundamento no originado de lo real (Schiller) y permite así
reconocer sentido a la existencia finita (llegar a valorarla desde el uso
palindrómico de la naturaleza), transfigurando al mundo visible y permitiendo
descifrarlo para orientarse individual y colectivamente. Esta posibilidad se
menoscaba o pierde al sustituir población arraigada por desarraigados dóciles
al capital nómade, que valoren más el dinero que las necesidades del alma y del
cuerpo de la gente. Lo intuía así Hernández al escribir, el 19 de noviembre de
1869 (Relación de un viaje a las Islas Malvinas, diario "Río de la
Plata", N° 86), que "Los pueblos necesitan del territorio con que han
nacido a la vida política, como se necesita el aire para la libre expansión de
nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un
derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el
despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva
usurpación." Sarmiento, que promovió con artículos en Chile la ocupación
chilena de territorios patagónicos, decía a los argentinos sobre la Patagonia:
"Es una tierra desértica, frígida e inútil. No vale la pena gastar un
barril de pólvora en su defensa. ¿Por qué obstinarse en llevar adelante una
ocupación nominal? (El Nacional, 19 de julio de 1878; nótese el grotesco
en el título del periódico). Y sobre las islas Malvinas: "La Inglaterra se
estaciona en las Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la
civilización y al progreso" (El Progreso, 28 de noviembre de 1842).
El
desprecio al arraigo y la docilidad al capital nómade, no el progreso técnico,
fue siempre la clave de la prédica "progresista". En realidad sus
víctimas no se cuestionan progresar; sólo rehúsan hacerlo con desarraigo, a
favor ajeno y desintegrando los valores nucleares de la colectividad. En esta
región, cuando el progreso industrial fue local e independiente lo apagaron con
la guerra de exterminio en la invasión al Paraguay y noventa años más tarde ‑desde
que un golpe de mando al cuartelazo triunfante repauperizó largamente al
criollo‑ con una guerra de terciopelo, de violencia disimulada, sin
masacrarlo de golpe. Al describir la figura del matrero desertor, José
Hernández se propuso denunciar esos abusos en la sociedad local de su época,
pero el esquema era universalizable y su obra trascendió esa meta inicial, para
devenir hito imperecedero en las letras mundiales.
Su
intención originaria parece haber incluido un intento de advertencia -ante
todo, al gobierno- acerca de los problemas que debía enfrentar la minoría
gaucha para adaptarse a la nueva cultura impuesta como "Política de
Progreso" por el gobierno europeizante tras derrotar, en 1852 a Juan
Manuel de Rosas, personificación de la Argentina autárquica. Ya el 10 de junio
de 1839 José
de San Martín había escrito a Rosas, "pero lo que no puedo concebir es el
que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al
extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que
sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro
la puede hacer desaparecer." Y en el punto tercero de su Testamento, el 23
de enero de 1844, San Martín dispuso: "El sable que me ha acompañado en
toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será
entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como
una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza
con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones
de los extranjeros que trataban de humillarla." A
Rosas valora José Hernández, dirigiéndose al historiador chileno Vicuña
Mackenna desde el periódico La Patria de Montevideo el 28 de abril de
1874, "sin olvidar tampoco, como Vd. debe saberlo, que esa energía con que
Rosas defendió entonces los derechos de las Repúblicas le valió el que el
general San Martín, le remitiera desde París, la espada que había brillado en
mil combates gloriosos, como un testimonio de simpatía por su política
esencialmente americana". Sarmiento en cambio había escrito "los que
cometieron aquel delito de leso americanismo; los que se echaron en brazos de
la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e
ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes; en una palabra: ¡fuimos
nosotros!" (Facundo, o Civilización y Barbarie, 1845 - Obras
Completas de Domingo F. Sarmiento, t.7 pp. 231/232); "En Montevideo, pues,
se asociaron la Francia y la República Argentina europea, para derrocar el
monstruo del americanismo hijo de la pampa: desgraciadamente, dos años se
perdieron en debates, y cuando la alianza se firmó, la cuestión de Oriente
requirió las fuerzas navales de Francia, y los aliados argentinos quedaron
solos en la brecha." (D. F. Sarmiento, Facundo, 1845). Al respecto
Juan Domingo Perón, luego otro jefe de estado que tal como Rosas no
desconfiaría lo suficiente de sus oficiales (Kautilya, Arthaśāstra
[Arthashastra] L. 1 caps. 10-13 y LL 8-12) señalaba en la Municipalidad de
San Isidro el 22 de octubre de 1944 que "Martín Fierro es el símbolo de la hora
presente. José Hernández cantó las necesidades del pueblo que vive adherido a
la tierra. Todavía no se ha cumplido para el pueblo argentino la invocación de
grandeza y de justicia que el Martín Fierro enseña." En efecto, compuesto
hace más de un siglo, el poema podría haber sido escrito hoy por voceros de
otros grupos de oprimidos en otras partes del mundo. Por esta razón, tal vez,
este poema goza de tal aceptación universal que ha sido traducido a tres
docenas de idiomas, tornándolo disponible a más de la mitad de la humanidad.
Asimismo a través de su poema consiguió Hernández eco local para sus propuestas
y la más valiosa contribución a la causa de los gauchos.
También,
como lo quiso el autor, constituyó un recurso de educación pública, que puede
haber movido a Sarmiento a apurar su propio proyecto contrario (plasmado en la
ley 1420, de 1884), de unificar al país educando "gratuitamente" a
todos sus hijos con contenidos curriculares "progresistas"
reproductivistas. Anhelaba Hernández,"¡Ojalá que Martín Fierro haga
sentir, a los que escuchen al calor del hogar la relación de sus padecimientos,
el deseo de poderlo leer! A muchos les haría caer entonces la baraja de las
manos." (Prólogo a la 8° ed., 1874). De hecho, el interés que despertó
Martín Fierro en su época fue tal, que dio origen a círculos de lectura entre
los hombres del campo, y a recitadores que memorizaban pasajes de la primera o
la segunda parte y los decían ante grupos de oyentes entusiasmados y deseosos
de aprenderlos y a su vez recitarlos. Aun hoy no es del todo infrecuente oir
recitar fragmentos o cantarlos reduplicando el inicio (especialmente el del
moreno, "Dicen que de mi color… – Dicen que, de mi color…"), en el
campo y periferias urbanas. Hasta se le ha ido formando una musicalidad propia.
Más aún, el poema constituyó una histórica contribución a la unión de los
gauchos al desarrollo nacional de la Argentina.
Al
regreso de Hernández a la Argentina bajo una nueva amnistía decretada por el
presidente Avellaneda, la circulación de la elite le hizo espacio. Ya en Buenos
Aires en 1878 se asoció con Rafael Casagemas en la Librería del Plata,
más tarde totalmente de su propiedad, y se incorporó a la logia masónica Obediencia
en que militó hasta su deceso; tornóse diputado por la provincia y luego
senador. En 1879 se interesó con éxito en expropiar con dinero de Rentas
Generales los terrenos que originaron la
población de Necochea y su posterior loteo y venta. Su elocuencia resonaba en
el recinto; tomó parte muy activa con Dardo Rocha y otros masones en el
proyecto y fundación de La Plata, ciudad en cuya fundación se sirvió un asado
preparado por Hernández y cuyo nombre, que conjuga la argentinidad con uno de
los apellidos familiares de este, debemos a su proposición. En 1880, Hernández
con Hipólito Yrigoyen y otros fundó un Club de la Juventud Porteña, en
adhesión a la candidatura de Roca, quien resultó triunfador en las elecciones
por amplia mayoría. También
en 1880, siendo presidente de la Cámara de Diputados, defendió el proyecto de
federalización por el cual Buenos Aires pasó a ser la capital del país. Por
entonces la coyuntura signada por la inmigración internacional, el ferrocarril
y la unificación y consolidación del Estado se había afirmado definitivamente.
Pudo haberse conseguido con los métodos de Solano López o de Rosas, pero se
impuso obtenerla con los de sus adversarios y en una articulación estructural
diferente; por supuesto, preténdese que aquellos métodos no la habrían logrado…
José Hernández fue integrado como político en el sistema exclusor que originaba
los males y padecimientos denunciados en su poema.
Como
producto de esta contradicción, hay señales en Hernández de una moderada
metamorfosis psicológica, de la que él mismo tal vez esperase librarse
oportunamente, como de una concesión táctica y circunstancial. O, tal vez no;
tal vez creyera llegado el momento de permitirse aburguesar un poco, confiando
que sólo serían unas breves y merecidas vacaciones en su militancia… Jorge
Eduardo Padula Perkins ha dicho (El Periodista José Hernández, 1990,
Cap. XI), en síntesis, que "fue un pragmático que ajustó su posición y sus
actos a cada situación histórica y tomó partido por la causa que en ese marco
vislumbró como más justa. De este modo, ... adhirió al Partido Federal
Reformista y su medio de prensa, «La Reforma Pacífica», de Nicolás Calvo, en
1856, haciéndose «chupandino» por considerar valiosa la incorporación de Buenos
Aires a la Confederación. Cuatro años más tarde, convencido de que la causa
federal hallaba firmeza en Urquiza, obraba desde Paraná en el órgano oficial,
«El Nacional Argentino», y luego, también en Paraná, apostrofaba a los
matadores del Chacho Peñaloza en las páginas de «El Argentino». En 1868,
inmerso siempre en un ideal federal, acompañaba al gobernador correntino
Evaristo López y apoyaba su gestión con «El Eco de Corrientes». Llevó la
problemática correntina a «La Capital» de Rosario, durante su exilio provincial
y también [apoyó] al proyecto del diputado Manuel Quintana para que esa ciudad
fuera capital de la República, con lo cual entendía se hacía justicia por la
ubicación geográfica e histórica de Rosario y para reducir la problemática de
Buenos Aires. Propuso desde «El Río de la Plata» la distribución de tierras
parceladas para ganar el desierto mediante la colonización y no por la fuerza
depredadora, al tiempo que fustigó el mecanismo de la leva para la formación de
los contingentes de frontera. Apoyó a López Jordán en su defensa del concepto
republicano federal que entendía traicionado por Urquiza y desde el exilio, en
«La Patria» de Montevideo, combatió a Mitre y a Sarmiento y confió en la unión
del Autonomismo con el Partido Nacional que respaldaba a Avellaneda como
encuentro reconstitutivo del cuerpo socio político argentino. Polemizó desde
«La Libertad» con «La Tribuna», defendiendo su apologética visión del general
Peñaloza como baluarte federal y criticó al fin todo lo que consideró
pernicioso en el gobierno desde «El Bicho Colorado» y el «Martín Fierro», pese
a su adhesión al nuevo Partido Autonomista Nacional."
Pero
al escribir La Vuelta ya no estaba prófugo y exiliado, no tenía precio
su cabeza de combatiente antimitrista, no cuadraban tanto rebeldías y
denuncias. En el escocismo ostentaba el grado 32, previo al máximo en ese rito
de la masonería, y entre los honores de la Gran Logia de la Argentina
designóselo Primer Gran Vigilante para el período 1880-1881. Reinsertado
en la clase dominante, se morigeran la altisonancia y vehemencia de su pluma,
ataca aun más al indio ahora patentemente en vías de aniquilación, no oculta
prejuicios hacia los negros, pinta al "gringo" con más legitimidad,
proporciona adagios y consejos útiles al sistema de poder (que permitieron
instrumentar su obra ad usum Delphini, en los colegios), mira
los recursos mágicos de la medicina popular con el desdén irónico de un
civilizado, y Martín Fierro y sus hijos terminan exiliándose al interior, allí
donde el sistema les permite: sin tierras ni derechos, pero adaptados. Acostumbráus.
Miguel Cané, al recibir el poema completo, capta esa posición, se sitúa donde
cree que Hernández quiere que se sitúe el lector, y le dice en 1879, "Hace
bien en cantar para esos desheredados; el goce intelectual no sólo es una
necesidad positiva de la vida para los espíritus cultivados, sino también para
los hombres que están cerca del estado de naturaleza. Un gaucho debe gozar, al
oír recitar las tristes aventuras de Martín Fierro, con igual intensidad que
usted o yo con el último canto del Giaour o con las noches de Musset. Y esta
secreta adoración que sentimos por esos altísimos poetas, el gaucho la sentirá
por usted, que lo ha comprendido, que lo ha amado, que lo ha hecho llorar ante
los nobles arranques de su propia naturaleza, tan desconocida para él. No se
puede aspirar a una recompensa más dulce." Endemientras,
desde el Poder Legislativo, Hernández participaba en el proceso que condujo a
la "usina del progreso", la
modernización y enriquecimiento económico de la organización neocolonial del
Estado, la "extinción" del gaucho como agente histórico real y su
mitificación-literarización como prototipo del "ser nacional"
criollo, sin rostro, ficticio al fin, ya listo para utilizarse como contenido
curricular. Y aunque el éxito popular de Martín Fierro fue inmediato a su
publicación, su apreciación sociológica como proclama libertaria, similamente
temprana, fue desoída.
El
primero en valorarla con criterio social fue el doctor Pablo Subieta, brillante
escritor boliviano, quien ya en 1881 dedicó al estudio del Martín Fierro cinco
artículos periodísticos entre los más serios, lúcidos y sagaces sobre el tema.
En el tercero de ellos, aparecido en el diario Las Provincias del 8 de
octubre de 1881, Subieta se refiere a estos versos señalando "que han
tenido el privilegio de realizar una revolución en las ideas, en las costumbres
o en las instituciones." Y agrega: "Martín Fierro, más que una
colección de cantos populares, más que un cuadro de costumbres, más que una
obra literaria, es un estudio profundo de filosofía moral. Martín Fierro no es
un hombre: es una clase, una raza, casi un pueblo; es una época de nuestra
vida; es la encarnación de nuestras costumbres, instituciones, creencias,
vicios y virtudes; es el gaucho luchando contra las capas superiores de la
sociedad que lo oprimen; es la protesta contra la injusticia; es el reto
satírico contra los que pretendemos legislar y gobernar sin conocer las necesidades
del pueblo; es el cuadro vivo, palpitante, natural, estereotípico, de la vida
de la campaña, desde los suburbios de una gran capital hasta las tolderías del
salvaje. Es necesario tener toda la sagacidad de espíritu, toda la paciente
observación, todo el sentimiento de justicia, todo el aplomo de convicciones de
Hernández para haber penetrado y arrostrado tan decididamente la grave cuestión
social que agita nuestro seno casi con tanta vehemencia como el nihilismo, el
internacionalismo, el fenianismo, el comunismo o el carbonarismo. ¡Biblia,
catecismo político, teoría filosófica, consejo moral, incitación entusiasta,
proclama revolucionaria! ¿Qué no hay en esas noventa páginas rimadas sin
esfuerzo, eufónicamente acondicionadas a los arpegios de la guitarra y a la
entonación del campesino? Martín Fierro encierra estas grandes verdades
políticas, arrancadas natural y lógicamente de nuestra vida ordinaria: falta de
educación, pésima organización judicial y militar, deficiencia en la policía
rural y, sobre todo, profundo resentimiento en el pueblo de la campaña contra
las clases urbanas por su abuso de fortuna, de autoridad e ilustración. Tal es
el carácter político o sociológico del libro que nos ocupa, y tal la enseñanza
filosófica y poética que puede servir de explicación a la ley de nuestra
historia y de objetivos a nuestros legisladores y gobiernos." Pero tal
perspectiva no prevaleció y, estimado en política obra inofensiva, nada trabó
la consagración literaria. Tomó tres o cuatro décadas; data de los primeros
años del siglo veinte. A elevarlo a la consideración crítica contribuyeron
Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, con fundamentales estudios, y Eleuterio F.
Tiscornia, con una notable edición comentada. En Europa le dieron definitivo
espaldarazo las plumas de Unamuno y de Menéndez y Pelayo. Sus ediciones son
incontables, en docenas de idiomas…
En
1881 Hernández escribió Instrucción del estanciero, editado por
Casavalde, y fue
elegido senador por su provincia, reelecto en 1885. Ejerciendo este último
cargo, imprevistamente falleció de un ataque cardíaco -«miocarditis»- en la
quinta que comprara en 1884 en Belgrano, calle Santa Fe nº (viejo) 468, el
jueves 21 de octubre de 1886; dejó viuda y
ocho hijos de siete a veintiún años. Sus biógrafos coinciden en señalar, como
sus últimas palabras, «¡Buenos Aires! ¡Buenos Aires!»; vaya uno a saber qué
significaba esto para él, por entonces. Pocos meses antes, por haber cumplido
un cuarto de siglo de militancia masónica, había sido proclamado Miembro Libre
de la Orden. Pero la persona de José Hernández estaba vinculada tan férreamente
a la del protagonista de su obra poética que, al informar sobre su deceso, un
diario de La Plata titulaba: «Ha muerto el senador Martín Fierro». Sus restos
descansan en el cementerio de la Recoleta. Dos
años después murió Sarmiento y su nombre, bustos y estatuas, igual que las de
Urquiza y Mitre, se plantaron como amuleto preventivo en casi todo sitio que
pudiera conjurar al espíritu del Restaurador, Rosas. Los niños de todo
el país cantan a su modo el desinformativo himno, musicalmente hermoso, que en
honor al Educador creara el catalán Leopoldo Corretjer (1862-1941):
Fue la lucha, tu vida y tu elemento;
la fatiga, tu descanso y calma;
la niñez, tu ilusión y tu contento,
la que al darle el saber, le diste el alma.
Con la luz de tu ingenio iluminaste
la razón, en la noche de ignorancia…
Por ver grande a la Patria tú luchaste
con la espada, con la pluma y la palabra.
En su
pecho, la niñez de amor un templo
te ha levantado; y en él sigues viviendo;
y al latir, su corazón va repitiendo,
"¡Honor y gratitud al gran Sarmiento!"
"¡Honor y gratitud, y gra-ti-tud!"
¡Gloria
y olor! ¡Honra sin par
al graande, entre los graandes,
padre del aula, Sarmiento inmortal!
¡Gloria y loor! ¡Honra sin paaar…!
Con tufo a trofeo, la serie más completa del mundo
en publicaciones del Martín Fierro la posee The Latin American Collection
de la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos. Cada año, al poema lo
lee más gente.
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© Electroneurobiología, Junio 1995. Este trabajo original constituye un
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revista
Electroneurobiología
ISSN: ONLINE 1850-1826 -
PRINT 0328-0446
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