Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: ONLINE 1850-1826 - PRINT 0328-0446
por
Juan Huarte de San Juan
Contacto /
correspondence: Vixit (ca. 1529 – ca. 1588)
con una
Noticia preliminar, por Mariela Szirko
Electroneurobiología 1996; 3 (2), pp. 1-322; URL http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm
Copyright © Electroneurobiología 1996. Este trabajo
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Received: June 17, 1996 – Accepted: July 30, 1996
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Noticia preliminar: El organicismo del Examen de ingenios para las
ciencias (que hoy más bien describiríamos como Examinación de talentos para las carreras profesionales), de 1575, con
sus tesis neuropsicológicas y psicofisiológicas sobre el nexo psicofísico y las
relaciones mente-cuerpo, se anticipa a la línea de Locke, Hume, los sensualistas, y frenologistas como el
mismo Gall (quien, como es sabido, reconoce expresamente su deuda con Huarte de
San Juan) en reducir al psiquismo a sus contenidos mentales derivados del
cerebro y presentar a estos contenidos mentales como una serie de módulos
diferenciados, especializados para representar y operar en diferentes dominios
empíricos. No ya, pues, el psiquismo, existencialidad o alma, sino su capacidad
operativa – el ingenio o talento – brinda materia a la obra de Huarte. Y los
talentos o ingenios resultan así modularmente compuestos, lo que hace posible
su variación y les brinda particular ajuste a una u otra carrera profesional: esto
es, a operar especialmente ora sobre uno, ora sobre otro sector de la
experiencia.
Pero cuenta Mario Méndez Bejarano
(1857-1931), en su § IX titulado Los
naturalistas, del Cap. 14 ("El Siglo de Oro") de su Historia de la filosofía en España hasta el
siglo XX (1927), "que no han sido Huarte y el Bachiller Sabuco los
primeros que, adelantándose a la ciencia extranjera, pusieron en el cerebro el
órgano material de la inteligencia, y explicaron la diferencia de ingenios por
la diversidad de temperamentos. Fuentes lo había escrito mucho antes que ellos,
llevándoles de ventaja su más profunda concepción, pues les supera al pensar
que no son las potencias anímicas dependientes del organismo, sino su
ejercicio, adelantándose al célebre símil de Leibniz… con otro más
adecuado." En efecto, como Méndez aclara algo después (p. 241-243), el
sevillano Alonso de Fuentes,
nacido en 1515, en su obra Summa de Philosophia natural impresa en 1545
y traducida al italiano como Le sei giornate, "desenvuelve la
relación de los sentidos con el alma, de la de ésta con el cuerpo y del
entendimiento con la razón, manteniendo estas notables afirmaciones: «Estos
sentidos, señor, son del ánima, porque de derecho debe ella ser salva o
condenada por ellos; pero decimos que son corporales porque obran en el cuerpo»
". Pero la interacción no agota el nexo psicofísico. Respecto a la relación
del cuerpo con el alma, Méndez Bejarano transcribe este diálogo escrito por Alonso de Fuentes:
"VANDALIO
El alma, como dizes, no está sobre el cuerpo puesta, ni menos está mezclada, ni
con el cuerpo compuesta; mas está pinta con él, pero porque preguntáis que
quién lo hace ayuntar y le hace amar al cuerpo, podría dezir que dios, mas
porque me demandáis razón natural, en esto abive el entendimiento, dios ha
puesto tanto amor y concordia en cualquier alma, que cualquier son de vihuela o
de cualquier instrumento por todo extremo le agradan y los ama, y esto es lo
que nos quiso mostrar aquel divino platón cuando dixo que dios hizo ánima de
acordamientos de música.
Y respecto de la del entendimiento con la razón, dice:
ETRUSCO
Ya sé que la opinión nasce del seso
Y que desta opinión la razón nasce;
Mas que el entendimiento, como dixo,
De la razón nasca, no lo sé."
Y agrega Méndez Bejarano:
"Alonso de Fuentes … piensa … que el alma no está puesta sobre el cuerpo,
ni mezclada ni compuesta con él, sino junta, y junta por el amor." Con
platónica accidentalidad, agregaríamos.
Salteemos, en esta breve referencia a algunos naturalistas ibéricos
coetáneos de Huarte, al sensualista
Gómez Pereira (1500 – m. después de 1567; Gómez, tal vez vale la pena aclarar,
es nombre de pila, no patronímico), quien
defendía el automatismo e insensibilidad de los
irracionales – a los que conceptuaba seres que no pasan de máquinas muy bien
montadas: los brutos no sienten ni por sí se mueven – afirmando que el
animal no puede sentir (porque, con criterio sensualista, si sintiese, juzgaría
y si juzgase, raciocinaría, en cuyo caso no sería irracional); y de quien
Menéndez y Pelayo dijera « En Psicología experimental, Gómez Pereira está, a
no dudarlo, más adelantado que la filosofía de su tiempo, más que la del siglo
XVII, más que Bacon, más que Descartes ». Salteemos, también, los ochocientos folios que, en el
intento de reducir psicología a fisiología, defienden la localización cerebral de las facultades
intelectuales en la única obra del bachiller
Miguel Sabuco y Álvarez (1522 - m. circa
1600), cuya escritura revela formado juicio y madura experiencia, y salteemos asimismo su superchería en atribuir
tal obra a una hija de veinticinco años, Oliva Sabuco, atareada esposa casada
desde los dieciocho y tal vez ya madre. En esta misma línea naturalista
leeremos aquí a Juan Huarte de San Juan (circa
1529 – circa 1588), médico y filósofo
de origen navarro, nacido de familia hidalga en San Juan del Pie del Puerto (Saint Jean-Pied-de-Port), villa de la
Baja Navarra, en aquellos tiempos española y actualmente francesa.
Estudió Huarte medicina en la Universidad de Alcalá de Henares (1553-1559)
y antes de 1564 se casó con Águeda de Velasco, con la cual tuvo seis hijos. El
rey Felipe II le nombró médico vitalicio en la ciudad de Baeza en 1566, donde
ejerció su magisterio a partir de 1571 y fue conocido como el doctor San Juan,
mientras vivía en la cercana villa de Linares. Debe su fama al Examen de
ingenios para las ciencias (lo que, como ya se mencionó, hoy quizás diríamos Examinación de talentos para las carreras profesionales), tratado que alcanzó amplia difusión
en Europa y América y se destaca entre las obras precursoras de la ciencia de
la Modernidad – en especial de la neuropsicología – por su actitud científica y
la búsqueda de un método para el examen descriptivo de los fenómenos psíquicos.
Con esta obra Huarte se propuso mejorar la sociedad por medio de una
adecuada educación y aprovechamiento laboral de sus individuos, según sus
aptitudes físicas e intelectuales. A tal fin estudió los diferentes
temperamentos humanos (según la consagrada teoría de los humores) e indicó qué
oficios o estudios cada uno podría desempeñar mejor. Metodológicamente
desarrolló una sistematización enciclopédica y de clasificación de los saberes,
formulando en modo precursor estudios neurobiológicos y líneas luego propias de
la medicina y psicología médica, la psicopatología y la psicología diferencial,
la eugenesia, la psicología general, la psicología del desarrollo, la
psicología educativa y psicopedagogía, la orientación escolar, la selección
profesional y vocacional, la psicología social, la teoría política, la doctrina
del Estado – que habría de organizarse ubicando a cada individuo en base a la
determinación de sus capacidades – y (en una breve sección) hasta de la
grafología. Méndez Bejarano advierte (p. 248) que, en la perspectiva
naturalista de establecer en la materia el principio de toda diversidad de lo
real de modo de sujetar en ello lo psíquico a la materia, Huarte de San Juan
exagera la doctrina hasta dar ciertos consejos a los padres para que los hijos
salgan varones y nazcan ingeniosos.
Aunque Méndez avisa que "En
pos de dos proemios, extensísimo y dividido en dos partes el segundo,
desarrolla su doctrina en diez y ocho capítulos (quince en la primera edición)
y cinco artículos más, empedrando el texto con inagotable copia de sentencias
latinas", la importancia de esta obra para la historia de la medicina y la
psicología es considerada extraordinaria. Tanto, que la psicología española, por especial acuerdo
de los decanos de sus Facultades, erigió en 1983 a Juan Huarte de San Juan como
su patrono, y eligió por fiesta el 23 de febrero, aniversario de la publicación
(ver el pie de imprenta al final) de la primera edición de esta obra.
Es posible ver en el Examen de
ingenios el germen de dos grandes obras de Miguel de Cervantes, El
ingenioso hidalgo Don Quijote
de la Mancha y El licenciado Vidriera; lo de "ingenioso hidalgo" y muchas otras
ideas allí expuestas provienen de los conceptos de Huarte de San Juan. Los cuatro
componentes que pide Sancho al ventero para hacer el "salutísimo bálsamo",
romero, aceite, sal y vino, se corresponden con los cuatro humores que según la
teoría de Hipócrates (460 aC - 377 aC), recogida por Galeno (130 - 216) y que
sobrevivió hasta el mismo siglo XVII, componían la estructura orgánica del ser
humano: la sangre, afín al elemento aire y enlazada al temperamento
sanguíneo; la bilis negra (atrabilis), afín al elemento tierra y enlazada
al temperamento melancólico; la bilis amarilla, afín al fuego y enlazada
al temperamento colérico; y la flema, afín al agua y enlazada al
temperamento flemático; las que expone Huarte. Es notable su influencia en la
elaboración del perfil psicológico que Cervantes hace del ingenioso hidalgo, como lo muestra un acucioso observador positivista, amigo de Simarro,
Lombroso e Ingenieros, el penitenciarista y criminólogo Rafael Salillas y
Panzano (Un gran inspirador de Cervantes:
El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios, Imp. Eduardo Arias, Lib.
Gral. de V. Suárez, Madrid, 1905), mostrando cómo la obra cervantina integra
literalmente varios fragmentos de Huarte. Como se leerá, Huarte de San Juan
dice ingenioso a alguien “temperamental”, con algo de “ocurrente”
y no lejos de “extravagante”. Esta perspectiva permea toda la fisiología
de Cervantes, eximio nosógrafo, cuyo padre Rodrigo fue cirujano-barbero, su
hermana Andrea ejerció como enfermera, y él mismo fue habilísimo en caracterizar
la enfermedad mental. De ahí que nadie menos que Thomas Sydenham dijera al
poeta Richard Blackmore que, para aprender medicina, leyese el Quijote (Samuel Johnson, Preface a Blackmore). En perspectiva
humoral, se entendía que un individuo estaba sano mientras mantenía el equilibrio
entre los cuatro humores y sus cualidades
primarias; eso aseguraba su buena complexión física. Cuando el equilibrio humoral
se perturbaba, sobrevenía una enfermedad específica. Tal desequilibrio podía
provenir de la forma de vida y el tipo de trabajo, la alimentación sólida o la
bebida, la actividad erótica o intelectual, y daba lugar a sustancias nocivas
llamadas pecantes, que debían eliminarse
para la curación. El tratamiento se basaba en el principio de contraria contrariis, esto es, en la
creencía de que lo contrario remediaba
su opuesto. Cada humor era o bien caliente,
o frío, o húmedo o seco; los médicos pues prescribían medicinas frías para las
enfermedades calientes y remedios secos contra las húmedas. Esta era la fisiología
que la obra de Huarte de San Juan, debido a intuiciones ajenas a ella, ponía en
relación con el psiquismo o, mejor dicho – sin esperar a Locke – ya en relación bastante exclusiva con sus contenidos
mentales.
Su difusión en España fue muy
pronta. Se la tradujo rápidamente al francés, inglés e italiano, con gran éxito
por toda Europa: por ejemplo en francés ya se publicó en 1580 y se ofrecieron
diez reediciones en los primeros cuarenta años, prosiguiendo luego regularmente
otros dos siglos. Aunque en muchos países circuló sin dificultades, su
observación por la Inquisición en Portugal en 1581 y en España en 1583 llevó a
una nueva edición corregida, la de 1594, cuyos elementos se agregan en el texto
que sigue. Los cambios no fueron severos y brindaron publicidad adicional a la
obra en la Península. Substituyóse con los nuevos capítulos I, II y V el viejo
capítulo VII ("Donde se muestra que
aunque el ánima racional ha menester el temperamento de las cuatro calidades
primeras, así para estar en el cuerpo como para discurrir y raciocinar, que no
por eso se infiere que es corruptible y mortal", que se leerá abajo) y
rectificáronse las expresiones sobre la asignación de gracias divinas según las
disposiciones corpóreas y facultades naturales del recipiendario, un retrato
del temperamento de Jesús de Nazaret como sujeto a las leyes naturales, las
condiciones físicas de los milagros, las restricciones que el temperamento
puede imponer al libre arbitrio, y la inteligencia de los brutos, todo lo cual
puede leerse en lo que sigue. De paso, el advertido autor subdividió
convenientemente el capítulo XV en que terminaba la primera edición en los seis
capítulos XVII a XXII de la segunda, y añadió un tercer proemio. Se ha dicho
que venganza y envidia promovieron el cuestionamiento, que a fin de cuentas no
resultó muy dañoso, tras cinco ediciones españolas y la aprobación eclesiástica
que se leerá; pero en realidad existía materia doctrinalmente conflictiva. Ya
las tesis que hacen depender por completo
al talento de la fisiología (complexión humoral y órgano cerebral) parecían
impugnables.
¿Y cuáles son las tesis de Juan
Huarte de San Juan? De este modo las expone Méndez Bejarano (pp. 250-251):
"Comienza por estudiar qué es ingenio y cuántas diferencias se hallan de
él en la especie humana, así como de hombres inhábiles para la ciencia; pondera
el influjo del temperamento; establece las condiciones del cerebro «para que el
ánima racional pueda hacer con él sus razones y silogismos»; añade que las tres
almas (vegetativa, sensitiva y racional) son sabias per se y que las
diferencias de ingenio dependen de tres solas calidades, calor, sequedad y
humedad, sin que por eso se infiera la mortalidad del alma; explica la ciencia
correspondiente a cada ingenio y a cada facultad anímica; y la manera de
engendrar hijos sabios. Declara las señales para conocer el grado de calor y
sequedad de cada hombre, «qué mujer con qué hombre se ha de casar para que
pueda concebir, las diligencias que se han de hacer para que salgan varones y
no hembras», y para que salgan ingeniosos y sabios, así como para conservarles
el ingenio, terminando con ardiente protesta de ortodoxia católica." Señala
Méndez que para Huarte la diferencia y desconcierto entre los juicios que sobre
un tema forman muchas personas proviene, en su sentir, de no hallarse los
cuerpos en una perfecta temperatura, y prosigue:
"La variedad de ingenios «no
nace, pues, del ánima racional, porque en todas las edades es la misma, sin
haber recibido en sus fuerzas y substancia ninguna alteración, sino que en cada
edad tiene el hombre vario temperamento y contraria disposición, por razón de
la cual hace el ánima unas obras en la puericia, otras en la juventud y otras
en la vejez, de donde tomamos argumento evidente, que, pues una misma ánima
hace contrarias obras en un mismo cuerpo, por tener en cada edad distinto
temperamento, que cuando de muchachos, el uno es hábil y el otro necio, que han
de tener cada uno temperamento diferente del otro, al cual por ser principio de
todas las obras del ánima racional, llamaron los Médicos y Filósofos naturaleza, de la cual significación se
verifica propiamente aquella sentencia: Natura facit habilem.». No
exigua porción de las observaciones de Huarte sobre la variedad de ingenios y
estudios que a cada uno convienen, están cimentadas en la conocida obra De
Disciplinis, de Vives. Profesa Huarte con los naturalistas la inferioridad
intelectual de las mujeres e insiste en la tesis «porque las hembras por razón
de la frialdad y humedad de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo». «Y que según la diferencia de
ingenio que cada uno tiene, se infunda una ciencia y no otra, o más o menos de
cada cual, es cosa que se deja entender en el mismo ejemplo de nuestros
primeros padres; porque llenando Dios a ambos de sabiduría, es conclusión
averiguada que le cupo menos a Eva. Por la cual razón … se atrevió el Demonio a
engañarla; y no osó tentar al varón temiendo su mucha sabiduría. La razón de
esto es (como adelante probaremos) que la compostura natural que la mujer tiene
en el celebro no es capaz de muchos ingenios, ni de mucha sabiduría.»
Este libro … está inspirado en De
Placitis Hippocratis et Platonis, debido al inmortal Claudio Galeno, de
cuyas obras se había hecho ediciones en Venecia desde 1490 y numerosas
versiones latinas en París, Leyden, Londres, Venecia y Basilea antes de la
publicación del Examen de Ingenios. Huarte se presenta como complementador
y perfeccionador del médico y filósofo de Pérgamo que hasta en la Ética hizo
depender las cualidades morales del temperamento y condiciones
fisiológicas."
Un ingrediente platonista
conservado en las doctrinas de Huarte, y que Noam Chomsky ha destacado, es la
semoviencia o potencia creativa y generante, que Chomsky valora como
antecedente de la lingüística cartesiana (Chomsky evalúa como posible que
Descartes hubiera estudiado a Huarte) pero en realidad pone un obstáculo al
mecanicismo. Por cierto el talento o ingenio no puede pasarse sin
innovatividad, sobre todo al suplir creativamente solución para situaciones
inauditas; pero, al parecer, el ilustre profesor de Massachusetts ha leído aquí
demasiado de su propia teoría. Sin duda Huarte – y tampoco Chomsky – no
distingue expresamente entre la autoactividad que pone iniciativas y genera así
series causales realmente nuevas, y la que tan sólo continúa series causales
exteriores. No están precisamente solos en esa confusión: de ordinario
distínguese un coche a caballo de un coche a motor llamando a este último
'automóvil', cuando en realidad es al revés: el único que se mueve a sí mismo
(y tira del coche) es el equino, o bien el conductor humano del mal denominado
'automóvil'. El motor simplemente continúa, mecanicamente, las series causales
que hace millones de años originaron el combustible fósil; y las
existencialidades o psiquismos, que inauguran semovientemente series
causal-eficientes nuevas, se encuentran siempre y únicamente en rupturas de la
eficiencia causal. Pero, siendo esa confusión común, Chomsky cree que Huarte
habla de 'moverse a sí mismo' cuando este en realidad habla de ser movido por
las circunstancias anatómico-temperamentales, tal como el combustible fósil
opera en el automotor.
Huarte de San Juan, pese a su
platonismo, en realidad elude hablar de la voluntad impulsante, en el sentido
de semoviencia o moverse a sí mismo como en Las
Leyes X: Huarte habla notoriamente poco de 'voluntad'. Su descripción pone
en el escenario practicamente tan solo las tres facultades representacionales
del psiquismo: memoria, entendimiento e imaginativa. Estas quedan tras
descartar “por inútil para todas las obras del alma racional” a una cuarta
cualidad galénica (frialdad) que sólo ocasionalmente se había asociado con la
volición. Es como si esta facultad volitiva, al igual que la frialdad entre las
cualidades, constituyeran residuos ininteligibles para su sistema. En la
primera edición la voluntad apenas se menciona, y en la edición expurgada, tal
vez precisamente por eso, se menciona unas cuantas veces más, sin que empero
prime jamás sobre las circunstancias corpóreas y templeanímicas. Para Huarte de
San Juan, digno precursor del cognitivismo, la voluntad no toma iniciativas – y
según su doctrina parece imposible que pudiera hacerlo.
Mariela Szirko
por
Juan Huarte de San Juan
·
Licencia para Castilla, de la
edición de 1575
·
Aprobación del Consejo de Aragón
·
Licencia para Aragón, de la edición
de 1575
·
Aprobación
·
Texto de la portada de 1594
·
Privilegio de la edición de 1594
·
Tasa
· Proemio
· Segundo proemio
· Prosíguese el segundo proemio (1594)
· Capítulo I (1594)
Donde se
declara qué cosa es ingenio y cuántas diferencias se hallan de él en la especie
humana
· Capítulo II (1594)
Donde se
declara las diferencias que hay de hombres inhábiles para las ciencias
· Capítulo I (III de 1594)
Donde se prueba
por un ejemplo que si el muchacho no tiene el ingenio y habilidad que pide la
ciencia que quiere estudiar, por demás es oírla de buenos maestros, tener
muchos libros, ni trabajar en ellos toda la vida
· Capítulo II (IV de 1594)
Donde se
declara que Naturaleza es la que hace al muchacho hábil para aprender
· Capítulo V (1594)
Donde se
declara lo mucho que puede el temperamento para hacer al hombre prudente y de
buenas costumbres
· Capítulo III (VI de 1594)
Donde se
declara qué parte del cuerpo ha de estar bien templada para que el muchacho
tenga habilidad
· Capítulo IV (VII de 1594)
Donde se
muestra que el ánima vegetativa, sensitiva y racional son sabias sin ser
enseñadas de nadie, teniendo el temperamento conveniente que piden sus obras
· Capítulo V (VIII de 1594)
Donde se prueba
que de solas tres calidades, calor, humidad y sequedad, salen todas las
diferencias de ingenios que hay en el hombre
· Capítulo VI (IX de 1594)
Donde se ponen
algunas dudas y argumentos contra la doctrina del capítulo pasado y la
respuesta dellos
· Capítulo VII
Donde se
muestra que aunque el ánima racional ha menester el temperamento de las cuatro
calidades primeras, así para estar en el cuerpo como para discurrir y
raciocinar, que no por eso se infiere que es corruptible y mortal
· Capítulo VIII (X de 1594)
Donde se da a
cada diferencia de ingenio la ciencia que le responde en particular y se le
quita la que es repugnante y contraria
· Capítulo IX (XI de 1594)
Donde se prueba
que la elocuencia y policía en hablar no puede estar en los hombres de grande
entendimiento
· Capítulo X (XII de 1594)
Donde se prueba
que la teórica de la teología pertenece al entendimiento y el predicar, que es
su práctica, a la imaginativa
· Capítulo XI (XIII de 1594)
Donde se prueba
que la teórica de las leyes pertenece a la memoria; y el abogar y juzgar, que
es su práctica, al entendimiento; y el gobernar una república, a la imaginativa
· Capítulo XII (XIV de 1594)
Donde se prueba
que la teórica de la medicina, parte della pertenece a la memoria y parte al
entendimiento, y la práctica, a la imaginativa
· Capítulo XIII (XV de 1594)
Donde se
declara a qué diferencia de habilidad pertenece el arte militar, y con qué
señales se ha de conocer el hombre que alcanzare esta manera de ingenio
· Capítulo XIV (XVI de 1594)
Donde se
declara a qué diferencia de habilidad pertenece el oficio de rey, y qué señales
ha de tener el que tuviere esta manera de ingenio
· Capítulo XV (XVII-XXII de 1594)
Donde se trae
la manera cómo los padres han de engendrar los hijos sabios y del ingenio que
requieren las letras. Es capítulo notable
§
(Parte I) (XVII de 1594)
§
(XVIII de 1594)
Con qué señales
se conoce en qué grado de calor y sequedad está cada hombre
§
(XIX de 1594)
Qué mujer con
qué hombre se ha de casar para que pueda concebir
§
(Parte II) (XX de 1594)
Qué diligencias
se han de hacer para que salgan varones y no hembras
§
(Parte III) (XXI de 1594)
Qué diligencias
se han de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios
§
(Parte IV) (XXII de 1594)
Qué diligencias
se han de hacer para conservar el ingenio a los niños después de estar formados
y nacidos
· (Digresión sobre el fuego)
· (Digresión sobre la sal)
· (Digresión sobre el árbol vedado del Paraíso)
Juan Huarte de San Juan
Por cuanto por parte de vos, el
doctor Juan Huarte de San Juan, vecino de la ciudad de Baeza, nos fue fecha
relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Examen de
ingenios para las ciencias, donde se muestra la diferencia de habilidades
que hay en los hombres y el género de letras que a cada uno responden en
particular, suplicándonos lo mandásemos ver y examinar, y daros licencia para
lo poder imprimir, y previlegio por veinte años o como la nuestra merced fuese.
Lo cual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron
las diligencias que la premática por nos nuevamente fecha sobre la impresión de
los libros dispone, y por haceros bien y merced, fue acordado que debíamos
mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Y
por la presente os damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años,
que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula, vos o
la persona que vuestro poder hobiere, podáis imprimir y vender el dicho libro que
de suso se hace mención. Y por la presente damos licencia y facultad a
cualquier impresor de estos nuestros reinos que vos nombráredes, para que por
esta vez lo puedan imprimir, con que después de impreso, antes que se venda, lo
traigáis al nuestro Consejo juntamente con el original que en él se vio, que va
rubricado y firmado al cabo de Pedro de Mármol, nuestro secretario de Cámara,
de los que en el nuestro Consejo residen, para que se corrija con él, y se tase
al precio que por cada volumen hobiéredes de haber. Y mandamos que, durante el
dicho tiempo, persona alguna sin vuestra licencia no lo pueda imprimir ni
vender, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido y pierda todos
y cualesquier libros y moldes que de él tuviere o vendiere en estos nuestros
reinos, y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las
nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa, Corte y
cancillería, y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes
mayores y ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier, de todas las
ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, así a los que
agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden y cumplan esta
nuestra cédula y merced que ansí vos hacemos, contra el tenor y forma della, ni
de lo en ella contenido, vos no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar por
alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la
nuestra Cámara. Fecha en Madrid. A veinte y cinco días del mes de abril de mil
y quinientos y setenta y cuatro años
Por mandado de su Majestad
Antonio de Eraso
Por orden y mandado de los señores
del Consejo real de la sacra Corona de Aragón, he visto y examinado el libro
intitulado Examen de ingenios para las ciencias, compuesto por el
doctor Juan Huarte navarro, natural de San Juan del Pie del Puerto. Paréceme
obra católica, en que el autor muestra singular ingenio inventivo, y ejercitado
en sutil filosofía natural. Su argumento es exquisito entre todos los que yo he
visto y oído en su género. Y, si se probase, sería sin duda de importante
utilidad a la república. Tengo por provechoso el haberlo reducido a tales
términos, que los ingenios puedan ejercitarse, y descubrir algunos secretos
naturales, de los que el autor ofrece. Paréceme que se le debe dar licencia
para imprimirlo, etc. Esto me parece, debajo de otro mejor juicio a que me
remito. En Madrid, agosto once de 1574 años.
He visto este libro, y su doctrina
toda es católica, sin cosa que sea contraria a la fe de nuestra madre la santa
Iglesia de Roma. Sin esto, es doctrina de grande y nuevo ingenio, fundada y
sacada de la mejor filosofía que puede enseñarse. Toca algunos lugares de
Escritura muy grave y eruditamente declarados. Su principal argumento es tan
necesario de considerar de todos los padres de familia, que si siguiesen lo que
este libro advierte, la Iglesia, la república y las familias ternían singulares
ministros y sujetos ímportantísimos. Esto me parece, salvo mejor juicio.
NOS DON FILIPE, por la gracia de
Dios Rey de Castilla, de Aragón, de las dos Sicilias, de Hierusalem, de
Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de León, de Navarra, de Granada, de Toledo,
de Valencia, de Galicia, de las Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba,
de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de
las Islas de Canaria, de las islas Indias, y tierra firme del Mar Océano.
Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Bravante y de Milán, Conde de
Barcelona, de Flandes y de Tirol, señor de Vizcaya y Molina, Duque de Atenas y
Neopatria, Conde de Rosellón y Cerdania, Marqués de Oristan y Goceano. Por
cuanto por parte de vos, el doctor Juan Huarte de San Juan, del lugar de San
Juan del Pie del Puerto de dicho nuestro Reino de Navarra, nos ha sido fecha
relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Examen de
ingenios para las ciencias, el cual es de mucho provecho, y que lo deseáis
imprimir y llevar a vender los impresos a los reinos y señoríos de nuestra
Corona de Aragón, suplicándonos muy humildemente os mandásemos dar licencia
para ello, por tiempo de diez años, con prohibición que ningún otro lo pueda
hacer, sino vos o la persona que vuestro poder hobiere. E nos teniendo respecto
al fruto y provecho que del dicho libro se puede sacar, y a los gastos y costas
que habéis sostenido y se os ofrecen en hacer la dicha impresión, y que ha sido
visto y reconocido y aprobado por nuestro mandado, habemos tenido por bien
condecender a vuestra suplicación por la manera infraescrita. Por ende con
tenor de las presentes, de nuestra cierta ciencia y Real autoridad, damos
licencia, premiso y facultad a vos, el dicho doctor Juan Huarte, y a la persona
o personas que vuestro poder hobieren, que podáis imprimir, o hacer imprimir,
al impresor o impresores que quisiéredes el dicho libro arriba intitulado, en
cualesquier ciudades, villas y lugares de los dichos nuestros reinos y señoríos
de la Corona de Aragón, y vender en ellos, ansí los impresos fuera como los que
haréis en ellos, prohibiendo según que con las presentes prohibimos y vedamos
que ninguna otra persona lo pueda imprimir, ni hacer imprimir, ni vender, ni
llevar los impresos de otras partes a vender en los dichos reinos y señoríos,
sino vos o quien vuestro poder hobiere, por tiempo de los dichos diez años, que
empiecen a correr desde el día de la data de las presentes en adelante, so pena
de doscientos florines de oro de Aragón y perdimiento de moldes y libros,
divididera en tres partes iguales, una a nuestros reales cofres, otra para vos,
el dicho doctor Huarte, y otra al acusador. Con esto, empero, que los libros
que hiciéredes imprimir, del día presente en adelante, no los podáis vender
hasta que hayáis traído a este nuestro sacro, supremo, Real Consejo, que cabe
nos reside, el libro que nos habéis presentado, y está rubricado, y a la fin de
él firmado de mano de Pedro Franquesa, escribano de mandamiento infrascrito,
juntamente con otro de la nueva impresión, para que se vea y compruebe si la
dicha nueva impresión estará conforme al dicho libro que se nos ha presentado,
y está rubricado por el dicho Pedro Franquesa como arriba se dice. Mandando con
el mismo tenor de las presentes, de la dicha nuestra cierta ciencia y real
autoridad, a cualesquier lugartenientes, capitanes generales, canceller,
vicecanceller, regentes la cancillería, regentes el oficio y portantes veces de
general, gobernador, alguaciles, porteros, vergueros y otros cualesquier
oficiales y ministros nuestros, mayores y menores, en los dichos nuestros
reinos y señoríos de la Corona de Aragón, constituidos y constituideros, y a
sus lugartenientes y regentes los dichos oficios, so incorrimiento de nuestra
ira e indignación, y pena de mil florines de oro de Aragón, de los bienes del
que lo contrario hiciere exigideros, y a nuestros reales cofres aplicaderos,
que la presente nuestra licencia y prohibición, todo lo en ella contenido, os
tengan, guarden y observen tener, guardar y observar, hagan sin contradicción
ni dar lugar ni permitir que sea hecho lo contrario en manera alguna, si
nuestra gracia les es cara, y demás de nuestra ira e indignación en la pena
susodicha desean no incurrir. En testimonio de lo cual, mandamos despachar las
presentes, con nuestro sello real común en el dorso, selladas. Data en la
nuestra villa de Madrid a quince días del mes de agosto. Año del nacimiento de
Nuestro Señor, mil quinientos setenta y cuatro.
Por cuanto por parte de vos, Luis
Huarte de San Juan, hijo legítimo del doctor Juan Huarte de San Juan, natural
de la villa de San Juan del Pie del Puerto (ya difuncto) nos ha sido fecha
relación: que el dicho doctor, vuestro padre, había compuesto y ordenado un
libro intitulado Examen de ingenios, el cual había sido impreso una
vez y visto por el Santo Oficio, y con algunas enmiendas que había hecho había
mandado que anduviese, y al presente no se hallaba ninguno y era pedido de
mucha gente; y por ser libro de mucho ingenio, útil y provechoso a la
república, nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir,
atento el mucho trabajo que el dicho vuestro padre había pasado en enmendallo y
ponello en la perfección que ahora le presentábades; y que las enmiendas que
estaban fechas eran conforme al mandato del Catálogo último que los del Consejo
de la Inquisición habían publicado; y porque no teníades otra cosa ni bienes
que os hobiesen quedado del dicho vuestro padre, os diésemos nuestra cédula y
privilegio de prorrogación, de que por nos la primera vez había sido al dicho
vuestro padre concedido, o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los
del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias
que la premática por nos fecha sobre la impresión de los dichos libros dispone,
fue acordado que debíamos de mandar dar esta nuestra cédula para vos en la
dicha razón, e nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced,
os damos licencia y facultad para que por tiempo de seis años primeros siguientes,
que corren y se cuentan desde el día de la data desta nuestra cédula, vos o la
persona que vuestro poder hobiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender
el dicho libro intitulado Examen de ingenios, con todas las enmiendas
que en él hay fechas que de suso se hace mención en todos nuestros reinos de
Castilla, por el original que en el nuestro Consejo se ha visto, que va
rubricado y firmado al cabo de Miguel de Ondarza Zavala, nuestro escribano de
Cámara de los que residen en nuestro consejo; con que antes que se venda lo
traigáis ante ellos juntamente con el original, para que se vea si la dicha
impresión está conforme a él, o traigáis fe en pública forma, en cómo por
corrector por vos nombrado se vio y corrigió la dicha impresión por el original.
Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima el
principio y primer pliego, ni entregue más de solo un libro con el original al
autor o persona a cuya costa se imprimiere, ni otra alguna para efecto de la
dicha corrección y tasa hasta que primero el dicho libro esté corregido y
tasado por los del nuestro Consejo; y estando ansí, y no de otra manera, pueda
imprimir el dicho principio y primer pliego, y en él seguidamente ponga esta
nuestra licencia y privilegio, y la aprobación y tasa, so pena de caer e
incurrir en las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros
reinos. Y mandamos que durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra
licencia no lo pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere haya
perdido y pierda todos y cualesquiera libros, moldes y aparejos que los dichos
libros tuviere, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez
que lo contrario hiciere; la cual dicha pena sea la tercia parte para la
nuestra Cámara, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare, y la
otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Y mandamos a los del nuestro
Consejo, presidente y oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles
de la nuestra casa y Corte y cancillerías, y a todos los corregidores,
asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros jueces y
justicias cualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares destos nuestros
reinos y señoríos, así a los que ahora son como a los que serán de aquí
adelante, os guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansí vos
hacemos; y contra el tenor y forma della y de lo en ella contenido, no vais ni
paséis ni consintáis ir ni pasar por alguna manera, so pena de la nuestra
merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Fecha en Valladolid. A
seis días del mes de julio de mil y quinientos y noventa y dos años.
Por mandato del rey nuestro señor
Don Luis de Salazar
Yo, Miguel de Ondarza Zavala,
escribano de Cámara del rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo,
doy fe que, habiéndose presentado ante los señores del dicho Consejo, por parte
de Juan Andrea Guarnero, vecino de la ciudad de Baeza, un libro intitulado Examen
de ingenios, que con licencia de los señores del dicho Consejo se ha
impreso, le tasaron a tres maravedís cada pliego del dicho libro, y a este
precio y no a más mandaron se venda, y que esta tasa se ponga al fin de cada un
libro. Y para que dello conste, de pedimento de Juan Orozco Carvajal, en nombre
del dicho Juan Andrea Guarnero, di el presente, que es fecho en la villa de
Madrid, a diez y ocho días del mes de julio de mil y quinientos y noventa y
cuatro años, y en fe dello lo firmé de mi nombre. Miguel de Ondarza Zavala.
DE INGENIOS
PARA LAS SCIENClAS
EN EL QVAL EL LECTOR HALLA-
rá la manera de su ingenio, para
escoger la sciencia en que
mas
â de aprouechar. Y la differencia de habi-
lidades
que ay en los hombres: y el gene-
ro
de letras y artes que à cada uno
responde
en particular.
Compuesto
por el Doctor Juan Huarte de
sant
Juan. Agora nueuamente enmenda
do
por el mismo Autor, y añadidas
muchas
cosas curiosas, y
prouechosas.
Dirigido
à la C.R.M. del Rey don Phelippe nuestro
señor.
Cuyo ingenio se declara, exemplificando
las
reglas y preceptos desta
doctrina.
Con
nueuo Previlegio del Rey N.S.
Impresso
en Baeça. En casa de Juan Baptista
de
Montoya. Año de. 1594 .
A la Majestad del rey don Filipe, nuestro señor
Para que las
obras de los artífices tuviesen la perfección que convenía al uso de la
república, me pareció, Católica Real Majestad, que se había de establecer una
ley: que el carpintero no hiciese obra tocante al oficio del labrador, ni el
tejedor del arquitecto, ni el jusrisperito curase, ni el médico abogase; sino
que cada uno ejercitase sola aquel arte para la cual tenía talento natural, y
dejase las demás. Porque, considerando cuán corto y limitado es el ingenio del
hombre para una cosa y no más, tuve siempre entendido que ninguno podía saber
dos artes con perfección sin que en la una faltase. Y, porque no errase en
elegir la que a su natural estaba mejor, había de haber diputados en la
república, hombres de gran prudencia y saber, que en la tierna edad
descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia
que le convenía, y no dejarlo a su elección. De lo cual resultaría en vuestros
estados y señoríos haber los mayores artífices del mundo y las obras de mayor
perfección, no más de por juntar el arte con naturaleza.
Esto mesmo quisiera yo que hicieran las Academias de vuestros reinos; que,
pues no consienten que el estudiante pase a otra facultad no estando en la
lengua latina perito, que tuvieran también examinadores para saber si el que
quiere estudiar dialéctica, filosofía, medicina, teología o leyes tiene el
ingenio que cada una de estas ciencias ha menester. Porque si no, fuera del
daño que este tal hará después en la república usando su arte mal sabida, es
lástima ver a un hombre trabajar y quebrarse la cabeza en cosa que es imposible
salir con ella. Por no hacer hoy día esta diligencia, han destruido la
cristiana religión los que no tenían ingenio para teología, y echan a perder la
salud de los hombres los que son inhábiles para medicina, y la jurispericia no
tiene la perfección que pudiera por no saber a qué potencia racional pertenece
el uso y buena interpretación de las leyes.
Todos los filósofos antiguos hallaron por experiencia que donde no hay
naturaleza que disponga al hombre a saber, por demás es trabajar en las reglas
del arte. Pero ninguno ha dicho con distinción ni claridad qué naturaleza es la
que hace al hombre hábil para una ciencia y para otra incapaz, ni cuántas
diferencias de ingenio se hallan en la especie humana, ni qué artes y ciencias
responden a cada uno en particular, ni con qué señales se había de conocer, que
era lo que más importaba. Estas cuatro cosas, aunque parecen imposibles,
contienen la materia sobre que se ha de tratar, fuera de otras muchas que se
tocan al propósito de esta doctrina, con intento que los padres curiosos tengan
arte y manera para descubrir el ingenio a sus hijos, y sepan aplicar a cada uno
la ciencia en que más ha de aprovechar. Que es un aviso que Galeno cuenta
haberle dado un demonio a su padre, al cual le aconsejó, estando durmiendo, que
hiciese estudiar a su hijo medicina, porque para esta ciencia tenía ingenio
único y singular.
De lo cual entenderá vuestra Majestad cuánto importa a la república que
haya en ella esta elección y examen de ingenios para las ciencias; pues de
estudiar Galeno medicina resultó tanta salud a los enfermos de su tiempo, y
para los venideros dejó tantos remedios escritos. Y si como Baldo (aquel
ilustre varón en derecho) estudió medicina y la usó, pasara adelante con ella,
fuera un médico vulgar (como ya realmente lo era por faltarle la diferencia de
ingenio que esta ciencia ha menester) y las leyes perdieran una de las mayores
habilidades de hombre que para su declaración se podía hallar.
Queriendo, pues, reducir a arte esta nueva manera de filosofar, y probarla
en algunos ingenios, luego me ocurrió el de vuestra Majestad por ser más
notorio, de quien todo el mundo se admira viendo un príncipe de tanto saber y
prudencia. Del cual aquí no se puede tratar sin hacer fealdad en la obra. El
penúltimo capítulo es su conveniente lugar, donde vuestra Majestad verá la manera
de su ingenio y el arte y letras con que había de aprovechar a la república si,
como es rey y señor nuestro por naturaleza, fuera un hombre particular. Vale.
Al lector
Cuando Platón
quería enseñar alguna doctrina grave, sutil y apartada de la vulgar opinión,
escogía de sus discípulos los que a él le parecían de más delicado ingenio y a
sólo éstos decía su parecer, sabiendo por experiencia que enseñar cosas
delicadas a hombres de bajo entendimiento era gastar el tiempo en vano y echar
a perder la doctrina.
Lo segundo que hacía, después de la elección, era prevenirlos con algunos
presupuestos claros y verdaderos, y que no estuviesen lejos de la conclusión.
Porque los dichos y sentencias que de improviso se publican contra lo que el
vulgo tiene persuadido no sirven de más, al principio no haciéndose tal
prevención, que alborotar el auditorio y enojarle, de manera que viene a perder
la pía afección y aborrecer la doctrina.
Esta manera de proceder quisiera yo poder guardar contigo, curioso lector,
si hubiera forma para poderte primero tratar y descubrir a mis solas el talento
de tu ingenio; porque, si fuera tal cual convenía a esta doctrina, apartándote
de los ingenios comunes, en secreto te dijera sentencias tan nuevas y
particulares cual jamás pensaste que podían caer en la imaginación de los
hombres.
Pero como no se puede hacer, habiendo de salir en público para todos esta
obra, no es posible dejar de alborotarte. Porque si tu ingenio es de los
comunes y vulgares, bien sé que estás persuadido que el número de las ciencias
y su perfección ha muchos días que por los antiguos está ya cumplido, movido
con una vana razón: que, pues ellos no hallaron más que decir, argumento es que
no hay otra novedad en las cosas. Y si por ventura tienes tal opinión no pases de
aquí, ni leas más adelante; porque te dará pena ver probado cuán miserable
diferencia de ingenio te cupo. Pero si eres discreto, bien compuesto y sufrido,
decirte he tres conclusiones muy verdaderas, aunque por su novedad son dignas
de grande admiración.
La primera es que, de muchas diferencias de ingenio que hay en la especie
humana, sola una te puede, con eminencia, caber; si no es que Naturaleza, como
muy poderosa, al tiempo que te formó echó todo el resto de sus fuerzas en
juntar solas dos, o tres; o, por no poder más, te dejó estulto y privado de
todas.
La segunda, que a cada diferencia de ingenio le responde, en eminencia,
sola una ciencia y no más; de tal condición, que, si no aciertas a elegir la
que responde a tu habilidad natural, ternás de las otras gran remisión, aunque
trabajes días y noches.
La tercera, que después de haber entendido cuál es la ciencia que a tu
ingenio más le responde, te queda otra dificultad mayor por averiguar; y es si
tu habilidad es más acomodada a la práctica que a la teórica, porque estas dos
partes, en cualquier género de letras que sea, son tan opuestas entre sí y
piden tan diferentes ingenios, que la una a la otra se remiten como si fueran
verdaderos contrarios.
Duras sentencias son, yo lo confieso. Pero otra cosa tienen de más
dificultad y aspereza: que de ellas no hay a quien apelar ni poder decir de
agravios. Porque siendo Dios el autor de Naturaleza, y viendo que ésta no da a
cada hombre más que una diferencia de ingenio, como atrás dije, por la
oposición o dificultad que de juntarlas hay, se acomoda con ella; y, de las
ciencias que gratuitamente reparte entre los hombres, por maravilla da más que
una en grado eminente. Divisiones vero gratiarum sunt,
idem autem Spiritus; et divisiones ministrationum sunt, idem autem Dominus, et
divisiones operationum sunt, idem vero Deus qui operatur omnia in omnibus.
Unicuique autem datur ministratio Spiritus ad utilitatem: alii quidem datur per
Spiritum sermo sapientiae, alii autem sermo scientiae secundum eumdem Spiritum;
alteri fides in eodem Spiritu, alii gratia sanitatum in uno Spiritu, alii
operatio virtutum, alii prophetia, alii discretio Spirituum, alii genera
linguarum, alii in interpretatio sermonum. Haec autem omnia operatur unus atque
idem Spiritus dividens singulis prout vult.
Este repartimiento de ciencias yo no dudo sino que le hace Dios teniendo
cuenta con el ingenio y natural disposición de cada uno. Porque los talentos
que repartió por san Mateo, dice el mismo Evangelista que los dio unicuique secundum propiam virtutem. Y pensar que estas
ciencias sobrenaturales no piden ciertas disposiciones en el sujeto antes que
se infunda, es error muy grande.
Porque cuando Dios formó a Adán y a Eva es cierto que, primero que los
llenase de sabiduría, les organizó el celebro de tal manera que la pudiesen
recibir con suavidad y fuese cómodo instrumento para con ella poder discurrir y
raciocinar. Y así lo dice la divina Escritura: ...et cor
dedit illis excogitandi, et disciplina intellectus replevit illos.
Y que, según la diferencia de ingenio que cada uno tiene, se infunda una
ciencia y no otra, o más o menos de cada cual de ellas, es cosa que se deja
entender en el mesmo ejemplo de nuestros primeros padres; porque, llenándolos
Dios a ambos de sabiduría, es conclusión averiguada que le cupo menos a Eva,
por la cual razón dicen los teólogos que se atrevió el demonio a engañarla y no
osó tentar al varón temiendo su mucha sabiduría. La razón de esto es, como
adelante probaremos, que la compostura natural que la mujer tiene en el celebro
no es capaz de mucho ingenio ni de mucha sabiduría.
En las sustancias angélicas hallaremos también la mesma cuenta y razón.
Porque, para dar Dios a un ángel más grados de gloria y más subidos dones, le
da primero más delicada naturaleza, y preguntado a los teólogos de qué sirva
esta naturaleza tan delicada, dicen que el ángel que tiene más subido
entendimiento y mejor natural se convierte con más facilidad a Dios y usa del
don con más eficacia; y que lo mesmo acontece en los hombres.
De aquí se infiere claramente que, pues hay elección de ingenios para las
ciencias sobrenaturales, y que no cualquiera diferencia de habilidad es cómodo
instrumento para ellas, que las letras humanas con más razón la pedirán, pues
las han de aprender los hombres con las fuerzas de su ingenio.
Saber, pues, distinguir y conocer estas diferencias naturales del ingenio
humano, y aplicar con arte a cada una la ciencia en que más ha de aprovechar es
el intento desta mi obra. Si saliere con él como lo tengo propuesto, daremos a
Dios la gloria de ello, pues de su mano viene lo bueno y acertado. Y si no,
bien sabes, discreto lector, que es imposible inventar un arte y poderla
perficionar; porque son tan largas y espaciosas las ciencias humanas, que no
basta la vida de un hombre a hallarlas y darles la perfección que han de tener.
Harto hace el primer inventor en apuntar algunos principios notables, para que
los que después sucedieren, con esta simiente, tengan ocasión de ensanchar el
arte y ponerla en la cuenta y razón que es necesaria.
Aludiendo a esto Aristóteles, dice que los errores de los que primero
comenzaron a filosofar se han de tener en gran veneración; porque, como sea tan
dificultoso el inventar cosas nuevas y tan fácil añadir a lo que ya está dicho
y tratado, las faltas del primero no merecen, por esta razón, por ser muy
reprehendidas, ni al que añade se le debe dar mucha alabanza.
Yo bien confieso que esta mi obra no se puede escapar de algunos errores,
por ser la materia tan delicada y donde no había camino abierto para poderla
tratar. Pero si fueren en materia donde el entendimiento tiene lugar de opinar,
en tal caso te ruego, ingenioso lector, antes que des tu decreto, leas primero
toda la obra y averigües cuál es la manera de tu ingenio; y si en ella hallares
alguna cosa que a tu parecer no esté bien dicha, mira con cuidado las razones
que contra ella más fuerza te hacen, y si no las supieres soltar, torna a leer
el undécimo capítulo, que en él hallarás la respuesta que pueden tener. Vale.
y dase la razón por qué
los hombres son de diferentes pareceres en los juicios que hacen
Una duda me ha
traído fatigado el ingenio muchos días ha, y pensando, curioso lector, que su
respuesta era muy oculta al juicio y sentido de los hombres, lo había siempre
disimulado; hasta que ya, molestado de ocurrirme tantas veces a la imaginación,
propuse en mí de saber su razón natural aunque me costase cualquiera trabajo. Y
es de dónde puede nacer que, siendo todos los hombres de una especie
indivisible y las potencias del ánima racional (memoria, entendimiento y
voluntad) de igual perfección en todos, y, lo que más aumenta la dificultad,
que, siendo el entendimiento potencia espiritual y apartada de los órganos del
cuerpo, con todo eso vemos por experiencia que, si mil hombres se juntan para
juzgar y dar su parecer sobre una mesma dificultad, cada uno hace juicio
diferente y particular, sin concentarse con los demás. Por donde se dijo:
mille hominum species et rerum
discolor usus:
velle
suum cuique est, nec voto vivitur uno.
Ningún filósofo
antiguo ni moderno, que yo haya visto, ha tocado esta dificultad, asombrados, a
mi ver, de su gran oscuridad, aunque todos los veo querellosos del vario juicio
y apetito de los hombres. Por donde me fue forzado echar el discurso a volar y
aprovecharme de la investigación, como en otras dificultades mayores que no han
tenido primer movedor.
Y discurriendo, hallé por mi cuenta que en la compostura particular de los
hombres hay una causa natural que involuntariamente los inclina a diversos pareceres;
y que no es odio, ni pasión, ni ser los hombres detractores y amigos de
contradecir, como piensan los que escriben cartas nuncupatorias a sus
Mecenates, pidiéndoles contra ellos ayuda y favor. Pero cuál fuese esta causa
en particular, y de qué principios puede nacer, aquí estuvo el dolor y trabajo.
Para lo cual es de saber que fue antigua opinión de algunos médicos graves
que todos los hombres que vivimos en regiones destempladas estamos actualmente
enfermos y con alguna lesión, aunque por habernos engendrado y nacido con ella
y no haber gozado de otra mejor templanza, no lo sentimos. Pero advirtiendo en
las obras depravadas que hacen nuestras potencias y en los descontentos que
cada hora pasan por nosotros sin saber de qué ni por qué, hallaremos claramente
que no hay hombre que pueda decir con verdad que está sin achaque ni dolor.
Todos los médicos afirman que la perfecta salud del hombre restriba en una
conmoderación de las cuatro calidades primeras, donde el calor no excede a la
frialdad, ni la humidad a la sequedad, de la cual declinando, es imposible que
pueda hacer tan bien sus obras como antes solía. Y está la razón muy clara:
porque si con la perfecta temperatura hace el hombre sus obras con perfección,
forzosamente con la destemplanza, que es su contrario, las ha de hacer con
alguna falta y lesión. Pero, para conservar aquella perfecta sanidad, es
necesario que los cielos influyan siempre unas mesmas calidades; y que no haya
invierno, estío ni otoño; y que el hombre no discurra por tantas edades; y que
los movimientos del cuerpo y del ánima sean siempre uniformes: el velar y
dormir, las comidas y bebida, todo templado y correspondiente a la conservación
de esta buena temperatura. Todo lo cual es caso imposible, así al arte de
medicina como a Naturaleza.
Sólo Dios lo pudo hacer con Adán, poniéndolo en el Paraíso terrenal y
dándole a comer del árbol de la vida, cuya propriedad era conservar al hombre
en el punto perfecto de sanidad en que fue criado. Pero viviendo los hombres en
regiones destempladas, sujetas a tales mudanzas del aire, al invierno, estío y
otoño, y pasando por tantas edades, cada una de su temperatura, y comiendo unos
manjares fríos y otros calientes, forzosamente se ha de destemplar el hombre y
perder cada hora la buena templanza de las primeras calidades. De lo cual es
evidente argumento ver que todos cuantos hombres se engendran nacen unos
flemáticos y otros sanguinos, unos coléricos y otros melancólicos, y por gran
maravilla uno templado, y a éste no le dura la buena temperatura un momento sin
alterarse.
A estos médicos reprehende Galeno diciendo que hablan con mucho rigor.
Porque la sanidad de los hombres no consiste en un punto indivisible, sino que
tiene anchura y latitud; y que las primeras calidades pueden declinar del
perfecto temperamento sin caer luego en enfermedad. Los flemáticos se apartan
notablemente por frialdad y humidad, y los coléricos por calor y sequedad; y
todos viven sanos y sin achaque ni dolor. Y aunque es verdad que éstos no hacen
tan perfectas obras como los templados, pero pasan con ellas sin notable lesión
y sin llamar al médico que se les corrija; por la cual razón, el arte las
guarda y conserva como disposiciones naturales. Aunque, con esto, confiesa
Galeno que son destemplanzas viciosas y que se han de tratar como si fueran
enfermedades, aplicando a cada una sus calidades contrarias para reducirlas, si
fuese posible, a la perfecta sanidad donde no hay dolores ni achaques. De lo
cual es evidente argumento ver que nunca Naturaleza, con sus irritaciones y apetitos,
trata de conservar al destemplado con causas semejantes, sino siempre procura
reducirle con contrarios, como si estuviese enfermo. Y, así, vemos que el
colérico aborrece el estío y se huelga con el invierno, el vino le abrasa y con
el agua se amansa. Que es lo que dijo Hipócrates: calidae
naturae cui est, aquae potus et refrigeratio.
Pero para el fin que yo pretendo, impertinente es que estas destemplanzas
sean enfermedades, como dijeron aquellos médicos antiguos, o sanidades
imperfectas, como confiesa Galeno, porque de la una y de la otra opinión se
infiere claramente lo que yo quiero probar, y es que, por razón de las
destemplanzas que los hombres padecen, y por no tener entera su composición
natural, están inclinados a gustos y apetitos contrarios, no solamente en la
irascible y concupiscible, pero también en la parte racional. Lo cual se ve
claramente discurriendo por todas las facultades que gobiernan al hombre
destemplado. El que es colérico, según las potencias naturales, desea alimentos
fríos y húmidos; y el flemático, calientes y secos. El colérico, según la
potencia generativa, se pierde por mujeres; y el flemático las aborrece. El
colérico, según la irascible, adora en la honra, en la vanagloria, imperio y
mando, y ser a todos superior; y el flemático estima más hartarse de dormir que
todos los señoríos del mundo. Y donde se echa también de ver los varios
apetitos de los hombres es entre los mesmos coléricos, flemáticos, sanguinos y
melancólicos, por razón de las muchas diferencias que hay de cólera, flema y
melancolía.
Pero, para que más claro se entienda que las varias destemplanzas y
enfermedades que los hombres padecen es la causa total de hacer varios juicios
en lo que toca a la parte racional, será bien poner ejemplo en las potencias
exteriores; porque lo que fuere de ellas, será también de las interiores.
Todos los filósofos naturales convienen en que las potencias con que se ha
de hacer algún conocimiento han de estar sanas y limpias de las calidades del
objeto que han de conocer, so pena que harán juicios varios y todos falsos.
Finjamos, pues, cuatro hombres enfermos en la compostura de la potencia visiva,
y que el uno tenga en el humor cristalino una gota de sangre empapada, y otro
de cólera, y otro de flema, y otro de melancolía. Si a éstos, no sabiendo ellos
de su enfermedad, les pusiésemos delante un pedazo de paño azul para que
juzgasen del color verdadero que tenía, es cierto que el primero diría que era
colorado, y el segundo amarillo, y el tercero blanco, y el cuarto negro. Y todos
lo jurarían, y se reirían unos de otros como que erraban en cosa tan manifiesta
y notoria. Y si estas cuatro gotas de humores las pasásemos a la lengua y les
diésemos a beber un jarro de agua, el uno diría que era dulce, el otro amarga,
el otro salada y el otro aceda.
Veis aquí cuatro juicios diferentes en dos potencias por razón de tener
cada una su enfermedad; y ninguna atinó a la verdad. La mesma razón y
proporción tienen las potencias interiores con sus objetos. Y si no, pasemos
aquellos cuatro humores en mayor cantidad al celebro, de manera que le
inflamen; y veremos mil diferencias de locuras y disparates, por donde se dijo:
cada loco con su tema. Los que no llegan a tanta enfermedad parece que
están en su juicio y que dicen y hacen cosas convenientes; pero realmente
disparan, sino que no se echa de ver por la mansedumbre con que algunos
proceden.
Los médicos de ninguna señal se aprovechan tanto para conocer y entender
si un hombre está sano o enfermo como mirarle a las obras que hace. Si éstas
son buenas y sanas, es cierto que tiene salud; y si lesas y dañadas,
infaliblemente está enfermo. En este argumento se fundó aquel gran filósofo
Demócrito abderita cuando le probó a Hipócrates que el hombre dende que nace
hasta que muere no es otra cosa más que una perpetua enfermedad según las obras
racionales; y, así, le dijo: Totus homo ex nativitate
morbus est: dum educatur, inutilis est et alienum auxlium implorat: dum
crescit, protervus, insipiens, paedagogo opus habens; dum in vigore est, audax
est; dum decrescit, miserabilis, ubi labores suos recolit ac jactat... Ex
maternis enim uteri inquinamentis talis prodiit. De la cual sentencia se
admiró Hipócrates y, pareciéndole que era muy verdadera, se dejó concluir y por
tal la contó a su amigo Damageto. Y tornándolo a visitar (gustando de su
sabiduría) dice que le preguntó la razón y causa de su continua risa (viéndole
reír y burlar de todos los hombres del mundo), a lo cual le respondió la
sentencia que sigue: Numquid universum mundum aegrotare
non animadvertis? Alii canes emunt, alii equos, aliis volunt multis imperare,
nec sibi ipsis imperare possunt; uxores ducunt quas paulo post eiiciunt; amant,
deinde odio habent; cum magna cupiditate liberos generant, deinde adulto
eiicunt. Quae est illa vana ac absurda diligentia, nihil ab insania differens?
Bellum intestinum gerunt quietem non amplectentes; reges deponunt, alios
subrogant; occidunt homines; terram fodientes argentum quaerunt. Y, así,
procedió muy a larga contando los varios apetitos de los hombres y las locuras
que hacen y dicen por razón de estar todos enfermos. Y concluyendo, le dijo que
este mundo no era más que una casa de locos, cuya vida era una comedia graciosa
representada para hacer reír a los hombres; y que ésta era la causa de que se
reía tanto. Lo cual oído por Hipócrates, dijo públicamente a los abderitas: Non insanit Democritus, sed super omnia sapit et nos
sapientiores efficit.
Si los hombres fuéramos todos templados y viviéramos en regiones templadas
y usáramos de alimentos templados, todos (aunque no siempre, pero por la mayor
parte) tuviéramos unos mesmos conceptos, unos mesmos apetitos y antojos; y si
alguno tomara la mano a razonar y dar su parecer en alguna dificultad, todos de
la mesma manera casi a una mano la firmaran de su nombre. Pero viviendo como
vivimos en regiones destempladas y con tantas desórdenes en el comer y beber,
con tantas pasiones y cuidados del ánima y tan continuas alteraciones del
cielo, no es posible dejar de estar enfermos, o por lo menos destemplados. Y
como no enfermamos todos con un mesmo género de enfermedad, no seguimos
comúnmente todos una mesma opinión, ni tenemos comúnmente un mesmo apetito y
antojo, sino cada uno el suyo conforme a la destemplanza que padece.
Con esta filosofía viene muy bien aquella parábola de san Lucas que dice: Homo quidem descendebat ab Ierusalem in Iericho, et incidit in
latrones; qui etiam despoliaverunt eum et, plagis impositis, abierunt semivivo
relicto. La cual declaran algunos autores diciendo que aquel hombre así
llagado representa la naturaleza humana después del pecado; porque antes lo
había Dios criado perfectísimo en la compostura y temperamento que naturalmente
se debía a su especie, y le había dado muchas gracias y dones sobrenaturales
para mayor perfección suya. Especialmente le dio la justicia original, con la
cual alcanzó el hombre toda la salud y concierto que en su compostura se podía
desear; y, así, la llama san Agustín sanitas naturae,
porque de ella resultaba el armonía y concierto del hombre sujetando la porción
inferior a la superior y la superior a Dios. Todo lo cual perdió en el punto
que pecó; porque luego le despojaron de lo gratuito, y en lo natural quedó
herido y llagado. Y si no, miremos a sus descendientes cómo están y qué obras
hacen; y se entenderá claramente que no pueden proceder sino de hombres
enfermos y llagados: a lo menos, de su libre albedrío está determinado que
después del pecado quedó medio muerto y sin las fuerzas que solía tener. Porque
en pecando Adán, luego le echaron del Paraíso terrenal (lugar templadísimo) y
lo privaron del árbol de la vida y de los demás amparos que había para
conservarle su buena compostura. La vida que comenzó a tener fue de mucho
trabajo, durmiendo por los suelos al frío y al sereno y al calor. La región
donde habitaba era destemplada, y las comidas y bebidas, contrarias a su salud.
Él andaría descalzo y mal vestido, sudando y trabajando para ganar de comer,
sin casa ni abrigo, vagando de región en región. Un hombre que se había criado
en tanto contento y regalo con tal vida forzosamente había de enfermar y
destemplarse; y, así, no le quedó órgano ni instrumento corporal que no
estuviese destemplado, sin poder obrar con la suavidad que antes solía. Y con
tal destemplanza conoció a su mujer y engendró tan mal hombre como Caín, de tan
mal ingenio, malicioso, soberbio, duro, áspero, desvergonzado, envidioso,
indevoto y mal acondicionado. Y, así, comenzó a comunicar a sus descendientes
esta mala salud y desorden; porque la enfermedad que tienen los padres al
tiempo del engendrar, esa misma (dicen los médicos) sacan sus hijos después de
nacidos.
Pero una dificultad grande se ofrece en esta doctrina y pide no cualquiera
solución. Y es: si todos los hombres estamos enfermos y destemplados como lo
hemos probado y de cada destemplanza nace juicio particular ¿qué remedio
tenemos para conocer cuál dice la verdad de tantos como opinan? Porque, si
aquellos cuatro hombres erraron en el juicio y conocimiento que hicieron del
paño azul, por tener cada uno su enfermedad particular en la vista, lo mesmo
podría acontecer en otros cuatro si cada uno tuviese su particular destemplanza
en el celebro; y, así, quedaría la verdad ocultada, o ninguno la alcanzaría por
estar todos enfermos y destemplados.
A esto se responde que la sabiduría humana es incierta y caduca por la
razón que hemos dicho. Pero, fuera desto, es de saber que nunca acontece
enfermedad en el hombre que, debilitando una potencia, por razón de ella no se
fortifique la contraria o la que pide contrario temperamento; como si el celebro
templado se destemplase por humidad, es cierto que crecería la memoria y
faltaría el entendimiento, como adelante probaremos; y por sequedad, subiría el
entendimiento y bajaría la memoria. Y, así, en las obras tocantes al
entendimiento, mucho más sabría un hombre de seco celebro, que un muy sano y
templado; y en las obras de la memoria, mucho más alcanza un destemplado por
humidad, que el hombre más templado del mundo. Porque, según la opinión de los
médicos, en muchas obras exceden los destemplados a los templados; por donde
dijo Platón que por maravilla se halla hombre de muy subido ingenio que no
pique algo en manía (que es una destemplanza caliente y seca del celebro).
De manera que hay destemplanza y enfermedad determinada para cierto género
de sabiduría, y repugnante para las demás; y, así, es necesario que el hombre
sepa qué enfermedad es la suya y qué destemplanza, y a qué ciencia responde en
particular (que es el tema de este libro); porque con ésta alcanzará la verdad
y con las demás hará juicios disparados.
Los hombres templados, como adelante probaremos, tienen capacidad para
todas las ciencias con cierta mediocridad sin aventajarse mucho en ellas. Pero
los destemplados, para una y no más; a la cual si se dan con certidumbre, y la
estudian con diligencia y cuidado, harán maravillas en ella; y si la yerran,
sabrán muy poquito en las demás. De lo cual es evidente argumento ver por las
historias que cada ciencia se inventó en la región destemplada que le cupo
acomodada a su invención.
Si Adán y todos sus descendientes vivieran en el Paraíso terrenal, de
ninguna arte mecánica ni ciencia de las que ahora se leen en las escuelas
tuviera necesidad, ni hasta el día de hoy se hubieran inventado ni puesto en
práctica. Porque, andando desnudos y descalzos, no eran necesarios sastres,
calceteros, zapateros, cardadores, tejedores, carpinteros ni domificadores;
porque en el Paraíso terrenal no había de llover, ni correr aires fríos ni
calientes de que se hubieran de guardar. También no hubiera esta teología escolástica
y positiva, a lo menos tan extendida como ahora tenemos; porque no pecando
Adán, no naciera Jesucristo, de cuya encarnación, muerte y vida, y del pecado
original y el reparo que tuvo, está compuesta esta Facultad. Menos hubiera
jurispericia; porque para el justo no son necesarias leyes ni derecho: todas
las cosas fueran comunes y no hubiera mío ni tuyo, que es la ocasión de los
pleitos y del reñir. La medicina fuera ciencia impertinente; porque los hombres
fueran inmortales, no sujetos a corrupción ni alteración que les causara
enfermedad: comieran todos de aquel árbol de la vida cuya propiedad era
repartirles siempre mejor húmido radical que antes tenían.
En pecando Adán, luego tuvieron principio práctico todas las artes y
ciencias que hemos dicho, porque todas fueron menester para remediar su miseria
y necesidad. La primera que comenzó en el Paraíso terrenal fue la jurispericia,
donde se substanció un proceso por el mismo orden judicial que ahora tenemos,
citando la parte, y poniéndole su acusación, y respondiendo el reo, con la
sentencia y condenación del juez. La segunda fue la teología; porque cuando
dijo Dios a la serpiente et ipsa conteret caput tuum,
entendió Adán, como hombre que tenía el entendimiento lleno de ciencias
infusas, que para su remedio el Verbo divino había de encarnar en el vientre
virginal de una mujer, y que ésta con su buen parto había de poner debajo sus
pies al demonio con todo su imperio; en la cual fe y creencia se salvó. Tras la
teología salió luego el arte militar, porque en el camino por donde Adán iba a
comer del árbol de la vida fabricó Dios un presidio, donde puso un querubín
armado para que le impidiese el paso. Tras el arte militar salió luego la
medicina; porque, en pecando Adán, se hizo mortal y corruptible y sujeto a mil
enfermedades y dolores.
Todas estas ciencias y artes tuvieron su principio práctico aquí, y
después se perficionaron y aumentaron cada una en la región destemplada que le
cupo, naciendo en ella hombres de ingenio y habilidad acomodada a su invención.
Y así concluyo, curioso lector, confesando llanamente que yo estoy enfermo y
destemplado (y que tú lo podrás estar también), pues nací en tal región; y que
nos podría acontescer lo mesmo que a aquellos cuatro hombres, que, siendo el
paño azul, el uno juró que era colorado, el otro blanco, el otro amarillo y el
otro negro, y ninguno acertó por la lesión particular que cada uno tenía en su
vista.
Donde se declara qué
cosa es ingenio y cuántas diferencias se hallan de él en la especie humana
Precepto es de
Platón (el cual obliga a todos los que escriben y enseñan) comenzar la doctrina
por la difinición del sujeto cuya naturaleza, diferencia y propiedades queremos
saber y entender. Dase por esta vía gusto al que la ha de aprender, y el que
escribe no se derrama a cuestiones impertinentes, ni deja de tocar aquellas que
son necesarias para que la obra salga con toda la perfección que ha de tener. Y
es la causa que la difinición es un tema tan fecundo y concertado, que apenas
se halla paso ni contemplación en la ciencia ni en el método con que se ha
proceder, que no esté en él apuntado. Por donde es cierto que no se puede bien
proceder en ningún género de sabiduría no comenzando de aquí.
Y pues el sujeto total de esta obra es el ingenio y habilidad de los hombres,
razón será, por lo dicho, que sepamos su difinición y qué es lo que contiene en
su esencia; porque, sabida y entendida como conviene, habremos hallado el
verdadero medio para hacer demostración de esta nueva doctrina.
Y porque el nombre, como dice Platón, est
instrumentum docendi discernendique rerum substantia, es de saber que
este nombre, ingenio, desciende de uno de estos tres verbos latinos: gigno, ingigno, ingenero; y de este último parece que
tiene más clara su descendencia, atento a las muchas letras y sílabas que de él
vemos que toma, y lo que de su significación diremos después.
La razón en que se fundaron los primeros que lo inventaron no debió ser
liviana; porque saber imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que
piden las cosas nuevamente halladas es obra (dice Platón) de hombres heroicos y
de alta consideración. Como pareció en la invención de este nombre, ingenio,
que para descubrirla fue menester una contemplación muy delicada y llena de
filosofía natural. En la cual discurriendo, hallaron que había en el hombre dos
potencias generativas: una común con los brutos animales y plantas, y otra
participante con las sustancias espirituales, Dios y los ángeles. De la primera
no hay que tratar por ser tan manifiesta y notoria; la segunda es la que tiene
alguna dificultad, por no ser sus partos y manera de engendrar al vulgo tan
conocidos.
Pero hablando con los filósofos naturales, ellos bien saben que el
entendimiento es potencia generativa y que se empreña y pare, y que tiene hijos
y nietos, y una partera (dice Platón) que le ayuda a parir. Porque de la manera
que en la primera generación el animal o planta da ser real y sustantífico a su
hijo, no lo tiniendo antes de la generación, así el entendimiento tiene virtud
y fuerzas naturales de producir y parir dentro de sí un hijo, al cual llaman
los filósofos naturales noticia o concepto, que es verbum mentis. Y no sólo es lenguaje y doctrina recebida
de los filósofos naturales decir que el entendimiento es potencia generativa y
llamar hijo a lo que ésta produce; pero aun hablando la Escritura de
la generación del Verbo divino, usa de los mesmos términos de padre y de hijo y
de engendrar y parir: Nondum erant abyssi, et ego iam concepta eram... Et
ante omnes colles, ego parturiebar. Y, así, es cierto que de la fecundidad
del entendimiento del Padre tuvo el Verbo divino su eternal generación: eructavit con meum verbum bonum. Y no sólo él, pero aun
todo lo visible e invisible contenido en el universo, se halló producido por
esta mesma potencia; en tanto que viendo y considerando los filósofos naturales
la gran fecundidad que Dios tenía en su entendimiento, lo llamaron Genio,
que por antonomasia quiere decir el grande engendrador.
El ánima racional y las demás sustancias espirituales, puesto caso que
también se llaman genios por ser fecundas en producir y engendrar conceptos
tocantes a ciencia y sabiduría, pero su entendimiento no tiene en los partos
que hace tanta virtud y fuerzas que les pueda dar ser real y sustantífico fuera
de sí, como en las generaciones que Dios hizo. Sólo llega la fecundidad de
éstas a producir dentro de su memoria un accidente que, cuando va muy bien
engendrado, no es más que una figura y retrato de aquello que queremos saber y
entender; no como la generación del Verbo divino, donde el engendrado salió consubstantialis Patri y las demás cosas que parió
respondieron afuera con el ser real y sustantífico que ahora las vemos. Pero
las generaciones que el hombre hace con su entendimiento, si son de cosas
artificiales, no luego toman el ser que han de tener, antes para sacar perfecta
la idea con que se han de fabricar es menester fingir primero mil rayas en el
aire y componer muchos modelos y últimamente poner las manos para que tomen el
ser que han de tener, y las más veces salen erradas. Lo mesmo acontece en las
demás generaciones que el hombre hace para entender las cosas naturales como
ellas son en sí; donde la imagen que el entendimiento concibe de ellas, por
maravilla sale de la primera contemplación con el vivo que la cosa tiene; y
para pintar una figura tal y tan buena como ella está en su original, es
menester juntar infinitos ingenios y que pasen muchos años, y con todo eso
conciben mil disparates.
Supuesta, pues, esta doctrina, es ahora de saber que las artes y ciencias
que aprenden los hombres son unas imágenes y figuras que los ingenios
engendraron dentro de su memoria, las cuales representan al vivo la natural
compostura que tiene el sujeto cuya es la ciencia que el hombre quiere
aprender: como la medicina no fue más en el entendimiento de Hipócrates y
Galeno que un dibujo que contrahace al natural la compostura verdadera del
hombre, con sus causas y achaques de enfermar y sanar; y la jurispericia es
otra figura, donde está representada la verdadera forma de la justicia con que
se guarda y conserva la policía humana y viven los hombres en paz. Por donde es
cierto que si el que aprende oyendo la doctrina de un buen maestro, no pudiere
pintar en su memoria otra figura tal y tan buena como es la que le van
diciendo, que sin duda es estéril y que no se puede empreñar ni parir, si no
son disparates y monstruos.
Y esto baste en cuanto al nombre ingenio, el cual desciende de
este verbo ingenero, que quiere decir engendrar
dentro de sí una figura entera y verdadera que represente al vivo la naturaleza
del sujeto cuya es la ciencia que se aprende.
Cicerón difinió el ingenio diciendo: docilitas et
memoria quae fere uno ingenii nomine appellantur, en las cuales palabras
siguió la opinión de la gente popular que se contenta con ver sus hijos
disciplinables y con docilidad para ser enseñados de otros, y con memoria que
retenga y guarde las figuras que el entendimiento ha concebido. Al cual
propósito dijo Aristóteles que el oído y la memoria se habían de juntar para
aprovechar en las ciencias.
Pero, realmente, esta definición es muy corta y no comprende todas las
diferencias de ingenio que hay; porque esta palabra, docilitas,
abraza solos aquellos ingenios que tienen necesidad de maestro, y deja fuera
otros muchos cuya fecundidad es tan grande que con sólo el objeto y su
entendimiento, sin ayuda de nadie, paren mil conceptos que jamás se vieron ni
oyeron: cuales fueron aquellos que inventaron las artes. Fuera de esto, mete
Cicerón a la memoria en cuenta de ingenio; de la cual dijo Galeno que carecía
totalmente de invención, que es decir que no puede engendrar nada de sí, antes
su mucha intensión y grandeza (dice Aristóteles) es causa que el entendimiento
sea infecundo y que no se pueda empreñar ni parir. Sólo sirve de guardar y
tener en custodia las formas y figuras que las otras potencias han concebido,
como parece en los hombres de letras muy memoriosos, que cuanto dicen y
escriben todo tiene otro dueño primero.
Verdad es que, bien considerada aquella partícula, docilitas,
hallaremos que dijo bien Cicerón. Porque la prudencia y sabiduría y la verdad
que contienen las ciencias (dice Aristóteles) está sembrada en las cosas
naturales, y en ellas se ha de buscar y hallar como en su verdadero original.
El filósofo natural que piensa ser una proposición verdadera porque la dijo
Aristóteles, sin buscar otra razón, no tiene ingenio. Porque la verdad no está
en la boca del que afirma, sino en la cosa de que se trata, la cual está dando
voces, y grita enseñando al hombre el ser que Naturaleza le dio y el fin para
que fue ordenada, conforme aquello: numquid sapientia non
clamitat et prudentia dat vocem suam? El que tuviere docilidad en el
entendimiento y buen oído para percibir lo que Naturaleza dice y enseña con sus
obras aprenderá mucho en la contemplación de las cosas naturales, el que no,
terná necesidad de preceptor que le avise y le haga considerar lo que los
brutos animales y plantas están voceando. Vade ad
formicam, o piger, et considera vias eius et disce prudentiam; quae cum non
habeat ducem nec praeceptorem, praeparat in aestate, etc.
Platón no cayó en este género de docilidad, ni le pareció que había otros
maestros que pudiesen enseñar al hombre fuera de los que vemos subidos en
cátedra; y, así, dijo: agri vero et arbores nihil me
docere possunt, sed homines qui in urbe versantur. Mejor lo dijo
Salomón, que sabiendo que había este segundo género de docilidad, lo pidió a
Dios para gobernar su pueblo: dabis ergo servo tuo cor
docile, ut populum tuum iudicare possit et discernere inter bonum et malum,
por las cuales palabras no pidió más que lumbre y claridad en el entendimiento
(aunque le dieron más de lo que pidió) para que, proponiéndole delante las
cosas y dudas tocantes a su gobernación, pudiese sacar de la naturaleza de la
cosa el verdadero juicio que había de hacer, sin irlo a buscar a los libros;
como pareció claramente en aquella sentencia que dio en el primer caso de las
meretrices, que cierto la naturaleza de la cosa le enseñó que la verdadera
madre del niño no había de consentir que se partiese.
Este mesmo género de docilidad y claridad del entendimiento dio Cristo a
sus discípulos para entender la Escritura, quitándoles primero la rudeza e
inhabilidad que habían sacado de las manos de Naturaleza conforme aquello: aperuit illis sensum ut intelligerent Scripturas. Y, así,
la Iglesia católica, teniendo entendido lo que importa este género de docilidad
para entender la Escritura, tiene ordenado y mandado que ningún hombre de poco
ingenio, ni viejo, estudie teología: Est enim lex, apud
nos sanctissima, quae in eiusmodi disciplinis solum adolescentes, nec omnes sed
ingeniosos exercet: grandioribus autem natu, ingenioque tardiori, studia haec
interdicit. La mesma sentencia dijo Platón tratando de los ingenios que
habían de estudiar las ciencias divinas: que, por estar las sustancias
separadas tan lejos de los sentidos, convenían buscar ingenios muy claros para
ellas; y, así dijo: Nec solum quaerendi sunt homines
generosi atque terribiles, sed qui, insuper, eas habeant naturae dotes quas
disciplina divina exigit, acumen scilicet facilitatemque ingenii. Y, de
camino, reprehende a Solón porque dijo que allá en la vejez se habían de
aprender estas letras.
Los que alcanzan esta diferencia de habilidad viven, en las ciencias que
tratan, muy descansados; porque no tiene necesidad su entendimiento de memoria
que le guarde las figuras y especies para discurrir con ellas otra vez, antes
las mesmas cosas naturales se las dan todas las veces que las quieren
contemplar; y siendo sobrenaturales, sin especies ni figuras que hayan pasado
por los sentidos, las entienden. Por donde dijo Platón: Rerum
autem maximarum pretiosissimarumque nulla est imago quae manifeste ad hominum
sensum captumque affecta sit; incorporea namque, cum maxima et pulcherrima
sint, ratione sola, alio vero nullo, perspicue declarantur. Y, así, dice
que para las ciencias divinas son menester mayores ingenios que para las demás,
porque no se aprovechan del sentido. Por donde es muy cierto que aquel dicho
tan celebrado de Aristóteles, nihil est in intellectu quin
prius fuerit in sensu, no tiene lugar en este segundo género de
docilidad, sino en el primero, cuya habilidad no se extiende a más de aprender
y retener en la memoria lo que el maestro dice y enseña.
De lo cual se colige claramente cuán mal se hace en nuestros tiempos con
la teología; pues sin hacer la elección que la Iglesia católica manda, entran a
estudiarla muchos que Naturaleza los ordenó para cavar y arar.
A estos dos géneros de docilidad responden dos diferencias de ingenio. La
una es de quien dijo Aristóteles: bonum ingenium est illud
quod bene dicenti obedit; como si dijera: «aquél es buen ingenio que
obedece al que bien dice». Porque el hombre que no se convence oyendo buenos
discursos y razones, ni puede formar en su memoria aquella figura que le van
proponiendo, es señal que su entendimiento es infecundo.
Verdad es que en esto hay una cosa que considerar; y es que hay muchos
discípulos que aprenden con gran facilidad todo lo que el maestro les dice y
enseña, y lo retienen y guardan en la memoria, sin ninguna contradicción; lo
cual puede acontecer por una de dos razones:
O porque el maestro es tal y tan bueno como lo pintó Aristóteles diciendo:
oportet sapientem non solum ea quae ex principiis sunt
cognoscere, sed etiam circa principia ipsa verum dicere. Los discípulos
que a este tal maestro obedecieren es cierto que tienen buen ingenio; y mucho
más lo descubren cuando oyen la doctrina de maestro que la enseña sin hacer la
trabazón y consonancia en las sentencias y conclusiones que piden los
principios sobre que está fundada. En no llevando al buen ingenio por este
camino derecho, luego se le ofrecen mil dificultades y argumentos, porque lo
que oye de tal maestro no le hace la figura y buena correspondencia que piden
los verdaderos principios de la doctrina; y, así, trae siempre el entendimiento
inquieto y desasosegado por falta del que le enseña. Otros ingenios hay rudos y
torpes, que, viendo que los muy ingeniosos son tenidos en mucho por las
dificultades y argumentos que ponen al maestro, en saliendo de lección (a
imitación suya) procuran molestar con grandes impertinencias al que los enseña,
sin dar razón de su dificultad; y por esta vía descubren más presto su
inhabilidad que si callasen. Por éstos dijo Platón que eran los que no tienen
ingenio para confutar. Pero el que le tiene agudo y delicado no ha de creer
nada al maestro, ni recibirle cosa que no venga bien con la doctrina. Y otros
callan y obedecen al maestro sin ninguna contradicción, porque su entendimiento
no siente la falsedad y disonancia que hace lo que enseña con los principios de
atrás.
La segunda diferencia de ingenio difinió Aristóteles diciendo: optimum ingenium est illud quod omnia per se intelligit
La cual diferencia tiene la mesma proporción con las cosas que ha de saber y
entender que la vista corporal con las figuras y colores. Si ésta es pura y muy
delicada, en abriendo el hombre los ojos dice cada cosa lo que es y atina el
lugar donde está y la diferencia que una hace a otra sin que nadie se lo avise.
Pero si es turbia y muy corta, aun las cosas muy claras y patentes, teniéndolas
delante de sí, no las puede percibir sin tercero que se lo diga. El hombre
ingenioso, puesto en consideración, que es abrir los ojos del entendimiento,
con livianos discursos entiende el ser de las cosas naturales, sus diferencias
y propiedades, y el fin para que fueron ordenadas. Pero, si no tiene este
género de habilidad, es necesario que intervenga la diligencia del maestro, y
en muchos no basta.
Esta diferencia de ingenio no admite la gente popular, ni le parece que es
posible. Y no va muy fuera de camino; porque, como dijo Aristóteles, nemo est natura sapiens; como si dijera: «ninguno nació
enseñado ni hay en los hombres sabiduría natural». Antes vemos por experiencia
que todos cuantos aprenden letras y las han aprendido hasta el día de hoy
tuvieron necesidad de maestro y preceptor que los enseñase. Pródico fue maestro
de Sócrates, de quien dijo el oráculo de Apolo que era el hombre más sabio del
mundo; Sócrates enseñó a Platón, cuyo ingenio fue tal, que mereció por renombre
el divino; Platón fue maestro de Aristóteles, de quien dijo Cicerón: Aristóteles
longe omnibus praestans ingenio; y si en algunos se
había de hallar esta diferencia de ingenio era en estos ilustres varones. Y pues
ninguno de ellos la alcanzó, argumento es que Naturaleza no la puede hacer.
Sólo Adán (dicen los teólogos) nació enseñado y con todas las ciencias infusas,
y él es el que las enseñó a sus descendientes. Por donde tienen por cierto que
no hay dicho ni sentencia, en ningún género de sabiduría, que no la haya dicho
otro primero, conforme aquello: nihil dictum quod non sit
dictum prius.
A esto se responde que Aristóteles difinió el ingenio perfecto, tal cual
había de ser, aunque bien sabía que no se podía hallar; como lo hizo Cicerón
cuando pintó un perfecto orador, del cual dijo que era imposible hallarse, pero
tanto ternía el hombre de perfecto orador, cuanto más se allegare a esta
pintura. Lo mesmo pasa en esta diferencia de ingenio, que, aunque no se puede
alcanzar tan perfecta como Aristóteles la imaginó, pero muchos hombres han
nacido que llegaron muy cerca de ella, inventando y diciendo lo que jamás
oyeron a sus maestros ni a otro ninguno; y muchas cosas que les enseñaron
falsas las supieron entender y confutar; y otras verdaderas que les mostraron,
se las alcanzaran ellos por sí, venidos al vigor de su habilidad. A lo menos,
Galeno cuenta de sí que alcanzó esta diferencia de ingenio, diciendo: siquidem ipse ea per me ipsum omnia investigavi, ratione ipsa
viam monstrante; quando si praeceptores secutus fuissem, multos errores
fecissem. Y si como Naturaleza les dio el ingenio con principio,
aumento, estado y declinación, se lo diera todo junto de repente, aconteciera
lo que dijo Aristóteles; pero como se lo dio tan poco a poco, tuvo necesidad
Platón y Aristóteles, de maestro que los industriase.
Otra tercera diferencia de ingenio se halla, no muy diferente de la
pasada, con la cual dicen los que la alcanzan (sin arte ni estudio) cosas tan
delicadas, tan verdaderas y prodigiosas, que jamás se vieron, ni oyeron, ni
escribieron, ni para siempre vinieron en consideración de los hombres. Llámala
Platón ingenium excellens cum mania. Con ésta
hablan los poetas dichos y sentencias tan levantados, que, si no es por divina
revelación (dice Platón), no es posible alcanzarse; y, así, dijo: res enim levis, volatilis atque sacra poeta est; nec canere
prius potest quam Deo plenus et extra se positus et a mente alienatus sit; nam
quamdiu mente quis valet, nec fingere carmina nec dare oracula quaquam potest;
non arte igitur aliqua haec praeclara canunt quae tu de Homero refers, sed arte
divina.
Esta tercera diferencia de ingenio que añade Platón realmente se halla en
los hombres, y yo como testigo de vista lo puedo testificar y aun señalar
algunos con el dedo si fuere menester. Pero decir que sus dichos y sentencias
son revelaciones divinas, y no particular naturaleza, es error claro y
manifiesto; y no le está bien a un filósofo tan grave como Platón ocurrir a las
causas universales sin buscar primero las particulares con mucha diligencia y
cuidado.
Mejor lo hizo Aristóteles; pues, buscando la razón y causa de hablar las
Sibilas de su tiempo cosas tan espantables, dijo: id non
morbo nec divino spiraculo, sed naturali intemperie accidit. La razón de
esto está muy clara en filosofía natural. Porque todas las facultades que
gobiernan al hombre (naturales, vitales, animales y racionales) cada una pide
particular temperamento para hacer sus obras como conviene sin hacer perjuicio
a las demás. La virtud natural que cuece los manjares en el estómago pide
calor; la que apetece, frialdad; la que retiene, sequedad; la que expele,
humidad. Cualquiera de estas facultades que tomare más grados de aquella
calidad con que obra, se hará más robusta y fuerte hasta cierto punto, pero las
demás, lo han de pagar; porque parece cosa imposible que estando todas cuatro
virtudes juntas en un mesmo lugar, que crezca la que pide calor y que no se
enflaquezca la que obra con frialdad; y, así, dijo Galeno que el estómago
caliente cuece mucho apetece mal, y el frío cuece mal y apetece mucho.
Lo mesmo pasa en el sentido y movimiento, que son obras de la facultad
animal. Las muchas fuerzas corporales arguyen mucha tierra en los nervios y
músculos, porque sin dureza y sequedad no pueden obrar con firmeza. Por lo
contrario, tener buen sentido y vivo tacto es indicio que los nervios están
compuestos de partes aéreas, sutiles y muy delicadas, y que su temperamento es
caliente y húmido. Pues ¿cómo es posible que en un mesmo nervio suba el
temperamento y compostura natural que piden las fuerzas corporales y que no se
altere la perfección del tacto, siendo calidades contrarias? Lo cual se ve
claramente por experiencia: que siendo un hombre robusto y de muchas fuerzas corporales,
luego es torpe en el tacto; y en tiniendo muy vivo tacto, es muy flojo en las
fuerzas corporales.
La mesma cuenta y razón llevan las potencias racionales, memoria,
imaginativa y entendimiento. La memoria, para ser buena y firme (como adelante
probaremos), pide humidad y que el celebro sea de gruesa sustancia; por lo
contrario, el entendimiento, que el celebro sea seco y compuesto de partes
sutiles y muy delicadas. Subiendo, pues, de punto la memoria, forzosamente ha
de bajar el entendimiento; y si no, discurra el curioso lector y dé una vuelta
por los hombres que él ha visto y conocido de memoria muy excesiva y hallará
que en las obras que pertenecen al entendimiento son casi furiosos. Lo mesmo
pasa en la imaginativa cuando sube de punto: que, en las obras que son de su
jurisdicción, engendra conceptos espantosos, cuales fueron aquellos que
admiraron a Platón, y cuando el hombre viene a obrar con el entendimiento, lo
pueden atar.
De aquí se entiende claramente que la sabiduría humana ha de ser con moderación
y templanza, y no con tanta desigualdad. Y, así, Galeno tiene por hombres
prudentísimos a los templados, porque sapiunt ad
sobrietatem. Demócrito abderita fue uno de los mayores filósofos
naturales y morales que hubo en su tiempo, aunque Platón dice que supo más de
lo natural que de lo divino; el cual vino a tanta pujanza de entendimiento allá
en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por la cual razón comenzó a hacer
y decir dichos y sentencias tan fuera de términos, que toda la ciudad de Abderas
le tuvo por loco. Para cuyo remedio despacharon apriesa un correo a la isla de
Coy, donde Hipócrates habitaba, pidiéndole con gran instancia, y ofreciéndole
muchos dones, viniese con gran brevedad a curar a Demócrito, que había perdido
el juicio. Lo cual hizo Hipócrates de muy buena gana, porque tenía deseo de ver
y comunicar un hombre de cuya sabiduría tantas grandezas se contaban. Y, así,
se partió luego; y llegando al lugar donde habitaba, que era un yermo debajo de
un plátano, comenzó a razonar con él. Y haciéndole las preguntas que convenían
para descubrir la falta que tenía en la parte racional, halló que era el hombre
más sabio que había en el mundo.
Y, así, dijo a los que lo habían traído que ellos eran los locos y
desatinados, pues tal juicio habían hecho de un hombre tan prudente. Y fue la
ventura de Demócrito que todo cuanto razonó con Hipócrates en aquel breve
tiempo fueron discursos del entendimiento y no de la imaginativa, donde tenía
la lesión.
Donde se declara las
diferencias que hay de hombres inhábiles para las ciencias
Una de las
mayores injurias que al hombre le pueden hacer de palabra, estando ya en edad
de discreción (dice Aristóteles), es llamarle falto de ingenio. Porque toda su
honra y nobleza (dice Cicerón) es tener ingenio y ser bien hablado: ut hominis decus est ingenium, sic ingenii lumen est eloquentia.
En sólo esto se diferencia de los brutos animales y tiene semejanza con Dios,
que es la mayor grandeza que en su naturaleza pudo alcanzar. Por lo contrario,
el que partió sin ingenio, ningún género de letras puede aprender; y donde no
hay sabiduría (dice Platón) no puede haber felicidad ni honra que sea
verdadera; antes dice el Sabio: stultus natus est in
ignominiam suam; porque forzosamente se ha de contar en el número de los
brutos animales y estimarse por tal, puesto caso que en los demás bienes, así
naturales como de fortuna, sea hermoso, gentil hombre, rico, bien nacido, y en
dignidad rey o emperador.
Esto se deja entender claramente considerando el estado tan feliz y
honroso que el primer hombre tenía antes que perdiese el ingenio con que fue
criado, y cuál quedó después sin sabiduría: Homo cum in
honore esset, non intellexit: comparatus est iumentis insipientibus, et similis
factus est illis. Y es de advertir que no se contentó la Escritura
divina con apodarle a los brutos animales de cualquiera manera, sino a los
insipientes; acordándose que en otra parte había loado la prudencia y saber de
la serpiente y hormiga, con los cuales, aunque brutos, no tiene que ver el hombre
sin ingenio.
Atento, pues, a esta injuria tan grande y al sentimiento que el hombre
hace cuando oye tal palabra, dijo el texto divino: qui
dixerit fratri suo raca, reus erit concilio; qui vero dixerit, fatue, reus erit
gehennae ignis; como si dijera: «el que con ira dijere a su prójimo raca
(que quiere decir hombre falto de ingenio) será digno de concilio, pero si le
dijere tonto merecerá fuego eterno». Esta obra, cierto, ha sido hasta
aquí digna de juicio y de concilio, y que haya andado por tantos tribunales
examinada y requerida, porque (fuera de otras muchas razones) en alguna manera
se ha dicho en ella al prójimo raca, aunque no con ira ni con ánimo de
injuriarle. Al que tenía grande entendimiento le quitó la memoria; al de grande
memoria, el entendimiento; al de mucha imaginativa, el entendimiento y memoria;
al gran predicador, lo escolástico; al grande escolástico, el púlpito; al positivo,
dijo que su facultad pertenecía a la memoria (de lo cual se sintió
grandemente); al grande abogado, que no podía saber gobernar; todo esto, por la
mayor parte. Pero, porque a ninguno ha dicho fatue, no ha sido digna
del fuego.
Ahora soy informado que algunos han leído y releído muchas veces esta obra
buscando el capítulo propio de su ingenio y el género de letras en que más
habían de aprovechar; y no lo hallando, redarguyeron el título de este libro de
falso, y que el autor prometía en él vanamente lo que no pudo cumplir. Y no
contentos con esto, dijeron otras muchas injurias, como si yo estuviera
obligado a dar ingenio y capítulo en esta obra a quien Dios y Naturaleza se lo
quitó.
Dos preceptos pone el Sabio muy justos y racionales, y por la mesma causa
nos obliga a los guardar. El primero es: Non respondeas
stulto iuxta stultitiam suam, ne efficiaris ei similis; como si dijera:
«no respondas a las injurias que el necio te hiciere, porque te harás semejante
a él». El segundo: Responde stulto iuxta stultitiam suam,
ne sibi sapiens esse videatur; como si dijera: «responde al necio
conforme a su necedad, porque no se tenga por sabio», y no por injuriarlo, sino
que no hay cosa más perjudicial en la república que un necio con opinión de
sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno.
Y por lo que toca a este examen de ingenios que vamos tratando es cierto
que las letras y sabidurías, tanto cuanto facilitan al hombre ingenioso para
discurrir y filosofar, tanto y mucho más entorpecen al nescio: compedes in pedibus stulto doctrina, et quasi vincula manuum
super manum dexteram. Mucho mejor pasa el hombre inhábil sin letras que
con ellas; porque, no estando obligado a saber, con poco discurso vive entre
los hombres. Y que el arte y letras sean grillos y cadenas para atar los
nescios, y no para facilitarlos, es cosa muy manifiesta en los que estudian en
las Universidades, entre los cuales hallaremos algunos que el primer año saben
más que el segundo, y el segundo más que el tercero; de los cuales se suele
decir que el primer año son doctores, y el segundo licenciados, y el tercero
bachilleres, y el cuarto no saben nada. Y es la causa, como dijo el Sabio, que
los preceptos y reglas de las artes son esposas y cadenas para el que no tiene
ingenio.
Por tanto, sabiendo que muchos inhábiles han leído y leerán esta obra con
intento de buscar el ingenio y habilidad que les cupo, me pareció (para cumplir
con el precepto del Sabio) que era bien declarar aquí las diferencias de
inhabilidad que hay en los hombres para las letras, y con qué indicios se
podrán conocer; para que, venidos a buscar la manera de su ingenio, topen
claramente con las señales de su inhabilidad. Que es por lo que dijo el Sabio: responde stulto; porque, despedidos de las letras, por
ventura buscarán otra manera de vivir más acomodada a su ingenio, atento que no
hay hombre en el mundo, por rudo que sea, a quien no le diese Naturaleza alguna
habilidad para algo.
Venidos, pues, al punto, es de saber que a las tres diferencias de ingenio
que pusimos en el capítulo pasado, responden otros tres géneros de inhabilidad.
Unos hombres hay cuya ánima está tan sepultada en las calidades materiales del
cuerpo y tan asida de las causas, que echan a perder la parte racional, que
para siempre quedan privados de poder engendrar ni parir conceptos tocantes a
letras y sabiduría. La inhabilidad de éstos responde totalmente a los capados;
porque, así como hay hombres impotentes para engendrar por faltarles los
instrumentos de la generación, así hay entendimientos capados y eunucos, fríos
y maleficiados, sin fuerzas ni calor natural para engendrar algún concepto de
sabiduría. Estos no pueden atinar a ciertos principios que presuponen todas las
artes en el ingenio del que aprende antes que se comience la disciplina, de los
cuales no hay otra prueba ni demostración más que recebirlos el ingenio por
cosa notoria; y si la figura de éstos no la pueden formar dentro de sí, es la
suma estulticia que para las ciencias se puede hallar, porque impide totalmente
la entrada por donde se han de enseñar. Con éstos no hay que tratar ni
quebrarse la cabeza en enseñarlos, porque no bastan golpes, castigo, voces,
arte de enseñar, disciplina, ejemplos, tiempo, experiencia, ni otros cualquiera
despertadores, para meterlos en acuerdo y hacerlos engendrar. Estos difieren
muy poco de los brutos animales y están siempre durmiendo aunque los vemos
velar; y, así, dijo el Sabio: cum dormiente loquitur qui
enarrat stulto sapientiam. Y es la comparación muy delicada y a
propósito, porque el sueño y la necedad ambos nacen de un mesmo principio, que
es la mucha frialdad y humidad del celebro.
Otro segundo género de inhabilidad se halla en los hombres, no de tanta
torpeza como el pasado, porque conciben la figura de los primeros principios y
de ellos sacan algunas conclusiones, aunque pocas y con mucho trabajo; pero no
les dura la figura más tiempo en la memoria de cuanto los maestros se la están
pintando y diciendo con muchos ejemplos y maneras de enseñar acomodadas a su
rudeza. Son como algunas mujeres que se empreñan y paren; pero, en naciendo la
criatura, luego se les muere. Estos tienen el celebro muy aguanoso, por donde las
figuras no hallan pringue ni lentor aceitoso en que trabarse. Y, así, enseñar a
éstos no es más que coger agua en cesto: cor fatui tanquam
vas confractum, et omnem sapientiam non tenebit.
Otra tercera diferencia de inhabilidad se halla muy ordinaria entre los
hombres que aprenden letras, que participa algo de ingenio. Porque concibe
dentro de sí la figura de los primeros principios y de ellos saca muchas
conclusiones, y las retiene y guarda en la memoria; pero, al tiempo de poner
cada cosa en su asiento y lugar, hace mil disparates. Es como la mujer que se
empreña y pare un hijo a luz la cabeza donde han de estar los pies y los ojos
en el colodrillo. Hácese en este tercer género de inhabilidad una maraña y
confusión de figuras en la memoria tan grande, que al tiempo que el hombre
quiere darse a entender no le bastan infinitas maneras de hablar para recitar
lo que ha concebido, porque no fue otra cosa más que infinitos conceptos todos
sueltos y sin la trabazón que han de tener. Éstos son los que en las Escuelas
llaman confusos, cuyo celebro es desigual, así en la sustancia como en el
temperamento: por unas partes es sutil y por otras grueso y destemplado; y por
ser heterogéneos, en un momento hablan cosas de ingenio y habilidad, y en otro
dicen mil disparates. Por éstos, se dijo: tamquam domus
exterminata sic fatuo sapientia, et scientia insensati inenarrabilia verba.
Otra cuarta diferencia de inhabilidad he considerado entre los hombres de
letras, que ni estoy bien de llamarla inhabilidad, ni menos ingenio. Porque los
veo que conciben la doctrina y la retienen con firmeza en la memoria, y
asientan la figura con la correspondencia de partes que ha de tener, y hablan y
obran muy bien cuando es menester; y pidiéndoles el propter
quid de aquello que saben y entienden, descubren claramente que sus
letras no son más que una aprehensión de solos los términos y sentencias que
contiene la doctrina, sin entender ni saber el por qué y cómo es así. De éstos,
dijo Aristóteles que son sicut quaedam inanimantia:
faciunt quidem sed nescientia faciunt ea quae faciunt, ut ignis comburit; sed
inanimata natura quadam horum singula faciunt. Como si dijera: «hay unos
hombres que hablan por instinto natural como brutos animales, y dicen más de lo
que saben y entienden a manera de agentes inanimados, los cuales obran muy bien
sin entender los efectos que producen, como el fuego cuando quema; y es la
causa que los guía Naturaleza, y así no pueden errar».
Y pudiera Aristóteles compararlos con algunos brutos animales en quien
vemos y consideramos muchas obras hechas con discreción y prudencia; y
pareciéndole a Aristóteles que en alguna manera tienen conocimiento de lo que
hacen, se pasó a los agentes inanimados. Porque para él no son sabios ni tienen
ingenio los que obran, aunque sea muy bien, si no saben reducir el efecto hasta
la última causa. Esta diferencia de inhabilidad, o de ingenio, quedara muy bien
probada si, como yo la he visto y conocido muchas veces, la pudiera señalar con
el dedo sin ofender a su dueño.
Donde se prueba por un
ejemplo que si el muchacho no tiene el ingenio y habilidad que pide la ciencia
que quiere estudiar, por demás es oírla de buenos maestros, tener muchos
libros, ni trabajar en ellos toda la vida
Bien pensaba
Cicerón que para que su hijo Marco saliese, en aquel género de letras que había
escogido, tal cual él deseaba, que bastaba enviarle a un Estudio tan famoso y
celebrado por el mundo como el de Atenas, y que tuviese por maestro a Cratipo,
el mayor filósofo de aquellos tiempo, y tenerle en una ciudad tan populosa,
donde, por el gran concurso de gentes que allí acudían, necesariamente habría
muchos ejemplos y casos extraños que le enseñasen por experiencia cosas
tocantes a las letras que aprendía.
Pero con todas estas diligencias y otras muchas más que como buen padre
haría (comprándole libros y escribiéndole otros de su propia invención) cuentan
los historiadores que salió un gran nescio, con poca elocuencia y menos
filosofía. Cosa muy usada entre los hombres, pagar el hijo la mucha sabiduría del
padre.
Realmente debió de imaginar Cicerón que, aunque su hijo no hubiera sacado
de las manos de la naturaleza el ingenio y habilidad que la elocuencia y
filosofía pedían, que con la buena industria de tal maestro y los muchos libros
y ejemplos de Atenas, y el continuo trabajar del mozo y esperar en el tiempo,
se enmendarían las faltas de su entendimiento. Pero, en fin, vemos que se
engañó; de lo cual no me maravillo, porque tuvo muchos ejemplos a este
propósito que le animaron a pensar que lo mesmo podría acontecer en su hijo. Y,
así, cuenta el mesmo Cicerón que Jenócrates era de ingenio muy rudo para el
estudio de la filosofía natural y moral (de quien dijo Platón que tenía un
discípulo que había menester espuelas), y con la buena industria de tal maestro
y con el continuo trabajo de Jenócrates salió muy gran filósofo. Lo mesmo
escribe de Cleante, que era tan estulto y mal razonado, que ningún maestro lo
quería recebir en su escuela; de lo cual corrido y afrentado el mozo, trabajó
tanto en las letras, que le vinieron a llamar después el segundo Hércules en
sabiduría. No menos disparato pareció el ingenio de Demóstenes para la
elocuencia, pues de muchacho ya grandecillo dicen que no sabía hablar; y
trabajando con cuidado en el arte y oyendo de buenos maestros, salió el mayor
orador del mundo. En especial cuenta Cicerón que no podía pronunciar la erre,
porque era algo balbuciente, y con maña la vino después tan bien a articular,
como si jamás hubiera tenido tal vicio. De donde tuvo origen el refrán que dice
ser el ingenio del hombre para las ciencias como quien juega a los dados, que
si en la pintas es desdichado, mostrándose con arte a hincarlos en el tablero,
viene a enmendar su mala fortuna.
Pero ningún ejemplo de estos que trae Cicerón deja de tener muy conviniente
respuesta en mi doctrina. Porque, como adelante probaremos, hay rudeza en los
muchachos que arguye mayor ingenio en otra edad, que tener de niños habilidad;
antes es indicio de venir a ser hombres necios comenzar luego a raciocinar y
ser avisados. Porque si Cicerón alcanzara las verdaderas señales con que se
descubren los ingenios en la primera edad, tuviera por buen indicio ser
Demóstenes rudo y tardo en el hablar, y tener Jenócrates necesidad de espuelas
cuando estudiaba. Yo no quito al buen maestro, al arte y trabajo, su virtud y
fuerzas de cultivar los ingenios, así rudos como hábiles. Pero lo que quiero
decir es que, si el muchacho no tiene de suyo el entendimiento preñado de los
preceptos y reglas determinadamente de aquel arte que quiere aprender, y no de
otra ninguna, que son vanas diligencias las que hizo Cicerón con su hijo y las
que hiciere cualquiera otro padre con el suyo.
Esta doctrina entenderán fácilmente ser verdadera los que hubieren leído
en Platón que Sócrates era hijo de una partera (como él mesmo lo cuenta de sí);
y como su madre (aunque era gran maestra de partería) no podía hacer parir a la
mujer que antes que viniese a sus manos no estaba preñada, así él, usando el
mesmo oficio de su madre, no podía hacer parir ciencia a sus discípulos, no
tiniendo ellos de suyo el entendimiento preñado. Tenía entendido que las
ciencias eran como naturales a solos los hombres que tenían ingenios acomodados
para ellas, y que en éstos acontecía lo que vemos por experiencia en los que se
han olvidado de lo que antes sabían, que con sólo apuntarles una palabra, por
ella sacan todo lo demás.
No tienen otro oficio los maestros con sus discípulos (a lo que yo tengo
entendido) más que apuntarles la doctrina; porque si tienen fecundo ingenio,
con solo esto les hacen parir admirables conceptos, y si no, atormentan a sí y
a los que los enseñan y jamás salen con lo que pretenden. Yo a lo menos, si
fuera maestro, antes que recibiera en mi escuela ningún discípulo, había de
hacer con él muchas pruebas y experiencias para descubrirle el ingenio; y si le
hallara de buen natural para la ciencia que yo profesaba, recibiérale de buena
gana, porque es gran contento para el que enseña instruir a un hombre de buena
habilidad; y si no, aconsejárale que estudiase la ciencia que a su ingenio más
le convenía. Pero, entendido que para ningún género de letras tenía disposición
ni capacidad, dijérale con amor y blandas palabras: «Hermano mío, vos no tenéis
remedio de ser hombre por el camino que habéis escogido: por vida vuestra que
no perdáis el tiempo ni el trabajo y que busquéis otra manera de vivir que no
requiera tanta habilidad como las letras».
Viene la experiencia con esto tan clara, que vemos entrar en un curso de
cualquier ciencia gran número de discípulos (siendo el maestro o muy bueno o
muy ruin) y en fin de la jornada unos salen de grande erudición, otros de
mediana, otros no han hecho más, en todo el curso, de perder el tiempo, gastar
su hacienda y quebrarse la cabeza sin provecho ninguno. Yo no sé de dónde pueda
nacer este efecto, oyendo todos de un mesmo maestro y con igual diligencia y
cuidado, y por ventura los rudos trabajando más que los hábiles. Y crece más la
dificultad viendo que los que son rudos en una ciencia tienen en otra mucha
habilidad, y los muy ingeniosos en un género de letras, pasados a otras no las
pueden comprender.
Yo a lo menos soy buen testigo en esta verdad. Porque entramos tres
compañeros a estudiar juntos latín, y el uno lo aprendió con gran facilidad, y
los demás jamás pudieron componer una oración elegante. Pero, pasados todos
tres a dialéctica, el uno de los que no pudieron aprender gramática salió en
las artes una águila caudal, y los otros dos no hablaron palabra en todo el
curso. Y venidos todos tres a oír astrología, fue cosa digna de considerar que
el que no pudo aprender latín ni dialéctica, en pocos días supo más que el
propio maestro que nos enseñaba, y a los demás jamás nos pudo entrar. De donde
espantado, comencé luego sobrello a discurrir y filosofar, y hallé por mi
cuenta que cada ciencia pedía su ingenio determinado y particular, y que sacado
de allí no valía nada para las demás letras. Y si esto es verdad, como lo es, y
de ello adelante haremos demostración, ¡oh quién entrara hoy día en las
escuelas de nuestros tiempos haciendo cala y cata de los ingenios! ¡A cuántos
trocara las ciencias y cuántos echara al campo por estólidos e imposibilitados
para saber! ¡Y cuántos restituyera de los que por tener corta fortuna están en
viles artes arrinconados, cuyos ingenios crió Naturaleza sólo para letras! Mas,
pues no se puede hacer ni remediar, no hay sino pasar con ello.
Esto que tengo dicho, a lo menos, no se puede negar, sino que hay ingenios
determinados para una ciencia, los cuales para otra son disparatos. Y, por
tanto, conviene, antes que el muchacho se ponga a estudiar, descubrirle la
manera de su ingenio y ver cuál de las ciencias viene bien con su habilidad, y
hacerle que la aprenda. Pero también se ha de considerar que no basta lo dicho
para que salga muy consumado letrado, sino que ha de guardar otras condiciones
no menos necesarias que tener habilidad. Y así dice Hipócrates que el ingenio
del hombre tiene la mesma proporción con la ciencia que la tierra con la
semilla; la cual, aunque sea de suyo fecunda y paniega, pero es menester
cultivarla y mirar para qué género de simiente tiene más disposición natural.
Porque no cualquiera tierra puede panificar con cualquiera simiente sin
distinción: unas llevan mejor trigo que cebada, y otras mejor cebada que trigo,
y del trigo tierras hay que multiplican mucho candial y el trujillo no lo
pueden sufrir. Y no sólo con hacer esta distinción se contenta el buen
labrador; pero, después de haber arado la tierra con buena sazón, aguarda
tiempo conviniente para sembrar, porque no en cualquier parte del año se puede
hacer; y después de nacido el pan, lo limpia y escarda para que pueda crecer y
dar adelante el fruto que de la simiente se espera. Así, conviene que después
de sabida la ciencia que al hombre está mejor, que la comience a estudiar en la
primera edad, porque ésta (dice Aristóteles) es la más aparejada de todas para
aprender. Aliende que la vida del hombre es muy corta, y las artes largas y
espaciosas; por donde es menester que haya tiempo bastante para saberlas, y
tiempo para poderlas ejercitar y con ellas aprovechar la república.
La memoria de los muchachos dice Aristóteles que está vacía, sin pintura
ninguna, porque ha poco que nacieron, y así cualquier cosa reciben con
facilidad; no como la memoria de los hombres mayores, que, llena de tantas
cosas como han visto en el largo discurso de su vida, no les cabe más. Y por
esto dijo Platón que delante de los niños contemos siempre fábulas y
enarraciones honestas que inciten a obras de virtud, porque lo que en esta edad
aprenden jamás se les olvida. No como dijo Galeno: «Que entonces se han de
aprender las artes, cuando nuestra naturaleza tiene todas las fuerzas que puede
alcanzar». Pero no tiene razón si no se distingue: el que ha de aprender latín
o cualquiera otra lengua halo de hacer en la niñez, porque si aguarda a que el
cuerpo se endurezca y tome la perfección que ha de tener, jamás saldrá con
ella.
En la segunda edad, que es la adolescencia, se ha de trabajar en el arte
de raciocinar, porque ya se comienza a descubrir el entendimiento, el cual
tiene con la dialéctica la mesma proporción que las trabas que echamos en los
pies y manos de una mula cerril, que, andando algunos días con ellas, toma
después cierta gracia en el andar; así nuestro entendimiento, trabado con las
reglas y preceptos de la dialéctica, toma después en las ciencias y disputas un
modo de discurrir y raciocinar muy gracioso.
Venida la juventud, se pueden aprender todas las demás ciencias que
pertenecen al entendimiento, porque ya está bien descubierto. Verdad es que Aristóteles
saca la filosofía natural, diciendo que el mozo no está dispuesto para este
género de letras, en lo cual parece que tiene razón, por ser ciencia de más
alta consideración y prudencia que otra ninguna.
Sabida ya la edad en que se han de aprender las ciencias, conviene luego
buscar un lugar aparejado para ellas, donde no se trate otra cosa sino letras,
como son las Universidades. Pero ha de salir el muchacho de casa de su padre,
porque el regalo de la madre, de los hermanos, parientes y amigos que no son de
su profesión es grande estorbo para aprender. Esto se ve claramente en los
estudiantes naturales de las villas y lugares donde hay Universidades; ninguno
de los cuales, si no es por gran maravilla, jamás sale letrado. Y puédese
remediar fácilmente trocando las Universidades: los naturales de la ciudad de
Salamanca estudiar en la villa de Alcalá de Henares, y los de Alcalá en Salamanca.
Esto de salir el hombre de su natural para ser valeroso y sabio, es de
tanta importancia, que ningún maestro hay en el mundo que tanto le pueda
enseñar, especialmente viéndose muchas veces desamparado del favor y regalo de
su patria. «Sal de tu tierra (dijo Dios a Abrahán) y de entre tus parientes y
de casa de tu padre, y ven al lugar que yo te enseñaré, en el cual engrandeceré
tu nombre y te daré mi bendición». Esto mesmo dice Dios a todos los hombres que
desean tener valor y sabiduría; porque, aunque los puede bendecir en su
natural, pero quiere que los hombres se dispongan con aquel medio que Él
ordenó, y que no les venga la prudencia de gracia. Todo esto se entiende
supuesto que el hombre tenga buen ingenio y habilidad, porque si no, quien
bestia va a Roma, bestia torna: poco aprovecha que el rudo vaya a estudiar a
Salamanca, donde no hay cátedra de entendimiento ni de prudencia, ni hombre que
la enseñe.
La tercera diligencia es buscar maestro que tenga claridad y método en el
enseñar, y que su doctrina sea buena y segura, no sofística ni de vanas
consideraciones. Porque todo lo que hace el discípulo, en tanto que aprende, es
creer todo lo que le propone el maestro, por no tener discreción ni entero
juicio para discernir ni apartar lo falso de lo verdadero. Aunque esto es caso
fortuito, y no puesto en elección de los que aprenden, venir en tiempo a
estudiar que las Universidades tienen buenos maestros o ruines. Como les
aconteció a ciertos médicos de quien cuenta Galeno que, teniéndoles ya
convencidos con muchas experiencias y razones que la práctica que usaban era
errada y en perjuicio de la salud de los hombres, se les saltaron las lágrimas
de los ojos, y en presencia del mismo Galeno comenzaron a maldecir su hado y la
mala dicha que tuvieron en topar con ruines maestros al tiempo que aprendieron.
Verdad es que hay ingenios de discípulos tan felices, que entienden luego
las condiciones del maestro y la doctrina que trae; y si es mala se la saben
confutar, y aprobar lo que dice bien. Estos tales mucho más enseñan al maestro
en cabo del año, que el maestro a ellos; porque, dudando y preguntando
agudamente, le hacen saber y responder cosas tan delicadas, que jamás las supo
ni supiera si el discípulo, con la felicidad de su ingenio, no se las apuntara.
Pero los que esto pueden hacer son uno, o dos cuando muchos; y los rudos son
infinitos. Y, así, es bien (ya que no se ha de hacer esta elección y examen de
ingenios para ciencias) que las Universidades se provean siempre de buenos
maestros, que tengan sana doctrina y claro ingenio, para que a los ignorantes
no enseñen errores ni falsas proposiciones.
La cuarta diligencia que se ha de hacer es estudiar la ciencia con orden,
comenzando por sus principios, subir por los medios hasta el fin, sin oír
materia que presuponga otra primero. Por donde siempre tuve por error oír
muchas liciones de varias materias, y pasallas todas juntas en casa: hácese por
esta vía una maraña de cosas en el entendimiento, que después, en la práctica,
no sabe el hombre aprovecharse de los preceptos de su arte ni asentarlos en su
conviniente lugar. Muy mejor es trabajar cada materia por sí y con el orden natural
que tiene en su composición; porque de la manera que se aprende, de aquella
mesma forma se asienta en la memoria. Hacer esto conviene más en particular a
los que de su propia naturaleza tienen el ingenio confuso; y puédese remediar
fácilmente oyendo sola una materia y, acabada aquélla, entrar en la que se
sigue hasta cumplir con toda el arte. Entendiendo Galeno cuánto importaba
estudiar con orden y concierto las materias, escribió un libro para enseñar la
manera que se había de tener en leer sus obras, con fin que el médico no se
hiciese confuso. Otros añaden que el estudiante, en tanto que aprende, no tenga
más que un libro que contenga llanamente la doctrina, y en éste estudie y no en
muchos, porque no se desbarate ni confunda; y tiene muy gran razón.
Lo último que hace al hombre muy gran letrado es gastar mucho tiempo en
las letras y esperar que la ciencia se cueza y eche profundas raíces. Porque de
la manera que el cuerpo no se mantiene de lo mucho que en un día comemos y
bebemos, sino de lo que el estómago cuece y altera, así nuestro entendimiento
no engorda con lo mucho que en poco tiempo leemos, sino de lo que poco a poco
va entendiendo y rumiando. Cada día se va disponiendo mejor nuestro ingenio y
viene, andando el tiempo, a caer en cosas que atrás no pudo alcanzar ni saber.
El entendimiento tiene su principio, aumento, estado y declinación, como el
hombre y los demás animales y plantas. Él comienza en el adolescencia, tiene su
aumento en la juventud, el estado en la edad de consistencia y comienza a
declinar en la vejez. Por tanto, el que quisiere saber cuándo su entendimiento
tiene todas las fuerzas que puede alcanzar, sepa que es desde treinta y tres
años hasta cincuenta, poco más o menos. En el cual tiempo se han de creer los
graves autores si en el discurso de su vida tuvieron contrarias sentencias. Y
el que quiere escrebir libros halo de hacer en esta edad, y no antes ni
después, si no se quiere retractar ni mudar la sentencia.
Pero las edades de los hombres no en todos tienen la mesma cuenta y razón.
Porque a unos se les acaba la puericia a doce años, a otros a catorce, a otros
a dieciséis y a otros a dieciocho. Estos tienen las edades muy largas, porque
llega su juventud a poco menos de cuarenta años, la consistencia a sesenta, y
tienen de vejez otros veinte años, con los cuales se hacen ochenta de vida, que
es el término de los muy potentados. Los primeros, a quienes se les acaba la
puericia a doce años, son de muy corta vida; comienzan luego a raciocinar, y
nacerles la barba y dúrales muy poco el ingenio, y a treinta y cinco años
comienzan a caducar, y a cuarenta y ocho se les acaba la vida.
De todas las condiciones que he dicho, ninguna deja de ser muy necesaria,
útil y provechosa para que el muchacho venga a saber. Pero tener buena y correspondiente
naturaleza a la ciencia que quiere estudiar es lo que más hace al caso, porque,
con ella, vemos que muchos hombres comenzaron a estudiar pasada la juventud, y
oyeron de ruines maestros, con mal orden y en sus tierras, y en poco tiempo
salieron muy grandes letrados; y si falta el ingenio, dice Hipócrates que todo
lo demás son diligencias perdidas.
Pero quien mejor lo encareció fue el buen Marco Cicerón, el cual, con
dolor de ver a su hijo tan necio y que ninguna cosa aprovecharon los medios que
para hacerle sabio buscó, dijo de esta manera: nam quid
est alliud gigantum more bellare cum diis, nisi naturae repugnare? Como
si dijera: «¿qué cosa hay más parecida a la batalla que los gigantes traían con
los dioses que ponerse el hombre a estudiar faltándole el ingenio?». Porque de
la manera que los gigantes nunca vencían a los dioses, antes eran siempre de
ellos vencidos, así cualquiera estudiante que procurare vencer a su mala
naturaleza quedará de ella vencido. Y, por tanto, nos aconseja el mesmo Cicerón
que no forcejemos contra naturaleza, ni procuremos ser oradores si ella no lo
consiente, porque trabajaremos en vano.
Donde se declara que
Naturaleza es la que hace al muchacho hábil para aprender
Sentencia es
muy común y usada de los filósofos antiguos diciendo: «Naturaleza es la que
hace al hombre hábil para aprender, y el arte con sus preceptos y reglas le
facilita, y el uso y experiencia que tiene de las cosas particulares le hace
poderoso para obrar». Pero ninguno ha dicho en particular qué cosa sea esta
Naturaleza, ni en que género de causas se ha de poner: sólo afirmaron que,
faltando ella en el que aprende, vana cosa es el arte, la experiencia, los
maestros, los libros y el trabajo.
La gente vulgar, en viendo a un hombre de grande ingenio y habilidad,
luego señala a Dios por autor y no cura de otra causa ninguna, antes tiene por
vana imaginación todo lo que discrepa de aquí. Pero los filósofos naturales
burlan de esta manera de hablar; porque, puesto caso que es piadosa y contiene
en sí religión y verdad, nace de ignorar el orden y concierto, que puso Dios en
las cosas naturales el día que las crió; y por amparar su ignorancia con
seguridad y que nadie les pueda reprender ni contradecir, afirman que todo es
lo que Dios quiere, y que ninguna cosa sucede que no nazca de su divina
voluntad. Y por ser esta tan gran verdad, son dignos de represión; porque, así
como no cualquiera pregunta dice Aristóteles que se ha de hacer, de la mesma
manera ni cualquiera respuesta, aunque verdadera, se ha de dar.
Estando un filósofo natural razonando con un gramático, llegó a ellos un
hortelano curioso y les preguntó qué podía ser la causa que haciendo él tantos
regalos a la tierra en cavarla, ararla, estercolarla y regarla, con todo eso
nunca llevaba de buena gana la hortaliza que en ella sembraba, y las yerbas que
ella producía de suyo las hacía crecer con tanta facilidad. Respondió el
gramático que aquel efecto nacía de la divina Providencia, y que así estaba
ordenando para la buena gobernación del mundo. De la cual respuesta se rió el
filósofo natural, viendo que se acogía a Dios por no saber el discurso de las
causas naturales ni de qué manera producían sus efectos. El gramático, viéndole
reír, le preguntó si burlaba de él, o de qué se reía. El filósofo le dijo que
no se reía de él, sino del maestro que le había enseñado tan mal. Porque las
cosas que nacen de la Providencia divina (como son las obras sobrenaturales)
pertenece su conocimiento y solución a los metafísicos, que ahora llaman
teólogos; pero la cuestión del hortelano es natural y pertenece a la
jurisdicción de los filósofos naturales, porque hay causas ordenadas y
manifiestas de donde tal efecto puede nacer. Y, así, respondió el filósofo
natural diciendo que la tierra tiene la condición de la madrastra que mantiene
muy bien a los hijos que ella parió y quita el alimento a los del marido; y así
vemos que los suyos andan gordos y lucidos, y los alnados, flacos y
descoloridos. Las yerbas que la tierra produce de suyo son nacidas de sus
propias entrañas y las que el hortelano le hace llevar por fuerza son hijas de
otra madre ajena, y así les quita la virtud y alimento con que habían de crecer
por darlo a las yerbas que ella engendró.
También cuenta Hipócrates que, yendo a visitar a aquel gran filósofo
Demócrito, le dijo las locuras que el vulgo decía de la Medicina; y eran que,
viéndose libres de la enfermedad, dicen que Dios los sanó, y que si Él no
quisiera, poco aprovechara la buena industria del médico. Ella es tan antigua
manera de hablar y hanla reñido tantas veces los filósofos naturales, que es
por demás tratar de quitarla; ni menos conviene, porque el vulgo, que ignora
las causas particulares de cualquier efecto, mejor responde y con más verdad
por la causa universal (que es Dios), que decir algún disparate.
Pero yo muchas veces me he puesto a considerar la razón y causa de donde
pueda nacer que la gente vulgar sea tan amiga de atribuir todas las cosas a
Dios, quitarlas a Naturaleza y aborrecer los medios naturales. Y no sé si la he
podido atinar. A lo menos, bien se deja entender que por no saber el vulgo qué
efectos se han de atribuir inmediatamente a Dios y cuáles a Naturaleza, los
hace hablar de aquella manera. Fuera de que los hombres, por la mayor parte,
son impacientes y amigos que se cumpla presto lo que ellos desean; y como los
medios naturales son tan espaciosos y obran por discurso de tiempo, no tienen
paciencia para aguardarlos; y como saben que Dios es omnipotente y que en un
momento hace todo lo que quiere y de ellos tienen muchos ejemplos, querrían que
él les diese salud como al paralítico, y sabiduría como a Salomón, y riquezas
como a Job, y que los librase de sus enemigos como a David.
La segunda causa es que los hombres somos arrogantes y de vana estimación,
muchos de los cuales desean allá dentro de su pecho que Dios les haga a ellos
alguna merced particular, y que no sea por la vía común (como es hacer salir el
sol sobre los justos y los malos, y llover para todos en general), porque las
mercedes en tanto son más estimadas en cuanto se hacen con menos. Y por esta
razón hemos visto muchos hombres fingir milagros en las casas y lugares de
devoción; porque luego acuden las gentes a ellos y los tienen en gran
veneración, como personas con quien Dios ha tenido cuenta particular; y si son
pobres, los favorecen con mucha limosna, y así algunos pican en el interés.
La tercera razón es ser los hombres amigos de holgar; y estar dispuestas
las causas naturales por tal orden y concierto, que, para alcanzar sus efectos,
es menester trabajar. Y, por tanto, querrían que Dios usase con ellos su
omnipotencia y que sin sudar se cumpliesen sus deseos. Dejo aparte la malicia
de aquellos que pedían a Dios milagros para tentar su omnipotencia y probar si
los podía hacer; y otros que, por vengar su corazón, piden fuego del cielo y
otros castigos de gran crueldad.
La última causa es ser mucha la gente religiosa y amiga que Dios sea
honrado y engrandecido, lo cual se consigue mucho más con los milagros, que con
los efectos naturales. Pero el vulgo de los hombres no sabe que las obras
sobrenaturales y prodigiosas las hace Dios para mostrar a los que no lo saben
que es omnipotente, y que usa de ellas por argumento para comprobar su
doctrina, y que, faltando esta necesidad, nunca jamás las hace. Esto bien se deja
entender considerando cómo ya no obra Dios aquellos hechos extraños del
Testamento nuevo y viejo; y es la razón haber hecho ya de su parte todas las
diligencias que convenían para que los hombres no pretendiesen ignorancia. Y
pensar que ha de volver otra vez a hacer los mesmos argumentos y tornar con
nuevos milagros a comprobar de nuevo su doctrina resucitando muertos, dando
vista a los ciegos, sanando los cojos y paralíticos, es un error muy grande;
porque de una vez enseña Dios lo que conviene a los hombres y lo prueba con
milagros, y no lo torna a repetir: semel loquitur Deus, et
secundo id ipsum non repetit.
El indicio de que yo más me aprovecho para descubrir si un hombre no tiene
el ingenio que es apropiado para la filosofía natural es verle amigo de echar
todas las cosas a milagro, sin ninguna distinción; y por lo contrario, los que
no se contentan hasta saber la causa particular del efecto, no hay que dudar de
su buen ingenio. Estos bien saben que hay efectos que inmediatamente se han de
reducir a Dios, como son los milagros, y otros a Naturaleza, que son aquellos
que tienen causas ordenadas de donde suelen nacer; pero hablando de una manera
y de la otra, siempre ponemos a Dios por autor. Porque, cuando dijo Aristóteles
Deus et natura nihil faciunt frustra, no entendió
que Naturaleza fuese alguna causa universal con jurisdicción apartada de Dios,
sino que es nombre del orden y concierto que Dios tiene puesto en la compostura
del mundo para que sucedan las efectos que son necesarios para su conservación.
Porque de la mesma manera se suele decir que el rey y el Derecho civil no hacen
agravio a nadie; en la cual manera de hablar ninguno entiende que este nombre Derecho
significa algún príncipe que tenga jurisdicción apartada de la del rey, sino
que es un término que abraza con su significación todas las leyes y
ordenamiento real que el rey tiene hecho para conservar en paz su república.
Y así como el rey tiene casos reservados para sí, los cuales no pueden ser
determinados por el Derecho por ser extraños y graves, de la mesma manera dejó
Dios reservados para sí los efectos milagrosos, para la producción de los
cuales no dio orden ni poder a las causas naturales. Pero aquí es de notar que
el que los ha de conocer por tales y diferenciarlos de las obras naturales ha
de ser gran filósofo natural y saber de cada efecto qué causas ordenadas puede
tener; y, con todo, no basta si la Iglesia católica no los declara por tales.
Y de la manera que los letrados trabajan y estudian en leer el Derecho
civil y guardarlo en la memoria para saber y entender cuál fue la voluntad del
rey en la determinación de tal caso, así nosotros, los filósofos naturales,
como letrados desta facultad, ponemos nuestro estudio en saber el discurso y
orden que Dios hizo el día que crió el mundo, para contemplar y saber de qué
manera quiso que sucediesen las cosas y por qué razón. Y así como sería cosa de
reír si un letrado alegase en sus escritos de bien probado que el rey manda
determinar el caso, sin mostrar la ley y razón por donde lo dicide, así los
filósofos naturales se ríen de los que dicen «esta obra es de Dios», sin
señalar el orden y discurso de causas particulares de donde pudo nacer.
Y de la manera que el rey no quiere escuchar cuando le piden que quebrante
alguna ley justa, o que haga determinar el caso fuera del orden judicial que él
tiene mandado guardar, así Dios no quiere escuchar cuando alguno le pide
milagros y hechos fuera del orden natural sin necesidad. Porque aun el rey cada
día quita y pone leyes y muda el orden judicial, así por la variedad de los
tiempos como por ser el consejo del hombre caduco, y no poder atinar de una vez
a la rectitud y justicia. Pero el orden natural de todo el universo, que
llamamos Naturaleza, desde que Dios crió el mundo no ha habido que añadir ni
quitar una jota; porque lo hizo con tanta providencia y saber, que pedir que no
se guarde aquel orden es poner falta en sus obras.
Volviendo, pues, a aquella sentencia tan usada de los filósofos antiguos, Natura facit habilem, es de entender que hay ingenios y
habilidades que Dios reparte entre los hombres fuera del orden natural, como
fue la sabiduría de los apóstoles, los cuales, siendo rudos y torpes, fueron
alumbrados milagrosamente y llenos de ciencia y saber. De este género de
habilidad y sabiduría no se puede verificar Natura facit
habilem; porque esta es obra que inmediatamente se ha de reducir a Dios,
y no a Naturaleza. Lo mesmo se entiende de la sabiduría de los profetas y de
todos aquellos a quien Dios infundió alguna gracia.
Otro género de habilidad hay en los hombres, que les nace de haberse
engendrado con aquel orden y concierto de causas que Dios ordenó para este fin;
y de esta suerte con verdad se dice Natura facit habilem.
Porque, como probaremos en el capítulo postrero de esta obra, hay orden y
concierto en las causas naturales, que, si los padres al tiempo de engendrar
tienen cuidado de guardarle, saldrán todos sus hijos sabios sin que falte
ninguno. Pero, en el entretanto, esta significación de Naturaleza es muy
universal y confusa, y el entendimiento no huelga ni descansa hasta saber el
discurso particular y la última causa. Y, así, es menester buscar otra
significación de este nombre, naturaleza, que tenga a nuestro
propósito más conveniencia.
Aristóteles y los demás filósofos naturales descienden más en particular,
y llaman naturaleza a cualquier forma substancial que da ser a la cosa
y es principio de todas sus obras. En la cual significación, nuestra ánima
racional con razón se llamará Naturaleza, porque de ella recebimos el ser
formal que tenemos de hombres, y ella mesma es principio de cuanto hacemos y
obramos.
Pero como todas las ánimas racionales sean de igual perfección, así la del
sabio como la del nescio, no se puede afirmar que Naturaleza, en esta
significación, es la que hace al hombre hábil; porque, si esto fuese verdad,
todos los hombres ternían igual ingenio y saber. Y, así, el mesmo Aristóteles
buscó otra significación de Naturaleza, la cual es razón y causa de ser el
hombre hábil o inhábil, diciendo que el temperamento de las cuatro calidades
primeras (calor, frialdad, humidad y sequedad) se ha de llamar naturaleza,
porque de ésta nacen todas las habilidades del hombre, todas las virtudes y
vicios, y esta gran variedad que vemos de ingenios.
Y pruébase claramente, considerando las edades de un hombre sapientísimo;
el cual en la puericia no es más que un bruto animal, ni usa de otras potencias
más que de la irascible y concupiscible; pero, venida la adolescencia, comienza
a descubrir un ingenio admirable, y vemos que le dura hasta cierto tiempo y no
más, porque, viniendo la vejez, cada día va perdiendo el ingenio, hasta que
viene a caducar. Esta variedad de ingenios, cierto es que [no] nace del ánima
racional, porque en todas las edades es la mesma, sin haber recebido en sus fuerzas
y substancia ninguna alteración, sino que en cada edad tiene el hombre vario
temperamento y contraria disposición, por razón de la cual hace el ánima unas
obras en la puericia y otras en la juventud y otras en la vejez. De donde
tomamos argumento evidente que, pues una mesma ánima hace contrarias obras en
un mesmo cuerpo por tener en cada edad contrario temperamento, que cuando de
dos muchachos el uno es hábil y el otro nescio, que nace de tener cada uno
temperamento diferente del otro, al cual, por ser principio de todas las obras
del ánima racional, llamaron los médicos y filósofos naturaleza. De la
cual significación se verifica propriamente aquella sentencia Natura facit habilem.
En confirmación de esta doctrina escribió Galeno un libro probando que las
costumbres del ánima siguen el temperamento del cuerpo donde está; y que, por
razón del calor, frialdad, humidad y sequedad de la región que habitan los
hombres, y de los manjares que comen, y de las aguas que beben y del aire que
respiran, unos son nescios y otros sabios, unos valientes y otros cobardes,
unos crueles y otros misericordiosos, unos cerrados de pecho y otros abiertos,
unos mentirosos y otros verdaderos, unos traidores y otros leales, unos
inquietos y otros sosegados, unos doblados y otros sencillos, unos escasos y
otros liberales, unos vergonzosos y otros desvergonzados, unos incrédulos y
otros fáciles de persuadir. Y para probar esto trae muchos lugares de
Hipócrates, Platón y Aristóteles, los cuales afirmaron que la diferencia de las
naciones, así en la compostura del cuerpo como en las condiciones del ánima,
nace de la variedad de este temperamento.
Y vese claramente por experiencia cuánto disten los griegos de los
escitas, y los franceses de los españoles, y los indios de los alemanes, y los
de Etiopía de los ingleses. Y no solamente se echa de ver en regiones tan
apartadas; pero si consideramos las provincias que rodean a toda España,
podemos repartir las virtudes y vicios, que hemos contado, entre los moradores
de ellas, dando a cada cual su vicio y su virtud. Y si no, consideremos el
ingenio y costumbres de los catalanes, valencianos, murcianos, granadinos,
andaluces, extremeños, portugueses, gallegos, asturianos, montañeses,
vizcaínos, navarros, aragoneses, y los del riñón de Castilla. ¿Quién no ve y
conoce lo que estos difieren entre sí, no sólo en la figura del rostro y
compostura del cuerpo, pero también en las virtudes y vicios del ánima? Y todo
nace de tener cada provincia de éstas su particular y diferente temperamento. Y
no solamente se conoce esta variedad de costumbres en regiones tan apartadas,
pero aun en lugares que no distan más que una pequeña legua, no se puede creer
la diferencia que hay de ingenios entre los moradores.
Finalmente, todo lo que escribe Galeno en su libro es el fundamento de
esta mi obra; aunque él no atinó en particular a las diferencias de habilidad
que tienen los hombres, ni a las ciencias que cada una demanda en particular.
Aunque bien entendió que era necesario repartir las ciencias a los muchachos y
dar a cada uno la que pedía su habilidad natural, pues dijo que las repúblicas
bien ordenadas habían de tener hombres de gran prudencia y saber que, en la
tierna edad, descubriesen a cada uno su ingenio y solercia natural, para
hacerle aprender el arte que le convenía y no dejarlo a su elección.
Donde se declara lo
mucho que puede el temperamento para hacer al hombre prudente y de buenas
costumbres
Considerando
Hipócrates la buena naturaleza de nuestra ánima racional y el ser tan alterable
y caduco del cuerpo humano donde está, dijo una sentencia digna de tan grave
autor: anima quidem semper similis est, et in maiori et in
minori, non enim alteratur nec per naturam nec per necessitatem; corpus autem
numquam idem in ullo aliquo est, nec secundum naturam nec ex necessitate;
como si dijera: «nuestra ánima racional siempre es la mesma por todo el
discurso de la vida, en la vejez y en la niñez, y siendo grandes y pequeños; el
cuerpo, por lo contrario, jamás está quedo en un ser, ni hay manera para conservarlo».
Y aunque algunos médicos han trabajado en hacer arte para ello, ninguno ha
podido excusar con sus preceptos y reglas las alteraciones de las edades: la
puericia, caliente y húmida; la adolescencia, templada; la juventud, caliente y
seca; la consistencia, templada en calor y frialdad, y destemplada con
sequedad; la vejez, fría y seca. Ni se puede impedir que los cielos no muden el
aire cada momento, ni que éste haga en nuestro cuerpo tan varias impresiones.
Por donde tuvo entendido que para hacer un hombre prudentísimo, no lo
siendo, que no era menester alterar el ánima racional ni mejorarle su
naturaleza; porque (fuera de que es imposible) ninguna cosa le faltó en su
creación para que por falta suya no pudiese hacer el hombre muy bien las obras
de su especie. Y, así, dijo: si ignis et aqua in corpore
temperamentum acceperint, fit anima sapientissima et memoria valentissima
praedita; si vero ignis superetur ab aqua, fit tarda et stulta; como si
dijera: «cuando los cuatro elementos, agua y fuego especialmente, entran en la
composición del cuerpo humano en igual peso y medida, se hace el ánima
prudentísima y de muy gran memoria; pero si el agua vence al fuego, queda tarda
y estulta»; y no por culpa suya, sino porque el instrumento con que ella había
de obrar estaba depravado.
Lo cual visto por Galeno, sacó por última conclusión que todas las
costumbres y habilidades del ánima sin falta seguían el temperamento del cuerpo
donde está. Y, de camino, reprehende a los filósofos morales porque no se dan a
la medicina, siendo verdad que no solamente la prudencia (que es el fundamento
de todas las virtudes), pero la justicia, fortaleza y temperancia, y sus vicios
contrarios, dependen del temperamento del cuerpo. Por tanto, dijo que al médico
pertenecía corromper los vicios del hombre e introducir las virtudes
contrarias; y, así, hizo arte para corromper el vicio de la lujuria e
introducir la virtud de la castidad; y cómo el soberbio se hará manso y
tratable; y el avariento, liberal; y el cobarde, valiente; y el nescio sabio, y
prudente. Y todo el estudio que pone es en alterar el cuerpo con medicinas y
manjares acomodados a cada vicio y virtud; y no cura del ánima fundado en la
opinión de Hipócrates, el cual confiesa llanamente que el ánima no es alterable
ni tiene necesidad de virtud adquisita para hacer lo que ella está obligada si
le dan buen instrumento para ello. Y, así, tiene por error poner las virtudes
en el ánima y no en los instrumentos del cuerpo con que ha de obrar. Y con
esto, le parece que es imposible adquirirse alguna virtud que no nazca nuevo
temperamento en el hombre.
Pero esta opinión es falsa y contra el común consentimiento de los
filósofos morales, los cuales afirman «que las virtudes son hábitos
espirituales sujetados en el ánima racional». Porque cual es el accidente, tal
ha de ser el sujeto donde cae. Mayormente que, como el ánima sea el agente y
movedor, y el cuerpo el que ha de ser movido, más a propósito caen las virtudes
en el que hace que en el que padece. Y si las virtudes y vicios fuesen hábitos
que dependieran del temperamento, seguirseía que el hombre obraría como agente
natural y no libre, necesitado con el apetito bueno o malo que le señalase el
temperamento; y de esta manera las buenas obras no merecerían ser premiadas ni
las malas castigadas, conforme aquello: in naturalibus nec
meremur nec demeremur. Mayormente que vemos muchos hombres virtuosos con
temperamento malo y vicioso que los inclina antes a pecar que a obrar conforme
a virtud; de quien se dijo: vir sapiens dominabitur astris.
Y en lo que toca a los hechos de la prudencia y habilidad, vemos muchas obras
imprudentes de hombres sapientísimos y muy templados, y otras muy acertadas de
quien no sabe tanto ni tiene tan buena temperatura. Por donde se entiende que
la prudencia y sabiduría, y las demás virtudes humanas, están en el ánima, y
que no dependen de la compostura y temperamento del cuerpo como pensaron
Hipócrates y Galeno.
Pero, con todo eso, hace mucha fuerza que estos dos graves médicos, y con
ellos Aristóteles y Platón, hayan dicho esta sentencia y que no digan verdad.
Por donde es de saber que las virtudes perfectas, como las fingen los
filósofos morales, son hábitos espirituales sujetados en el ánima racional,
cuyo ser no depende del temperamento. Pero, con esto, es cierto que no hay
virtud ni vicio en el hombre (no se entiende de las sobrenaturales, porque
éstas no entran en esta cuenta y razón) que no tenga su temperatura en los
miembros del cuerpo, que le ayude o desayude en sus obras, a la cual,
impropriamente, llaman los filósofos morales vicio o virtud, viendo que ordinariamente
los hombres no tienen otras costumbres sino aquellas que apunta su
temperamento. Dije ordinariamente, porque muchos hombres tienen el
ánima llena de virtudes perfectas y en los miembros del cuerpo no tienen
temperamento que les ayude a hacer lo que el ánima quiere, y con todo eso, por
tener libre albedrío, obran muy bien aunque con gran lucha y contienda; como es
aquello de san Pablo; condelector enim legi Dei secundum
interiorem hominem; video autem aliam legem in membris meis, repugnatem legi
mentis meae, et captivantem me in lege peccati quae est in membris meis.
Infielix ego homo! Quis me liberabit de corpore mortis huius? Gratia Dei per
Jesum Christum Dominum nostrum. Igitur ego ipse mente servio legi Dei; carne
autem legi peccati. Por las cuales palabras, da a entender san Pablo que
sentía dentro de sí dos leyes contrarias: una en el ánima, con la cual amaba la
ley de Dios y se holgaba con ella; y otra en los miembros de su cuerpo, que le
convidaba a pecar.
Conforme a esto, bien parece que a las virtudes que san Pablo tenía en el
ánima no le respondían las temperaturas en los miembros del cuerpo que eran
necesarias para obrar con suavidad y sin contradicción de la carne. Su ánima
quería rezar y contemplar; y cuando iba al celebro con que lo había de
ejecutar, lo hallaba destemplado por frialdad y humidad, que son dos calidades
ordenadas para dormir, y con mucha pesadumbre.
Tales estaban aquellos tres discípulos que acompañaron a Jesucristo en el
huerto cuando oraba, pues les dijo: spiritus quidem
promptus est, caro autem infirma. El ánima quería ayunar, y cuando iba
al estómago con lo que había de hacer, lo hallaba con mil desmayos y con un
apetito insaciable de comer. El ánima quería que fuese casto y continente, y
cuando iba a los instrumentos de la generación, los hallaba con un fuego
ardiente inclinándolo a lo contrario.
En tales disposiciones como éstas, obran los virtuosos con gran
dificultad, y por esto se dijo: virtus versatur circa difficile.
Pero si el ánima, cuando quiere meditar, hallase el celebro caliente y seco,
que es disposición natural para velar; y cuando quiere ayunar, hallase el
estómago caliente y seco, con la cual temperatura dice Galeno aborresce el
hombre el comer; y, si cuando quiere y ama la castidad, estuviesen los
testículos fríos y húmidos, todo se lo hallaba hecho sin ninguna contradicción.
Porque la ley del ánima y la ley de los miembros del cuerpo, ambas pedían una
mesma cosa, y, así, obraría el hombre con mucha suavidad. Por donde dijo bien
Galeno que al médico pertenecía hacer un hombre, de vicioso, virtuoso; y que
los filósofos morales hacían mal en no aprovecharse de la medicina para
conseguir el fin de su arte, pues en alterar los miembros del cuerpo hacían obrar
a los virtuosos con suavidad.
Lo que yo quisiera de Galeno y de todos los filósofos morales es que, si
es verdad que a cada vicio y virtud de las que están en el ánima responde en
los miembros del cuerpo su particular temperatura que le ayuda o desayuda para
obrar, que nos contaran todos los vicios del hombre y sus virtudes, y nos
dijeran en qué calidades corporales restribaba cada una de ellas, para
aplicarles la cura que cada una había menester.
Aristóteles bien entendió que la buena temperatura hacía al hombre
prudentísimo y de buenas costumbres, y, así, dijo optima
enim temperies non solum corpori, verum intelligenti homini prodest.
Pero no declaró cuál era la mejor temperatura, antes dijo que las costumbres
del hombre se fundaban en sólo calor y frialdad; y los médicos, especialmente
Hipócrates y Galeno, tienen por viciosas estas dos calidades, y aprueban la
templada donde el calor no excede a la frialdad ni la humidad a la sequedad. Y,
así, dijo Hipócrates: quod humidissimum est in aqua et
siccissimum igne, si in corpore temperamentum acceperint, fit homo
prudentissimus.
Pero muchos médicos han examinado esta temperatura por la gran fama que
tiene; y no responde tanto en la obra como Hipócrates dice, antes les parece
que son unos hombres flojos y de poco brío, y en sus hechos no muestran tanta
prudencia y discreción como los destemplados: tienen la condición muy blanda y
suave, y no saben hacer mal a nadie en dicho ni hecho, que es por donde parecen
muy virtuosos y sin pasiones de las que alteran el ánimo. Estos médicos tienen
por mala temperatura la templada, porque afloja y desbarata la fortaleza de las
potencias y es causa que no obren como conviene; lo cual se ve claramente en
dos tiempos del año, verano y otoño, donde el aire viene a templar y entonces
vienen las enfermedades. Y, así, se halla el cuerpo más sano, o con mucho frío
o con mucho calor, que con lo tépido del verano.
A estos médicos parece favorecer algo la divina Escritura tratando de las
costumbres del hombre: utinam esses calidus aut frigidus;
sed quia tepidus es, incipian te vomere ex ore meo. Parece que se fundó
en la doctrina de Aristóteles, el cual tiene por opinión muy verdadera que
todas las costumbres activas del hombre restriban en calor y frialdad, y no en
lo tépido ni templado. Pero holgara yo que Aristóteles nos dijera qué virtud,
qué calidad de éstas pide, y en qué restriba su vicio contrario, para hacer las
curas que dice Galeno. Yo para mí tengo entendido que la frialdad es la más
importante para que el ánima racional conserve sus virtudes en paz y que no
haya en los miembros del cuerpo quien le contradiga. Porque ninguna calidad
(dice Galeno) debilita tanto la concupiscible e irascible como la frialdad,
especialmente si está conjunta con la sequedad, y estando debilitada y enferma
la porción inferior, las virtudes del ánima racional crecen a palmos.
Y si no, quiero poner delante al filósofo moral un hombre lujurioso, gran
comedor y bebedor, para que me le cure según las reglas de su arte, y que le
engendre en su ánima hábito de castidad y temperancia, y que obre con ellas con
suavidad, sin que le introduzca en los miembros de su cuerpo frialdad y
sequedad y le corrompa el calor y humidad demasiado que antes tenía. Y veamos
cómo lo hará.
Cierto es que lo primero que ha de hacer es afearle el vicio de la
lujuria; y le contará los males y daños que suele traer consigo, y el peligro
en que está su ánima si la muerte le arrebatase sin haber hecho penitencia de
sus pecados. Tras esto, le aconsejaría el ayuno, el rezar y meditar, el poco
dormir, el acostarse en el suelo y vestido, la disciplina, el apartarse de
mujeres y ocuparse en obras pías; todo lo cual se contiene en aquel aforismo de
san Pablo: castigo corpus meum et redigo in servitutem.
Con estos remedios, perseverando muchos días en ellos, se porná el hombre flaco
y amarillo y tan diferente del que solía ser, que el que antes se perdía por
mujeres y por comer y beber, ahora le da pena y dolor oíllo mentar.
Viendo el filósofo moral al hombre vicioso con estas señales, dirá, y con
razón: «éste ya tiene hábito de castidad y temperancia». Pero, porque su arte
no pasa de aquí, piensa que estas dos virtudes han venido por los aires y
asentándose en el ánima racional sin haber pasado por el cuerpo. Mas el médico,
que sabe de dónde nace la flaqueza y color amarillo, y cómo se introducen las
virtudes y corrompen los vicios, dirá que este hombre tiene ya hábito de
castidad y temperancia porque con aquellos remedios se perdió el calor natural
y en su lugar sucedió frialdad. Y que todo aquel orden de vivir sean causas
refrigerantes, es cosa fácil de probar discurriendo por cada una de ellas:
El temor en que le puso la reprehensión y consideración de las penas
infernales si moría en pecado mortal, es cierto que mortifica el calor natural
y pone el cuerpo frío; y, así, pregunta Aristóteles: cur
voce et manibus et labro inferiori tremunt qui metuun? Ad quoniam hic affectus,
caloris defectio ex locis superioribus est, ex quo ut palleant accidit.
El ayuno también es una de las cosas que más mortifica el calor natural y
deja al hombre frío, porque nuestra naturaleza (dice Galeno) se conserva con la
comida y bebida como la llama del candil con el aceite; y tanto calor natural
hay en el cuerpo humano cuanto es el manjar que se ha cocido, y tanto alimento
se ha de dar a comer cuanto fuere el calor, y si damos menos en cantidad luego
se disminuye; por la cual razón manda Hipócrates que a los niños no les hagamos
ayunar, porque se resuelven y consumen por falta de alimento.
La disciplina, si es dolorosa y con sangre, ¿quién no sabe que gasta y
consume muchos espíritus vitales y animales y que por la efusión de la sangre
pierde el hombre el pulso y el calor natural?
El sueño, dice Galeno, es una de las cosas que más fortifica el calor
natural, porque por él se entra a las cavidades del cuerpo y fortifica las
virtudes naturales, y, así, cuece el manjar y lo convierte en nuestra sustancia
y con la vigilia se corrompe y endurece. Y es la causa que el sueño calienta
las partes interiores y enfría las exteriores; y por lo contrario, la vigilia
enfría estómago, hígado y corazón (que es con lo que vivimos) y calienta las
partes exteriores, que es lo más innoble del cuerpo y de lo que menos nos
aprovechamos. De manera que el que se quita el sueño forzosamente ha de padecer
muchas enfermedades frías.
Del «dormir en el suelo, y comer no más que una vez, y andar mal vestido»,
dijo Hipócrates que gastaba la carne y la sangre, donde reside el calor
natural: semel tantum cibum sumere, duriter cubare,
nudusque ambulare. Y dando Galeno la razón por qué la cama dura
enflaquece y consume las carnes, dice que, solicitado el cuerpo con el dolor,
no le deja dormir, y dando muchas vueltas comprime por todas partes las carnes
y así no las deja crecer. Y cuánto calor se pierda gastando las carnes, dícelo
el mesmo Hipócrates enseñando cómo se hará el hombre prudente: conducit ad sapientiam ut minime carnosi sint, nam ad carnis
bonam habitudinem ardoris inflammationem fieri necesse est; como si
dijera: «conviene para la sabiduría que los hombres no tengan muchas carnes,
porque su temperamento es muy caliente»; y esta calidad echa a perder la
prudencia.
El rezar y meditar se hace subiendo el calor a la cabeza, por cuya
ausencia quedan las demás partes del cuerpo frías; y si es con mucha atención,
se viene a perder el sentido del tacto, del cual dijo Aristóteles que era
necesario para la vida de los animales, y los demás sentidos servían de
ornamento y perfección, porque sin gusto, olfato, vista y oído vemos que se
puede vivir. Mas estando el ánima elevada en alguna profunda contemplación, no
envía la facultad animal a las partes del cuerpo, sin la cual ni los oídos
pueden oír, ni los ojos ver, ni las narices oler, ni el gusto gastar, ni el
tacto tocar; por donde ni sienten frío los que están meditando, ni calor, ni
hambre, sed, ni cansancio. Y siendo el tacto la centinela que descubre al
hombre quién es el que le hace bien o mal, no se puede aprovechar de él; y así,
estando helado de frío, o abrasándose de calor, o muerto de hambre, pasa por
ello sin sentirlo, porque no hay quien le avise. En esta disposición, dice
Hipócrates que el ánima no hace lo que está obligada, pues siendo su oficio
animar el cuerpo y darle sentido y movimiento, lo deja desamparado: quicumque dolentes parte aliqua corpopis, omnino dolorem non
sentiunt, iis mens aegrotat. Pero la peor disposición que se halla en
los hombres de letras y en los demás que se dan a meditación, es la flaqueza de
estómago, que siempre cuece el manjar sin calor natural, por estar
ordinariamente en la cabeza; y así, está lleno de crudezas y flemas. Por donde,
Cornelio Celso encomienda que a los hombres que se dan a letras les confortemos
el estómago más que otra parte ninguna. De manera que el rezar, contemplar y
meditar enfría y deseca el cuerpo y lo hace melancólico. Y, así, dijo
Aristóteles: cur homines qui ingenio claruerunt, vel in
studiis philosophiae, vel in republica administranda, vel in carmine pangendo,
vel in artibus exercendis, melancholicos omnes fuisse videantur?
El apartarse de mujeres (teniendo antes su conversación) cuánto enfríe el
cuerpo, y cuántas alteraciones nuevas nazcan en el continente, pruébalo Galeno
por muchas experiencias que vio y notó. Especialmente cuenta lo que aconteció a
un amigo suyo, después de viudo: que se le quitó luego la gana de comer y no
podía digerir una yema de huevo; y si porfiaba a comer como solía, lo vomitaba
luego; y con esto andaba triste y melancólico. Al cual le aconsejó que se
casase si quería tener salud; y, así, dice: hic quam
celerrime liberatus est, ad pristinam consuetudinem reversus.
De los cantores cuenta el mesmo Galeno que, sabiendo por experiencia la
gran correspondencia que tienen testículos con la garganta, y que tratar con
mujeres les echaba a perder la voz, se hacían continentes por fuerza, por no
perder el comer y salario que por su música les daban; y con esto (dice Galeno)
tenían los instrumentos de la generación tan pequeños, fríos y rugosos, como si
fueran viejos. Al revés de los lujuriosos; cuyas partes por ser muy ejercitadas
y usadas, son muy crecidas, los vasos seminarios muy anchos y patentes, a los
cuales acude gran copia de sangre y calor natura. Porque, como dice Platón: ignavia quidem exsolvit, proprii autem officii exercitatio robus
augere, solet; como si dijera: «ejercitar las partes del cuerpo les hace
cobrar más fuerzas, y el no usar de ellas las debilita». Y así, es cierto que
en cada acto lujurioso se fortifican más los miembros genitales y quedan más
poderosos y codiciosos para volver otra vez a la obra; y cada vez que el hombre
resiste a la carne, queda más frío y con menos fuerzas para aquel acto. De
donde concluyó que el casto y continente, hecho por este camino, viene a parar
a frialdad habitual, con la cual obra tan sin pena ni contradicción como el
viejo y como el que nació frío de su propria naturaleza y como el capado. Y,
así, los que desean ser continentes y que no les irrite la carne, temiendo su
mucha flaqueza, usan de medicinas frías y de cosas que gasten y consuman la
simiente y la pongan fría; por quien se puede entender: beati
qui se castraverunt propter regnum Dei.
Todo esto que hemos dicho y probado de la lujuria y castidad, se ha de
entender de las demás virtudes y vicios. Porque cada uno tiene su particular
temperamento de calor y frialdad, y en el modo de sustancia que cada miembro
adquiere, y por la intensión o remisión de estas dos calidades. Dije de
calor y frialdad, porque ninguna virtud ni vicio se funda en humidad ni
sequedad. Porque, según la opinión de Aristóteles, estas dos calidades son pasivas,
y el calor y frialdad activas; y, así, dijo: mores enim
condit calidum aut frigidum, omnium maxime quae in nostro corpore habentur.
Y, con su sentencia, responde a la Escritura cuando dijo: utinam
frigidus esses, aut calidus, sed quia tepidus es et nec frigidus nec calidus
incipiam te vomere ex ore meo. La razón de esto restriba en que no se
hallan hombres templados en el punto de perfección que se requiere para fundar
las virtudes. Así, escogió la Escritura (y el Filósofo) al calor y frialdad;
por no haber otras calidades para asentar las virtudes. Aunque con su
contrapeso; porque, puesto caso que a frialdad y calor responden muchas
virtudes, también son fuente de muchos vicios, y, así, por maravilla no hay
hombre malo en quien no se hallen algunas virtudes naturales, ni tan virtuoso
que no tenga algún vicio.
Pero la calidad con que se halla mejor el ánima racional es la frialdad
del cuerpo. Esto se probará claramente discurriendo por todas las edades del
hombre: puericia, adolescencia, juventud, edad perfecta y vejez; donde
hallaremos que, por tener cada edad su particular temperamento, en unas es
vicioso y en otras virtuoso, en unas es imprudente y en otras sabio.
La puericia no es más que un temperamento caliente y húmido, en el cual
(dice Platón) está el ánima racional ahogada, sin poder usar de su
entendimiento y voluntad y libre albedrío, hasta que con el discurso del tiempo
pasa a otra edad y adquiere nuevo temperamento. Las virtudes de la niñez son
muchas, y pocos los vicios. Los niños, dice Platón, son admirativos, del cual
principio nacen todas las ciencias; lo segundo son disciplinables, blandos y
tiernos para introducirles cualquiera virtud; lo tercero son temerosos y
vergonzosos, que es el fundamento (dice Platón) de la temperancia; lo cuarto
tienen credulidad y son fáciles de persuadir; son caritativos, liberales,
castos y humildes; simples y no maliciosos. Atento a las cuales virtudes; dijo
Jesucristo a sus discípulos: nisi efficiamini sicut
parvulus iste, non intrabitis in regnum caelorum. De qué edad fuese este
niño que Dios les mostró, no se puede saber. Pero Hipócrates divide la puericia
en tres o cuatro partes; y porque dende un año hasta catorce van tomando
siempre muchos humores y diversos temperamentos, así padecen muchas enfermedades,
y por la mesma razón responden al ánima diferentes virtudes y vicios. En lo
cual restribando, Platón comienza a instruir a un niño desde el primer año,
aunque no sepa hablar, enseñando al ama que lo cría cómo le entenderá (por el
llorar, reír y callar) sus virtudes y vicios, y cómo se los corregirá. Las
virtudes de esta edad dice la Escritura que tenía Saúl cuando fue elegido por
rey: puer erat unius anni Saul quando coepit regnare.
Por donde parece que Dios hace la mesma partición que Hipócrates señalando por
años las virtudes de la puericia.
El adolescencia es la segunda edad del hombre; y cuéntase desde catorce
años hasta veinte y cinco. La cual, según la opinión de los médicos, no es
caliente, fría, húmida ni seca, sino en medio de estas calidades, templada. Con
esta temperatura, están los instrumentos del cuerpo como el ánima los ha
menester para todo género de virtud, especialmente para la prudencia; y, así,
dijo Hipócrates: quod humidissimum est in igne, et
siccissimum in aqua, si in corpore tamperamentum acceperint, anima est
sapientissima et memoria valentissima praedita. Las virtudes que dijimos
de la puericia parecen obras hechas con sólo instinto natural, como las hacen
las hormigas serpientes y abejas, sin discurso racional; pero las de la adolescencia
van hechas ya con discreción y prudencia, y así entiende el adolescente lo que
hace y a qué propósito, y conociendo el fin, dispone los medios para
conseguirlo. Cuando la Escritura dijo sensus et cogitatio
hominis prona est ab adolescentia sua ad malum se puede entender exclusive,
sacando la puericia y el adolescencia; que son las edades donde el hombre es
más virtuoso.
La tercera edad es la juventud, que se cuenta de veinte y cinco años hasta
treinta y cinco. Su temperamento es caliente y seco; del cual dijo Hipócrates: cum aqua superatur ab igne, fit anima insana et furiosa.
Y así lo muestra la experiencia; porque no hay maldad de que no esté tentado el
hombre en esta edad: ira, gula, lujuria, soberbia, homicidios, adulterios,
robos, temeridades, rapiña, audacia, enemistad, engaños, mentiras, bandos,
disensiones, venganzas, odios, injuria y protervia. En la cual edad viéndose
David, dijo: Domine, ne revoces me in dimidio dierum
meorum, porque la juventud está en medio de las cinco edades del hombre,
puericia, adolescencia, juventud, edad perfecta y vejez. Y es tan malo el
hombre en ella, que dijo Salomón: tria sunt difficilia
mihi, et quartum penitus ignoro: viam aquilae in coelo, viam colubris super
petram, viam navis in medio mari, et viam viri in adolescentia. Toma en
este lugar adolescencia por juventud.
De todo esto, cierto es que tiene alguna excusa de la culpa el ánima, pues
es la mesma por todo el discurso de las edades, y tan perfecta como Dios la
crió al principio, si no por los varios temperamentos que el cuerpo adquiere en
cada edad; y porque en la juventud está el cuerpo más destemplado, por esto
obra el ánima con más dificultad las obras virtuosas y con más facilidad las
viciosas. Esto es, a la letra, lo que dijo la Sabiduría: Puer
eram ingeniosus et sortitus sum animam bonam; et cum essem magis bonus, veni ad
corpus coinquinatum, et inveni quod aliter homo continens esse non potest nisi
Deus det; como si dijera: «A mí me dieron buena ánima, y de niño era muy
ingenioso; y siendo más bueno (entiéndese en el adolescencia) vine después a un
cuerpo tan sucio y destemplado cual está en la juventud, y hallé por mi cuenta
que el hombre no podía tener castidad y continencia si Dios no se la daba». Por
tanto, viéndose David fuera de tan mala edad, y acordándose de lo que en ella
había pasado, dijo: delicta juventutis meae et ignorantias
meas ne memineris.
En la cuarta edad, que es de consistencia, torna el hombre a templarse en
la aposición de calor y frialdad; porque quien de mucho calor baja a frialdad,
forzosamente ha de pasar por el medio. Y con la sequedad que le quedó al cuerpo
de la juventud, se hace el ánima prudentísima. Por donde los hombres que han
vivido mal en la juventud dan las vueltas notables que vemos, reconociendo la
mala vida pasada y viviendo de otra manera. Comienza esta edad dende treinta y
cinco años hasta cuarenta y cinco, en unos más y en otros menos, conforme a la
compostura y temperamento de cada uno.
La última edad del hombre es la vejez; en la cual está el cuerpo frío y seco,
y con mil enfermedades y flaco: todas las potencias perdidas, sin poder hacer
lo que antes solían. Pero, con ser el ánima racional la mesma que fue en la
puericia, adolescencia, juventud, consistencia y vejez, sin haber recibido
ninguna alteración que le debilitase sus potencias, venida a esta última edad y
con este temperamento frío y seco, es prudentísima, justa, fuerte y con
temperancia; y aunque al hombre se han de atribuir estas obras, pero el ánima
es el primer movedor, conforme aquello: anima est
principium intelligendi. Todo el tiempo que el cuerpo está poderoso, con
fuertes facultades vitales, naturales y animales, acuden muy pocas virtudes
morales al hombre; pero en perdiendo las fuerzas, luego el ánima crece en
virtudes. Parece que quiso sentir esto san Pablo cuando dijo: virtus in infirmitate perficitur; como si dijera: «la
virtud y fuerzas del ánima racional se perficionan cuando el cuerpo está
enfermo». Y así parece, porque en ninguna edad está el cuerpo más flaco que en
la vejez, ni el ánima más libre y suelta para obrar conforme a razón.
Pero con todo eso, cuenta Aristóteles seis vicios que tienen los viejos
por razón de la frialdad que el hombre tiene en esta edad. Lo primero son
cobardes, porque el ánimo y valentía consiste en el mucho calor y sangre del
corazón, y los viejos tienen poca y muy fría. Lo segundo son avarientos, y
guardan el dinero más de lo que es menester; porque, estando ya en los
postreros tercios de la vida y que la razón les había de dictar que con poca
hacienda podrían pasar, entonces les crece más la codicia, como si estuvieran
en la niñez y considerando que les restaba cinco edades por pasar y que era
bien guardar con qué comprar de comer. Lo tercero son sospechosos; y no sé la
razón por qué Aristóteles lo llama vicio, siendo verdad que esto les nace de
haber visto por experiencia tantas maldades de los hombres, y acordándose de
los vicios y pecados que ellos propios cometieron en su mocedad; y, así, viven
siempre con recato, sabiendo que hay poco que fiar de los hombres. Lo cuarto
son de mala esperanza y jamás piensan que los negocios han de suceder bien; y
de dos o tres fines que pueden tener, siempre eligen el peor y aquél están
esperando. Lo quinto son desvergonzados; porque la vergüenza, dice Aristóteles,
pertenece a la sangre; y, como los viejos carecen de este humor, no pueden ser
vergonzosos. Lo sexto son incrédulos: jamás piensan que les dicen verdad,
trayendo a la memoria los embustes y engaños de los hombres y lo que han visto
en el mundo en el largo discurso de su vida. Las virtudes contrarias (dice
Aristóteles) tienen los mozos. Son animosos, liberales, jamás sospechan mal,
son de buena esperanza, vergonzosos, y fáciles de persuadir y creer.
Lo mesmo que hemos probado en las edades del hombre pudiéramos demostrar
en el sexo: qué virtudes y vicios tiene el hombre, y cuáles la mujer. Y por
razón de los humores: sangre, cólera, flema y melancolía. Y por razón de las
regiones y lugares particulares: en una provincia son los hombres magnánimos y
en otra pusilánimos, en una prudentes y en otra imprudentes, en una verdaderos
y en otra mentirosos, como es aquello del Apóstol: cretenses
semper mendaces, malae bestiae ventris pigri. Y si discurrimos por las
comidas y bebidas, hallaremos que unas ayudan a la virtud y contradicen al
vicio, y otras favorecen al vicio y contradicen a la virtud, pero de tal manera
que el hombre quede libre para hacer lo que quisiere, conforme aquello: apposuit tibi aquam et ignem: ad quod volueris porrige manum
tuam. Porque ningún temperamento de éstos hay que (no quitando al hombre
su juicio) lo fuerce a nada, salvo a la irritación.
Y es de notar que, en la meditación y contemplación de las cosas, adquiere
el hombre nuevo temperamento sobre el que tienen los miembros de su cuerpo.
Porque, como adelante probaremos, de tres potencias que tiene el hombre,
memoria entendimiento e imaginativa, sola la imaginativa (dice Aristóteles) es
libre para imaginar lo que quisiere. Y de las obras de esta potencia (dicen
Hipócrates y Galeno) andan siempre asidos los espíritus vitales y sangre
arterial; y los echa a la parte que quiere; y donde acude este calor natural
queda la parte más poderosa para hacer su obra, y las demás con menos fuerzas.
Y, así, aconseja Galeno a los cantores de la diosa Diana que no se pongan a
contemplar en mujeres, porque de sólo esto, sin acto carnal, se les calientan
los instrumentos de la generación; y, éstos calientes, luego la voz se pone
áspera y ronca, porque como dijo Hipócrates: tussis
sedatio, tumor testium, et e contra. Y si alguno se pone a considerar y
meditar en la injuria que otro le ha hecho, luego se sube el calor natural y
toda la sangre al corazón, y fortifica la facultad irascible y debilita la
racional; y si pasa la consideración a que Dios manda perdonar las injurias y
hacer bien a nuestros enemigos, y al premio que da por ello, vase todo el calor
natural y sangre a la cabeza, y fortifica la facultad racional y debilita la
irascible. Y, así, estando en nuestra elección fortificar con la imaginativa la
potencia que quisiéremos, con razón somos premiados cuando fortificamos la
racional y debilitamos la irascible, y con justa causa somos culpados cuando
fortificamos la irascible y debilitamos la racional.
De aquí se entiende claramente con cuánta razón encomiendan los filósofos
morales la meditación y consideración de las cosas divinas, pues con sola ella
adquirimos el temperamento que el ánima racional ha menester y debilitamos la
porción inferior. Pero una cosa no puedo callar antes que concluya con este
capítulo, y es que todos los actos de virtud puede el hombre ejercitar sin
haber en el cuerpo cómodo temperamento, aunque con mucha dificultad y trabajo,
si no son los actos de prudencia. Porque, si un hombre salió imprudente de las
manos de Naturaleza, sólo Dios lo puede remediar. Y lo mesmo se entiende de la
justicia distributiva y de todas las artes y ciencias que aprenden los hombres.
Donde se declara qué
parte del cuerpo ha de estar bien templada para que el muchacho tenga habilidad
Tiene el cuerpo
humano tanta variedad de partes y potencias (aplicadas cada una para su fin),
que no será fuera de propósito, antes cosa necesaria, saber primero qué miembro
ordenó Naturaleza por instrumento principal para que el hombre fuese sabio y
prudente. Porque cierto es que no raciocinamos con el pie, ni andamos con la
cabeza, ni vemos con las narices, ni oímos con los ojos; sino que cada una de
estas partes tiene su uso, y particular compostura para la obra que ha de
hacer.
Antes que naciese Hipócrates y Platón, estaba muy recebido entre los
filósofos naturales que el corazón era la parte principal donde residía la
facultad racional, y el instrumento con que nuestra ánima hacía las obras de
prudencia, solercia, memoria y entendimiento; y así la divina Escritura, acomodándose
a la común manera de hablar de aquel tiempo, llama en muchas partes corazón a
la parte superior del hombre. Pero venidos al mundo estos dos graves filósofos,
dieron a entender que era falsa aquella opinión y probaron con muchas razones y
experiencias que el celebro era el asiento principal del ánima racional; y así
lo recibieron todos, si no fue Aristóteles, el cual, con ánimo de contradecir
en todo a Platón, tornó a refrescar la opinión primera y con argumentos tópicos
hacerla probable.
Cuál sea la más verdadera sentencia ya no es tiempo de ponerlo en
cuestión, porque ningún filósofo duda en esta era que el celebro es el
instrumento que naturaleza ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente.
Sólo conviene explicar qué condiciones ha de tener esta parte para que se pueda
decir estar bien organizada y que el muchacho, por esta razón, tenga buen
ingenio y habilidad.
Cuatro condiciones ha de tener el celebro para que el ánima racional pueda
con él hacer cómodamente las obras que son de entendimiento y prudencia. La
primera es buena compostura; la segunda, que sus partes estén bien unidas; la
tercera, que el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; la
cuarta, que la sustancia esté compuesta de partes sutiles y muy delicadas. En la
buena composición se encierran otras cuatro cosas. La primera es buena figura;
la segunda, cantidad suficiente; la tercera, que en el celebro haya cuatro
ventrículos distintos y apartados, cada uno puesto en su asiento y lugar: la
cuarta, que la capacidad de éstos no sea mayor ni menor de lo que conviene a
sus obras.
La buena figura del celebro arguye Galeno considerando por de fuera la
forma y compostura de la cabeza, la cual dice que sería tal cual conviene
tomando una bola de cera perfectamente redonda, y apretándola livianamente por
los lados: quedaría de esta manera la frente y el colodrillo con un poco de
giba. De donde se sigue que tener el hombre la frente muy llana y el colodrillo
remachado, que no tiene su celebro la figura que pide el ingenio y habilidad.
La cantidad de celebro que ha menester el ánima para discurrir y
raciocinar es cosa que espanta, porque entre los brutos animales ninguno hay
que tenga tantos sesos como el hombre, de tal manera, que si juntásemos los que
se hallan en dos bueyes muy grandes, no igualarían con los de un solo hombre
por pequeño que fuese. Y lo que es más de notar: que entre los brutos animales;
aquellos que se van llegando más a la prudencia y discreción humana (como es la
mona, la zorra y el perro), éstos tienen mayor cantidad de celebro que los
otros, aunque en corpulencia sean mayores. Por donde dijo Galeno que la cabeza
pequeña era siempre viciosa en el hombre, por tener falta de sesos; aunque
también afirmó que si la grande nacía de haber mucha materia, y mal sazonada,
al tiempo que Naturaleza la formó, que es mal indicio, porque toda es huesos y
carne, y muy pocos sesos; como acontesce en las naranjas muy grandes, que
abiertas tienen poca medula y la cáscara muy canteruda. Ninguna cosa ofende
tanto el ánima racional, como estar en un cuerpo cargado de huesos, de pringue
y de carne. Y, así, dijo Platón que las cabezas de los hombres sabios
ordinariamente eran flacas y se ofendían fácilmente con cualquiera ocasión; y
es la causa que Naturaleza las hizo a teja vana con intento de no ofender al
ingenio cargándolas de mucha materia. Y es tan verdadera esta doctrina de
Platón, que, con estar el estómago tan desviado del celebro, le viene a ofender
si está lleno de pringue y carne; en confirmación de lo cual trae Galeno un
refrán que dice: el vientre grueso engendra grueso entendimiento. Y en
esto no hay más misterio de que el celebro y el estómago están asidos y
trabados con ciertos nervios por los cuales el uno al otro se comunican sus
daños. Y por el contrario, siendo el estómago enjuto y descarnado, ayuda
grandemente al ingenio, como lo vemos en los famélicos y necesitados; en la
cual doctrina se pudo fundar Persio cuando dijo que el vientre era el que daba
ingenio al hombre.
Pero lo que más se ha de notar en este propósito es que si las demás
partes del cuerpo son gruesas y carnosas, por donde el hombre viene a tener
gran corpulencia, dice Aristóteles que le echa a perder el ingenio. Por donde
estoy persuadido que si el hombre tiene gran cabeza aunque haya sido la causa
estar Naturaleza muy fuerte y por haber tenido cantidad de materia bien
sazonada, que no terná tan buen ingenio como siendo moderada. Aristóteles es de
contraria opinión, preguntando qué es la causa que el hombre es el más prudente
de todos los animales; a la cual duda responde que ningún animal hay que tenga
tan pequeña cabeza como el hombre, respecto de su cuerpo; y entre los hombres,
aquéllos (dice) son más prudentes que tienen menor cabeza. Pero no tiene razón;
porque si él abriera la cabeza de un hombre, y viera la cantidad de sesos que
tiene, hallara que dos caballos juntos no tienen tantos sesos como él. Lo que
yo he hallado por experiencia es que, en los hombres pequeños de cuerpo, es
mejor declinar la cabeza a grande, y en los que son de mayor corpulencia, a
pequeña; y es la razón que de esta manera se halla la cantidad moderada con la
cual obra bien el ánima racional.
Fuera desto, son menester cuatro ventrículos en el celebro para que el
ánima racional pueda discurrir y filosofar. El uno ha de estar colocado en el
lado derecho del celebro, y el segundo en el izquierdo, y el tercero en el
medio de estos dos, y el cuarto en la postrera parte del celebro, como parece
en esta figura. De qué sirvan estos ventrículos y las capacidades anchas o
angostas al ánima racional, adelante lo diremos tratando de las diferencias de
ingenio que hay en el hombre. Pero también no basta que el celebro tenga buena
figura, cantidad suficiente, y el número de ventrículos que hemos dicho con su
capacidad poca o mucha, sino que sus partes guarden cierto género de
continuidad y que no estén divisas. Por la cual razón hemos visto, en las
heridas de la cabeza, unos hombres perder la memoria, otros el entendimiento y
otros la imaginación; y, puesto caso que después de sanos volvió el celebro a
juntarse, pero no a la unión natural que él tenía de antes.
La tercera condición de las cuatro principales era estar el celebro bien
templado, con moderado calor y sin exceso de las demás calidades; la cual
disposición dijimos atrás que se llamaba buena naturaleza, porque es la que
principalmente hace al hombre hábil, y la contraria, inhábil.
Pero la cuarta, que es tener el celebro la sustancia o compostura de
partes sutiles y muy delicadas, dice Galeno que es la más importante de todas;
porque, quiriendo dar indicio de la buena compostura del celebro, dice que el
ingenio sutil es señal que el celebro está hecho de partes sutiles y muy
delicadas, y si el entendimiento es tardo arguye gruesa sustancia; y no hace
mención del temperamento.
Estas condiciones ha de tener el celebro para que el ánima racional pueda
hacer con él sus razones y silogismos. Pero hay de por medio una dificultad muy
grande. Y es que si abrimos la cabeza de cualquier bruto animal, hallaremos que
su celebro está compuesto de la misma forma y manera que el del hombre, sin
faltarle ninguna condición de las dichas. Por donde se entiende que los brutos
animales usan también de prudencia y razón mediante la compostura de su
celebro, o que nuestra ánima racional no se aprovecha de este miembro por
instrumento para sus obras, lo cual no se puede afirmar.
A esta duda responde Galeno diciendo: In animantium
genere quod irrationale appellatur, nulla omnino data ratio sit, sane dubium
est. Nam etsi caret ea quae in voce versatur, quam sermonem nominant, quae
tamen animo concipitur, quam ratiocinium dicunt, ejus fortasse particeps omne
genus animalium est, quamque aliis parcius aliis liberalius tributa sit. Sed
profecto quam caeteris animantibus homo sit hac ipsa ratione praestantior, nemo
est qui dubitet. Por estas palabras da a entender Galeno, aunque con
algún miedo, que los brutos animales participan de razón, unos más y otros
menos, y dentro de su ánimo usan de algunos silogismos y discursos, puesto caso
que no lo puedan explicar por palabras; y que la diferencia que les hace el
hombre consiste en ser más racional y usar de prudencia con más perfección.
También el mesmo Galeno prueba con muchas experiencias y razones que los asnos,
siendo entre los brutos animales los más nescios, alcanzan con su ingenio las
cosas más sutiles y delicadas que Platón y Aristóteles hallaron; y así colige
diciendo: Ergo tantum abest ut veteres philosophos laudem
tamquam amplum aliquid magnaeque subtilitatis invenerint, quod idem ac
diversum, unum ac non unum non solum numero, sed etiam specie sit in audiendum,
ut etiam ipsis asinis, qui tamen omnium brutorum stupidissimi videntur, hoc
inesse natura dicam.
Esto mesmo quiso sentir Aristóteles cuando preguntó qué es la causa que el
hombre es el más prudente de todos los animales; y en otra parte torna a
preguntar qué es la razón que el hombre es el más injusto de todos los
animales. Por donde da a entender lo mesmo que dijo Galeno: que la diferencia
que hay del hombre al bruto animal es la mesma que se halla entre el hombre
nescio y el sabio, no más de por intensión. Ello cierto, no hay que dudar sino
que los brutos animales tienen memoria, imaginativa y otra potencia que parece
al entendimiento, como la mona retrae al hombre. Y que su ánima se aproveche de
la compostura del celebro es cosa muy cierta; la cual, siendo buena y tal cual
conviene, hace sus obras muy bien y con mucha prudencia, y si el celebro está
mal organizado, las yerra. Y, así, vemos que hay asnos que lo son propiamente
en el saber, y otros se hallan tan agudos y maliciosos, que pasan de su
especie. Y entre los caballos se hallan muchas ruindades y virtudes, y unos más
disciplinables que otros; todo lo cual acontece por tener bien o mal organizado
el celebro. La razón y solución de esta duda daremos luego en el capítulo que
se sigue, porque allí se torna a tocar esta materia.
Otras partes hay en el cuerpo de cuyo temperamento depende tanto el
ingenio como del celebro; de las cuales diremos en el postrer capítulo de esta
obra. Pero, fuera de ellas y del celebro, hay otra sustancia en el cuerpo de
quien se aprovecha el ánima racional en sus obras; y así pide las tres
postreras calidades como el celebro, que son cantidad suficiente, delicada
sustancia y buen temperamento. Éstos son los espíritus vitales y sangre
arterial, los cuales andan vagando por todo el cuerpo y están siempre asidos a
la imaginación y siguen su contemplación. El oficio de esta sustancia
espiritual es despertar las potencias del hombre y darles fuerza y vigor para
que puedan obrar.
Conócese claramente ser éste su uso considerando los movimientos de la
imaginativa y lo que sucede después en la obra. Porque si el hombre se pone a
imaginar en alguna afrenta que le han hecho, luego acude la sangre arterial al
corazón y despierta la irascible, y le da calor y fuerzas para vengarse. Si el
hombre está contemplando en alguna mujer hermosa, o está dando y tomando con la
imaginación en el acto venéreo, luego acuden estos espíritus vitales a los
miembros genitales y los levantan para la obra. Lo mesmo acontesce cuando se
nos acuerda de algún manjar delicado y sabroso: luego desamparan todo el cuerpo
y acuden el estómago, y hinchen la boca de agua. Y es tan veloz su movimiento,
que si alguna mujer preñada tiene antojo de cualquier manjar y está siempre
imaginando en él, vemos por experiencia que viene a mover si de presto no se lo
dan; y es la razón natural que estos espíritus vitales, antes del antojo, y con
la nueva imaginación del manjar, viénense al estómago a levantar el apetito; en
el ínterin, si el útero no tiene fuerte retentriz, no la puede sustentar, y así
la viene a mover.
Entendiendo Galeno la condición de estos espíritus vitales, aconseja a los
médicos que no den de comer a los enfermos estando los humores crudos y por
cocer; porque, en sintiendo que hay manjar en el estómago, luego dejan lo que
están haciendo y se vienen a él para le ayudar.
Este mesmo beneficio y ayuda recibe el celebro de estos espíritus vitales
cuando el ánima racional quiere contemplar, entender, imaginar y hacer actos de
memoria; sin los cuales no puede obrar. Y de la manera que la sustancia gruesa
del celebro y su mal temperamento echan a perder el ingenio, así los espíritus
vitales y sangre arterial, no siendo delicados y de buen temperamento, impiden
al hombre su discurso y raciocinio. Por esto dijo Platón que la blandura y buen
temperamento del corazón hace el ingenio agudo y perspicaz (habiendo probado
atrás que el celebro y no el corazón era el asiento principal del ánima
racional); y es la razón que estos espíritus vitales se engendran en el
corazón, y tal substancia y temperamento toman cual le tenía el que los formó.
De esta sangre arterial se entiende lo que dijo Aristóteles: estar bien
compuestos los hombres que tienen la sangre caliente, delicada y pura, porque
juntamente son de buenas fuerzas corporales y de ingenio muy acendrado.
Y a estos espíritus vitales llaman los médicos Naturaleza, porque son
instrumento principal con que el ánima racional hace sus obras. Y de éstos
también se puede verificar aquella sentencia: Natura facit
habilem.
Donde se muestra que el
ánima vegetativa, sensitiva y racional son sabias sin ser enseñadas de nadie,
teniendo el temperamento conveniente que piden sus obras
Tiene tanta
fuerza el temperamento de las cuatro calidades primeras (a quien atrás llamamos
Naturaleza) para que las plantas, los brutos animales y el hombre
acierten a hacer cada cual las obras que son proprias de su especie, que si
llega a estar en el punto perfecto que puede tener, repentinamente, y sin que
nadie les enseñe, saben las plantas formar raíces en la tierra y por ellas
traer el alimento, retenerle, cocerle y expeler los excrementos; y los brutos
conocen luego en naciendo lo que es conveniente a su naturaleza y huyen de lo
que es malo y nocivo. Y lo que más viene a espantar a los que no saben
filosofía natural es que el hombre, teniendo el celebro bien templado y con la
disposición que alguna ciencia ha menester, repentinamente y sin jamás haberla
aprendido de nadie, dice y habla en ella cosas tan delicadas, que no se pueden
creer.
Los filósofos vulgares, viendo las obras maravillosas que hacen los brutos
animales, dicen que no hay que espantar, porque lo hacen con instinto de
naturaleza, la cual muestra y enseña a cada uno en su especie lo que ha de
hacer. Y en esto dicen muy bien, porque ya hemos dicho y probado que Naturaleza
no es otra cosa más que el temperamento de las cuatro calidades primeras, y que
éste es el maestro que enseña a las ánimas cómo han de obrar. Pero ellos llaman
instinto de naturaleza a cierta maraña de cosas que suben de las tejas arriba,
y jamás lo han podido explicar ni dar a entender.
Los graves filósofos, como son Hipócrates, Platón y Aristóteles, reducen
todas estas obras maravillosas al calor, frialdad, humidad y sequedad; y esto
toman por primer principio, y no pasan de aquí. Y preguntando quién enseñó a
los brutos animales hacer las obras que nos espantan, y a los hombres
raciocinar, responde Hipócrates: Natura omnium sine
doctore; como si dijera: «las facultades, o el temperamento en que
consisten, todas son sabias sin haberlo aprendido de nadie». Lo cual parece muy
claro considerando las obras del ánima vegetativa (y de todas las demás que
gobiernan al hombre): que si tiene un pedazo de simiente humana, con buena
temperatura, bien cocida y sazonada, hace un cuerpo tan bien organizado y
hermoso, que todos los entalladores del mundo no lo sabrían contrahacer; en
tanto que, admirado Galeno de ver una fábrica tan maravillosa, el número que
tiene de partes, el asiento y figura, el uso y oficio de cada una por sí, vino
a decir que no era posible que el ánima vegetativa ni el temperamento supiesen
hacer una obra tan extraña, sino que el autor de ella era Dios o alguna
inteligencia muy sabia.
Pero esta manera de hablar ya la dejamos reprobada atrás, porque a los
filósofos naturales no les está bien reducir los efectos inmediatamente a Dios,
dejando por contar las causas intermedias; mayormente en este caso, donde vemos
por experiencia que si la simiente humana es de mala sustancia y no tiene el
temperamento que conviene, hace el ánima vegetativa mil disparates. Porque, si
es fría y húmida más de lo que es menester, dice Hipócrates que salen los
hombres eunucos o hermafroditas; y si es muy caliente y seca, dice Aristóteles
que los hace hocicudos, patituertos y las narices remachadas como son los de
Etiopía; y si es húmida, dice el mesmo Galeno que salen largos, y desvaídos; y
siendo seca, nacen pequeños de cuerpo. Todo lo cual es gran fealdad en la
especie humana, y de tales obras no hay que loar a Naturaleza ni tenerla por
sabia. Y si Dios fuera el autor, ninguna destas calidades le podía estorbar.
Solos los primeros hombres que hubo en el mundo dice Platón que los hizo Dios;
pero los demás nacieron por el discurso de las causas segundas, las cuales, si
están bien ordenadas, hace el ánima vegetativa muy bien sus obras, y si no
concurren como conviene, produce mil disparates.
Cuál será el buen orden de naturaleza para este efecto: es tener el ánima
vegetativa buen temperamento. Y si no, responda Galeno y todos los filósofos
del mundo: ¿qué es la razón que el ánima vegetativa tiene tanto saber y poder
en la primera edad del hombre (en formar el cuerpo, aumentarle y nutrirle) y
venida la vejez no puede hacer? Porque si al viejo se le cae una muela, no hay
remedio de tornarle a nacer; y si al muchacho le faltan todas, vemos que
Naturaleza las torna a hacer. Pues ¿es posible que una ánima que no ha hecho
otra cosa, en todo el discurso de la vida, sino traer el manjar, retenerlo, cocerle
y expeler los excrementos y reengendrar las partes que faltan, que al cabo de
la vida se le haya olvidado y que no lo pueda hacer? Cierto es que responderá
Galeno que ser sabia y poderosa el ánima vegetativa en la niñez, que nace de
tener mucho calor y humidad natural, y en la vejez no lo puede hacer, ni sabe,
por la mucha frialdad y sequedad que tiene el cuerpo en esta edad.
También la sabiduría del ánima sensitiva depende del temperamento del
celebro; porque si es tal cual sus obras le piden y han menester, las acierta
muy bien a hacer, y si no, también las yerra como el ánima vegetativa. El medio
que tuvo Galeno para contemplar y conocer por vista de ojos la sabiduría del
ánima sensitiva fue tomar un cabrito luego en naciendo; el cual, puesto en el
suelo, comenzó a andar como si le hubieran enseñado y dicho que las piernas se
habían hecho para tal uso; y tras esto, se sacudió de la humidad superflua que
sacó de la madre; y alzando el pie, se rascó tras la oreja, y poniéndole muchas
escudillas delante con vino, agua, vinagre, aceite y leche, después de haberlas
olido todas, de sola la leche comió. Lo cual visto por muchos filósofos que a
la sazón se hallaron presentes, a voces dijeron: «¡Gran razón tuvo Hipócrates
en decir que las ánimas eran sabias sin haber tenido maestro!». Y no sólo se
contentó Galeno con esto; pero pasados dos meses, lo sacó al campo muerto de
hambre; y oliendo muchas yerbas, de solas aquéllas comió que las cabras suelen
pacer.
Pero, si como Galeno se puso a contemplar las obras de este cabrito, lo
hiciera entre tres o cuatro juntos, viera que unos andaban mejor que otros, se
sacudían mejor, se rascaban mejor y hacían mejor hechas las obras que hemos
contado. Y si Galeno criara dos potros, hijos de unos mesmos padres, viera que el
uno se hollaba con más gracia y donaire, corría y paraba mejor, y tenía más
fidelidad. Y Si tomara un nido de halcones y los criara, hallara que el primero
era gran volador, el segundo gran cazador y el tercero goloso y de malas
costumbres. Lo mesmo hallara en los podencos y galgos; que, siendo hijos de
unos mesmos padres, al uno no le faltaba más que hablar en la caza y al otro no
le imprime más que si fuera mastín de ganado.
Todo esto no se puede reducir a aquellos vanos instintos de Naturaleza que
fingen los filósofos. Porque, preguntando por qué razón el un perro tiene más
instinto que el otro, siendo ambos de la mesma especie y hijos de un mesmo
padre, yo no sé qué podrían responder, si no es acudir luego a su bordón,
diciendo que Dios le enseñó al uno más que al otro y le dio más instinto
natural. Y tornándoles a repreguntar qué es la causa que este buen perro,
siendo mozo es un gran cazador y venida la vejez no tiene tanta habilidad, y,
por el contrario, de mozo no saber cazar y de viejo ser astuto y mañoso, no sé
qué puedan responder. Yo, a lo menos, diría que ser el perro más hábil para la
caza que el otro nace de tener mejor temperamento en el celebro; y otras veces
cazar bien de mozo y no poderlo hacer de viejo, que proviene que en la una edad
tiene el temperamento que requieren las habilidades de la caza, y en la otra
no. De donde se infiere que, pues la temperatura de las cuatro calidades
primeras es la razón y causa por donde un bruto animal hace mejor las obras de
su especie que otro, que el temperamento es el maestro que enseña al ánima
sensitiva lo que ha de hacer.
Y si Galeno considerara las sendas y caminos de la hormiga y contemplara
su prudencia, su misericordia, su justicia y gobernación, se le acabara el
juicio, viendo un animal tan pequeño con tanta sabiduría sin tener preceptos ni
maestro que le enseñase. Pero, sabida la temperatura que la hormiga tiene en su
celebro, y viendo cuán apropiada es para la sabiduría (como adelante se
mostrará) cesará el admiración y entenderemos que los brutos animales, con el
temperamento de su celebro y con las fantasmas que les entran por los cinco
sentidos, hacen los discursos y habilidades que les notamos. Y entre los
animales de una mesma especie, el que fuere más disciplinable e ingenioso nace
de tener el celebro más bien templado; y si por alguna ocasión o enfermedad se
le alterase el buen temperamento del celebro, perdería luego la prudencia y
habilidad, como lo hace el hombre.
Del ánima racional es ahora la dificultad: cómo ella también tiene instinto
natural para las obras de su especie, que son sabiduría y prudencia; y cómo de
repente, por razón del buen temperamento, puede saber el hombre las ciencias
sin haberlas oído de nadie; pues nos muestra la experiencia que, si no se
aprenden, ninguno nace con ellas.
Entre Platón y Aristóteles hay una cuestión muy reñida sobre averiguar la
razón y causa de donde puede nacer la sabiduría del hombre. El uno dice que
nuestra ánima racional es más antigua que el cuerpo; porque, antes que
Naturaleza le organizase, estaba ya ella en el cielo en compañía de Dios, de
donde salió llena de ciencia y sabiduría; pero, entrando a informar la materia,
por el mal temperamento que en ella halló, las perdió todas, hasta que andando
el tiempo se vino a enmendar la mala temperatura, y sucedió otra en su lugar,
con la cual (por ser acomodada a las ciencias que perdió) poco a poco vino a
acordarse de lo que ya tenía olvidado. Esta opinión es falsa; y espántome yo de
Platón, siendo tan gran filósofo, que no supiese dar razón de la sabiduría
humana viendo que los brutos animales tienen sus prudencias y habilidades
naturales, sin que su alma salga del cuerpo ni vaya al cielo a aprenderlas. Por
donde no carece de culpa, mayormente habiendo leído en el Génesis, a quien él
tanto crédito daba, que Dios organizó primero el cuerpo de Adán, antes que
criase el ánima. Eso mesmo acontesce ahora, salvo que Naturaleza engendra el
cuerpo, y en la última disposición cría Dios el ánima en el mesmo cuerpo, sin
estar fuera de él tiempo ni momento.
Aristóteles echó por otro camino, diciendo: omnis
doctrina omnisque disciplina ex praexistenti fit cognitione; como si
dijera: «todo cuanto saben y aprenden los hombres nace de haberlo oído, visto,
olido, gustado y palpado, porque ninguna noticia puede haber en el
entendimiento que no haya pasado primero por alguno de los cinco sentidos». Y,
así, dijo que estas potencias salen de las manos de Naturaleza «como una tabla
rasa donde no hay pintura ninguna». La cual opinión también es falsa como la de
Platón. Y para que mejor lo podamos dar a entender y probar, es menester
convenir primero con los filósofos vulgares que en el cuerpo humano no hay más
que un ánima, y ésta es la racional, la cual es principio de todo cuanto
hacemos y obramos; puesto caso que en esto hay opiniones y no falta en
contrario quien defienda que en compañía del ánima racional hay otras dos o
tres.
Siendo, pues, así, en las obras que hace el ánima racional como
vegetativa, ya hemos probado que sabe formar al hombre, y darle la figura que
ha de tener; y sabe traer el alimento, retenerle, cocerle y expeler los
excrementos; y si alguna parte falta en el cuerpo, la sabe rehacer de nuevo y
darle la compostura que ha de tener conforme al uso. Y en las obras de
sensitiva y motiva, sabe luego el niño, en naciendo, mamar y menear los labios
para sacar la leche, y con tal maña, que ningún hombre, por sabio que sea, lo
acertara a hacer; y con esto atina a las calidades que convienen a la
conservación de su naturaleza, y huye de lo que es nocivo y dañoso, sabe llorar
y reír sin haberlo aprendido de nadie. Y si no, digan los filósofos vulgares
quién enseñó a los niños hacer estas obras, o por qué sentido les vino. Bien sé
que responderán que Dios les dio aquel instinto natural, como a los brutos
animales; en lo cual no dicen mal, si el instinto natural es lo mesmo que el
temperamento.
Las obras proprias del ánima racional, que son entender, imaginar y hacer
actos de memoria, no las puede el hombre hacer luego en naciendo; porque el
temperamento de la niñez es muy disconveniente para ella, y muy apropiado para
la vegetativa y sensitiva; como el de la vejez, que es apropriado para el ánima
racional y malo para la vegetativa y sensitiva. Y si, como el temperamento que
sirve a la prudencia se adquiere poco a poco en el celebro, se pudiera juntar
todo de repente, de improviso supiera el hombre discurrir y filosofar mejor que
si en las escuelas lo hubiera aprendido; pero, como Naturaleza no lo puede
hacer sino por discurso de tiempo, así va el hombre adquiriendo poco a poco la
sabiduría. Y que sea ésta la razón y causa, pruébase claramente considerando
que, después de ser un hombre muy sabio, viene poco a poco a hacerse nescio,
por ir cada día (hacia la edad decrépita) adquiriendo otro temperamento
contrario. Yo para mí tengo entendido que si como Naturaleza hace al hombre de
simiente caliente y húmida (que es el temperamento que enseña a la vegetativa y
sensitiva lo que ha de hacer) le formara de simiente fría y seca, que en
naciendo supiera luego discurrir y raciocinar, y no atinara a mamar, por ser
esta temperatura disconveniente a tales obras.
Pero, para que se entienda por experiencia que si el celebro tiene el
temperamento que piden las ciencias naturales no es menester maestro que nos
enseñe, es necesario advertir en una cosa que acontesce cada día. Y es que si
el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el celebro de repente mude su
temperatura (como es la manía, melancolía y frenesía) en un momento acontesce
perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates; y si es nescio,
adquiere más ingenio y habilidad que antes tenía.
De un rústico labrador sabré yo decir que, estando frenético, hizo delante
de mí un razonamiento encomendando a los circunstantes su salud, y que mirasen
por sus hijos y mujer si de aquella enfermedad fuese Dios servido llevarle, con
tantos lugares retóricos, con tanta elegancia y policía de vocablos como
Cicerón lo podía hacer delante del Senado. De lo cual admirados los
circunstantes, me preguntaron de dónde podía venir tanta elocuencia y sabiduría
a un hombre que estando en sanidad no sabía hablar; y acuérdome que respondí
que la oratoria es una ciencia que nace de cierto punto de calor, y que este
rústico labrador le tenía ya por razón de la enfermedad.
De otro frenético podré también afirmar que, en más de ocho días, jamás
habló palabra que no le buscase luego su consonante, y las más veces hacía una
copla redondilla muy bien formada. Y espantados los circunstantes de oír hablar
en verso a un hombre que en sanidad jamás lo supo hacer, dije que raras veces
acontescía ser poeta en la frenesía el que lo era en sanidad; porque el
temperamento que el celebro tiene, estando el hombre sano, con el cual es
poeta, ordinariamente se ha de desbaratar en la enfermedad y hacer obras
contrarias. Acuérdome que su mujer de este frenético, y una hermana suya que se
llamaba Marigarcía, le reprehendían porque decía mal de los santos. De lo cual
enojado el paciente, dijo a su mujer de esta manera: «Pues reniego de Dios por
amor de vos, y de Santa María por amor de Marigarcía, y de San Pedro por amor
de Juan de Olmedo». Y así fue discurriendo por muchos santos que hacían
consonancia con los demás circunstantes que allí estaban.
Pero esto es cifra y caso de poco momento respecto de las delicadezas que
dijo un paje de un Grande de estos reinos estando maníaco. El cual era tenido
en sanidad por mozo de poco ingenio; pero caído en la enfermedad, eran tantas
las gracias que decía, los apodos, las respuestas que daba a lo que le
preguntaban, las trazas que fingía para gobernar un reino del cual se tenía por
señor, que por maravilla le venían gentes a ver y oír, y el proprio señor jamás
se quitaba de la cabecera rogando a Dios que no sanase. Lo cual se pareció
después muy claro. Porque, librado el paje de esta enfermedad, se fue el médico
que le curaba a despedir del señor, con ánimo de recebir algún galardón o
buenas palabras; pero él le dijo de esta manera: «Yo os doy mi palabra, señor
doctor, que de ningún mal suceso he recebido jamás tanta pena, como de ver a este
paje sano; porque tan avisada locura no era razón trocarla por un juicio tan
torpe como a éste le queda en sanidad. Paréceme que de cuerdo y avisado lo
habéis tornado nescio, que es la mayor miseria que a un hombre puede
acontescer. El pobre médico, viendo cuán mal agradecida era su cura, se fue a
despedir del paje; y en la última conclusión de muchas cosas que habían
tratado, dijo el paje: «Señor doctor, yo os beso las manos por tan gran merced,
como me habéis hecho en haberme vuelto mi juicio; pero yo os doy mi palabra, a
fe de quien soy, que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando
en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan
gran señor que no había rey en la tierra que no fuese mi feudatario. Y que fuese
burla y mentira, ¿qué importaba?, pues gustaba tanto de ello como si fuera
verdad. ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que
mañana tengo que comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le
recibiera por mi lacayo!».
Todo esto no es mucho que lo reciban los filósofos y crean que pudo ser
así. Pero, ¿si yo les afirmase ahora, por historias muy verdaderas, que algunos
hombres ignorantes, padeciendo esta enfermedad, hablaron en latín sin haberlo
en sanidad aprendido? ¿Y de una mujer frenética que decía a cada persona de los
que la entraban a visitar sus virtudes y vicios, y algunas veces acertaba con
la certidumbre que suelen los que hablan por conjeturas y por indicios, por
esto ninguno la osaba ya entrar a ver, temiendo las verdades que decía? Y lo
que más causó admiración fue que, estándola el barbero sangrando, le dijo:
«Mirá, fulano, lo que hacéis, porque tenéis muy pocos días de vida, y vuestra
mujer se ha de casar con fulano». Y, aunque acaso, fue tan verdadero su
pronóstico, que antes de medio año se cumplió.
Ya me parece que oigo decir a los que huyen de la filosofía natural que
todo esto es gran burla y mentira, y, si por ventura fue verdad, que el
demonio, como es sabio y sutil, permitiéndolo Dios se entró en el cuerpo de
esta mujer y de los demás frenéticos que hemos dicho, y les hizo decir aquellas
cosas espantosas. Y aun confesar esto se les hace cuesta arriba, porque el
demonio no puede saber lo que está por venir, no tiniendo espíritu profético.
Ellos tienen por fuerte argumento decir: «esto es falso porque yo no entiendo
cómo puede ser», como si las cosas dificultosas y muy delicadas estuviesen
sujetas a los rateros entendimientos y de ellos se dejasen entender.
Yo no pretendo aquí convencer a los que tienen falta de ingenio, porque
esto es trabajar en vano, sino hacerle confesar a Aristóteles que los hombres,
tiniendo el temperamento que sus obras han menester, pueden saber muchas cosas
sin haber tenido de ellas particular sentido ni haberlas aprendido de nadie: Multi etiam propterea quod ille calor sedi mentis, in vicino
est, morbis vesaniae implicantur aut instinctu lymphatico infervescunt, ex quo
Sibillae efficiuntur, et Bacchae, et omnes qui divino spiraculo instigari
creduntur, cum scilicet id, non morbo, sed naturali intemperie accidit. Marcus
civis Syracusanus, poeta etiam praestantior erat dum mente alienaretur. Et
quibus nimius ille calor remissus ad mediocritatem fit, ii prosus melancholici
quidem, sed longe prudentiores. Por estas palabras confiesa claramente
Aristóteles que, por calentarse demasiadamente el celebro, vienen muchos
hombres a conocer lo que está por venir, como son las sibilas; lo cual dice
Aristóteles que no nace por razón de la enfermedad, sino por la desigualdad del
calor natural. Y que sea ésta la razón y causa pruébalo claramente por un
ejemplo, diciendo que Marco siracusano era más delicado poeta cuando estaba,
por el calor demasiado del celebro, fuera de sí; y volviéndose a templar,
perdía el metrificar, pero quedaba más prudente y sabio. De manera que no
solamente admitió Aristóteles por causa principal de estas cosas extrañas el
temperamento del celebro, pero aun reprehende a los que dicen ser esto
revelación divina y no cosa natural. El primero que llamó divinidades a estas
cosas maravillosas fue Hipócrates: et si quid divinum in
morbis habetur, illius quoque ediscere providentiam, por la cual
sentencia manda a los médicos que si los enfermos dijeren divinidades, que
sepan conocer lo que son y pronosticar en lo que han de parar. Pero lo que más
me admira en este punto es que, preguntándole a Platón de dónde pueda nacer que
de dos hijos de un mesmo padre el uno sepa hacer versos sin haberle nadie
enseñado, y el otro, trabajando en el arte de poesía, no los pueda hacer, responda
que el que nació poeta está endemoniado y el otro no. Y, así, tuvo razón
Aristóteles de reprehenderle, pudiéndolo reducir al temperamento como otras
veces lo hizo.
Hablar el frenético en latín sin haberlo en sanidad aprendido muestra la
consonancia que hace la lengua latina al ánima racional. Como adelante
probaremos, hay ingenio particular y acomodado para inventar lenguas; y son los
vocablos, latinos y las maneras que esta lengua tiene de hablar tan racionales,
y hacen tan buena consonancia en los oídos, que, alcanzando el ánima racional
el temperamento que es necesario para inventar una lengua muy elegante, luego
encuentra con ella. Y que dos inventores de lenguas puedan fingir unos mesmos
vocablos (tiniendo el mismo ingenio y habilidad) es cosa que se deja entender
considerando que, como Dios crió a Adán y le puso todas las cosas delante para
que a cada una le pusiera el nombre con que se había de llamar, formara luego
otro hombre con la mesma perfección y gracia sobrenatural, pregunto yo ahora:
si a éste le trujera Dios las mesmas cosas para darles el nombre que habían de
tener, ¿qué tales fueran? Yo no dudo sino que acertara con los mesmos de Adán;
y es la razón muy clara, porque ambos habían de mirar a la naturaleza de la
cosa, la cual no era más que una. De esta manera pudo el frenético encontrar
con la lengua latina y hablar en ella sin haberla en sanidad aprendido; porque,
desbaratándose por la enfermedad el temperamento natural de su celebro, pudo
hacerse por un rato como que el mesmo que tenía el que inventó la lengua
latina, y fingir como que los mismos vocablos (no con tanto concierto y
elegancia continuada, porque esto ya parece señal de que el demonio mueve la
lengua, como la Iglesia enseña a sus exorcistas).
Esto mesmo dice Aristóteles que ha acontescido en algunos niños, que en
naciendo hablaron palabras expresas y que después tornaron a callar; y
reprehende a los filósofos vulgares de su tiempo, que por ignorar la causa
natural de este efecto lo atribuían al demonio. La razón y causa de hablar los
niños luego en naciendo, y tornar luego a callar jamás la pudo hallar
Aristóteles, aunque dijo muchas cosas sobre ello; pero nunca le cupo en el
entendimiento que fuese invención del demonio ni efecto sobrenatural como
piensan los filósofos vulgares. Los cuales, viéndose cercados de las cosas
sutiles y delicadas de la filosofía natural, hacen entender a los que poco
saben que Dios o el demonio son autores de los efectos raros y prodigiosos,
cuyas causas naturales ellos no saben ni entienden.
Los niños que se engendran de simiente fría y seca, como son los hijos
habidos en la vejez, a muy pocos días y meses después de nacidos comienzan a
discurrir y filosofar; porque el temperamento frío y seco, como adelante
probaremos, es muy apropriado para las obras del ánima racional, y lo que había
de hacer el tiempo, los muchos días y meses, suplió la repentina templanza del
celebro, la cual se anticipó por muchas causas que hay para ello. Otros niños,
dice Aristóteles, que luego en naciendo comenzaron a hablar, y después callaron
todo el tiempo que no tuvieron la edad ordinaria y conveniente para hablar; el
cual efecto tiene la mesma cuenta y razón que lo que hemos dicho del paje, y de
los demás maniáticos y frenéticos y de aquel que habló de repente en latín sin haberlo
en sanidad aprendido. Y que los niños, estando en el vientre de su madre, y
luego en naciendo, puedan padecer estas mesmas enfermedades, es cosa que no se
puede negar.
El adivinar de la mujer frenética cómo pudo ser, mejor lo diera yo a
entender a Cicerón que a estos filósofos naturales. Porque cifrando la
naturaleza del hombre, dijo de esta manera: animal
providum, sagax, multiplex, acutum, menor, plenum rationis et consiIii, quem
vocamus hominem. Y, en particular, dice que hay naturaleza de hombres
que en conocer lo que está por venir hacen ventaja a otros: est enim vis et natura quaedam quae futura praenuntiat; quorum
vim atque naturam ratio nunquam explicuit. El error de los filósofos
naturales está en no considerar (como lo hizo Platón) que el hombre fue hecho a
semejanza de Dios, y que participa de su divina providencia, y que tiene
potencias para conocer todas tres diferencias de tiempo: memoria para lo
pasado, sentidos para lo presente, imaginación y entendimiento para lo que está
por venir. Y así como hay hombres que hacen ventaja a otros en acordarse de las
cosas pasadas, y otros en conocer lo presente, así hay muchos que tienen más
habilidad natural en imaginar lo que está por venir. Uno de los mayores
argumentos que forzaron a Cicerón para creer que el ánima racional era
incorruptible fue ver la certidumbre con que los enfermos decían lo por venir,
especialmente estando cercanos a la muerte. Pero la diferencia que hay entre el
espíritu profético y este ingenio natural es que lo que dice Dios por boca de
los profetas es infalible, porque es palabra expresa suya, y lo que el hombre
pronostica con las fuerzas de su imaginativa no tiene aquella certidumbre.
Los que dijeron que las virtudes y vicios que descubría la frenética a las
personas que la entraban a ver era artificio del demonio, sepan que Dios da a
los hombres cierta gracia sobrenatural para alcanzar y conocer qué obras son de
Dios y cuáles del demonio, la cual cuenta san Pablo entre los dones divinos y
la llama discretio spirituum; con la cual se conoce
si es demonio o algún ángel bueno el que nos viene a tocar. Porque muchas veces
viene el demonio a engañarnos con apariencia de buen ángel, y es menester esta
gracia y este don sobrenatural para conocerle y diferenciarlo del bueno. De este
don estarán más lejos los que no tienen ingenios para la filosofía natural
(porque esta ciencia y la sobrenatural que Dios infunde caen sobre una mesma
potencia, que es el entendimiento), si es verdad que (por la mayor parte) Dios
se acomoda en repartir las gracias al buen natural de cada uno, como arriba
dije. Estando Jacob en el artículo de la muerte, que es el tiempo donde el
ánima racional está más libre para ver lo que está por venir, entraron todos
sus doce hijos a verle y a cada uno en particular le dijo sus virtudes y vicios
y profetizó lo que sobre ellos y sus descendientes había de acontescer. Esto
cierto es que lo hizo en espíritu de Dios. Pero si la Escritura divina y
nuestra fe no nos lo certificara, ¿en qué conocieran estos filósofos naturales
que ésta era obra de Dios, y que las virtudes y vicios que la frenética decía a
los que la entraban a ver, lo hacía en virtud del demonio, pareciendo este caso
en parte al de Jacob?
Estos piensan que la naturaleza del ánima racional es muy ajena de la que
tiene el demonio y que sus potencias (entendimiento, imaginativa y memoria) son
de otro género muy diferente. Y están engañados. Porque si el ánima racional
informa un cuerpo bien organizado, como era el de Adán, sabe muy poco menos que
el más avisado diablo; y fuera del cuerpo, tiene tan delicadas potencias como
él. Y si los demonios alcanzan lo que está por venir, conjeturando y
discurriendo por algunas señales, eso mesmo puede hacer el ánima racional
cuando se va librando del cuerpo o tiniendo aquella diferencia de temperamento
que hace al hombre con providencia. Y, así, tan dificultoso es para el
entendimiento alcanzar cómo el demonio puede saber estas delicadeces, como
atribuírselas al ánima racional. A éstos no les cabe en el entendimiento que
puede haber señales en las cosas naturales para conocer por ellas lo que está
por venir, y yo digo que hay indicios para alcanzar lo pasado, lo presente, y
conjeturar lo que está por venir, y aun para conjeturar algunos secretos del
Cielo: invisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea
quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur. El que tuviere potencia para
ello lo alcanzará, y el otro será tal cual dijo Homero: «lo pasado entiende el
nescio, y no lo que está por venir». Pero el avisado y discreto es la mona de
Dios, que le imita en muchas cosas; y aunque no las puede hacer con tanta
perfección, pero todavía tiene con Él alguna semejanza en rastrearle.
Donde se prueba que de
solas tres calidades, calor, humidad y sequedad, salen todas las diferencias de
ingenios que hay en el hombre
Estando el
ánima racional en el cuerpo, es imposible poder hacer obras contrarias y
diferentes si para cada una [no] tiene su instrumento particular. Vese esto
claramente en la facultad animal, la cual hace varias obras en los sentidos
exteriores por tener cada uno su particular compostura: una tienen los ojos,
otra los oídos, otra el gusto, otra el olfato y otra el tacto. Y si no fuera
así, no hubiera más que un género de obras, o todo fuera ver, o gustar, o
palpar, porque el instrumento determina y modifica la potencia para una acción
y no más.
De esto manifiesto y claro que pasa en los sentidos exteriores podemos
colegir lo que hay allá dentro en los interiores. Con esta mesma virtud animal
entendemos, imaginamos y nos acordamos; pero si es verdad que cada obra
requiere particular instrumento, necesariamente allá dentro en el celebro ha de
haber órgano para el entendimiento, y órgano para la imaginación, y otro
diferente para la memoria. Porque si todo el celebro estuviese organizado de
una mesma manera, o todo fuera memoria o todo entendimiento, o todo
imaginación. Y vemos que hay obras muy diferentes, luego forzosamente ha de
haber variedad de instrumentos.[1] Pero abierta la cabeza y hecha
anatomía del celebro, todo está compuesto de un mesmo modo de sustancia
homogénea y similar, sin variedad de partes heterogéneas. Sólo aparecen cuatro
senos pequeños, los cuales, bien mirados, todos tienen una mesma composición y
figura, sin haber cosa de por medio en que puedan diferir.
Cuál sea el uso y aprovechamiento de ellos y de qué sirven en la cabeza,
no es fácil determinarlo; porque Galeno y los anatomistas, así modernos como
antiguos, lo han procurado averiguar, y ninguno ha dicho determinadamente ni en
particular de qué sirve el ventrículo derecho, ni el izquierdo, ni el que está
colocado en medio de estos dos, ni el cuarto, cuyo asiento es en el cerebelo,
parte postrera de la cabeza. Sólo afirmaron, aunque con miedo, que estas cuatro
cavidades eran las oficinas donde se cocían los espíritus vitales y se
convierten en animales para dar sentido y movimiento a todas las partes del
cuerpo; en la cual obra una vez dijo Galeno que el ventrículo de en medio tenía
la primacía, y en otra parte le tornó a parecer que el postrero era de mayor
eficacia y valor. Pero esta doctrina no es verdadera ni está fundada en buena
filosofía natural. Porque no hay dos obras en el cuerpo humano tan contrarias
ni que tanto se impidan, como es el raciocinar y el cocer los alimentos; y es
la razón que el contemplar pide quietud, sosiego y claridad en los espíritus
animales, y el cocimiento se hace con gran estruendo y alboroto, y se levantan
de esta obra muchos vapores que enturbian y escurecen los espíritus animales,
por donde el ánima racional no puede ver las figuras. Y no era tan imprudente
Naturaleza, que había de juntar en un mesmo lugar dos obras que hacen con tanta
repugnancia. Antes loa grandemente Platón la prudencia y saber del que nos
formó en haber apartado el hígado del celebro en tanta distancia, porque con el
ruido que se hace mezclando los alimentos y con la oscuridad y tinieblas que
causan los vapores en los espíritus animales, no estorbasen al ánima racional
sus discursos y raciocinios. Pero sin que notara esta filosofía Platón, lo vemos
cada hora por experiencia, que con estar el hígado y el estómago tan desviados
del celebro, en acabando de comer y buen rato después, no hay hombre que pueda
estudiar.
La verdad que parece en este punto es que el ventrículo cuarto tiene por
oficio cocer y alterar los espíritus vitales y convertirlos en animales para el
fin que tenemos dicho, y por esto lo apartó Naturaleza en tanta distancia de
los otros tres y le hizo cerebelo aparte, dividido y tan remoto como parece,
porque con su obra no estorbase la contemplación de los demás. Los tres
ventrículos delanteros yo no dudo sino que los hizo Naturaleza para discurrir y
filosofar, lo cual se prueba claramente porque en los grandes estudios y
contemplaciones siempre duele aquella parte de la cabeza que responde a estas
tres cavidades. La fuerza de este argumento se conoce considerando que,
cansadas las demás potencias de hacer sus obras, siempre duelen los
instrumentos con que se han ejercitado; como en el demasiado ver duelen los
ojos, y del mucho andar las plantas de los pies.
La dificultad está ahora en saber en cuál de estos ventrículos está el
entendimiento, y en cuál la memoria, y en cuál la imaginativa; porque están tan
juntos y vecinos, que por el argumento pasado, ni por otro ningún indicio, no
se puede distinguir ni conocer. Aunque, considerando que el entendimiento no
puede obrar sin que la memoria esté presente (representándole las figuras y
fantasmas conforme aquello: oportet intelligentem
phantasmata speculari) ni la memoria sin que asista con ella la
imaginativa, de la manera que atrás lo dejamos declarado, entenderemos
fácilmente que todas tres potencias están juntas en cada ventrículo, y que no
está solo el entendimiento en el uno, ni sola la memoria en el otro, ni la
imaginativa en el tercero, como los filósofos vulgares han pensado. Esta junta
de potencias se suele hacer en el cuerpo humano cuando una no puede obrar sin
que otra le ayude, como parece en las cuatro virtudes naturales: tractrix, redentrix, concoctrix, expultrix; y por haberse
menester las unas a las otras, las juntó Naturaleza en un mesmo lugar y no las
dividió ni apartó.
Pero, si esto es verdad, ¿a qué propósito hizo Naturaleza tres ventrículos
y en cada uno de ellos juntó todas tres potencias racionales, pues solo uno
bastaba para entender y hacer actos de memoria? A esto se puede responder que
la mesma dificultad tiene saber por qué Naturaleza hizo dos ojos, y dos oídos,
pues en cada uno de ellos está toda la potencia visiva y auditiva, y con sólo
un ojo se puede ver. A lo cual se dice que las potencias que se ordenan para
perficionar al animal, cuanto mayor número hay de ellas, tanto más segura está
su perfección, porque puede faltar una o dos por alguna ocasión, y es bien que
queden obras del mesmo género con que obrar. En una enfermedad que los médicos
llaman resolución o perlesía de medio lado, ordinariamente se pierde la obra de
aquel ventrículo que está a la parte resuelta; y si no quedaran salvos y sin
lesión los otros dos, quedara el hombre estulto y privado de razón; y aun con
todo eso, por faltarle el un ventrículo sólo, se le conoce tener gran remisión
en las obras, así del entendimiento como de la imaginativa y memoria; como
sentiría menoscabo en la vista el que solía mirar con dos ojos si le quebrasen
el uno de ellos. De donde se entiende claramente que en cada ventrículo están
todas tres potencias, pues de sola la lesión de uno se debilitan todas tres.
Atento, pues, que todos tres ventrículos tienen la mesma composición y que
no hay en ellos variedad ninguna de partes, no podemos dejar de tomar por
instrumento las primeras calidades y hacer tantas diferencias genéticas de
ingenio cuanto fuere el número de ellas; porque pensar que el ánima racional
(estando en el cuerpo) puede obrar sin tener órgano corporal que le ayude, es
contra toda la filosofía natural. Pero de cuatro calidades que hay (calor,
frialdad, humidad y sequedad) todos los médicos echan fuera la frialdad por
inútil para todas las obras del ánima racional. Y así parece por experiencia en
las demás facultades; que, en subiendo sobre el calor, todas las potencias del
hombre hacen torpemente sus obras: ni el estómago puede cocer el manjar, ni los
testículos hacer simiente fecunda, ni los músculos menear el cuerpo, ni el
celebro raciocinar. Y, así, dijo Galeno: frigiditas enim
officiis omnibus animae aperte incommodat; como si dijera: «la frialdad
echa a perder todas las obras del ánima», sólo sirve en el cuerpo de templar el
calor natural y hacerle que no queme tanto. Pero Aristóteles es de contrario
parecer diciendo: est certe roboris efficarior sanguis qui
crassior et calidios est; vim autem sentiendi intelligendique obtinet pleniorem
qui tenuior atque frigidior est; como si dijera: «la sangre gruesa y
caliente hace muchas fuerzas corporales, pero la delgada y fría es causa de
tener el hombre gran entendimiento»; donde parece claramente que de la frialdad
nace la mayor diferencia de ingenio que hay en el hombre, que es el
entendimiento.
También Aristóteles pregunta por qué los hombres que habitan tierras muy
calientes, como es Egipto, son más ingeniosos y sabios que los que moran en
lugares fríos. A la cual pregunta responde que el calor demasiado de la región
gasta y consume el calor natural del celebro y le deja frío, por donde vienen a
ser los hombres muy racionales; y por lo contrario, la mucha frialdad del aire
fortifica el calor natural del celebro y no le da lugar que se resuelva. Y,
así, los muy calientes de celebro dice que no pueden discurrir ni filosofar,
antes son inquietos y no perseverantes en una opinión. A la cual sentencia
parece que alude Galeno diciendo que la causa de ser el hombre mudable y tener
cada momento su opinión, es ser caliente de celebro; y por lo contrario, estar
firme y estable en una sentencia lo hace la frialdad del celebro. Pero la
verdad es que de esta calidad no nace ninguna diferencia de ingenio; ni
Aristóteles quiso decir que la sangre fría a predominio hace mejor
entendimiento, sino la menos caliente. Ser el hombre mudable, verdad es que
nace de tener mucho calor, el cual levanta las figuras que están en el celebro
y las hace bullir, por la cual obra se le representan al ánima muchas imágenes
de cosas que la convidan a su contemplación, y por gozar de todas deja unas y
toma otras. Al revés acontesce en la frialdad, que, por comprimir las figuras y
no dejarlas levantar, hace al hombre firme en una opinión; y es porque no se le
representa otra que lo llame. Esto tiene la frialdad: que impide los
movimientos, no solamente de las cosas corporales, pero aun las figuras y
especies, que dicen los filósofos ser espirituales, las hace inmóviles en el
celebro; y esta firmeza, antes parece torpeza que diferencia de habilidad.
Verdad es que hay otra diferencia de firmeza que nace de estar el entendimiento
muy concluido, y no por tener frío el celebro.
Quedan, pues, la sequedad, humidad y calor por instrumento de la facultad
racional. Pero ningún filósofo sabe determinadamente dar a cada diferencia de
ingenio la suya. Heráclito dijo: splendor siccus, animus
sapientissimus, por la cual sentencia nos da a entender que la sequedad
es causa de ser el hombre muy sabio; pero no declaró en qué género de saber. Lo
mesmo entendió Platón cuando dijo que nuestra ánima vino al cuerpo
sapientísima, y por la mucha humidad que halló en él se hizo torpe y nescia;
pero, gastándose con el discurso de la edad y adquiriendo sequedad, descubre el
saber que antes tenía. Entre los brutos animales (dice Aristóteles), aquéllos
son más prudentes, que en su temperamento tienen más frialdad y sequedad, como
son las hormigas y abejas, las cuales, en prudencia, compiten con los hombres
muy racionales. Fuera de esto, ningún animal bruto hay tan húmido como es el
puerco, ni de menos ingenio; y así, un poeta que se llama Píndaro, para motejar
a la gente de Beocia de necia, dijo de esta manera: dicta
sues fuit gens Baeotia vecors. También la sangre, por la mucha humidad,
dice Galeno que hace los hombres simples. Y de tales cuenta el mesmo Galeno que
motejaban los cómicos a los hijos de Hipócrates, diciéndoles que tenían mucho
calor natural, que es una sustancia húmida y muy vaporosa. Este trabajo han de
tener los hijos de los hombres sabios: adelante diré la razón y causa en que
consiste. También, en los cuatro humores que tenemos, ninguno hay tan frío y
seco como la melancolía; y todos cuantos hombres señalados en letras ha habido
en el mundo dice Aristóteles que fueron melancólicos.
Finalmente, todos convienen en que la sequedad hace al hombre muy sabio;
pero no declaran a cuál de las potencias racionales ayuda más. Sólo el profeta
Esaías le puso nombre cuando dijo: vexatio dat intellectum.
Porque la tristeza y la aflicción gasta y consume, no solamente la humidad del
celebro, pero los huesos deseca; con la cual calidad se hace el entendimiento
más agudo y perspicaz. De lo cual se puede hacer evidente demostración,
considerando muchos hombres que, puestos en pobreza y aflicción, vinieron a
decir y escribir sentencias dignas de admiración, y venidos después a próspera
fortuna, a buen comer y beber, no acertaron a hablar, porque la vida regalada,
el contento, el buen suceso, y hacerse todas las cosas a su voluntad, relaja y
humedece el celebro. Que es lo que dijo Hipócrates: gaudium
relaxat cor; como si dijera: «el contento y alegría ensancha el corazón
y le da calor y gordura». Y es cosa fácil de probar otra vez, porque, si la
tristeza y aflicción deseca y consume las carnes, y por esta razón adquiere el
hombre mayor entendimiento, cierto es que su contrario, que es el alegría, ha
de humedecer el celebro y abajar el entendimiento. Los que van alcanzando esta
manera de ingenio luego se inclinan a pasatiempos, a convites, a músicas, a
conversaciones jocosas; y huyen de lo contrario que en otro tiempo les solía
dar gusto y contento. De aquí sabrá ya la gente vulgar la razón y causa de donde
nace que, subiendo el hombre sabio y virtuoso a alguna gran dignidad (siendo
antes pobre y humilde) muda luego las costumbres y la manera de razonar. Y es
por haber adquirido nuevo temperamento, húmido y vaporoso, con el cual se le
borran las figuras que de antes tenía en la memoria, y le entorpece el
entendimiento.
De la humidad, es dificultoso saber qué diferencia de ingenio pueda nacer,
pues tanto contradice a la facultad racional. A lo menos, en la opinión de
Galeno, todos los humores de nuestro cuerpo que tienen demasiada humidad hacen
al hombre estulto y nescio. Y, así, dijo: animi dexteritas
et prudentia a bilioso humore proficiscitur; integritatis et constantiae erit
auctor humor melancholicus; sanguis, simplicitatis et stupiditatis; pituitae
natura ad morum cultum nihil facit; como si dijera: «la prudencia y
buena maña del ánima racional nace de la cólera; ser entero el hombre y
constante proviene del humor melancólico; ser bobo y simple, de la sangre; de
la flema, para ninguna cosa se aprovecha el ánima racional, más que para
dormir».
De manera que la sangre (por ser húmida) y la flema echan a perder la
facultad racional. Pero esto se entiende de las facultades o ingenios
racionales discursivos y activos, y no de los pasivos como es la memoria, la cual
así depende de la humidad como el entendimiento de la sequedad. Y llamamos a la
memoria potencia racional porque sin ella no vale nada el entendimiento ni la
imaginativa. A todas da materia y figuras sobre que silogizar, conforme aquel
dicho de Aristóteles: oportet intelligentem phantasmata
speculari. Y el oficio de la memoria es guardar estos fantasmas para
cuando el entendimiento los quisiere contemplar; y si ésta se pierde, es
imposible poder las demás potencias obrar. Y que el oficio de la memoria no sea
otro más que guardar las figuras de las cosas, sin tener ella propria
invención, dícelo Galeno de esta manera: ac memoriam
quidem recondere ac servare in se ea quae sensu et mente cognita fuerint, quasi
cellan quamdam et receptaculum eorum, non inventricem. Y siendo éste su
uso, claramente se entiende que depende de la humidad, porque ésta hace el
celebro blando y la figura se imprime por vía de compresión.
Para prueba de esto es argumento evidente la puericia, en la cual edad
aprehende el hombre más de memoria que en todas las demás, y el celebro le
tiene humidísimo. Y, así, pregunta Aristóteles: cur
seniores amplius valeamus, iuniores otius discamus? Como si dijera:
«¿qué es la causa que siendo viejos tenemos mucho entendimiento y cuando mozos
aprehendemos con más facilidad?». A lo cual responde que la memoria de los
viejos está llena de tantas figuras de cosas como han visto y oído en el largo
discurso de su vida, y así, quiriendo echarle más, no lo puede recebir, porque
no hay lugar vacío donde quepa; pero la de los muchachos, como ha poco que
nacieron, está muy desembarazada, y por esto reciben presto cuanto les dicen y
enseñan. Y dalo a entender comparando la memoria de la mañana con la de la
tarde, diciendo que por la mañana aprehendemos mejor porque en aquella hora
amanece la memoria vacía y a la tarde mal por estar llena de todo lo que aquel
día ha pasado por nosotros. A este problema no sabe responder Aristóteles. Y
está la razón muy clara; porque si las especies y figuras que están en la memoria
tuvieran cuerpo y cantidad para ocupar lugar, parece que era buena respuesta;
pero siendo indivisibles y espirituales, no pueden henchir ni vaciar el lugar
donde están, antes vemos por experiencia que cuanto más se ejercita la memoria
recibiendo cada día nuevas figuras, tanto se hace más capaz.
La respuesta del problema está muy clara en mi doctrina. Y es que los
viejos tienen mucho entendimiento porque tienen mucha sequedad, y son faltos de
memoria porque tienen poca humidad; por la cual razón se endurece la sustancia
del celebro y así no puede recebir la comprensión de las figuras, como la cera
dura admite con dificultad la figura del sello y la blanda con facilidad. Al
revés acontesce en los muchachos, que por la mucha humidad que tienen en el
celebro son faltos de entendimiento, y muy memoriosos por la gran blandura del
celebro, en el cual, por razón de la humidad, hacen las especies y figuras, que
vienen de fuera, gran compresión, fácil, profunda y bien figurada.
Estar la memoria más fácil a la mañana que a la tarde, no se puede negar;
pero no acontesce por la razón que trae Aristóteles, sino que el sueño de la
noche pasada ha humedecido y fortificado el celebro y la vigilia de todo el día
lo ha desecado y endurecido. Y, así, dice Hipócrates: qui
noctu bibere appetunt, iis admodum sitientibus, si supra dormierint, bonum;
como si dijera: «los que de noche tienen gran sequía, durmiendo se les quita».
Porque el sueño humedece las carnes y fortifica todas las facultades que
gobiernan al hombre, y que haga este efecto el sueño, el mesmo Aristóteles lo
confiesa.
Desta doctrina se infiere claramente que el entendimiento y la memoria son
potencias opuestas y contrarias; de tal manera, que el hombre que tiene gran
memoria ha de ser falto de entendimiento, y el que tuviere mucho entendimiento
no puede tener buena memoria, porque el celebro es imposible ser juntamente
seco y húmido a predominio. En esta máxima se fundó Aristóteles para probar que
la memoria es diferente potencia de la reminiscencia; y forma el argumento de
esta manera: «Los que tienen mucha reminiscencia son hombres de grande
entendimiento, y los que alcanzan mucha memoria son faltos de entendimiento;
luego la memoria y reminiscencia son potencia contrarias». La mayor en mi
doctrina es falsa, porque los que tienen mucha reminiscencia son faltos de
entendimiento y tienen gran imaginativa, como luego probaré; pero la menor es
muy verdadera, aunque Aristóteles no alcanzó la razón en que está fundada la
enemistad que el entendimiento tiene con la memoria.
Del calor, que es la tercera calidad, nace la imaginativa, porque ya ni
hay otra potencia racional en el celebro, ni otra calidad que le dar. Aliende
que las ciencias que pertenecen a la imaginativa son las que dicen los
delirantes en la enfermedad, y no de las que pertenecen al entendimiento ni
memoria; y siendo la frenesía, manía y melancolía pasiones calientes del
celebro, es grande argumento para probar que la imaginativa consiste en calor.
Sola una cosa me hace dificultad; y es que la imaginativa es contraria del
entendimiento, y también de la memoria; y la razón no viene con la experiencia.
Porque mucho calor y sequedad bien se pueden juntar en el celebro, y también
calor y humidad en grado intenso; y por esta causa podía tener el hombre grande
entendimiento y grande imaginativa, y mucha memoria con mucha imaginativa. Y,
realmente, por maravilla se halla hombre de grande imaginativa que tenga buen
entendimiento ni memoria. Y debe ser la causa que el entendimiento ha menester
que el celebro esté compuesto de partes sutiles y muy delicadas, como atrás lo
probamos de Galeno, y el mucho calor gasta y consume lo más delicado, y deja lo
grueso y terrestre. Por la mesma razón de buena imaginativa no se puede juntar
con mucha memoria, porque el calor excesivo resuelve la humidad del celebro y
le deja duro y seco, por donde no puede recebir fácilmente las figuras.
De manera que no hay en el hombre más que tres diferencias de ingenio,
porque no hay más de tres calidades de donde pueden nacer. Pero debajo de estas
tres diferencias universales se contienen otras muchas particulares por razón
de los grados de intensión que puede tener el calor, la humidad y sequedad.
Aunque no de cualquiera grado de estas tres calidades resulta una diferencia de
ingenio, porque a tanta intensión puede llegar la sequedad, el calor y la
humidad, que desbarate totalmente la facultad animal, conforme aquella
sentencia de Galeno: omnis inmodica intemperies vires
exsolvit. Y así es cierto; porque, aunque el entendimiento se aprovecha
de la sequedad, pero tanta puede ser que le consuma sus obras; lo cual no
admite Galeno ni los filósofos antiguos, antes afirman que si el celebro de los
viejos no se enfriase, jamás vernían a caducar aunque se hiciesen en cuarto
grado secos. Pero no tienen razón por lo que probaremos en la imaginativa; que,
aunque sus obras se hacen con calor, en pasando del tercer grado luego comienza
a desbaratar. Y lo mismo hace la memoria con la mucha humidad.
Cuántas diferencias nazcan de ingenio por razón de la intensión de cada
una de estas tres calidades no se puede decir ahora en particular, hasta que
adelante contemos todas las obras y acciones del entendimiento, de la
imaginativa y de la memoria. Pero, en el entretanto, es de saber que hay tres
obras principales del entendimiento: la primera es inferir, la segunda
distinguir y la tercera eligir; de donde se constituyen tres
diferencias de entendimiento. En otras tres se parte la memoria; porque hay
memoria que recibe con facilidad y luego se le olvida; otra se tarda en percebir
y lo retiene mucho tiempo; la tercera recibe con facilidad y tarda mucho en
olvidar. La imaginativa contiene muchas más diferencias, porque tiene las tres,
como el entendimiento y memoria, y de cada grado resultan otras tres. De ésta
diremos adelante con más distinción, cuando diéremos a cada una la ciencia que
le responde en particular.
Pero el que quisiere considerar otras tres diferencias de ingenio hallará
que hay grados de habilidad en los que estudian. Unos que para las
contemplaciones claras y fáciles del arte que aprenden tienen disposición
natural, pero, metidos en las oscuras y muy delicadas, es por demás tratar el
maestro de hacerles la figura con buenos ejemplos ni que ellos hagan otra tal
con su imaginativa, porque no tienen capacidad. En este grado están todos los
ruines letrados de cualquiera facultad; los cuales, consultados en las cosas
fáciles de su arte, dicen todo lo que se puede entender, pero venidos a lo muy
delicado, dicen mil disparates.
Otros ingenios suben un grado más porque son blandos y fáciles de imprimir
en ellos todas las reglas y consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles
y dificultosas; pero la doctrina, el argumento, la respuesta, la duda y
distinción, todo se lo han de dar hecho y levantado. Estos han menester oír la
ciencia de buenos maestros que sepan mucho, y tener copia de libros, y estudiar
en ellos sin parar; porque tanto sabrán menos, cuanto dejaren de leer y
trabajar. De éstos se pude verificar aquella sentencia de Aristóteles tan
celebrada: intellectus noster est tamquam tabula rasa in
qua nihil est depictum,porque todo cuanto han de saber y aprender lo han
de oír a otro primero, y sobre ello no tienen ninguna invención.
En el tercer grado, hace Naturaleza unos ingenios tan perfectos, que no
han menester maestro que los enseñen ni les digan cómo han de filosofar; porque
de una consideración que les apunta el doctor sacan ellos ciento, y sin
decirles nada se les hinche la boca de ciencia y saber. Estos ingenios
engañaron a Platón y le hicieron decir que nuestro saber es un cierto género de
reminiscencia, oyéndolos hablar y decir lo que jamás vino en consideración de
los hombres. A estos tales está permitido que escriban libros, y a otros no.
Porque el orden y concierto que se ha de tener para que las ciencias reciban
cada día aumento y mayor perfección es juntar la nueva invención de los que
ahora vivimos con lo que los antiguos dejaron escrito en sus libros; porque,
haciéndolo de esta manera, cada uno en su tiempo, vernían a crecer las artes, y
los hombres que están por nacer gozarían de la invención y trabajo de los que
primero vivieron. A los demás que carescen de invención no había de consentir
la república que escribiesen libros, ni dejárselos imprimir; porque no hacen
más de dar círculos en los dichos y sentencias de los autores graves, y
tornarlos a repetir, y hurtando uno de aquí y tomando otro de allí, ya no hay
quien no componga una obra.
A los ingenios inventivos llaman en lengua toscana caprichosos,
por semejanza que tienen con la cabra en el andar y pacer. Esta jamás huelga
por lo llano; siempre es amiga de andar a sus solas por los riscos y alturas, y
asomarse a grandes profundidades; por donde no sigue vereda ninguna ni quiere
caminar con compaña. Tal propriedad como ésta se halla en el ánima racional
cuando tiene un celebro bien organizado y templado: jamás huelga en ninguna
contemplación, todo es andar inquieta buscando cosas nuevas que saber y
entender. De esta manera de ánima se verifica aquel dicho de Hipócrates: animae deambulatio, cogitatio hominibus. Porque hay otros
hombres que jamás salen de una contemplación ni piensan que hay más en el mundo
que descubrir. Estos tienen la propiedad de la oveja, la cual nunca sale de las
pisadas del manso, ni se atreve a caminar por lugares desiertos y sin carril,
sino por veredas muy holladas y que alguno vaya delante.
Ambas diferencias de ingenio son muy ordinarias entre los hombres de
letras. Unos hay que son remontados y fuera de la común opinión; juzgan y
tratan las cosas por diferente manera; son libres en dar su parecer; y no
siguen a nadie. Otros hay recogidos, humildes y muy sosegados, desconfiados de
sí y rendidos al parecer de un autor grave a quien siguen, cuyos dichos y
sentencias tienen por ciencia y demostración, y lo que discrepa de aquí juzgan
por vanidad y mentira. Juntas estas dos diferencias de ingenio son de mucho
provecho. Porque, así como a una gran manada de ovejas suelen los pastores
echar una docena de cabras que las levanten y lleven con paso apresurado a
gozar de nuevos pastos y que no estén hollados, de la mesma manera conviene que
haya en las letras humanas algunos ingenios caprichosos que descubran a los
entendimientos oviles nuevos secretos de naturaleza y les den contemplaciones,
nunca oídas, en que ejercitarse. Porque de esta manera van creciendo las artes,
y los hombres saben más cada día.
Donde se ponen algunas
dudas y argumentos contra la doctrina del capítulo pasado y la respuesta dellos
Una de las
razones por donde la sabiduría de Sócrates ha sido hasta el día de hoy tan
celebrada fue que después de haber sido juzgado en el Oráculo de Apolo por el
hombre más sabio del mundo dijo de esta manera: hoc unum
scio, me nihil scire; la cual sentencia han pasado todos los que la han
leído y entendido que fue dicha por ser Sócrates hombre humildísimo,
menospreciador de las cosas humanas, y que, respecto de las divinas, todo le
parecía de ningún ser y valor. Pero realmente están engañados, porque esta
virtud de la humildad ningún filósofo antiguo la alcanzó ni supo qué cosa era,
hasta que Dios vino al mundo y la enseñó. Lo que Sócrates quiso sentir y dar a
entender fue la poca certidumbre que tienen las ciencias humanas, y cuán
inquieto y temeroso está el entendimiento del filósofo en cuanto sabe, viendo
por experiencia que todo está lleno de dudas y argumentos y que, sin temor de
la parte contraria, no se puede asentir con nada, por lo cual fue dicho: cogitationes mortalium timidae, e incertae providentiae nostrae.
Y el que ha de tener verdadera ciencia de las cosas ha de estar firme y quieto
sin temor ni recelo de que se podría engañar; y el filósofo que no está de esta
manera con mucha verdad podrá decir y afirmar que no sabe nada.
Esta mesma consideración tuvo Galeno cuando dijo: scientia
est conveniens, firma et nuquam a ratione declinans cognitio: eam neque apud
philosophos, praesertim dum rerum naturas perscrutantur, invenies, multo sane
minus in re medica, immo, ut verbo expedram, ne ad homines quidem venit.
Según esto, el verdadero conocimiento de las cosas se debió de quedar por allá,
y solamente vino al hombre un género de opinión que le trae incierto y con
miedo si es así o no lo que afirma. Pero lo que en esto nota Galeno más en
particular es que la filosofía y medicina son las ciencias más inciertas de cuantas
usan los hombres. Y si esto es verdad, ¿qué diremos de la filosofía que vamos
tratando, donde se hace con el entendimiento anatomía de cosa tan oscura y
dificultosa como son las potencias y habilidades del ánima racional, en la cual
materia se ofrecen tantas dudas y argumentos que no queda doctrina llana sobre
que restribar?
Una de las cuales y más principal es que hemos hecho al entendimiento
potencia orgánica, como a la imaginativa y memoria, y le hemos dado al celebro
con sequedad por instrumento con que obre, cosa tan ajena de la doctrina de
Aristóteles y de todos sus secuaces; los cuales, poniendo al entendimiento
apartado de órgano corporal, probaban fácilmente que el ánima racional era
inmortal y que, salida del cuerpo, duraba para siempre jamás. Y, siendo
disputable la contraria opinión, queda la puerta cerrada para no poderse
demostrar. Fuera de esto, las razones en que se fundó Aristóteles para probar
que el entendimiento no era potencia orgánica son de tanta eficacia, que no se
puede concluir otra cosa. Porque a esta potencia le pertenece conocer y
entender la naturaleza y ser de todas cuantas cosas materiales hay en el mundo;
y si ella estuviese conjunta con alguna cosa corporal, aquella mesma estorbaría
el conocimiento de las demás; como lo vemos en los sentidos exteriores; que si
el gusto está amargo, todo cuanto toca la lengua tiene el mesmo sabor; y si el
humor cristalino está verde o amarillo, todo cuanto ve el ojo juzga que tiene
el mesmo color. Y es la causa que intus existens prohibet
extraneum. También dice Aristóteles que si el entendimiento estuviese
mezclado con algún órgano corporal, que sería qualis;
porque quien se junta con calientes o fríos, forzosamente se le ha de pegar el
calor. Y decir que el entendimiento es caliente, frío, húmido o seco es
predicación abominable a los oídos de los filósofos naturales.
La segunda duda principal es que Aristóteles y todos los peripatéticos
ponen otras dos potencias fuera del entendimiento, imaginativa y memoria, que
son reminiscencia y sentido común, atenidos a aquella regia: potentiae cognoscuntur per actiones. Ellos hallan que
fuera de las obras del entendimiento, imaginativa y memoria, hay otras dos muy
diferentes; luego de cinco potencias nace el ingenio del hombre, y no de solas
tres como hasta aquí hemos probado. También dijimos en el capítulo pasado, de
opinión de Galeno, que la memoria no hace otra obra en el celebro mas que
guardar las especies y figuras de las cosas, de la manera que el arca guarda y
tiene en custodia la ropa y lo demás que en ella echan. Y si por tal
comparación hemos de entender el oficio de esta potencia, es menester poner
otra facultad racional que saque las figuras de la memoria y las represente al
entendimiento, como es necesario que haya quien abra el arca y saque lo que
está metido en ella.
Fuera de esto, dijimos que el entendimiento y la memoria eran potencias
contrarias, y que la una a la otra se remitían, porque la una pedía mucha
sequedad y la otra mucha humidad y blandura en el celebro. Y si esto es verdad,
¿por qué dijo Aristóteles, y Platón, que los hombres que tienen las carnes
blandas tienen mucho entendimiento, siendo la blandura efecto de la humidad?
También dijimos que, para ser la memoria buena, era necesario que el
celebro tuviese blandura, porque las figuras se han de sellar en él por vía de
compresión, y estando duro no podrían fácilmente señalar. Bien es verdad que
para recebir la figura con presteza, que es necesario tener el celebro
blandura; mas, para conservar las especies mucho tiempo, todos dicen que es
necesario la dureza y sequedad, como parece en las cosas de fuera, que la
figura que está impresa en cosa blanda se borra con facilidad, pero en lo seco
y duro jamás se pierde. Y, así, vemos muchos hombres que toman de memoria con
gran facilidad, pero luego se les olvida; de lo cual dando Galeno la razón,
dice que los tales con la mucha humidad tiene la sustancia del celebro fluido y
no consistente; por donde se les borra presto la figura como quien sella en el
agua. Otros, al revés, hacen memoria con dificultad, pero lo que una vez
aprende jamás se les olvida. Y, así, parece cosa imposible haber aquella
diferencia de memoria que dijimos: que aprehenda con facilidad y que lo
conserve mucho tiempo.
También se hace dificultoso de entender cómo sea posible que, sellándose
tantas figuras juntas en el celebro, no se borren las unas a las otras. Porque
si en un pedazo de cera blanda se imprimiesen muchos sellos de varias figuras,
cierto es que los unos a los otros se borrarían, mezclándose las figuras. Y lo
que no hace menos dificultad es saber de dónde nace que, ejercitándose, la
memoria se haga más fácil para recebir las figuras, siendo cierto que el
ejercicio no solamente corporal deseca y enjuga las carnes, pero mucho más el
espiritual.
También es dificultoso de entender cómo la imaginativa sea contraria del
entendimiento (si no hay otra causa más urgente que resolver el mucho calor las
partes sutiles del celebro, y quedar las terrestres y gruesas); pues la
melancolía es uno de los más gruesos y terrestres humores de nuestro cuerpo, y
dice Aristóteles que de ninguno otro se aprovecha tanto el entendimiento como
de él. Y hácese mayor la dificultad considerando que la melancolía es un humor
grueso, frío y seco, y la cólera delicada en sustancia, y de temperamento
caliente y seca; y con todo eso, es la melancolía más apropriada para el
entendimiento que la cólera. Lo cual parece contra razón; porque este humor
ayuda con dos cualidades al entendimiento y contradice con sola una, que es el
calor; y la melancolía ayuda con la sequedad y no más, y contradice con la
frialdad y grosura de sustancia, que es lo que más abomina el entendimiento. Y
así Galeno dio más ingenio y prudencia a la cólera que a la melancolía.
Últimamente se pregunta la causa de dónde pueda nacer que el trabajo y
continua contemplación en el estudio hace a muchos sabios, a los cuales al
principio les faltaba la buena naturaleza de estas calidades que decimos, y
dando y tomando con la imaginación vienen a alcanzar muchas verdades que antes
ignoraban. Y no tenían el temperamento que para ellas se requería, porque si lo
tuvieran no fuera menester trabajarlo.
Todas estas dificultades y otras muchas más se hallan contra la doctrina
del capítulo pasado. Porque la filosofía natural no tiene tan ciertos
principios como las ciencias matemáticas, en las cuales puede el médico y
filósofo (siendo juntamente matemático) hacer siempre demostración; pero venido
a curar conforme al arte de medicina, hará en ella muchos errores, y no todas
las veces por culpa suya (pues acertaba siempre en las matemáticas), sino por
la poca certidumbre de su arte. Y, por tanto, dijo Aristóteles: non ideo malus medicus si non semper sanet, dum nihil omisserit
eorum quae sunt ex arte, como si dijera: «el médico que hace todas las diligencias
de su arte, aunque no siempre sane, no por eso ha de ser tenido por mal
artífice». Pero si este mismo hiciese en matemáticas algún error, ninguna
disculpa tenía, porque, haciendo en esta ciencia todas las diligencias que ella
manda, es imposible dejar de acertar. De manera que, aunque no hagamos
demostración de esta doctrina, no se ha de echar toda la culpa a nuestro
ingenio ni pensar que es falso lo que decimos.
A la primera duda principal, se responde que si el entendimiento estuviese
apartado del cuerpo y no tuviese que ver con el calor, frialdad, humidad y
sequedad ni con las demás calidades corporales, seguirseía que todos los
hombres ternían igual entendimiento y que todos raciocinarían con igualdad. Y
vemos por experiencia que un hombre entiende mejor que otro y discurre mejor.
Luego ser el entendimiento potencia orgánica y estar en uno más bien dispuesta
que en otro lo causa; y no por otra razón ninguna. Porque todas las ánimas
racionales y sus entendimientos, apartadas del cuerpo, son de igual perfección
y saber.[2]
Los que siguen la doctrina de Aristóteles, viendo por experiencia que unos
hombres raciocinan mejor que otros, inventaron una huida aparente diciendo que
discurrir uno mejor que otro no lo causa ser el entendimiento potencia orgánica
y estar en unos hombres más bien dispuesto el celebro que en otros, sino que el
entendimiento humano, en tanto que el ánima racional estuviere en el cuerpo, ha
menester las figuras y fantasmas que están en la imaginativa y memoria, por
cuya falta viene el entendimiento a discurrir mal, y no por culpa suya ni por
estar conjunto con materia mal organizada. Pero esta respuesta es contra la
doctrina del mesmo Aristóteles, el cual prueba que cuanto la memoria fuere más
ruin, tanto es mejor el entendimiento, y cuanto la memoria fuere más subida de
punto, tanto es más flaco el entendimiento (y lo mesmo hemos probado atrás de
la imaginativa). En confirmación de lo cual pregunta Aristóteles qué es la
causa que siendo viejos tenemos tan mala memoria y tan grande entendimiento, y
cuando mozos acontesce al revés, que somos de gran memoria y tenemos ruin
entendimiento. De esto, muestra la experiencia una cosa, y así lo nota Galeno:
que cuando en la enfermedad se desbarata el temperamento y buena compostura del
celebro, muchas veces se pierden las obras del entendimiento y quedan salvas
las de la memoria y las de la imaginativa; lo cual no pudiera acontescer si el
entendimiento no tuviera por sí instrumento particular, fuera del que tienen
las otras potencias. A esto yo no sé qué se puede responder, si no es por
alguna relación metafísica compuesta de acto y potencia, que ni ellos saben qué
es lo que quieren decir, ni hay hombre que los entienda. Ninguna cosa hace
mayor daño a la sabiduría del hombre que mezclar las ciencias, y lo que es de
la filosofía natural tratarlo en la metafísica y lo que es de la metafísica en
la filosofía natural.
Las razones en que se funda Aristóteles son de muy poco momento, porque no
se sigue que, porque el entendimiento ha de conocer las cosas materiales, no ha
de tener órgano corporal. Porque las calidades corporales que sirven a la
compostura del órgano no alteran la potencia, ni de ellas salen fantasmas:
hanse como sensibile positum supra sensum, quod non causat
sensationem. Esto se ve claramente en el tacto, que, con estar compuesto
de cuatro calidades materiales y tener en sí cantidad y blandura o dureza, con
todo eso conoce la mano si una cosa está caliente o fría, dura o blanda, o si
es grande o pequeña. Y preguntado cómo el calor natural que está en la mano no
impide al tacto que no conozca el calor que está en la piedra, respondemos que
las calidades que sirven para la compostura del órgano no alteran al proprio
órgano, ni de ellas salen especies para conocerlas. También pertenece al ojo
conocer todas las figuras y cantidades de las cosas. Y vemos que el proprio ojo
tiene su propria figura y cantidad; y de los humores y túnicas que le componen,
unas tienen colores y otras son diáfanas y transparentes; todo lo cual no
estorba que por la vista no conozcamos las figuras y cantidades de todas las
cosas que se nos ponen delante. Y es la causa que los humores y túnicas, la
figura y cantidad, sirven a la compostura del ojo; y estas cosas no pueden
alterar la potencia visiva, y así no estorban ni impiden el conocimiento de las
figuras de fuera. Lo mesmo decimos del entendimiento: que su propio
instrumento, aunque es material y está conjunto con él, no lo puede entender,
porque de él no salen especies inteligibles que le puedan alterar; y es la causa
que intelligibile positum supra intellectum non causat
intellectionem. Y así queda libre para entender todas las cosas
materiales de fuera, sin haber quien se lo impida. La segunda razón en que se
fundó Aristóteles es más liviana que la pasada. Porque ni el entendimiento ni
otro accidente ninguno puede ser qualis, atento que
no puede ser, por sí, sujeto de ninguna calidad; y así poco importa que el
entendimiento tenga por órgano el celebro con el temperamento de las cuatro
calidades primeras para que por ello se llame qualis,
pues el cerebro es el del calor, frialdad, humidad y sequedad, y no el
entendimiento. A la tercera dificultad que ponen los peripatéticos, diciendo
que por hacer potencia orgánica al entendimiento se quita un principio que
había para probar la inmortalidad del ánima racional, decimos que otros
argumentos hay más firmes con que hacerlo, de los cuales trataremos en el
capítulo que se sigue.
Al segundo argumento se responde que no cualquiera diferencia de obras
arguye diversidad de potencias. Porque, como adelante probaremos, hace la
imaginativa tan extraños hechos, que si fuera esta máxima tan verdadera como
los filósofos vulgares piensan o tuviera la interpretación que ellos le dan,
habría en el celebro diez o doce potencias más. Pero, porque todas estas obras
convienen en una razón genérica, no arguyen más que una imaginativa, la cual se
parte después en muchas diferencias particulares por razón de las varias
acciones que hace. El componer las especies en presencia de los objetos, o en
su ausencia, no solamente no arguye variedad de potencias genéticas, como son
el sentido común y la imaginativa, pero ni aun particulares.
Al tercer argumento, se responde que la memoria no es más que una blandura
del celebro, dispuesta (con cierto género de humidad) para recebir y guardar lo
que la imaginativa percibe, en la mesma proporción que tiene el papel blanco y
liso con el que ha de escrebir. Porque, así como el escribano escribe en el
papel las cosas que quiere que no se olviden y después de escritas las torna a
leer, de la mesma manera se ha de entender que la imaginativa escribe en la
memoria las figuras de las cosas que conocieron los cinco sentidos y el
entendimiento y otras que ella mesma fabrica. Y cuando quiere acordarse de
ellas, dice Aristóteles que las torna a mirar y contemplar. De esta manera de
comparación usó Platón cuando dijo que, temiendo la poca memoria de la vejez,
se daba priesa a hacer otra de papel (que son los libros) para que no se le
perdiese su trabajo, y hubiese después quien se lo representase cuando lo
quisiese leer. Esto mesmo hace la imaginativa: escrebir en la memoria y tornar
a leer cuando se quiere acordar. El primero que atinó con esta sentencia fue
Aristóteles; y el segundo Galeno, el cual dijo de esta manera: pars enim animae quae imaginatur, quaecumque ea sit, haec eadem
recordari videtus.
Así parece claramente por qué las cosas que imaginamos con mucho cuidado
se fijan bien en la memoria, y lo que con liviana consideración tratamos, luego
se nos olvida. Y de la manera que el escribano cuando hace buena letra la
acierta a leer, así acontesce a la imaginativa, que si sella con fuerza, queda
la figura en el celebro bien señalada, y si no, apenas se puede conocer. Esto
mesmo acontesce también en las escrituras antiguas, que por quedar unas partes
enteras y otras gastadas con el tiempo, no se pueden bien leer si no es sacando
muchas partes y razones por discreción. Lo propio hace la imaginativa cuando en
la memoria se han perdido algunas figuras y quedan otras. De lo cual nació el
error de Aristóteles, pensando que la reminiscencia, por esta razón, era
potencia diferente de la memoria; aliende que dijo que los que tienen gran
reminiscencia son de mucho entendimiento, y también es falso, porque la
imaginativa (que es la que hace la reminiscencia) es contraria del
entendimiento. De manera que hacer memoria de las cosas y acordarse dellas
después de sabidas es obra imaginativa, como el escrebir y tornarlo a leer es
obra del escribano, y no del papel. Y, así, la memoria queda por potencia
pasiva y no activa, como lo liso y blanco del papel no es más que comodidad
para que otro pueda escrebir.
A la cuarta duda se responde que no hace al caso para el ingenio tener las
carnes duras ni blandas si el celebro no tiene también la mesma calidad, el
cual vemos muchas veces tener distinto temperamento de todas las demás partes
del cuerpo. Pero cuando concurriesen en la mesma blandura es mal indicio para
el entendimiento, y no menos para la imaginación; y si no, consideremos las
carnes de las mujeres y de los niños, y hallaremos que exceden en blandura a la
de los hombres; y con todo eso, los hombres en común tienen mejor ingenio que
las mujeres. Y es la razón natural que los humores que hacen las carnes blandas
son flema y sangre, por ser ambos húmidos, como ya lo dejamos notado; y destos
ha dicho Galeno que nacen los hombres simples y bobos; y por el contrario, los
humores que endurecen las carnes son cólera y melancolía, y destos nace la
prudencia y sabiduría que tienen los hombres.
De manera que antes es mal indicio tener las carnes blandas que secas y
duras. Y, así, en los hombres que tienen igual temperamento por todo el cuerpo,
es cosa muy fácil colegir la manera de su ingenio por la blandura o dureza de
carnes; porque si son duras y ásperas, señalan o buen entendimiento o buena
imaginativa, y si blandas lo contrario, que es buena memoria y poco
entendimiento y menos imaginativas. Y para entender si corresponde el celebro,
es menester considerar los cabellos; los cuales siendo gruesos, negros, ásperos
y espesos es indicio de buena imaginativa o de buen entendimiento, y si
delicados y blandos es argumento de mucha memoria y no más. Pero el que
quisiere distinguir y conocer si es entendimiento o imaginativa cuando los
cabellos son de aquella manera, ha de considerar de qué forma sea el muchacho
acerca de la risa; porque esta pasión descubre mucho qué tal es la imaginativa.
Cuál sea la razón y causa de la risa han procurado muchos filósofos saber,
y ninguno ha dicho cosa que se pueda entender. Pero todos convienen en que la
sangre es un humor que provoca al hombre a reír; aunque nadie declara qué
calidades tiene este humor más que los otros, por donde hace al hombre risueño.
Desipientiae quae cum risu fiunt, securiores; quae vero
cum solicitudine periculosiores; como si dijera Hipócrates: «Cuando los
enfermos desatinan y delirando se ríen, tienen más seguridad que si están
solícitos y congojosos», porque lo primero se hace de sangre, que es un humor
benignísimo, y lo segundo de melancolía.
Pero restribando en la doctrina que vamos tratando, fácilmente se viene a
entender todo lo que en este caso se desea saber. La causa de la risa no es
otra, a mi parecer, más que una aprobación que hace la imaginativa viendo y
oyendo algún hecho o dicho que cuadra muy bien; y como esta potencia reside en
el celebro, en contentándole alguna cosa destas luego lo menea, y tras él los
músculos de todo el cuerpo. Y, así, muchas veces aprobamos los dichos agudos
inclinando la cabeza, pues cuando la imaginativa es muy buena, no se contenta
de cualquier dicho, si no es de aquellos que cuadran muy bien; y si tienen poca
correspondencia, y no más, antes recibe pena que alegría. De aquí nace que los
hombres de grande imaginativa por maravilla los vemos reír; y lo que más es
digno de notar es que los muy graciosos, decidores y apodadores, jamás se ríen
de las gracias y donaires que ellos proprios dicen, ni de los que oyen a otros;
porque tienen tan delicada imaginativa, que aun sus propios donaires no les
hacen la correspondencia que ellos querrían. A esto se añade que la gracia,
fuera de tener buena proporción y propósito, ha de ser nueva y nunca oída ni
vista. Y esto no es propriedad de sola la imaginativa, sino también de las
otras potencias que gobiernan al hombre; y, así, vemos que el estómago, a dos
veces que usa de un mesmo alimento, luego le aborrece; la vista, una mesma
figura y color; el oído, una mesma consonancia por buena que sea, y el
entendimiento, una mesma contemplación. De aquí nace también que el donoso no
se ría de la gracia que dice, porque antes que la eche por la boca sabe ya lo
que ha de decir.
De donde concluyo que los muy risueños, todos son faltos de imaginativa;
y, así, cualquier gracia y donaire, por fría que sea, les corresponde muy bien.
Y por tener la sangre mucha humidad (de la cual dijimos que echaba a perder la
imaginativa), por tanto los muy sanguinos son muy risueños. Esto tiene la
humidad, que por ser blanda y suave quita las fuerzas al calor y le hace que no
queme tanto, y así se halla mejor con la sequedad, porque le aguza sus obras;
aliende que donde hay mucha humidad es indicio que el calor es remiso, pues no
la puede resolver ni gastar. Y con calor tan flojo no puede obrar la
imaginativa. De aquí se infiere también que los hombres de grande entendimiento
son muy risueños por ser faltos de imaginativa; como se lee de aquel gran
Demócrito, y de otros muchos que yo he visto y notado. Luego por la risa
conoceremos si es entendimiento o imaginativa la que tienen los hombres o
muchachos de carnes duras y ásperas, y de cabellos negros y espesos, duros y
ásperos. De manera que Aristóteles no anduvo bien en esta doctrina.
Al quinto argumento, se responde que hay dos géneros de humidad en el
celebro: una que nace del aire (cuando este elemento predominó en la mixtión) y
otra del agua con que se masaron los demás elementos. Si el celebro estuviese
blando con la primera humidad, será la memoria muy buena: fácil para recebir y
poderosa para retener las figuras mucho tiempo. Porque la humidad del aire es
muy aceitosa y llena de pringue, en la cual se traban las especies con gran
tenacidad, como se ve en las pinturas que están dibujadas al olio, que puestas
al sol y al agua ningún daño reciben; y si derramamos aceite sobre alguna
escritura, jamás se borra, antes la gastada y que no se puede leer, con el
aceite se hace legible, dándole resplandor y transparencia. Pero si la blandura
del celebro nace de la segunda humidad, corre el argumento muy bien; porque si
recibe con facilidad, con la mesma presteza se torna a borrar la figura por no
tener pringor la humidad del agua en que se traben las especies. Conócense
estas dos humidades en los cabellos: la que proviene del aire los pone
mugrosos, llenos de aceite y manteca; y el agua, húmidos y muy llanos.
Al sexto argumento se responde que las figuras de las cosas no se imprimen
en el celebro como la figura del sello en la cera, sino haciendo penetración
para quedar asidas, o de la manera que se traban los pájaros en la liga, y las
moscas en la miel. Porque estas figuras son incorpóreas, y no se pueden mezclar
ni corromper las unas a las otras.
A la séptima dificultad, se responde que las figuras masan y ablandan la
sustancia del celebro como se enternece la cera trayéndola entre los dedos.
Aliende que los espíritus vitales tienen virtud de ablandar y humedecer los
miembros duros y secos, como lo hace el calor de fuera con el hierro; y que los
espíritus vitales suban al celebro cuando se toma de memoria, ya lo dejamos
probado atrás. Y no todo ejercicio corporal ni espiritual deseca, antes dicen
los médicos que el moderado engorda.
Al octavo argumento, se responde que hay dos géneros de melancolía. Una
natural, que es la hez de la sangre, cuyo temperamento es frialdad y sequedad
con muy gruesa sustancia, ésta no vale nada para el ingenio, antes hace los
hombres necios, torpes y risueños porque carecen de imaginativa. Y la que se
llama atra bilis o cólera adusta, de la cual dijo Aristóteles que hace
los hombres sapientísimos, cuyo temperamento es vario como el del vinagre: unas
veces hace efectos de calor, fomentando la tierra, y otras enfría; pero siempre
es seco y de sustancia muy delicada. Cicerón confiesa que era tardo de ingenio
porque no era melancólico adusto; y dice la verdad, porque si lo fuera no
tuviera tanta elocuencia, porque los melancólicos adustos carecen de memoria, a
la cual pertenece el hablar con mucho aparato. Tiene otra calidad que ayuda
mucho al entendimiento, que es ser espléndida como azabache, con el cual
resplandor da luz allá dentro en el celebro para que se vean bien las figuras.
Y esto es lo que sintió Heráclito cuando dijo: splendor
siccus animus sapientissimus. El cual resplandor no tiene la melancolía
natural, antes su negro es mortecino. Y que el ánima racional haya menester,
dentro en el celebro, luz para ver las figuras y especies adelante lo
probaremos.
Al noveno argumento, se responde que la prudencia y destreza de ánimo, que
dice Galeno, pertenece a la imaginativa, con la cual se conoce lo que está por
venir. Y, así, dijo Cicerón: memoria praeteritorum,
futurorum prudentia, como si dijera «la memoria es de lo pasado y la
prudencia de lo que está por venir».
La destreza de ánimo es lo que llamamos en castellano agudeza in
agilibus, y por otro nombre solercia, astucia, cavilos y engaños;
y, así, dijo Cicerón: prudentia est calliditas quae
ratione quadam potest delectum habere bonorum et malorum. De este género
de prudencia y maña carecen los hombres de grande entendimiento por ser faltos
de imaginativa; y así lo vemos por experiencia en los grandes letrados de
aquellas letras que pertenecen al entendimiento, que, sacados de allí, no valen
nada para dar y tomar en las trapazas del mundo.
Este género de prudencia muy bien dijo Galeno que nacía de la cólera.
Porque, contando Hipócrates a Damageto, su amigo, la manera cómo halló a
Demócrito cuando le fue a visitar y curar, escribe que estaba en el campo,
debajo de un plátano, en piernas y sin zapatos, recostado sobre una piedra, con
un libro en la mano y rodeado de brutos animales muertos y despedazados. De lo
cual admirado Hipócrates, le preguntó de qué servían aquellos animales así, a
lo cual le respondió que andaba a buscar qué humor hacía al hombre desatinado,
astuto, mañoso, doblado y caviloso, y había hallado (haciendo anatomía de aquellas
bestias fieras) que la cólera era la causa de una propriedad tan mala; y que,
para vengarse de los hombres astutos, quisiera hacer en ellos lo que había
hecho en la zorra, en la serpiente y en la mona. Esta manera de prudencia no
solamente es odiosa a los hombres, pero della dice san Pablo: prudentia carnis inimica est Deo. Y da la razón Platón
diciendo: scientia quae est remota a iustitia calliditas
potius quam sapientia est appellanda; como si dijera: «no es razón que
una ciencia que está apartada de la justicia se llame sabiduría, sino astucia o
malicia». De la cual usa siempre el demonio para hacer mal a los hombres: ista sapientia non est de sursum descendens, sed terrena,
animalis et diabolica; como si dijera Santiago: «esta sabiduría no
desciende de lo alto, antes es terrena, inhumana y diabólica».
Otro género hay de sabiduría con rectitud y simplicidad, con la cual
conocen los hombres lo bueno y reprueban lo malo. El cual, dice Galeno, que
pertenece al entendimiento, porque en esta potencia no cabe malicia, doblez, ni
astucia, ni sabe cómo se puede hacer mal: todo es rectitud, justicia, llaneza y
claridad. El hombre que alcanza esta manera de ingenio se halla recto y simple;
y, así, quiriendo Demóstenes captar la benevolencia a los jueces en una oración
que hizo contra Esquino, los llamó rectos y simples, atento a la simplicidad de
su oficio, del cual dijo Cicerón: simplex est officium
atque una bonorum omnium causa. Para este género de sabiduría es
acomodado instrumento la frialdad y sequedad de la melancolía; pero ha de estar
compuesta de partes muy sutiles y delicadas.
A la última duda, se responde que cuando el hombre se pone a contemplar
alguna verdad que quiere saber y luego no la alcanza es porque le falta al
celebro el temperamento conveniente para ello; pero estando un rato en la
contemplación, luego acude a la cabeza el calor natural (que son los espíritus
vitales y sangre arterial) y sube el temperamento del celebro hasta llegar al
punto que es menester. Verdad es que la mucha especulación a unos hace daño y a
otros provecho; porque si al celebro le falta poco para llegar al punto del
calor conveniente, es menester estar poco contemplando; y si pasa de allí,
luego se desbarata el entendimiento con la mucha presencia de los espíritus
vitales, y así no atina a la verdad. Por donde vemos muchos hombres que de
repente dicen muy bien, y de pensado no valen nada. Otros tienen tan bajo el
entendimiento (o por mucha frialdad, o sequedad) que es menester que esté mucho
tiempo el calor en la cabeza para subir el temperamento a los grados que le
faltan; y, así, de pensado dicen mejor que de repente.
Donde se muestra que
aunque el ánima racional ha menester el temperamento de las cuatro calidades
primeras, así para estar en el cuerpo como para discurrir y raciocinar, que no
por eso se infiere que es corruptible y mortal
Por cosa
averiguada tuvo Platón que el ánima racional era sustancia incorpórea,
espiritual, no sujeta a corrupción ni a mortalidad como la de los brutos
animales; la cual, salida del cuerpo, tiene otra vida mejor y más descansada,
pero entiéndese (dice Platón) habiendo vivido el hombre conforme a razón,
porque si no, más le valiera al ánima quedarse para siempre en el cuerpo, que
padecer los tormentos con que Dios castiga a los malos.
Esta conclusión es tan ilustre y católica, que si él la alcanzó con la
felicidad de su ingenio, con justo título tiene por renombre el divino
Platón. Pero aunque es tal cual parece, jamás le cupo a Galeno en su
entendimiento, antes la tuvo siempre por sospechosa, viendo delirar al hombre
cuerdo por calentársele el celebro, y volver en su juicio aplicándole medicinas
frías. Y, así, dijo que se holgara que fuera vivo Platón para preguntarle cómo
era posible ser el ánima racional inmortal alterándose tan fácilmente con el
calor, frialdad, humidad y sequedad; mayormente viendo que se va del cuerpo por
una gran calentura, o sangrando al hombre copiosamente, o bebiendo cicuta, y
por otras alteraciones corporales que suelen quitar la vida; y si ella fuera
incorpórea y espiritual, como dice Platón, no le hiciera el calor (siendo
calidad material) perder sus potencias, ni le desbaratara sus obras.
Estas razones confundieron a Galeno y le hicieron desear que algún
platónico se las absolviese; y creo que en su vida no le halló, pero después de
muerto la experiencia le mostró lo que su entendimiento no pudo alcanzar. Y,
así, es cierto que la certidumbre infalible de ser nuestra ánima inmortal no se
toma de las razones humanas, ni menos hay argumentos que prueben ser corruptible.
Porque a las unas y a los otros se puede responder con facilidad: sola nuestra
fe divina nos hace ciertos y firmes que dura para siempre jamás. Pero no tuvo
razón Galeno de embarazarse con tan livianos argumentos, porque las obras que
se han de hacer mediante algún instrumento no se colige bien en filosofía
natural haber falta en el agente principal por no salir acertadas. El pintor
que dibuja bien, teniendo el pincel cual conviene a su arte, no tiene culpa
cuando, con el malo, hace las figuras borradas y de mala delineación; ni es
buen argumento pensar que el escribano tenía alguna lesión en la mano, cuando
por falta de pluma bien cortada le fue forzoso escrebir con un palo.
Considerando Galeno las obras maravillosas que hay en el universo y la
sabiduría y providencia con que están hechas y ordenadas, coligió que había
Dios en el mundo, aunque no le veíamos con los ojos corporales; del cual dijo
estas palabras: Deus nec factus est aliquando, cum
perenniter ingenitus sit ac sempiternus. Y en otra parte dice que la
fábrica y compostura del cuerpo humano no la hacía el ánima racional ni el
calor natural, sino Dios o alguna inteligencia muy sabia. De donde se puede
formar un argumento contra Galeno y deshacer su mala consecuencia. Y es de esta
manera: «tú sospechas ser el ánima racional corruptible porque si el celebro
está bien templado acierta muy bien a discurrir y filosofar, y si se calienta o
enfría más de lo que conviene, delira y dice mil disparates. Eso mesmo se
infiere considerando las obras que tú dices ser de Dios; porque si hace un
hombre en lugares templados donde el calor no excede a la frialdad, ni la
humidad a la sequedad, le saca muy ingenioso y discreto, y si es la región
destemplada, todos los saca estultos y necios». (Y así dice el mesmo Galeno que
en Escitia por maravilla acierta a salir un hombre sabio, y en Atenas todos
nacen filósofos). Pues sospechar que Dios es corruptible porque con unas
calidades hace bien estas obras, y con las contrarias salen erradas, no lo
puede confesar Galeno, pues ha dicho que Dios es sempiterno.
Platón va por otro camino más acertado, diciendo que, aunque Dios es
eterno, omnipotente y de infinita sabiduría, que se ha como agente natural en
sus obras y que se sujeta a la disposición de las cuatro calidades primeras, de
tal manera que para engendrar un hombre sapientísimo y semejante a él, tuvo
necesidad de buscar un lugar, el más templado que había en todo el mundo, donde
el calor del aire no excediese a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Y,
así, dijo: Deus vero, quasi belli ac sapientiae studiosus,
locum qui viros ipsi, simillimos producturus esset, electum in primis
incolendum praebuit. Y si Dios quisiera hacer un hombre sapientísimo en
Escitia o en otra región destemplada, y no usara de su omnipotencia, saliera
por fuerza necio por la contrariedad de las calidades primeras; pero no
infiriera Platón, como hizo Galeno, que Dios era alterable y corruptible porque
el calor y la frialdad le impiden sus obras. Eso mesmo se ha de colegir cuando
el ánima racional, por estar en un celebro inflamado, no puede usar de
discreción y prudencia; y no pensar que por eso es mortal y corruptible. El
salir del cuerpo y no poder sufrir la gran calentura ni las demás alteraciones
que suelen matar los hombres, sólo arguye que es acto y forma sustancial del
cuerpo humano, y que para estar en él requiere ciertas disposiciones materiales
acomodadas al ser que tiene de ánima, y que los instrumentos con que ha de
obrar estén bien compuestos, bien unidos y con el temperamento que sus obras
han menester; todo lo cual faltando, por fuerza las ha de errar y ausentarse
del cuerpo.
El error de Galeno está en querer averiguar por principios de filosofía
natural sí el ánima racional, faltando del cuerpo, muere luego o no, siendo
cuestión que pertenece a otra ciencia superior y de más ciertos principios, en
la cual probaremos que no es buen argumento el suyo, ni que se infiere bien ser
el ánima del hombre corruptible por estar en el cuerpo quieta con unas
calidades y ausentarse de él por las contrarias. Lo cual no es dificultoso
probarse. Porque otras sustancias espirituales de mayor perfección que el ánima
racional eligen lugares alterados con calidades materiales en los cuales parece
que habitan a su contento, y si suceden otras disposiciones contrarias, luego
se van por no poderlas sufrir. Y, así, es cierto que hay disposiciones en el
cuerpo humano las cuales apetece el demonio con tanta agonía, que por gozar
dellas se entra en el hombre donde están, y así queda endemoniado; pero
corrompidas y alteradas con medicinas contrarias y hecha evacuación de los
humores negros, podridos y hediondos, naturalmente se torna a salir. Véese esto
claramente por experiencia: que en siendo una casa grande, oscura, sucia,
hedionda, triste y sin moradores que la habiten, luego acuden duendes a ella; y
si la limpian y abren ventanas para que le entre el sol y claridad, luego se
van, especialmente si la habitan muchas gentes y hay en ella regocijos y
pasatiempos y tocan muchos instrumentos de música.
Cuánto ofenda al demonio el armonía y buena proporción, muéstrase
claramente por lo que dice el texto divino: que tomando David su arpa y
tocándola, luego huía el demonio y salía del cuerpo de Saúl. Y aunque esto
tiene su espíritu, yo tengo entendido que naturalmente molestaba la música al
demonio y que no la podía sufrir. El pueblo de Israel sabía ya por experiencia
que el demonio era enemigo de música, y por tenerlo así entendido dijeron los
criados de Saúl de esta manera: ecce spiritus Dei malus
exagitat te: jubeat Dominus noster rex, et servi tui, qui coram te sunt,
quaerent hominem scientem psallere cithara, ut quando arripuerit te spiritus
Domini malus, psallat manu sua et levius feras. De la manera que hay
palabras y comparaciones que hacen temblar al demonio, y por no oírlas deja el
lugar que tenía elegido para su habitación. Y, así cuenta Josefo que Salomón
dejó escritos ciertos modos de conjurar, con los cuales no solamente echaba de
presente al demonio, pero jamás osaba volver al cuerpo de donde una vez fue lanzado.
También el mesmo Salomón mostró una raíz de tan abominable olor para el
demonio, que aplicándola a las narices del demonio, lo echaba luego fuera. Es
tan sucio el demonio, tan triste y enemigo de cosas limpias, alegres y claras,
que entrando Jesucristo en la región de los Geraseos, cuenta san Mateo que le
ocurrieron ciertos demonios metidos en dos cuerpos muertos que habían sacado de
los sepulcros, dando voces y diciendo: «Jesús, hijo de David, ¿qué tema tienes
con nosotros en haber venido antes de tiempo a atormentarnos? Rogámoste que si
nos has de echar de este lugar donde estamos, que nos dejes entrar en aquella
manada de puercos que allí está». Por la cual razón los llama la divina
Escritura sucios espíritus. Por donde se entiende claramente que no sólo
el ánima racional pide disposiciones en el cuerpo para poderlo informar y ser
principio de todas sus obras, pero aun para estar en él, como en lugar
acomodado a su naturaleza, las ha menester: pues los demonios, siendo de
sustancia más perfecta, aborrecen unas calidades corporales y con las
contrarias se huelgan y reciben contento. De manera que no es buen argumento el
de Galeno: «Vase el ánima racional del cuerpo por una gran calentura, luego es
corruptible»; pues lo hace el demonio (de la manera que hemos dicho), y no es
mortal.
Pero lo que en este propósito más se ha de notar es que el demonio no
solamente apetece lugares alterados con calidades corporales para estar en
ellos a su contento, pero aun cuando quiere obrar alguna cosa que le importa
mucho, se aprovecha de las calidades corporales que ayudan para aquel fin.
Porque si yo preguntase ahora en qué se pudo fundar el demonio cuando,
queriendo engañar a Eva, se metió antes en la serpiente ponzoñosa que en el
caballo, en el oso, en el lobo y en otros muchos animales que no eran de tan
espantable figura, yo no sé qué se me podría responder. Bien sé que Galeno no
admite los dichos y sentencias de Moisés ni de Cristo nuestro redentor, porque
ambos, dice, que hablan sin demostración, pero de algún católico he deseado
siempre saber la solución de esta duda, y ninguno me la ha dado.
Ello es cierto, como ya lo dejamos probado, que la cólera quemada y
retostada es un humor que enseña al ánima racional de qué manera se han de
hacer los embustes y engaños. Y, entre los brutos animales, ninguno hay que
tanto participe de este humor como la serpiente; y, así, más que todos dice la
divina Escritura que es astuto y mañoso. El ánima racional, puesto caso que es
la más ínfima de todas las inteligencias, pero tiene la mesma naturaleza que el
demonio y los ángeles. Y de la manera que ella se aprovecha de esta cólera
ponzoñosa para ser el hombre astuto y mañoso, así el demonio, metido en el
cuerpo de aquella bestia fiera, se hizo más ingenioso y doblado. Esta manera de
filosofar no espantará mucho a los filósofos naturales, porque tiene alguna
aparencia de poder ser así. Pero lo que más les ha de acabar el juicio es que
quiriendo Dios desengañar al mundo y enseñarle llanamente la verdad (que es la
contraria obra que hizo el demonio) vino en figura de paloma, y no de águila ni
de pavón ni de otras aves que tienen más hermosa figura. Y sabida la causa es
que la paloma participa mucho del humor que inclina a rectitud, a llaneza, a
verdad y simplicidad, y carece de la cólera, que es el instrumento de la
astucia y malicia.
Ninguna cosa destas admite Galeno, ni los filósofos naturales. Porque no
pueden entender cómo el ánima racional y el demonio, siendo sustancias
espirituales, se puedan alterar de calidades materiales como es el calor,
frialdad, humidad y sequedad: porque si el fuego introduce calor en el leño, es
por tener ambos cuerpo y cantidad en que sujetarse, lo cual falta en las
sustancias espirituales. Y admitido por cosa imposible que las calidades
corporales pudiesen alterar la sustancia espiritual, ¿qué ojos tiene el
demonio, ni el ánima racional, para ver los colores y figuras de las cosas, ni
qué olfato para percibir los olores, ni qué oído para la música, ni qué tacto
para ofenderse del mucho calor, para todo lo cual son menester órganos
corporales? Y si, apartada el ánima racional, del cuerpo, se ofende y tiene
dolor y tristeza, no es posible dejar de alterarse su naturaleza y venirse a
corromper. Estas dificultades y argumentos embarazaron a Galeno y a los filósofos
de nuestros tiempos, pero a mí no me concluyen.
Porque, cuando Aristóteles dijo que la mayor propriedad que la sustancia
tenía era ser sujeto de los accidentes, no la coartó a la corporal ni
espiritual, porque la propiedad del género igualmente la participan las
especies; y, así, dijo que los accidentes del cuerpo pasan a la sustancia del
ánima racional, y los del ánima al cuerpo, en el cual principio se fundó para
escrebir todo lo que dijo de fisionomía. Mayormente, que los accidentes con que
se alteran las potencias todos son espirituales, sin cuerpo, sin cantidad ni
materia; y, así, se multiplican en un momento por el medio y pasan por una
vidriera sin romperla, y dos accidentes contrarios pueden estar en un mesmo
sujeto con toda la intensión que pueden tener; por las cuales propriedades los
llamó el mesmo Galeno indivisibles, y los filósofos vulgares, intensionales.
Y, siendo de esta manera, bien se pueden proporcionar con la sustancia
espiritual.
Yo no puedo dejar de entender que el ánima racional apartada del cuerpo, y
también el demonio tenga potencia visiva, olfativa, auditiva y tactiva; lo cual
me parece que es fácil de probar. Porque si es verdad que las potencias se
conocen por las acciones, cierto es que el demonio tenía potencia olfativa,
pues olía aquella raíz que Salomón mandaba aplicar a las narices de los
endemoniados; y que tenía potencia auditiva, pues oía la música que David daba
a Saúl. Pues decir que estas calidades las percibía el demonio con el
entendimiento, no se puede afirmar en la doctrina de los filósofos vulgares,
porque esta potencia es espiritual y los objetos de los cinco sentidos son
materiales. Y, así, es menester buscar otras potencias, en el ánima racional y
en el demonio, con quien se pueden proporcionar.
Todas estas dudas soltara bien el ánima del rico avariento de quien cuenta
san Lucas que estando en el infierno alzó los ojos y vio a Lázaro que estaba en
el seno de Abrahán, y dando voces dijo así: Pater Abraham,
miserere mei: mitte Lazarum ut intingat extremum digiti sui in aquam ut
refrigeret linguam meam, quia crucior in hac flamma; como si dijera:
«Padre Abrahán, tené misericordia de mí y envíame a Lázaro, para que moje la
extremidad de su dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy
atormentado en esta llama». De la doctrina pasada y de lo que dice esta letra
se colige que el fuego que abrasa las ánimas en el infierno es material como el
que acá tenemos, y que ofendía al rico avariento y a las otras ánimas (por
divina disposición) con el calor, y que si Lázaro se llevara un jarro de agua
fría, que sintiera gran recreación metiéndose en ella. Y está la razón muy
clara; porque si no pudo sufrir estar en el cuerpo por el mucho calor de la
calentura, y cuando bebía agua fría sentía el ánima gran recreación, ¿por qué no
entenderemos lo mesmo estando unida con las llamas del fuego infernal? El alzar
los ojos el rico avariento, y la lengua sedienta, y el dedo
de Lázaro, todos son nombres de las potencias del ánima para poderse la
Escritura explicar: los que no van por este camino, ni se fundan en filosofía
natural dicen mil disparates.
Ello es cierto falta de entendimiento pensar que el demonio, o el ánima
racional apartada del cuerpo, no podrá conocer los objetos de los cinco
sentidos aunque carezca de instrumentos corporales, porque por la mesma razón
les probaré que el ánima racional apartada del cuerpo no puede entender,
imaginar, ni hacer actos de memoria. Porque si, estando en el cuerpo, no puede
ver quebrados los ojos, también no puede raciocinar ni acordarse si el celebro
está inflamado. Pues decir que el ánima racional apartada del cuerpo no puede
raciocinar por no tener celebro es desatino muy grande, el cual se prueba en la
misma historia de Abrahán: Fili, recordare quia recepisti
bona in vita tua, et Lazarus similiter mala; nunc autem hic consolatur, tu vero
cruciaris; et in his omnibus inter nos et vos chaos magnus firmatus est, ut hi
qui volunt hinc transire ad vos non possint, nec inde huc transire. Et ait:
rogo ergo te, Pater, ut mittias eum in domum patris mei habeo enim quinque
fratres, ut testetur illis, ne et ipsi veniant in hunc locum tormentorum.
De donde concluyo que, así como estas dos ánimas razonaron entre sí, y se
acordó el rico avariento que tenía cinco hermanos en casa de su padre, y
Abrahán le trujo a la memoria la buena vida que en el mundo había tenido y los
trabajos de Lázaro, sin ser menester el celebro, de la mesma manera pueden las
ánimas ver sin ojos corporales, y oír sin oídos, gustar sin lengua, oler sin
narices y tocar sin nervios ni carne; y muy mejor sin comparación. Lo mesmo se
entiende del demonio, por tener la mesma naturaleza que el ánima racional. Y si
no, pongamos por caso que el ánima del rico avariento alcanzara de Abrahán que
el ánima de Lázaro viniera al mundo a predicar a sus hermanos y persuadirles
que fuesen buenos, para que no viniesen a aquel lugar de tormentos donde él
estaba. Pregunto yo ahora: ¿cómo el ánima de Lázaro acertara a venir a la
ciudad y a la casa de, y si los encontrara en la calle, en compañía de otros, si
los conociera por su rostros y los supiera diferenciar de los que venían con
ellos, y si estos hermanos del rico avariento le preguntaran quién era, y quién
le enviaba, si tuviera alguna potencia para oír sus palabras? Lo mesmo se puede
inquirir del demonio cuando andaba tras Cristo nuestro redentor oyéndole
predicar y viendo los milagros que hacía. Y en aquella disputa que ambos
tuvieron en el desierto ¿con qué oídos percebía el demonio las palabras y
respuestas que Cristo le daba?
Pero tampoco se infiere que si el ánima racional tiene dolor y tristeza,
por alterarse su naturaleza con calidades contrarias, que es corruptible ni
mortal. Porque las cenizas, con estar compuestas de cuatro elementos y de acto
y potencia, no hay agente natural en el mundo que las pueda corromper ni
quitarles las calidades que convienen a su naturaleza. El temperamento natural
de las cenizas, todos sabemos que es frío y seco; pero, aunque las echemos en
el fuego, jamás perderán la frialdad que tienen radical, y aunque estén cien mil
años en el agua es imposible, sacadas de ella, quedar con humidad propria y
natural. Y con esto, no se puede dejar de confesar que con el fuego reciben
calor y con el agua humidad; pero estas dos calidades son, en las cenizas,
superficiales y duran poco en el sujeto, porque apartadas del fuego se tornan
luego frías, y quitadas del agua no les dura una hora la humidad.
Pero una duda se ofrece en aquel coloquio y disputa que tuvo el rico
avariento con Abrahán; y es cómo supo más delicadas razones el ánima de Abrahán
que la del rico avariento, habiendo dicho atrás que todas las ánimas racionales
(salidas del cuerpo) son de igual perfección y saber. A la cual se puede
responder de una de dos maneras.
La primera es que la ciencia y saber que el ánima alcanzó estando en el
cuerpo no la pierde cuando el hombre se muere, antes la perfecciona después,
desengañándose de algunos errores. El ánima de Abrahán partió de esta vida
sapientísima y llena de muchas revelaciones y secretos que Dios le comunicó por
ser su amigo. Pero la del rico avariento por fuerza había de salir insipiente,
lo uno por el pecado, que cría ignorancia en el hombre, y lo otro porque las
riquezas hacen contrario efecto de la pobreza: ésta da ingenio al hombre como
adelante probaremos, y la prosperidad se lo quita.
Otra respuesta hay siguiendo nuestra doctrina, y es que la materia en que
estas dos ánimas disputaban era teología escolástica, porque saber si estando
en el infierno había lugar de misericordia, y si Lázaro podía pasar dende el
limbo al infierno, y si convenía enviar al mundo algún muerto que diese noticia
a los vivos de los tormentos que en él pasaban los condenados, todos son puntos
escolásticos, cuya decisión pertenece al entendimiento como adelante probaré. Y
entre las calidades primeras ninguna hay que tanto desbarate a esta potencia
como el calor demasiado, del cual estaba bien atormentado el rico avariento.
Pero el ánima de Abrahán moraba en un lugar templadísimo, donde tenía gran
consuelo y recreación, y así no era mucho que raciocinase mejor. Por donde
concluyo que el ánima racional y el demonio se aprovechan para sus obras de las
calidades materiales, y que con unas se ofenden y con las contrarias reciben
contento, y que por esta razón apetecen estar en unos lugares y huyen de otros,
sin ser corruptibles.
Donde se da a cada
diferencia de ingenio la ciencia que le responde en particular y se le quita la
que es repugnante y contraria
Todas las
artes, dice Cicerón, están constituidas debajo de ciertos principios universales,
los cuales aprendidos con estudio y trabajo, en fin se vienen a alcanzar; pero
el arte de poesía es en esto tan particular, que si Dios o Naturaleza no hacen
al hombre poeta, poco aprovecha enseñarle con preceptos y reglas cómo ha de
metrificar. Y, así, dice: Caeterarum rerum studia, et
doctrina et praeceptis et arte constant; poeta natura ipsa valet et mentis
viribus excitatur, et quasi divino quadam spiritu afflatur. Pero en esto
no tiene razón Cicerón; porque realmente no hay ciencia ni arte inventada en la
república que, si el hombre se pone a estudiarla faltándole el ingenio, salga
con ella aunque trabaje en sus preceptos y reglas toda la vida; y si acierta
con la que pedía su habilidad natural, en dos días vemos que se halla enseñado.
Lo mesmo pasa en la poesía sin diferencia ninguna: que, si el que tiene
naturaleza acomodada para ella se da a componer versos, los hace con gran
perfección, y si no, para siempre es mal poeta.
Siendo esto así, ya me parece que es tiempo saber, por arte, qué diferencia
de ciencia a qué diferencia de ingenio le responde en particular, para que cada
uno entienda con distinción (sabida ya su naturaleza) para qué arte tiene
disposición natural.
Las artes y ciencias que se alcanzan con la memoria son las siguientes:
gramática, latín y cualquier otra lengua; la teórica de la jusrispericia;
teología positiva; cosmografía y aritmética.
Las que pertenecen al entendimiento son: teología escolástica; la teórica
de la medicina; la dialéctica; la filosofía natural y moral; la práctica de la
jusrispericia que llaman abogacía.
De la buena imaginativa nacen todas las artes y ciencias que consisten en
figura, correspondencia, armonía y proporción. Estas son: poesía, elocuencia,
música, saber predicar, la práctica de la medicina, matemáticas, astrología,
gobernar una república, el arte militar; pintar, trazar, escrebir, leer, ser un
hombre gracioso, apodador, polido, agudo in agilibus,
y todos los ingenios y maquinamientos que fingen los artífices; y también una
gracia de la cual se admira el vulgo, que es dictar a cuatro escribientes
juntos materias diversas, y salir todas muy bien ordenadas.
De todo esto no podemos hacer evidente demostración, ni probar cada cosa
por sí, porque sería nunca acabar. Pero echando la cuenta en tres o cuatro
ciencias, en las demás correrá la mesma razón.
En el catálogo de las ciencias que dijimos pertenecer a la memoria,
pusimos la lengua latina y las demás que hablan todas las naciones del mundo.
Lo cual ningún hombre sabio puede negar; porque las lenguas fue una invención
que los hombres buscaron para poder entre sí comunicarse y explicar los unos a
los otros sus conceptos, sin haber en ello más misterio ni principios naturales
de haberse juntado los primeros inventores, y a buen pláceme, como dice Aristóteles,
fingir los vocablos y dar a cada uno su significación. Resultó de allí tanto
número dellos y tantas maneras de hablar tan sin cuenta ni razón, que, si no es
tiniendo el hombre buena memoria, con ninguna otra potencia es imposible
poderse comprender.
Cuán impertinente sea la imaginativa, y el entendimiento, para aprender
lenguas y maneras de hablar, pruébalo claramente la niñez, que, con ser la edad
en la cual el hombre está más falto de estas dos potencias, con todo eso dice
Aristóteles que los niños aprenden mejor cualquiera lengua que los hombres
mayores, aunque son más racionales. Y sin que lo diga nadie, nos lo muestra
claramente la experiencia, pues vemos que si a Castilla viene a vivir un
vizcaíno de treinta o cuarenta años, jamás aprende el romance, y si es
muchacho, en dos o tres años parece nacido en Toledo. Lo mesmo acontece en la
lengua latina y en todas las demás del mundo, porque todos los lenguajes tienen
la mesma razón. Luego, si en la edad que más reina la memoria y menos hay de
entendimiento y de imaginación, se aprenden mejor las lenguas que cuando hay
falta de memoria y sobra de entendimiento, cierto es que con la memoria se
adquieren y no con otra potencia ninguna.
Las lenguas, dice Aristóteles que no se pueden sacar por razón, ni consisten
en discurso ni raciocinio; y así es necesario oír a otro el vocablo y la
significación que tiene, y guardarlo en la memoria. Y con esto prueba que si el
hombre nace sordo, necesariamente ha de ser mudo, por no poder oír a otro el
articulación de los nombres ni la significación que los inventores les dieron.
De ser las lenguas un plácito y antojo de los hombres, y no más, se
infiere claramente que en todas se pueden enseñar las ciencias, y en cualquiera
se dice y declara lo que la otra quiso sentir. Y, así, ninguno de los graves
autores fue a buscar lengua extranjera para dar a entender sus conceptos; antes
los griegos escribieron en griego, los romanos en latín, los hebreos en
hebraico, y los moros en arábigo; y así hago yo en mi español, por saber mejor
esta lengua que otra ninguna. Los romanos, como señores del mundo, viendo que
era necesario haber una lengua común con que todas las naciones se pudiesen
comunicar, y ellos oír y entender a los que venían a pedir justicia y cosas
tocantes a su gobernación, mandaron que hubiese escuela, en todos los lugares
de su imperio, en la cual se enseñase la lengua latina; y así ha durado hasta
el día de hoy.
La teología escolástica es cierto que pertenece al entendimiento, supuesto
que las obras de esta potencia son distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y
eligir; porque ninguna cosa se hace en esta facultad que no sea dudar por
inconvenientes, responder con distinción, y contra la respuesta inferir lo que
en buena consecuencia se colige, y tornar a responder hasta que se sosiegue el
entendimiento.
Pero la mayor probación que en este punto se puede hacer es dar a entender
con cuánta dificultad se junta la lengua latina con la teología escolástica, y
cómo, de ordinario, no acontesce ser uno juntamente gran latino y profundo
escolástico. Del cual efecto admirados algunos curiosos que han dado ya en
ello, procuraron buscar la razón y causa de donde podía nacer; y hallaron por
su cuenta que como la teología escolástica está escrita en lengua llana y común
y los grandes latinos tienen hecho el oído al sabroso y elegante estilo de
Cicerón, no se pueden acomodar a ella. Bien les estuviera a los latinos ser
ésta la causa; porque forzando el oído con el uso, tuviera remedio su
enfermedad. Pero hablando de veras, antes es dolor de cabeza, que mal de oído.
Los que son grandes latinos tienen forzosamente gran memoria, porque de
otra manera no se pudieran señalar tanto en una lengua que no era suya. Y
porque grande y feliz memoria es como contraria del grande y subido
entendimiento en un sujeto, remítele y bájale de punto; y de aquí nace que el
que no tiene tan cabal y subido entendimiento (que es la potencia a quien
pertenece el distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y elegir) no alcanza
subido caudal de teología escolástica. El que no se concluyere con esta razón
lea a santo Tomás, Escoto, Durando y Cayetano, que son la prima de esta
facultad; y hallará grandes delicadezas en sus obras, dichas y escritas en muy
llano y común latín. Y no fue otra la causa sino que estos graves autores
tuvieron dende niños muy flaca memoria para aventajarse en la lengua latina;
pero venidos a la dialéctica, metafísica y teología escolástica, alcanzaron
todo lo que vemos por tener grande entendimiento.
De un teólogo escolástico sabré yo decir (y otros muchos que le conocieron
y trataron) que, con ser la prima en esta facultad, no solamente no decía
elegancias ni cláusulas rodadas al tono de Cicerón, pero leyendo en la cátedra
le notaban sus discípulos de muy poco y común latín. Y, así, le aconsejaron -como
hombres que ignoraban esta doctrina- que secretamente hurtase algunos ratos al
estudio de la teología escolástica y los emplease en leer a Cicerón. El cual,
conociendo que era consejo de buenos amigos, no solamente lo procuró remediar
en escondido, pero públicamente, en acabando de leer la materia De Trinitate o cómo el Verbo divino pudo encarnar,
entraba a oír una lección de latín. Y fue cosa digna de notar que, en mucho
tiempo que lo hizo así, no solamente no aprendió nada de nuevo, pero el latín
común que antes sabía casi lo vino a perder, por donde le fue forzado leer en
romance.
Preguntando Pío IV qué teólogos se habían señalado más en el Concilio
tridentino, le dijeron que un singular teólogo español, cuya resolución,
argumentos, respuestas y distinciones eran dignas de admiración. Y deseando el
Papa ver y conocer un hombre tan señalado, le envió a mandar que se viniese por
Roma y le diese cuenta de lo que en el Concilio había pasado. Al cual, puesto
en Roma, le hizo muchos favores; entre los cuales le mandó cubrir, y tomándolo
por la mano, lo llevó paseando hasta el castillo de Santángelo, y con muy
elegante latín le dio cuenta de ciertas obras que en él hacía para fortificarle
más, pidiéndole en algunas trazas su parecer. Y respondióle tan embarazadamente
por no saber latín, que el embajador de España (que a la sazón era Don Luis de
Requesens, Comendador mayor de Castilla) salió a favorecerle con su latín y
distraer al Papa a otra materia diferente. En fin, dijo el Papa a los de su
Cámara que no era posible saber tanta teología, como decían, un hombre que
entendía tan poco latín. Y si como le probó en esta lengua, que es obra de la
memoria, y en trazar y edificar, que pertenece a la buena imaginativa, le
tentara en cosas tocantes al entendimiento, le dijera divinas consideraciones.
En el catálogo de las ciencias que pertenecen a la imaginativa pusimos al
principio la poesía, y no acaso ni con falta de consideración, sino para dar a
entender cuán lejos están del entendimiento los que tienen mucha vena para
metrificar. Y, así, hallaremos que la mesma dificultad que la lengua latina
tiene en juntarse con la teología escolástica, ésta se halla (y mucho mayor sin
comparación) entre esta facultad y el arte de metrificar. Y es tan contraria
del entendimiento, que por la mesma razón que alguno se señalare notablemente
en ella, se puede despedir de todas las ciencias que pertenecen a esta
potencia; y también de la lengua latina por la contrariedad que la buena
imaginativa tiene con la mucha memoria.
La razón de lo primero no la alcanzó Aristóteles. Pero confirma mi
sentencia con una experiencia, diciendo: Marcus, civis
Syracusanus, poeta erat praestantior dum mente alionaretur, como si
dijera: «Marco siracusano era mejor poeta cuando salía fuera de juicio». Y es
la causa que la diferencia de imaginativa a quien pertenece la poesía, es la
que pide tres grados de calor; y esta calidad, tan intensa, hemos dicho atrás
que echa a perder totalmente el entendimiento. Y así lo notó el mesmo
Aristóteles; porque, templándose el Marco siracusano, dice que tenía mejor
entendimiento, pero que no acertaba a componer tan bien, por la falta del calor
con que obra esta diferencia de imaginativa. De la cual carecía Cicerón, cuando
quiriendo escrebir en verso los hechos heroicos de su consulado y el dichoso
nacimiento que Roma había tenido en haber sido por él gobernada, dijo así: O fortunatam natam me consule Romam! Y por no entender
Juvenal que a un hombre de tal ingenio como Cicerón era ciencia repugnante la
poesía, satíricamente le picó diciendo: «Si al tono de este verso tan malo
dijeras las filípicas contra Marco Antonio, no te costara la vida».
Peor atinó Platón cuando dijo que la poesía no era ciencia humana, sino
revelaciones divinas, porque, no estando los poetas fuera de sí, o llenos de
Dios, no podían componer ni decir cosa que tuviese primor. Y pruébalo con una
razón, diciendo que, estando el hombre en su libre juicio, no puede metrificar.
Pero Aristóteles lo reprende en decir que el arte de poesía no es habilidad
humana, sino revelaciones divinas, y admite que el hombre cuerdo y que está en
su libre juicio no puede ser poeta; y es la razón que donde hay mucho
entendimiento, forzosamente ha de haber falta de imaginativa, a quien pertenece
el arte de componer. De lo cual se puede hacer mayor demostración sabiendo que
después de haber Sócrates aprendido el arte poética con todos sus preceptos y
reglas, no pudo hacer un verso. Y por lo menos fue juzgado en el oráculo de
Apolo por el hombre más sabio del mundo.
Y, así, tengo por cosa llana que el muchacho que saliere con notable vena
para metrificar, y que con liviana consideración se le ofrecieren muchos
consonantes, que ordinariamente corre peligro en saber con eminencia la lengua
latina, la dialéctica, filosofía, medicina y teología escolástica, y las demás
artes y ciencias que pertenecen al entendimiento y memoria. Y así lo vemos por
experiencia: que si a un muchacho destos le damos que aprenda un nominativo de
memoria, no lo tomará en dos ni tres días; y si es un pliego de papel escrito
en metro para representar alguna comedia a dos vueltas que le dé se le fija en
la cabeza. Estos se pierden por leer en libros de caballerías, en Orlando, en
Boscán, en «Diana» de Montemayor y otros así; porque todas éstas son obras de
imaginativa. Pues ¿qué diremos del canto de órgano y de los maestros de
capilla, cuyo ingenio es ineptísimo para el latín y para todas las demás
ciencias que pertenecen al entendimiento y memoria? La mesma cuenta lleva el
tañer y todo género de música.
Por estos tres ejemplos que hemos traído, del latín, de la teología
escolástica y de la poesía, entenderemos que es verdadera esta doctrina y que
hemos hecho bien el repartimiento, aunque de las demás artes no hagamos
particular demostración.
El escrebir descubre también la imaginativa. Y, así, pocos hombres de
grande entendimiento vemos que hacen buena letra, de lo cual tengo yo notados
muchos ejemplos a este propósito. Especialmente conocí un teólogo doctísimo
que, corrido de ver cuán mala letra hacía, no osaba escrebir cartas a nadie ni
responder a las que le enviaban, hasta que determinó traer secretamente a su
casa un maestro que le enseñase alguna forma razonable, con que pudiese pasar.
Y trabajando muchos días en ello, fue tiempo tan perdido, que ninguna cosa aprovechó;
y, así, de aborrecido lo dejó, espantado el maestro que le enseñaba de ver un
hombre tan docto en su facultad y tan inhábil para escrebir. Pero yo que sé muy
cierto que el escrebir muy bien es obra de la imaginativa, lo tuve por efecto
natural. Y si alguno lo quisiere ver y notar, considere los estudiantes que
ganan de comer en las Universidades a trasladar papeles de buena letra; y
hallará que saben poca gramática, poca dialéctica y poca filosofía, y si
estudian medicina o teología no ahondan nada. Y, así, el muchacho que con la
pluma supiere dibujar un caballo muy bien sacado, y un hombre con buena figura,
y hiciere unos buenos lazos y rasgos, no hay que ponerle en ningún género de
letras, sino con un buen pintor que leg facilite su naturaleza con el arte.
El leer bien y con facilidad descubre también una especie de imaginativa.
Y si es cosa muy notable, no hay que gastar el tiempo en letras, sino hacerle
que gane su vida a leer procesos. En esto hay una cosa digna de notar; y es que
la diferencia de imaginativa que hace a los hombres graciosos, decidores y
apodadores es contraria de la que ha menester el hombre para leer con
facilidad. Y, así, ninguno que sea muy donoso puede aprender a leer si no es
tropezando y mintiendo.
El saber jugar a la primera, y hacer envites falsos y verdaderos, y el querer
y no querer a su tiempo, y por conjeturas conocer el punto de su
contrario, y saberse descartar es obra que pertenece a la imaginativa. Lo mesmo
es el juego de los cientos; y el trunfo, aunque no tanto como la primera de
Alemania. Y no solamente hace prueba y demostración de esta diferencia de
ingenio, pero aun descubre todas las virtudes y vicios del hombre, porque cada
momento se ofrecen en este juego ocasiones en las cuales da el hombre muestra
de lo que también haría en otras cosas mayores viéndose en ellas.
El juego del ajedrez es una de las cosas que más descubren la imaginativa,
por donde el que alcanzare delicadas tretas y diez o doce lances juntos en el
tablero corre peligro en las ciencias que pertenecen al entendimiento y memoria
(si no es que hace junta de dos o tres potencias, como ya lo habemos notado).
La cual doctrina si alcanzara un teólogo escolástico doctísimo que yo conocí,
cayera en la cuenta de una cosa que dudaba. Este jugaba con un criado suyo
muchas veces; y, perdiendo, le decía de corrido: «¿Qué es esto, Fulano, que ni
sabéis latín ni dialéctica ni teología, aunque lo habéis estudiado, y me ganáis
vos a mí, estando lleno de Escoto y de santo Tomás? ¿Es posible que vos tenéis
mejor ingenio que yo? No puedo creer verdaderamente sino que el diablo os
revela a vos estas tretas». Y era el misterio que el amo tenía grande
entendimiento, con el cual alcanzaba las delicadeces de Escoto y de santo
Tomás, y era falto de aquella diferencia de imaginativa con que se juega al
ajedrez; y el mozo era de ruin entendimiento y memoria, y muy delicada
imaginativa.
Los estudiantes que tienen los libros compuestos, el aposento bien
aderezado y barrido, cada cosa en su lugar y en su clavo colgada, tienen cierta
diferencia de imaginativa muy contraria del entendimiento y memoria. El mesmo
ingenio alcanzan los hombres polidos, bien aseados, y andan a buscar los
pelillos de la ropa y se ofenden con las rugas del vestido. Esto cierto es que
nace de la imaginativa; porque si un hombre no sabía metrificar y era
desaliñado, si por ventura se enamora, dice Platón que luego se hace poeta y
muy aseado y limpio; porque el amor calienta y deseca el celebro, que son las
calidades que avivan la imaginativa. Lo mesmo nota Juvenal que hace la
indignación, que es pasión también que calienta el celebro: si natura negat, facit indignatio versum.
Los graciosos, decidores, apodadores y que saben dar una matraca, tienen
cierta diferencia de imaginativa muy contraria del entendimiento y memoria. Y,
así, jamás salen con la gramática, dialéctica, teología escolástica, medicina
ni leyes; pues que sí son agudos in agilibus,
mañosos para cualquiera cosa que toman a hacer, prestos en hablar y responder a
propósito. Éstos son proprios para servir en palacio, para solicitadores,
procuradores de causas, para mercaderes y tratantes, para comprar y vender,
pero no para letras. Con éstos, se engaña mucho la gente vulgar viéndolos tan
mañosos para todas las cosas; y, así, les parece que si se dieran a letras
salieran grandes hombres; y realmente no hay ingenio para ellas más repugnante.
Los muchachos que se tardaren mucho en hablar tienen humidad demasiada en
la lengua y también en el celebro; la cual gastada con el discurso del tiempo,
vienen después elocuentísimos y muy habladores por la grande memoria que se les
hace moderándose la humidad. Lo cual sabemos de atrás que le aconteció a aquel
famoso orador Demóstenes, de quien dijimos que se había espantado Cicerón por
la rudeza que de muchacho tenía en hablar y, de grande ser tan elocuente.
También los muchachos que tienen buena voz y gorjean mucho de garganta son
ineptísimos para todas las ciencias; y es la razón que son fríos y húmidos, las
cuales dos calidades, estando juntas, dijimos atrás que echan a perder la parte
racional. Los estudiantes que sacaren la lición puntualmente como la dice el
maestro y así la refieren, es indicio de buena memoria, pero el entendimiento
lo ha de pagar.
Algunos problemas y dudas se ofrecen en esta doctrina, la respuesta de los
cuales por ventura dará más luz para entender que es verdad lo que decimos.
El primero es: ¿de dónde nace que los grandes latinos son más arrogantes y
presuntuosos en saber que los hombres muy doctos en aquel género de letras que
pertenecen al entendimiento? En tanto que, para dar a entender el refrán qué
cosa es gramático, dice de esta manera: grammaticus ipsa
arrogantia est; como si dijera: «el gramático no es otra cosa sino la
mesma arrogancia».
El segundo es: ¿en qué va ser la lengua latina tan repugnante al ingenio
de los españoles y tan natural a los franceses, italianos, alemanes, ingleses y
a los demás que habitan el Septentrión? Como parece por sus obras: que por el
buen latín conocemos ya que es extranjero el autor, y por el bárbaro y mal
rodado sacamos que es español.
El tercero es: ¿cómo las cosas que dicen y escriben en lengua latina
suenan mejor, abultan más y tienen mayor elegancia que en otra cualquier lengua
por buena que sea, habiendo dicho atrás que todas las lenguas no es más que un
antojo y plácito de aquellos que las inventaron, sin tener fundamento en
naturaleza?
La cuarta duda es: ¿de qué manera se compadece que, estando escritas en
latín todas las ciencias que pertenecen al entendimiento y que las pueden
estudiar y leer en los libros aquellos que son faltos de memoria, siéndoles por
esta razón repugnante la lengua latina?
Al primer problema se responde que, para conocer si un hombre es falto de
entendimiento, no hay más cierta señal que verle altivo, hinchado, presuntuoso,
amigo de honra, puntuoso y lleno de cirimonias. Y es la razón que todas éstas
son obras de una diferencia de imaginativa que no pide más que un grado de
calor, con el cual bien se compadece la mucha humidad que pide la memoria, por
no tener fuerza para la resolver. Por el contrario, es indicio infalible que,
siendo un hombre naturalmente humilde, menospreciado de sí y de sus cosas, y
que no solamente no se jacta ni alaba, pero se ofende con los loores que otros
le dan y se afrenta con los lugares y cirimonias honrosas, bien lo pueden
señalar por hombre de grande entendimiento y poca imaginativa y memoria. (Dije naturalmente
humilde: porque, si lo es con artificio, no es cierta señal). De aquí es
que, como los gramáticos son hombres de gran memoria y hacen junta con aquella
diferencia de imaginativa, forzosamente son faltos de entendimiento y tales
cuales dice el refrán.
Al segundo problema se responde que, buscando Galeno el ingenio de los
hombres por el temperamento de la región que habitan, dice que los que moran
debajo el Septentrión todos son faltos de entendimiento; y los que están
sitiados entre el Septentrión y la tórrida zona son prudentísimos. La cual
postura responde puntualmente a nuestra región, y es cierto así. Porque España,
ni es tan fría como los lugares del Norte, ni tan caliente como la tórrida
zona. La mesma sentencia trae Aristóteles preguntando por qué los que habitan
tierras muy frías son de menos entendimiento que los que nacen en las más
calientes; y en la respuesta trata muy mal a los flamencos, alemanes, ingleses
y franceses, diciendo que su ingenio es como el de los borrachos, por la cual
razón no puede inquirir ni saber la naturaleza de las cosas. Y la causa de esto
es la mucha humidad que tienen en el celebro y en las demás partes del cuerpo;
y así lo muestran la blancura del rostro y el color dorado del cabello, y que
por maravilla se halla un alemán que sea calvo; y con esto, todos son crecidos
y de larga estatura, por la mucha humidad, que hace dilatables las carnes. Todo
lo cual se hace al revés en los españoles: son un poco morenos, el cabello
negro, medianos de cuerpo, y los más los vemos calvos; la cual disposición dice
Galeno que nace de estar caliente y seco el celebro. Y si esto es verdad,
forzosamente han de tener ruin memoria y grande entendimiento; y los alemanes,
grande memoria y poco entendimiento. Y, así, los unos no pueden saber latín, y
los otros lo aprenden con facilidad. La razón que trae Aristóteles para probar
el poco entendimiento de los que habitan debajo de Septentrión es que la mucha
frialdad de la región revoca el calor natural adentro por antiparistasis, y no
le deja disipar. Y, así, tiene mucha humidad y calor, por donde juntan gran
memoria para las lenguas, y buena imaginativa, con la cual hacen relojes, suben
el agua a Toledo, fingen maquinamientos y obras de mucho ingenio, las cuales no
pueden fabricar los españoles por ser faltos de imaginativa. Pero metidos en
dialéctica, filosofía, teología escolástica, medicina y leyes, más delicadezas
dice un ingenio español en sus términos bárbaros, que un extranjero sin
comparación, porque sacados éstos de la elegancia y policía con que lo
escriben, no dicen cosa que tenga invención ni primor. En comprobación de esta
doctrina, dice Galeno in Scithiis, unus vir factus est
philosophus: Athenis autem multi tales; como si dijera: «en Escitia (que
es una provincia que está debajo el Septentrión) por maravilla sale un hombre
filósofo, y en Atenas todos nacen prudentes y sabios». Pero aunque a estos
septentrionales les repugna la filosofía y las demás ciencias que hemos dicho,
viéneles muy bien las matemáticas y astrología, por tener buena imaginativa.
La respuesta del tercer problema depende de una cuestión que hay entre
Platón y Aristóteles muy celebrada. El uno dice que hay nombres proprios que
naturalmente significan las cosas y que es menester mucho ingenio para
hallarlos; la cual opinión favorece la divina Escritura diciendo que Adán ponía
a cada cosa de las que Dios le puso delante el proprio nombre que le convenía.
Pero Aristóteles no quiere conceder que haya, en ninguna lengua, nombre ni
manera de hablar que signifique naturalmente la cosa, porque todos los nombres
son fingidos y hechos al antojo y voluntad de los hombres. Y, así, parece por
experiencia que el vino tiene más de sesenta nombres y el pan otros tantos, en
cada lengua el suyo, y de ninguno se puede afirmar que es el natural y
conviniente, porque de él usarían todos los hombres del mundo. Pero con todo
eso, la sentencia de Platón es más verdadera. Porque puesto caso que los
primeros inventores fingieron los vocablos a su plácito y voluntad, pero fue un
antojo racional, comunicado con el oído, con la naturaleza de la cosa, con la
gracia y donaire en el pronunciar, no haciendo los vocablos cortos ni largos,
ni fuese menester mostrar fealdad en la boca al tiempo de pronunciar, asentando
el acento en su conveniente lugar, y guardando otras condiciones que ha de
tener la lengua para ser elegante y no bárbara. Desta opinión de Platón fue un
caballero español cuyo entretenimiento era escrebir libros de caballerías,
porque tenía cierta diferencia de imaginativa que convida al hombre a ficciones
y mentiras. Deste se cuenta que, introduciendo en sus obras un gigante furioso,
anduvo muchos días imaginando un hombre que respondiese enteramente a su
bravosidad; y jamás lo pudo encontrar hasta que, jugando un día a los naipes en
casa de un amigo suyo, oyó decir al señor de la posada: «Hola, muchacho, tra
qui tantos a esta mesa». El caballero, como oyó este nombre traquitantos,
luego le hizo buena consonancia en los oídos, y sin más aguardar se levantó
diciendo: «Señores, yo no juego más, porque ha muchos días que ando buscando un
nombre que cuadrase con un gigante furioso que introduzgo en esos borrones que
compongo y no lo he podido hallar hasta que vine a esta casa donde siempre
recibo toda merced». La curiosidad de este caballero en llamar al gigante Traquitantos
tuvieron los primeros inventores de la lengua latina, y así hallaron un
lenguaje de tan buena consonancia a los oídos. Por donde no hay que espantar
que las cosas que se dicen y escriben en latín suenan tan bien, y en las demás
lenguas tan mal, por haber sido bárbaros sus primeros inventores.
La postrera me fue forzado ponerla por satisfacer a muchos que han dado en
ella, siendo muy fácil la solución. Porque los que tienen grande entendimiento
no están totalmente privados de memoria; que, a no la tener, era imposible
discurrir el entendimiento ni raciocinar, porque esta potencia es la que tiene
la materia y los fantasmas sobre que se ha de especular. Pero por ser remisa,
de tres grados de perfección que se pueden alcanzar en la lengua latina (que
son entenderla, escrebirla y hablarla bien), no puede pasar del primero, si no
es mal y tropezando.
Donde se prueba que la
elocuencia y policía en hablar no puede estar en los hombres de grande
entendimiento
Una de las
gracias por donde más se persuade el vulgo a pensar que un hombre es muy sabio
y prudente es oírle hablar con grande elocuencia: tener ornamento en el decir,
copia de vocablos dulces y sabrosos, traer muchos ejemplos acomodados al
propósito que son menester. Y, realmente, nace de una junta que hace la memoria
con la imaginativa en grado y medio de calor, el cual no puede resolver la
humidad del celebro y sirve de levantar las figuras y hacerlas bullir, por
donde se descubren muchos conceptos y cosas que decir.
En esta junta es imposible hallarse el entendimiento, porque ya hemos
dicho y probado atrás que esta potencia abomina grandemente el calor, y la
humidad no la puede sufrir. La cual doctrina si alcanzaran los atenienses, no
se espantaran tanto de ver un hombre tan sabio como Sócrates y que no supiese
hablar; del cual decían los que entendían lo mucho que sabía que sus palabras y
sentencias eran como unas cajas de madera tosca y sin cepillar por defuera,
pero, abiertas, había dentro en ellas dibujos y pinturas dignas de admiración.
En la mesma ignorancia han estado los que, quiriendo dar razón y causa de
la oscuridad y mal estilo de Aristóteles, dijeron que de industria, y por
querer que sus obras tuviesen autoridad, escribió en jirigonza y con tal mal
ornamento de palabras y maneras de hablar. Y si consideramos también el
proceder tan duro de Platón y la brevedad con que escribe, la oscuridad de sus
razones, la mala colocación de las partes de la oración, hallaremos que no es
otra la causa.
¡Pues qué si leemos las obras de Hipócrates, los hurtos que hace de
nombres y verbos, el mal asiento de sus dichos y sentencias, la mala trabazón
de sus razones, lo poco que se le ofrece que decir para llenar los vacíos de su
doctrina! ¿Qué más sino que, quiriendo dar muy larga cuenta a Damageto, su
amigo, de cómo Artajerjes, rey de los persas, lo envió a llamar prometiéndole
todo el oro y la plata que él quisiese y que le contaría entre los grandes de
su reino (habiendo sobre esto muchas demandas y respuestas), dijo así: Persarum rex nos accersivit, ignarus quod apud me maior est
sapientiae ratio quam auri. Vale; como si dijera: «el rey de los persas
me envió a llamar, no sabiendo que yo estimo más la sabiduría que el oro». La
cual materia si tomara entre manos Erasmo, o cualquier otro hombre de buena
imaginativa y memoria como él, era poco para dilatarla una mano de papel.
¿Pero quién se atreviera a ejemplificar esta doctrina en el ingenio
natural de san Pablo y afirmar que era hombre de grande entendimiento y poca
memoria, y que no podía (con sus fuerzas) saber lenguas ni hablar en ellas con
ornamento y policía, si él no dijera así: nihil me minus
feccisse a magnis apostolis existimo, nam etsi imperitus sum sermone, sed non
scientia; como si dijera: «yo bien confieso que no sé hablar, pero en
ciencia y saber ningún apóstol de los grandes me hace ventaja». La cual
diferencia de ingenio era tan apropriada para la publicación del Evangelio, que
ninguna otra se podía elegir mejor. Porque ser el publicador elocuente y tener
mucho ornamento de palabras no convenía, atento que la fuerza de los oradores
de aquel tiempo se descubría en que hacían entender al auditorio las cosas
falsas por verdaderas; y lo que el vulgo tenía recebido por bueno y provechoso,
usando ellos de los preceptos de su arte, persuadían lo contrario, y defendían
que era mejor ser pobre que rico, y estar enfermo que sano, y ser necio que
sabio; y otras cosas que manifiestamente eran contra la vulgar opinión. Por la
cual razón los llamaban los hebreos gevañin, que quiere decir engañadores.
Lo mesmo le pareció a Catón el Mayor, y tuvo por peligrosa la estada de éstos
en Roma, viendo que las fuerzas del imperio romano estaban fundadas en las
armas, y éstos comenzaban ya a persuadir que era bien que la juventud romana
las dejase y se diese a este género de sabiduría; y así, con brevedad los mandó
luego desterrar de Roma y que no estuviesen más en ella.
Pues si Dios buscara un predicador elocuente y con ornamento en el decir,
y entrara en Atenas o en Roma afirmando que en Jerusalén habían crucificado los
judíos a un hombre que era Dios verdadero, y que había muerto de su propia y
agradable voluntad por redimir los pecadores, y que resucitó al tercero día, y
que subió a los cielos donde ahora está ¿qué había de pensar el auditorio sino
que este tema era alguna estulticia y vanidad de aquellas que los oradores
suelen persuadir con la fuerza de su arte? Por tanto, dijo san Pablo: non enim misit me Chtistus baptizare, sed evangelizare; non in
sapientia verbi, ut non evacuetur crux Christi; como si dijera: «no me
envió Cristo a baptizar sino a predicar, y no con oratoria, porque no pensase
el auditorio que la cruz de Cristo era alguna vanidad de las que suelen
persuadir los oradores». El ingenio de san Pablo era apropriado para este
ministerio; porque tenía grande entendimiento para defender y probar, en las
sinagogas y en la gentilidad, que Jesucristo era el Mesías prometido en la ley,
y que no había que esperar otro ninguno. Y, con esto, era de poca memoria; por
donde no pudo saber hablar con ornamento de palabras dulces y sabrosas. Y esto
era lo que la publicación del Evangelio había menester.
Por esto no quiero decir que san Pablo no tuviese don de lenguas, sino que
en todas hablaba de la manera que en la suya. Ni tampoco tengo entendido que,
para defender el nombre de Cristo, bastaban las fuerzas de su grande
entendimiento, si no estuviera de por medio la gracia y auxilio particular que
Dios para ello le dio. Sólo quiero sentir que los dones sobrenaturales obran
mejor cayendo sobre buena naturaleza, que si el hombre fuese de suyo torpe y
nescio. A esto alude aquella doctrina de san Jerónimo, que trae en el proemio que
hace sobre Isaías y Jeremías, preguntando qué es la causa que siendo el mesmo
Espíritu Santo el que hablaba por la boca de Jeremías e Isaías, el uno proponga
las cosas que escribe con tanta elegancia, y Jeremías apenas sabe hablar. A la
cual duda responde que el Espíritu Santo se acomoda a la manera natural que
tiene de proceder cada profeta, sin variarles la gracia su naturaleza ni
enseñarles el lenguaje con que han de publicar la profecía. Y, así, es de saber
que Isaías era un caballero ilustre, criado en corte y en la ciudad de
Jerusalén, por la cual razón tenía ornamento y policía en el hablar; pero
jeremías era nacido y criado en una aldea de Jerusalén que se llamaba
Anatotites, basto y rudo en el proceder como aldeano; y de este mesmo estilo se
aprovechó el Espíritu Santo en la profecía que le comunicó. Lo mesmo se ha de
decir de las epístolas de san Pablo: que el Espíritu Santo presidía en él
cuando las escribió, para que no pudiese errar; pero el lenguaje y manera de
hablar era el natural de san Pablo, acomodado y proprio a la doctrina que
escrebía, porque la verdad y la teología escolástica aborrecen la muchedumbre
de palabras.
Con la teología positiva muy bien se junta pericia de lenguas y el
ornamento y policía en hablar. Porque esta facultad pertenece a la memoria y no
es más que un montón de dichos y sentencias católicas tomadas de los doctores
sagrados y de la divina Escritura, y guardadas en esta potencia; como lo hace
un gramático con las flores de los poetas Virgilio, Horacio, Terencio y de los
demás autores latinos que lee, el cual, conociendo la ocasión de recitarlos,
sale luego con un pedazo de Cicerón o de Quintiliano, con que muestra al
auditorio su erudición. Los que alcanzan esta junta de imaginativa con memoria,
y trabajan en recoger el grano de todo lo que ya está dicho y escrito en su
facultad, y lo traen en conveniente ocasión con grande ornamento de palabras y
graciosas maneras de hablar, es tanto lo inventado en todas las ciencias, que
parece a los que ignoran esta doctrina que es grande su profundidad. Y
realmente son muy someros, porque llegándolos a tentar en los fundamentos de
aquello que dicen y afirman, descubren la falta que tienen. Y es la causa que
con tanta copia de decir y con tanto ornamento de palabras no se puede juntar
el entendimiento, a quien pertenece saber de raíz la verdad. Destos
dijo la divina Escritura: ubi verba sunt plurima, ibi
frequenter egestas; como si dijera: «el hombre que tiene muchas
palabras, ordinariamente es falto de entendimiento y prudencia».
Los que alcanzan esta junta de imaginativa y memoria entran con grande
ánimo a interpretar la divina Escritura, pareciéndoles que por saber mucho
hebreo, mucho griego y latín, tienen el camino andado para sacar el espíritu
verdadero de la letra. Y realmente van perdidos: lo uno, porque los vocablos
del texto divino y sus maneras de hablar tienen otras muchas significaciones
fuera de las que supo Cicerón en latín; lo otro, que a los tales les falta el
entendimiento, que es la potencia que averigua si un espíritu es católico o
depravado. Ésta es la que puede elegir (con la gracia sobrenatural), de dos o
tres sentidos que salen de una letra, el que es más verdadero y católico.
Los engaños dice Platón que nunca acontescen en las cosas disímiles y muy
diferentes, sino cuando ocurren muchas que tienen gran similitud. Porque si a
una vista perspicaz le pusiésemos delante un poco de sal, azúcar, harina y cal,
todo molido y cernido y cada cosa por sí ¿qué haría un hombre que careciese de
gusto si con los ojos hubiese de conocer cada polvo de éstos sin errar,
diciendo «esto es sal», «esto, azúcar», «esto, harina» y «esto, cal»? Yo no
dudo sino que se engañaría, por la gran similitud que entre sí tienen estas
cosas. Pero si el un montón fuese de trigo, otro de cebada, otro de paja, otro
de tierra y otro de piedra, cierto es que no se engañaría en poner nombre a
cada montón aunque tuviese poca vista, por ser cada uno de tan varia figura. Lo
mesmo vemos que acontesce cada día en los sentidos y espíritus que dan los
teólogos a la divina Escritura: que mirados dos o tres, a la primera muestra
todos tienen apariencia de católicos y que consuenan bien con la letra, y
realmente no lo son ni quiso el Espíritu Santo decir aquello.
Para elegir de estos sentidos el mejor y reprobar el malo, es cierto que
no se aprovecha el teólogo de la memoria ni de la imaginativa, sino del
entendimiento. Y, así, digo que el teólogo positivo ha de consultar al
escolástico y pedirle que, de aquellos sentidos, le elija el que le pareciere
mejor, si no quiere amanecer en la Inquisición. Por esta causa los herejes
aborrecen tanto la teología escolástica y procuran desterrarla del mundo,
porque distinguiendo, infiriendo, raciocinando y juzgando se viene a saber la
verdad y descubrir la mentira.
Donde se prueba que la
teórica de la teología pertenece al entendimiento y el predicar, que es su
práctica, a la imaginativa
Problema es muy
preguntado (no solamente de la gente docta y sabia, pero aun los hombres
vulgares han caído ya en la cuenta y lo ponen cada día en cuestión) qué sea la
razón y causa que en siendo un teólogo grande hombre de escuelas, en disputar
agudo, en responder fácil, en escrebir y leer de admirable doctrina, y subido
en un púlpito no sabe predicar; y por lo contrario, en saliendo galano
predicador, elocuente, gracioso y que se lleva la gente tras sí, por maravilla
sabe mucha teología escolástica. Por donde no admiten por buena consecuencia:
«Fulano es gran teólogo escolástico, luego será gran predicador»; ni quieren
conceder al revés: «Es gran predicador, luego sabe mucha teología escolástica»;
porque, para deshacer la una consecuencia y la otra, se le ofrecerán a
cualquiera más instancias que cabellos tenga en la cabeza.
Ninguno hasta ahora ha podido responder a esta pregunta más de lo
ordinario, que es atribuirlo todo a Dios y a la distribución de sus gracias. Y
paréceme muy bien, ya que no saben la causa más en particular. La respuesta de
esta duda en alguna manera la dejamos dada en el capítulo pasado, pero no tan
en particular como conviene; y fue que la teología escolástica pertenece al
entendimiento. Ahora decimos y queremos probar que el predicar (que es su
práctica) es obra de la imaginativa; y así como es dificultoso juntar en un
mesmo celebro grande entendimiento y mucha imaginativa, de la mesma manera no
se puede compadecer que uno sea gran teólogo escolástico y famoso predicador. Y
que la teología escolástica sea obra del entendimiento ya lo dejamos demostrado
atrás, probando la repugnancia que tenía con la lengua latina; por donde no
será necesario volver a ello otra vez. Sólo quiero dar a entender que la gracia
y donaire que tienen los buenos predicadores, con la cual atraen a sí el
auditorio y lo tienen contento y suspenso, todo es obra de la imaginativa, y
parte de ello de la buena memoria.
Y para que mejor me pueda explicar y hacerlo tocar con la mano, es
menester suponer primero que el hombre es animal racional, sociable y político;
y porque su naturaleza se habilitase más con el arte, inventaron los filósofos
antiguos la dialéctica, para enseñarle como había de raciocinar, con
qué preceptos y reglas, cómo había de difinir las naturalezas de las cosas,
distinguir, dividir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir, sin las cuales obras
es imposible ningún artífice poderse pasar. Y para poder ser sociable y
político, tenía necesidad de hablar y dar a entender a los demás hombres las
cosas que concebía en su ánimo; y porque no las explicase sin orden ni
concierto, inventaron otra arte que llaman retórica, la cual con sus
preceptos y reglas le hermosea su habla con polidos vocablos, con elegantes
maneras de decir, con afectos y colores graciosos.
Pero así como la dialéctica no enseña al hombre a discurrir y a raciocinar
en sola una ciencia, sino en todas sin distinción, de la mesma manera la
retórica muestra hablar en la teología, en la medicina, en la jurispericia, en
el arte militar y en todas las demás ciencias y conversaciones que tratan los
hombres. De suerte que si queremos fingir un perfecto dialéctico o consumado
orador, no se podría considerar sin que supiese todas las ciencias, porque
todas son de su jurisdicción, y en cualquiera de ellas sin distinción podría
ejercitar sus preceptos; no como la medicina, que tiene limitada la materia
sobre que ha de tratar; y la filosofía natural, moral, metafísica, astrología y
las demás. Y, por tanto, dijo Cicerón: oratorem, ubicumque
constiterit, constitere in suo; y en otra parte dice: in oratore perfecto inest omnis philosophorum scientia. Y
por esta causa dijo el memos Cicerón que no había artífice más dificultoso de
hallar, que un perfecto orador; y con más razón lo dijera si supiera la
repugnancia que había en juntar todas las ciencias en un particular.
Antiguamente se habían alzado con el nombre y oficio de orador los
jurisperitos, porque la perfección de la abogacía pedía el conocimiento y
pericia de todas las artes del mundo, a causa de que las leyes juzgan a todos
y, para saber la defensión que cada arte tiene por sí, era necesario tener
particular noticia de todas; y, así, dijo Cicerón: nemo
est in oratorum numero habendum qui non sit omnibus artibus perpolitus.
Pero viendo que era imposible aprender todas las ciencias, lo uno por la
brevedad de la vida, y lo otro por ser el ingenio del hombre tan limitado, lo
dejaron caer, contentándose en la necesidad con dar crédito a los peritos de
aquel arte que defienden, y no más.
Tras esta manera de defender las causas, sucedió luego. la doctrina
evangélica, la cual se podía persuadir con el arte de oratoria mejor que
cuantas ciencias hay en el mundo, por ser la más cierta y verdadera. Pero
Cristo nuestro redentor mandó a san Pablo que no la predicase in sapientia verbi, porque no pensasen las gentes que era
alguna mentira bien ordenada como aquellas que los oradores solían persuadir
con la fuerza de su arte. Pero ya recebida la fe, y de tantos años atrás, bien
se permite predicar con lugares retóricos y aprovecharse del bien decir y
hablar, por no haber ahora el inconveniente que cuando predicaba san Pablo;
antes vemos que hace más provecho el predicador que tiene las condiciones de
perfecto orador, y le sigue más gente, que el que no usa de ellas. Y es la
razón muy clara. Porque si los antiguos oradores hacían entender al pueblo las
cosas falsas por verdaderas, aprovechándose de sus preceptos y reglas, mejor se
convencerá el auditorio cristiano persuadiéndole con artificio aquello mesmo
que él tiene ya entendido y creído. Aliende que la divina Escritura es en
cierta manera todas las cosas, y para su verdadera interpretación son menester
todas las ciencias, conforme aquel dicho tan celebrado: missit
ancillas suas vocare ad arcem.
Esto no es menester encargarlo a los predicadores de nuestro tiempo, ni
avisarlos que lo pueden ya hacer, porque su estudio particular (fuera del
provecho que pretenden hacer con su doctrina) es buscar un buen tema a quien
puedan aplicar a propósito muchas sentencias galanas traídas de la divina
Escritura, de los sagrados doctores, de poetas, historiadores, médicos y
legistas, sin perdonar ciencia ninguna, hablando copiosamente, con elegancia y
dulces palabras; con todo lo cual dilatan y ensanchan el tema una hora, y dos
si es menester. Esto proprio dice Cicerón que profesaba el perfecto orador en
su tiempo: vis oratoris professioque ipsa bene dicendi hoc
suscipere ac polliceri videtur, ut omni de re quacumque sit proposita, ab eo
ornate copioseque dicatur.
Luego, si probáremos que las gracias y condiciones que ha de tener el
perfecto orador, todas pertenecen a la imaginativa y memoria, tenemos entendido
que el teólogo que las alcanzare será muy gran predicador; pero, metido en la
doctrina de santo Tomás y Escoto, sabrá muy poco de ella, por ser ciencia que
pertenece al entendimiento; de la cual potencia ha de tener por fuerza gran
remisión.
Qué cosas sean aquellas que pertenecen a la imaginativa y con qué señales
se han de conocer ya lo hemos dicho atrás, y ahora lo tornaremos a referir para
refrescar la memoria. Todo aquello que dijere buena figura, buen propósito y
encaje, todas son gracias de la imaginativa, como son los donaires, apodos,
motes y comparaciones.
Lo primero que ha de hacer el perfecto orador, tiniendo ya el tema en las
manos, es buscar argumentos y sentencias acomodadas con que dilatarle y
probarle; y no con cualesquiera palabras, sino con aquellas que hagan buena
consonancia en los oídos. Y, así, dijo Cicerón: oratorem
eum esse puto qui, et verbis ad audiendum iocundis, et sententiis accommodatis
ad probandum, uti possit. Esto cierto es que pertenece a la imaginativa,
pues hay en ello consonancia de palabras graciosas y buen propósito en las
sentencias.
La segunda gracia que no le ha de faltar al perfecto orador es tener mucha
invención o mucha lición. Porque si está obligado a dilatar y probar cualquier
tema que se le ofreciere con muchos dichos y sentencias traídas a propósito, ha
menester tener muy subida imaginativa, que sea como perro ventor que le busque
y traiga la caza a la mano; y, cuando faltare qué decir, lo finja como si
realmente fuera así. Por eso dijimos atrás que el calor era el instrumento con
que obraba la imaginativa, porque esta calidad levanta las figuras y las hace
bullir, por donde se descubre todo lo que hay que ver en ellas. Y, si no, hay
más que considerar: tiene fuerza la imaginativa, no solamente de componer una
figura posible con otra, pero aun las que son imposibles, según orden de
Naturaleza, las junta y de ellas vienen a hacer montes de oro y bueyes volando.
En lugar de la invención propria, se pueden aprovechar los oradores de la
mucha lección, ya que les falte la imaginativa; pero, en fin, lo que enseñan
los libros es caudal finito y limitado, y la propria invención es como la buena
fuente que siempre da agua fresca y de nuevo. Para retener lo leído es
necesario tener mucha memoria, y para recitarlo delante del auditorio con
facilidad no se puede hacer sin la mesma potencia; y, así, dijo Cicerón: is orator erit (mea quidem sententia), hoc tan gravi dignus
nomine, qui quaecumque res incideit quae sit dictione explicanda, prudenter,
copiose, ornate et memoriter dicat; como si dijera: «este orador será
digno de tan grave nombre, que pudiere orar sobre cualquier tema que se le
ofreciere, con prudencia (que es acomodarse bien al auditorio, al lugar, al
tiempo y ocasión), copiosamente, con ornato de palabras dulces y sabrosas, y recitadas
de memoria». La prudencia ya hemos dicho y probado atrás que pertenece a la
imaginativa; la copia de vocablos y sentencias, a la memoria; el ornamento y
atavío, a la imaginativa; y recitar tantas cosas sin tropezar ni repararse,
cierto es que se hace con la buena memoria.
A propósito de lo que dijo Cicerón, que el buen orador ha de hablar de
memoria y no por escrito, es de saber que el maestro Antonio de Librija había
venido ya a tanta falta de memoria, por la vejez, que leía por un papel la
lición de retórica a sus discípulos; y como era tan eminente en su facultad y
tenía su intención bien probada, no miraba nadie en ello. Pero lo que no se
pudo sufrir fue que, muriendo éste repentinamente de apoplejía, encomendó la
Universidad de Alcalá el sermón de sus obsequias a un famoso predicador, el
cual inventó y dispuso lo que habría de decir como mejor pudo. Pero fue el
tiempo tan breve, que no hubo lugar de tomarlo de memoria; y así se fue al
púlpito con el papel en la mano, y entró diciendo así: «Lo que este ilustre
varón acostumbraba hacer, leyendo a sus discípulos, eso mesmo traigo yo
determinado de hacer a su imitación, porque fue su muerte tan repentina y el
mandarme que yo predicase en sus obsequias tan acelerado, que no ha habido
lugar ni tiempo de estudiar lo que convenía decir, ni para recogerlo en la
memoria. Lo que yo he podido trabajar esta noche traigo escrito en este papel:
suplico a vuestras mercedes lo oigan con paciencia y me perdonen la poca
memoria». Pareció tan mal al auditorio esta manera de predicar por escrito y
con el papel en la mano, que todo fue sonreír y murmurar. Y, así, dijo muy bien
Cicerón que se había de orar de memoria y no por escrito. Este predicador,
realmente, no tenía propria invención: todo lo había de sacar de los libros y
para esto es menester mucho estudio y memoria. Pero los que toman de su cabeza
la invención, ni han menester estudiar, ni tiempo, ni memoria; porque todo se
lo hallan dicho y levantado. Estos predicarán a un auditorio toda la vida sin
encontrarse con lo que dijeron veinte años atrás; y los que carecen de
invención, en dos cuaresmas desfloran todos los libros de molde y acaban con
los cartapacios y papeles que tienen, y a la tercera es menester pasarse a
nuevo auditorio, so pena que les dirán: «éste ya predica como antaño».
La tercera propriedad que ha de tener el buen orador es saber disponer lo
inventado, asentando cada dicho y sentencia en su lugar, de manera que todo se
responda en proporción y lo uno a lo otro se llame. Y, así, dijo Cicerón: dispositio est ordo et distributio rerum quae demonstrat quid
quibus in locis collocandum sit; como si dijera: «la disposición no es
otra cosa más que el orden y concierto que se ha de tener en distribuir los
dichos y sentencias que se han de decir al auditorio, mostrando qué cosa en qué
lugar se ha de asentar para que, concertado con lo demás, resulte buena
figura». La cual gracia, cuando no es natural, suele dar mucho trabajo a los
predicadores, porque después de haber hallado en los libros muchas cosas que decir,
no fácilmente atinan todos al encaje conveniente de cada cosa. Esta propiedad
de ordenar y distribuir cierto es que es obra de la imaginativa, pues dice
figura y correspondencia.
La cuarta propriedad que han de tener los buenos oradores (y la más importante
de todas) es la acción, con la cual dan ser y ánima a las cosas que se dicen; y
con la mesma mueven al auditorio y lo enternecen a creer que es verdad lo que
les quieren persuadir. Y, así, dijo Cicerón: actio, quae
motu corporis, quae gestu, quae vultu, quae vocis confirmatione ac varietate
moderanda est; como si dijera: «la acción se ha de moderar haciendo los
meneos y gestos que el dicho requiere; alzando la voz y bajándola; enojándose,
y tornarse luego a apaciguar; unas veces hablar apriesa, otras a espacio; reñir
y halagar; menear el cuerpo a una parte y a otra; coger los brazos y
desplegarlos; reír y llorar; y dar una palmada en buena ocasión». Esta gracia
es tan importante en los predicadores, que con sola ella, sin tener invención
ni disposición, de cosas de poco momento y vulgares hacen un sermón que
espantan al auditorio, por tener acción, que en otro nombre se llama espíritu
o pronunciación.
En esto hay una cosa de notable, en la cual se descubre cuánto puede esta
gracia. Y es que los sermones que parecen bien por la mucha acción y espíritu,
puestos en el papel no valen nada ni se pueden leer; y es la causa que con la
pluma no es posible pintarse los meneos y gestos con los cuales parecieron bien
en el púlpito. Otros sermones parecen muy bien en el cartapacio, y, predicados,
no se pueden oír por no darles el acción que requieren sus pasos. Por donde
dijo Platón que el estilo del hablar es muy diferente del que pide el buen
escribir; y, así, vemos muchos hombres que hablan muy bien y notan mal una
carta, y otros, al revés, escriben muy bien y razonan muy mal. Todo lo cual se
ha de reducir a la acción; y la acción es cierto que es obra de la imaginativa,
porque todo cuanto hemos dicho de ella hace figura, correspondencia y buena
consonancia.
La quinta gracia es saber apodar y traer buenos ejemplos y comparaciones;
de la cual gusta mucho más el auditorio que de otra ninguna, porque con un buen
ejemplo entienden fácilmente la doctrina, y sin él todo se les pasa por alto.
Y, así, pregunta Aristóteles: cur homines, in orando,
exemplis et fabulis potius gaudent quam commentis? Como si preguntara:
«¿por qué los que oyen a los oradores se huelgan más con los ejemplos y fábulas
que traen para probar lo que quieren persuadir, que con los argumentos y
razones que hacen?». A lo cual responde que con los ejemplos y fábulas aprenden
los hombres mejor, por ser probación que pertenece al sentido; y no tan bien
con los argumentos y razones, por ser obra que quiere mucho entendimiento. Y
por eso Cristo nuestro redentor en sus sermones usaba de tantas parábolas y
comparaciones, porque con ellas daba a entender muchos secretos divinos. Esto
de fingir fábulas y comparaciones cierto es que se hace con la imaginativa,
porque es figura y dice buena correspondencia y similitud.
La sexta propriedad del buen orador es tener buen lenguaje, proprio y no
afectado, polidos vocablos, y muchas graciosas maneras de hablar, y no torpes;
de las cuales gracias hemos hablado muchas veces atrás, probando que parte de
ello pertenece a la imaginativa y parte a la buena memoria.
Lo séptimo que ha de tener el buen orador es lo que dice Cicerón: instructus voce; actione et lepore. La voz abultada y
sonora, apacible al auditorio; no áspera, ronca ni delgada. Y aunque es verdad
que esto nace del temperamento del pecho y garganta, y no de la imaginativa,
pero es cierto que del mesmo temperamento que nace la buena imaginativa, que es
calor, deste mesmo sale la buena voz. Y para el intento que llevamos conviene
mucho saber esto, porque los teólogos escolásticos, por ser de frío y seco
temperamento, no pueden tener buen órgano de voz, lo cual es gran falta para el
púlpito. Y así lo prueba Aristóteles, ejemplificando en los viejos por la
frialdad y sequedad: para la voz sonora y abultada, requiere mucho calor que
dilate los caminos, y humidad moderada que los enternezca y ablande. Y, así,
pregunta Aristóteles: cur omnes. qui natura sunt calidi
magnam vocem emittere solent? Como si preguntara: «¿qué es la razón que
los calientes todos tienen gran bulto de voz?». Y así lo vemos, por lo
contrario, en las mujeres y eunucos, los cuales, por la mucha frialdad de su
temperamento, dice Galeno que tienen la garganta y la voz muy delicada. De
manera que, cuando oyéremos alguna buena voz, sabremos ya decir que nace del
mucho calor y humidad del pecho; las cuales dos calidades, si allegan hasta el
celebro, echan a perder el entendimiento, y hacen buena memoria y buena
imaginativa, que son las dos potencias de quien se aprovechan los buenos
predicadores para contentar al auditorio.
La octava propriedad del buen orador dice Cicerón que es tener la lengua
suelta, céler y bien ejercitada; la cual gracia no puede caer en los hombres de
grande entendimiento, porque para ser presta es menester que tenga mucho calor
y moderada sequedad; y esto no puede acontecer en los melancólicos, así
naturales como por adustión. Pruébalo Aristóteles preguntando: quam ob causam qui lingua haesitant melancholico habitu
tenentur? Como si dijera: «¿qué es la causa que los que se detienen en
el hablar, todos son de complexión melancólicos?». Al cual problema responde
muy mal diciendo que los melancólicos tienen fuerte imaginativa, y la lengua no
puede ir hablando tan apriesa como ella le va dictando y así le hace tropezar y
caer. Y no es la causa; sino que los melancólicos abundan siempre de mucha agua
y saliva en la boca, por la cual disposición tienen la lengua húmida y muy
relajada; cosa que se echa de ver claramente considerando lo mucho que escupen.
Esta mesma razón dio Aristóteles preguntando: quae causa
est ut lingua haesitantes aliqui sint? Como si dijera: «¿de dónde
proviene que algunos se detengan en el hablar?». Y responde que éstos tienen la
lengua muy fría y húmida, las cuales dos calidades la entorpecen y ponen
paralítica, y así no puede seguir a la imaginativa. Para cuyo remedio dice que
es provechoso beber un poco de vino, o antes que vayan a razonar delante del
auditorio dar buenas voces; para que se caliente y deseque la lengua. Pero
también dice Aristóteles que el no acertar a hablar puede nacer de tener la
lengua mucho calor y sequedad; y pone ejemplo en los coléricos, los cuales,
enojados, no aciertan a hablar, y estando sin pasión y enojo, son muy
elocuentes; al revés de los hombres flemáticos, que estando en paz no aciertan
a hablar, y enojados dicen sentencias con mucha elocuencia.
La razón de esto está muy clara. Porque aunque es verdad que el calor
ayuda a la imaginativa, y también a la lengua, pero tanto puede ser que las
eche a perder: a la una para no acudirle dichos y sentencias agudas, ni la
lengua poder articular por la demasiada sequedad. Y, así, vemos que bebiendo un
poco de agua, habla el hombre mejor. Los coléricos, estando en paz, aciertan
muy bien a hablar por tener entonces el punto de calor que ha menester la lengua
y la buena imaginativa; pero, enojados, sube el calor más de lo que conviene y
desbarata la imaginativa. Los flemáticos, estando sin enojo, tienen muy frío y
húmido el celebro, por donde no se les ofrece qué decir, y la lengua está
relajada por la mucha humidad; pero enojados y puestos en cólera, sube de punto
el calor y levanta la imaginativa, por donde se les ofrece mucho que decir, y
no les estorba la lengua por haberse ya calentado. Éstos no tienen mucha vena
para metrificar por ser fríos de celebro; los cuales, enojados, hacen mejores
versos y con más facilidad contra aquellos que los han irritado; y a este
propósito dijo Juvenal: si natura negat, facit indignatio
versum.
Por esta falta de lengua, no pueden los hombres de grande entendimiento
ser buenos oradores ni predicadores; y en especial que la acción pide algunas
veces hablar alto y otras bajo, y los que son trabados de lengua no pueden orar
sino a voces y gritos; y es una de las cosas que más cansa el auditorio. Y,
así, pregunta Aristóteles: cur homines lingua haesitantes
loqui nequeant voce sumissa? Como si dijera: «¿por qué los hombres que
se detienen en el hablar dan siempre grandes voces y no pueden hablar quedo?».
Al cual problema responde muy bien diciendo que la lengua que está trabada en los
paladares por la mucha humidad mejor se despega con ímpetu que poniendo pocas
fuerzas. Es como el que quiere levantar una lanza muy verde tomada por la
punta, que mejor la alza de un golpe y con ímpetu, que llevándola poco a poco.
Bastantemente me parece haber probado que las buenas propriedades
naturales que ha de tener el perfecto orador nacen, las más, de la buena
imaginativa, y algunas de la memoria. Y si es verdad que los buenos
predicadores de nuestros tiempos contentan al auditorio por tener las mesmas
gracias, muy bien se sigue que el que fuere gran predicador sabrá poca teología
escolástica, y el grande escolástico no sabrá predicar, por la contrariedad que
el entendimiento tiene con la imaginativa y memoria.
Bien veía Aristóteles por experiencia que aunque el orador aprendía
filosofía natural y moral, medicina, metafísica, jurispericia, matemáticas,
astrología y todas las demás artes y ciencias, que de todas no sabía más que
las flores y sentencias averiguadas, sin entender de raíz la razón y causa de
ninguna. Pero él pensaba que no saber la teórica ni el propter
quid de las cosas nacía de no haberse dado a ello. Y, así, pregunta: cur hominem philosophum differe ab oratore putamus? Como
si dijera: «¿en qué pensamos que difiere el filósofo del orador, pues ambos
estudian filosofía?». Al cual problema responde que el filósofo pone todo su
estudio en saber la razón y causa de cualquier efecto, y el orador en conocer
el efecto y no más. Y realmente no es otra la causa sino que la filosofía
natural pertenece al entendimiento, de la cual potencia carecen los oradores, y
así no podían saber de la filosofía más que la superficie de las cosas.
Esta mesma diferencia hay entre el teólogo escolástico y el positivo: que
el uno sabe la razón de lo que toca a su facultad; y el otro las proposiciones
averiguadas y no más. Y siendo esto así, es cosa muy peligrosa que tenga el
predicador oficio y autoridad de enseñar al pueblo cristiano la verdad, y el
auditorio obligación de creerlo, y que le falte la potencia con que se saben de
raíz las verdades. Podremos decirles, sin mentir, aquello de Cristo nuestro
redentor: sinite illos: caeci sunt et duces caecorum;
caecus autem, si caeco ducatum praestet, ambo in foveam cadunt. Es cosa
intolerable ver con cuánta osadía se ponen a predicar los que no saben palabra
de teología escolástica ni tienen habilidad natural para poderla aprehender. De
éstos se queja san Pablo grandemente diciendo: finis autem
praecepti est charitas de corde puro et conscientia bona et fide non ficti, a
quibus quidem aberrantes, conversi sunt in vaniloquium volentes esse legis
doctores, non intelligentes nec quae loquuntur nec de quibus affirmant;
como si dijera: «el fin de la ley de Dios es la caridad, de puro y limpio
corazón, de buena conciencia y de fe no fingida; de las cuales tres cosas
apartándose, todos se convierten en una vana manera de hablar, quiriendo ser
doctores de la ley sin entender qué es lo que hablan ni afirman».
La vanilocuencia y parlería de los teólogos alemanes, ingleses, flamencos,
franceses y de los demás que habitan el Septentrión echó a perder el auditorio
cristiano con tanta pericia de lenguas, con tanto ornamento y gracia en el
predicar por no tener entendimiento para alcanzar la verdad. Y que éstos sean
faltos de entendimiento ya lo dejamos probado atrás de opinión de Aristóteles,
aliende de otras muchas razones y experiencias que trujimos para ello. Pero si
el auditorio inglés y alemán estuviera advertido en lo que san Pablo escribió a
los romanos (estando también ellos apretados de otros falsos predicadores) por
ventura no se engañaran tan presto: rogo autem vos,
fratres, ut observetis eos qui dissensiones et offendicula praeter doctrinam
quam vos didicistis faciunt, et declinate ab illis; hujusmodi enim Christo
domino nostro non serviunt, sed suo ventri; et per dulces sermones et
benedictiones seducunt corda innocentium; como si dijera: «hermanos
míos, por amor de Dios os ruego que tengáis cuenta particular con esos que os
enseñan otra doctrina fuera de la que habéis aprendido; y apartaos de ellos,
porque no sirven a nuestro señor Jesucristo, sino a sus vicios y sensualidad; y
son tan bien hablados y elocuentes, que con la dulzura de sus palabras y
razones engañan a los que poco saben».
Aliende de esto, tenemos probado atrás que los que tienen mucha
imaginativa son coléricos, astutos, malinos y cavilosos, los cuales están
siempre inclinados a mal y sábenlo hacer con mucha maña y prudencia. De los
oradores de su tiempo pregunta Aristóteles: cur
oratorem... callidum appellare solemus; tibicinem, hystrionem, hoc appellare
nomine non solemus? Como si dijera: «¿por qué razón llamamos al orador
astuto, y no al músico ni al representante?». Y más creciera la dificultad si
Aristóteles supiera que la música y representación son obras de la imaginativa.
Al cual problema responde que los músicos y representantes no tienen otro fin
más de dar contento a los que los oyen; pero el orador trata de adquirir algo
para sí, por donde ha menester usar de astucias y mañas para que el auditorio
no entienda su fin y propósito.
Tales propriedades como éstas tenían aquellos falsos predicadores de quien
dice el Apóstol escribiendo a los de Corintio. Timeo autem
ne sicut serpens Evam seduxit astutia sua, ita corrumpantur sensus vestri...
Nam eiusmodi pseudoapostoli sunt operarii subdoli, transfigurantes se in
apostolos Christi; et non mirum: ipse enim Satanas transfigurat se in angelum
lucis, non est ergo magnum si ministri eius transfigurentur velut ministri
iustitiae, quorum finis erit opera ipsorum; como si dijera: «mucho me
temo, hermanos míos, que así como la serpiente engañó a Eva con su astucia y
maña, no os trastornen vuestro juicio y sentido... porque estos falsos
apóstoles son como caldo de zorra, predicadores que hablan debajo de engaño;
representan muy bien una santidad, parecen apóstoles de Jesucristo y son
discípulos del diablo; el cual sabe tan bien representar un ángel de luz, que
es menester don sobrenatural para descubrirle quién es; y pues lo sabe tan bien
hacer el maestro, no es mucho que lo hagan los que aprendieron su doctrina; el
fin de éstos no será otro más que sus obras». Todas estas propriedades bien se
entiende que son obras de la imaginativa, y que dijo muy bien Aristóteles que
los oradores son astutos y mañosos porque siempre tratan de adquirir algo para
sí.
Los que tienen fuerte imaginativa ya hemos dicho atrás que son de
temperamento muy caliente; y de esta calidad nacen tres principales vicios del
hombre: soberbia, gula y lujuria. Y por esto dijo el Apóstol: eiusmodi enim Christo domino nostro non serviunt, sed suo ventri.
Y, así, trabajan de interpretar la Escritura divina de manera que venga bien
con su inclinación natural, dando a entender a los que poco saben que los
sacerdotes se pueden casar, y que no es menester que haya cuaresma ni ayunos,
ni conviene manifestar al confesor los delitos que contra Dios cometemos. Y
usando de esta maña, con Escritura mal traída hacen parecer virtudes a sus
malas obras y vicios, y que las gentes los tengan por santos.
Y que del calor nazcan estas tres malas inclinaciones y de la frialdad las
virtudes contrarias, pruébalo Aristóteles diciendo: et
quoniam vim eamden morun obtinet instituendorum; mores enim calidum condit
etfrigidum, omnium maxime quae in corpore nostro habentur; idcirco nos morum
qualitate afficit et informat; como si dijera: «del calor y de la
frialdad nacen todas las costumbres del hombre, Porque estas dos calidades
alteran más nuestra naturaleza que otra ninguna». De donde nace que los hombres
de grande imaginativa, ordinariamente son malos y viciosos, por se dejar ir
tras su inclinación natural, y tener ingenio y habilidad para hacer mal. Y,
así, pregunta Aristóteles: cur homo, qui adeo eruditione
praeditus est, animantium omnium iniustissimum sit? Como si preguntara:
«¿qué es la razón, que, siendo el hombre de tan grande erudición, es el más
injusto de todos los animales?». Al cual problema responde que el hombre tiene
mucho ingenio y grande imaginativa, por donde alcanza muchas invenciones de
hacer mal; y como apetece, de su mesma naturaleza, deleites, y ser a todos
aventajado y de mayor felicidad, forzosamente ha de ofender, porque estas cosas
no se pueden conseguir sin hacer injuria a muchos.
Pero ni el problema supo poner Aristóteles, ni respondió a él como
convenía. Mejor preguntara por qué los malos ordinariamente son de gran
ingenio, y, entre éstos, aquellos que tienen mayor habilidad hacen mayores
bellaquerías, siendo razón que el buen ingenio y habilidad inclinase al hombre
antes a virtud y bondad, que a vicios y pecados. La respuesta de lo cual es que
los que tienen mucho calor son hombres de grande imaginativa, y la mesma
calidad que los hace ingeniosos, esa mesma les convida a ser malos y viciosos.
Pero cuando predomina el entendimiento, ordinariamente se inclina el hombre a
virtud, porque esta potencia restriba en frialdad y sequedad, de las cuales dos
calidades nacen muchas virtudes como son continencia, humildad y temperancia; y
del calor, las contrarias.
La cual filosofía si alcanzara Aristóteles, supiera responder aquel
problema que dice: cur genus id hominum quod dionisiacos
technitas, id est, artifices bacchanales, aut histriones appellamus, improbis
esse moribus magna ex parte consueverunt? Como si preguntara: «¿qué es
la razón que los que los ganan su vida a representar comedias, los bodegoneros,
carniceros y aquellos que se hallan en todos los convites y banquetes para
ordenar la comida, ordinariamente son malos y viciosos?». Al cual problema
responde diciendo que, por estar ocupados en estos oficios bacanales, no
tuvieron lugar de estudiar; y, así, pasaron la vida con incontinencia, ayudando
también a esto la pobreza, que suele acarrear muchos males. Pero realmente no
es ésta la razón, sino que el representar y dar orden a las fiestas de Baco
nace de una diferencia de imaginativa que convida al hombre aquella manera de
vivir; y como esta diferencia de imaginativa consiste en calor, todos tienen
muy buenos estómagos y con grande apetito de comer y beber. Estos, aunque se
dieran a letras, ninguna cosa aprovecharan en ellas; y puesto caso que fueran
ricos, también se aficionaran, aquellos oficios aunque fueran más viles, porque
el ingenio y habilidad trae a cada uno al arte que le responde en proporción.
Y, así, pregunta Aristóteles: cur in iis studiis quae
aliqui sibi delegerint, quamquam interdum pravis, libentius tamen quam in
honestioribus versantur? Verbi gratia praestigiatorem aut mimum aut tibicinem
se potius esse quam astronomum aut oratorem velit qui haec sibi delegerit?
Como si dijera: «¿qué es la causa que hay hombres que se pierden por ser
representantes y trompeteros, y no gustan de ser oradores ni astrólogos?». Al
cual problema responde muy bien, diciendo que el hombre luego siente para qué
arte tiene disposición natural, porque dentro de sí tiene quien se lo enseñe; y
puede tanto Naturaleza con sus irritaciones, que, aunque el arte y oficio sea
indecente a la dignidad del que lo aprende, se da a ello y no a otros
ejercicios honrosos.
Pero ya que hemos reprochado esta manera de ingenio para el oficio de la
predicación, y estamos obligados a dar y repartir a cada diferencia de
habilidad las letras que le responden en particular, conviene señalar qué
suerte de ingenio ha de tener aquel a quien se le ha de confiar el oficio de la
predicación, que es lo que más importa a la república cristiana. Y así, es de
saber que, aunque atrás dejamos probado que es repugnancia natural juntarse
grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, pero no hay regla tan
universal en todas las artes que no tenga su excepción y falencia. En el
capítulo penúltimo de esta obra probaremos muy por extenso que, estando
Naturaleza con fuerzas y no habiendo causa que la impida, hace una diferencia
de ingenio tan perfecto, que junta en un mesmo supuesto grande entendimiento
con mucha imaginativa y memoria, como si no fueran contrarias ni tuvieran
oposición natural. Ésta era propria habilidad y conveniente para el oficio de
la predicación si hubiera muchos supuestos que la alcanzaran. Pero, como
diremos en el lugar alegado, son tan pocos, que no he hallado más que uno, de
cien mil ingenios que he considerado. Y, así, será menester buscar otra
diferencia de ingenio más familiar, aunque no de tanta perfección como la
pasada.
Y, así, es de saber que entre los médicos y filósofos hay gran discusión
sobre averiguar el temperamento y calidades del vinagre, de la cólera adusta y
de las cenizas; viendo que estas cosas unas veces hacen efecto de calor y otras
de frialdad. Y, así, se partieron en diferentes opiniones. Pero la verdad es
que todas aquellas cosas que padecen ustión y el fuego las ha consumido y
gastado, son de vario temperamento: la mayor parte del sujeto es frío y seco,
pero hay otras partes entremetidas tan sutiles y delicadas y de tanto hervor y
calor, que, puesto caso que son en pequeña cantidad, pero son más eficaces en
obrar que todo lo restante del sujeto. Y, así, vemos que el vinagre y la
melancolía por adustión abren y fermentan la tierra, por razón del calor, y no
la cierran, aunque la mayor parte de estos humores es fría. De aquí se infiere
que los melancólicos por adustión juntan grande entendimiento con mucha
imaginativa; pero todos son faltos de memoria por la mucha sequedad y dureza
que hizo en el celebro la adustión. Estos son buenos para predicadores, a lo
menos los mejores que se pueden hallar fuera de aquellos perfectos que decimos.
Porque aunque les falta la memoria, es tanta la invención propria que tienen,
que la mesma imaginativa les sirve de memoria y reminiscencia, y les da figuras
y sentencias que decir sin haber menester a nadie. Lo cual no pueden hacer los
que traen aprendido el sermón palabra por palabra, que faltando de allí, quedan
luego perdidos, sin tener quien los provea de materia para pasar adelante. Y
que la melancolía por adustión tenga esta variedad de temperamento, frialdad y
sequedad para el entendimiento, y calor para la imaginativa, dícelo Aristóteles
de esta manera: homines melancholici varii inaequalesque
sunt, quia vis atrae bilis varia et inaequalis est, quippeque vehementer tum
frigida tum calida reddi eadem possit; como si dijera: «los hombres
melancólicos por adustión son varios y desiguales en la complexión, porque la
cólera adusta es muy desigual: unas veces se pone calidísima, y otras fría
sobremanera».
Las señales con que se conocen los hombres que son deste temperamento son
muy manifiestas. Tienen el color del rostro verdinegro o cenizoso; los ojos muy
encendidos (por los cuales se dijo: «Es hombre que tiene sangre en el ojo»); el
cabello negro y calvos; las carnes pocas, ásperas y llenas de vello; las venas
muy anchas. Son de muy buena conversación y afables, pero lujuriosos,
soberbios, altivos, renegadores, astutos, doblados, injuriosos, y amigos de
hacer mal y vengativos. Esto se entiende cuando la melancolía se enciende; pero
si se enfría, luego nacen en ellos las virtudes contrarias: castidad, humildad,
temor y reverencia de Dios, caridad, misericordia y gran reconocimiento de sus
pecados con suspiros y lágrimas. Por la cual razón viven en una perpetua lucha
y contienda, sin tener quietud ni sosiego: unas veces vence en ellos el vicio y
otras la virtud. Pero, con todas estas faltas, son los más ingeniosos y hábiles
para el ministerio de la predicación para cuantas cosas de prudencia hay en el
mundo, porque tienen entendimiento para alcanzar la verdad y grande imaginativa
para saberla persuadir.
Y si no, veamos lo que hizo Dios cuando quiso fabricar un hombre en el
vientre de su madre, a fin que fuese hábil para descubrir al mundo la venida de
su Hijo y tuviese talento para probar y persuadir que Cristo era el Mesías
prometido en la ley. Y hallaremos que, haciéndole de grande entendimiento y
mucha imaginativa, forzosamente (guardando el orden natural) le sacó colérico
adusto. Y que esto sea verdad, déjase entender fácilmente considerando el fuego
y furor con que perseguía la Iglesia, y la pena que recibieron las sinagogas
cuando lo vieron convertido, como que hubiesen perdido un hombre de grande
importancia y le hubiese ganado la parte contraria. Entiéndese también por las
respuestas de cólera racional con que hablaba y respondía a los procónsules y
jueces que le prendían, defendiendo su persona y el nombre de Cristo con tanta
maña y destreza, que a todos los concluía. Era también falto de lengua y no muy
expedito en el hablar, la cual propiedad dijo Aristóteles que tenían los
melancólicos por adustión. Los vicios que él confiesa tener (antes de su
conversión) muestran también esta temperatura. Era blasfemo, contumelioso y
perseguidor; todo lo cual nace del mucho calor. Pero la señal más evidente que
muestra haber sido colérico adusto se toma de aquella batalla continua que él
mesmo confiesa tener dentro de sí entre la porción superior e inferior,
diciendo: video aliam legem in membris meis repugnantem
legi mentis meae et ducentem me in captivitatem peccati. Y esta mesma
contienda hemos probado, de opinión de Aristóteles, que tienen los melancólicos
por adustión. Verdad es que algunos explican, y muy bien, que esta batalla
nacía de la desorden que hizo el pecado original entre el espíritu y la carne.
Aunque tanta y tan grande, yo creo también que era de la desigualdad de la
atrabilis que tenía en su compostura natural, porque el real profeta David
participaba igualmente del pecado original, y no se quejaba tanto como san
Pablo, antes dice que hallaba la porción inferior concertada con la razón
cuando se quería holgar con Dios: cor meum et caro mea
exaltaverunt in Deum vivum. Y como diremos en el capítulo penúltimo,
David tenía la mejor temperatura de las que naturaleza puede hacer; y de ésta
probaremos, de opinión de todos los filósofos, que ordinariamente inclina al
hombre a ser virtuoso sin mucha contradicción de la carne.
Luego los ingenios que se han de eligir para predicadores son,
primeramente, los que juntan grande entendimiento con mucha imaginativa y
memoria, cuyas señales traeremos en el capítulo penúltimo. Faltando esto,
suceden en su lugar los melancólicos por adustión. Éstos juntan grande
entendimiento con mucha imaginativa; pero son faltos de memoria, y así no
pueden tener copia de palabras ni predicar con mucho torrente delante el
auditorio. En el tercer lugar suceden los hombres de grande entendimiento, pero
faltos de imaginativa y memoria; éstos predicarán con mucha desgracia, pero
enseñarán la verdad. Los últimos (a quienes yo no encomendaría el oficio de la
predicación) son aquellos que juntan mucha memoria con mucha imaginativa y son
faltos de entendimiento. Éstos se llevan todo el auditorio tras sí y lo tienen
suspenso y contento; pero cuando más descuidados estamos amanecen en la Inquisición.
Porque per dulces sermones et benedictiones seducunt corda
innocentium.
Donde se prueba que la
teórica de las leyes pertenece a la memoria; y el abogar y juzgar, que es su
práctica, al entendimiento; y el gobernar una república, a la imaginativa
En lengua
española no debe carecer de misterio que, siendo este nombre, letrado,
término común para todos los hombres de letras, así teólogos como legistas,
médicos, dialécticos, filósofos, oradores, matemáticos y astrólogos; con todo eso,
en diciendo «fulano es letrado», todos entendemos de común consentimiento que
su profesión es pericia de leyes, como si éste fuese su apellido proprio y
particular, y no de los otros.
La respuesta de esta duda, aunque es fácil, pero para darla tal cual
conviene es menester saber primero qué cosa sea ley y qué obligación tengan los
que se ponen a estudiar esta facultad para usar después de ella siendo jueces o
abogados.
La ley, bien mirado, no es otra cosa más que una voluntad racional del
legislador, por la cual explica de qué manera quiere que se determinen los
casos que ordinariamente acontecen en su república, para conservar los súbditos
en paz y enseñarles cómo han de vivir y de qué se han de guardar. Dije voluntad
racional porque no basta que el Rey o el Emperador, que son la causa
eficiente de la ley, explique su voluntad de cualquiera manera para que sea
ley, porque si no es justa y con razón, no se puede llamar ley ni lo es, como
no sería hombre el que careciese de ánima racional. Y, así, está acordado que
los reyes hagan sus leyes con acuerdo de hombres muy sabios y entendidos, para
que lleven rectitud, equidad y bondad, y los súbditos las reciban de buena gana
y estén más obligados a las guardar y cumplir. La causa material de la ley es
que se haga de aquellos casos que ordinariamente acontescen en la república
según orden de Naturaleza, y no sobre cosas imposibles o que raramente suceden.
La causa final es ordenar la vida del hombre y enseñarle qué es lo que ha de
hacer y de qué se ha de guardar, para que, puesto en razón, se conserve en paz
la república. Por esta causa se mandan escrebir las leyes con palabras claras,
no equívocas, oscuras, de varios sentidos; sin cifras ni abreviaturas; y tan
patentes y manifiestas, que cualquiera que las leyere las pueda fácilmente
entender y retenerlas en la memoria. Y porque ninguno pretenda ignorancia, las
mandan pregonar públicamente, por que el que las quebrantare pueda ser
castigado.
Atento, pues, al cuidado y diligencia que ponen los buenos legisladores en
que sus leyes sean justas y claras, tienen mandado a los jueces y abogados que nemo in actionibus vel iudiciis suo sensu utatur, sed legum
auctoritate ducatur; como si dijera: «mandamos que ningún juez ni
abogado use de su entendimiento ni se entremeta en averiguar si la ley es justa
o injusta, ni le dé otro sentido más del que declara la compostura de la
letra». De donde se sigue que los jurisperitos han de construir el texto de la
ley y tomar el sentido que resulta de la construcción, y no otro.
La cual doctrina supuesta, es cosa muy clara saber ya por qué razón el
legista se llama letrado, y no los demás hombres de letras. Y es por
ser a letra dado, que quiere decir hombre que no tiene libertad de
opinar conforme a su entendimiento, sino que por fuerza ha de seguir la
composición de la letra. Y por tenerlo así entendido, los muy peritos de esta
profesión no osan negar ni afirmar cosa ninguna tocante a la determinación de
cualquier caso, si no tienen delante la ley que en proprios términos lo decida.
Y si alguna vez hablan de su cabeza, interponiendo su decreto y razón sin
arrimarse al Derecho, lo hacen con temor y vergüenza; y, así, tienen por refrán
muy usado: erubescimus dum sine lege loquimur, como
si dijeran: «entonces tenemos vergüenza de juzgar y aconsejar, cuando no
tenemos ley delante que lo determine».
Los teólogos no se pueden llamar letrados (en esta significación) porque
en la divina Escritura littere occidit, spiritus autem
vivificat. Es muy misteriosa, llena de figuras y cifras, oscura y no patente
para todos. Tienen sus vocablos y maneras de hablar muy diferente significación
de la que saben los vulgares trilingües. Por donde el que construyere la letra
y tomare el sentido que resulta de la construcción gramatical caerá en muchos
errores.
También los médicos no tienen letra a que sujetarse. Porque si Hipócrates
y Galeno y los demás autores graves de esta facultad dicen y afirman una cosa,
y la experiencia y razón muestran lo contrario, no tienen obligación de
seguirlos. Y es que en la medicina tiene más fuerza la experiencia que la
razón, y la razón más que la autoridad. Pero en las leyes acontece al revés,
que su autoridad y lo que ellas decretan es de más fuerza y vigor que todas las
razones que se pueden hacer en contrario.
Lo cual siendo así, tenemos ya el camino abierto para señalar el ingenio
que piden las leyes. Porque si el jurisperito ha de tener atado al
entendimiento y la imaginación a seguir lo que dice la ley sin quitar ni poner,
es cierto que esta facultad pertenece a la memoria, y que en lo que se ha de
trabajar es saber el número de leyes y reglas que tiene el Derecho, y acordarse
de cada una por sí, y referir de cabeza su sentencia y determinación, para que,
en ofreciéndose el caso, sepan que hay ley que lo determina y de qué forma y
manera. Por donde me parece que es mejor diferencia de ingenio para el legista
tener mucha memoria y poco entendimiento, que mucho entendimiento y poca
memoria. Porque si no ha de usar de su ingenio y habilidad, y ha de tener
cuenta con tan gran número de leyes como hay, y tan desasidas unas de otras,
con tantas falencias, limitaciones y ampliaciones, más vale saber de memoria
qué es lo que está determinado en el Derecho para cada cosa que se ofreciere,
que discurrir con el entendimiento de qué manera se podría determinar; porque
lo uno es necesario, y lo otro impertinente, pues no ha de valer otro parecer
más que la determinación de la ley. Y, así, es cierto que la teórica de la
jurispericia pertenece a la memoria, y no al entendimiento ni imaginativa. Por
la cual razón, y por ser las leyes tan positivas, y tener los legistas tan
atado el entendimiento a la voluntad del legislador, y no poder ellos
interponer su decreto sin saber con certidumbre la determinación de la ley,
cuando algún pleitante los consulta tienen licencia del vulgo para decir: «yo
miraré sobre este caso mis libros»; lo cual si dijese en médico cuando le piden
remedio para alguna enfermedad, o el teólogo en los casos de conciencia, los
ternían por hombres que saben poco en su facultad. Y es la razón que estas dos
ciencias tienen principios universales, y definiciones, debajo de los cuales se
contienen los casos particulares; pero en la jurispericia, cada ley contiene
sólo un caso, sin tener que ver con la que se sigue aunque estén ambas debajo
un mesmo título. Por donde es necesario saber todas las leyes y estudiar cada
una en particular y guardarlas distintamente en la memoria.
Pero en contra de esto, nota Platón una cosa digna de gran consideración,
y es que en su tiempo tenía por sospechoso al letrado que sabía muchas leyes de
memoria, viendo por experiencia que los tales no eran buenos jueces y abogados,
como prometía su ostentación. Del cual efecto no debió atinar la causa, pues en
un lugar tan conveniente no la dijo. Sólo vio por experiencia que los legistas
muy memoriosos, llegados a defender una causa o sentenciarla, no aplicaban el
Derecho tan bien como convenía. La razón y causa de este efeto no es
dificultoso darla en mi doctrina, supuesto que la memoria es contraria del
entendimiento, y que la verdadera interpretación de las leyes, el ampliarlas,
restringirlas y componerlas con sus opuestos y contrarios, se hace
distinguiendo, infiriendo, raciocinando, juzgando y eligiendo; las cuales obras
hemos dicho muchas veces atrás que son del entendimiento, y el letrado que
tuviere mucha memoria es imposible poderlas hacer. La memoria ya dejamos notado
atrás que no tiene otro oficio en la cabeza más de guardar con fidelidad las
figuras y fantasmas de las cosas. Pero el entendimiento y la imaginativa son
los que obran con ellas. Y si el letrado tiene toda el arte en la memoria, y le
falta el entendimiento y la imaginativa, no tiene más habilidad para juzgar y
abogar, que el mesmo Código o el Digesto; los cuales, abrazando en sí todas las
leyes y reglas del Derecho, con todo eso no pueden hacer un escrito.
Fuera desto, aunque es verdad que la ley había de ser tal cual dijo su
definición, pero por maravilla se hallan las cosas con todas las perfecciones
que el entendimiento las finge. Ser la ley justa y racional, y que provea
enteramente para todo lo que pueda acontescer y que se escriba con términos
claros y que no tengan dubios ni opuestos, y que no reciba varios sentidos, no
todas veces se puede alcanzar, porque, en fin, se estableció con humano
consejo, y éste no tiene fuerza para dar orden a todo lo que está por venir. Lo
cual se ve cada día por experiencia: que, después de haber hecho una ley con
mucho acuerdo y consejo, la tornan (en breve tiempo) a deshacer, porque,
publicada y usando de ella, se descubrieron mil inconvenientes, los cuales en
la consulta ninguno los alcanzó.
Por tanto, avisa el Derecho a los reyes y emperadores que no tengan
vergüenza de enmendar y corregir sus leyes, porque en fin son hombres, y no es
de maravillar que yerren. Mayormente que ninguna ley puede comprehender con
palabras ni sentencias todas las circunstancias del caso que determina, porque
la prudencia de los malos es más delicada para inventar hechos, que la de los
buenos para proveer cómo se han de juzga; y, así, está dicho: neque leges nec senatus consulta ita scribi possunt ut omnes
casus, qui quandoque inciderint, comprehendantur; sed sufficit ea quae
plerumque accidunt contineri; como si dijera: «no es posible escrebir
las leyes de tal manera que comprehendan todos los casos que pueden acontescer;
basta determinar aquellos que ordinariamente suelen suceder». Y si otros
acaescieran que no tengan ley que en propios términos los decida, no es el
Derecho tan falto de reglas y principios, que si el juez o el abogado tiene
buen entendimiento para saber inferir, no halle la verdadera determinación y
defensión, y de dónde sacarla. De suerte que si hay más negocios, que leyes, es
menester que en el juez o en el abogado haya mucho entendimiento para hacerlas
de nuevo, y no de cualquiera manera, sino que, por su buena consonancia, las
reciba sin contradicción el Derecho. Esto no lo pueden hacer los letrados de
mucha memoria, porque si no son los casos que el arte les pone en la boca
cortados y mascados, no tienen habilidad para más. Suelen apodar al letrado que
sabe muchas leyes de memoria al ropavejero que tiene muchos sayos cortados a
tiento en su tienda; el cual, para dar uno a la medida del que se lo pide, se
los prueba todos, y si ninguno le asienta, despide al marchante. Pero el
letrado de buen entendimiento es como el buen sastre, que tiene las tiseras en
la mano y la pieza de paño en casa; el cual, tomando la medida, corta un sayo
al talle del que sed lo pide. Las tiseras del buen abogado es el entendimiento
agudo, con el cual toma la medida al caso y le viste la ley que lo determina, y
si no la halla entera y que en proprios términos lo decida, de remiendos y
pedazos del Derecho le hace una vestidura con que defenderlo.
Los legistas que alcanzan tal ingenio y habilidad no se deben llamar letrados.
Porque no construyen la letra ni están atenidos a las palabras formales de la
ley, antes parecen legisladores o jurisconsultos a los cuales las mesmas leyes
están pidiendo y preguntando qué es lo que han de determinar. Porque si ellos
tienen poder y autoridad de interpretarlas, coaretarlas, ampliarlas y sacar de
ellas excepciones y falencias, y las pueden corregir y enmendar, bien dicho
está que parecen legisladores. De tal saber como éste se dijo: scire leges non hoc est verba earum tenere, sed vim ac
potestatem habere; como si dijera: «no piense nadie que saber las leyes
es tener de memoria las palabras formales con que están escritas, sino entender
hasta dónde se extienden sus fuerzas y qué es lo que pueden determinar». Porque
su razón está sujeta a muchas variedades por causa de las circunstancias, así
del tiempo, como de la persona, lugar, modo, materia, causa y cosa; todo lo
cual hace alterar la determinación de la ley. Y si el juez, o abogado, no tiene
entendimiento para sacar de la ley, o para quitar o poner lo que ella no puede
decir con palabras, hará muchos errores siguiendo la letra. Por tanto, se dijo:
Verba legis non sunt capienda iudaice; como si
dijera: «las palabras de la ley no se han de interpretar al modo judaico», que
es construir la letra y tomar el sentido literal.
Por lo dicho concluimos que el abogacía es obra del entendimiento, y que
si el letrado tuviere mucha memoria no vale nada para juzgar ni abogar por la
repugnancia de estas dos potencias. Y ésta es la causa por donde los letrados
muy memoriosos, que nota Platón, no defendían bien los pleitos ni aplicaban el
Derecho como convenía.
Pero una dificultad se ofrece en esta doctrina, y al parecer no es
liviana. Porque si el entendimiento es el que asienta el caso en la propia ley
que lo determina, distinguiéndolo, limitando, ampliando, infiriendo y
respondiendo a los argumentos de la parte contraria ¿cómo es posible hacer esto
el entendimiento si la memoria no le pone delante todo el Derecho? Porque, como
arriba dijimos, está mandado que nexo in actionibus vel
iudiciis suo sensu utatur, sed legum auctoritate ducatur. Conforme a
esto, es menester saber primero todas las leyes y reglas del Derecho antes que
pueda echar mano de la que hace al propósito del caso; porque, aunque hemos
dicho que el abogado de buen entendimiento es muy señor de las leyes, pero
todas sus razones y argumentos han de ir arrimados a los principios de esta
facultad, sin los cuales son de ningún efecto y valor; y para poder hacer esto
es menester tener mucha memoria que guarde y retenga tan gran número de leyes
como están escritas en los libros.
Este argumento prueba que es necesario que, para que el abogado tenga
perfección, se junten en él grande entendimiento y mucha memoria, lo cual yo
confieso; pero lo que quiero decir es que, ya que no se puede hallar grande
entendimiento con mucha memoria, por la repugnancia que hay, que es mejor que
el abogado tenga mucho entendimiento y poca memoria, que mucha memoria y poco
entendimiento. Porque para la falta de la memoria hay muchos remedios, como son
los libros, las tablas, abecedario y otras invenciones que han hallado los
hombres; pero si falta el entendimiento, con ninguna cosa se puede remediar.
Fuera desto, dice Aristóteles que los hombres de grande entendimiento,
aunque son faltos de memoria, tienen mucha reminiscencia, con la cual, de lo
que una vez han visto, oído o leído, tienen cierta noticia confusa, sobre la
cual discurriendo, la vuelven a la memoria. Y puesto caso que no hubiera tantos
remedios para representar todo el Derecho al entendimiento, están las leyes
fundadas en tanta razón, que los antiguos, dice Platón, que llamaban a la ley
prudencia y razón, por donde el juez o el abogado de grande entendimiento,
juzgando o aconsejando, aunque no tuviese la ley delante, erraría pocas veces,
por tener consigo el instrumento con que los emperadores hicieron las leyes. Y,
así, acontesce muchas veces dar un juez (de buen ingenio) una sentencia sin
saber la decisión de la ley, y hallarla después escrita en los libros. Y lo
mesmo vemos que acontesce a los abogados cuando alguna vez dan su parecer a
tiento.
Las leyes y reglas del Derecho, bien mirado, son la fuente y origen de
donde los abogados sacan los argumentos y razones para probar lo que quieren. Y
esta obra es cierto que se hace con el entendimiento; de la cual potencia si
carece el abogado, o la tiene remisa, jamás sabrá formar un argumento, aunque
sepa todo el Derecho de memoria. Esto vemos claramente que acontesce en los que
estudian oratoria faltándoles el habilidad para ella: que aunque aprendan de
memoria los Tópicos de Cicerón (que son las fuentes de donde manan los
argumentos que hay para probar cada problema por la parte afirmativa y
negativa), jamás saben formar una razón; y vienen otros de grande ingenio y
habilidad, sin ver libro ni estudiar los Tópicos, a hacer mil
argumentos acomodados al propósito que son menester. Esto mesmo pasa en los
legistas de mucha memoria: que recitarán todo el Derecho con gran fidelidad y
no sabrán sacar, de tanto número de leyes como hay, un argumento para fundar su
intención. Por el contrario, hay otros que, con haber estudiado mal en
Salamanca, y sin tener libros ni haber pasado, hacen maravillas en el abogacía.
De donde se entiende cuánto importe a la república que haya esta elección
y examen de ingenios para las ciencias; pues unos, sin arte, saben y entienden
lo que han de hacer, y otros, cargados de preceptos y reglas, por no tener el
habilidad que requiere la práctica, hacen mil disparates. Luego, si el juzgar y
abogar se hace distinguiendo, infiriendo, raciocinando y eligiendo, razón será
que el que se pusiere a estudiar leyes tenga buen entendimiento; pues tales
obras pertenecen a esta potencia y no a la memoria ni imaginativa. De qué manera
se puede entender si el muchacho alcanza esta diferencia de ingenio o no, será
bien saberlo. Pero antes conviene averiguar qué calidades tiene el
entendimiento y cuántas diferencias abraza en sí, para que con distinción
sepamos a cuál de ellas pertenecen las leyes.
Cuanto a lo primero, es de saber que aunque el entendimiento es la
potencia más noble del hombre y de mayor dignidad, pero ninguna hay que con
tanta facilidad se engañe acerca de la verdad como él. Esto comenzó Aristóteles
a probar diciendo que el sentido siempre es verdadero, pero el entendimiento,
por la mayor parte, raciocina mal. Lo cual se ve por experiencia; porque si no
fuese así ¿había de haber entre los graves filósofos, médicos, teólogos y
legistas, tantas disensiones, tan varias sentencias, tantos juicios y pareceres
sobre cada cosa, no siendo más de una la verdad?
De dónde les nazca a los sentidos tener tanta certidumbre de sus objetos,
y el entendimiento ser tan fácil de engañar con el suyo, bien se deja entender
considerando que los objetos de los cinco sentidos y las especies con que se
conocen tienen ser real, firme y estable por naturaleza, antes que los
conozcan; pero la verdad que el entendimiento ha de contemplar, si él mesmo no
la hace y no la compone, ningún ser formal tiene de suyo: toda está desbaratada
y suelta en sus materiales como casa convertida en piedras, tierra, madera y
teja, de los cuales se podrían hacer tantos errores en el edificio cuantos
hombres llegasen a edificar con mala imaginativa. Lo mesmo pasa en el edificio
que el entendimiento hace componiendo la verdad: que si no es el que tiene buen
ingenio, todos los demás harán mil disparates con unos mesmos principios. De
aquí proviene haber entre los hombres tantas opiniones acerca de una mesma
cosa, porque cada uno hace tal composición y figura como tiene el
entendimiento. Destos errores y opiniones están reservados los cinco sentidos,
porque ni los ojos hacen el color, ni el gusto los sabores, ni el tacto las
calidades tangibles: todo está hecho y compuesto por Naturaleza antes que cada
uno conozca su objeto.
Por no estar advertidos los hombres en esta triste condición del
entendimiento, se atreven a dar confiadamente su parecer, sin saber con
certidumbre cuál es la manera de su ingenio y si compone bien o mal la verdad.
Y si no, preguntemos a algunos hombres de letras que, después de haber escrito
y confirmado su opinión con muchos argumentos y razones han mudado en otro
tiempo la sentencia y parecer, cuándo o cómo podrán entender que atinaron a
hacer la compostura verdadera. La primera vez ellos mismos confiesan haberla
errado, pues se retractan de lo que antes dijeron. La segunda, yo digo que han
de tener menos confianza de su entendimiento, porque la potencia que una vez
compuso mal la verdad, y su dueño estuvo tan confiado en los argumentos y
razones, ya hay sospecha que lo podrá hacer otra, habiendo la mesma razón;
mayormente, que se ha visto por experiencia tener al principio la verdadera
opinión y después contentarle otra peor y menos probable.
Ellos tienen por bastante indicio de que su entendimiento compone bien la
verdad en verle aficionado a aquella figura, y que hay argumentos y razones que
le mueven y concluyen a componer de tal manera. Y realmente están engañados,
porque la mesma proporción tiene el entendimiento con sus falsas opiniones, que
las otras potencias inferiores cada una con las diferencias de su objeto.
Porque si preguntásemos a los médicos qué manjar es el mejor y más sabroso de
cuantos usan los hombres, yo creo que dirían que ninguno hay (para los hombres
destemplados y de mal estómago) que absolutamente sea bueno ni malo, sino tal
cual fuere el estómago donde cayere; porque hay estómagos, dice Galeno, que se
hallan mejor con carne de vaca, que con gallinas y truchas, y otros que aborrescen
los huevos y leche, y otros se pierden por ellos. Y en la manera de aderezar la
comida, unos quieren la carne asada y otros cocida, y en lo asado unos se
huelgan comer la carne corriendo sangre y otros tostada y hecha carbón. Y lo
que más es de notar, que el manjar que hoy se come con gran gusto y sabor,
mañana lo aborrescen y apetecen otro peor. Todo esto se entiende estando el
estómago bueno y sano. Pero si cae en una enfermedad que llaman los médicos pica
o malacia, allí acontecen apetitos de cosas que aborresce la
naturaleza humana; pues le hace mejor gusto yeso, tierra y carbones, que
gallinas y truchas.
Si pasamos a la facultad generativa, hallaremos en ella otros tantos
apetitos y variedades. Porque hay hombres que apetecen una mujer fea y
aborrecen la hermosa; a otros da más contento la necia, que la sabia; la gorda
les pone hastío y aman la flaca; las sedas y atavíos los ofende, y se pierden
por una mujer llena de andrajos. Esto se entiende estando los miembros
genitales en su sanidad; pero si caen en la enfermedad del estómago que
llamamos malacia, apetecen bestialidades nefandas.
Lo mesmo pasa en la facultad sensitiva. Porque de las calidades tangibles,
duro, blando, áspero, liso, caliente, frío, húmido y seco, ninguna contenta a
todos los tactos; porque en la cama dura hay hombres que duermen mejor que en
la blanda, y otros en la blanda mejor que en la dura.
Toda esta variedad de gustos y apetitos extraños se hallan en las
composturas que el entendimiento hace. Porque si juntamos cien hombres de letras
y les proponemos alguna cuestión, cada uno hace juicio particular y razona de
diferente manera: un mesmo argumento, a uno parece razón sofística, a otro
probable, y a otro le concluye como si fuese demostración. Y no sólo tiene
verdad en diversos entendimientos, pero aun vemos por experiencia que una mesma
razón concluye a un mesmo entendimiento en un tiempo, y en otro no. Y, así,
vemos cada día mudar los hombres el parecer: unos, cobrando con el tiempo más
delicado entendimiento, conocen la falta de la razón que antes los movía; y
otros, perdiendo el buen temperamento del celebro, aborrescen la verdad y
aprueban la mentira. Pero si el celebro cae en la enfermedad que llamamos malacia,
allí veremos juicios y composturas extrañas: los falsos argumentos y flacos
hacen más fuerza, que los fuertes y muy verdaderos; al buen argumento le hallan
respuesta, y el malo los hace rendir; de las premisas que sale la conclusión
verdadera, sacan la falsa; con argumentos extraños y disparatas razones prueban
sus malas imaginaciones.
En lo cual advirtiendo los hombres graves y doctos, procuran dar su
parecer callando las razones en que se fundaron. Porque están los hombres
persuadidos que tanto vale la autoridad humana, cuanto tiene de fuerza la razón
en que se funda; y como los argumentos son tan indiferentes para concluir, por
la variedad de los entendimientos, cada uno juzga de la razón conforme al
ingenio que alcanza. Y, así, se tiene por mayor gravedad decir «éste es mi
parecer por ciertas razones que a ello me mueven», que explicar los argumentos
en que restribaron. Pero ya que los fuerzan a que den razón de su sentencia,
ningún argumento dejan por liviano que sea; porque el que no piensan concluye y
hace más efecto que el muy bueno. En lo cual se muestra la gran miseria de
nuestro entendimiento, que compone y divide, argumenta y razona, y, después que
ha concluido, no tiene prueba ni luz para conocer si su opinión es verdadera.
Esta incertidumbre tienen los teólogos en las materias que no son de fe.
Porque, después de haber razonado muy bien, no hay prueba infalible ni suceso
evidente que descubra cuáles razones son las mejores; y, así, cada teólogo
opina como mejor lo puede fundar. Y con responder con apariencia a los
argumentos de la parte contraria, escapa con honra, y no hay más que aguardar.
Pero, ¡cuitado del médico y del capitán general! Que, después de haber razonado
muy bien y deshecho los fundamentos de la parte contraria, se ha de aguardar el
suceso; el cual, si es bueno, queda por sabio, y si malo, todos entienden que
se fundó en malas razones.
En las cosas de fe que la Iglesia propone ningún error puede haber;
porque, entendiendo Dios cuán inciertas son las razones humanas y con cuánta
facilidad se engañan los hombres, no consintió que cosas tan altas y de tanta
importancia quedasen a sola su determinación; sino que, en juntándose dos o
tres en su nombre (con la solemnidad de la Iglesia), luego se pone en medio por
presidente del acto, donde lo que dicen bien aprueba, los errores aparta y lo
que no se puede alcanzar con fuerzas humanas revela. Y, así, la prueba que
tienen las razones que se hacen en las materias de fe es mirar si prueban o
infieren lo mesmo que dice y declara la Iglesia católica; porque, si se colige
algo en contrario, ellas son malas sin falta ninguna. Pero en las demás
cuestiones, donde el entendimiento tiene libertad de opinar, no hay manera
inventada para saber cuáles razones concluyen ni cuándo el entendimiento
compone bien la verdad. Sólo se restriba en la buena consonancia que hacen; y éste
es un argumento que puede engañar, porque muchas cosas falsas suelen tener más
apariencia de verdad y mejor probación, que las muy verdaderas.
Los médicos y los que gobiernan el arte militar tienen por prueba de sus
razones el suceso y la experiencia. Porque si diez capitanes prueban con muchas
razones que conviene dar la batalla, y otros tantos defienden que no, lo que
sucediere confirmará la una opinión y reprobará la contraria. Y si dos médicos
litigan sobre si el enfermo morirá o vivirá, sanando o muriendo se descubrirá
cuál traía mejores razones. Pero, con todo eso, aún no es bastante prueba el
suceso; porque tiniendo un efecto muchas causas, bien puede suceder bien por la
una y las razones ir fundadas en otra causa contraria.
También dice Aristóteles que para saber qué razones concluyen es bien
seguir la común opinión, porque decir y afirmar una mesma cosa muchos sabios
varones, y concluirse todos con unas mesmas razones, argumento es (aunque
tópico) que son concluyentes y que componen bien la verdad. Pero, bien mirado,
también es prueba engañosa; porque en las fuerzas del entendimiento más vale la
intensión, que el número: que no es como en las fuerzas corporales, que,
juntándose muchos para levantar un peso, pueden mucho, y siendo pocos, pueden poco.
Pero, para alcanzar una verdad muy escondida, más vale un delicado
entendimiento, que cien mil no tales; y es la causa que los entendimientos no
se ayudan, ni de muchos se hace uno, como en la virtud corporal. Y, por tanto,
dijo el Sabio: multi pacifici sint tibi, et consiliarius
unus de mille; como si dijera: «ten muchos amigos que te defiendan si
fuere menester venir a las manos; pero, para tomar consejo, elige uno entre
mil». La cual sentencia apuntó también Heráclito diciendo: unus mihi instar est mille.
En los pleitos y causas cada letrado opina como mejor lo puede fundar en
Derecho; pero, después de haber razonado muy bien, no tiene arte para conocer
con certidumbre si su entendimiento ha hecho la composición que la verdadera
justicia ha menester. Porque si un abogado prueba con el Derecho que éste que
demanda tiene justicia, y otro defiende, con el mesmo derecho, que no ¿qué
remedio hay para saber cuál de estos dos abogados forma mejores razones? La
sentencia del juez no hace demostración de la verdadera justicia, ni se puede
llamar suceso, porque su sentencia es también opinión, y no hace más que
arrimarse al uno de los dos abogados; y crecer el número de los letrados en un
mesmo parecer no es argumento para pensar que lo que aquéllos votan es la verdad,
porque ya hemos dicho y probado que muchos entendimientos ruines, aunque se
junten para descubrir alguna verdad muy ascondida, jamás llegarán a la virtud y
fuerzas de uno sólo si es muy subido de punto.
Y que no haga prueba ni demostración la sentencia del juez, véese
claramente porque en otro tribunal superior la revocan y juzgan de otra manera.
Y lo que peor es, que puede acontescer tener el juez inferior mejor
entendimiento que el superior, y ser su parecer más conforme a razón. Y que la
sentencia del juez superior no sea también prueba de la justicia es cosa más
manifiesta, porque de los mesmos autos, sin quitar ni poner, y de los mesmos
jueces, vemos cada día que salen sentencias contrarias; y el que una vez se
engañó, estando tan confiado en sus razones, ya hay sospecha que lo hará otra,
y así menos confianza se ha de tener de su sentencia, porque qui semel est malus..., etc.
Los abogados, viendo la gran variedad de entendimiento que tienen los
jueces, y que cada uno está aficionado a la razón que cuadra con su ingenio, y
que en un tiempo se concluyen con un argumento y otro día con el contrario, se
atreven a defender cada pleito por la parte afirmativa y negativa; mayormente
viendo por experiencia que de ambas maneras alcanzan la sentencia en su favor.
Y, así, se verifica muy bien lo que dijo la Sabiduría: cogitationes
mortalium timidae, et incertae providentiae nostrae.
El remedio, pues, que hay para esto, ya que las razones de la jurispericia
carecen de prueba y experiencia, es eligir hombres de grande entendimiento para
ser jueces y abogados, porque las razones y argumentos de los tales dice
Aristóteles que son tan ciertos y firmes como la mesma experiencia. Y haciendo
esta elección, parece que la república quedaría segura de que sus oficiales administran
justicia. Y si los consienten entrar todos de tropel y sin hacer prueba de su
ingenio (como ahora se usa) acontescerán siempre las fealdades que hemos
notado.
Con qué señales se podrá conocer si el que quiere estudiar leyes tiene la
diferencia de entendimiento que esta facultad ha menester, ya lo hemos dichos
atrás en alguna manera. Pero para refrescar la memoria y probarlo más por
extenso, es de saber que el muchacho que puesto a leer conociere presto las
letras y dijere con facilidad cada una cómo se llama, salteadas en el A B C,
que es indicio de tener mucha memoria, porque tal obra como ésta es cierto que
no la hace el entendimiento ni la imaginativa, antes es oficio de la memoria
guardar las figuras de las cosas y referir el nombre de cada una cuando es
menester. Y si tiene mucha memoria, ya hemos probado atrás que se sigue la
falta del entendimiento.
También el escrebir con facilidad y hacer buenos rasgos y letras dijimos
que descubría la imaginativa. Y, así, el muchacho que en pocos días asentare la
mano, y hiciere los renglones derechos, y la letra pareja y con buena forma y
figura, ya es mal indicio para el entendimiento, porque esta obra se hace con
la imaginativa, y estas dos potencias tienen la contrariedad que hemos dicho y
notado.
Y si, puesto en la gramática, la aprendiere con poco trabajo, y en breve
tiempo hiciere buenos latines, y escribiere cartas con elegancia, y se le
pegaren las cláusulas rodadas de Cicerón, jamás será buen juez ni abogado,
porque es indicio que tiene mucha memoria, y, si no es por gran maravilla, ha
de ser falto de entendimiento. Pero si éste porfiare a estudiar leyes y
permaneciere en las Escuelas muchos días, será famoso lector y le seguirán
muchos oyentes, porque la lengua latina es muy graciosa en la cátedra, y para
leer con grande apariencia son menester muchas alegaciones y amontonar en cada
ley todo lo que está escrito sobre ella; para lo cual es más necesaria la
memoria que el entendimiento. Y aunque es verdad que en la cátedra se ha de
distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir para sacar el sentido
verdadero de la ley, pero, en fin, pone el caso como mejor le parece, y trae
los dubios y opuestos a su gusto, y da la sentencia como quiere y sin que nadie
le contradiga; para lo cual basta un mediano entendimiento. Pero cuando un
abogado ayuda al actor y otro defiende al reo y otro letrado ha de ser el juez,
es pleito vivo, y no se parla tan bien como esgrimiendo sin contrario.
Y si el muchacho no aprobare bien en la gramática, ya hay sospecha que
puede tener buen entendimiento. Y digo que hay sospecha porque no se
infiere necesariamente tener buen entendimiento el que no pudo aprender latín,
habiendo probado atrás que los muchachos de fuerte imaginativa jamás salen con
la lengua latina.
Pero quien esto lo puede descubrir es la dialéctica, porque esta ciencia
tiene la mesma proporción con el entendimiento que la piedra del toque con el
oro. Y, así, es cierto que si en un mes o dos no comienza el que oye artes a
discurrir ni dificultar, ni se le ofrecen argumentos y respuestas en la materia
que se trata, que no tiene entendimiento ninguno. Pero si en esta ciencia
aprobare bien, es argumento infalible de tener el entendimiento que requieren
las leyes; y, así, se puede partir luego a estudiarlas sin más aguardar. Aunque
yo ternía por mejor oír todo el curso de artes primero; porque no es más la
dialéctica, para el entendimiento, que las trabas que echamos en los pies y
manos de una mula cerril: que andando algunos días con ellas, toma un paso
asentado y gracioso. Ese mesmo andar toma el entendimiento en sus disputas,
trabándolo primero con las reglas y preceptos de la dialéctica.
Pero si este muchacho que vamos examinando no salió bien con el latín ni
aprobó en la dialéctica como convenía, es menester averiguar si tiene buena
imaginativa antes que le echemos fuera de las leyes. Porque en esto hay un
secreto muy grande, y es bien que la república lo sepa. Y es que hay letrados
que puestos en la cátedra hacen maravillas en la interpretación del Derecho, y
otros en el abogacía; y poniéndoles una vara en la mano, no tienen más
habilidad para gobernar, que si las leyes no se hubieran hecho aquel propósito.
Y por lo contrario, hay otros que con tres leyes mal sabidas que aprendieron en
Salamanca, puestos en una gobernación, no hay más que desear en el mundo. Del
cual efeto están admirados algunos curiosos, por no atinar la causa de dónde
pueda nacer; y es la razón que el gobernar pertenece a la imaginativa, y no al
entendimiento ni memoria.
Y que sea así, es cosa muy clara de probar considerando que la república
ha de estar compuesta con orden y concierto, cada cosa en su lugar, de manera
que todo junto haga figura y correspondencia; y esto hemos probado muchas veces
atrás que es obra de la imaginativa. Y no sería más poner a un gran letrado por
gobernador, que hacer a un sordo juez de la música.
Pero esto se ha de entender comúnmente, y no que sea regla universal.
Porque ya hemos probado que hay manera para que Naturaleza pueda juntar grande
entendimiento con mucha imaginativa; y así no repugnará ser grande abogado y
famoso gobernador. Y adelante descubriremos que, estando Naturaleza con todas
las fuerzas que puede alcanzar y con materia bien sazonada, hará un hombre de
grande memoria, de grande entendimiento y de mucha imaginativa; el cual,
estudiando leyes, será famoso lector, grande abogado y no menos gobernador.
Pero hace Naturaleza tan pocos destos, que puede pasar la regla por universal.
Donde se prueba que la
teórica de la medicina, parte della pertenece a la memoria y parte al
entendimiento, y la práctica, a la imaginativa
En el tiempo que la medicina de los árabes floreció, hubo en ella un
médico grandemente afamado, así en leer como en escrebir, argumentar,
distinguir, responder y concluir: del cual se tenía entendido (atento a su gran
habilidad) que había de resucitar los muertos y sanar cualquiera enfermedad. Y
acontecíale tan al revés, que no tomaba enfermo en las manos que no lo echase a
perder; de lo cual, corrido y afrentado, se vino a meter fraile, quejándose de
su mala fortuna y no entendiendo la razón y causa de donde podía nacer. Y
porque los ejemplos más frescos hacen mayor probación y convencen más el
sentido, es opinión de muchos médicos graves que Juan Argenterio, médico
moderno de nuestro tiempo, hizo gran ventaja a Galeno en reducir a mejor método
el arte de curar; y con todo eso se cuenta de él que era tan desgraciado en la
práctica, que ningún enfermo de su comarca se osaba curar con él, temiendo sus
malos sucesos.
De lo cual parece que tiene el vulgo licencia de admirarse, viendo por
experiencia (no solamente en estos que hemos referido, pero aún en otros muchos
que traemos entre los ojos) que, en siendo el médico muy gran letrado, por la
mesma razón es inhábil para curar. Del cual efecto procuró Aristóteles dar la
razón y causa, y no la pudo atinar. Él pensaba que no acertar los médicos
racionales de su tiempo a curar nacía de tener conocimiento del hombre en
común, e ignorar la naturaleza del particular; al revés de los empíricos, cuyo
estudio y diligencia era saber las propriedades individuales de los hombres y
no darse nada por el universal. Pero no tuvo razón, porque los unos y los otros
se ejercitan en curar los singulares y trabajan cuanto pueden en averiguar esta
naturaleza particular. Y, así, la dificultad no está sino en saber por qué
razón los médicos muy letrados, aunque se ejerciten toda la vida en curar,
jamás salen con la práctica; y otros, idiotas, con tres o cuatro reglas de
medicina que aprendieron en las escuelas, en muy menos tiempo saben mejor
curar. La respuesta verdadera desta duda no tiene poca dificultad, pues
Aristóteles no la alcanzó, aunque en alguna manera dijo parte della. Pero
restribando a los principios de nuestra doctrina, la daremos enteramente.
Y, así, es de saber que en dos cosas consiste la perfección del médico,
tan necesarias para conseguir el fin de su arte, cuanto son dos piernas para
andar sin cosquear. La primera es en saber por método los preceptos y reglas de
curar al hombre en común, sin descender en particular; la segunda es haberse
ejercitado mucho tiempo en curar y conocer por vista de ojos gran número de
enfermos. Porque los hombres, ni son tan diferentes entre sí, que no convengan
en muchas cosas, ni tan unos que no haya entre ellos particularidades de tal
condición, que ni se pueden decir, ni escrebir, ni enseñar, ni recogerlas de
tal manera que se puedan reducir a arte, sino que conocerlas, a solos aquellos
les es dado que muchas veces las vieron y trataron.
Lo cual se deja entender fácilmente considerando que, siendo el rostro del
hombre compuesto de tan poco número de partes como son dos ojos, una nariz, dos
mejillas, una boca y frente, hace Naturaleza tantas composturas y
combinaciones, que, si cien mil hombres se juntan, cada uno tiene su rostro tan
singular y proprio, que por maravilla hallarán dos que totalmente se parezcan.
Lo mesmo pasa en cuatro elementos y cuatro calidades primeras, calor, frialdad,
humidad y sequedad, del armonía de las cuales se compone la salud y vida del hombre.
Y de tan poco número de partes como éstas hace Naturaleza tantas proporciones,
que si cien mil hombre se engendran, cada uno sale con su sanidad tan singular,
y propria para sí, que si Dios milagrosamente de improviso les trocase la
proporción de estas calidades primeras, todos quedarían enfermos, si no fuesen
la mesma consonancia y proporción. De lo cual se infieren necesariamente dos
conclusiones. La primera es que cada hombre que enfermare se ha de curar
conforme a su particular proporción, de tal manera que si el médico no le
vuelve a la consonancia de los humores y calidades que él antes tenía, no queda
sano. La segunda es que, para hacer esto como conviene, es necesario que el
médico haya visto y tratado al enfermo muchas veces en sanidad, tomándole el
pulso y viendo qué urina es la suya, y qué color de rostro, y qué templanza;
para que, cuando enfermare, pueda juzgar cuánto dista de su sanidad, y,
curándole, sepa hasta dónde lo ha de restituir.
Para lo primero (que es saber y entender la teórica y compostura del arte)
dice Galeno que es necesario tener grande entendimiento y mucha memoria. Porque
parte de la medicina consiste en razón, y parte en experiencia e historia; para
lo primero es menester el entendimiento, y para lo otro la memoria. Y como sea
tan dificultoso juntar estas dos potencias en grado intenso, por fuerza ha de
quedar el médico falto en la teórica; y, así, vemos muchos médicos grandes
latinos y griegos, grandes anatomistas y herbolarios (que son obras de la
memoria), y, metidos en argumentos y disputas y en averiguar la razón y causa
de cualquiera efecto (lo cual pertenece al entendimiento), no saben nada.
Al revés acontece en otros, que en la dialéctica y filosofía del arte
muestran grande ingenio y habilidad, y metidos en latín y griego, en yerbas y
anatomía, jamás salen con ello por ser faltos de memoria. Por esta razón dijo
Galeno: mirum non est, in tanta hominum multitudine qui in
medica et philosophica exercitatione studioque versantur, inveniri tan paucos
qui. recte in illis profecerint; como si dijera: «no me maravillo que en
tanta muchedumbre de hombres como se da a la medicina, tan pocos salgan con
ella». Y dando la razón, dice que apenas se halla el ingenio que esta ciencia
ha menester, ni maestro que la enseñe con perfección, ni quien la estudie con
diligencia y cuidado. Pero con todas estas razones y causas anda Galeno a
tiento, por no saber puntualmente en qué consiste no salir ningún hombre con la
medicina. Pero en decir que apenas se halla en los hombres el ingenio que esta
ciencia ha menester, dijo la verdad, aunque no tan específicamente como ahora
lo diremos: que por ser tan dificultoso de juntar grande entendimiento con
mucha memoria, ninguno sale perfectamente con la teórica de la medicina; y por
haber repugnancia entre el entendimiento y la imaginativa (a quien ahora
probaremos que pertenece la práctica y el saber curar con certidumbre) por
maravilla se halla médico que sea gran teórico y práctico ni, al revés, gran
práctico y que sepa mucha teórica.
Y que la imaginativa sea la potencia de que el médico se aprovecha en el
conocimiento y cura de los particulares, y no del entendimiento, es cosa muy
fácil de probar supuesta la doctrina de Aristóteles. El cual dice que el
entendimiento no puede conocer los singulares, ni diferenciar uno de otro, ni
conocer el tiempo y lugar, ni otras particularidades que hacen diferir los
hombres entre sí y curarse cada uno de diferente manera. Y es la razón (según
dicen los filósofos vulgares) ser el entendimiento potencia espiritual y no
poderse alterar de los singulares por estar llenos de materia; y por eso dijo
Aristóteles, que el sentido es de los singulares, y el entendimiento de los
universales. Luego, si las curas se han de hacer en los singulares y no en los
universales (que son ingenerables e incorruptibles), impertinente potencia es
el entendimiento para curar.
La dificultad es ahora: ¿por qué los hombres de grande entendimiento no
pueden tener buenos sentidos exteriores para los singulares, siendo potencias
tan disparatas? Y está la razón muy clara; y es que los sentidos exteriores no
pueden obrar bien si no asiste con ellos la buena imaginativa. Y esto hemos de
probar de opinión de Aristóteles; el cual, quiriendo declarar qué cosa es la
imaginativa, dice que es un movimiento causado del sentido exterior: de la
manera que el color (que se multiplica de la cosa colorada) altera el ojo, así
es que este mesmo color, que está en el humor cristalino, pasa más adentro a la
imaginativa: y hace en ella la mesma figura que estaba en el ojo. Y preguntando
con cuál de estas dos especies se hace el conocimiento del singular, todos los
filósofos dicen (y muy bien) que la segunda figura es la que altera la
imaginativa, y de ambas a dos se causa la noticia conforme aquel dicho tan
común: ab objecto de potentia paritur notitia; pero
de la primera, que está en el humor cristalino, y de la potencia visiva, ningún
conocimiento se hace si no advierte la imaginativa. Lo cual prueban claramente
los médicos, diciendo que si a un enfermo le cortan la carne o le queman, y con
todo esto no le causa dolor, que es señal de estar la imaginativa distraída en
alguna profunda contemplación. Y así lo vemos también por experiencia en los
sanos, que si están distraídos en alguna imaginación ni ven las cosas que tienen
delante, ni oyen aunque los llamen, ni gustan del manjar sabroso o desabrido,
aunque lo comen.
Por donde es cierto que la imaginativa es la que hace el juicio y
conocimiento de las cosas particulares, y no el entendimiento ni los sentidos
exteriores; de donde se sigue muy bien que el médico que supiere mucha teórica,
o por tener grande entendimiento o grande memoria, que será por fuerza ruin
práctico por la falta que ha de tener de imaginativa; y por lo contrario, el
que saliere gran práctico forzosamente ha de ser ruin teórico, porque la mucha
imaginativa no se puede juntar con mucho entendimiento y memoria. Y ésta es la
causa por donde ninguno puede salir muy consumado en la medicina ni dejar de
errar en las curas; porque, para no cosquear en la obra, ha menester saber el
arte, y tener buena imaginativa para poderla ejecutar; y estas dos cosas hemos
probado que son incompatibles.
Ninguna vez llega el médico a conocer y curar cualquiera enfermedad, que
tácitamente, dentro de sí, no haga un silogismo en Darii aunque sea
empírico; y la primera de las premisas pertenece su probación al entendimiento,
y la segunda a la imaginativa. Y, así, los grandes teóricos yerran
ordinariamente en la menor y grandes prácticos en la mayor. Como si dijésemos
desta manera: «Toda calentura que depende de humores fríos y húmidos se ha de
curar con medicinas calientes y secas» (tomando las indicaciones de la causa);
«esta calentura que padece este hombre depende de humores fríos y húmidos»;
«luego hase de curar con medicinas calientes y secas». La verdad de la mayor
bien la probará el entendimiento (por ser universal), diciendo que la frialdad
y humidad piden para su templanza calor y sequedad, porque cada calidad se
remite con su contrario. Pero venidos a probar la menor, ya no vale nada el
entendimiento, por ser particular y de ajena jurisdicción, cuyo conocimiento
pertenece a la imaginativa, tomando de los cinco sentidos exteriores las
señales proprias y particulares de la enfermedad. Y si la indicación se ha de
tomar de la calentura o de su causa, no lo puede saber el entendimiento. Sólo
enseña que se ha de tomar la indicación de aquello que promete más peligro.
Pero cuál de las indicaciones es la mayor, sola la imaginativa lo alcanza,
cotejando los daños que hace la calentura con los del síntoma y la causa, y la
poca fuerza o mucha de la virtud.
Para alcanzar este conocimiento tiene la imaginativa ciertas propriedades
inefables con las cuales atina a cosas que ni se pueden decir ni entender, ni
hay arte para ellas. Y, así, vemos entrar un médico a visitar el enfermo; y por
la vista, oído, olfato y tacto, alcanza lo que parece cosa imposible. De tal
manera, que si al mesmo médico le preguntásemos cómo pudo atinar a conocimiento
tan delicado no sabría dar la razón, porque es gracia que nace de una
fecundidad de la imaginativa que por otro nombre se llama solercia, la
cual con señales comunes, inciertas, conjeturales y de poca firmeza en cerrar y
abrir el ojo alcanzan mil diferencias de cosas en las cuales consiste la fuerza
del curar y pronosticar con certidumbre.
Deste género de solercia carecen los hombres de grandes entendimiento, por
ser parte de imaginativa; y, así, tiniendo las señales delante de los ojos, que
los están avisando de lo que hay en la enfermedad, no les hace en sus sentidos
ninguna alteración por ser faltos de imaginativa. Preguntóme un médico muy en
secreto qué podía ser la causa que habiendo él estudiado con gran curiosidad
todas las reglas y consideraciones del arte de pronosticar, y estando en ellas
muy bien, jamás acertaba en ningún pronóstico que echaba. Al cual me acuerdo
haber respondido que con una potencia se aprendía el arte de medicina, y con
otra se ponía en ejecución. Este tenía un buen entendimiento y era falto de
imaginativa. Pero hay en esta doctrina una dificultad muy grande. Y es: ¿cómo
pueden los médicos de grande imaginativa aprender el arte de medicina siendo
faltos de entendimiento? Y si es verdad que curan mejor que los que la saben
muy bien, ¿de qué sirve irla a aprender en las Escuelas?
A esto se responde que es cosa muy importante saber primero el arte de
medicina, porque en dos o tres años aprende el hombre todo lo que alcanzaron
los antiguos en dos mil. Y si el hombre lo hubiera de adquirir por experiencia,
había menester vivir tres mil años, y experimentando las medicinas matara
primero (antes que supiera sus calidades) infinitos hombres; todo lo cual se
excusará leyendo los libros de los médicos racionales y experimentados, los
cuales avisan por escrito de lo que ellos hallaron en el discurso de su vida,
para que de unas cosas usen los médicos nuevos con seguridad, y de otras se
guarden por ser venenosas.
Fuera desto, es de saber que las cosas comunes y vulgares de todas las
artes son muy claras y fáciles de aprender, y las más importantes en la obra; y
por lo contrario, las muy curiosas y delicadas son las más oscuras, y menos
necesarias para curar. Y los hombres de grande imaginativa no están totalmente
privados de entendimiento ni memoria; y, así, con la remisión que tienen de
estas dos potencias, pueden aprender lo más necesario de la medicina por ser lo
más claro, y, con la buena imaginativa que tienen, conocer mejor la enfermedad
y su causa que los muy racionales. Aliende que la imaginativa es la que alcanza
la ocasión del remedio que se ha de aplicar, en la cual gracia consiste la
mayor parte de la práctica; y, así, dijo Galeno que el proprio nombre del
médico es inventor occasionis; y saber conocer el
tiempo, el lugar y la ocasión cierto es ser obra de la imaginativa, pues dice
figura y correspondencia.
La dificultad es ahora saber, de tantas diferencias como hay de
imaginativa, a cuál de ellas pertenece la práctica de la medicina, porque
cierto es que no todas convienen en una mesma razón particular. La cual
contemplación me ha dado más trabajo y fatiga de espíritu que todas las demás;
y con todo eso aún no le he podido dar el nombre que ha de tener, salvo que
nace de un grado menos de calor que tiene aquella diferencia de imaginativa con
que se hacen versos y coplas.
Y aun en esto no me afirmo del todo. Porque la razón en que me fundo es
que los que yo he considerado buenos prácticos, todos pican un poco en el arte
de metrificar, y no suben mucho su contemplación, ni espantan sus versos. Lo
cual puede acontescer también por pasar el calor del punto que pide la poesía;
y si es por esta razón, ha de ser tanto el calor, que tueste un poco la
sustancia del celebro y no resuelva mucho el calor natural. Aunque si pasa
adelante, no hace mala diferencia de ingenio para la medicina (porque junta el
entendimiento con la imaginativa por el adustión), pero no es tan buena la
imaginativa para curar, como la que yo ando buscando; la cual convida al hombre
a ser hechicero, supersticioso, mago, embaidor, quiromántico, judiciario y
adivinador, porque las enfermedades de los hombres son tan ocultas y hacen sus
movimientos con tantos secreto, que es menester andar siempre adivinando lo que
es.
Esta diferencia de imaginativa es mala de hallar en España, porque los
moradores desta región hemos probado atrás que carecen de memoria y de
imaginativa, y tienen buen entendimiento. También en la imaginativa de los que
habitan debajo el Septentrión no vale nada para la medicina, porque es muy
tarda y remisa. Sólo es buena para hacer relojes, pinturas, alfileres y otras
bujerías impertinentes al servicio del hombre. Sólo Egipto es la región que
engendra en sus moradores esta diferencia de imaginativa. Y, así, los
historiadores nunca acaban de contar cuán hechiceros son los gitanos y cuán
prestos en atinar a las cosas y hallar los remedios para sus necesidades. Para
encarecer Josefo la gran sabiduría de Salomón dice de esta manera: tanta fuit sapientia et prudentia quam Salomon divinitus
acceperat, ut omnes priscos superaret, atque etiam aegiptios, qui omnium
sapientissimi habentur. Los egipcios dice también Platón que exceden a
todos los hombres del mundo en saber ganar de comer, la cual habilidad,
pertenece a la imaginativa. Y que sea esto verdad, parece claramente porque
todas las ciencias que pertenecen a la imaginativa, todas se inventaron en
Egipto, como son matemáticas, astrología, aritmética, perspectiva, judiciaria y
otras así.
Pero el argumento que a mí más me convence en este propósito es que,
estando Francisco de Valois, rey de Francia, molestado de una prolija
enfermedad, y viendo que los médicos de su casa y Corte no le daban remedio,
decía todas las veces que le crecía la calentura que no era posible que los
médicos cristianos supiesen curar, ni de ellos esperaba jamás remedio. Y, así,
una vez, con despecho de verse todavía con calentura, mandó despachar un correo
a España, pidiendo al Emperador, nuestro señor, le enviase un médico judío, el
mejor que hubiese en su corte, del cual tenía entendido que le daría remedio a
su enfermedad si en el arte lo había. La cual demanda fue harto reída en
España, y todos concluyeron que era antojo de hombre que estaba con calentura;
pero con todo eso mandó el Emperador nuestro señor que le buscasen un médico
tal, si le había, aunque fuesen por él fuera del reino, Y no lo hallando, envió
un médico cristiano nuevo, pareciéndole que con esto cumpliría con el antojo
del rey. Pero puesto el médico en Francia y delante el rey, pasó un coloquio
entre ambos muy gracioso, en el cual se descubrió que el médico era cristiano,
y, por tanto, no se quiso curar con él. El rey (con la opinión que tenía del
médico que era judío) le preguntó, por vía de entretenimiento, si estaba ya
cansado de esperar el Mesías prometido en la ley.
MÉDICO.- Señor, yo no espero al Mesías prometido en la ley judaica.
REY.- Muy cuerdo sois en eso, porque las señales que estaban notadas
en la Escritura divina para conocer su venida son ya cumplidas muchos días ha.
MÉDICO.- Ese número de días tenemos los cristianos bien contados,
porque hace hoy mil y quinientos cuarenta y dos años que vino, y estuvo en el
mundo treinta y tres, y en fin de ellos murió crucificado, y al tercero día
resucitó, y después subió a los cielos donde ahora está.
REY.- Luego, ¿vos sois cristiano?
MÉDICO.- Señor, sí, por la gracia de Dios.
REY.- Pues volveos en hora buena a vuestra tierra, porque médicos
cristianos sobrados tengo en mi casa y corte. ¡Por judío lo había yo, los
cuales en mi opinión son los que tienen habilidad natural para curar!
Y, así, lo despidió, sin quererle dar el pulso ni que viese la urina ni le
hablase palabra tocante a su enfermedad. Y luego envió a Constantinopla por un
judío, y con sola leche de borricas le curó.
Esta imaginación del rey Francisco, a lo que yo pienso, es muy verdadera;
y tengo entendido que es así, porque en las grandes destemplanzas calientes del
celebro he probado atrás que alcanza la imaginativa lo que, estando el hombre
en sanidad, no puede hacer. Y porque no parezca haberlo dicho por vía de gracia
y sin tener fundamento natural para ello, es de saber que la variedad de los
hombres, así en la compostura del cuerpo como en el ingenio y condiciones del
ánima, nace de habitar regiones de diferente temperatura, y de beber aguas
contrarias, y de no usar todos de unos mesmos alimentos; y, así dijo Platón: alii ob varios ventos et aestus, et moribus et specie diversi
inter se sunt; alii ob aquas; quidem propter alimentum ex terra prodiens; quod
non solum in corporibus melius ac deterius, sed in animis quoque id genus omnia
patere non minus potest; como si dijera: «unos hombres difieren de
otros, o por ventilarse con aires contrarios, o por beber diferentes aguas, o
por no usar todos de unos mesmos alimentos; y esta diferencia, no solamente se
halla en el rostro y compostura del cuerpo, pero también en el ingenio del
ánima».
Luego si yo probare ahora que el pueblo de Israel estuvo de asiento muchos
años en Egipto y que, saliendo de él, comió y bebió las aguas y manjares que
son apropriados para hacer esta diferencia de imaginativa, habremos hecho
demostración de la opinión del rey de Francia, y sabremos de camino qué
ingenios de hombres se han de escoger en España para la medicina.
Cuanto a lo primero, es de saber que, pidiendo Abrahán señales para
entender que él o sus descendientes habían de poseer la tierra que se le había
prometido, dice el Texto que, estando durmiendo, le respondió Dios diciendo: scito praenoscens quod peregrinum futurum sit semen tuum in
terra non sua; et subiicient eos servittti et affligent quadringentis annis;
veruntamen gentem cui servituri sunt ego iudicabo; et post haec eggredientur
cum magna substantia; como si le dijera: «sábete, Abrahán, que tus
descendientes han de peregrinar por tierras ajenas, y los han de afligir con
servidumbres cuatrocientos años; pero ten por cierto que yo castigaré la gente
que los oprimiere y los libraré de aquella servidumbre y les daré muchas
riquezas».
La cual profecía se cumplió, aunque Dios, por ciertos respectos, añadió
treinta años más; y, así, dice el texto divino: habitatio
autem filiorum Israel, qua manserunt in Aegipto, fuit quadrigentorum triginta
annorum, quibus expletis eadem die eggresus est omnis exercitus Domini de terra
Aegipti; como si dijera: «el tiempo que estuvo el pueblo de Israel en
Egipto fueron cuatrocientos treinta años, los cuales cumplidos, luego en aquel
día salió de cautiverio todo el ejército del Señor». Pero aunque esta letra
dice manifiestamente que estuvo el pueblo de Israel en Egipto cuatrocientos
treinta años, declara una glosa que se entiende haber sido estos años todo el
tiempo que Israel anduvo peregrinando hasta tener tierra propria, pero que en
Egipto no estuvo sino doscientos y diez. La cual declaración no viene bien con
lo que dijo san Esteban protomártir en aquel razonamiento que tuvo con los
judíos; conviene a saber: que el pueblo de Israel es tuvo cuatrocientos y
treinta años en la servidumbre de Egipto. Y aunque la habitación de doscientos
y diez años bastaba para que al pueblo de Israel se le pegasen las calidades de
Egipto, pero lo que estuvo fuera de él no fue tiempo perdido para lo que toca
al ingenio. Porque los que viven en servidumbre, en tristeza, en aflicción y
tierras ajenas, engendran mucha cólera requemada por no tener libertad de
hablar ni vengarse de sus injurias; y este humor, estando tostado, es el
instrumento de la astucia, solercia y malicia. Y, así, se ve por experiencia
que no hay peores costumbres ni condiciones, que las del señor esclavo, cuya
imaginación está siempre ocupada en cómo hará daño a su señor y se librará de
la servidumbre.
Aliende desto, la tierra por donde anduvo el pueblo de Israel no era muy
extraña ni apartada de las calidades de Egipto; porque, atento a su miseria y
esterilidad, prometió Dios a Abrahán que le daría otra muy abundosa y fértil. Y
esto es cosa muy averiguada, así en buena filosofía natural como en
experiencia, que las regiones estériles y flacas, no paniegas ni abundosas en
fructificar, crían hombres de ingenio muy agudo; y por lo contrario, las
tierras gruesas y fértiles engendran hombres membrudos, animosos y de muchas
fuerzas corporales, pero muy torpes de ingenio. De Grecia nunca acaban de
contar los historiadores cuán apropriada región es para criar hombres de grande
habilidad; y, en particular, dice Galeno que en Atenas por maravilla salía un
hombre necio; y nota que era la tierra más mísera y estéril de toda Grecia.
Y, así, se colige que por las calidades de Egipto y de las otras
provincias donde anduvo el pueblo de Israel, se hizo de ingenio muy agudo. Pero
es menester saber por qué razón la temperatura de Egipto cría esta diferencia
de imaginativa. Y es cosa muy clara sabiendo que en esta región quema mucho el
sol, y por esta causa los que la habitan tienen el celebro tostado y la cólera
requemada, que es el instrumento de la astucia y solercia. Por donde pregunta
Aristóteles: cur blaesis pedibus sunt ethiopes et
aegiptii? Como si dijera: «¿qué es la causa que los negros de Etiopía y
los naturales de Egipto son patituertos, hocicudos y las narices remachadas?».
Al cual problema responde que el mucho calor de la región tuesta la sustancia
de estos miembros y los hace retorcer, como se encoge la correa junto al fuego;
y por la mesma razón se les encogen los cabellos, y así también son crespos y
motosos. Y que los que habitan tierras calientes sean más sabios que los que
nacen en tierras frías ya lo dejamos probado de opinión de Aristóteles, el cual
pregunta: cur locis calidis homines sapientiores sunt quam
frigidis?; como si dijera: «¿de dónde nace ser más sabios los hombres en
las tierras calientes, que en las frías?». Pero ni sabe responder al problema,
ni hace distinción de la sabiduría. Porque ya dejamos probado atrás que hay dos
géneros de prudencia en los hombres. Una, de la cual dijo Platón: scientia quae est remota a iusticia, calliditas potius quam sapientia
est appellanda; como si dijera: «la ciencia que está apartada de la
justicia, antes se ha de llamar astucia que sabiduría». Otro hay con rectitud y
simplicidad, sin dobleces ni engaños; y ésta propriamente se dice sabiduría por
andar siempre asida de la justicia y rectitud. Los que habitan en tierras muy
calientes son sabios en el primer género de sabiduría, y tales son los de
Egipto.
Veamos ahora, salido el pueblo de Israel de Egipto y puesto en el
desierto, qué manjares comió, y qué aguas bebió, y qué templanza tenía el aire
por donde anduvo, para que entendamos si por esta razón mudaron el ingenio que
sacaron del cautiverio o el mesmo se les confirmó. Cuarenta años dice el Texto
que mantuvo Dios a este pueblo con maná: manjar tan delicado y sabroso cual
jamás comieron los hombres en el mundo, en tanto, que, viendo Moisés su
delicadeza y bondad, mandó a su hermano Arón que hinchiese un vaso de ello y lo
pusiese en el arca foederis, para que los descendientes de este
pueblo, estando en tierra de promisión, viesen el pan con que mantuvo a sus
padres andando por el desierto, y cuán mal pago le dieron a trueque de tanto
regalo. Y para que conozcamos los que no vimos este alimento qué tal debía de
ser, es bien que pintemos el maná que hace Naturaleza; y, añadiendo sobre él
más delicadeza, podremos imaginar enteramente su bondad.
La causa material de que se engendra el maná es un vapor muy delicado que
el sol levanta de la tierra con la fuerza de su calor; el cual, puesto en lo
alto de la región se cuece y perficiona, y, sobreviniendo el frío de la noche,
se cuaja, y con el peso torna a caer sobre los árboles y piedras, donde lo
cogen y guardan en ollas para comer. Llámanle mel roscidum
et aereum, por la semejanza que tiene con el rocío y por haberse hecho de
aire. Su color es blanco y de sabor dulce como la miel; la figura, a manera de
culantro. Las cuales señales pone también la divina Escritura del maná que
comió el pueblo de Israel; por donde sospecho que ambos tenían la mesma
naturaleza. Y si el que Dios criaba tenía más delicada sustancia, tanto mejor
confirmaremos nuestra opinión; pero yo siempre tengo entendido que Dios se
acomoda a los medios naturales cuando con ellos puede hacer lo que quiere, y lo
que falta a Naturaleza lo suple con su omnipotencia. Dígolo, porque darles a
comer maná en el desierto (fuera de lo que con ello quería significar) parece
que estaba también fundado en la disposición de la tierra, la cual hoy día
engendra el mejor maná que hay en el mundo. Y, así, dice Galeno que en el monte
Líbano (que no está lejos de allí) se cría en gran cantidad y muy escogido; en
tanto que los labradores suelen cantar en sus pasatiempos que Júpiter llueve
miel en aquella tierra. Y aunque es verdad que Dios criaba aquel maná
milagrosamente, en tanta cantidad a tal hora y en días determinados, pero pudo
ser que tuviese la mesma naturaleza del nuestro; como la tuvo el agua que sacó
Moisés de las piedras, y el fuego que hizo bajar del cielo Elías con su
palabra, que fueron naturales, aunque milagrosamente sacadas.
El maná que pinta la divina Escritura dice que era como rocío: quasi semen coriandri, album, gustusque simile cum melle;
como si dijera: «el maná que Dios llovió en el desierto tenía la figura como
simiente de culantro, era blanco, y el sabor como miel». Las cuales condiciones
tiene también el maná que produce Naturaleza.
El temperamento de este alimento dicen los médicos que es caliente y de
partes sutiles y muy delicadas. La cual compostura debía tener también el maná
que comieron los hebreos; y, así, quejándose de su delicadeza, dijeron de esta
manera: anima nostra iam nauseat super cibo isto levissimo;
como si dijera: «ya no puede sufrir nuestro estómago este alimento tan
liviano». Y la filosofía de esto era que ellos tenían fuertes estómagos, hechos
de ajos, cebollas y puerros; y viniendo a comer un alimento de tan poca
resistencia, todo se les convertía en cólera. Y por esto manda Galeno que los
hombres que tuvieren mucho calor natural que no coman miel ni otros alimentos
livianos, porque se les corromperán y en lugar de cocerse se tostarán como
hollín. Esto mesmo les aconteció a los hebreos con el maná, que todo se les
convertía en cólera retostada; y, así, andaban todos secos y enjutos, por no
tener este alimento corpulencia para los engordar: anima
nostra arida est: nihil aliud respiciunt oculi nostri nisi manna; como
si dijera: «nuestra ánima está ya seca y consumida, y no ven nuestros ojos otra
cosa sino maná».
El agua que bebían tras este manjar era tal cual ellos la pedían; y si no
la hallaban, mostraba Dios a Moisés un madero de tan divina virtud, que,
echándolo en las aguas gruesas y salobres, las volvía delicadas y de buen
sabor; y no habiendo ninguna, tomaba Moisés la vara con que abrió el mar
Bermejo en doce carreras, y dando con ella en las piedras, salían fuentes de
agua tan delicadas y sabrosas como su gusto las podía apetescer; en tanto que
dijo san Pablo: petra consequente eos; como si
dijera: «la agua de la piedra se andaba tras su antojo», saliendo dulce,
delicada y sabrosa.
Y ellos tenían hecho el estómago a beber aguas gruesas y salobres. Porque
en Egipto cuenta Galeno que las cocían para poderlas beber, por ser malas y
corrompidas. Y bebiendo aguas tan delicadas, no podían dejar de convertírseles
en cólera, por tener poca resistencia. Las mesmas calidades dice Galeno que ha
de tener el agua, para cocerse bien en el estómago y no corromperse, que el
alimento sólido que comemos. Si el estomago es recio, hanle de dar alimentos
recios que le respondan en proporción; si es flaco y delicado, los alimentos
han de ser tales. Eso mesmo se ha de mirar en el agua; y así lo vemos por
experiencia, que si un hombre está hecho a beber aguas gruesas, nunca mata la
sed con las delicadas ni las siente en el estómago, antes le dan más sequía,
porque el calor demasiado del estómago las quema y resuelve luego en entrando,
por no tener resistencia.
Del aire que gozaban en el desierto, podremos decir que era también sutil
y delicado, porque andando por sierras y lugares sin población, cada momento
les ocurría fresco, limpio y sin ninguna corrupción, por no haber asiento en
ningún lugar. Y teníanle siempre templado, porque de día se ponía delante el
sol una nube que no le dejaba calentar demasiadamente, y a la noche una columna
de fuego que lo templaba. Y gozar de un aire de esta manera, dice Aristóteles
que hace avivar mucho el ingenio.
Consideremos, pues, ahora, qué simiente tan delicada y tostada harían los
varones de este pueblo comiendo un alimento como el maná y bebiendo las aguas
que hemos dicho y respirando un aire tan apurado y limpio, y qué sangre
menstrua tan sutil y delicada harían las hebreas. Y acordémonos de lo que dijo
Aristóteles, que, siendo la sangre menstrua sutil y delicada, el muchacho que
de ella se engendrare será después hombre de muy agudo ingenio. Cuánto importe
comer los padres manjares delicados para engendrar hijos de mucha habilidad,
probarlo hemos muy por extenso en el capítulo postrero de esta obra. Y porque
todos los hebreos comieron un mesmo manjar tan espiritual y delicado y bebieron
una mesma agua, todos sus hijos y descendientes salieron agudos y de grande
ingenio para las cosas de este siglo.
Puesto ya el pueblo de Israel en tierra de promisión con tan agudo ingenio
como hemos dicho, viniéronle después tantos trabajos, hambres, cercos de
enemigos, sujeciones, servidumbres y malos tratamientos, que aunque no hubieran
sacado de Egipto y del desierto aquel temperamento caliente y seco y retostado
que hemos dicho, lo hicieran en esta mala vida. Porque la continua tristeza y vejación
hace juntar los espíritus vitales y sangre arterial en el celebro, en el hígado
y corazón; y estando allí unos sobre otros, se vienen a tostar y requemar. Y,
así, muchas veces levantan calenturas; y lo ordinario es hacer melancolía por
adustión (de la cual casi todos participan hasta el día de hoy), atento a lo
que dice Hipócrates: metus et maestitia diu durans,
melancholiam significat.
Esta cólera retostada dijimos atrás que era el instrumento de la solercia,
astucia, versucia y malicia; y ésta es acomodada a las conjeturas de la
medicina, y con ella se atina a la enfermedad, a la causa, y al remedio que
tiene. Por donde apuntó maravillosamente el rey Francisco, y no fue delirio ni
menos invención del demonio lo que dijo, sino que con la mucha calentura y de
tantos días, y con la tristeza de verse enfermo y sin remedio, se le tostó el
celebro y levantó de punto la imaginativa; de la cual hemos probado atrás que
si tiene el temperamento que ha de menester, repentinamente dice el hombre lo
que jamás aprendió.
Pero contra todo lo que hemos dicho se ofrece una dificultad muy grande. Y
es que, si los hijos o nietos de los que estuvieron en Egipto y gozaron del
maná y de las aguas y aires delicados del desierto, se eligieran para médicos,
parece que la opinión del rey Francisco tenía alguna probabilidad por las
razones que hemos dicho. Pero que sus descendientes hayan conservado hasta el
día de hoy aquellas disposiciones del maná, del agua, de los aires, de las
aflicciones y trabajos que sus antepasados padecieron en el cautiverio de
Babilonia, es cosa que no se puede entender. Porque si en cuatrocientos y
treinta años que estuvo el pueblo de Israel en Egipto, y cuarenta en el
desierto, pudo su simiente adquirir aquellas disposiciones de habilidad, mejor
se pudieron perder, y con mayor facilidad, en dos mil años que a la salida del
desierto; mayormente venidos a España, región tan contraria de Egipto y donde
han comido manjares diferentes y bebido aguas de no tan buen temperamento y
sustancia como allí. Esto tiene la naturaleza del hombre y de cualquier animal
y planta: que luego toma las costumbres de la tierra donde vive y pierde las
que traía de otra; y, en cualquiera cosa que la pongan, en pocos días la hace
sin contradicción.
De un linaje de hombres cuenta Hipócrates que, para diferenciarse de la
gente plebeya, escogieron por insignia de su nobleza tener la cabeza ahusada; y
para hacer con arte esta figura, en naciendo el niño tenían las comadres
cuidado de apretarle la cabeza con vendas y fajas hasta imprimirle tal señal. Y
pudo tanto este artificio, que se convirtió en naturaleza, porque andando el
tiempo todos los niños nobles que nacían sacaban ya la cabeza ahusada. Por
donde vino a cesar el arte y diligencia de las comadres. Pero, como dejaron a
Naturaleza libre y suelta, sin oprimirla ya con arte, poco a poco se fue
volviendo a la figura que ella solía hacer de antes.
Desta mesma manera pudo acontecer al pueblo de Israel: que, puesto caso
que la región de Egipto, el maná, las aguas delicadas y la tristeza hicieron
aquellas disposiciones de ingenio en su simiente, pero cesando estas razones y
causas, y sobreviniendo otras contrarias, cierto es que se habían de ir
perdiendo poco a poco las calidades del maná y adquiriendo otras diferentes,
conforme a la región donde habitasen y los manjares que comiesen y las aguas
que bebiesen y los aires que respirasen.
Esta duda, en filosofía natural, tiene poca dificultad. Porque hay
accidentes que se introducen en un momento y duran toda la vida en el sujeto
sin poderse corromper. Otros hay que gastan tanto tiempo en deshacerse, cuanto
fue menester para engendrarse; y algunas veces más y otras menos, conforme a la
actividad del agente y la disposición del que padece. Por ejemplo de lo
primero, es de saber que de un grande espanto que hicieron a un hombre, quedó
tan disfigurado y perdido el color, que parecía difunto; y no solamente le duró
a él toda su vida, pero los hijos que engendraba sacaban el mesmo color, sin
hallar remedio para quitarlo. Conforme a esta cuenta, bien pudo ser que en
cuatrocientos y treinta años que estuvo el pueblo de Israel en Egipto, y
cuarenta en el desierto y sesenta en el captiverio de Babilonia, que fuesen
menester más de tres mil años para que la simiente de Abrahán acabase de perder
las disposiciones de ingenio que hizo el maná; pues para corromper el mal color
que en un momento hizo el espanto fueron menester más de cien años.
Pero, para que de raíz se entienda la verdad de esta doctrina, es menester
responder a dos dudas que hacen a este propósito y nunca se acaban de soltar.
La primera es: ¿de dónde nace que cuanto los manjares son más delicados y
sabrosos (como son las gallinas y perdices), tanto más presto los viene el
estómago a aborrescer y tener hastío de ellos? Y por el contrario, vemos comer
un hombre carne de vaca todo el año sin darle molestia ninguna; y comiendo tres
o cuatro días arreo gallinas, al quinto no las puede oler sin revolvérsele el
estómago. La segunda duda es: ¿qué es la razón que siendo el pan de trigo y la
carne del carnero, no de tan buena sustancia ni sabrosa como la gallina o
perdiz, jamás el estómago los viene a aborrescer, aunque usamos de ellos toda
la vida? Antes faltando el pan, no podemos comer los demás alimentos ni nos
saben bien. El que supiere responder a estas dos dudas entenderá fácilmente la
causa por donde los descendientes del pueblo de Israel aún no han perdido las
disposiciones y accidentes que el maná introdujo en la simiente, ni se les
acabará tan presto el agudeza de ingenio y solercia que les vino por esta
razón.
Dos principios hay en filosofía natural, ciertos y muy verdaderos, de los
cuales depende la respuesta y solución de estas dudas. El primero es que todas
cuantas potencias gobiernan al hombre están desnudas y privadas de las
condiciones y calidades que tienen su objeto, para que puedan conocer y juzgar
de todas sus diferencias. Esto tienen los ojos, que, habiendo de recebir en sí
todas las figuras y colores, fue menester privarlos totalmente de ellas; porque
si fueran amarillos (como en los que padecen itericia) todas las cosas que
mirasen les parecieran tener el mesmo color. También la lengua, que es el
instrumento del gusto, ha de estar privada de todos los sabores; y si está
dulce o amarga, ya sabemos por experiencia que todo cuanto comemos y bebemos
tiene el mesmo sabor. Lo mesmo pasa en el oído, olfato y tacto. El segundo
principio es que todas cuantas cosas están criadas apetecen naturalmente su
conservación, y procuran durar para siempre jamás y que no se acabe el ser que
Dios y Naturaleza les dio, aunque después hayan de tener otra mejor naturaleza.
Por este principio, todas las cosas naturales que tienen conocimiento y sentido
aborrescen aquello que altera y corrompe su composición natural y huyen de
ello.
El estómago está desnudo y privado de la sustancia y calidades de todos
los manjares del mundo, como lo está el ojo de los colores y figuras; y cuando
alguno de ellos comemos, puesto caso que el estómago lo vence, pero el mesmo
alimento rehace contra el estómago (por ser al principio contrario) y le altera
y corrompe su temperamento y sustancia; porque ningún agente hay tan fuerte
que, haciendo, no repadezca. Los alimentos muy delicados y sabrosos alteran
grandemente al estómago: lo uno porque los cuece y abraza con mucho apetito y sabor;
lo otro, por ser tan sutiles y sin excrementos, embébense en la sustancia del
estómago, de donde no pueden salir. Sintiendo, pues, el estómago que este
alimento le altera su naturaleza y le quita la proporción que tiene con los
demás alimentos, lo viene a aborrescer, y si lo ha de venir a comer, es
menester hacerle muchas salsas y apetitos para engañarlo.
Todo esto tuvo el maná desde el principio: que aunque era manjar tan
delicado y sabroso, al final fastidió al pueblo de Israel; y, así, dijeron: anima nostra iam nauseat super cibo isto levissimo; queja
indigna de pueblo tan favorecido de Dios, que les había proveído del remedio,
que fue hacer que el maná tuviese los sabores y apetitos que a ellos se les
antojase, para que lo pudiesen pasar: panem de caelo
praestitisti eis, omne delectamentum in se habentem. Por donde lo
vinieron a comer muchos de ellos con muy buen gusto, porque tenían los huesos,
nervios y carne tan empapados en maná y de sus calidades, que por la semejanza
no apetecían ya otra cosas. Lo mesmo acontesce en el pan de trigo que ahora
comemos, y en la carne del carnero. Los manjares gruesos y no de buena
sustancia (como es la vaca) son muy excrementosos, y no los recibe el estómago
con tanta codicia como los delicados y sabrosos, y así tarda más en alterarse
de ellos.
De donde se sigue que para corromper el alteración que el maná hacía en un
día, era menester comer un mes entero otros manjares contrarios; y según esta
cuenta, para deshacer las calidades que el maná introdujo en la simiente en
cuarenta años, son menester cuatro mil y más. Y si no, finjamos que como Dios
sacó de Egipto las doce tribus de Israel, sacara doce negros y doce negras de
Etiopía, y los trujera a nuestra región. ¿En cuántos años fuera bueno que estos
negros y sus descendientes vinieran a perder el color, no mezclándose con los
blancos? A mí me parece que eran menester muchos años, porque con haber más de
doscientos que vinieron de Egipto a España los primeros gitanos, no han podido
perder sus descendientes la delicadeza de ingenio y solercia que sacaron sus
padres de Egipto, ni el color tostado. Tanta es la fuerza de la simiente humana
cuando recibe en sí alguna calidad bien arraigada. Y de la manera que los
negros comunican en España el color a sus descendientes (por la simiente, sin
estar en Etiopía) así el pueblo de Israel, viniendo también a ella, puede
comunicar a sus descendientes el agudeza de ingenio sin estar en Egipto ni
comer del maná; porque ser necio o sabio también es accidente del hombre, como
ser blanco y negro.
Ello verdad es que no son ahora tan agudos y solertes como mil años atrás;
porque dende que dejaron de comer del maná lo han venido perdiendo sus
descendientes poco a poco hasta ahora, por usar de contrarios manjares, y estar
en región diferente de Egipto, y no beber aguas tan delicadas como en el
desierto; y por haberse mezclado con los que descienden de la gentilidad, los
cuales carecen de esta diligencia de ingenio. Pero lo que no se les puede negar
es que aún no lo han acabado de perder.
Donde se declara a qué
diferencia de habilidad pertenece el arte militar, y con qué señales se ha de
conocer el hombre que alcanzare esta manera de ingenio
¿Qué es la causa (pregunta Aristóteles) que, no siendo la valentía la
mayor virtud de todas, antes la justicia y prudencia son las mayores, con todo
esto la república y casi todos los hombres, de común consentimiento, estiman en
más a un valiente y le hacen más honra dentro en su pecho, que a los justos y
prudentes, aunque estén constituidos en grandes dignidades y oficios? A este
problema responde Aristóteles diciendo que no hay rey en el mundo que no haga
guerra a otro o la reciba; y como los valientes le dan gloria, imperio, lo
vengan de sus enemigos y le conservan su estado, hacen más honra, no a la
virtud suprema, que es la justicia, sino a aquella de quien reciben más
provecho y utilidad. Porque, si no tratasen así a los valientes ¿cómo era
posible hallar los reyes capitanes y soldados que de buena gana arriscasen su
vida por defenderles su hacienda y estado?
De los asianos, se cuenta que era una gente que se preciaba de muy
animosa; y preguntándoles la causa por qué no querían tener rey ni leyes,
respondieron que las leyes los hacían cobardes, y que también les parecía
necedad ponerse en los peligros de la guerra por ensanchar a otro su estado;
que más querían pelear por sí y llevarse ellos el provecho de la victoria. Pero
ésta es respuesta de hombres bárbaros y no de gente racional, la cual tiene
entendido que sin rey ni república ni leyes es imposible conservarse los
hombres en paz.
Lo que dijo Aristóteles está muy bien apuntado, aunque hay otra respuesta
mejor. Y es que cuando Roma honraba sus capitanes con aquellos triunfos y
pasatiempos, no premiaba solamente la valentía del que triunfaba, sino también
la justicia con que sustentó el ejército en paz y concordia, y la prudencia con
que hizo los hechos, y la temperancia de que usó quitándose el vino, las
mujeres y el mucho comer, lo cual hace perturbar el juicio y errar los
consejos. Antes la prudencia se ha de buscar más en el capitán general, y
premiarla, que el ánimo y valentía; porque, como dijo Vegecio, pocos capitanes
muy valientes aciertan a hacer buenos hechos; y es la causa que la prudencia es
más necesaria en la guerra, que la osadía en acometer. Pero qué prudencia sea
ésta nunca Vegecio la pudo atinar, ni supo señalar qué diferencia de ingenio
había de tener el que ha de gobernar la milicia. Y no me espanto por no haberse
hallado esta manera de filosofar de la cual dependía. Verdad es que averiguar
esto no responde al intento que llevamos, que es eligir los ingenios que piden
las letras. Pero es la guerra tan peligrosa y de tan alto consejo, y tan
necesario al Rey saber quién ha de confiar su potencia y estado, que no haremos
menos servicio a la república en señalar esta diferencia de ingenio y sus
señales que en las demás que hemos pintado.
Y, así, es de saber que la malicia y la milicia casi convienen en el mesmo
nombre y tienen también la mesma difinición. Porque trocando la a por i
de malicia, se hace milicia, y de milicia malicia, con
facilidad. Cuáles sean las propriedades y naturaleza de la malicia, tráelas
Cicerón diciendo: malitia est versutia et fallax nocendi
ratio; como si dijera: «la malicia no es otra cosa más que una razón
doblada, astuta y mañosa de hacer mal». Y, así, en la guerra no se trata de
otra cosa más de cómo ofenderán al enemigo y se ampararán de sus asechanzas.
Por donde la mejor propriedad que puede tener un capitán general es ser
malicioso con el enemigo, y no echar ningún movimiento suyo a buen fin, sino al
peor que pudiere, y proveerse para ello. Non credas
inimico tuo in aeternum... In labiis suis indulcat, et in corde suo insidiatur
ut subvertat te in foveam; in oculis suis lacrymatur, et si invenerit tempus
non satiabitur sanguine; como si dijera: «jamás creas a tu enemigo;
porque te dirá palabras dulces y sabrosas, y en su corazón está poniendo
asechanzas para matarte; llora con los ojos, y si halla ocasión conveniente
para aprovecharse de ti, no se hartará de tu sangre».
Desto tenemos manifiesto ejemplo en la divina Escritura. Porque, estando
el pueblo de Israel cercado en Betulia y fatigado de sed y de hambre, salió
aquella famosa mujer Judit con ánimo de matar a Holofernes; y caminando para el
ejército de los asirios, fue presa de las centinelas y guardas. Y preguntándole
dónde iba, respondió con ánimo doblado: «Yo soy hija de los hebreos que
vosotros tenéis cercados, y vengo huyendo por tener entendido que han de venir
a vuestras manos y que los habéis de maltratar por no se haber querido dar a
vuestra misericordia; por tanto determiné de irme a Holofernes y descubrirle
los secretos de esta gente obstinada, y mostrarle por dónde les pueda entrar
sin que le cueste un soldado». Puesta ya Judit delante de Holofernes, se postró
por el suelo, y, juntas las manos, le comenzó a adorar y decir las palabras más
engañosas que a hombre se han dicho en el mundo en tanto que creyó Holofernes,
y todos los de su Consejo, que les decía la verdad. Y no olvidaba ella de lo
que traía en el corazón, buscó una conveniente ocasión y cortóle la cabeza.
La contraria condición tiene el amigo y, por tanto ha de ser siempre
creído. Y, así, le estuviera mejor a Holofernes dar crédito a Achior; pues era
su amigo, y con celo de que no saliera deshonrado de aquel cerco le dijo:
«Señor, sabé primero si este pueblo ha pecado contra su Dios, porque si es así,
él mismo os lo entregará sin que lo conquistéis; pero si está en su gracia,
tené entendido que él los defenderá y no podremos vencerles». Del cual aviso se
enojó Holofernes, como hombre confiado, dado a mujeres y que bebía vino, las
cuales tres cosas desbaratan el consejo que es necesario en el arte militar. Y
así, dijo Platón que le había contentado aquella ley que tenían los cartagineses,
por la cual mandaban que el capitán general, estando en el ejército, no bebiese
vino; porque este licor, como dice Aristóteles, hace a los hombres de ingenio
turbulento y les da ánimo demasiado, como se mostró Holofernes en aquellas
palabras tan furiosas que dijo a Achior.
El ingenio, pues, que es menester para los embustes y engaños, así para
hacerlos como para entenderlos y hallar el remedio que tienen, apuntólo Cicerón
trayendo la descendencia de este nombre, versutia,
el cual dice que viene de este verbo, versor, -aris;
porque los que son mañosos, astutos, doblados y cavilosos, en un momento atinan
al engaño, y menean la mente con facilidad. Y así lo ejemplificó el mesmo
Cicerón diciendo: Chrisippus, homo sine dubio versutus et
callidus: versutus appello quorum celeriter mens versatur.
Esta propriedad de atinar presto al medio es solercia y pertenece a la
imaginativa. Porque las potencias que consisten en calor hacen de presto la
obra; y por eso los hombres de grande entendimiento no valen nada para la
guerra, porque esta potencia es muy tarda en su obra, y amiga de rectitud, de
llaneza, de simplicidad y misericordia, todo lo cual suele hacer mucho daño en
la guerra. Y fuera de esto, no saben astucias ni ardides, ni entienden cómo se
pueden hacer; y, así les hacen muchos engaños porque de todos se fían. Estos
son buenos para tratar con amigos, entre los cuales no es menester la prudencia
de la imaginativa, sino la rectitud y simplicidad del entendimiento; el cual no
admite dobleces ni hacer mal a nadie. Pero para con el enemigo no valen nada,
porque éste trata siempre de ofender con engaños, y es menester tener el mesmo
ingenio para poderse amparar. Y así avisó Cristo nuestro redentor a sus
discípulos diciendo: ecce mitto vos sicut oves in medio luporum:
estote ergo prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae; como
si les dijera: «mirá que os envío como ovejas en medio de los lobos: sed
prudentes como las serpientes y simples como palomas». De la prudencia se ha de
usar con el enemigo, y de la llaneza y simplicidad con el amigo.
Luego si el capitán no ha de creer a su enemigo y ha de pensar siempre que
le quiere engañar, es necesario que tenga una diferencia de imaginativa
adivinadora, solerte y que sepa conocer los engaños que vienen debajo de alguna
cubierta; porque la mesma potencia que los halla, ésa sola puede inventar los
remedios que tienen.
Otra diferencia de imaginativa parece que es la que finge los ingenios y
maquinamientos con que se ganan las fuerzas inexpugnables, la que ordena el
campo y pone cada escuadrón en su lugar, y la que conoce la ocasión de acometer
y retirarse, la que hace los tratos, conciertos y capitulaciones con el
enemigo. Para todo lo cual es tan impertinente el entendimiento como los oídos
para ver. Y, así, yo no dudo sino que el arte militar pertenece a la
imaginativa, porque todo lo que el buen capitán ha de hacer, dice consonancia,
figura y correspondencia.
La dificultad está ahora en señalar con qué diferencia de imaginativa en
particular se ha de ejercitar la guerra. Y en esto no me sabría determinar con
certidumbre, por ser conocimiento tan delicado; pero yo sospecho que pide un
grado más de calor, que la práctica de la medicina, y que allega la cólera a
quemarse del todo. Vese esto claramente porque los capitanes muy mañosos y
astutos no son muy animosos ni amigos de romper ni dar la batalla, antes con
embustes y engaños hacen a su salvo los hechos. La cual propriedad contentó más
a Vegecio que otra ninguna: boni enim duces, non aperto
praelio in quo est commune periculum, sed ex occulto semper attentant ut,
integris suis, quantum possunt hostes interimant, certe aut terreant;
como si dijera: «los buenos capitanes no son aquellos que pelean a cureña rasa
y ordenan una batalla campal y rompen a su enemigo, sino los que con ardides y
mañas le destruyen sin que les cueste un soldado».
El provecho desta manera de ingenio tenía bien entendido el Senado romano.
Porque, puesto caso que algunos famosos capitanes que tuvo vencían muchas
batallas, pero, venidos a Roma a recebir el triunfo y gloria de sus hazañas,
eran tantos los llantos que hacían los padres por sus hijos, y los hijos por
los padres, y las mujeres por los maridos, y los hermanos por sus hermanos, que
no se gozaba de los juegos y pasatiempos con la lástima de los que en la
batalla quedaban muertos. Por donde determinó el Senado de no buscar capitanes
tan valientes ni que fuesen amigos de romper, sino hombres algo temerosos y muy
mañosos, como Quinto Fabio. Del cual, se escribe que por maravilla arriscaba el
ejército romano en ninguna batalla campal, mayormente estando desviado de Roma,
donde en el mal suceso no podía ser de presto socorrido: todo era dar largas al
enemigo y buscar ardides y mañas, con los cuales hacía grandes hechos y
conseguía muchas victorias sin pérdida de un soldado. Éste era recebido en Roma
con grande alegría de todos, porque si cien mil soldados sacaba, esos mesmos
volvía, salvo aquellos que de enfermedad se morían. La grita que las gentes le
daban era la que dijo Ennio: unus homo nobis cunctando
restituit rem; como si dijera: «uno, dando largas al enemigo, nos hace
señores del mundo y nos vuelve nuestros soldados». Al cual, después, han
procurado imitar algunos capitanes; y por no tener su ingenio y maña dejaron
muchas veces pasar la ocasión del pelear, de donde nacieron mayores daños e
inconvenientes que si de presto rompieran.
También podemos traer por ejemplo aquel famoso capitán de los cartagineses
de quien escribe Plutarco estas palabras: «Aníbal, cuando hubo conseguido
aquesta tan grande victoria, mandó que liberalmente, sin rescate, se dejasen
muchos presos del nombre itálico, porque la fama de su humanidad y perdón se
divulgase por los pueblos, aunque su ingenio era muy ajeno de estas virtudes.
Él, de su natural, fue fiero e inhumano; e de tal manera fue disciplinado desde
su primera puericia, que él no había aprendido leyes ni civiles costumbres, mas
guerras, muertes y enemigables traiciones. Así que vino a ser muy cruel
capitán, e muy malicioso en engañar a los hombres, y siempre puesto en cuidado
de cómo podría engañar a su enemigo. E cuando ya no pudiese por manifiesta
pelea vencer, buscaba engaños, según de ligero pareció en la presente batalla,
y de lo que antes acometió contra Sempronio cerca del río Trebia».
Las señales con que se ha de conocer el hombre que tuviere esta manera de
ingenio son muy extrañas y dignas de contemplar. Y, así, dice Platón que el
hombre que fuere muy sabio en este género de habilidad que vamos tratando no
puede ser valiente ni bien acondicionado. Porque la prudencia dice Aristóteles
que consiste en frialdad, y el ánimo y valentía en calor; y así como estas dos
calidades son repugnantes y contrarias, es imposible ser un hombre muy animoso
y prudente. Por donde, es necesario que se queme la cólera, y se haga
atrabilis, para ser el hombre prudente. Pero donde hay este género de
melancolía (por ser fría) luego nace temor y cobardía. De manera que la astucia
y maña pide calor, por ser obra de la imaginativa; pero no en tanto grado como
la valentía. Y, así, se contradicen en la intensión. Pero en esto hay una cosa
digna de notar: que de las cuatro virtudes morales (justicia, prudencia,
fortaleza y temperancia), las dos primeras han menester ingenio y buen
temperamento para poderlas ejercitar. Porque si un juez no tiene entendimiento
para alcanzar el punto de la justicia, poco aprovecha la voluntad de dar la
hacienda a cuya es: con buena intención puede errar y quitarla a su dueño. Lo
mesmo se entiende de la prudencia; porque si la voluntad bastase para hacer las
cosas bien ordenadas, ninguna obra buena ni mala errarían los hombres. Ningún
ladrón hay que no trate de hurtar de manera que no sea visto; ni hay capitán
que no desea tener prudencia para vencer a su enemigo. Pero el ladrón que no
tiene ingenio para hurtar, con maña luego es descubierto, y el capitán que
carece de imaginativa presto es vencido.
La fortaleza y temperancia son dos virtudes que el hombre tiene en la
mano, aunque le falte la disposición natural. Porque si quiere estimar en poco
su vida y ser valiente, bien lo puede hacer; pero si es valiente por
disposición natural, muy bien dicen Aristóteles y Platón que es imposible ser
prudente aunque quiera. De manera que, según esto, no es repugnancia juntarse
la prudencia con el ánimo y valentía; porque el prudente y sabio tiene
entendido que por el ánima ha de poner la honra, y por la honra la vida, y por
la vida la hacienda; y así lo secuta. De aquí nace que los nobles, por ser tan
honrados, son tan valientes, y no hay quien más trabajos padezca en la guerra
(con estar criados en muchos regalos) a trueque que no les digan cobardes. Por
esto se dijo: «Dios os libre de hidalgo de día y fraile de noche»; que el uno
por ser visto y el otro porque no le conozcan, pelean con ánimo doblado.
En esta mesma razón está fundada la religión de Malta: que sabiendo cuánto
importa la nobleza para ser un hombre valiente, manda por constitución que los
de su hábito todos sean hijosdalgos de padre y de madre, pareciéndole que por
esta causa pelearían cada uno por dos abolorios. Pero si a un hidalgo le
dijesen que asentase un campo y que le diese el orden con que se había de
romper al enemigo, si no tenía ingenio para ello haría y diría mil disparates,
porque la prudencia no está en mano de los hombres; pero si le mandasen que
guardase un portillo, bien se podían descuidar con él aunque naturalmente fuese
cobarde.
La sentencia de Platón se ha de entender cuando el hombre prudente sigue
su inclinación natural y no la rige con la razón. Y, así, es verdad que el
hombre muy sabio no puede ser valiente por disposición natural; porque la
cólera adusta que le hace prudente, ésa dice Hipócrates que le hace temeroso y
cobarde.
La segunda propriedad que no puede tener el hombre que alcanzare esta
diferencia de ingenio es ser blando y de buena condición. Porque alcanza muchas
tretas con la imaginativa, y sabe que por cualquier error y descuido se viene a
perder un ejército, hace el caso de ello que es menester. Pero la gente de poco
saber llama desasosiego al cuidado; al castigo, crueldad; a la remisión,
misericordia, y al sufrir y disimular las cosas mal hechas, buena condición; y
esto realmente nace de ser los hombres necios, que no alcanzan el valor de las
cosas ni por donde se han de guiar; pero los prudentes y sabios no tienen paciencia
ni pueden sufrir las cosas que van mal guiadas, aunque no sean suyas: por donde
viven muy poco y con muchos dolores de espíritu. Y, así, decía Salomón: dedi quoque cor meum ut scirem prudentiam atque doctrinam,
erroresque et stultitiam, et agnovi quod in his quoque esset labor et afflictio
spiritus, eo quod tu multa sapientia multa sit indignatio, et qui addit ad
scintiam addit ad dolorem; como si dijera: «yo fui nescio y sabio, y
hallé que en todo hay trabajo; pero el que a su entendimiento le da mucha
sabiduría luego adquiere mala condición y dolores». En las cuales palabras
parece dar a entender Salomón que vivía más a su contento siendo nescio, que
cuando le dieron sabiduría.
Y así es ello realmente, que los nescios viven más destacados, porque ninguna
cosa les da pena ni enojo, ni piensan que en saber nadie les hace ventaja; a
los cuales llama el vulgo ángeles del cielo, viendo que ninguna cosa
les ofende, ni se enojan, ni riñen las cosas mal hechas, y pasan por todo. Y si
considerasen la sabiduría y condición de los ángeles, verían que es palabra mal
sonante y aun caso de Inquisición; porque dende que tenemos uso de razón hasta
que morimos no hacen otra cosa sino reñirnos las cosas mal hechas y avisarnos
de lo que nos conviene hacer. Y si como nos hablan en su lenguaje espiritual
(moviendo la imaginativa) nos dijesen con palabras materiales su parecer, los
terníamos por importunos y mal acondicionados; y si no, miremos qué tal pareció
aquel ángel, que refiere san Mateo, a Herodes y a la mujer de su hermano
Filipo, pues por no oírle su reprensión le cortaron la cabeza.
Más acertado sería, a estos hombres que el vulgo neciamente llama ángeles
del cielo, decir que son asnos de la tierra. Porque, entre los brutos
animales, dice Galeno que no hay otro más tonto ni de menos ingenio que el
asno, aunque en memoria los vence a todos: ninguna carga rehúsa, por donde lo
llevan va sin ninguna contradicción, no tira coces ni muerde, no es fugitivo ni
malicioso, si le dan de palos no se enoja, todo es hecho al contento y gusto
del que lo ha menester. Estas mesmas propriedades tienen los hombres a quien el
vulgo llama ángeles del cielo; la cual blandura les nace de ser necios y faltos
de imaginativa y tener remisa la facultad irascible. Y ésta es muy grande falta
en el hombre y arguye estar mal compuesto. Ningún ángel ni hombre ha habido en
el mundo de mejor condición que Cristo nuestro redentor; y entrando un día en
el templo dio muy buenos azotes a los que halló vendiendo mercadurías. Y es la
causa que la irascible es el verdugo y espada de la razón. Y el hombre que no
riñe las cosas mal hechas, o lo hace de necio o por ser falto de irascible.
De manera que el hombre sabio por maravilla es blando ni de la condición
que querrían los malos. Y, así, los que escriben la historia de Julio César
están espantados de ver cómo los soldados podían sufrir un hombre tan áspero y
desabrido; y nacíale de tener el ingenio que pide la guerra.
La tercera propriedad que tienen los que alcanzan esta diferencia de
ingenio es ser descuidados de ornamento de su persona. Son casi todos
desaliñados, sucios, las calzas caídas, llenas de rugas, la capa mal puesta,
amigos del sayo viejo y de nunca mudar el vestido.
Esta propriedad cuenta Lucio Floro que tenía aquel famoso capitán Viriato,
de nación portugués, del cual dice y afirma (encareciendo su grande humildad)
que menospreciaba tanto los aderezos de su persona, que no había soldado
particular en todo su ejército que anduviese peor vestido. Y realmente no era
virtud, ni lo hacía con arte, sino que es efecto natural de los que tienen esta
diferencia de imaginativa que vamos buscando.
El desaliño de Julio César engañó grandemente a Cicerón. Porque
preguntándole, después de la batalla, la razón que le había movido a seguir las
partes de Pompeyo, cuenta Macrobio que respondió: praecinctura
me fefellit; como si dijera: «engañóme ver que Julio César era un hombre
desaliñado y que nunca traía pretina», a quien los soldados, por baldón, le
llamaban ropa suelta. Y esto le había de mover para entender que tenía el
ingenio que pedía el consejo de la guerra; como lo atinó Sila (cuenta
Tranquilo), que viendo el desaliño que tenía Julio César siendo niño, avisó a
los romanos diciendo: cavete puerum male praecinctum;
como si les dijera: «guardaos, romanos, de aquel muchacho mal ceñido».
De Aníbal nunca acaban de contar los historiadores el descuido que tenía
en el vestir y calzar, y cuán poco se daba por andar pulido y aseado. El
ofenderse (notablemente) con los pelillos de la capa, y tener mucho cuidado de
que anden tiradas las calzas y que el sayo asiente bien sin que haga rugas,
pertenece a una diferencia de imaginativa de muy bajos quilates, y que
contradice al entendimiento y a esta diferencia de imaginativa que pide la
guerra.
La cuarta señal es tener la cabeza calva. Y está la razón muy clara.
Porque esta diferencia de imaginativa reside en la parte delantera de la
cabeza, como todas las demás, y el demasiado calor quema el cuero de la cabeza
y cierra los caminos por donde han de pasar los cabellos; aliende que la
materia de que se engendraron, dicen los médicos, que son los excrementos que
hace el celebro al tiempo de su nutrición, y con el gran fuego que allí hay
todos se gastan y consumen, y así falta materia de que poderse engendrar.
La cual filosofía si alcanzara julio César, no se corriera tanto de tener
la cabeza calva; el cual, por cubrirla, hacía volver con maña a la frente parte
de los cabellos que habían de caer al colodrillo. Y de ninguna cosa dice
Tranquilo que gustara tanto, como si el Senado mandara que trujera siempre la
corona de laurel en la cabeza, no más de por cubrir la calva. Otro género de
calva nace de ser el celebro duro y terrestre y de gruesa composición, pero es
señal de ser el hombre falto de entendimiento, de imaginativa y memoria.
La quinta señal en que se conocen los que alcanzan esta diferencia de
imaginativa es que los tales tienen pocas palabras y muchas sentencias. Y es la
razón que, siendo el celebro duro y seco, por fuerza han de ser faltos de
memoria, a quien pertenece la copia de los vocablos. El hallar mucho que decir
nace de una junta que hace la memoria con la imaginativa en el primer grado de
calor. Los que alcanzan esta junta de ambas potencias son ordinariamente muy
mentirosos, y jamás les falta qué decir y contar aunque los estén escuchando
toda la vida.
La sexta propriedad que tienen los que alcanzan esta diferencia de
imaginativa es ser honestos y ofenderse notablemente con las palabras sucias y
torpes. Y, así, dice Cicerón que los hombres muy racionales imitan la
honestidad de Naturaleza, la cual puso en oculto las partes feas y vergonzosas
que hizo para proveer las necesidades del hombre y no para hermosearle, y en
éstas ni consiente poner los ojos ni que los oídos sufran sus nombres. Esto
bien se puede atribuir a la imaginativa, y decir que se ofende con la mala
figura de aquellas partes. Pero en el capítulo postrero damos razón de este
efecto y lo reducimos al entendimiento; y juzgamos por faltos de entendimiento
a los que no les ofende la deshonestidad. Y porque con la diferencia de
imaginativa que pide el arte militar casi se junta el entendimiento, por eso
los buenos capitanes son honestísimos. Y, así, en la historia de Julio César se
hallará un acto de honestidad, el mayor que ha hecho hombre en el mundo. Y es
que, estándole matando a puñaladas en el Senado, viendo que no podía huir la
muerte, se dejó caer en el suelo, y con la vestidura imperial se compuso de tal
manera, que después de muerto le hallaron tendido con grande honestidad,
cubiertas las piernas y las demás partes que podrían ofender la vista.
La séptima propriedad, y más importante de todas, es que el capitán
general sea bien afortunado y dichoso; en la cual señal entenderemos claramente
que tiene el ingenio y habilidad que el arte militar ha menester. Porque, en
realidad de verdad, ninguna cosa hay que ordinariamente haga a los hombres
desastrados, y no sucederles siempre las cosas como desean es ser faltos de
prudencia y no poner los medios convenientes que los hechos requieren. Por
tener Julio César tanta prudencia en lo que ordenaba era el más bien afortunado
de cuantos capitanes ha habido en el mundo, en tanto que en los grandes
peligros animaba a sus soldados diciendo: «no temáis, que con vosotros va la
buena fortuna de César».
Los filósofos estoicos tuvieron entendido que, así como había una causa
primera, eterna, omnipotente y de infinita sabiduría, conocida por el orden y
concierto de sus obras admirables, así hay otra imprudente y desatinada cuyas
obras son sin orden ni razón y faltas de sabiduría, porque con una irracional
afición da y quita a los hombres las riquezas, dignidades y honra. Llamáronla
con este nombre: Fortuna, viendo que era amiga de los hombres que
hacían sus cosas forte, que quiere decir acaso,
sin pensar, sin prudencia ni guiarse por cuenta y razón. Pintábanla, para dar a
entender sus costumbres y mañas, en forma de mujer, con un cetro real en la
mano, vendados los ojos, puesta de pies sobre una bola redonda, acompañada de
hombres necios, todos sin arte ni manera de vivir. Por la forma de mujer,
notaban su gran liviandad y poco saber; por el cetro real, la confesaban por
señora de las riquezas y honra; el tener vendados los ojos daba a entender el
mal tiento que tiene en repartir estos dones; estar de pies sobre la bola redonda
significa la poca firmeza que tiene en los favores que hace: con la mesma
facilidad que los da los torna a quitar, sin tener en nada estabilidad.
Pero lo peor que en ella hallaron es que favorece a los malos y persigue a
los buenos, ama a los necios y aborrece los sabios, los nobles abaja y a los
viles ensalza, lo feo le agrada y lo hermoso le espanta. En la cual propriedad
confiados muchos hombres que conocen su buena fortuna se atreven a hacer hechos
locos y temerarios, y les suceden muy bien y otros hombres muy cuerdos y
sabios, aun las cosas que van guiadas con mucha prudencia, no se atreven a
ponerlas por obra, sabiendo ya por experiencia que estas tales tienen peores
sucesos.
Cuán amiga sea la fortuna de gente ruin, pruébalo Aristóteles preguntando:
cur divitiae, magna ex parte, ab hominibus pravis potius
quam bonis habeantur?; como si dijera: «¿qué es la razón que, por la
mayor parte, las riquezas están en poder de los malos y la pobreza en los
buenos?». Al cual problema responde: an quia fortuna caeca
est; discernere sibi atque seligere quod melius non potest; como si
respondiera: «que la fortuna es ciega y no tiene discreción para elegir lo
mejor». Pero ésta es respuesta indigna de tan gran filósofo. Porque ni hay
Fortuna que dé las riquezas a los hombres; y, puesto caso que la hubiera, no da
la razón por qué favorece siempre a los malos y desecha los buenos. La
verdadera solución de esta pregunta es que los malos son muy ingeniosos, y
tienen fuerte imaginativa para engañar comprando y vendiendo, y saben granjear
la hacienda y por dónde se ha de adquirir; y los buenos carecen de imaginativa,
muchos de los cuales han querido imitar a los malos y, tratando con el dinero,
en pocos días perdieron el caudal.
Esto notó Cristo nuestro redentor viendo el habilidad de aquel mayordomo a
quien su señor tomó cuenta, que, quedándose con buena parte de su hacienda, le
dio finiquitos de la administración. La cual prudencia (aunque fue para mal)
alabó Dios y dijo: quia filii hujus saeculi prudentiores
filiis lucis in generatione sua sunt; como si dijera: «más prudentes son
los hijos de este siglo en sus invenciones Y mañas, que los que son del bando
de Dios». Porque éstos ordinariamente son de buen entendimiento, con la cual
potencia se aficionan a su ley, y carecen de imaginativa, a la cual potencia
pertenece el saber vivir en el mundo. Y, así, muchos son buenos moralmente
porque no tienen habilidad para ser malos. Esta manera de responder es más
llana y palpable. Por no atinar los filósofos naturales a ella, fingieron una
causa tan estulta y desatinada como es la Fortuna, a quien atribuyesen los
malos y buenos sucesos, y no a la imprudencia o mucho saber de los hombres.
Cuatro diferencias de gentes se hallan en cada república (si alguno las
quisiere buscar): unos hombres hay que son sabios y no lo parecen, otros lo
parecen y no lo son, otros ni lo son ni lo parecen. Hay unos hombres callados,
tardos en hablar, pesados en responder, no polidos ni con ornamento de
palabras, y dentro de sí tienen ocultada una potencia natural tocante a la
imaginativa, con la cual conocen el tiempo, la ocasión de lo que han de hacer,
el camino por donde lo han de guiar, sin comunicarlo con nadie ni darlo a
entender. A éstos llama el vulgo dichosos y bien afortunados, pareciéndole que
con poco saber y prudencia se les viene todo a la mano. En contrario, hay otros
hombres de grande elocuencia en hablar y decir, grandes trazadores, hombres que
tratan de gobernar todo el mundo, y que fingen que con poco dinero se podría
ganar de comer, que al parecer de la gente vulgar no hay más que saber; y,
venidos a la obra, todo se les deshace en las manos. Estos se quejan de la
Fortuna y la llaman ciega, loca y bruta, porque las cosas que hacen y ordenan
con mucha prudencia hace que no tengan buen fin. Y si hubiera Fortuna que
pudiera responder por sí, les dijera: «Vosotros sois los nescios, locos y
desatinados, que, siendo imprudentes, os tenéis por sabios y, poniendo malos
medios, queréis buenos sucesos». Este linaje de hombres tiene una diferencia de
imaginativa que pone ornamento y afeite en las palabras y razones, y les hace
parecer lo que no son.
Por donde concluyo que el capitán general que tuviere el ingenio que pide
el arte militar y mirare primero muy bien lo que quiere hacer será muy
afortunado y dichoso; y si no, por demás es pensar que saldrá con ninguna
victoria. Si no es que Dios pelea por él, como lo hacía con los ejércitos de
Israel; y, con todo eso, se eligían los más sabios y prudentes capitanes que
había, porque ni conviene dejarlo todo a Dios ni fiarse el hombre de su ingenio
y habilidad: mejor es juntarlo todo, porque no hay otra fortuna sino Dios y la
buena diligencia del hombre.
El que inventó el juego del ajedrez hizo un modelo del arte militar,
representado en él todos los pasos y contemplaciones de la guerra, sin faltar
ninguno. Y de la manera que en este juego no hay fortuna, ni se puede llamar
dichoso el jugador que vence a su contrario, ni el vencido desdichado, así el
capitán que venciere se ha de llamar sabio y el vencido ignorante, y no dichoso
ni mal afortunado.
Lo primero que ordenó en este juego fue que, en dando mate al rey, quedase
el contrario victorioso, para dar a entender que todas las fuerzas de un
ejército están puestas en la buena cabeza del que lo rige y gobierna. Y para
hacer de ello demostración, dio tantas piezas a uno como a otro, por que
cualquiera que perdiese tuviese entendido que le faltó el saber y no la
fortuna. De lo cual se hace mayor evidencia considerando que un gran jugador a
otro de menos cabeza le da la mitad de las piezas, y con todo eso le gana el
juego. Y así lo notó Vegecio diciendo: pauciores numero et
inferioribus viribus, superventus et insidias facientes sub bonis ducibus,
reportarunt saepe victoriam; como si dijera: «muchas veces acontece que
pocos soldados y flacos vencen a los muchos y fuertes, si son gobernados por un
capitán que sabe hacer muchos embustes y engaños».
Puso también que los peones no pudiesen volver atrás para avisar al
capitán general que cuente bien las tretas antes que envíe los soldados al
hecho; porque, si salen erradas, antes conviene que mueran en el puesto que
volver las espaldas. Porque no ha de saber el soldado que hay tiempo de huir ni
acometer en la guerra si no es por orden del que los gobierna; y, así, en tanto
que le durase la vida, ha de guardar su portillo so pena de infame. Junto con
esto puso otra ley: que el peón que corriere siete casas sin que le prendan,
reciba nuevo ser de dama y pueda andar por donde quisiere y asentarse junto al
rey, como pieza libertada y noble. En lo cual se da a entender que importa
mucho en la guerra, para hacer los soldados valientes, pregonar intereses,
campos francos y honras a los que hicieren hechos señalados. Especialmente si
la honra y provecho ha de pasar a sus descendientes, entonces lo hacen con
mayor ánimo y valentía. Y, así, dice Aristóteles que en más estima el hombre el
ser universal de su linaje, que su vida en particular.
Esto entendió bien Saúl cuando echó un bando en su ejército que decía: virum qui percusserit eum, ditabit rex divitiis magnis, et
filiam suam dabit ei, et domum patris eius fatiet absque tributo in Israel;
como si dijera: «cualquier soldado que matare a Golías le dará el rey muchas
riquezas y le casará con su hija, y la casa de su padre quedará libre de pechos
y servicios». Conforme a este bando, había un fuero en España que disponía que
cualquier soldado que por sus buenos hechos mereciese devengar quinientos
sueldos de paga (que era la más subida ventaja que se daba en la guerra)
quedase, él y todos sus descendientes, para siempre jamás libres de pechos y
servicios.
Los moros (como son grandes jugadores de ajedrez) tienen ordenados siete
escalones en la paga, a imitación de las siete casas que ha de andar el peón
para que sea dama. Y, así, los van subiendo de una paga a dos, y de dos a tres,
hasta llegar a siete conforme a los hechos que hiciere el soldado; y si es tan
valeroso que mereciere tirar tan subida ventaja como siete, se la dan, y por
esta causa los llaman septenarios o matasiete; los cuales tienen
grandes libertades y esenciones, como en España los hidalgos.
La razón de esto es muy clara en filosofía natural. Porque ninguna
facultad hay, de cuantas gobiernan al hombre, que quisiera obrar de buena gana
si no hay interés delante que la mueva. Lo cual prueba Aristóteles de la
potencia generativa; y en las demás corre la mesma razón. El objeto de la
facultad irascible ya hemos dicho atrás que es la honra y provecho; y si esto
falta, luego cesa el ánimo y valentía.
De todo esto se entenderá la gran significación que tiene el hacerse dama
el peón que (sin prenderle) corre siete casas. Porque todas cuantas buenas
noblezas ha habido en el mundo y habrá han nacido, y nacerán, de peones y
hombres particulares, los cuales con el valor de su persona hicieron tales
hazañas, que merecieron para sí y para sus descendientes título de hijosdalgo,
caballeros, nobles, condes, marqueses, duques y reyes. Verdad es que hay
algunos tan ignorantes y faltos de consideración, que no admiten que su nobleza
tuvo principio, sino que es eterna, y convertida en sangre, no por merced del
rey particular, sino por creación sobrenatural y divina.
A propósito de este punto (aunque se va algo apartando de la materia) no
puedo dejar de referir aquí un coloquio muy avisado que pasó entre el príncipe
don Carlos, nuestro señor, y el doctor Suárez de Toledo, siendo su alcalde de
corte en Alcalá de Henares.
PRÍNCIPE.- Doctor, ¿qué os parece de este pueblo?
DOCTOR.- Señor, muy bien, porque tiene el mejor cielo y suelo que
lugar tiene en España.
PRÍNCIPE.- Por tal lo han escogido los médicos para mi salud.
¿Habéis visto la Universidad?
PRÍNCIPE.- Velda, que es cosa muy principal y donde me dicen se leen
muy bien las ciencias.
DOCTOR.- Por cierto que para ser un Colegio y Estudio particular,
que tiene mucha fama; y, así, debe ser en la obra como vuestra alteza dice.
PRÍNCIPE.- ¿Dónde estudiastes vos?
PRÍNCIPE.- ¿Y sois doctor por Salamanca?
PRÍNCIPE.- Eso me parece muy mal, estudiar en una Universidad y
graduarse en otra.
DOCTOR.- Sepa vuestra alteza que el gasto de Salamanca en los grados
es excesivo, y por eso los pobres huimos de él y nos vamos a lo barato,
entendiendo que el habilidad y las letras no las recibimos del grado, sino del
estudio y trabajo. Aunque no eran mis padres tan pobres, que, si quisieran, no
me graduaran por Salamanca; pero ya sabe vuestra alteza que los doctores de
esta Universidad tienen las mesmas franquezas que los hijosdalgo de España, y a
los que lo somos por naturaleza nos hace daño esta esención, a lo menos a
nuestros descendientes.
PRÍNCIPE.- ¿Qué rey de mis antepasados hizo a vuestro linaje
hidalgo?
DOCTOR.- Ninguno, porque sepa vuestra alteza que hay dos géneros de
hijosdalgo en España: unos son de sangre y otros de privilegio. Los que son de
sangre, como yo, no recibieron su nobleza de manos del rey, y los de
privilegio, sí.
PRÍNCIPE.- Eso es para mí muy dificultoso de entender, y holgaría
que me lo pusiésedes en términos claros; porque si mi sangre real (contando
desde mí, y luego a mi padre, y tras él a mi abuelo, y así los demás por su
orden) se viene a acabar en Pelayo, a quien por muerte del rey Don Rodrigo lo
eligieron por rey, no lo siendo. Si así contásemos vuestro linaje, ¿no
verníamos a parar en uno que no fuese hidalgo?
DOCTOR.- Ese discurso no se puede negar, porque todas las cosas
tuvieron principio.
PRÍNCIPE.- Pues pregunto yo ahora: ¿de dónde hubo la hidalguía aquel
primero que dio principio a vuestra nobleza? Él no pudo libertarse a sí ni
eximirse de los pechos y servicios que hasta allí habían pagado al rey sus
antepasados, porque esto era hurto y alzarse por fuerza con el patrimonio real,
y no es razón que los hidalgos de sangre tengan tan ruin principio como éste.
Luego claro está que el rey le libertó y le hizo merced de aquella hidalguía. O
dadme vos de dónde la hubo.
DOCTOR.- Muy bien concluye vuestra alteza; y así es verdad que no
hay hidalguía verdadera que no sea hechura del rey. Pero llamamos hidalgos de sangre
aquellos que no hay memoria de su principio, ni se sabe por escritura en qué
tiempo comenzó ni qué rey hizo la merced; la cual oscuridad tiene la república
recebida por más honrosa, que saber distintamente lo contrario. (Etc.).
La república hace también hidalgos; porque, en saliendo un hombre
valeroso, de grande virtud y rico, no le osa empadronar, pareciéndole que es
desacato y que merece por su persona vivir en libertad y no igualarle con la
gente plebeya. Esta estimación, pasando a los hijos y nietos, se va haciendo
nobleza; y van adquiriendo derecho contra el rey. Éstos no son hidalgos de
quinientos sueldos; pero como no se puede probar, pasan por tales.
El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien a
entender la doctrina que hemos traído. Porque, según su opinión, tienen los
hombres dos géneros de nacimiento: el uno es natural, en el cual todos son
iguales, y el otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o
alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo, y cobra otros mejores
padres, y pierde el ser que antes tenía: ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto
de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo origen el refrán
castellano que dice cada uno es hijo de sus obras). Y porque las
buenas y virtuosas llama la divina Escritura algo, y a los vicios y
pecados nada, compuso este nombre, hijosdalgo; que querrá
decir ahora: «Descendiente del que hizo alguna extraña virtud por donde mereció
ser premiado del rey o de la república, él y todos sus descendientes para
siempre jamás». La ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de
bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene razón; porque hay
infinitos hijosdalgo pobres, e infinitos ricos que no son hijosdalgo. Pero si
quiere decir hijo de bienes que llamamos virtudes, tiene la mesma significación
que dijimos. Del segundo nacimiento que han de tener los hombres fuera del
natural, hay manifiesto ejemplo en la divina Escritura, donde Cristo nuestro
redentor reprende a Nicodemus, porque, siendo doctor de la ley, no sabía que
era necesario tornar el hombre a nacer de nuevo para tener otro mejor ser y
otros padres más honrados que los naturales. Y, así, todo el tiempo que el
hombre no hace algún hecho heroico se llama, en esta significación, hijo de
nada, aunque por sus antepasados tenga nombre de hijodalgo.
A propósito de esta doctrina quiero contar aquí un coloquio que pasó entre
un capitán muy honrado y un caballero que se preciaba mucho de su linaje; en el
cual se verá en qué consiste la honra, y cómo ya todos saben de este nacimiento
segundo. Estando, pues, este capitán en un corrillo de caballeros, tratando de
la anchura y libertad que tienen los soldados en Italia, en cierta pregunta que
uno de ellos le hizo le llamó vos, atento que era natural de aquella
tierra y hijo de unos padres de baja fortuna y nacido en una aldea de pocos
vecinos. El capitán, sentido de la palabra, respondió diciendo: «Señor, sepa
vuestra señoría que los soldados que han gozado de la libertad de Italia no se
pueden hallar bien en España por las muchas leyes que hay contra los que echan
mano a la espada». Los otros caballeros, viendo que le llamaba señoría, no
pudieron sufrir la risa; de lo cual corrido el caballero, les dijo de esta
manera: «Sepan vuestras mercedes que la señoría de Italia es en España merced,
y como el señor capitán viene hecho al uso y costumbre de aquella tierra, llama
señoría a quien ha de decir merced». A esto respondió el capitán diciendo: «No
me tenga vuestra señoría por hombre tan nescio que no me sabré acomodar al
lenguaje de Italia estando en Italia, y al de España estando en España. Pero
quien a mí me ha de llamar vos en España, por lo menos ha de ser señoría de
España, y se me hará muy de mal». El caballero, medio atajado, le replicó
diciendo: «Pues cómo, señor capitán, ¿no sois natural de tal parte? ¿Y hijo de
Fulano? Y, con esto, ¿no sabéis quién soy yo e mis antepasados?». «Señor, dijo
el capitán, bien sé que vuestra señoría es muy buen caballero y que sus padres
lo fueron también; pero yo y mi brazo derecho, a quien ahora reconozco por
padre, somos mejores que vos y todo vuestro linaje».
Este capitán aludió al segundo nacimiento que tienen los hombres, en
cuanto dijo yo y mi brazo derecho, a quien ahora reconozco por padre.
Y tales obras podía haber hecho con su buena cabeza y espada, que igualase el
valor de su persona con la nobleza de caballero.
Por la mayor parte (dice Platón) son contrarias la ley y Naturaleza;
porque sale un hombre de sus manos con un ánimo prudentísimo, ilustre,
generoso, libre, y con ingenio para mandar a todo el mundo, y por nacer en
casa de Amicla (que era un villano muy bajo) quedó por la ley privado del
honor y libertad en que Naturaleza le puso; por lo contrario, vemos otros cuyo
ingenio y costumbres fueron ordenadas para ser esclavos y siervos, y por nacer
en casas ilustres quedan por ley hechos señores. Pero una cosa no se ha notado
mil siglos atrás, y es digna de considerar: que por maravilla salen hombres muy
hazañosos, o de grande ingenio para las ciencias y armas, que no nazcan en
aldeas o lugares pajizos, y no en ciudades muy grandes. Y es el vulgo tan
ignorante, que toma por argumento en contrario nacer en lugares pequeños; de lo
cual tenemos manifiesto ejemplo en la divina Escritura: que espantado el pueblo
de Israel de las grandezas de Cristo nuestro redentor, dijo: a Nazareth potest quidquam boni exire? Como si dijera:
«¿es posible que de Nazareth pudo salir cosa buena?».
Pero volviendo al ingenio de este capitán que hemos dicho, él debía juntar
mucho entendimiento con la diferencia de imaginativa que pide el arte militar;
y, así, apuntó en este coloquio mucha doctrina, de la cual podremos coligir en
qué consiste el valor de los hombres para ser estimados en la república.
Seis cosas me parece que ha de tener el hombre para que enteramente se
pueda llamar honrado; y cualquiera de ellas que le falte, quedará su ser
menoscabado. Pero no están todas constituidas en un mesmo grado ni tienen el
mesmo valor ni quilates.
La primera y más principal es el valor de la propria persona, en
prudencia, en justicia, en ánimo y valentía. Éste hace las riquezas y
mayorazgos, de éste nacen los apellidos ilustres; deste principio tienen origen
todas las noblezas del mundo. Y si no, vamos a las casas grandes de España, y
hallaremos que casi todas tienen origen de hombres particulares, los cuales,
con el valor de sus personas, ganaron lo que ahora tienen sus descendientes.
La segunda cosa que honra al hombre, después del valor de la persona, es
la hacienda; sin la cual ninguno vemos ser estimado en la república.
La tercera es la nobleza y antigüedad de sus antepasados. Ser bien nacido
y de claro linaje es una joya muy estimada, pero tiene una falta muy grande:
que sola por sí es de muy poco provecho, así para el noble como para los demás
que tienen necesidad. Porque ni es buena para comer, ni beber, ni vestir, ni
calzar, ni para dar, ni fiar; antes hace vivir al hombre muriendo, privándose
de los remedios que hay para cumplir sus necesidades. Pero, junta con la
riqueza, no hay punta de honra que se le iguale. Algunos suelen comparar la
nobleza al cero de la cuenta guarisma, el cual solo por sí no vale nada; pero,
junto con otro número, le hace subir.
Lo cuarto que hace al hombre ser estimado es tener alguna dignidad o
oficio honroso. Y por el contrario, ninguna cosa abaja tanto al hombre como
ganar de comer en oficio mecánico.
La quinta cosa que honra al hombre es tener buen apellido y gracioso
nombre que haga buena consonancia en los oídos de todos, y no llamarse Majagranzas
o Majadero como yo los conozco. Léese en la General Historia de España
que, viniendo dos embajadores de Francia a pedir al rey Don Alonso el nono una
de sus hijas para casarla con el rey Filipo su señor, que la una de ellas era
muy hermosa y se llamaba Urraca, y la otra no era tan graciosa pero
tenía por nombre Blanca. Puestas ambas delante los embajadores, todos
tuvieron entendido que echaran mano de la Doña Urraca por ser la mayor y más
hermosa y estar más bien aderezada; pero, preguntando los embajadores por el
nombre de cada una, les ofendió el apellido de Urraca, y escogieron a la Doña
Blanca diciendo «que este nombre sería mejor recebido en Francia que el otro».
Lo sexto que honra al hombre es buen atavío de su persona, andar bien
vestido y acompañado de muchos criados.
La buena descendencia de los hijosdalgo de España es de aquellos que, por
el valor de su persona y las muchas hazañas que emprendieron, devengaban en la
guerra quinientos sueldos de paga; el cual origen no han podido averiguar los
escritores modernos, porque si no son las cosas que hallan escritas y dichas
por otros, ninguno tiene propria invención. La diferencia que pone Aristóteles
entre la memoria y reminiscencia es que, si la memoria ha perdido algo de lo
que antes sabía, no tiene poder para tornarse a acordar si no lo aprende de
nuevo; pero la reminiscencia tiene una gracia particular, que si algo se le ha
olvidado, con muy poco que le quede, discurriendo sobre ello, torna a hallar lo
que tenía perdido. Cuál sea el fuero que habla en favor de los buenos soldados
está ya perdido, así en los libros como en la memoria de los hombres. Pero han
quedado estas palabras: «Hijodalgo de devengar quinientos sueldos según fuero
de España y de solar conocido»; sobre las cuales discurriendo y raciocinando,
fácilmente se hallarán las compañeras.
Dando Antonio de Librija la significación de este verbo, vendico, -as, dice que significa «devengar para sí»; como
si dijera: «tirar para sí aquello que se le debe por paga o derecho»; como
ahora decimos en nueva manera de hablar: «tirar gajes del rey, o ventajas». Y
es tan usado en Castilla la Vieja el decir «Fulano bien ha devengado su
trabajo» cuando está bien pagado, que no hay entre la gente muy polida otra
manera de hablar más a la mano. De esta significación tuvo origen el llamar
«vengar» cuando alguno se paga de la injuria que otro le ha hecho; porque la
injuria, metafóricamente, se llama deuda. Según esto, querrá decir ahora
«Fulano es hijodalgo de devengar quinientos sueldos» que es descendiente de un
soldado tan valeroso que, por sus hazañas, mereció tirar una paga tan subida
como son quinientos sueldos; el cual por fuero de España era libertado, él y
todas sus descendientes, de no pagar pechos ni servicios al rey. El solar
conocido no tiene más misterio de que cuando entraba un soldado en el número de
los que devengaban quinientos sueldos asentaban en los libros del rey el nombre
del soldado, el lugar de donde era vecino y natural, quién eran sus padres y
parientes, para la certidumbre de aquel a quien se le hacía tanta merced; como
parece hoy día en el libro del Becerro que está en Simancas, donde se hallarán
escritos los principios de casi toda la nobleza de España. La mesma diligencia
hizo Saúl cuando David mató a Golías: que luego mandó a su capitán Abner que
supiese de qua stirpe descendit hic adolescens;
como si le dijera: «sábeme, Abner, de qué padres y parientes desciende este
mancebo, o de qué casa en Israel». Antiguamente llamaban solar a la
casa, así del villano como del hidalgo.
Pero ya que hemos hecho esta digresión, es menester volver al intento que
llevamos, y saber de dónde proviene que en el juego del ajedrez (pues decimos
que es el retrato de la milicia) se corre más el hombre de perder que a otro
ninguno, sin que vaya interés ni se juegue de precio; y de dónde pueda nacer
que los que están mirando vean más tretas que los que juegan, aunque sepan
menos. Y lo que hace mayor dificultad es que hay jugadores que en ayunas
alcanzan más tretas que habiendo comido, y otros después de comer juegan mejor.
La primera duda tiene poca dificultad. Porque ya hemos dicho que en la
guerra, ni en el juego del ajedrez, no hay fortuna, ni se permite decir «quién
tal pensara»: todo es ignorancia y descuido del que pierde y prudencia y
cuidado del que gana. Y ser el hombre vencido en cosas de ingenio y habilidad,
sin poder dar otra excusa ni achaque más que su ignorancia, no puede dejar de
correrse; porque es racional y amigo de honra, y no puede sufrir que en las
obras de esta potencia otro le haga ventaja.
Y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los antiguos no
consintieron que hubiese premios señalados para los que venciesen a otros en
las ciencias, y los pusieron para el mayor saltador, corredor, tirador de barra
y luchador. A esto responde que en las luchas y contiendas corporales súfrese
poner jueces para juzgar el exceso que el uno hace al otro; porque podrán dar
con justicia el premio al que venciere, porque es muy fácil conocer por la
vista cuál salta más tierra y corre con mayor velocidad. Pero, en la ciencia, es
muy dificultoso el tantear con el entendimiento cuál excede a cuál, por ser
cosa tan espiritual y delicada; y si el juez quiere dar el premio con malicia,
no todos lo podrán entender, por ser un juicio tan oculto al sentido de los que
lo miran. Fuera de esta respuesta, da Aristóteles otra mejor, diciendo que los
hombres no se dan mucho que otros les hagan ventaja en tirar, luchar, correr y
saltar, por ser gracias en que nos sobrepujan los brutos animales; pero lo que
no pueden sufrir con paciencia es que otro sea juzgado por más prudente y
sabio; y, así, toman odio con los jueces y se procuran de ellos vengar,
pensando que de malicia los quisieron afrentar. Y, para evitar estos daños, no
consintieron que en las obras tocantes a la parte racional hubiese jueces ni
premios. De donde se infiere que hacen mal las Universidades que señalan jueces
y premios de primero, segundo y tercero, en licencias, a los que mejor examen
hicieren. Porque aliende que acontecen cada día los inconvenientes que ha dicho
Aristóteles, es contra la doctrina evangélica poner a los hombres en
competencia de quién ha de ser el primero. Y que esto sea verdad parece
claramente; porque, viniendo un día de camino los discípulos de Cristo nuestro
redentor, trataron entre sí cuál de ellos había de ser el mayor; y estando ya
en la posada, les preguntó su Maestro sobre qué habían hablado en el camino;
pero ellos, aunque rudos, bien entendieron que no era lícita la cuestión, y así
dice el Texto que no lo osaron decir. Pero como a Dios no se le esconde nada,
les dijo desta manera: si quis vult primus esse, erit
omnium novissimus et omnium minister; como si les dijera: «el que
quisiere ser el primero ha de ser el postrero y siervo de todos». Los fariseos
eran aborrecidos de Cristo nuestro redentor porque amant
autem primos accubitus in caenis et primas cathedras in Sinagogis.
La razón principal en que se fundan los que reparten los grados desta
manera es que, entendiendo los estudiantes que a cada uno han de premiar
conforme a la muestra que diere, no dormirán ni comerán por no dejar el
estudio, lo cual cesaría no habiendo premio para el que trabajare ni castigo
para el que holgare y se echare a dormir. Pero es muy liviana y aparente, y
presupone un falso muy grande, y es: que la ciencia se adquiere por trabajar
siempre en los libros y oírla de buenos maestros y nunca perder lección. Y no
advierten que si el estudiante no tiene el ingenio y habilidad que piden las
letras que estudia, es por demás quebrarse de noche y de día la cabeza en los
libros. Y es el error, desta manera, que entran en competencia dos diferencias
de ingenio tan extrañas como esto: que el uno, por ser muy delicado, sin
estudiar ni ver un libro adquiere la ciencia en un momento; y el otro, por ser
rudo y torpe, trabajando toda la vida jamás sabe nada. Y vienen los jueces (los
hombres) a dar primero a quien Naturaleza hizo hábil y no trabajó, y postrero
al que nació sin ingenio y nunca dejó el estudio, como si el uno hubiera ganado
las letras hojeando los libros, y el otro perdídolas por echarse a dormir. Es
como si pusiesen premio a dos corredores, y el uno tuviese buenos pies y
ligeros, y al otro le faltase una pierna. Si las Universidades no admitiesen a
las ciencias sino aquellos que tienen ingenio para ellas, y todos fuesen iguales,
muy bien era que hubiese premio y castigo, porque el que supiese más era claro
que había trabajado más, y el que menos se había dado a holgar.
A la segunda duda se responde que, de la manera que los ojos han menester
luz y claridad para ver las figuras y colores, así la imaginativa tiene
necesidad de luz allá dentro en el celebro para ver los fantasmas que están en
la memoria. Esta claridad no la da el sol ni el candil ni la vela, sino los
espíritus vitales que nacen en el corazón y se distribuyen por todo el cuerpo.
Con esto, es menester saber que el miedo recoge todos los espíritus vitales al
corazón y deja a oscuras el celebro y frías todas las demás partes del cuerpo;
y, así, pregunta Aristóteles: cur voce et manibus et labio
inferiori tremant qui metuunt? Como si dijera: «¿qué es la causa que los
que tienen miedo les tiembla la voz, las manos y el labio inferior?». A lo cual
responde que con el miedo se recoge el calor natural al corazón y deja frías
todas las partes del cuerpo, y de la frialdad hemos dicho atrás (de opinión de
Galeno) que entorpece todas las facultades y potencias del ánima y no las deja
obrar. Con esto está ya clara la respuesta de la segunda duda; y es que los que
están jugando al ajedrez tienen miedo de perder, por ser juego de pundonor y
afrenta y no haber en él fortuna como hemos dicho; y recogiéndose los espíritus
vitales al corazón, queda la imaginativa torpe por la frialdad, y los fantasmas
a escuras, por las cuales dos razones no puede obrar bien el que juega. Pero
los que están mirando, como no les va nada ni tienen miedo de perder, con menos
saber alcanzan más tretas, por tener su imaginativa más calor y estar
alumbradas las figuras con la luz de los espíritus vitales.
Verdad es que la mucha luz deslumbra también la imaginativa. Y acontece
cuando el que juega está corrido y afrentado de ver que le ganan, entonces con
el enojo crece el calor natural y alumbra más de lo que es menester. De todo lo
cual está reservado el que mira. De aquí nace un efecto harto usado en el
mundo: que el día que el hombre quiere hacer mayor muestra de sí y dar a
entender sus letras y habilidad, aquel día lo hace peor. Otros hombres hay al
revés, que, puestos en aprieto, hacen grande ostentación, y salidos de allí no
saben nada. De todo lo cual está la razón muy clara. Porque el que tiene mucho
calor natural en la cabeza, señalándose en veinte y cuatro horas una lición de
oposición, húyele al corazón parte del calor natural que tiene demasiado, y así
queda el celebro templado; y en esta disposición probaremos en el capítulo que
se sigue que se le ofrece al hombre mucho que decir. Pero el que es muy sabio y
tiene grande entendimiento, puesto en aprieto, no le queda calor natural en la
cabeza con el miedo, y así por falta de luz no halla en su memoria qué decir.
Si esto considerasen los que ponen lengua en los capitanes generales
condenando sus tretas y el orden que dan en el campo, verían cuánta diferencia
hay de estar mirando la guerra desde su casa, o jugar lances en ella con miedo
de perder un ejército que el rey le ha puesto en sus manos.
No menos daño hace el miedo al médico para curar. Porque su práctica hemos
probado atrás pertenece a la imaginativa, la cual se ofende más con la frialdad
que otra potencia ninguna, porque su obra consiste en calor. Y, así, se ve por
experiencia que los médicos curan mejor a la gente vulgar que a los príncipes y
señores.
Un letrado me preguntó un día (sabiendo que yo trataba de esta invención)
qué era la causa que en el negocio que le pagaban bien se le ofrecían muchas leyes
y apuntamientos en el Derecho, y en los que no tenían cuenta con su trabajo
parece que le huía todo cuanto sabía. A lo cual le respondí que el interés
pertenece a la facultad irascible, la cual reside en el corazón, y si no está
contenta, no da de buena gana los espíritus vitales con la luz de los cuales se
han de ver las figuras que hay en la memoria; pero, estando satisfecha, da con
alegría el calor natural, y así tiene el ánima racional claridad bastante para
ver todo lo que está escrito en la cabeza.
Esta falta tienen los hombres de grande entendimiento: ser escasos y muy
interesales. Y en éstos se echa más de ver la propriedad de aquel letrado; pero
bien mirado, ello parece acto de justicia: querer ser pagado el que trabaja en
la viña ajena. La mesma razón corre por los médicos; a los cuales, estando bien
pagados, se les ofrecen muchos remedios, y si no, también les huye el arte,
como al letrado. Pero una cosa se ha de notar aquí muy importante; y es que la
buena imaginativa del médico en un momento atina a lo que conviene hacer, y si
se pone despacio a mirarlo, luego le acuden mil inconvenientes que le dejan
suspenso, y entretanto se pasa la ocasión del remedio. Y, así, nunca conviene
al buen médico encomendarle que mire bien lo que ha de hacer, sino que ejecute
aquello que primero le pareció; porque atrás hemos probado que la mucha
especulación sube de punto el calor natural, y tanto puede crecer, que
desbarate la imaginativa. Pero al médico que la tiene remisa no le hará daño
estar mucho contemplando; porque, subiendo el calor al celebro, verná a
alcanzar el punto que esta potencia ha menester.
La tercera duda tiene, por lo dicho, la respuesta muy clara. Porque la
diferencia de imaginativa con que se juega al ajedrez pide cierto punto de
calor para alcanzar las tretas; y el que juega bien en ayunas tiene entonces la
intensión de calor que ha menester; pero con el calor de la comida sube del
punto que es necesario, y así juega menos. Al revés acontesce a los que juegan
bien después de comer: que, subiendo el calor con los alimentos y el vino,
alcanza el punto que le faltaba en ayunas.
Y, así, conviene enmendar un lugar de Platón que dice haber desviado
Naturaleza con prudencia el hígado del celebro, porque los alimentos, con sus
vapores, no perturbasen la contemplación del ánima racional. Y si entiende en
las obras que pertenecen al entendimiento, dice muy bien; pero no ha lugar en
algunas diferencias de imaginativa. Lo cual se ve por experiencia claramente en
los convites y banquetes: que, yendo la comida de miedo abajo, comienzan los
convidados a decir gracias, donaires y apodos; y al principio ninguno hallaba
qué decir. Pero ya al fin de la comida apenas aciertan a hablar, por haber
subido de punto el calor que pide la imaginativa. Los que han menester comer y
beber un poco para que se les levante la imaginativa son los melancólicos por
adustión; porque éstos tienen el celebro como cal viva, la cual, tomada en la
mano, está fría y seca al toque, pero, si la rocían con algún licor, no se
puede sufrir el calor que levanta.
También se ha de corregir aquella ley que trae Platón de los cartagineses,
por la cual prohibían que los capitanes no bebiesen vino estando en la guerra,
ni los gobernadores durante el año de su magistrado. Y aunque Platón la tiene
por muy justa y nunca la acaba de loar, es menester hacer distinción. La obra
del juzgar, ya hemos dicho atrás, pertenece al entendimiento, y que esta
potencia aborrece el calor; y para esto hace muy gran daño el vino. Pero
gobernar una república, que es distinta cosa de tomar un proceso y
sentenciarle, pertenece a la imaginativa, y ésta pide calor; y no llegando al
punto que es necesario, bien puede el gobernador beber un poco de vino para
hacerle llegar. Lo mesmo se entiende del capitán general, cuyo consejo se ha de
hacer también con la imaginativa. Y si con alguna cosa caliente se ha de subir
el calor natural, ninguna lo hace tan bien como el vino; pero ha de ser
moderadamente bebido, porque no hay alimento que tanto ingenio dé al hombre, o
se lo quite, como este licor. Y, así, conviene que el capitán general tenga
conocida la manera de su imaginativa: si es de las que han menester comer y
beber para suplir el calor que le falta, o estar en ayunas. Porque en sólo esto
está alcanzar una treta o perderla.
Donde se declara a qué
diferencia de habilidad pertenece el oficio de rey, y qué señales ha de tener
el que tuviere esta manera de ingenio
Cuando Salomón
fue eligido por rey y caudillo de un pueblo tan grande y numeroso como Israel,
dice el Texto que, para poderlo regir y gobernar, pidió sabiduría del Cielo, y
no más. La cual demanda fue tan a gusto de Dios, que en pago de haber acertado
tan bien le hizo el más sabio rey del mundo, y no contento con esto, le dio
muchas riquezas y gloria encareciendo siempre su gran petición. De donde se
infiere claramente que la mayor prudencia y sabiduría que puede haber en el
hombre, ésa es el fundamento en que restriba el oficio de rey; la cual
conclusión es tan cierta y verdadera, que no es menester gastar tiempo en
probarla. Sólo conviene mostrar a qué diferencia de ingenio pertenece el arte
de ser rey tal cual la república lo ha menester, y traer las señales con que se
ha de conocer el hombre que tuviere tal ingenio y habilidad.
Y, así, es cierto que, como el oficio de rey excede a todas las artes del
mundo, de la mesma manera pide la mayor diferencia de ingenio que Naturaleza
pueda hacer. Cuál sea ésta, aún no lo hemos dicho hasta aquí, ocupados en
repartir a las demás artes sus diferencias y modos. Pero, ya que la tenemos en
las manos, es de saber que de nueve temperamentos que hay en la especie humana,
sólo uno dice Galeno que hace al hombre prudentísimo, todo lo que naturalmente
puede alcanzar; en el cual las primeras calidades están en tal peso y medida,
que el calor no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad, antes se
hallan en tanta igualdad y conformes como si realmente no fueran contrarias ni
tuvieran oposición natural. De lo cual resulta un instrumento tan acomodado a
las obras del ánima racional, que viene el hombre a tener perfecta memoria para
las cosas pasadas, y grande imaginativa para ver lo que está por venir, y
grande entendimiento para distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir.
Las demás diferencias de ingenio que hemos contado, ninguna de ellas tiene
entera perfección; porque si el hombre tiene grande entendimiento (por la mucha
sequedad), no puede aprender las ciencias que pertenecen a la imaginativa y
memoria; y si grande imaginativa (por el mucho calor), queda inhabilitado para
las ciencias del entendimiento y memoria; y si grande memoria (por la mucha
humidad), ya hemos dicho atrás cuán inhábiles son los memoriosos para todas las
ciencias. Sola esta diferencia de ingenio que vamos buscando es la que responde
a todas las artes en proporción.
Cuánto daño haga a una ciencia no poderla juntar las demás, notólo Platón
diciendo que la perfección de cada una en particular depende de la noticia y
conocimiento de todas. Ningún género de letras hay tan disparato para otro, que
saberlo muy bien no ayude a su perfección.
Pero ¿qué será que, con haber buscado esta diferencia de ingenio con mucho
cuidado, sola una he podido hallar en España? Por donde entiendo que dijo muy
bien Galeno que fuera de Grecia ni por sueños hace Naturaleza un hombre
templado ni con el ingenio que requieren todas las ciencias. La razón de esto
tráela el mesmo Galeno diciendo que Grecia es la región más templada que hay en
el mundo, donde el calor del aire no excede a la frialdad, ni la humidad a la
sequedad. La cual templanza hace a los hombres prudentísimos y hábiles para
todas las ciencias, como parece considerando el gran número de varones ilustres
que de ella han salido: Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno,
Teofrastro, Demóstenes, Homero, Tales milesio, Diógenes cínico, Solón y otros
infinitos sabios de quien las historias hacen mención. Cuyas obras hallaremos
llenas de todas las ciencias; no como los escritores de otras provincias, que,
si escriben medicina o cualquiera otra ciencia, por maravilla llaman las demás
letras que les den ayuda y favor: todos son pobres y sin caudal por no tener
ingenio para todas las artes.
Pero lo que más espanta de Grecia es que, siendo el ingenio de las mujeres
tan repugnante a las letras (como adelante probaremos), hubo tantas griegas y
tan señaladas en ciencias, que vinieron a competir con los hombres muy
racionales; como se lee de Leoncia, mujer sapientísima, que, siendo Teofrastro
el mayor filósofo que hubo en su tiempo, escribió contra él notándole muchos
errores en filosofía.
Y si miramos las otras regiones del mundo, apenas ha salido de ellas un
ingenio que sea notable. Y es la causa habitar en lugares destemplados; por
donde se hacen los hombres feos, torpes de ingenio y de malas costumbres. Y,
así, pregunta Aristóteles: cur efferi, et moribus et
aspectibus, sunt qui in nimio vel aestu vel frigore colunt? Como si
preguntara: «¿por qué los hombres que habitan en lugares muy calientes o muy
fríos, los más son feos de rostro y de malas costumbres?». Al cual problema
responde muy bien diciendo: «que la buena temperatura no solamente hace buena
gracia en el cuerpo, pero aprovecha también al ingenio y habilidad». Y de la
manera que los excesos del calor y de la frialdad impiden a Naturaleza que no
saque al hombre bien figurado, por la mesma razón se desbarata el armonía del
ánima, y le hace torpe de ingenio.
Esto tenían bien entendido los griegos, pues llamaban a todas las naciones
del mundo bárbaras, viendo su inhabilidad y poco saber. Y, así, vemos
que cuantos nacen y estudian fuera de Grecia, si son filósofos, ninguno llega a
Platón y Aristóteles; si médicos, a Hipócrates y Galeno; si oradores, a
Demóstenes; si poetas, a Homero. Y, así, en las demás ciencias y artes siempre
los griegos han tenido la primacía, sin ninguna contradicción. A lo menos, el
problema de Aristóteles se verifica bien en los griegos. Porque realmente son
los más hermosos hombres del mundo y de más alto ingenio; sino que han sido
desgraciados, oprimidos con armas, sujetos y maltratados por la venida del
Turco. Éste hizo desterrar las letras y pasar la Universidad de Atenas a París
de Francia, donde ahora está; y así, por no cultivarlos, se pierden ahora tan
delicados ingenios como los que arriba contamos. En las demás regiones fuera de
Grecia, aunque hay Escuelas y ejercicio de letras, ningún hombre ha salido en
ellas muy eminente. Harto piensa el médico que ha hecho si alcanzó con su
ingenio a lo que dijo Hipócrates y Galeno; y el filósofo natural no sabe de
ciencia por que le parece que entiende a Aristóteles.
Pero con todo eso, no es regla universal que todos los que nacen en Grecia
han de ser por fuerza templados y sabios, y los demás destemplados y nescios.
Porque de Anacarsis, natural de Escitia, cuenta el mesmo Galeno que fue de
admirable ingenio entre los griegos, aunque bárbaro: con el cual riñendo un
filósofo natural de Atenas, le dijo: «Anda, para-bárbaro». El Anacarsis le
respondió diciendo: patria, mihi dedecori est; tu vero
patriae; como si le dijera: «mi patria es afrenta para mí, y tú eres
afrenta de tu patria, porque siendo Escitia una región tan destemplada y donde
tantos nescios se crían, salí yo sabio, y naciendo tú en Atenas, que es el
lugar del ingenio y sabiduría, eres un asno».
De manera que no hay que desesperar de esta temperatura, ni pensar que es
caso imposible hallarla fuera de Grecia; mayormente en España, región no muy
destemplada. Porque por la mesma razón que yo he hallado una, habrá otras
muchas que no han venido a mi noticia ni las he podido examinar. Por donde será
bien traer las señales con que se conoce el hombre templado, para que donde le
hubiere no se pueda encubrir. Muchas señales ponen los médicos para descubrir
esta diferencia de ingenio; pero las más principales y que mejor la dan a
entender son las que se siguen.
La primera dice Galeno que es tener el cabello subrufo, que es un
color de blanco y rubio mezclado y, pasando de edad en edad, dorándose más. Y
está la razón muy clara. Porque la causa material de que se hace el cabello
dicen los médicos que es un vapor grueso que se levanta del cocimiento que hace
el celebro al tiempo de su nutrición; y cual color tiene este miembro, tal le
toman sus excrementos. Si el celebro tiene mucha flema en su composición, sale
el cabello blanco; si mucha cólera, azafranado; pero, estando estos dos humores
igualmente mezclados, queda el celebro templado en calor, frialdad, humidad y
sequedad; y el cabello rubio, participante de ambos extremos. Verdad es que
dice Hipócrates que este color, en los hombres que viven debajo del Septentrión
(como son ingleses, flamencos y alemanes), nace de estar la blancura quemada
por la mucha frialdad, y no por la razón que decimos. Y, así, es menester
advertir en esta señal, porque es muy engañosa.
La segunda señal que ha de tener el hombre que alcanzare esta diferencia
de ingenio, dice Galeno que es ser bien sacado y airoso, de buena gracia y
donaire, de manera que la vista se recree en mirarlo como figura de gran
perfección. Y está la razón muy clara. Porque si Naturaleza tiene muchas
fuerzas y simiente bien sazonada, siempre hace, de las cosas posibles, la mejor
y más perfecta en su género; pero viéndose alcanzada de fuerzas, muchas veces
pone su estudio en la formación del celebro, por ser el principal asiento del
ánima racional, y procura que la falta quede en las demás partes del cuerpo. Y,
así, vemos muchos hombres bastos y feos, pero muy delicados de ingenio.
La cantidad de cuerpo que ha de tener el hombre templado dice Galeno que
no está determinada por Naturaleza; porque puede ser grande, pequeño, y de
mediana estatura (conforme a la cantidad de simiente templada que hubo al
tiempo que se formó). Pero para lo que toca al ingenio, mejor es la moderada
estatura, en los hombres templados, que la grande ni pequeña; y si al uno de
los dos extremos ha de inclinar, mejor es a pequeño que a grande, porque los
muchos huesos y carne probamos atrás, de opinión de Platón y Aristóteles, que
hace mucho daño al ingenio. Conforme a esto, suelen los filósofos naturales
preguntar cur homines qui brevi sunt corpore, prudentiores
magna ex parte sunt quam qui longo? Como si dijera: «¿qué es la causa
que, por la mayor parte, los hombres pequeños son más prudentes que los
largos?». Para comprobación de lo cual citan a Homero, que dice ser Ulises
prudentísimo y pequeño de cuerpo; y, por lo contrario, Ayax, estultísimo y de
larga estatura. A esta pregunta responden muy mal diciendo que «recogida el
ánima racional en breve espacio, tiene más fuerza para obrar», conforme aquel
dicho muy celebrado: virtus unita fortior est se ipsa
dispersa; y por lo contrario, estando en un cuerpo largo y espacioso, no
tiene virtud bastante para poderlo mover y animar. Pero no es ésta la razón,
sino que los hombres largos tienen mucha humidad en su composición, la cual
hace las carnes muy dilatables y obedientes a la aumentación que procura hacer
siempre el calor natural. Al revés acontece en los pequeños de cuerpo: que por
la mucha sequedad no pueden hacer correa sus carnes, ni el calor natural las
puede dilatar ni ensanchar, por donde quedan de breve estatura. Y entre las
calidades primeras, tenemos probado atrás que ninguna echa tanto a perder las
obras del ánima racional como la mucha humidad, ni quien avive tanto al
entendimiento como la sequedad.
La tercera señal con que se conoce el hombre templado dice Galeno que es
ser virtuoso y de buenas costumbres. Porque ser malo y vicioso dice Platón que
nace de tener el hombre alguna calidad destemplada que le irrita a pecar; y si
ha de obrar conforme a virtud, ha menester primero negar su inclinación
natural. Pero el que fuere puntualmente templado, en tanto que estuviere así,
no tiene que hacer esta diligencia, porque las potencias inferiores no le
pedirán nada contra razón; y, por tanto, dice Galeno que al hombre que tuviere
esta temperatura no le pongamos tasa en lo que ha de comer y beber, porque
nunca sale de la cantidad y medida que el arte de la medicina le podría
señalar. Y no se contenta Galeno con llamarlos temperantísimos, pero aun las
demás pasiones del ánima dice que no es menester moderárselas; porque su enojo,
su tristeza, su placer y alegría están siempre medidas con la razón. De donde
nace estar siempre sanos y nunca enfermos, que es la cuarta señal. Pero en esto
no tiene razón Galeno. Porque es imposible componerse un hombre que sea en
todas sus potencias perfecto, como es el cuerpo templado; y que la irascible y
concupiscible no salga superior a la razón y la irrite a pecar. Y, así, no
conviene dejar a ningún hombre, por templado que sea, que siempre siga su
inclinación natural sin irle a la mano y corregirle con la razón.
Esto se deja entender fácilmente considerando el temperamento que ha de
tener el celebro para que sea conveniente instrumento de la facultad racional;
y el que ha de tener el corazón para que la irascible apetezca gloria, imperio,
victoria y ser a todos superior; y el que ha de tener el hígado para cocer los
manjares; y el que han de tener los testículos para conservar la especie humana
y hacerla que pase adelante. Del celebro hemos dicho muchas veces atrás que ha
de tener humidad para la memoria, y sequedad para el entendimiento, y calor
para la imaginativa. Pero con todo eso, su natural temperamento es frialdad y
humidad; y por razón de la intensión y remisión de estas dos calidades, unas
veces lo llamamos caliente, otras frío, otras húmido y otras seco; pero jamás
sale de frío y húmido a predominio. El hígado (donde reside la facultad
concupiscible) tiene por natural temperamento el calor y humidad a predominio,
del cual jamás sale en tanto que vive el hombre; y si alguna vez decimos estar
frío, es porque no tiene todos los grados de calor que requieren sus obras. Del
corazón (que es el instrumento de la facultad irascible) dice Galeno que es tan
caliente de su propria naturaleza, que si, vivo el animal, metiésemos el dedo
dentro de sus cavidades, era imposible poderlo sufrir un momento sin abrasarse.
Y aunque algunas veces lo llamamos frío, nunca se ha de entender a predominio,
porque éste es caso imposible, sino que no tiene tanta intensión de calor como
han menester sus obras. En los testículos (donde reside la otra parte de la
facultad concupiscible) corre la mesma razón, porque su natural temperamento es
calor y sequedad a predominio. Y si alguna vez decimos que el hombre tiene los
testículos fríos, no ha de entenderse absolutamente ni a predominio, sino que
carece de la intensión de calor que ha menester la facultad generativa.
De aquí se infiere, claramente, que si el hombre está bien compuesto y
organizado, ha de tener por fuerza calor excesivo en el corazón, so pena que la
facultad irascible quedara muy remisa; y si el hígado no es caliente en exceso,
no podrá cocer los alimentos ni hacer sangre para la nutrición; y si los
testículos no fuesen más calientes que fríos, quedaba el hombre impotente y sin
fuerzas para engendrar. Por donde, siendo estos miembros tan fuertes como
decimos, necesariamente se ha de alterar el celebro con el mucho calor, que es
una de las calidades que más perturba la razón. Y lo que peor es: que la
voluntad, siendo libre, se irrita e inclina a condescender con los apetitos de
la porción inferior. A esta cuenta, parece que Naturaleza no puede hacer un
hombre que sea perfecto en todas sus potencias, y sacalle inclinado a virtud.
Cuán repugnante sea a la naturaleza del hombre salir inclinado a virtud
pruébase claramente considerando la compostura del primer hombre, que, con ser
la más perfecta que ha habido en toda la especie humana (después de la de
Cristo nuestro redentor) y hecha por las manos de tan grande artífice, con todo
eso, si Dios no le infundiera una calidad sobrenatural que le reprimiera la
porción inferior, era imposible quedando a los principios de su naturaleza,
dejar de ser inclinado a mal. Y que Dios hiciese a Adán de perfecta irascible y
concupiscible, bien se deja entender; porque cuando les dijo y mandó crescite et multiplicamini, et replete terram, cierto es
que les dio fuerte potencia para engendrar y que no les hizo fríos, pues les
mandó que hinchasen la tierra de hombres, la cual obra no se puede hacer sin
mucho calor. No menos calor dio a la facultad nutriva, con la cual había de
reparar la sustancia perdida y rehacer otra en su lugar; pues le dijo: ecce dedi vobis omnem herbam afferentem semen super terram, et
universa ligna quae habent in semetipsis sementem generis sui, ut sint vobis in
escam. Porque si Dios les diera el hígado y estómago fríos y con poco
calor, cierto es que no pudieran cocer el manjar ni conservarse novecientos y
treinta años en el mundo.
También le fortificó el corazón y le dio una facultad irascible acomodada
para ser rey y señor y mandar todo el mundo; y le dijo: subiicite
terram et dominamini piscibus maris et volatilibus caelis et universis
animantibus quae moventur super terram. Y si no le diera mucho calor, no
tuviera brío ni autoridad para tener imperio, mando, gloria, majestad y honor.
Cuánto daño haga al príncipe tener la irascible remisa, no se puede encarecer;
porque por sola esta causa viene a no ser temido, obedecido ni reverenciado de
los suyos.
Después de fortificada la irascible y concupiscible, dando a los miembros
que hemos dicho tanto calor, pasó a la facultad racional, y le hizo un celebro
en tal punto frío y húmido y con tan delicada sustancia, que el ánima pudiese
con él discurrir y filosofar y aprovecharse de la ciencia infusa. Porque ya
hemos dicho y probado atrás que para dar Dios alguna ciencia sobrenatural a los
hombres les dispone primero el ingenio, y los hace capaces con disposiciones
naturales (dadas de su mano) para poderla recebir.
Y, así, dice el texto divino: et cor dedit illis
excogitandi, et disciplina intellectus replevit illos.
Siendo, pues, la facultad irascible y concupiscible tan poderosa, por el
mucho calor, y la racional tan flaca y remisa para resistir, proveyó Dios de
una calidad sobrenatural que llaman los teólogos justicia original,
con la cual se reprimían los ímpetus de la porción inferior; y la parte
racional quedó superior; y el hombre inclinado a virtud. Pero en pecando
nuestros primeros padres, perdieron esta calidad, y quedó la irascible y concupiscible
en su naturaleza, y superior a la razón por la fortaleza de los tres miembros
que dijimos, y el hombre pronus abadolescentia sua ad
malum. Adán fue criado en la edad de adolescencia, la cual, según los
médicos, es la más templada de todas; y dende aquella edad fue inclinado a mal,
si no fue aquel poco de tiempo que estuvo en gracia y con justicia original.
De esta doctrina se infiere, en buena filosofía natural, que si el hombre
ha de hacer algún acto de virtud en contradicción de la carne, es imposible
poderlo obrar sin auxilio exterior de gracia, por ser las calidades con que
obra la potencia inferior de mayor eficacia. Dije «con contradicción de la
carne» porque hay muchas virtudes en el hombre que nacen de ser flaca la
irascible y concupiscible (como es la castidad en el hombre frío); pero esto
antes es impotencia para obrar, que virtud. Por donde, sin que la Iglesia
católica nos enseñara que sin auxilio particular de Dios no podemos vencer
nuestra naturaleza, nos lo dice la filosofía natural. Y es que la gracia
conforta nuestra voluntad. Lo que quiso decir, pues, Galeno fue que el hombre
templado excede en virtud a los demás que carecen de esta buena temperatura,
porque es menos irritada de la porción inferior.
La quinta propriedad que tienen los de esta temperatura es ser de muy
larga vida, porque son muy poderosos para resistir a las causas y achaques con
que enferman los hombres. Y esto es lo que quiso decir el real profeta David: dies annorum nostrorum in ipsis septuaginta anni; si autem in potentatibus,
octoginta anni, et amplius eorum labor et dolor; como si dijera: «el
número de años que ordinariamente viven los hombres allega hasta setenta; y si
los potentados viven ochenta, pasando de allí mueren viviendo». Llama
potentados a los que son desta temperatura, porque resisten más que todos a las
causas que abrevian la vida.
La última señal pone Galeno diciendo que son prudentísimos, de grande
memoria para las cosas pasadas, de grande imaginativa para alcanzar lo que está
por venir y de grande entendimiento para saber la verdad en todas las cosas. No
son malignos, astutos ni cavilosos, porque esto nace de ser vicioso el
temperamento.
Tal ingenio como éste, cierto es que no le hizo Naturaleza para estudiar
latín, dialéctica, filosofía, medicina, teología ni leyes. Porque, puesto caso
que todas estas ciencias las podía fácilmente aprender, pero ninguna de ellas
hinche toda su capacidad. Sólo el oficio de rey le responde en proporción, y en
sólo regir y gobernar se ha de emplear. Esto se entenderá fácilmente
discurriendo por todas las propriedades y señales que de los hombres templados
hemos contado, considerando de cada una cuánto convenga al cetro real y cuán
impertinente sea a las demás ciencias y artes.
Ser el rey hermoso y agraciado es una de las cosas que más convidan a los
súbditos a quererle y amarle. Porque el objeto del amor dice Platón que es la
hermosura y buena proporción; y si el rey es feo y mal tallado, es imposible
que los suyos le tengan afición, antes se afrentan de que un hombre imperfecto
y falto de los bienes de Naturaleza los venga a regir y mandar.
Ser virtuoso y de buenas costumbres bien se deja entender lo que importa.
Porque quien ha de ordenar la vida a los súbditos y darles reglas y leyes para
vivir conforme a razón, conviene que él haga otro tanto; porque cual es el rey,
tales son los grandes, medianos y pequeños. Aliende que por esta vía autorizará
más sus mandamientos, y podrá con mejor título castigar a los que no los
guardaren.
Tener perfección en todas las potencias que gobiernan al hombre
(generativa, nutritiva, irascible y racional) conviene más al rey que a otro
artífice ninguno. Porque, como dice Platón, en la república bien ordenada había
de haber casamenteros que con arte supiesen conocer las calidades de las personas
que se habían de casar, para dar a cada hombre la mujer que le responde en
proporción, y a cada mujer su hombre determinado; con la cual diligencia nunca
se frustraría el fin principal del matrimonio. Porque vemos por experiencia que
una mujer con el primer marido no pudo concebir y casándose con otro, luego
tuvo generación; y muchos hombres no tener hijos en la primera mujer y
casándose con otra, haberlos luego sin dilación. Mayormente dice Platón que
convenía esta arte en los casamientos de los reyes; porque, como importe tanto
a la paz y sosiego del reino que su príncipe tenga hijos legítimos en quien
suceda el estado, podría acontescer que, casándose el rey a tiento, topase con
una mujer estéril, con quien estuviese impedido toda la vida sin esperanza de
generación; y muerto sin herederos, luego nacen guerras civiles sobre quién ha
de mandar.
Pero esta arte dice Hipócrates que es necesaria a los hombres
destemplados, y no para los que tienen el temperamento perfecto que hemos
pintado. Éstos no han menester hacer elección de mujeres ni buscar cuál les
responde en proporción, porque con cualquiera que se casaren dice Galeno que
tendrán luego generación. Pero entiéndese estando la mujer sana y siendo de la
edad en que, según orden de Naturaleza, las mujeres suelen empreñarse y parir.
De manera que la fecundidad está mejor en el rey que en otro artífice ninguno,
por las razones que hemos dicho.
La potencia nutritiva, si es golosa, comedora y bebedora, dice Galeno que
nace de no tener el hígado y el estómago la temperatura que conviene a sus
obras; por donde se hacen los hombres lujuriosos, enfermos y de muy corta vida.
Pero si estos miembros están templados y con la compostura que han de tener,
dice el mismo Galeno que no apetecen más cantidad de comida ni bebida de la que
es necesaria para sustentar la vida. La cual propriedad es tan importante al
rey, que tiene Dios por bienaventurada la tierra que alcanza tal príncipe: beata terra cuius rex nobilis est et cuius principes vescuntur
in tempore suo ad reficiendum et non ad luxuriam.
De la facultad irascible, si es intensa y remisa, dice Galeno que es
indicio de estar el corazón mal compuesto, y de no tener la temperatura que la
perfección de sus obras ha menester. De los cuales dos extremos ha de carecer
el rey más que otro artífice ninguno. Porque juntar la iracundia con el mucho
poder no es cosa que conviene a los súbditos; ni menos está bien al rey tener
la irascible remisa, porque pasando livianamente por las cosas mal hechas y
atrevidas en su reino, viene a no ser temido ni reverenciado de los suyos; de
lo cual suelen nacer muchos daños en la república, y malos de remediar. Pero
siendo el hombre templado, enójase con mucha razón, y es pacífico cuando
conviene. La cual propriedad es tan necesaria en el rey como todas las que
hemos dicho.
La facultad racional (imaginativa, memoria y entendimiento) cuánto importe
sea perfecta en el rey más que en otro ninguno, pruébase claramente. Porque las
demás ciencias y artes parece que se pueden alcanzar y poner en práctica con
las fuerzas del ingenio humano; pero gobernar un reino, tenerlo en paz y
concordia, no solamente es menester que el rey tenga prudencia natural para
ello, pero es necesario que Dios asista particularmente con su entendimiento y
le ayude a gobernar. Y así lo nota la divina Escritura diciendo: cor regis in manu Domini.
También vivir muchos años y estar siempre sano es propriedad más
conveniente al buen rey que a otro artífice ninguno. Porque su industria y
trabajo es bien universal para todos; y si no tiene salud para poderlo llevar,
queda perdida la república.
Toda esta doctrina que hemos traído se confirmaría claramente si
hallásemos, por historia verdadera, que en algún tiempo se hubiese eligido
algún hombre famoso por rey y que no le faltase ninguna de estas señales ni
condiciones que hemos dicho. Y esto tiene la verdad: que jamás le faltan
argumentos con que probarse.
Cuenta la divina Escritura que, estando Dios enojado con Saúl por haber
perdonado la vida a Malec, que mandó a Samuel que fuese a Belén y ungiese por
rey de Israel a un hijo de Isaí, de ocho que tenía. Y pensando el santo varón
que Dios se pagaría de Eliab por ser de larga estatura, le preguntó diciendo
así: num coram Domino est Christus eius? A la cual
pregunta le fue respondido desta manera: ne respicias
vultum eius, nec altitudinem staturae eius, quoniam abieci eum. Nec iuxta
intuitum hominis ego iudico: homo enim videt ea quae parent, Dominus autem
intuetur cor; como si Dios le dijera: «no mires, Samuel, a la grande
estatura de Eliab ni aquel busto que tiene de hombrazo, porque estoy
escarmentado en Saúl: vosotros los hombres juzgáis por las señales de fuera,
pero yo miro al juicio y prudencia con que se ha de gobernar mi pueblo».
Samuel, ya amedrentando de que no sabía elegir, pasó adelante en lo que le era
mandado, preguntando siempre a Dios, de uno en uno, cuál quería que ungiese por
rey. Y como ninguno le contentase, dijo a Isaí: «¿Tú tienes por ventura más
hijos que éstos que tenemos delante?». El cual respondió diciendo que le restaba
otro en el ganado, pero era pequeño de cuerpo, pareciéndole que aquello era
falta para el cetro real. Pero Samuel, como ya estaba advertido que la grande
estatura no era buena señal, hizo que enviase por él. Y es cosa digna de notar
que, antes que cuente la divina Escritura cómo lo ungieron por rey, dice de
esta manera: erat autem rufus, et pulcher aspectu
decoraque facie. Surge, et unge eum, ipse enim est; como si dijera: «era
rubio y hermoso para mirar. Levántate, Samuel, y úngele por rey, que ése es el
que quiero». De manera que tenía David las dos primeras señales de las que
hemos contado: rubio y muy bien sacado, y mediano de cuerpo.
Ser virtuoso y de buenas costumbres, que es la tercera señal, bien se deja
entender, pues dijo Dios de él: inveni... virum iuxta cor
meum. Que, puesto caso que pecó muchas veces, no por eso perdía el
nombre ni hábito de virtuoso. Ni el que es malo por hábito, aunque haga algunas
buenas obras morales, no por eso pierde el nombre de malo y vicioso.
Haber vivido sano en todo el discurso de su vida parece que se puede
probar. Porque, en su historia, de sólo una enfermedad se hace mención, y ésta
era disposición natural de los que viven muchos años: que, por habérsele
resuelto el calor natural, no podía calentar en la cama, para cuyo remedio
acostaban con él una doncella hermosa que le diera calor. Y, con esto, vivió
tantos años, que dice el Texto; et mortuus est in
senectute bona, plenus dierum et divitiis et gloria; como si dijera:
«murió David en su buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria», con
haber padecido tantos trabajos en la guerra y hecho tanta penitencia de sus
pecados. Y era la razón ser templado y bien compuesto: por donde resistía a las
causas que suelen hacer enfermar y abreviar la vida del hombre.
Su gran prudencia y saber notó aquel criado de Saúl cuando dijo: «Señor,
yo conozco un gran músico, hijo de Isaí, natural de Belén, animoso para pelear,
prudente en sus razones y hermoso para mirar». Por las cuales señales ya
dichas, es cierto que David era hombre templado, y que a los tales se les debe
el cetro real, porque su ingenio es el mejor que Naturaleza puede hacer.
Pero contra esta doctrina se ofrece una dificultad muy grande. Y es: ¿por
qué razón, conociendo Dios todos los ingenios y habilidades de Israel, y
sabiendo que hombres templados tienen la prudencia y saber que el oficio de rey
ha menester, por qué razón en la primera elección que hizo no buscó un hombre
tal? Antes dice el Texto que era Saúl tan largo, que de los hombros arriba
excedía a todo el pueblo de Israel; y esta señal no solamente en filosofía
natural es mal indicio para el ingenio, pero aun el mesmo Dios, como hemos
probado, reprendió a Samuel porque, movido con la larga estatura de Eliab, le
quería ungir por rey.
Pero esta duda declara ser verdad lo que dijo Galeno, que fuera de Grecia
ni por sueños se halla un hombre templado. Pues, en un pueblo tan grande como
Israel no halló Dios uno para elegirlo por rey: sino que fue menester esperar
que David creciese y se hiciese mayor. Y entretanto escogió a Saúl, porque dice
el Texto que era el mejor de todo Israel; pero realmente él debía tener más
bondad que sabiduría, y ésta sola no basta para regir y gobernar. Bonitatem et disciplinam et scientiam doce me, decía el
real profeta David viendo que no aprovecha ser el rey bueno y virtuoso si
juntamente no tiene prudencia y sabiduría.
Con este ejemplo del rey David parece que habíamos confirmado
bastantemente nuestra opinión. Pero también nació otro rey en Israel de quien
se dijo: ubi est qui natus est rex iudeorum? Y si
probásemos que fue rubio, gentil hombre, mediano de cuerpo, virtuoso, sano, y
de gran prudencia y saber, no haría daño a nuestra doctrina. Los evangelistas
no se ocuparon en referir la compostura de Cristo nuestro redentor, por no
hacer al propósito de lo que trataban. Pero es cosa muy fácil entenderla,
supuesto que ser el hombre puntualmente templado es toda la perfección que
naturalmente puede tener; y pues el Espíritu Santo le compuso y organizó,
cierto es que la causa material de que le formó, ni la destemplanza de Nazaret,
no pudieron resistirle ni hacerle errar la obra (como a los otros agentes
naturales), antes hizo lo que quiso porque no le faltó poder, saber y voluntad
de fabricar un hombre perfectísimo y sin falta ninguna. Mayormente, que su
venida, como Él mesmo lo dijo fue a padecer trabajos por el hombre y para
enseñarle la verdad; y esta temperatura hemos probado atrás que es el mejor
instrumento natural para estas dos cosas.
Y, así, tengo por verdadera aquella relación que Publio Léntulo,
procónsul, escribió al Senado romano dende Hierusalén, la cual dice de esta
manera:
«Apareció en nuestros tiempos un hombre que ahora vive, de gran virtud,
llamado Jesucristo, al cual las gentes nombran profeta de verdad, y sus discípulos
dicen que es hijo de Dios. Resucita muertos y sana enfermedades; es hombre de
mediana estatura y derecha, y muy para ser visto; tiene tanta reverencia en su
rostro, que los que le miran se inclinan a amarle y temerle. Tiene los cabellos
de color de avellana bien madura; hasta las orejas son llanos; dende las orejas
hasta los hombros son de color de cera, pero relucen más. Tiene en medio de la
frente y en la cabeza una crenche a manera de los nazarenos. Tiene la frente
llana, pero muy serena; el rostro sin ninguna ruga ni mancha, acompañado de un
color moderado; las narices y boca no las puede nadie reprender con razón; la
barba tiene espesa y a semejanza de los cabellos, no larga, pero henchida por
medio; el mirar tiene muy sencillo y grave; los ojos tiene garzos y claros.
Cuando reprende espanta, y cuando amonesta place. Hácese amar; es alegre con
gravedad; nunca le han visto reír, llorar sí. Tiene las manos y brazos muy
vistosos. En las conversaciones contenta mucho, pero hállase pocas veces en ella,
y cuando se halla es muy modesto. En la vista y parecer, es el más hermoso
hombre que se puede imaginar».
En esta relación se contienen tres o cuatro señales de hombre templado. La
primera es que tenía el cabello y barba de color de avellana bien madura, que
bien mirado es un rubio tostado; el cual color mandaba Dios que tuviese la
becerra que se había de sacrificar en figura de Cristo. Y cuando entró en el
Cielo con aquel triunfo y majestad que se debía a tal Príncipe, dijeron algunos
ángeles que no sabían de su encarnación: quis est iste qui
venit de Edom, tinctis vestibus de Bosra? Como si preguntaran: «¿quién
es éste que viene de la tierra rubia, teñidas las vestiduras de lo mesmo?».
Atento al cabello y barba rubia que tenía, y a la sangre con que iba señalado.
También refiere la carta que era el más hermoso hombre que se había visto,
que es la segunda señal que han de tener los hombres templados. Y, así, estaba
pronosticado en la Escritura divina por señal para conocerle: speciosus forma prae filiis hominum, y en otra parte
dice: pulchiores sunt oculi eius vino et dentes eius lacte
candidiores. La cual hermosura y buena compostura de cuerpo importaba
mucho para que todos se le aficionasen y no tuviese cosa aborrescible; y, así,
dice la carta que todos se inclinaban a amarle. También refiere que era mediano
de cuerpo; y no porque al Espíritu Santo le faltó materia de qué hacerlo mayor
si quisiera; sino que, cargando al ánima racional de muchos huesos y carne,
hemos probado atrás (de opinión de Platón y Aristóteles) que hace grande daño
al ingenio.
La tercera señal, que es ser virtuoso y de buenas costumbres, también lo
afirma la carta; y los judíos, aun con testigos falsos, no le pudieron probar
lo contrario, ni responderle cuando les preguntó: quis
vestrum arguet me de peccator? Y Josefo, por la fidelidad que debía a su
historia, afirma dél que parecía tener otra naturaleza más que de hombre,
atento a su bondad y sabiduría.
Sólo el vivir mucho tiempo no se puede verificar de Cristo nuestro
redentor, por haber muerto tan mozo; que si le dejaran a su discurso natural,
viviera más de ochenta años. Porque quien pudo estar en un desierto cuarenta
días con sus noches sin comer ni beber, y no se murió ni enfermó, mejor se
defendiera de otras causas más livianas que le podían alterar y ofender. Aunque
este hecho está reputado por milagro y cosa que naturalmente no puede
acontescer.
Estos dos ejemplos de reyes que hemos traído bastaban para dar a entender
que el cetro real se debe a los hombres templados, y que éstos tienen el
ingenio y prudencia que este oficio ha menester. Pero hay otro hombre hecho por
las proprias manos de Dios con fin que fuese rey y señor de todas las cosas
criadas. Y le sacó también rubio, gentil hombre, virtuoso, sano, de muy larga
vida y prudentísimo. Y probar esto no hará daño a nuestra opinión.
Platón tiene por cosa imposible que Dios ni Naturaleza puedan hacer un
hombre templado en región de mala temperatura; y, así, dice que para hacer Dios
al primer hombre muy sabio y templado, que buscó un lugar donde el calor del
aire no excediese a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Y la divina
Escritura (donde él halló esta sentencia) no dice que Dios crió a Adán dentro
en el Paraíso terrenal (que era el lugar templadísimo que dice), sino que después
de formado le puso aquí: tulit ergo dominus Deus hominem
et posuit eum in paradisum voluptatis ut operaretur et custodiret illum.
Porque siendo el poder de Dios infinito y su saber sin medida, y con voluntad
de darle toda la perfección natural que en la especie humana podía tener, de
creer es que el pedazo de tierra de que le formó, ni la destemplanza del campo
damaceno adonde fue criado no le pudieron resistir para que no le sacase
templado. La opinión de Platón, Aristóteles y Galeno ha lugar en las obras de
Naturaleza, y aun ésta en regiones destempladas acierta algunas veces a
engendrar un hombre templado. Pero que Adán tuviese el cabello y barba rubia
(que es la primera señal de hombre templado) es cosa muy clara; porque, atento
a esta insignia tan notable, le pusieron este nombre Adam,
el cual quiere decir, como lo interpreta san Hierónimo, homo
rufus.
Ser gentil hombre y muy bien sacado, que es la segunda señal, también no
se puede negar, porque, en acabando Dios de criarle, dice el Texto: vidit Deus cuncta quaefecerat, et erant valde bona. Luego
es cierto que no salió de las manos de Dios feo y mal tallado; porque Dei perfecta sunt opera. Mayormente, que de los árboles
dice el Texto que eran hermosos para mirar: ¡qué haría Adán, habiéndole Dios hecho
por fin principal y para que fuese señor y presidente del mundo!
Ser virtuoso, sabio y de buenas costumbres, que es la tercera y sexta
señal, se colige de aquellas palabras: faciamus hominem ad
imaginem et similitudinem nostram. Porque, según los filósofos antiguos,
el fundamento en que restriba la semejanza que el hombre tiene con Dios es la
virtud y sabiduría; y, por tanto, dice Platón que uno de los mayores contentos
que Dios recibe en el cielo es oír loar y engrandecer en la tierra al hombre
sabio y virtuoso, porque este tal es vivo retrato suyo. Por lo contrario, se
enoja si los nescios y viciosos son estimados y honrados, y es por la
desemejanza que entre Dios y ellos se halla.
Haber vivido sano y muy largos días, que es la cuarta y quinta señal, no
es dificultoso probarlo; pues tuvo de vida novecientos y treinta años
cumplidos.
Y, así, puedo ya concluir que el hombre que fuere rubio, gentil hombre,
mediano de cuerpo, virtuoso, sano y de vida muy larga, que éste necesariamente
es prudentísimo, y que tiene el ingenio que pide el cetro real.
También hemos descubierto, de camino, la forma como se puede juntar grande
entendimiento con mucha imaginativa y memoria. Aunque hay otro, sin ser el
hombre templado; pero hace Naturaleza en esta manera tan pocos, que no he
hallado más que dos en cuantos ingenios he examinado. Cómo pueda ser juntarse
grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, no siendo el hombre
templado, es fácil de entender supuesta la opinión de algunos médicos que
afirman estar la imaginativa en la parte delantera del celebro y la memoria en
la postrera y el entendimiento en la de en medio. Y lo mesmo se puede decir en
nuestra imaginación. Pero es obra de grande acierto que, siendo el celebro
tamaño como un grano de pimienta al tiempo que Naturaleza le forma, y que haga
el un ventrículo de simiente y caliente y el otro de muy húmida y el de en
medio de muy seca. Pero, en fin, no es caso imposible.
Donde se trae la manera
cómo los padres han de engendrar los hijos sabios y del ingenio que requieren
las letras. Es capítulo notable
Cosa es digna
de grande admiración que, siendo Naturaleza tal cual todos sabemos, prudente,
mañosa, de grande artificio, saber y poder, y el hombre una obra en quien ella
tanto se esmera, y para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de
ingenio. Del cual efeto buscando su razón y causas naturales, he hallado por mi
cuenta que los padres no se llegan al acto de la generación con el orden y
concierto que Naturaleza estableció, ni saben las condiciones que se han de
guardar para que sus hijos salgan prudentes y sabios. Porque por la mesma razón
que en cualquier región, templada o destemplada, naciera un hombre muy
ingenioso, saldrán otros cien mil, guardando siempre aquel mesmo orden de
causas. Si esto pudiésemos remediar con arte, habríamos hecho a la república el
mayor beneficio que se le podría hacer.
Pero la dificultad que tiene esta materia es no poderse tratar con
términos tan galanos y honestos como pide la vergüenza natural que tienen los
hombres; y por la mesma razón que dejáremos de decir y notar alguna diligencia
o contemplación necesaria, es cierto que va todo perdido. En tanto, que es
opinión de muchos filósofos graves que los hombres sabios engendran
ordinariamente hijos muy nescios porque en el acto carnal se abstienen, por la
honestidad, de algunas diligencias que son importantes para que el hijo saque
la sabiduría del padre.
Desta vergüenza natural que tienen los ojos cuando se les ponen delante
los instrumentos de la generación, y ofenderse los oídos cuando suenan sus
nombres, han procurado algunos filósofos antiguos buscar su razón natural,
espantados de ver que hubiese Naturaleza hecho aquellas partes con tanta
diligencia y cuidado y para un fin tan importante como es hacer inmortal el
linaje humano, y que cuanto un hombre es más sabio y prudente, tanto más se
desgracia cuando las mira y las oye nombrar. La vergüenza y honestidad dice
Aristóteles que es propria pasión del entendimiento; y cualquiera que no se
ofendiere con los nombres y actos de la generación es cierto que carece de esta
potencia, como diríamos que no tiene tacto el que, puesta la mano en el fuego,
no se quema. Con este indicio descubrió Catón el Mayor que Manilio, varón
ilustre, era falto de entendimiento, porque le informaron que besaba a su mujer
en presencia de una hija suya que tenía; por la cual razón, le removió del
lugar senatorio y no se pudo acabar con el que lo admitiese en el número de los
senadores.
Desta contemplación hizo Aristóteles un problema preguntando: cur homines rem agere veneream cupientes, confiteri se cupere
maxime pudet; bibendi aut edenti aut aliquid eiusmodi faciendi desiderio cum
teneantur, confaeri non pudet? Como si dijera: «¿qué es la razón que si
un hombre tiene deseo del acto carnal, ha vergüenza de manifestarlo, y si le da
gana de comer, o beber, o de cualquier cosa de este género, no tiene empacho de
manifestarlo?». Al cual problema responde muy mal diciendo: an quod rerum plurimarum cupiditates necessariae sunt, et nonnullae,
nisi expleantur, interimunt; rei autem venereae libido superfluit, et
abundantiae index est; como si dijera: «que hay apetito de muchas cosas
que son necesarias a la vida del hombre, y algunas tan importantes, que, si no
se pusiesen por obra, le matarían; pero el apetito del acto venéreo antes es
indicio de abundancia, que de falta». Pero, realmente, el problema es falso, y
la respuesta, también. Porque no solamente ha el hombre vergüenza de manifestar
el deseo que tiene de allegarse a mujer, pero también de comer y beber y
dormir; y si le da gana de expeler algún excremento, no lo osa decir ni hacer
sino con empacho y vergüenza, y con esto se va al lugar más secreto donde nadie
lo vea. Y vemos hombres tan vergonzosos, que, tiniendo grande apetito de
orinar, no lo pueden hacer si alguno los está mirando, y dejándolos solos,
luego la vejiga da la urina. Y éstos son apetitos de expeler lo que está
demasiado en el cuerpo; y si no se pusiese por obra, vernía el hombre a morir,
y muy más presto que por no comer ni beber; y si alguno lo dice o hace en
presencia de otro, dice Hipócrates que no está en su libre juicio.
La mesma proporción dice Galeno que tiene la simiente con los vasos
seminarios que la urina con la vejiga. Porque de la manera que la mucha urina
irrita la vejiga para que la echen de allí, así la mucha simiente molesta los
vasos seminarios. Y pensar Aristóteles que el hombre y la mujer no vienen a
enfermar y morir por retención de simiente es contra la opinión de todos los
médicos, mayormente de Galeno, el cual dice y afirma que muchas mujeres,
quedando mozas y viudas, vinieron a perder el sentido y movimiento, el pulso y
la respiración, y tras ello la vida. Y el mesmo Aristóteles cuenta muchas
enfermedades que padecen los hombres continentes por la mesma razón.
La verdadera respuesta del problema no se puede dar en filosofía natural,
porque no es de su jurisdicción. Y, así, es menester pasar a otra ciencia
superior, que llaman metafísica. En la cual, dice Aristóteles que el ánima
racional es la más ínfima de todas las inteligencias; y por ser de la misma
naturaleza genérica que tienen los ángeles, está corrida de verse metida en un
cuerpo que tiene comunidad con los brutos animales. Y, así, nota la divina
Escritura (como cosa que contenía misterio) que, estando el primer hombre
desnudo, no tenía vergüenza; pero viéndose así, luego se cubrió. En el cual
tiempo conoció que por su culpa había perdido la inmortalidad, y que su cuerpo
era alterable y corruptible, y que aquellos instrumentos y partes se le habían
dado porque necesariamente había de morir y dejar otro en su lugar; y que para
conservar aquel poco de tiempo que tenía de vida, había menester comer y beber
y echar de sí tan malos y hediondos excrementos. Y crecióle más la vergüenza
viendo que los ángeles, con quien él frisaba, eran inmortales y que no habían
menester comer ni beber ni dormir para conservar la vida, ni tenían
instrumentos para engendrarse los unos a los otros, antes fueron criados todos
juntos, de ninguna materia y sin miedo de corromperse. De todo lo cual salen
naturalmente instruidos los ojos y oídos; y así le pesa al ánima racional y se
avergüenza que le traigan a la memoria las cosas que dieron al hombre por ser
mortal y corruptible. Y que ésta sea la conveniente respuesta parece
claramente. Porque, para contentar Dios al ánima después del juicio universal y
darle entera gloria, ha de hacer que su cuerpo tenga propiedades de ángel,
dándole sutilidad, agilidad, inmortalidad y resplandor. Por la cual razón, no
tendrán necesidad de comer ni de beber como los brutos animales. Y estando en
el Cielo de esta manera, no ternán vergüenza de verse en carnes, como ahora no
la tienen Cristo nuestro redentor ni su Madre, antes gloria accidental en ver
que ha cesado ya el uso de aquellas partes que solían ofender el oído y la
vista.
Tomando, pues, en cuenta esta honestidad natural del oído, procuré salvar
los términos duros y ásperos de esta materia y rodear por algunas maneras
blandas de hablar; y donde no se pudiere excusar, habráme de perdonar el
honesto lector. Porque reducir a arte perfecta la manera que se ha de tener
para que los hombres salgan de ingenio muy delicado es una de las cosas que la
república más ha menester. Aliende que por la mesma razón nacerán virtuosos,
gentiles hombres, sanos y de muy larga vida.
En cuatro partes principales me pareció repartir la materia de este
capítulo, para dar claridad a lo que se ha de decir y que el lector no se
confunda. La primera es mostrar las calidades y temperamento natural que el
hombre y la mujer han de tener para poder engendrar. La segunda, qué
diligencias han de hacer los padres para que sus hijos nazcan varones y no
hembras. La tercera, cómo saldrán sabios y no nescios. La cuarta, cómo se han
de criar, después de nacidos, para conservarles el ingenio.
Viniendo, pues, al primer punto, ya hemos dicho de Platón que en la
república bien ordenada había de haber casamenteros que con arte supiesen
conocer las calidades de las personas que se habían de casar, y dar a cada
hombre la mujer que le responde en proporción, y a cada mujer su hombre
determinado. En la cual materia comenzaron Hipócrates y Galeno a trabajar, y
dieron algunos preceptos y reglas para conocer qué mujer es fecunda y cuál no
puede parir, y qué hombre es inhábil para engendrar y cuál potente y prolífico.
Pero de todo dijeron muy poco y no con tanta distinción como convenía, a lo
menos al propósito que yo lo he menester. Por donde será necesario comenzar el
arte dende sus principios y darle brevemente el orden y concierto que ha
menester, para sacar en limpio de qué junta de padres salen los hijos sabios y
de cuál nescios y torpes.
Para lo cual es menester saber primero cierta filosofía particular que,
aunque es a los peritos del arte muy patente y verdadera, pero el vulgo está en
ella muy descuidado, y depende de su conocimiento todo lo que acerca del primer
punto se ha de decir. Y es que el hombre, aunque nos parece de la compostura
que vemos, no difiere de la mujer, según dice Galeno, más que en tener los miembros
genitales fuera del cuerpo. Porque si hacemos anatomía de una doncella
hallaremos que tiene dentro de sí dos testículos, dos vasos seminarios, y el
útero con la mesma compostura que el miembro viril sin faltarle ninguna
deligneación.
Y de tal manera es esto verdad, que si acabando Naturaleza de fabricar un
hombre perfecto, le quisiese convertir en mujer, no tenía otro trabajo más que
tornarle adentro los instrumentos de la generación; y, si hecha mujer, quisiese
volverla en varón, con arrojarle el útero y los testículos fuera, no había más
que hacer. Esto muchas veces le ha acontecido a Naturaleza, así estando la
criatura en el cuerpo como fuera; de lo cual están llenas las historias, sino
que algunos han pensado que era fabuloso viendo que los poetas lo traían entre
las manos. Pero realmente pasa así: que muchas veces ha hecho Naturaleza una
hembra y lo ha sido uno y dos meses en el vientre de su madre, y
sobreviniéndoles a los miembros genitales copia de calor por alguna ocasión,
salir afuera y quedar hecho varón. A quien esta transmutación le acontesciere
en el vientre de su madre, se conoce después claramente en ciertos movimientos
que tiene, indecentes al sexo viril: mujeriles, mariosos, la voz blanda y
melosa; son los tales inclinados a hacer obras de mujeres, y caen
ordinariamente en el pecado nefando. Por lo contrario, muchas veces tiene
Naturaleza hecho un varón, con sus miembros genitales afuera, y sobreviniendo
frialdad, se los vuelve adentro; y queda hecha hembra. Conócese después de
nacida en que tiene el aire de varón, así en la habla como en todos sus
movimientos y obras. Esto parece que es dificultoso probarlo; pero,
considerando lo que muchos historiadores auténticos afirman, es muy fácil de
creer. Y que se hayan vuelto mujeres en hombres después de nacidas, ya no se
espanta el vulgo de oírlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos
antiguos, es cosa que ha acontecido en España muy pocos años ha. Y lo que
muestra la experiencia no admite disputas ni argumentos.
Pues qué sea la razón y causa de engendrarse los miembros genitales dentro
o fuera, o salir hembra y no varón, es cosa muy clara sabiendo que el calor
dilata y ensancha todas las cosas, y el frío las detiene y encoge. Y, así, es
en conclusión de todos los filósofos y médicos que si la simiente es fría y
húmida, que se hace hembra y no varón, y siendo caliente y seca, se engendrará
varón y no hembra. De donde se infiere claramente que no hay hombre que se
pueda llamar frío respecto de la mujer, ni mujer caliente respecto del hombre.
La mujer, para ser fecunda, dice Aristóteles que ha de ser fría y húmida;
porque, si no lo fuese, era imposible venirle la regla ni tener leche para
sustentar nueve meses la criatura en el vientre y dos años después de nacida:
toda se le gastara y consumiera. La mesma proporción dicen todos los filósofos
y médicos que tiene el útero con la simiente viril, que tiene la tierra con el
trigo o cualquiera otra semilla. Y vemos que si la tierra no está fría y
húmida, los labradores no osan sembrar, ni se traba la simiente; y entre las
tierras, aquellas son más fecundas y abundosas en fructificar que tienen más
frialdad y humidad, como parece por experiencia considerando los lugares del
Norte (Inglaterra, Flandes y Alemania), cuya abundancia en todos los frutos
espanta a los que no saben la razón y causa. Y en tales tierras como éstas,
ninguna mujer, casándose, jamás dejó de parir, ni saben allá qué cosa es ser
estéril: todas son fecundas y prolíficas por la mucha frialdad y humidad. Pero
aunque sea verdad que ha de ser fría y húmida la mujer para poder concebir,
pero tanto podría ser que ahogase la simiente, como vemos que se pierden los
panes con el mucho llover, y no pueden medrar haciendo mucho frío. Por donde se
entiende que estas dos calidades han de tener cierta moderación, de la cual,
subiendo o bajando, se pierde la fecundidad.
Hipócrates tiene por fecunda la mujer cuyo vientre es templado de tal
manera, que el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; y,
así, dice que las mujeres que tienen los vientres fríos no conciben, ni las que
los tienen muy húmidos, ni muy calientes y secos. Y por la mesma razón que la
mujer y sus miembros genitales fuesen templados, era imposible poder concebir,
ni menos ser mujer; porque si la simiente de que se formó al principio fuera
templada, salieran los miembros afuera y quedara hecha varón; y con esto le
creciera la barba y no le viniera la regla, antes fuera el más perfecto varón
que Naturaleza puede hacer. Tampoco puede ser el útero, ni la mujer, caliente a
predominio; porque, si la simiente de que se engendró tuviera esta temperatura,
saliera varón y no hembra. Ello es cierto sin falta ninguna, que las dos
calidades que hacen fecunda la mujer son frialdad y humidad. Porque la
naturaleza del hombre ha menester mucho nutrimento para poderse engendrar y
conservar. Y, así, vemos que a ninguna hembra de cuantas hay entre los brutos
animales le viene su costumbre como a la mujer. Por donde fue necesario hacerla
toda ella fría y húmida, y en tal punto, que criase mucha sangre flemática y no
la pudiese gastar ni consumir. Dije sangre flemática porque ésta es
acomodada a la generación de la leche; de la cual dice Galeno, e Hipócrates,
que se mantiene la criatura todo el tiempo que está en el vientre. Y si fuera
templada, criara mucha sangre inepta a la generación de la leche; y toda la
resolviera como lo hace el hombre templado, y así no sobrara nada para mantener
la criatura. Por donde tengo por cierto, y es imposible, ninguna mujer ser
templada ni caliente: todas son frías y húmidas. Y si no, denme los médicos la
razón por que a ninguna mujer le nace la barba y a todas les viene la regla,
estando sanas; o por qué causa, siendo la simiente de que se hizo templada o
caliente, salió hembra y no varón.
Pero aunque es verdad que todas son frías y húmidas, pero no todas están
en un mesmo grado de frialdad y humidad: unas están en el primero, otras en el
segundo y otras en el tercero. Y en cualquiera dellos se puede empreñar si el
hombre le responde en la proporción de calor que adelante diremos. Con qué
señales se hayan de conocer estos tres grados de frialdad y humidad en la
mujer, y saber cuál está en el primero, y cuál en el segundo, y cuál en el
tercero, ningún filósofo ni médico lo ha dicho hasta aquí. Pero considerando
los efectos que hacen estas calidades en las mujeres, podremos partirlos por
razón de la intensión, y así será fácil entenderlo. Lo primero, por el ingenio
y habilidad de la mujer; lo segundo, por las costumbres y condición; lo
tercero, por la voz gruesa o delgada; lo cuarto, por las carnes muchas o pocas;
lo quinto, por el color; lo sexto, por el vello; lo séptimo, por la hermosura o
fealdad.
Cuanto a lo primero, es de saber que, aunque es verdad (y así lo dejamos
probado atrás) que el ingenio y habilidad de la mujer sigue el temperamento del
celebro y no de otro miembro ninguno, pero es tanta fuerza y vigor el útero y
sus testículos para alterar todo el cuerpo, que si éstos son calientes y secos,
o fríos y húmidos, o de otra cualquier temperatura, las demás partes dice
Galeno que llevan el mismo tenor. Pero el miembro que más asido está de las
alteraciones del útero, dicen todos los médicos que es el celebro, aunque no
hallan razón en qué fundar tanta correspondencia. Verdad es que, por
experiencia, prueba Galeno que, castrando una puerca, luego se amansa y engorda
y hace la carne tierna y sabrosa, y con los testículos, es de comer como carne
de perro. Por donde se entiende que el útero y sus testículos son de grande
eficacia para comunicar a todas las demás partes del cuerpo su temperamento;
mayormente al celebro, por ser frío y húmido como ellos, entre los cuales (por
la semejanza) es fácil el tránsito.
Y si nos acordamos que la frialdad y humidad son las calidades que echan a
perder la parte racional, y sus contrarios, calor y sequedad, la perfeccionan y
aumentan, hallaremos que la mujer que mostrare mucho ingenio y habilidad, terná
frialdad y humidad en el primer grado; y si fuere muy boba, es indicio de estar
en el tercero; de los cuales dos extremos participando, arguye el segundo
grado. Porque pensar que la mujer puede ser caliente y seca, ni tener el
ingenio y habilidad que sigue a estas dos calidades, es muy grande error;
porque si la simiente de que se formó fuera caliente y seca a predominio, saliera
varón y no hembra; y por ser fría y húmida, nació hembra y no varón.
La verdad desta doctrina parece claramente considerando el ingenio de la
primera mujer que hubo en el mundo: que con haberla hecho Dios con sus proprias
manos, y tan acertada y perfecta en su sexo, es conclusión averiguada que sabía
mucho menos que Adán. Lo cual entendido por el demonio, la fue a tentar; y no
osó ponerse a razones con el varón, temiendo su mucho ingenio y sabiduría. Pues
decir que por su culpa le quitaron a Eva todo aquel saber que le faltaba para
igualar con Adán, ninguno lo puede afirmar, porque aún no había pecado. Luego
la razón de tener la primera mujer no tanto ingenio le nació de haberla hecho
Dios fría y húmida, que es el temperamento necesario para ser fecunda y
paridera, y el que contradice al saber; y si la sacara templada como Adán,
fuera sapientísima, pero no pudiera parir ni venirle la regla si no fuera por
vía sobrenatural.
En esta naturaleza se fundó san Pablo cuando dijo: mulier
in silentio discat cum omni subiectione; docere autem mulieri non permitto
neque dominari in virum, sed esse in silentio; como si dijera: «no
quiero que la mujer enseñe, sino que calle y aprenda y esté sujeta a su
marido». Pero esto se entiende no tiniendo la mujer espíritu ni otra gracia más
que su disposición natural; pero, si alcanza algún don gratuito, bien puede
enseñar y hablar. Pues sabemos que, estando el pueblo de Israel oprimido y
cercado por los asirios, envió a llamar Judit, mujer sepientísima, a los
sacerdotes de Cabrey y Carmi, y los riñó diciendo: «¿Dónde se sufre que diga
Ocías que si dentro de cinco días no le viene socorro, que ha de entregar el
pueblo de Israel a los asirios? ¿Vosotros no veis que estas palabras provocan a
Dios a ira y no a misericordia? ¿Qué cosa es que pongan los hombres término
limitado a la misericordia de Dios y que señalen a su antojo el día en que les
puede socorrer y librar?». Y en acabándolos de reñir, les mostró de qué manera
habían de aplacar a Dios y alcanzar de Él lo que pedían. También Débora, mujer
no menos sabia, enseñaba al pueblo de Israel la manera como habían de dar
gracias a Dios por la grande victoria que contra sus enemigos habían alcanzado.
Pero, quedando la mujer en su disposición natural, todo género de letras y
sabiduría es repugnante a su ingenio. Por donde la Iglesia católica con gran
razón tiene prohibido que ninguna mujer pueda predicar ni confesar ni enseñar;
porque su sexo no admite prudencia ni disciplina.
También por las costumbres de la mujer y por su condición se descubre en
qué grado de frialdad y humidad está su temperamento. Porque si con el ingenio
agudo es arisca, áspera y desabrida, está en el primer grado de frialdad y
humidad. Siendo verdad (lo que atrás dejamos probado) que la mala condición
anda siempre asida de la buena imaginativa, ninguna cosa pasa por alto la que
tiene este punto de frialdad y humidad; todo lo nota y riñe, y así no se puede
sufrir. Suelen ser las tales de buena conversación, y no se espantan de ver
hombres, ni tienen por mal criado al que les dice un requiebro. Por lo
contrario, ser la mujer de buena condición, el no darle pena ninguna cosa, el
reírse de cualquier ocasión, el pasar por todo y dormir muy bien, descubre el
tercer grado de frialdad y humidad. Porque la mucha blandura en el ánimo anda
ordinariamente acompañada del poco saber. La que participare de estos dos
extremos estará en el segundo grado.
La voz abultada, gruesa y áspera, dice Galeno que es indicio de mucho
calor y sequedad; y también lo probamos atrás de opinión de Aristóteles. Por
donde entenderemos que si la mujer tuviere la voz como hombre, que es fría y
húmida en el primer grado; y si muy delicada, está en el tercero; y
participando de ambos extremos, terná una voz natural de mujer y estará en el
segundo grado. Cuánto dependa la habla del temperamento de los testículos lo
probaremos luego, tratando de las señales del hombre.
También las muchas carnes en la mujer es argumento de mucha frialdad y
humidad, porque la pringue y grosura dicen los médicos que se engendra en los
animales por esta razón. Y por lo contrario, ser enjuta y seca es indicio de
poca frialdad y humidad. Y tener moderadas carnes, ni pocas ni muchas, es
evidente señal que la mujer está en el segundo grado de frialdad y humidad.
También la blandura y aspereza de ellas muestra los grados destas dos
calidades: la mucha humidad pone las carnes blandas; y la poca, ásperas y
duras; y la moderada, las hace de buena manera.
El color del rostro y de las demás partes del cuerpo descubre también la
intensión y remisión destas dos calidades. Ser la mujer muy blanca, dice
Galeno, que es indicio de mucha frialdad y humidad; y por lo contrario, la que
es morena y verdinegra está en el primer grado de frialdad y humidad; de los
cuales dos extremos se hace el segundo grado, y conócese en que juntamente es
blanda y colorada.
Tener mucho vello y un poco de barba es evidente señal para conocer el
primer grado de frialdad y humidad. Porque, sabida la generación de los pelos y
barba, todos los médicos dicen que es de calor y sequedad; y si son negros,
arguye mucho calor y sequedad. La contraria temperatura se colige siendo la
mujer muy lampiña, sin bozo ni vello. La que está en el segundo grado de
frialdad y humidad tiene un poco de vello, pero rubio y dorado.
La fealdad y hermosura ayudan también a conocer los grados que la mujer
tiene de frialdad y humidad. En el primer grado, por maravilla sale la mujer
hermosa; porque, estando seca la simiente de que se formó, fue impedimento para
que no saliese bien figurada. El barro ha de tener humidad conviniente para que
el ollero lo pueda formar y hacer de él lo que quisiere, y estando duro y seco,
saca los vasos feos y mal tallados. También por la mucha frialdad y humidad
dice Aristóteles que hace Naturaleza las mujeres feas, porque si la simiente es
fría y muy aguanosa, no se puede bien figurar por no tener consistencia; como
del barro muy blando vemos que se hacen los vasos mal figurados. En el segundo
grado de frialdad y humidad, sale la mujer muy hermosa, por haberse hecho de
materia bien sazonada y obediente a Naturaleza. La cual señal, sólo por sí, es
evidente argumento de ser la mujer fecunda; porque es cierto que Naturaleza la
acertó a hacer, y de creer es que le daría el temperamento y compostura que era
necesaria para parir. Y, así, a casi todos los hombres responde en proporción y
todos la apetecen. Ninguna potencia hay en el hombre que no tenga indicios y
señales para descubrir la bondad o malicia de su objeto. El estómago conoce los
alimentos por el gusto, por el olfato y por la vista; y, así, dice la divina
Escritura que Eva puso los ojos en el árbol vedado y le pareció que era suave
para comer. La facultad generativa tiene por indicio de fecundidad la hermosura
de la mujer; y, en siendo fea, la aborresce, entendiendo por este indicio que
Naturaleza la erró y que no le daría el temperamento que era conveniente para
parir.
Con qué señales se
conoce en qué grado de calor y sequedad está cada hombre
El hombre no tiene tan limitado su
temperamento como la mujer; porque puede ser caliente y seco (y esta
temperatura piensa Aristóteles, y Galeno, que es la que más conviene a este
sexo), y caliente y húmido, y templado. Pero frío y húmido, y frío y seco, no
se puede admitir (estando el hombre sano y sin ninguna lesión); porque por la
mesma razón que no hay mujer caliente y seca, ni caliente y húmida, ni
templada, así no hay hombres fríos y húmidos, ni fríos y secos en comparación
de las mujeres, si no es de la manera que luego diré.
El hombre
caliente y seco, y caliente y húmido, y templado, tiene los mesmos tres grados
en su temperamento que la mujer en la frialdad y humidad; y, así, es menester
tener indicios para conocer qué hombre en qué grado está, para darle la mujer
que le responde en proporción. Y, por tanto, es de saber que de los mesmos
principios que coligimos el temperamento de la mujer y el grado que tenía de
frialdad y humidad, de esos propios nos habemos de aprovechar para entender qué
hombre es caliente y seco, y en qué grado.
Y porque
dijimos que del ingenio y costumbres del hombre se colige el temperamento de
los testículos, es menester advertir en una cosa notable que dice Galeno; y es
que, para dar a entender la gran virtud que tienen los testículos del hombre en
dar firmeza y temperamento a todas las partes del cuerpo, afirma que son más
principales que el corazón. Y da la razón diciendo que este miembro es
principio de vivir y no más; pero los testículos son principio de vivir bien y
sin achaques.
Cuánto daño
haga al hombre privarle de estas partes, aunque pequeñas, no serán menester
muchas razones para probarlo. Pues vemos por experiencia que luego se le cae el
vello y la barba; y la voz gruesa y abultada se le vuelve delgada; y con esto
pierde las fuerzas y el calor natural, y queda de peor condición y más mísera
que si fuera mujer. Pero lo que más conviene notar es que, si antes que capasen
al hombre, tenía mucho ingenio y habilidad, después de cortados los testículos
lo viene a perder como si en el mismo celebro hubiera recebido alguna notable
lesión. Lo cual es evidente argumento que los testículos dan y quitan el
temperamento a todas las partes del cuerpo. Y si no, consideremos, como yo
muchas veces lo he hecho, que de mil capones que se dan a letras ninguno sale
con ellas; y en la música, que es su profesión ordinaria, se echa más claro de
ver cuán rudos son; y es la causa que la música es obra de la imaginativa, y
esta potencia pide mucho calor, y ellos son fríos y húmidos. Luego cierto está
que por el ingenio y habilidad sacaremos el temperamento de los testículos. Y,
por tanto, el hombre que se mostrare agudo en las obras de la imaginativa terná
calor y sequedad en el tercer grado; y si el hombre no supiere mucho, es señal
que con el calor se ha juntado humidad, la cual echa siempre a perder la parte
racional; y confirmarse ha más si tiene mucha memoria.
Las costumbres
ordinarias de los hombres calientes y secos en el tercer grado son ánimo,
soberbia, liberalidad, desvergüenza, y hollarse con muy buena gracia y donaire;
y en caso de mujeres, no tienen rienda ni moderación. Los calientes y húmidos
son alegres, risueños, amigos de pasatiempos; son sencillos de condición y muy
afables; son vergonzosos y no mucho dados a mujeres.
La voz y habla
descubre mucho el temperamento de los testículos: la que fuere abultada y un
poco áspera es indicio de ser el hombre caliente y seco en el tercer grado, y
si es blanda y amorosa y muy delicada es señal de poco calor y mucha humidad,
como parece en los hombres capados. El hombre que con el calor juntare humidad
la terná abultada, pero blanda y sonora.
El hombre que
es caliente y seco en el tercer grado tiene muy pocas carnes, duras y ásperas,
hechas de nervios y murecillos, y las venas muy anchas; y por el contrario,
tener muchas carnes, lisas y blandas, es indicio de haber humidad, por razón de
la cual el calor natural todo lo dilata y ensancha.
También el
color del cuero, si es moreno, tostado, verdinegro y cenizoso, es indicio de
estar el hombre en el tercer grado de calor y sequedad; y si tiene las carnes
blancas y coloradas, arguye poco calor y más humidad.
El vello y la
barba es la señal en que más se ha de mirar, porque estas dos cosas andan muy
asidas del temperamento de los testículos. Y si el vello es mucho, negro y
grueso, especialmente desde los muslos hasta el ombligo, es indicio infalible
de tener los testículos mucho calor y sequedad; y si tiene algunas cerdas en
los hombros, se confirman mucho más. Pero cuando el cabello y la barba y el
vello es castaño, blando, delicado y no mucho, no arguye tanto calor ni sequedad
en los testículos.
Los hombres muy
calientes y secos por maravilla aciertan a salir muy hermosos, antes feos y mal
tallados; porque el calor y la sequedad, como dice Aristóteles de los de
Etiopía, hace torcer las facciones del rostro, y así salen de mala figura. Por
lo contrario, ser bien sacado y gracioso arguye moderado calor y humidad, por
la cual razón está la materia obediente a lo que Naturaleza quiere hacer; y así
es cierto que la mucha hermosura en el hombre no arguye mucho calor.
De las señales del hombre templado hemos tratado bien por extenso en el
capítulo pasado; por donde no será necesario tornarlas a referir. Sólo conviene
notar que, así como los médicos ponen en cada grado de calor tres escalones de
intensión, de la mesma manera en el hombre templado se ha de poner latitud y
anchura de otros tres; y el que estuviere en el tercero hacia frialdad y
humidad, se reputará ya por frío y húmido, porque cuando un grado demedia, a
otro semeja. Y que esto sea verdad, parece claramente; porque las señales que
trae Galeno para conocer el hombre frío y húmido son las mesmas del hombre
templado un poco más remisas; y así es sabio, de buena manera, virtuoso; tiene
clara habla, melosa; es blanco, de buenas carnes y blandas, y sin vello, y si
alguno tiene es poco y dorado. Son los tales muy rubios, y hermosos de rostro.
Pero su simiente dice Galeno que es aguanosa e inhábil para engendrar. Éstos no
son muy amigos de las mujeres, ni las mujeres de ellos.
Qué mujer con qué
hombre se ha de casar para que pueda concebir
En la mujer que
no pare estando casada, manda hacer Hipócrates dos diligencias para conocer si
es por falta suya o porque la simiente de su marido es inhábil para engendrar.
La primera es sahumarse con encienso o estoraque, ciñiéndose bien la ropa y que
las sayas arrastren por el suelo, de manera que ningún vapor ni humo pueda
salir; y si dende a un rato sintiese el sabor del encienso en la boca, es
cierta señal que no es por falta suya el no parir, pues el humo halló los
caminos del útero abiertos, por donde penetró hasta las narices y la boca. La
otra es tomar una cabeza de ajos mondada hasta lo vivo y ponerla dentro del
útero al tiempo que la mujer se quiere dormir; y si otro día sintiere en la
boca el sabor de los ajos, ella es fecunda sin falta ninguna. Pero estas dos
pruebas, puesto caso que hiciesen el efecto que dice Hipócrates, que es
penetrar el vapor por la parte de dentro hasta la boca, no arguye esterilidad
absoluta del marido ni fecundidad entera de la mujer, sino mala correspondencia
de ambos a dos. Y, así, tan estéril es ella para él como él para ella; lo cual
vemos cada día por experiencia, que, casándose él con otra, viene a tener
hijos. Y lo que más espanta a los que no saben esta filosofía natural es que,
apartándose dos con título de impotencia, y casándose él con otra y ella con
otro, han venido ambos a tener generación. Y es la causa que hay hombres cuya
facultad generativa es inhábil y no alterable para una mujer, y para otra es
potente y prolífica; como lo vemos por experiencia en el estómago, que para un
alimento tiene el hombre grande apetito, y para otro, aunque sea mejor, está
como muerto.
Cuál sea la correspondencia que han de tener el hombre y la mujer para que
haya generación, dícelo Hipócrates de esta manera: nisi
calidum frigido et siccum humido, modo et aequabilitate respondeat nihil
generabitur; como si dijera: «si no se juntaren dos simientes en el
útero de la mujer, la una caliente y la otra fría, o la una húmida y la otra
seca, en igual grado de intensión, ninguna cosa se engendrará». Porque una obra
tan maravillosa como es la formación del hombre, ha menester una templanza,
donde el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; por donde,
siendo la simiente del varón caliente y también la de la mujer, no se hará
generación.
Supuesta esta doctrina, concertemos ahora, por vía de ejemplo, a la mujer
fría y húmida en el primer grado, cuyas señales dijimos que eran ser avisada,
de mala condición, con voz abultada, de pocas carnes, verdinegra, vellosa y
fea. Ésta se empreñará fácilmente de un hombre nescio, bien acondicionado, que
tuviere la voz blanda y melosa, muchas carnes, blancas y blandas, con poco
vello, y fuere rubio y hermoso de rostro. Ésta también se puede casar con un
hombre templado, cuya simiente dijimos, de opinión de Galeno, que es
fecundísima y correspondiente a cualquier mujer; entiéndese estando sana, y de
edad conviniente. Pero, con todo eso, es muy mala de empreñar; y si concibe,
dice Hipócrates que dentro de dos meses viene a mover, por no tener sangre con
que mantenerse a ella y a la criatura nueve meses. Aunque esto se puede
remediar fácilmente bañándose la mujer muchas veces antes que se allegue al
acto de la generación; y ha de ser el baño de agua dulce y caliente, del cual
dice Hipócrates que hace la verdadera temperatura de la mujer relajándose las
carnes y humedeciéndolas (que es la templanza que ha de tener la tierra para
que el grano de trigo eche raíces y se trabe); y hace otro efecto mayor, que es
aumentar la gana de comer; y prohíbe la resolución y hace que el calor natural
sea en mayor cantidad; por donde se adquiere gran copia de sangre flemática con
que pueda mantener nueve meses la criatura.
De la mujer que es fría y húmida en el tercer grado son sus señales ser
boba, bien acondicionada; tiene la voz muy delicada; muchas carnes, blandas y
blancas; no tiene vello ni bozo, ni es muy hermosa. Ésta se ha de casar con un
hombre caliente y seco en el tercer grado, porque su simiente es de tanta furia
y hervor, que ha menester caer en un lugar de mucha frialdad y humidad para que
prenda y eche raíces: ésta tiene la calidad de los berros, que si no es dentro
en el agua no pueden nacer. Y si tuviere menos calor y sequedad, no sería más
caer en este útero tan frío y húmido, que sembrar trigo en una laguna. Tal
mujer como ésta, aconseja Hipócrates, que la adelgacen y gasten las carnes y
pringue antes que se case. Pero entonces no conviene juntarla con hombre tan
caliente y seco, porque no hará buena templanza ni se empreñará.
La mujer que fuere fría y húmida en el segundo grado tiene moderación en
la señales que hemos dicho, salvo en la hermosura, que es por extremo. Y, así,
es evidente indicio de ser fecunda y paridera salir de buena gracia y donaire.
Ésta responde en proporción a casi todos los hombres: primeramente al caliente
y seco en el segundo grado, y después al templado, y tras él al caliente y
húmido.
De todas estas combinaciones y juntas de hombres y mujeres que hemos dicho
pueden salir los hijos sabios, pero de la primera son más ordinarios. Porque,
puesto caso que la simiente del varón inclina a frialdad y humidad, pero la
continua sequedad de la madre y darle tan poco alimento corrige y enmienda la
falta del padre.
Por no haber salido a luz esta manera de filosofar, no han podido todos
los filósofos naturales responder a este problema que dice: cur plerique stulti liberos prudentissimos procrearunt?
Como si dijera: «¿qué es la causa que los más de los hombres nescios engendran
hijos sapientísimos?». A lo cual responden que los hombres nescios se aplican
muy de veras en el acto carnal y no se distraen a otra ninguna contemplación;
lo contrario de lo cual hacen los hombres muy sabios, que aun en el acto carnal
se ponen a imaginar cosas ajenas de lo que están haciendo, por donde debilitan
la simiente y hacen los hijos faltos, así en las potencias racionales como en
las naturales. Pero esta respuesta es de hombres que saben poca filosofía
natural. En las demás juntas, es menester aguardar que la mujer se enjugue y
deseque con la perfecta edad, y no casarla muchacha. Porque en esto está salir
los hijos necios y de poco saber: la simiente de los padres muy mozos es
humidísima por haber poco que nacieron; y haciéndose el hombre de materia que
tiene humidad excesiva, por fuerza ha de salir torpe de ingenio.
Qué diligencias se han
de hacer para que salgan varones y no hembras
Los padres que
quisiesen gozar de hijos sabios y que tengan habilidad para letras han de
procurar que nazcan varones; porque las hembras, por razón de la frialdad y
humidad de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo. Sólo vemos que hablan
con alguna apariencia de habilidad en materias livianas y fáciles, con términos
comunes y muy estudiados; pero, metidas en letras, no pueden aprender más que un
poco latín, y esto por ser obra de la memoria. De la cual rudeza no tienen
ellas la culpa; sino que la frialdad y humidad que las hizo hembras, esas
mesmas calidades hemos probado atrás que contradicen al ingenio y habilidad.
Considerando Salomón la gran falta que hay de hombres prudentes, y cómo
ninguna mujer nace con ingenio y saber, dijo de esta manera: virum unum de mille reperi, mulierem ex omnibus non inveni;
como si dijera: «entre mil varones hallé uno que fuese prudente, pero de todas
las mujeres ninguna me ocurrió con sabiduría». Por tanto, se debe huir deste
sexo y procurar que el hijo nazca varón, pues en él solo se halla el ingenio
que requieren las letras. Para lo cual, es menester considerar primero qué
instrumentos ordenó Naturaleza en el cuerpo humano a este propósito, y qué
orden de causas se han de guardar para que se pueda conseguir el fin que
llevamos.
Y, así, es de saber que entre muchos excrementos y humores que hay en el
cuerpo humano, de sólo uno dice Galeno que se aprovecha Naturaleza para hacer
que el linaje de los hombres no se acabe. Éste es cierto excremento que se
llama suero o sangre serosa, cuya generación se hace en el
hígado y venas, al tiempo que los cuatro humores (sangre, flema, cólera y
melancolía) alcanzan la forma y sustancia que han de tener. De tal licor como
éste usa Naturaleza para desleír el alimento y hacerle que pase por las venas y
caminos angostos para llevar el sustento a todas las partes del cuerpo. Cuya
obra acabada, proveyó la mesma Naturaleza de dos riñones cuyo oficio no fuese
otro más que traer a sí este suero y echarlo por sus caminos a la vejiga y de
allí fuera del cuerpo, y esto para librar al hombre de la ofensa que tal
excremento le podía causar. Pero, viendo que tenía ciertas calidades
convenientes a la generación, proveyó de dos venas que llevasen parte de él a
los testículos y vasos seminarios, con algún poco de sangre de la cual se
hiciese la simiente tal cual convenía a la especie humana. Y, así, plantó una
vena en el riñón derecho, y de ella mesma se hace el vaso seminario derecho. La
otra vena sale del riñón izquierdo y se remata en el testículo izquierdo, y de
manera se hace el vaso seminario izquierdo.
Qué calidades tenga este excremento, por las cuales sea conveniente a la
generación de la simiente, dice el mesmo Galeno que son cierta acrimonia y
mordacidad que nace de ser salado, con las cuales irrita los vasos seminarios y
mueve al animal para que procure la generación y no se descuide; por donde los
hombres muy lujuriosos se llaman en lengua latina salaces, que quiere
decir hombres que tienen mucha sal en la simiente.
Con esto, hizo Naturaleza otra cosa digna de gran consideración; y es que
al riñón derecho y al testículo derecho les dio mucho calor y sequedad, y al
riñón izquierdo y al testículo izquierdo mucha frialdad y humidad. Por donde la
simiente que se labra en el testículo derecho sale caliente y seca, y la del
testículo izquierdo fría y húmida.
Qué pretenda Naturaleza con esta variedad de temperamento, así en los
riñones como en los testículos y vasos seminarios, es cosa muy clara sabiendo
por historias muy verdaderas que al principio del mundo, y muchos años después,
parían siempre las mujeres dos hijos de un vientre, y el uno nacía varón y el
otro hembra; cuyo fin era que para cada hombre hubiese su mujer y para cada
mujer su varón, para aumentar presto la especie humana. Por tanto, proveyó que
el riñón derecho diese materia caliente y seca al testículo derecho, y que
éste, con su gran calor y sequedad, hiciese la simiente caliente y seca para la
generación del varón. Lo contrario de esto ordenó para la formación de la
hembra, que el riñón izquierdo enviase el suero frío y húmido al testículo
izquierdo, y que éste, con su frialdad y humidad, hiciese la simiente fría y
húmida, de la cual forzosamente se ha de engendrar hembra y no varón.
Pero, después que la tierra se ha llenado de hombres, parece que se ha
desbaratado este orden y concierto de naturaleza y desdoblado la generación; y
lo que peor es, que para un varón que se engendra nacen ordinariamente seis o
siete mujeres. Por donde se entiende, o que Naturaleza está ya cansada, o que
hay algún error de por medio que le estorba el obrar como quería. Cuál sea
éste, un poco adelante lo diremos, trayendo las condiciones que se han de guardar
para que sin errar el hijo nazca varón.
Y, así, digo que se han de hacer seis diligencias con mucho cuidado si los
padres quieren conseguir este fin. Una de las cuales es comer alimentos
calientes y secos; la segunda, procurar que se cuezgan bien en el estómago; la
tercera, hacer mucho ejercicio; la cuarta, no llegarse al acto de la generación
hasta que la simiente esté cocida y bien sazonada; la quinta, tener cuenta con
su mujer cuatro o cinco días antes que le venga la regla; la sexta, procurar
que la simiente caiga en el lado derecho del útero. Las cuales guardadas como
diremos, es imposible engendrarse mujer.
Cuanto a la primera condición, es de saber que, puesto caso que el buen
estómago cuece y altera el manjar y le desnuda de las cualidades que antes
tenía, pero jamás le priva totalmente de ellas. Porque si comemos lechugas,
cuyas calidades son frialdad y humidad, la sangre que de ellas se engendrase
será fría y húmida, y el suero frío y húmido, y la simiente fría y húmida; y si
es miel, cuyas cualidades son calor y sequedad, la sangre que de ella se
hiciere será caliente y seca, y el suero caliente y seco, y la simiente
caliente y seca; porque es imposible, dice Galeno, dejar de saber los humores
al modo de sustancia y calidades que el manjar tenía antes que se comiese.
Luego, si es verdad que el sexo viril consiste en que la simiente sea caliente
y seca al tiempo de la formación, cierto es que conviene usar los padres de
manjares calientes y secos para hacer el hijo varón.
Verdad es que hay un peligro muy grande en esta manera de generación; y es
que, siendo la simiente muy caliente y seca, hemos dicho muchas veces atrás que
por fuerza se ha de engendrar un varón maligno, astuto, caviloso y con
inclinación a muchos vicios y males. Y tales hombres como éstos, si no se van a
la mano, son peligrosos en la república; y, por tanto, sería mejor que no se
formasen. Pero, con todo eso, no faltarán padres que digan «nazca mi hijo varón
y sea ladrón»; porque melior est iniquitas viri quam
mulier bene faciens. Aunque esto se puede remediar fácilmente usando de
alimentos templados y que declinen un poco a calor y sequedad, o por la
preparación o añadiéndoles algunas especias. Estos dice Galeno que son
gallinas, perdices, tórtolas, francolines, palomas, zorzales, mérulas y
cabrito; los cuales dice Hipócrates que se han de comer asados para calentar y
desecar la simiente. El pan con que se comiere ha de ser candial, hecho de la
flor de la harina, masado con sal y anís; porque el rubial es frío y húmido,
como adelante probaremos, y para el ingenio muy perjudicial. La bebida ha de
ser vino blanco, aguado en la proporción que el estómago lo aprobare; y el agua
con que se ha de templar, conviene que sea dulce y muy delicada.
La segunda diligencia que dijimos era comer estos manjares en tan moderada
cantidad, que el estómago los pudiese vencer. Porque, aunque los alimentos sean
calientes y secos de su propia naturaleza, se hacen fríos y húmidos si el calor
natural no los puede cocer; por donde, aunque los padres coman miel y beban
vino blanco, harán la simiente fría de estos manjares, y de ella se engendrará
hembra y no varón.
Por esta razón, la mayor parte de la gente noble y rica padece este
trabajo de tener muchas más hijas que los hombres; porque comen y beben lo que
su estómago no puede gastar, y aunque los manjares sean calientes y secos,
cargados de especias, azúcar y miel, por ser en mucha cuantidad los encrudecen
y no los pueden vencer. Pero la crudeza que más daño hace a la generación es la
del vino, porque este licor, por ser tan vaporable y sutil, hace que él y los
demás alimentos vayan crudos a los vasos seminarios y que la simiente irrite
falsamente al hombre sin estar cocida y sazonada. Y, por tanto, loa Platón una
ley que halló en la república de los cartaginenses por la cual prohibían que el
hombre casado, ni su mujer, no bebiesen vino el día que se pensaban llegar al
acto de la generación, entendiendo que este licor hacía mucho daño a la salud
corporal del niño y que era bastante causa para que saliese vicioso y de malas
costumbres. Pero si se bebe con moderación, de ningún manjar se hace tan buena
simiente (para el fin que llevamos) como del vino blanco, especialmente para
dar ingenio y habilidad, que es lo que más pretendemos.
La tercera diligencia que dijimos era hacer ejercicio más que moderado;
porque éste gasta y consume la demasiada humidad de la simiente, y la calienta
y deseca. Por esta razón se hace el hombre fecundísimo y potente para
engendrar; y por lo contrario, el holgar y no ejercitar las carnes es una de
las cosas que más enfría y humedece la simiente. Por donde la gente rica y
holgada cargan de más hijas que los pobres trabajadores.
Y, así, cuenta Hipócrates que los hombres principales de Escitia eran muy
muy afeminados, mujeriles, mariosos, inclinados a hacer obras de mujeres como
son barrer, fregar y amasar. Y, con esto, eran impotentes para engendrar; y si
algún hijo varón les nacía, o salía eunuco o hermafrodita. De lo cual corridos
y afrentados, determinaron hacer a Dios grandes sacrificios y ofrecerle muchos
dones, suplicándole que no los tratase así, o que les remediase aquella falta,
pues podría. Pero Hipócrates se burlaba de ellos, diciendo que ningún efeto
acontesce que no sea maravilloso y divino si por aquella vía se ha de considerar;
porque, reduciendo cualquiera de ellos en sus causas naturales, últimamente
venimos a parar en Dios, en cuya virtud obran todos los agentes del mundo; pero
hay efetos que inmediatamente se han de reducir a Dios (que son aquellos que
van fuera de la orden natural) y otros mediatamente, contando primero las
causas intermedias que están ordenadas para aquel fin. La región que los
escitas habitaban dice Hipócrates que está debajo del Septentrión, fría y
húmida sobremanera, donde, por las muchas nieblas, por maravilla se descubre el
sol. Andan los hombres ricos siempre a caballo, no hacen ejercicio ninguno,
comen y beben más de lo que su calor natural puede gastar; todo lo cual hace la
simiente fría y húmida. Y por esta razón, engendraban muchas hembras. Y si algún
varón les nacía, salía de la condición que habemos dicho. «El remedio (les dijo
Hipócrates) sabed que no es hacer a Dios sacrificios y no más, sino juntamente
con esto andar a pie, comer poco y beber menos, y no estar siempre holgando. Y,
para que lo entendáis claramente, tened cuenta con la gente pobre de esta
región y con vuestros proprios esclavos, los cuales, no solamente no hacen a
Dios sacrificios ni le ofrecen dones por no tener de qué, pero blasfeman su
nombre bendito y le dicen infinitas injurias porque les dio tan baja fortuna.
Y, con ser tan malos y blasfemos, son potentísimos para engendrar; y de sus
hijos, los más salen varones y robustos, no mariosos, eunucos ni hermafroditas
como los vuestros. Y es la causa que comen poco, y hacen mucho ejercicio, y no
andan a caballo como vosotros, por las cuales razones hacen la simiente
caliente y seca, y de esta tal se engendrará varón y no hembra».
Esta filosofía no entendió Faraón, ni los de su Consejo; pues dijo de esta
manera: venite, sapienter opprimamus eum ne forte
multiplicetur, et si ingruerit contra nos bellum, addatur inimicis nostris.
Y el remedio que tomó para prohibir que el pueblo de Israel no creciese tanto,
o a lo menos que no naciesen muchos varones que era lo que él más temía, fue
oprimirle con muchos trabajos corporales, y darles a comer puerros, ajos y
cebollas; con el cual remedio le iba tan mal, que dice el Texto divino: quantoque opprimebant eos tanto magis multiplicabantur et
crescebant. Y tornándole a parecer que éste era el mejor remedio que se
podía hallar, les vino a doblar el trabajo corporal; y aprovechábale tan poco,
como si para matar un gran fuego echara en él mucho aceite o manteca. Pero si
él supiera filosofía natural, o alguno de los de su Consejo, les había de dar a
comer pan de cebada, lechugas, melones, calabazas y pepinos, y tenerlos en
grande ociosidad bien comidos y bebidos, y no dejarlos trabajar. Porque desta
manera hicieran la simiente fría y húmida, y della se engendraran más hembras
que varones, y en poco tiempo les abreviara la vida si quisiera. Pero dándoles
a comer mucha carne cocida con muchos ajos, puerros y cebollas, y haciéndoles
trabajar de aquella manera, hacían la simiente caliente y seca, con las cuales
dos calidades se irritaban más a la generación y siempre engendraban varones.
En confirmación de esta verdad, hace Aristóteles un problema preguntando: cur genitura in somnis iis profluere solet qui aut labore
lassescunt aut tabe consummuntur? Como si dijera: «¿qué es la causa que
los trabajadores y los hécticos padecen durmiendo muchas poluciones?». Al cual
problema, cierto, no sabe responder, porque dice muchas cosas y ninguna de
ellas da en el blanco. La razón es que el trabajo corporal y la calentura
héctica calientan y desecan la simiente, y estas dos calidades la hacen acre y
mordaz; y como en el sueño se fortifican todas las obras naturales, acontesce
lo que dice el problema. Cuán fecunda y mordaz sea la simiente caliente y seca,
nótalo Galeno diciendo: et fecundissima est, ac celeriter
ab initio protinus ad coitum excitat animal: petulca est et ad libidinem prona.
La cuarta condición era no llegar al acto de la generación hasta que la
simiente esté reposada, cocida y bien sazonada. Porque, aunque hayan precedido
las tres diligencias pasadas, aún no sabemos si ha venido a la perfección que
ha de tener; mayormente, que conviene usar primero, siete u ocho días arreo, de
los manjares que dijimos, para que haya lugar que los testículos gasten en su
nutrición la simiente que hasta allí se había hecho de otros alimentos, y
suceda lo que vamos calificando.
Las mesmas diligencias se han de hacer con la simiente humana, para que
sea fecunda y prolífica, que hacen los hortelanos con las semillas que quieren
guardar: que esperan que se maduren y se enjuguen y desequen, porque si las
quitan del árbol antes que tengan la sazón y punto que conviene, echándolas
otro año en la tierra no pueden fructificar. Por esta razón, tengo notado que
en los lugares donde se usa mucho el acto carnal, hay menos generación que donde
hay más continencia; y las mujeres públicas, por no aguardar que su simiente se
cueza y madure, jamás se hacen preñadas. Luego, conviene aguardar algunos días
que la simiente se repose, se cueza y madure y tenga buena razón; porque antes
gana por esta vía calor y sequedad y buena sustancia, que la pierde. Pero ¿cómo
sabremos que la simiente está tal cual conviene, pues es cosa que tanto
importa? Esto se deja entender fácilmente: habiendo días que el hombre no tuvo
cuenta con su mujer, y por la continua irritación y gran deseo que tiene del
acto carnal; todo lo cual nace de estar ya la simiente fecunda y prolífica.
La quinta condición fue llegarse el hombre al acto carnal seis o siete
días antes que a la mujer la venga la regla, porque el varón ha menester luego
mucho alimento para nutrirse. Y es la razón que el calor y sequedad de su
temperamento gasta y consume, no solamente la buena sangre de la madre, pero
también los excrementos; y, así, dice Hipócrates «que la mujer que ha concebido
varón está de buen color y hermosa»; y es que el niño con su mucho calor le
come todos aquellos excrementos que suelen afear el rostro y llenarlo de paño.
Y por ser tan voraz, es bien que haya aquella represa de sangre con que se
pueda nutrir. Lo cual muestra claramente la experiencia: que por maravilla se
engendra varón que no sea a los postreros días del mes.
Al revés acontesce siendo el preñado de hembra, que, por la mucha frialdad
y humidad de su sexo, come muy poco y hace muchos excrementos. Y, así, la mujer
que ha concebido hembra está fea y pañosa, y se le antojan mil suciedades, y en
el parto ha de gastar doblados días en mundificarse, que si pariera varón. En
la cual naturaleza se fundó Dios cuando mandó a Moisén: «que la mujer que
pariese varón fuese sanguinolenta una semana y no entrase en el templo hasta
pasados treinta y tres días, y pariendo hembra fuese inmunda dos semanas y no
entrase en el templo hasta que se cumpliesen sesenta y seis días»; de manera
que dobló el tiempo de la purgación siendo el parto de hembra. Y es la causa
que, en nueve meses que estuvo en el vientre, por la mucha frialdad y humidad
de su temperamento, hizo doblados excrementos que el varón y de muy maligna
sustancia y calidades; y, así, nota Hipócrates por cosa muy peligrosa detenerse
la purgación a la mujer que ha parido hembra.
Todo esto he dicho a propósito de que conviene mucho aguardar a los
postreros días del mes, para que la simiente halle mucho alimento que comer;
porque, si el acto de la generación se hace luego en acabando la purgación, por
falta de sangre no asirá. Pero han de estar advertidos los padres que, si no se
juntan ambas simientes (la del varón y la de la hembra) en un mesmo tiempo,
ninguna generación (dice Galeno) se hará, aunque la del marido sea muy
prolífica. La razón desto daremos después a otro propósito. Y, así, es cierto
que todas las diligencias que hemos contado las ha de hacer también la mujer,
so pena que su simiente, mal labrada, desbaratará la generación. Por donde
conviene que el uno al otro se vayan aguardando para que en un mesmo acto se
junten ambas simientes. Y esto importa mucho la primera vez, porque el
testículo derecho y su vaso seminario, dice Galeno que se irrita primero y da
la simiente antes que el izquierdo; y si de la primera vez no se hace la generación,
en la segunda está ya el peligro en la mano de engendrarse hembra y no varón.
Conócense estas dos simientes: lo uno en el calor y frialdad; y lo otro en la
cantidad, de ser mucha o poca; y lo tercero en salir presto o tarde. La
simiente del testículo derecho sale hirviendo, y tan caliente, que abrasa el
útero de la mujer, no es mucha la cantidad y desciende presto. Por el
contrario, la simiente del izquierdo sale más templada, mucha en cantidad, y
por ser fría y gruesa tarda mucho en salir.
La última condición fue procurar que ambas simientes, la del marido y la
de la mujer, caigan en el lado derecho del útero. Porque en aquel lugar dice
Hipócrates que se hacen los varones, y en el izquierdo las hembras. La razón
trae Galeno diciendo que el lado derecho del útero es muy caliente por la
vecindad que tiene con el hígado y con el riñón derecho y con el vaso seminario
derecho, de los cuales miembros hemos dicho y probado que son calidísimos. Y
pues toda la razón de salir el hijo varón consiste en que haya mucho calor al
tiempo de la formación, cierto es que importa mucho poner la simiente en este
lugar. Lo cual hará la mujer fácilmente recostándose sobre el lado derecho
después de pasado el acto de la generación, la cabeza baja y los pies puestos
en alto. Pero ha de estar un día o dos en la cama; porque el útero no luego
abraza la simiente, hasta pasadas algunas horas.
Las señales con que se conocerá si la mujer queda preñada o no, son a
todos muy manifiestas y claras. Porque si, puesta en pie, cayere luego la
simiente, es cierto (dice Galeno) que no ha concebido. Aunque en esto hay una
cosa que considerar: que no toda la simiente es fecunda y prolífica. Porque hay
una parte de ella que es muy aguanosa, cuyo oficio es adelgazar la simiente
principal para que pueda pasar por los caminos angostos; y ésta expele
Naturaleza y se queda con la parte prolífica cuando ha concebido. Conócese en
que es como agua y poca en cantidad. El ponerse luego en pie la mujer, pasado
el acto de la generación, es muy peligroso; y, así, aconseja Aristóteles que
haga primero evacuación de los excrementos y urina, porque no haya ocasión de
levantarse.
La segunda señal en que se conoce es que luego a otro día siente la mujer
el vientre vacío, especialmente en derredor del ombligo. Y es la razón que el
útero, cuando desea concebir, está muy ancho y dilatado, porque realmente
padece la mesma hinchazón y tumiscencia que el miembro viril, y estando de esta
manera ocupa mucho lugar; pero en el punto que concibe dice Hipócrates que
luego se encoge y se hace un ovillo para recoger la simiente y no dejarla
salir, y así deja muchos lugares vacíos. Lo cual explican las mujeres diciendo
«que no les han quedado tripas», según se han puesto cenceñas.
Juntamente con esto, aborrescen luego el acto carnal y las blanduras del
marido, por tener ya el útero lo que quería. Pero la señal más cierta dice
Hipócrates que es no acudirles la regla, y crecerles los pechos, y tener hastío
de los manjares.
Qué diligencias se han
de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios
Si no se sabe
primero la razón y causa de donde proviene engendrarse un hombre de grande
ingenio y habilidad, es imposible poderse hacer arte para ello, porque de
juntar y ordenar sus principios y causas se viene a conseguir este fin, y no de
otra manera.
Los astrólogos tienen entendido que por nacer el muchacho debajo de tal
influencia de estrellas viene a ser discreto, ingenioso, de buenas o malas
costumbres, dichosos, y con otras condiciones y propriedades que vemos y
consideramos cada día en los hombres. Lo cual, si fuera verdad, no era posible
constituirse arte ninguna; porque esto fuera caso fortuito y no puesto en
elección de los hombres. Los filósofos naturales, como son Hipócrates, Platón,
Aristóteles y Galeno, tienen entendido que al tiempo de la formación recibe el
hombre las costumbres del ánima, y no al punto que viene a nacer. Porque
entonces alteran las estrellas superficialmente al niño, dándole calor,
frialdad, humidad y sequedad, pero no sustancia en que restriben toda la vida,
como lo hacen los cuatro elementos, fuego, tierra, aire y agua; los cuales no
solamente dan al compuesto calor, frialdad, humidad y sequedad, pero también
sustancia que le guarde y conserve estas mesmas calidades todo el discurso de
la vida. Y, así, lo que más importa en la generación de los niños es procurar
que los elementos de que se componen tengan las calidades que se requieren para
el ingenio; porque éstos, en el peso y medida que entraren en la composición,
en esa mesma han de durar para siempre en el mixto; y no las alteraciones del
cielo.
Qué elementos sean éstos y de qué manera entren en el útero de la mujer a
formar la criatura dice Galeno que son los mesmos que componen las demás cosas
naturales; pero que la tierra viene disimulada en los manjares sólidos que
comemos (como son el pan, la carne, los pescados y frutas); el agua en los
licores que bebemos; el aire y fuego dice que andan mezclados por orden de
naturaleza y que entran en el cuerpo por el pulso y la respiración. De estos
cuatro elementos, mezclados y cocidos con nuestro calor natural, se hacen los
dos principios necesarios de la generación del niño, que son simiente y sangre
menstrua. Pero de los que más caudal se ha de hacer, para el fin que llevamos,
es de los manjares sólidos que comemos; porque éstos encierran en sí todos los
cuatro elementos, y de éstos toma la simiente más corpulencia y calidades que
del agua que bebemos y del fuego y aire que respiramos.
Y, así, dijo Galeno que los padres que quieren engendrar hijos sabios, que
leyesen tres libros que escribió de alimentorum
facultatibus, que allí hallarían manjares con que lo pudiesen hacer; y
no hizo mención de las aguas ni de los demás elementos, como materiales de poco
momento. Pero no tuvo razón, porque el agua altera mucho más el cuerpo que el
aire, y muy poco menos que los manjares sólidos que comemos; y para lo que toca
a la generación de la simiente es tan importante como todos juntos los demás
elementos. La razón es (como lo dice el mesmo Galeno) que los testículos traen
de las venas para su nutrición la parte serosa de la sangre, y la mayor parte
del suero la reciben las venas del agua que bebemos. Y que el agua haga mayor
alteración en el cuerpo que el aire, pruébalo Aristóteles preguntando «qué es
la causa que mudar las aguas hace en la salud tanta alteración, y si respiramos
aires contrarios no lo sentimos tanto». A lo cual responde que el agua da
alimento al cuerpo, y el aire no. Pero no tuvo razón en responder de esta
manera; porque el aire, en opinión de Hipócrates, también da alimento y
sustancia como el agua. Y, así, buscó Aristóteles otra respuesta mejor diciendo
que ningún lugar ni región tiene aire propio. Porque el que está hoy en
Flandes, corriendo Cierzo, en dos o tres días pasa en África; y el que está en
África, corriendo Mediodía, lo vuelve al Septentrión; y el que está hoy en
Jerusalén, corriendo Levante, lo echa en las Indias de Poniente. Lo cual no
puede acontescer en las aguas por no salir de un mesmo territorio, y así cada
pueblo tiene su agua particular conforme al minero de tierra de donde nace y
por donde pasa. Y, estando el hombre acostumbrado a una manera de agua,
bebiendo otra se altera más que con nuevos manjares ni aires. De suerte que los
padres que quisieren engendrar hijos muy sabios han de beber aguas delicadas,
dulces y de buen temperamento, so pena que errarán la generación.
Del Ábrego dice Aristóteles que nos guardemos al tiempo de la generación,
porque es grueso y humedece mucho la simiente, y hace que se engendre hembra y
no varón. Pero el Poniente nunca acaba de loarle y ponerle nombres y epítetos
honrosos; llámale «templado», «empreñador de la tierra» y «que viene de los
Campos Elíseos». Pero, aunque es verdad que importa mucho respirar aires muy
delicados y de buen temperamento, y beber aguas tales, pero mucho más hace al
caso usar de manjares sutiles y de la temperatura que requiere el ingenio;
porque destos se engendra la sangre, y de la sangre la simiente, y de la
simiente la criatura. Y si los alimentos son delicados y de buen temperamento,
tal se hace la sangre, y de tal sangre, tal simiente, y de tal simiente, tal
celebro. Y siendo este miembro templado y compuesto de sustancia sutil y
delicada, el ingenio dice Galeno que será tal; porque nuestra ánima racional,
aunque es incorruptible, anda siempre asida de las disposiciones del celebro,
las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar,
dice y hace mil disparates.
Los manjares, pues, que los padres han de comer para engendrar hijos de
grande entendimiento (que es el ingenio más ordinario en España) son, lo
primero, el pan candial, hecho de la flor de la harina y masado con sal: éste
es frío y seco, y de partes sutiles y muy delicadas. Otro se hace (dice Galeno)
de trigo rubial o trujillo, el cual, aunque mantiene mucho y hace a los hombres
membrudos y de muchas fuerzas corporales, pero por ser húmido y de partes muy
gruesas echa a perder el entendimiento. Dije masado con sal, porque ningún
alimento de cuantos usan los hombres hace tan buen entendimiento como este
mineral. Él es frío y con la mayor sequedad que hay en las cosas; y si nos
acordamos de la sentencia de Heráclito, dijo de esta manera: splendor siccus, animus sapientissimus; por la cual nos
quiso dar a entender que la sequedad del cuerpo hace al ánima sapientísima. Y
pues la sal tiene tanta sequedad y es tan apropriada para el ingenio, con razón
la divina Escritura la llama con este nombre de «prudencia» y «sabiduría».
Las perdices y francolines tienen las mesma sustancia y temperamento que
el pan candial, el cabrito y el vino moscatel; de los cuales manjares usando
los padres (de la manera que atrás dejamos notado) harán los hijos de grande entendimiento.
Y si quisieren tener algún hijo de grande memoria, coman, ocho o
nueve días antes de que se lleguen al acto de la generación, truchas, salmones,
lampreas, besugos y anguilas; de los cuales manjares harán la simiente húmida y
muy glutinosa. Estas dos calidades dijimos atrás que hacían la memoria fácil
para recebir, y muy tenaz para conservar la figura mucho tiempo.
De palomas, cabrito, ajos, cebollas, puerros, rábanos, pimienta, vinagre,
vino blanco, miel, y de todo género de especias, se hace la simiente caliente y
seca y de partes muy delicadas. El hijo que de estos alimentos se engendrase
será de grande imaginativa; pero falto de entendimiento, por el mucho
calor, y falto de memoria, por la mucha sequedad. Éstos suelen ser muy perjudiciales
a la república, porque el calor los inclina a muchos vicios y males, y les da
ingenio y ánimo para poderlo ejecutar; aunque, si se van a la mano, más
servicios recibe de la imaginativa de éstos que del entendimiento y memoria.
Las gallinas, capones, ternera, carnero castrado de España, son de
moderada sustancia; porque ni son manjares delicados ni gruesos. Dije carnero
castrado de España, porque Galeno, sin hacer distinción, dice que es de
mala y gruesa sustancia; y no tiene razón. Porque, puesto caso que en Italia,
donde él escribió, es la más ruin carne de todas, pero en esta nuestra región,
por la bondad de los pastos, se ha de contar entre los manjares de moderada
sustancia. Los hijos que destos alimentos se engendraren tendrán razonable
entendimiento, razonable memoria y razonable imaginativa; por donde no
ahondarán mucho en las ciencias ni inventarán cosa de nuevo. De éstos dijimos
atrás que eran blandos y fáciles de imprimir en ellos todas las reglas y
consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles y dificultosas; pero la
doctrina, el argumento, la respuesta, la duda y distinción, todo se lo han de
dar hecho y levantado.
De vaca, macho, tocino, migas, pan trujillo, queso, aceitunas, vino tinto
y agua salobre, se hará una simiente gruesa y de mal temperamento. El hijo que
desta se engendrare terná tantas fuerzas como un toro, pero será furioso y de
ingenio bestial. De aquí proviene que entre los hombres del campo por maravilla
salen hijos agudos ni con habilidad para las letras: todos nacen torpes y rudos
por haberse hecho de alimentos de gruesa sustancia. Lo cual acontece al revés
entre los ciudadanos, cuyos hijos vemos que tienen más ingenio y habilidad.
Pero si los padres quisiesen de veras engendrar un hijo gentil hombre,
sabio y de buenas costumbres, han de comer, seis días antes de la generación,
mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos,
es el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando
sanos y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer
cocida con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper. La razón dello
es que la leche no tiene más que tres elementos en su composición: queso, suero
y manteca. El queso responde a la tierra, el suero al agua, y la manteca al
aire. El fuego que mezclaba los demás elementos y los conservaba en la mixtión,
en saliendo de las tetas, se exhaló, por ser muy delicado. Pero añadiéndole un
poco de miel, que es caliente y seca como el fuego, queda la leche con cuatro
elementos, los cuales mezclados y cocidos con la obra de nuestro calor natural,
se hace una simiente muy delicada y de buen temperamento. El hijo que de ella
se engendrare será, por lo menos, de grande entendimiento, y no falto de
memoria ni de imaginativa.
Por no estar Aristóteles en esta doctrina, no respondió a un problema que
hace preguntando: «¿qué es la causa que los hijos de los brutos animales (por
la mayor parte) sacan las propriedades y condiciones de sus padres, y los hijos
del hombre no?». Lo cual vemos por experiencia ser así; porque de padres sabios
salen hijos muy nescios, y de padres nescios, hijos muy avisados; y de padres
virtuosos, hijos malos y viciosos; y de padres viciosos, hijos virtuosos; y de
padres feos, hijos hermosos; y de padres hermosos, hijos feos; y de padres
blancos, hijos morenos; y de padres morenos, hijos blancos y colorados. Y entre
los hijos de un mesmo padre y de una mesma madre, uno sale nescio y otro
avisado, uno feo y otro hermoso, uno de buena condición y otro de mala, uno
virtuoso y otro vicioso. Y si a una buena yegua de casta le echan un caballo
tal, el potro que nace parece a sus padres, así en la figura y color como en
las costumbres del ánimo.
A este problema respondió Aristóteles muy mal, diciendo que el hombre
tiene varias imaginaciones en el acto carnal, y que de aquí proviene salir sus
hijos tan desbaratados; pero los brutos animales, como no se distraen al tiempo
de engendrar, ni tienen tan fuerte imaginativa como el hombre, sacan siempre
los hijos de una mesma manera y semejantes a sí. Esta respuesta ha contentado
siempre a los filósofos vulgares, y en su confirmación traen la historia de
Jacob; la cual refiere que, poniendo ciertas varas pintadas en los abrevaderos
de los ganados, salieron los corderos manchados. Pero poco les aprovecha
acogerse a sagrado, porque esta historia cuenta un hecho milagroso que Dios
hizo para encerrar en él algún sacramento, y la respuesta de Aristóteles es un
gran disparate; y si no, prueben los pastores ahora a hacer este ensayo y verán
que no es cosa natural.
También se cuenta por ahí que una señora parió un hijo más moreno de lo
que convenía por estar imaginando en un rostro negro que estaba en un
guadamecil, lo cual tengo por gran burla; y si por ventura fue verdad que lo
parió, yo digo que el padre que lo engendró tenía el mesmo color que la figura
del guadamecil.
Y para que conste más de veras cuán mala filosofía es la que trae
Aristóteles y los que lo siguen es menester saber por cosa notoria que la obra
del engendrar pertenece al ánima vegetativa, y no a la sensitiva ni racional;
porque el caballo engendra sin la racional, y la planta sin la sensitiva. Y si
miramos un árbol cargado de fruta, hallaremos en él mayor variedad que en los
hijos de los hombres: una manzana verde y otra colorada, una pequeña y otra
grande, una redonda y otra mal figurada, una sana y otra podrida, una dulce y
otra amarga; y si cotejamos la fruta de este año con la del pasado, es la una
de la otra muy diferente y contraria. Lo cual no se puede atribuir a la
variedad de la imaginativa, pues las plantas carecen desta potencia.
El error de Aristóteles es muy notorio en su propria doctrina. Porque él
dice que la simiente del varón es la que hace la generación, y no la de la
mujer; y en el acto carnal no hay otra obra de varón más que derramar la
simiente sin forma ni figura, como el labrador echa el trigo en la tierra. Y
así como el grano de trigo no luego echa raíces, ni forma las hojas y caña
hasta pasados algunos días, de la mesma manera dice Galeno que no luego en
cayendo la simiente viril en el útero está ya formada la criatura, antes dice
que son menester treinta y cuarenta días para acabarse. Lo cual siendo así,
¿qué hace al caso estar el padre imaginando varias cosas en el acto carnal, si
no se comienza la formación hasta pasados algunos días? Mayormente que quien
hace la formación no es el ánima del padre ni de la madre, sino otra tercera
que está en la mesma simiente; y ésta, por ser vegetativa y no más, no es capaz
de imaginativa: sólo sigue los movimientos naturales del temperamento y no hace
otra cosa. Para mí, no es más que los hijos del hombre nazcan de tantas figuras
por la varia imaginación de los padres, que decir que los trigos unos nacen
grandes y otros pequeños porque el labrador, cuando los sembraba, estaba
divertido en varias imaginaciones.
Desta mala opinión de Aristóteles infieren algunos curiosos que los hijos
del adúltero parecen al marido de la mujer adúltera, no siendo suyos. Y es su
razón manifiesta; porque en el acto carnal están los adúlteros imaginando en el
marido, con temor no venga y los halle en el hurto. Por el mesmo argumento
infieren que los hijos del marido sacan el rostro del adúltero, aunque no sean
suyos; porque la mujer adúltera, estando en el acto carnal con su marido,
siempre está contemplando en la figura de su amigo. Y los que confiesan que la
otra mujer parió un hijo negro por estar imaginando en la figura negra del
guadamecil, también han de admitir lo que estos curiosos han dicho y probado,
porque todo tiene la mesma cuenta y razón. Ello para mí es gran burla y
mentira, pero muy bien se infiere de la mala opinión de Aristóteles.
Mejor respondió Hipócrates al problema diciendo que los escitas todos
tienen unas mesmas costumbres y figura de rostro; y dando la razón de esta
similitud, dice que todos comen unos mesmos manjares, y beben unas mesmas
aguas, y andan de una mesma manera vestidos, y guardan un mesmo orden de vivir.
Los brutos animales, por esta mesma razón, engendran los hijos a su semejanza y
a su figura particular, porque siempre usan de un mesmo pasto y hacen la
simiente uniforme. Por lo contrario, el hombre, por comer diversos manjares
cada día, hace diferente simiente, así en sustancia como en temperamento. Lo
cual aprueban los filósofos naturales respondiendo a un problema que dice:
«¿qué es la causa que los excrementos de los brutos animales no tienen tan mal
olor como los del hombre?». Y dicen que los brutos animales usan siempre de
unos mesmos alimentos y hacen mucho ejercicio; y el hombre come tantos manjares
y de tan varia sustancia, que no los puede vencer, por donde se vienen a
corromper. La simiente humana y brutal tienen la mesma cuenta y razón, por ser
ambas excrementos de la tercera concocción. La variedad de manjares de que usa
el hombre no se puede negar, ni tampoco dejar de confesar que de cada alimento
se haga simiente diferente y particular. Y, así, es cierto que el día que come
el hombre vaca o morcilla hace la simiente gruesa y de mal temperamento, por
donde el hijo que de ella se engendrare saldrá feo, nescio, negro y de mala
condición; y si comiere una pechuga de capón o gallina, hará la simiente
blanca, delicada y de buen temperamento; por donde el hijo que de ella se
engendrare será gentil hombre, sabio y de condición muy afable.
De donde colijo que ningún hijo nace que no saque las calidades y
temperamento del manjar que sus padres comieron un día antes que lo
engendrasen. Y si cada uno quisiere saber de qué manjar se formó, no tiene más
que hacer de considerar con qué alimento tiene su estómago más familiaridad y
aquél es sin falta ninguna.
También preguntan los filósofos naturales: «¿qué es la razón que los hijos
de los hombres sabios ordinariamente salen nescios y faltos de ingenio?». Al
cual problema responden muy mal diciendo que los hombres sabios son muy
honestos y vergonzosos, por la cual razón se abstienen en el acto carnal de
algunas diligencias que son necesarias para que el hijo salga con la perfección
que ha de tener. Y pruébanlo con los padres torpes y nescios, que, por poner
todas sus fuerzas y conato al tiempo de engendrar, salen todos sus hijos
ingeniosos y sabios. Pero ésta es respuesta de hombres que saben poca filosofía
natural. Verdad es que para responder como conviene es menester presuponer y
probar algunas cosas primero; una de las cuales es que la facultad racional es
contraria de la irascible y concupiscible, de tal manera que si un hombre es
muy sabio, no puede ser animoso, de grandes fuerzas corporales, gran comedor ni
potente para engendrar; porque las disposiciones naturales que son necesarias
para que la facultad racional pueda obrar son totalmente contrarias de las que
pide la irascible y concupiscible.
El ánimo y valentía natural dice Aristóteles, y así es verdad, que
consiste en calor; y la prudencia y sabiduría, en frialdad y sequedad. Y así lo
vemos claramente por experiencia: que los muy animosos son faltos de razones,
tienen pocas palabras, no sufren burlas y se corren muy presto, para cuyo
remedio ponen luego mano a la espada por no tener otra respuesta que dar. Pero
los que alcanzan ingenio tienen muchas razones y agudas respuestas Y motes, con
los cuales se entretienen por no venir a las manos. Desta manera de ingenio
notó Salustio a Cicerón, diciéndole que tenía mucha lengua y los pies muy
ligeros; lo cual tuvo razón, porque tanta sabiduría no podía parar sino en
cobardía para las armas. De donde tuvo origen una manera de motejar que dice
«es valiente como un Cicerón y sabio como un Héctor», para notar a un hombre de
nescio y cobarde.
No menos contradice la facultad animal al entendimiento. Porque, en siendo
un hombre de muchas fuerzas corporales, no puede tener delicado ingenio; y es
la razón que la fuerza de los brazos y las piernas nace de ser el celebro duro
y terrestre. Y aunque es verdad que por la frialdad y sequedad de la tierra
podía tener buen entendimiento, pero por ser de gruesa sustancia lo echa a
perder. Y hace otro daño de camino: que por la frialdad se pierde el ánimo y
valentía; y, así, algunos hombres de grandes fuerzas los hemos visto ser muy
cobardes.
La contrariedad que tiene el ánima vegetativa con la racional es más
notoria que todas. Porque sus obras, que son nutrir y engendrar, se hacen mejor
con calor y humidad, que con calidades contrarias; lo cual muestra claramente
la experiencia considerando cuán fuerte es en la edad de los niños y cuán floja
y remisa en la vejez. Y en la puericia no puede obrar el ánima racional, y en
la postrera edad, donde no hay calor ni humidad, hace maravillosamente sus
obras. De manera que cuanto un hombre fuere más poderoso para engendrar y cocer
mucho manjar, tanto pierde de la facultad racional.
A esto alude lo que dice Platón, que no hay humor en el hombre que tanto
desbarate la facultad racional como la simiente fecunda; sólo dice que ayuda al
arte de metrificar. Lo cual vemos por experiencia cada día: que en comenzando
un hombre a tratar amores, luego se torna poeta; y si antes era sucio y
desaliñado, luego se ofende con las rugas de las calzas y con los pelillos de
la capa. Y es la razón que estas obras pertenecen a la imaginativa, la cual
crece y sube de punto con el mucho calor que ha causado la pasión del amor. Y
que el amor sea alteración caliente vese claramente por el ánimo y valentía que
causa en el enamorado, y porque le quita la gana de comer y no le deja dormir.
Si en estas señales advirtiese la república, desterraría de las Universidades
los estudiantes valientes y amigos de armas, a los enamorados, a los poetas y a
los muy polidos y aseados; porque para ningún género de letras tienen ingenio
ni habilidad. Desta regla saca Aristóteles los melancólicos por adustión, cuya
simiente, aunque es fecunda, no quita el ingenio.
Finalmente, todas las facultades que gobiernan al hombre, si son muy
fuertes, desbaratan la facultad racional. Y de aquí nace que, en siendo un
hombre muy sabio, luego es cobarde, de pocas fuerzas corporales, ruin comedor y
no potente para engendrar. Y es la causa que las calidades que le hacen sabio,
que son frialdad y sequedad, esas mesmas debilitan las otras potencias; como
parece en los hombres viejos, que, si no es para consejo y prudencia, no tienen
fuerza ni valor para más.
Supuesta esta doctrina, es opinión de Galeno que para que haya efecto la
generación de cualquier animal perfecto son necesarias dos simientes, una que
sea el agente y formador, y la otra que sirva de alimento. Porque una cosa tan
delicada como es la genitura no luego puede vencer un manjar tan grueso como es
la sangre hasta que el efecto sea mayor; y que la simiente sea el verdadero
alimento de los miembros seminales es cosa muy recebida de Hipócrates, Platón y
Galeno; porque, según su opinión, si la sangre no se convierte en simiente, es
imposible que los nervios, las venas y arterias se puedan mantener. Y, así,
dice Galeno que la diferencia que va de las venas a los testículos es que los
testículos hacen de presto mucha simiente, y las venas poca y a espacio. De
manera que proveyó Naturaleza de alimento tan semejante, que con liviana
alteración y sin hacer excrementos pudiese mantener a la otra simiente; lo cual
no pudiera acontescer si su nutrición se hubiera de hacer de la sangre. La
mesma provisión dice Galeno que hizo Naturaleza en la generación del hombres
que para formar el pollo y las demás aves que salen de los huevos; en los
cuales vemos que hay dos sustancias, clara y yema, la una de que se haga el
pollo y la otra de que se mantenga todo el tiempo que durare la formación. Por
la mesma razón son necesarias dos simientes en la generación del hombre, la una
de que se haga la criatura y la otra de que mantenga todo el tiempo que durare
su formación.
Pero dice Hipócrates una cosa digna de gran consideración; y es «que no
está determinado por Naturaleza cuál de las dos simientes ha de ser el agente y
formador, ni cuál ha de servir de alimento». Porque muchas veces la simiente de
la mujer es de mayor eficacia que la del varón; y cuando acontesce así, hace
ella la generación y la del marido sirve de alimento. Otras veces la del varón
es más potente y prolífica, y la de la mujer no hace más que nutrir. Esta
doctrina no alcanzó Aristóteles, ni pudo entender de qué servía la simiente de
la mujer; y, así dijo de ella mil disparates: «que era como un poco de agua sin
virtud ni fuerzas para engendrar». Lo cual si fuera así, era imposible que la
mujer consintiera la conversación del varón, ni jamás le apeteciera, antes
huyera del acto carnal por ser ella tan honesta y la obra tan sucia y torpe;
por donde en pocos días se acabara la especie humana y el mundo quedara privado
del más hermoso animal de cuantos Naturaleza crió.
Y así pregunta Aristóteles qué es la razón que el acto carnal es la cosa
más sabrosa de cuantas ordenó Naturaleza para recreación de los animales. Al
cual problema responde que, como Naturaleza procurase tanto la perpetuidad de
los hombres, puso tanta delectación en aquellas obras porque, movidos con tal
interés, se llegasen de buena gana al acto de la generación; y si faltaran
tales estímulos no hubiera hombre ni mujer que se quisiera casar, no
interesando más la mujer de traer nueve meses el hijo en el vientre con tanta
pesadumbre y dolores, y al tiempo de parirlo ponerse en riesgo de perder la
vida; por donde fuera necesario que la república forzara a las mujeres a que se
casasen, con miedo no se acabase la generación humana.
Pero como Naturaleza hace las cosas con suavidad, dio a la mujer todos los
instrumentos que eran necesarios para hacer simiente irritadora y prolífica,
con la cual apeteciese al varón y se holgase con su conversación. Y siendo de
las calidades que dice Aristóteles, antes le aborresciera y huyera de él, que
le amara. Esto prueba Galeno ejemplificando con los brutos animales; y, así,
dice que si una puerca está castrada jamás apetece el verraco ni le consiente
cuando se le llega. Lo mesmo pasa claramente en una mujer cuyo temperamento es
más frío de lo que conviene: que si le pedimos que se case, no hay cosa más aborrescible
a sus oídos. Y al varón frío acontece otro tanto, todo por carecer de simiente
fecunda.
También si la simiente de la mujer fuera de la manera que dice
Aristóteles, no podía se proprio alimento. Porque para alcanzar las calidades
últimas de nutrimento actual se requiere total semejanza con el que se ha de
nutrir. Y si ella no viniera ya labrada y asimilada, después no se podía
adquirir, porque la simiente del varón carece de instrumentos y oficinas (como
son el estómagos, el hígado y los testículos) donde la pudiese cocer y
asimilar. Por donde proveyó Naturaleza que hubiese dos simientes en la
generación del animal; las cuales mezcladas, la que fuese más potente hiciese
la formación y la otra sirviese de mantenimiento. Y que esto sea verdad parece
claramente ser así; porque si un negro empreña una mujer blanca, y un hombre
blanco a una mujer negra, de ambas maneras sale la criatura mulata.
Desta doctrina se colige ser verdad lo que muchas historias auténticas
afirman: que un perro, tiniendo cuenta con una mujer, la empreñó; y lo mesmo
hizo un oso con una doncella que halló sola en el campo; y de un jimio que tuvo
dos hijos en otra mujer; y de otra que andándose paseando por la ribera del
mar, salió un pescado del agua y la empreñó. Lo que se le hace dificultoso al
vulgo es cómo pudo acontescer parir estas mujeres hombres perfectos y con uso
de la razón, siendo los padres que los engendraron animales. A esto se responde
que la simiente de cualquiera mujer de aquéllas era el agente y formador de la
criatura, por ser más potente, y así la figuraba con los accidentes de la
especie humana; y la simiente del bruto animal, por no tener tanta fuerza,
servía de alimento y no más. Y que la simiente de estas bestias irracionales
pudiese dar alimento a la simiente humana, es cosa que se deja entender. Porque
si cualquiera mujer de aquéllas comiera un pedazo de oso o de perro, cocido o
asado, se sustentara con él, aunque no tan bien como si comiera carnero o
perdices. Lo mesmo acontece a la simiente humana, que su verdadero nutrimento
en la formación de la criatura es otra simiente humana; pero, faltando ésta,
bien puede suplir sus veces la simiente brutal. Pero lo que notan aquellas
historias es que los niños que nacieron de estos tales ayuntamientos daban
muestra, en sus costumbres y condiciones, no haber sido natural su generación.
De todo lo dicho (aunque nos hemos algo tardado) podremos ya sacar
respuesta para el problema principal. Y es que los hijos de los hombres sabios
casi siempre se hacen de la simiente de sus madres, porque la de los padres,
por las razones que hemos dicho, es infecunda para engendrar y no sirve en la
generación más que de alimento. Y el hombre que se hace de simiente de mujer no
puede ser ingenioso ni tener habilidad por la mucha frialdad y humidad de este
sexo. Por donde es cierto que, en saliendo el hijo discreto y avisado, es
indicio infalible de haberse hecho de la simiente de su padre; y si es torpe y
nescio se colige haberse formado de la simiente de su madre. A lo cual aludió
el sabio diciendo: filius sapiens laetificat patrem,
filius vero stultus maestitia est matris suae.
También puede acontescer (por alguna ocasión) que la simiente del hombre
sabio sea el agente y formador, y la de su mujer sirva de alimento. Pero el
hijo que de ella se engendrare saldrá de poco saber; porque, puesto caso que la
frialdad y sequedad son dos calidades que ha menester el entendimiento, pero
han de tener cierta medida y cantidad; de la cual pasando, antes hace daño que
aprovecho, como parece en los hombres muy viejos que por la mucha frialdad y
sequedad los vemos caducar y decir mil disparates. Pues pongamos caso que al
hombre sabio le restaban de vivir diez años de conveniente frialdad y sequedad
para caducar. Si de la simiente deste se engendrase un hijo, sería hasta los
diez años de grande habilidad por gozar de la frialdad y sequedad conveniente
de su padre, pero a los once comenzaría luego a caducar por haber pasado del
punto que estas dos calidades han de tener. Lo cual vemos cada día por
experiencia en los hijos habidos en la vejez: que, siendo niños, son muy
avisados, y después son hombres muy nescios y de muy corta vida; y es la razón
que se hicieron de simiente fría y seca, la cual había pasado ya la mitad del
curso de la vida.
También si el padre es sabio en la obras de la imaginativa, y sea casado
por su mucho calor y sequedad con mujer fría y húmida en el tercer grado, el
hijo de que esta junta se engendrare será nescísimo si se forma de la simiente
de su padre, por haber estado en un vientre tan frío y húmido y haberse
mantenido de sangre tan destemplada.
Al revés acontesce siendo el padre nescio, cuya simiente ordinariamente
tiene calor y humidad demasiada. El hijo que de ella se engendrase será bobillo
hasta quince anos por alcanzar parte de la humidad superflua del padre, pero
gastada con el discurso de la edad de consistencia donde la simiente del hombre
nescio está más templada y con menos humidad. Ayúdale también al ingenio haber
andado nueve meses en un vientre de tan poca frialdad y humanidad como es el de
la mujer fría y húmida en el primer grado, donde padeció tanta hambre y penuria
de alimento.
Todo esto acontesce ordinariamente por las razones que hemos dicho. Pero
hay cierto linaje de hombres cuyos miembros genitales son de tanta fuerza y
vigor, que desnudan totalmente a los miembros de sus buenas calidades y los
convierten en su mala y gruesa sustancia; por donde todos los hijos que
engendran, aunque hayan comido manjares delicados, salen rudos y torpes. Otros
hay, por lo contrario, que usando de alimentos gruesos y de mal temperamento,
son tan poderosos en vencerlos que, comiendo macho y tocino, hacen hijos de
ingenio muy delicado. Y, así, es cierto que hay linaje de hombres nescios y
casta de hombres sabios. Y otros que ordinariamente nacen locos y faltos de
juicio.
Algunas dudas se ofrecen a los que tratan de entender muy de raíz esta
materia, la respuesta de las cuales es muy fácil en la doctrina pasada. La
primera es: ¿de dónde nace que los hijos bastardos parecen ordinariamente a sus
padres, y de cien legítimos los noventa sacan la figura y costumbres de las
madres? La segunda: ¿por qué los hijos bastardos salen ordinariamente gentiles
hombres, animosos y muy avisados? La tercera: ¿qué es la causa que si una mala
mujer se empreña, aunque tome bebidas ponzoñosas para mover y se sangre muchas
veces, jamás echa la criatura; y si la mujer casada está preñada de su marido,
con livianas causas viene a mover?
A la primera duda responde Platón diciendo que ninguno es malo de su
propia y agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su
temperamento; y pone ejemplo en los hombres lujuriosos, los cuales, por tener
mucha simiente fecunda, padecen grandes ilusiones y muchos dolores, por donde,
molestados de aquella pasión, buscan mujeres para echarla de sí. Destos dice
Galeno que tienen los instrumentos de la generación muy calientes y secos, por
la cual razón hacen la simiente mordacísima y poderosa para engendrar. Luego,
el hombre que va a buscar la mujer que no es suya, ya va lleno de aquella
simiente fecunda, cocida y bien sazonada; de la cual forzosamente se ha de
hacer la generación, porque, en paridad, siempre la simiente del varón es de
mayor eficacia; y si el hijo se hace de la simiente del padre, forzosamente le
ha de parecer.
Al revés acontesce en los hijos legítimos, que, por tener hombres casado
la mujer siempre al lado, nunca aguardan a madurar la simiente ni que se haga
prolífica, antes con liviana irritación la echa de sí, haciendo gran violencia
y conmoción; y como las mujeres están quietas en el acto carnal, nunca sus
vasos seminarios dan la simiente, sino cuando está cocida y bien sazonada y hay
mucha en cantidad. Por donde las mujeres casadas hacen siempre la generación y
la simiente de sus maridos sirve de alimento. Pero algunas veces vienen ambas
simientes a tener igual perfección, y pelean de tal manera que ni la una ni la
otra salen con la formación, antes se figura el hijo que ni parece al padre ni
a la madre. Otras veces parece que se conciertan y parten la similitud: la simiente
del padre hace las narices y ojos, y la de la madre la boca y la frente. Y, lo
que más es de admirar, que ha acontecido muchas veces sacar el hijo la una
oreja del padre y la otra de la madre, y partir los ojos también. Pero si la
simiente del padre vence del todo, saca el hijo su figura y costumbres; y
cuando la simiente de la madre es más poderosa, corre la mesma razón. Por donde
el padre que quisiere que su hijo se haga de su propia simiente, se ha de
ausentar algunos días de su mujer y aguardar que se cueza y madure, y entonces
es cierto que él hará la generación y la simiente de su mujer servirá de
alimento.
La segunda duda tiene por lo dicho poca dificultad. Porque los hijos
bastardos ordinariamente se hacen de simiente caliente y seca, y de esta
temperatura hemos probado muchas veces atrás que nace el ánimo y valentía y la
buena imaginativa, a la cual pertenece la prudencia de este siglo. Y por estar
la simiente cocida y bien sazonada, hace Naturaleza de ella todo lo que quiere,
y los pinta con un pincel.
A la tercera duda, se responde que el preñado de las malas mujeres casi
siempre se hace de la simiente del varón, y como es enjuta y muy prolífica
trábase en el útero con fuertes raíces. Pero el preñado de las casadas, como se
hace de su propia simiente, deslízase la criatura con gran facilidad, por ser
húmida y aguanosa, o como dice Hipócrates: plena mucoris.
Qué diligencias se han
de hacer para conservar el ingenio a los niños después de estar formados y
nacidos
Es tan alterable
la materia de que el hombre está compuesto y tan sujeta a corrupción, que, en
el punto que se comienza a formar, en ese mesmo se viene a deshacer y alterar
sin poderlo resistir; por donde se dijo: nos nati continuo
desinimus esse. Y, así, proveyó Naturaleza que hubiese en el cuerpo
humano cuatro facultades naturales, tractriz, retentriz, concotriz y
expultriz; las cuales, cociendo y alterando los alimentos que comemos,
vuelven a reparar la sustancia perdida, sucediendo otra en su lugar. De donde
se entiende que aprovechara poco haberse hecho el hijo de simiente delicada si
no se tuviera cuenta con los manjares que le habían de suceder; porque, acabada
la formación, no le ha quedado a la criatura ninguna parte de la sustancia
seminal de que al principio se compuso. Verdad es que la simiente primera, si
fue bien cocida y sazonada, es de tanta fuerza y vigor, que cociendo y
alterando los manjares los hace venir, aunque sean malos y gruesos, a su buen
temperamento y sustancia; pero tanto se podría usar de alimentos contrarios,
que viniese a perder la criatura las buenas calidades que recibió de la
simiente de que se hizo.
Y, así, dijo Platón que una de la cosas que más echaba a perder el ingenio
del hombre y sus buenas costumbres era la mala educación en el comer y beber.
Por tanto, aconseja que a los niños les demos alimentos y bebidas delicadas y
de buen temperamento, para, cuando mayores, sepan reprobar lo malo y eligir lo
bueno. La razón desto está muy clara. Porque si el celebro se hizo al principio
de simiente delicada, y este miembro se va cada día gastando y consumiendo y se
ha de reparar con los manjares que comemos, cierto es que, si éstos son gruesos
y de mala templanza, que, usando mucho días de ellos, se ha de hacer el celebro
de su mesma naturaleza. Y, así, no basta que el niño se haya hecho de buena
simiente, sino que los alimentos que comiere después de formado y nacido tengan
las mesmas calidades. Cuáles sean éstas no será dificultoso averiguarlo,
supuesto que los griegos fueron los hombres más discretos que ha habido en el
mundo, y que, buscando alimentos y comidas para hacer a sus hijos ingeniosos y
sabios, cierto es que toparían con los mejores y más apropriados; porque si el
ingenio sutil y delicado consiste que el celebro esté compuesto de partes
sutiles y de buena templanza, el alimento que tuviere sobre los demás estas dos
calidades será del que conviene usar para conseguir el fin que llevamos.
De la leche de cabras cocida con miel dijo Galeno que en opinión de todos
los médicos griegos era el mejor alimento de cuantos comen los hombres; porque,
fuera de tener la sustancia muy moderada, el calor en ella no excede a la
frialdad, ni la humidad a la sequedad. Por donde dijimos pocos renglones atrás
que los padres que de veras quisiesen engendrar un hijo sabio, gentil hombre y
de buenas costumbres, que comiesen, seis o siete días antes de la generación,
mucha leche de cabras cocida con miel. Pero, puesto caso que este alimento es
tan bueno como dice Galeno, mucho más hace al ingenio ser de partes sutiles el
manjar que de moderada sustancia; porque, cuanto más se adelgaza la materia en
la nutrición del celebro, tanto se hace el ingenio más perspicaz. Por donde los
griegos sacaban el queso y suero a la leche (que son los dos elementos gruesos
de su composición) y dejaban la parte butirosa, que es de naturaleza de aire.
Esta daban a comer a los niños, mezclada con miel, con intento de hacerlos
ingeniosos y sabios. Y que esto sea verdad, parece claramente por lo que cuenta
Homero. Fuera deste alimento, comerán los niños sopas hechas de pan candial, de
agua muy delicada, con miel y un poco de sal. Pero, en lugar de aceite (por ser
muy malo y nocivo al entendimiento), echarán manteca de leche de cabras, cuyo
temperamento y sustancia es apropriado para el ingenio.
Pero en este regimiento hay un inconveniente muy grande. Y es que, usando
los niños de manjares tan delicados, no ternán mucha fuerza para resistir a las
injurias del aire, ni se podrán defender de los demás achaques que los suelen
hacer enfermar. Y, así, por sacarlos sabios, se criarán con poca salud y no
vivirán muchos años.
Esta dificultad nos pide cómo se podrán criar los niños ingeniosos y
sabios, y que esta arte no contradiga a su salud. Lo cual será fácil concertar
si los padres se atrevieren a poner en práctica algunas reglas y preceptos que
aquí diré. Y porque la gente regalada está engañada en criar sus hijos, y ella
es la que trata siempre de esta materia, quiéroles primero dar la razón y causa
por qué a sus hijos, aunque tengan ayos y maestros y trabajen con mucho cuidado
en las letras, se les pegan tan mal las ciencias, y cómo se podrá remediar sin
que por ello abrevien la vida ni menoscaben su salud.
Ocho cosas dice Hipócrates que humedecen las carnes del hombres y las
engordan. La primera es el holgar y vivir en grande ociosidad; la segunda,
dormir mucho; la tercera, acostarse en cama blanda; la cuarta, el buen comer y
beber; la quinta, estar muy abrigados y bien vestidos; la sexta, andar siempre
a caballo; la séptima, hacer su voluntad; la octava, ocuparse en juegos y
pasatiempos y cosas que les den contento y placer. Todo lo cual es tan
manifiesta verdad, que, aunque no lo hubiera dicho Hipócrates, ninguno lo
pudiera negar.
Sólo se podría dudar si la gente regalada guarda siempre esta manera de
vivir; pero si es verdad que lo hace, bien podemos inferir que su simiente es
humidísima y que los hijos que della se engendraren han de salir por fuerza con
humidad superflua y demasiada; la cual es menester gastar y consumir, lo uno
porque esta calidad echa a perder las obras del ánima racional, y lo otro
(dicen los médicos) que hace vivir al hombre pocos días y con falta de salud.
Según esto, el buen ingenio y la firme sanidad corporal ambas piden un mesma
calidad, que es la sequedad; por donde los preceptos y reglas que trujimos para
hacer los niños sabios, esos mesmos servirán para darles mucha salud y que
vivan largo tiempo.
Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados (atento que
sus carnes tiene más frialdad y humidad de la que conviene a la puericia),
lavarlo con agua salada caliente; la cual, en opinión de todos los médicos,
deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y
varonil, y por la humidad superflua del celebro le hace ingenioso y le libra de
muchas enfermedades capitales. Por lo contrario, siendo el baño de agua dulce y
caliente, por cuanto humedece las carnes, dice Hipócrates que hace cinco daños:
carnis effaeminationem, nervorum imbecillitatem, mentis
torporem, profluvia sanguinis, animi deffectionem; como dijera: «el agua
dulce y caliente hace al hombre mujeril, con flaqueza de nervios, nescio,
aparejado para flujo de sangre y desmayos». Pero si el niño sale con demasiada
sequedad del vientre de su madre, conviene mucho lavarle con agua caliente
dulce; y, así, dice Hipócrates: infantes diu sunt calide
lavandi, quo minus tentent convulsiones, ipsique crecant et melioris coloris
fiant; por la cual sentencia mandaba lavar con agua caliente muchas
veces a los niños, porque no se vengan a espasmar y crezcan con más facilidad y
se hagan de buen color. Esto cierto es que se entiende de los niños que salen
secos del vientre de sus madres y a los cuales conviene enmendarles su mala
temperatura aplicándoles las calidades contrarias.
Los alemanes, dice Galeno, tenían por costumbre lavar sus niños en el río
luego en naciendo, pareciéndoles que, así como el hierro que sale ardiendo de
la fragua se hace más fuerte metiéndolo en el agua fría, de la mesma manera,
sacando al niño ardiendo del vientre de su madre, se hacía de mayor fuerza y
vigor lavándolo con agua tan fría. Esto condena Galeno por gran bestialidad, y
tiene mucha razón; porque, puesto caso que por esta vía se haría el cuero duro
y cerrado y no fácil de alterar de las injurias del aire, pero ofenderseía de
los excrementos que se engendran dentro del cuerpo, por no estar patente y
abierto por donde poder exhalar y salir. Mejor remedio y más seguro es lavar a
los niños que tienen humidad superflua con agua caliente y salada; porque,
gastándoles humidad demasiada, quedan muy propincuos a la salud, y cerrándoles
las vías del cuero no se ofenden con cualquiera ocasión, ni los excrementos de
dentro quedan tan cerrados que no les resten caminos abiertos por donde salir.
Y Naturaleza es tan poderosa, que si le han quitado una vía pública busca otra
acomodada, y si todos le faltan, sabe hacer caminos de nuevo por donde expeler
lo que le daña. Y, así, de dos extremos, más conviene a la salud tener duro y
algo cerrado el cuero que blando y abierto.
Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con
los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo,
porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se
morirá. Ninguna cosa dice Hipócrates que tanto debilita las carnes como estar
siempre en lugares tépidos, guardados del frío y calor. Ni hay mayor remedio
para la salud que hacer el cuerpo a todos los vientos, calientes, fríos,
húmidos y secos; y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los que viven
en las galeras están más sanos y tienen mejor color, que los que viven en
tierra paludosa. Y crece más la dificultad considerando la mala vida que pasan,
durmiendo en el suelo vestidos, al sereno, al sol, al frío y al agua, comiendo
y bebiendo tan mal. Los mesmo se podrá preguntar de los pastores, cuya sanidad
es la más firme que tienen los hombres. Y es la causa que han hecho ya amistad
con todas las calidades del aire, y no se espanta Naturaleza de nada. Por el
contrario, vemos claramente que, tratando un hombre de regalarse y procurar que
no le dé el sol, el frío, el sereno ni el viento, en tres días es acabado, por
el cual se podría decir: qui diligit animam suam in hoc
mundo perdet eam. Porque de las alteraciones del aire nadie se puede
guardar; y, así, es mejor acostumbrarse a todo, para que el hombre se pueda
descuidar y no viva siempre con recato. El error de la gente vulgar está en
pensar que el niño nace tan tierno y delicado, que no sufrirá pasar del vientre
de su madre (donde hay tanto calor) a la región del aire frío sin que le haga
mucho daño. Y, realmente, están engañados, porque con ser Alemania tan fría,
metían los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan bestial, no se les
hacía de mal ni se morían.
Lo tercero que conviene es buscar un ama moza, de temperamento caliente o
seca, o (según nuestra doctrina) fría y húmida en el primer grado, criada a
mala ventura, acostumbrada a dormir en el suelo, a poco comer y mal vestida,
hecha a andar al sereno, al frío y al calor. Esta tal hará la leche muy firme y
usada a las alteraciones del aire, de la cual manteniéndose muchos días los
miembros del niño, vernán a tener mucha firmeza. Y si es discreta y avisada, le
hará mucho provecho al ingenio; porque la leche de ésta es muy enjuta, caliente
y seca, con las cuales dos calidades se corregirá la mucha frialdad y humidad
que el niño sacó del vientre de su madre. Cuánto importe a las fuerzas de la
criatura mamar leche ejercitada, pruébase claramente en los caballos, que,
siendo hijos de yeguas trabajadas en arar y trillar, salen muy grandes
corredores y duran mucho en el trabajo; y si las madres están siempre holgando
y paciendo en el prado, a la primera carrera no se pueden tener. El orden,
pues, que se ha de tener con el ama es traerla a casa cuatro o cinco meses
antes del parto y darle a comer los mesmos manjares de que usa la preñada; para
que tenga lugar de gastar la sangre y los demás humores que ella tenía hechos
de los malos alimentos que antes había comido, y para que el niño, luego en
naciendo, mame la mesma leche de que se mantuvo en el vientre de su madre, a lo
menos hecha de los mesmos manjares.
Lo cuarto es no acostumbrar el niño a dormir en cama blanda, ni traerlo
muy arropado, ni darle mucho a comer; porque todas estas tres cosas dice
Hipócrates que enjugan y desecan las carnes, y las contrarias las engordan y
ensanchan. Y haciendo esto, se criará el niño de grande ingenio y vivirá muchos
días por razón de la sequedad. Y de lo contrario, verná a ponerse hermoso,
gordo, lleno de sangre, y bobo; el cual hábito llama Hipócrates atlético,
y lo tiene por muy peligroso.
Con esta mesma receta y orden de vivir se crió el hombre más sabio que ha
habido en el mundo, que fue Cristo nuestro redentor, en cuanto hombre; salvo
que por nacer fuera de Nazaret, por ventura no tuvo su madre a mano agua salada
con que lavarlo. Pero ello era costumbre judaica y de toda el Asia, introducida
por algunos médicos sabios para dar salud a los niños; y, así, dice el profeta:
Et quanto nata es in die ortus tui, non est praecisus
umbilicus tuus, et aqua non es lota in salutem, nec sale salita, nec involuta
pannis. Pero, en lo demás, luego en naciendo comenzó a hacer amistad con
el frío y con las otras alteraciones del aire. Y su primera cama fue en el suelo
y mal vestido, como si quisiera guardar la receta de Hipócrates. A pocos días
caminaron con él a Egipto, lugar de mucho calor, donde estuvo todo el tiempo
que Herodes vivió. Andando su madre de esta manera, cierto es que le daría la
leche bien ejercitada y hecha a las alteraciones del aire.
Lo que le daba a comer fue el manjar que los griegos hallaron para dar
ingenio y sabiduría a sus hijos. Éste dijimos atrás que era la parte butirosa
de la leche comida con miel. Y, así, dijo Isaías: Butyrum
et mel comedet, ut sciat reprobare malum et eligere bonum. Por las
cuales palabras parece que quiso el profeta dar a entender que, aunque era Dios
verdadero, había de ser juntamente hombre perfecto, y que para adquirir
sabiduría natural había de hacer las mesmas diligencias que los otros hijos de
los hombres. Aunque esto parece dificultoso de entender, y aun es disparate
pensar que, porque Cristo nuestro redentor comiese manteca y miel siendo niño,
había de saber reprobar lo malo y eligir lo bueno cuando mayor, siendo Dios
como era, de infinita sabiduría y habiéndole dado en cuanto hombre toda la
ciencia infusa que podía recibir según su capacidad natural. Por donde es
cierto que sabía tanto en el vientre de su madre como cuando había treinta y
tres años, sin comer manteca ni miel, ni aprovecharse de otros medios naturales
que requiere la sabiduría humana.
Pero, con todo eso, hace gran fuerza que el profeta haya señalado el mesmo
manjar que los troyanos y griegos acostumbraban dar a sus hijos para hacerlos
ingeniosos y sabios, y que diga ut sciat reprobare malum
et eligere bonum... para entender que, por razón de aquellos alimentos,
adquiriese Cristo nuestro redentor (en cuanto hombre) más sabiduría adquisita
de la que alcanzara si usara de otros manjares contrarios; o es menester
explicar aquella partícula ut para saber qué es lo
que quiso decir hablando por tales términos.
Y, así, hemos de suponer que en Cristo nuestro redentor había dos
naturalezas, como es verdad y así nos lo muestra la fe: la una divina, en
cuanto era Dios verdadero; y la otra humana, compuesta de ánima racional y
cuerpo elementado, dispuesto y organizado como lo tienen los otros hijos de los
hombres.
Cuanto a la primera naturaleza, no hay que tratar de la sabiduría de
Cristo nuestro redentor, porque era infinita, sin aumento ni disminución, ni
depender de otra cosa ninguna más de que, por ser de Dios, era tan sabio en el
vientre de su madre como lo era siendo de treinta y tres años, y lo era ab aeterno.
Pero, en lo que toca a la segunda naturaleza, es de saber que el ánima de
Cristo, dende el punto que Dios la crió, fue bienaventurada y gloriosa, como lo
está el día de hoy; y pues gozaba de Dios y de su sabiduría, cierto es que no
ternía ignorancia de nada, sino que tuvo tanta ciencia infusa, cuanta cabía en
su capacidad natural. Pero, con esto, es cierto que, así como la gloria no se
comunicaba a los instrumentos del cuerpo (por la razón de la redención del
género humano), tampoco la sabiduría infusa, por no estar el celebro dispuesto
ni organizado con la calidades y sustancia que son necesarias para que el ánima
con tal instrumento pudiese discurrir y filosofar. Porque si nos acordamos de
lo que en el principio desta obra dijimos, las gracias gratis
datas que Dios reparte entre los hombres piden ordinariamente que el
instrumento con que se han de ejercitar y el sujeto en que se han de recebir
tengan las calidades naturales que cada don ha menester. Y es la causa ser el
ánima racional acto del cuerpo, y no obrar sin aprovecharse de sus instrumentos
corporales.
El celebro de Cristo nuestro redentor (siendo niño y recién nacido) tenía
mucha humidad, porque en tal edad es así conveniente y cosa natural; pero, por
ser tanta en cantidad, no podía su ánima racional discurrir naturalmente ni
filosofar con tal instrumento; y, así, la ciencia infusa no pasaba a la memoria
corporal ni a la imaginativa ni al entendimiento por ser estas tres potencias
orgánicas (como ya lo dejamos probado) y no estar con la perfección que habían
de tener. Pero, yéndose el celebro desecando con el tiempo y con la mayor edad,
iba el ánima racional manifestando cada día más la sabiduría infusa que tenía y
comunicándola a sus potencias corporales.
Y, fuera desta ciencia sobrenatural, tenía otra que se toma de las cosa
que oyen los niños, de lo que ven, de lo que huelen, gustan y palpan; y ésta,
es cierto, la adquiría Cristo nuestro redentor como los otros hijos de los
hombres. Y así como para ver bien las cosas tenía necesidad de buenos ojos y
para oír los sonidos de buenos oídos, por la mesma razón tenía necesidad de
buen celebro para juzgar entre lo bueno y lo malo. Y, así, es cierto que por
comer aquellos manjares tan delicados se iba organizando cada día mejor su
cabeza y adquiriendo más sabiduría; de tal manera, que si Dios le quitara la
ciencia infusa tres veces en el discurso de su vida para ver lo que había
adquirido, halláramos que de diez años sabía más que de cinco, y de vientre más
que de diez, y de treinta y tres más que de veinte.
Y que esta doctrina sea verdadera y católica, pruébalo el Texto evangélico
a la letra diciendo: Et Jesus proficiebat sapientia et
aetate et gratia apud Deum et homines. De muchos sentidos católicos que
la Escritura divina puede recebir, yo siempre tengo por mejor el que mete la
letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación.
Qué calidades sean las que ha de tener el celebro y qué sustancia, ya
dijimos, de opinión de Heráclito, que la sequedad hacía al ánima sapientísima;
y de sentencia de Galeno probamos que, estando el celebro compuesto de
sustancia muy delicada, hace el ingenio sutil. La sequedad iba adquiriendo
Cristo nuestro redentor con la edad, porque dende que nacemos hasta que morimos
nos vamos desecando y enjugando las carnes, y sabiendo más. Las partes sutiles
y delicadas del celebro se le iban rehaciendo comiendo aquellos manjares que
dijo el profeta Isaías; porque si cada momento se había menester nutrir y
reparar la sustancia que se exhalaba, y esto se había de hacer con manjares y
no con otra materia ninguna, cierto es que si comiera siempre vaca o tocino que
en pocos días hiciera un celebro grueso y de mal temperamento, con el cual no
pudiera su ánima racional reprobar lo malo y eligir lo bueno si no fuera por
vía de milagro y usando de su divinidad. Pero, llevándolo Dios por los medios
naturales, mandó que usase de aquellos manjares tan delicados, de los cuales
manteniéndose el celebro, se haría un instrumento tan bien organizado, que, aun
sin usar de la ciencia ni infusa, pudiera naturalmente reprobar lo malo y eligir
lo bueno, como los otros hijos de los hombres.
LAUDETUR
CHRISTUS IN ÆTERNUM
« Pero esto de entrar el fuego por el pulso y la respiración para reparar
el fuego perdido que estaba en nuestra composición, no es cosa que se deja
entender, ni la experiencia nos lo muestra. Ni tampoco pudo Galeno atinar cómo
estando el fuego en el cóncavo de la Luna, según la opinión de los
peripatéticos, podía bajar a la generación y conservación de los mixtos,
estando muchos de ellos no solamente en la superficie de la tierra, pero en el
profundo del mar, y otros en las muy cavidades de la tierra; mayormente siendo
su apetito natural subir a lo alto por ser más liviano que el aire, y nunca
descender si no es haciéndole alguna gran violencia. Y, así, fingió que el
fuego estaba partido en minutísimas partes, a manera de átomos, y trabado con
el aire con una liviana mixtión para socorrer a la conservación y generación de
las cosas naturales.
Pero realmente la opinión de Galeno es falsa, y mucho más la de Aristóteles
en poner la esfera del fuego en el cóncavo de la Luna. Porque es cierto que
Dios y Naturaleza nunca hacen cosa baldía y sin fin. Estando el fuego en el
cóncavo de la Luna, no sirve de nada. Luego Dios no lo crió, y si lo crió no lo
puso en tal lugar. Y que no sirva de nada estando allí, es cosa muy clara
discurriendo por todos los aprovechamientos que del fuego se pueden tener.
Lo primero, no alumbra ni calienta ni humea, que son los indicios propios
con que se da a conocer doquiera que está, y sin ellos vanamente y de gracia se
afirma haber fuego en ningún lugar. Ni dél se componen los mixtos, que es el
fin principal para que Dios los crió. Y si no, díganme los peripatéticos:
cuando el hombre se engendra en el vientre de su madre, y el pez en lo profundo
del mar, y la planta debajo la tierra ¿cómo conoce el tiempo y el lugar donde
ha de acudir, y cómo desciende contra su inclinación natural, y sin matarle
tanta cantidad de agua como hay en el mar? Paréceme que si no es dándole al
fuego un grande entendimiento que le rija y gobierne, que de otra manera no se
puede hacer ni entender. Este argumento convenció grandemente a Galeno, y mucho
más a Hipócrates, pues llanamente dijo: omne enim quod
inter caelum et terram est, spiritu repletum est. Porque le pareció
opinión fuera de toda razón y sentido poner fuego encima del aire, viendo que
la generación y conservación de los animales y plantas no se puede hacer sin
que el fuego se halle presente. Y espántome yo de Galeno, que dijese en
medicina y en filosofía natural una cosa tan ajena del sentido y no menos de la
razón, y contra lo que dijo Hipócrates, siendo tan su amigo.
El segundo argumento restriba en aquel verdadero dicho de Aristóteles que
dice: inter corpora simplicia solus ignis nutritur.
La cual nutrición no ha menester la tierra, ni el agua, ni el aire; porque
ellos solos por sí se conservan sin ayuda de nadie. Pero si el fuego no está
gastando y consumiendo alguna materia, luego se apaga; porque, como dijo
Aristóteles, no es otra cosa sino humo encendido, y donde no hay humo no puede
haber llama. Porque el humo es de naturaleza de aire, y de este elemento (dijo
Hipócrates) se mantiene el fuego doquiera que está, y así dijo: spiritus nutrimentum praebet igni, quo si ignis privetur, vivere
non possit. Y así es verdad; porque los mixtos donde predomina el aire
son los que sustentan al fuego, como son pez, resina, aceite, sebo, manteca,
cera y leña; y donde es superior el agua y la tierra, le matan. Lo cual siendo
así ¿qué materia es la que conserva tanta cantidad de fuego como hay en el
cóncavo de la Luna? Porque, siendo un agente tan feroz y activo, en seis mil
años que ha su creación ya hubiera gastado y consumido toda la esfera del aire,
tierra y agua, sin poderse retratar.
A esto podrían responder los peripatéticos (según su opinión) que el fuego
en su esfera no tiene actividad, ni calienta ni alumbra ni humea ni gasta
materia alguna en su nutrición, y que lo que dijo Aristóteles se entiende del
fuego elementado que acá tenemos. En la cual respuesta entiendo que el
argumento tiene fuerza, pues les hace responder una cosa que ni el sentido ni
el entendimiento les ayuda a su defensa; antes los condena claramente, porque
de lo que dicen jamás han tenido experiencia, ni le han visto ni tocado si
quema o no, y faltando el sentido en filosofía natural, luego cesan los buenos
discursos del entendimiento y en su lugar entra la imaginativa fingiendo montes
de oro y bueyes volando. Si preguntamos a los peripatéticos por qué causa la
media región del aire es frigidísima, todos responden que, huyendo el frío del
gran calor del fuego, se junta y condensa en aquel lugar por vía de
antiparistasis. Luego, según esta respuesta, el fuego calienta estando en su
esfera, pues el frío huye de su calor. También es común lenguaje de los
peripatéticos que de aire fácilmente se hace fuego y de fuego aire. Y preguntándoles
la causa, dicen que el fuego conviene con el aire en el calor y es contrario en
la humidad, y que el fuego, corrompiendo con su sequedad la humidad del aire,
fácilmente le convierte en sí. Lo cual no acontesce haciéndose de agua fuego;
porque es necesario corromper primero dos calidades contrarias (que son
frialdad y humidad) antes que introduzca su forma, y en esto forzosamente se ha
de tardar. También, si los puros elementos no tuviesen actividad en su esfera,
es imposible que los mixtos se pudiesen engendrar. Porque juntándose en la
mixtión, ninguno perdería sus fuerzas, pues es cierto que cada elemento las ha
de perder con la actividad de su contrario; y si ninguno tiene actividad siendo
puro, luego cesaría la mixtión, que es mixcibilium
alteratorum unio. Y si venidos los puros elementos a la mixtión, tienen
actividad ¿cómo sabes que en su esfera no la tenían? También dices falsamente
que aquella sentencia de Aristóteles que dice inter
corpora simplicia solus ignis nutritur, se entiende del fuego elementado
que acá tenemos. Pues es cierto que los libros De
generatione et corruptione, donde él puso esta proposición, están
dedicados para los movimientos y alteraciones de los cuatro elementos puros, y
no a los mixtos. Y si no, díganme los peripatéticos por qué causa quema,
alumbra y humea y se nutre el fuego que acá tenemos, y el puro no. Pues es
cierto que los mixtos siguen el movimiento y calidades del elemento que
predomina en la mixtión; y si él no las tuviera, tampoco se hallaran en los
mixtos.
El tercer argumento está fundado en que es imposible haber llama de fuego
si no hay humo. Porque el ser y naturaleza suya, dijo Aristóteles, era fumus incensus. Y el humo tiene esta calidad: que si no
tiene chimenea y respiraderos por donde salir, él propio ahoga y mata la llama;
como parece en el fuego que se enciende dentro de la ventosa, que por faltarle
el respiradero en un momento se apaga. Luego si la esfera de fuego no es otra
cosa sino humo encendido ¿cómo es posible que se pueda conservar en el cóncavo
de la Luna no teniendo respiraderos? Mayormente que el humo no es otra cosa
(dice Aristóteles) sino lo térreo y aéreo de la cosa que se quema.
El cuarto argumento restriba en un dicho muy celebrado de Aristóteles y
muy verdadero: que este mundo interior se gobierna por los movimientos y
alteraciones de las estrellas y cielos, especialmente de la Luna y el Sol, sin
los cuales era imposible pasar, ni la tierra fructificar. Y si la esfera de
fuego estuviera entre el cielo y el aire, naturalmente no se podía hacer;
porque las influencias frías y húmidas del invierno no podían pasar ni alterar
estos inferiores, porque primero habían de enfriar y humedecer al fuego, y el fuego
al aire, y el aire a la tierra. Pues decir que el fuego puede a tanta frialdad
y humidad que enfríe y no caliente, y que humedezca y no deseque, quedándose
fuego, yo no creo que habrá filósofo en el mundo que tal ose afirmar. Porque,
según la opinión de Aristóteles, todos los demás elementos se pueden extrañar y
perder sus calidades primeras y adquirir las contrarias, sin corromperse, si no
es el fuego. Y así dice que todos se pueden podrir, y él no, porque no puede
recebir humidad, ni hay otro agente en el mundo que sea más caliente que él. La
tierra, aunque es fría y seca, se puede calentar y humedecer quedándose tierra;
y el agua, aunque es fría y húmida, puede concebir tanto calor, que queme y
abrase, sin perder su naturaleza; y el aire vemos que recibe en sí todas las
alteraciones del cielo quedándose cielo. Sólo el fuego no lo puede hacer sin
apagarse, o vencer al que le altera. La mesma dificultad tienen las influencias
calientes y secas, que, para pasar a nosotros, han de calentar primero y desecar
al fuego más de lo que él estaba, y el fuego al aire, y el aire a nosotros.
Pues decir que el fuego, estando puro y en su lugar natural, se puede calentar
y desecar más que lo sumo en que está, es desatino muy grande; pero para
adquirir un grado de calor se ha de perder otro de frialdad, y si el fuego
estaba caliente en sumo, ningún grado de frialdad tenía consigo cuando las
influencias calientes pasaron por él. Sólo podrían decir los peripatéticos que
las influencias alteran al aire y no al fuego, que es peor que podían imaginar.
Pero ya que hemos comenzado a tratar de esta materia del fuego, será bien
acabarla y desengañar a los filósofos naturales de otros muchos errores que de
este elemento hasta aquí han concebido. Uno de los cuales es pensar que el fuego
es la cosa más liviana que hay en el mundo; y de ahí les nació el ponerlo
encima del aire. Y si lo consideramos bien, hallaremos claramente que el fuego
es la cosa más pesada que hay o por lo menos es causa que las cosas sean
pesadas, gastándoles en su nutrición el aire que las hacía livianas y porosas,
y que apetece el descender y no subir.
La primera razón en que me fundo es ver por experiencia que la llama de
cualquier fuego tiene dos movimientos naturales, sin los cuales no puede vivir
un momento: el uno es lo alto, con el cual expele de sí los excrementos que
hace en su nutrición; y el segundo a lo bajo, para tomar el alimento que es
necesario para su nutrición. Este movimiento ningún filósofo natural lo puede
negar; porque si tomamos dos candiles, el uno muerto y humeando, y el otro
encendido puesto en lo alto, veremos claramente que baja la llama dende el
candil vivo por el humo adelante hasta pegarse con la mecha del muerto. Y si
Dios pusiese una vela encendida desde el cóncavo de la Luna hasta el centro de
la Tierra, bajaría la llama por toda esta distancia sin violencia ninguna. El
movimiento a lo alto, aunque Galeno y los filósofos naturales dicen que es el
más natural, están muy engañados, porque aquella elevación que hace pirámide a
lo alto es propia del humo, donde la llama está sujetada por ser livianísima.
Lo cual se prueba claramente viendo que, como se va perdiendo el humo, se va
bajando la llama y consumiendo.
El segundo argumento se colige en ver por experiencia que todos cuantos
mixtos hay donde el fuego es superior a los demás elementos son gravísimos y
pesan mucho más que los térreos. Y si no, discurran los peripatéticos por todos
los minerales y fuegos potenciales que llaman los médicos; y hallarán
que queman como fuego, y en pequeña cantidad pesan mucho. Y si el fuego fuera
tan liviano como dicen, cierto es que los mixtos donde él es superior lo fueran
también. Lo cual no se puede negar, porque los mixtos donde el aire es
superior, por ser liviano, nadan sobre el agua; y trae Aristóteles por ejemplo
los árboles, y de ellos se saca el ébano negro que, por faltarle el aire y
tener mucho de tierra, se sume en el agua. Pues ¿qué razón hay que siendo el
fuego más liviano que el aire, los mixtos ígneos se hundan tan presto en el
agua, y no los aéreos?
El tercer argumento es ver y considerar con cuánta presteza sube a lo alto
una exhalación caliente y seca, como es el humo, y con cuánta violencia torna a
bajar si se enciende y se hace fuego. Y si no, díganme los peripatéticos de qué
manera y de qué causa material se hace el rayo, y veremos claramente cómo el
fuego es más grave que liviano. La causa material de que se hace el rayo (dice
Aristóteles) es una exhalación caliente y seca de naturaleza de humo, la cual
por ser liviana subió a lo alto, y, mezclándose con las nubes por vía de
antiparistasis y con el movimiento, se convirtió en fuego. Siendo esto así
¿cómo es posible que la exhalación que por ser liviana subió a lo alto, después
de encendida y hecha fuego baje, y con tanta furia y velocidad que parta una
torre por medio, habiendo dos causas para subir a lo alto y ninguna de bajar?
A esto podrían responder los peripatéticos (aunque mal) que aquel
descender del rayo es violento y causado por la expulsión de la nube donde
estaba encerrado. Pero esto no lo pueden decir. Porque antes la nube no le deja
salir, y por estar tan cerrado, el propio rayo rompe la nube y se sale. Pero si
es verdad que, la exhalación hecha, es tan liviana ¿por qué causa no rompe la
nube por lo alto de ella, siendo aquél su lugar natural? Yo, cierto, no puedo
alcanzar con mi entendimiento que la nube, siendo un vapor tan blando, dé un
golpe con tanta furia en la exhalación encendida, que le haga bajar y entrar
debajo la tierra siete estados. Porque, así como lo grave no tiene ni puede
tener de suyo más que un ímpetu, y éste al centro de la tierra, así lo que es
liviano impide a lo alto y no puede rempujar a nadie hacia lo bajo.
De manera que, para subir el rayo a lo alto, hay tres causas: la primera,
la exhalación; la segunda, el fuego; y la tercera, la nube; y ninguna hay para
bajar. Por donde estoy persuadido (hasta que haya quien me desengañe) que el
fuego es muy más pesado que la tierra, y que su lugar natural es el que dirá el
capítulo que se sigue.
Cuanto al tercer punto, que era decir y firmar que la esfera del fuego
naturalmente estaba en el centro de la tierra, se infiere muy bien de haber
probado que el fuego es la cosa más pesada del mundo. Mayormente viendo y
considerando cuán bien consuenan las cosas poniendo al fuego en este lugar, y
cuántos inconvenientes han nacido de ponerlo en el cóncavo de la Luna. La
nutrición del fuego, la expulsión del humo, y la generación de los ímpetus, se
hace sin ninguna contradicción. Porque el fuego tiene virtud de atraer a sí todas
las cosas y las cavidades de la tierra están llenas de aire y de agua. Teniendo
junto consigo estos tres elementos (tierra, agua y aire), fácilmente los
mezcla, los cuece y altera, y de ellos hace alimento para mantenerse (como es
el alcrebite y salitre), y tiene grandes caminos y respiraderos por donde
despedir el humo y ventilarse. De lo cual es evidente argumento las Herrerías
de Vulcano en Puzol, junto a Nápoles, donde aparecen lagos y montañas de fuego
dende que Dios crió el mundo. Y de la manera que se ven éstas habrá otras
muchas más por el redondez de la Tierra, donde el fuego se mantiene con mil
géneros de minerales acomodados a su nutrición. Y de la manera que este fuego
se nutre y mantiene acá en lo exterior, entenderemos fácilmente lo que pasa
allá en el centro de la Tierra, porque yo no dudo sino que estas montañas y
lagos de fuego son del mismo género, y por ventura respiraderos suyos.
El segundo argumento que me convida, y aun me fuerza, a poner la esfera
del fuego en el centro de la Tierra es ver la buena consonancia que hace con
esta opinión todo lo que la Iglesia católica nos enseña del fuego infernal. Del
cual afirman todos los teólogos que es del mismo género y tiene las mismas
calidades que este que acá tenemos, y que Jesucristo descendió a los infiernos
donde estaba este fuego. Y no es de creer que, habiéndole Dios hecho
livianísimo (porque aquella era su naturaleza), le hiciese aquella violencia de
tenerlo en el centro de la Tierra, siendo su lugar natural el cóncavo de la
Luna, donde Dios pudiera atormentar la ánimas y demonios con la misma facilidad
que en el centro de la Tierra; especialmente habiéndolo criado desde el primer
día de la constitución del mundo, donde a cada elemento dio su lugar natural
sin hacer violencia a nadie.
Y que Dios criase esfera de fuego luego que formó esta máquina que vemos
del mundo es cosa que no se puede negar, conforme aquello: ite, maledicti in ignem aeternum qui paratus est diabolo et
angelis ejus ab origine mundi. También nos enseña la fe que el mundo se
ha de acabar por fuego, conforme aquello: qui venturus...
Y se sigue claramente de los fundamentos de esta opinión, porque siendo la
Tierra finita (y los demás elementos), y el actividad del fuego infinita, y
gastando de ellos siempre en su nutrición sin poderse reparar, forzosamente se
ha de venir a consumir, conforme aquello: omne finitum per
ablationem finiti tandem consumitur. Dije que la actividad del fuego era
infinita, porque siempre le van añadiendo combustibles: sin cesar durará
siempre jamás, que es lo que dijo el sabio: ignis vero
nunquam dicit: 'sufficit'.
Estando en que Dios crió esfera de fuego y que la puso en el centro de la
Tierra y que tiene necesidad de nutrición, se saca respuesta clara y verdadera
a un problema harto vulgar, al cual ningún médico ni filósofo natural ha podido
responder hasta aquí, aunque de propósito lo han procurado. Y es por qué causa
los pozos están fríos de verano y calientes de ibierno.
Aristóteles con todos sus secuaces dicen y afirman que el frío huye en el
estío del mucho calor del sol, y por estar más seguro se mete en lo pozos y
cuevas, donde topando el agua la enfría; y lo mesmo hace el calor huyendo en el
ibierno de su contrario. Esta respuesta no solamente es falsa, pero contradice
totalmente a la doctrina del mismo Aristóteles; y espántome yo de Galeno
porque, explicando aquel aforismo de Hipócrates ventres
hieme et natura calidissimi sunt, le citase en comprobación admitiendo
aquella respuesta por muy verdadera. Y así es de saber que, entre los cinco sentidos
exteriores, el tacto (dice Aristóteles) es necesario a la vida del hombre y de
los demás animales, y los otros cuatro sirven de ornato y perfección; porque
sin gusto, olfato, vista y oído vemos que puede vivir el hombre, pero no sin
tacto, cuyo oficio (dice Aristóteles) es conocer lo que es nocivo para huirlo y
lo que es amigable para seguirlo. Todo lo cual me parece que hace el frío y el
calor, sin tener tacto ni conocimiento animal. Lo segundo contradice a otro
principio de Aristóteles muy celebrado de los peripatéticos; y es que el
accidente no puede pasar de un sujeto a otro sin corromperse. Y la respuesta
suya admite que el frío, conociendo que viene en el estío su contrario el
calor, va huyendo por el aire adelante hasta entrar en el pozo, y dende allí al
agua por tener más seguridad. Lo tercero contradice a un principio de
filosofía: que juntando dos contrarios en su sujeto, el uno al otro se remite.
Y en la opinión de Aristóteles por fuerza se ha de admitir que el calor o frío
se hace más intenso sobreviniéndose su contrario y sin que preceda
antiparistasis.
Galeno probó también a responder al problema, descontento de la doctrina
de Aristóteles; y así dijo que el agua de los pozos es siempre de una mesma
temperatura, pero por tocarla nosotros con diferente tacto, en el ibierno nos
parece caliente, y fría en el estío. Y pruébalo con un ejemplo harto acomodado,
diciendo que si el hombre se orina dentro en el baño, su propia orina lo
enfría, y fuera lo calienta. Pero esta respuesta contradice a su propia
doctrina; porque, explicando aquel aforismo ventres hieme
et vere calidissimi sunt, dice que realmente tenemos más calor en el
invierno que en el estío, y así lo dice el mesmo aforismo. Y las buenas fuentes
(dice Hipócrates) han de estar frías en el estío y calientes en el ibierno; y
las malas andan con el tiempo, calientes en el estío y frías en el ibierno. Lo
cual nos muestra claramente la experiencia haciendo la prueba con la mesma mano
en dos pozos, el uno profundo y el otro somero; y hallaremos claramente que el
agua del pozo profundo está más fría en el estío, y la del somero caliente. Y
lo que muestra la experiencia no admite razones.
Hipócrates respondió al problema mejor que Galeno, y anduvo más cerca de
la verdadera solución diciendo que en el estío está muy abierta la tierra y
esponjada con el mucho calor del sol; el cual trae y llama para sí el aire que
está metido en las cavidades de la tierra, y al tiempo del salir enfría con el
movimiento al agua como si la ventilasen con un paño. En el ibierno acontesce
al revés; porque con la mucha frialdad del tiempo se cierran los poros de la
tierra, y el aire se queda dentro, quieto y sin menearse. Cuánto importe menear
el agua y el aire para enfriar, y estar quietos para calentar, pruébalo el
mesmo Hipócrates haciendo experiencia en dos pozos de igual profundidad; y así
dice que el pozo muy usado tiene el agua fría, y el no usado, caliente.
Pero la verdadera respuesta del problema es que de la nutrición del fuego
que está en el centro de la tierra se levantan muchas exhalaciones y humos
calientes y secos, los cuales en el estío, por estar la tierra abierta, como
dijo Hipócrates, salen fuera sin detenerse en las cavidades de la tierra; y el
agua, como es fría de su propia naturaleza, conserva su frialdad, no habiendo
quien la caliente. En el ibierno acontesce al revés: que, por estar la tierra
cerrada por la mucha frialdad del tiempo, detiene los humos en los huecos y
cavidades de la tierra donde está el agua, y así la calientan; como vemos que,
cerrado el cañón de la chimenea, se hinche toda la casa de humo y calor, y
abierto se torna a enfriar.
El cuarto punto principal era que el fuego se halla en la generación y
conservación del hombre sin bajar del cóncavo de la Luna, ni subir del centro
de la Tierra, ni entrar por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Para lo
cual es de saber que el calor natural del hombre no es accidente de los que se
ponen en el predicamento qualitatis; sino una llama
de fuego formal de la mesma suerte y manera que es la llama de un candil o de
una hacha o vela encendida.
Porque las mesmas diligencias se han de hacer para conservar la vida del
hombre, que para tener encendida una vela sin que se muera. La vela, si bien lo
consideramos, ha menester cuatro cosas: la primera, sebo o cera para
mantenerse; lo segundo, tener respiradero para expeler los humos; lo tercero,
que entre aire frío y sople con moderación; lo cuarto, que el aire no corra con
vehemencia. Cualquiera de estas cosas que falte, luego se apaga la llama. Esto
mesmo, sin quitar ni poner, ha menester nuestro calor natural. Del cual dijo
Galeno que se conserva con dos movimientos, uno a lo bajo para tornar alimento,
y otro a lo alto para echar de sí los humos y excrementos que nacen de su
nutrición. Y que entre aire frío que recoja la llama, y que sople con
moderación porque no la disipe, esto no era menester que lo dijese Galeno;
porque la experiencia nos muestra que faltando sangre se muere el calor
natural; y atapando la boca al hombre se ahoga; y puesto en un baño muy
caliente, por falta de aire frío viene a perecer; y con el mucho ejercicio y
ventilación se disipa.
Dije mucha ventilación, porque la moderada enciende nuestro calor
natural; y así Aristóteles, aunque no era médico, dice que el que tiene
calentura no se ponga adonde corra aire, porque se enciende más la calentura: aeger febricitans jacere debet inmotus quoad maxime fieri
potest, et quiescere; nam certum est ignem marcescere ubi a nullo movetur. Ne
adversus flatui cubet; quoniam flatus excitat ignem, et ignis ex parvo margnus
assurgit. Obvelandus aeger operiendusque propterea est, quia si nuIlum igni
concedatur spiraculum extinguetur. Nec veste quidam exui debet donec sudari
caeperit.
Todo esto que dice Aristóteles, y lo que Galeno ha dicho de nuestro calor
natural, presupone que es llama como la del candil, y no calor accidente.
Porque éste no ha menester nutrirse; ni tiene dos movimientos sursum y deorsum ni necesidad
de ventilarse con aire frío, porque antes le mataría, y cuanto más le cubriesen
y atapasen, tanto mejor se conservaría. Pero por ser llama, en quitándole los
respiraderos y que no entre y salga el aire frío, luego se muere. Y, así,
Galeno, necesitado con esta experiencia, hizo un candil dentro de nuestro
cuerpo, con su mecha y aceite ardiendo como lo vemos acá en lo exterior; y así
dijo: cor ut funiculus est, sanguis ut oleum, pulmo ut
organum ir quo est oleum.
De paso no puedo dejar de condenar a Galeno porque, siendo opinión de
Platón, Hipócrates y Aristóteles que esta llama que está dentro de nosotros
gasta y consume en su nutrición nuestra propia sustancia y húmido radical, dijo
que todos tres se engañaban, movido con dos o tres razones indignas de tanto
ingenio. La primera es diciendo que el calor natural de cualquiera cosa
conserva, mantiene, aumenta y perficiona el sujeto donde está; luego no le
gasta y consume, porque esto es de calor extraño y no natural. La segunda
certifica que si los miembros de nuestro cuerpo no los disipase el ambiente, y
el calor natural guardase el punto que había de tener, aunque el hombre
estuviese toda la vida sin comer ni beber no se disminuiría. La tercera, si el
calor natural nos gastase el húmido radical en su nutrición, seguirseía que
cuanto fuese más copioso, tanto más nos gastaría; lo cual no acontece así,
porque en el ibierno es muy copioso y nos gasta menos. La cuarta razón es
contra aquellos que dicen que nuestro calor natural de per
accidens nos consume y de per se nos
conserva; lo cual no se puede afirmar, porque ningún agente hace algo de per accidens sin hacer otra cosa de per
se; y si no es calentar, ninguna otra cosa puede hacer, y esto es
imposible porque ningún calor puede calentar su propia materia.
A la primera razón respondemos que las cuatro facultades naturales son las
que nos conservan, mantienen, aumentan y perficionan aprovechándose de aquella
llama encendida, con la cual hacen quilo en el ventrículo y sangre en el hígado
y leche en los pechos y médula en los huesos y simiente en los vasos
seminarios; la cual variedad no pudiera hacer el calor natural, siendo en todas
partes uno. Esta llama encendida es proprísimo instrumento para las facultades
naturales, porque trae, retiene, expele y aparta; con las cuales obras hacen
ellas lo que quieren modificándolo. Y quejarse de que entretanto gasta y
consume el húmido radical es como si el cocinero que hace muy buenos guisos con
el fuego se querellase de él porque le gasta y consume la leña. La consecuencia
de Galeno, cierto, no es buena; porque de los alimentos que comemos se hace lo
mesmo que de nuestro calor natural, y ellos mesmos nos matan y echan a perder
el húmido radical. La segunda razón presupone un falso notorio. Porque nuestro
calor natural tiene dos movimientos en toda la templanza del mundo, el uno deorsum para tomar alimento, y el otro sursum para expeler los fuligines. Y si toma alimento,
forzosamente los ha de gastar. El tercer argumento tiene muy pocas fuerzas.
Porque el calor del ibierno, aunque es mucho, es muy templado y remiso; y los
cocimientos se hacen muy bien con moderación y mal con intensión, como parece
en los febricitantes; y siendo el calor templado, forzosamente ha de gastar
poco y reparar mucho. A la cuarta razón respondemos que la obra que el calor
natural hace de per se en nuestro cuerpo es
nutrirse a él y gastar el húmido radical en su nutrición, como todos los fuegos
del mundo; y lo que obra de per accidens es ser
instrumento de las facultades naturales. Como el fuego de la cocina tiene por
intento principal gastar y consumir en su nutrición leña y carbón, y de per accidens hace los guisados, modificados con la
industria del cocinero.
Volviendo, pues, al punto principal, decimos que los animados tienen fuego
formalmente en su composición, y así no tienen necesidad que entre de fuera por
el pulso y la respiración como dijo Galeno. Y poniendo el fuego en el centro de
la Tierra, se engendran los mixtos inanimados con gran facilidad, porque donde
no alcanza el fuego, alcanza su calor, y donde no llega el calor, alcanza el
humo; el cual, detenido en las cavidades de la tierra, fácilmente se convierte
en fuego como cuando se encierra en las nubes. Y, así, no falta el fuego cuando
es menester.
En las cosas animadas era dificultoso de dar a entender el cómo y cuándo
entran los cuatro elementos en su composición; porque la experiencia nos
muestra que el hombre se hace inmediatamente de simiente y que en el vientre de
su madre jamás entró tierra, agua, aire ni fuego. Y si queremos saber la
generación y principio de la simiente humana, ella cierto se hizo de sangre, y
la sangre de quilo, el quilo del pan y carne que comemos. Y si queremos
averiguar la compostura del pan, hallaremos que se hizo de harina de trigo, y
el trigo de la caña, y la caña de otro grano de trigo que se sembró. Y aunque
demos mil vueltas en la generación y nutrición de los mixtos animados, siempre
hemos de comenzar y acabar en simiente, y no en los cuatro elementos. Que es la
a letra lo que dijo la divina Escritura: germinet terra
herbam virentem et facientem semen, et lignum pomiferum faciens fructum juxta
genus suum cujus semen in semetipso sit super terram.
A esta dificultad responde Galeno que las plantas se mantienen
inmediatamente de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, porque
tienen fuertes estómagos para alterarlos y cocerlos, y así preparados los dan a
comer a los animales perfectos, como quien cuece y asa la carne para que
nuestro estómago la pueda cocer. Pero porque las plantas no tienen pulso ni
respiración, no pudo atinar cómo el fuego se hallase en la nutrición y
generación de las plantas y de su simiente.
Y mayor dificultad le hicieron los mixtos inanimados. Para declaración de
lo cual es de saber que el medio que Naturaleza tiene para juntar los cuatro
elementos en la generación de todos los mixtos, inanimados y animados, y
engendrar fuego normal sin que baje del cóncavo de la Luna ni suba del centro
del Tierra, es la putrefacción que padecen las cosas antes que se
corrompan, con la cual se suelta la mixtión de los cuatro elementos y queda
cada uno por sí. Esto, sin controversia, lo admiten los médicos y filósofos
naturales; porque por la putrefacción pierden las cosas que se pudren el modo
de sustancia que antes tenían, y de secas (dice Aristóteles) se hacen húmidas,
y de frías, calientes. La manera como se pudren las cosas, dice Aristóteles, es
y acontesce cuando el calor del ambiente es mayor que el calor natural de la
cosa que se pudre: entonces le trae para sí y le saca del sujeto donde está;
cuyo oficio era tener abrazados los demás elementos en la mixtión. De esta
alteración luego se levanta calor y más calor, hasta que se forma llama de
fuego, que quema y abrasa como si bajara del cielo; lo cual prueba Galeno por
muchos ejemplos. Especialmente cuenta que un montón de estiércol de palomas se
pudrió por darle muchos días el sol, y vino a arder en vivas llamas y quemó la
casa donde estaba.
Es tan necesaria la putrefacción para las obras de Naturaleza, que, si no
precede, es imposible que se engendre nada de nuevo ni se nutra ni aumente. Si
la simiente humana (y cualquiera otra de animales y plantas) está mil días en
el vientre de la mujer sin podrirse, ninguna cosa se engendrará; porque el modo
de sustancia que es bueno para la simiente es malo para los huesos y carne del
hombre, y tomar esta manera de sustancia sin desatar primero los elementos que
estaban en la simiente y tornarlos a mezclar y cocer es cosa que no puede ser.
A la cual filosofía aludiendo el Evangelio, dijo: nisi
granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet.
Cuando Dios crió el mundo (dice el Texto divino) cubrió la tierra con agua, y
después de bien recalada la descubrió para que el sol la pudriese con su calor
y de la putrefacción resultase un vapor hecho fuego, de que se compuso el
hombre y los demás animales y plantas; y así limus,
que fue la materia de que se compuso Adán, querrá decir «tierra mojada con
agua, y podrida». Cuán fecunda se haga la tierra cubriéndola primero con agua,
y luego descubrirla y aguardar que se pudra con el calor del sol antes que se
siembre, nótalo Platón considerando la fecundidad de Egipto con las
inundaciones del Nilo.
La mesma fecundidad tenía el Paraíso terrenal, porque a ciertos tiempos
salían de madre aquellos cuatro ríos y cubrían la tierra, y vueltos a su
corriente, se podría con el calor del sol y así se hacía fecunda.
En la nutrición del estómago se echa más claro de ver, que en la
generación de los animales y plantas. Y, así, es cierto que para que la carne
que comemos pueda nutrir y ser verdadero alimento, conviene que se pudra
primero y pierda su calor natural, y se desbarate la unión de sus elementos y
adquiera, por la obra del estómago, otro modo de sustancia conveniente a la
sustancia del que se ha de nutrir. De lo cual es evidente argumento ver que la
carne manida se cuece más presto, en la olla y en el estómago, que la que es
recién muerta; y manirse la carne ninguna otra cosa es sino podrirse y
apartarse los elementos de la mixtión y composición. De lo cual es indicio
manifiesto ver que, en matando la carne, luego cobra un poco de mal olor, y
éste va creciendo por horas y días hasta que ya no se puede sufrir; y, con
esto, cierta flojedad que enseña la separación de sus partes.
No menos lo demuestran los regüeldos que salen del estómago a una o dos
horas después de haber comido, cuyo mal olor no se puede sufrir; y pasado más
tiempo salen de mejor sabor y olor. Del cual efeto, supuesta la doctrina que
vamos probando, es clara su razón; porque cuando huelen mal, están los manjares
en el término de la putrefacción, y cuando bien, han salido ya de la putrefacción
y pasado a la concocción, con la cual alteración (dice Hipócrates) las cosas
podridas pierden su mal olor. Las heces y excrementos del hombre sano y
templado huelen mal por esta mesma razón. Porque en el término de la
putrefacción sacó Naturaleza de los manjares lo que era hábil para nutrir, y
esto coció y alteró; y los excrementos, por ser inhábiles para cocerse, se los
dejó en el término de la putrefacción con una liviana concocción, la cual por
su imperfección no los pudo librar del mal olor. Por donde se entiende
claramente que la primera obra del buen estómago (después de la fusión) es
podrir los manjares y sacarles afuera su calor natural (como ambiente más
poderoso), y luego mezclarlos y cocerlos conforme al modo de sustancia que él
ha menester. Todo lo cual admite de buena gana la filosofía natural, porque
pasar las cosas naturales de una especie a otra sin que preceda corrupción, es
cosa imposible.
Con esto hemos cumplido con el cuarto punto principal; pues es cierto que
la cosa que se pudre levanta fuego y calor para que otra se engendre, sin que
venga de la esfera inferior ni superior. Pero, antes que vengamos al último
punto, no puedo dejar de condenar una sentencia de Aristóteles por ser contra
la doctrina que hemos traído y fuera de toda razón y experiencia. Él dice que
los manjares que se cuecen en el estómago, que se cuecen en su proprio calor
natural y no con el calor del estómago; y según lo que hemos dicho, lo primero
que hace el estómago con los manjares es podrirlos y quitarles su calor natural.
La razón en que se funda Aristóteles es ver por experiencia que las frutas que
se cogen de los árboles por madurar se cuecen y maduran con su propio calor y
no con el árbol de donde se quitaron; y el mosto hierve y se cuece con su
proprio calor, y no con el calor de la tinaja; y la simiente en el útero se
cuece y de ella se hacen las partes seminales, y no con el calor del útero. Y
pues la razón formal de la concocción es que se haga de su proprio calor
natural y no del ajeno, luego a todo género de concocción se ha de extender.
A esto se responde por aquel principio del mesmo Aristóteles que dice: omne quod movetur ab alio debet moversi. El hervir el
mosto y el aceite, y madurarse las frutas cogidas del árbol, cierto es que
hierven y se maduran con la virtud y calor del árbol donde primero estuvieron.
Porque el ánima vegetativa y sus virtudes naturales son muy partibles, y duran
cortadas del árbol muchos días sin perderse. Y la uva lleva consigo el hollejo,
la simiente y el escobajo, y con ello su calor natural; todo lo cual, o tiene
ánima vegetativa, o virtud impresa de la vid; y con ésta hierve el mosto, como
la saeta se mueve con la virtud que la ballesta le imprimió y no con la suya.
Esto saben muy bien los que hacen vino: que echando en la tinaja casca mal
pisada o medio entera, hierve el mosto con mayor furor.
Los manjares se cuecen en el estómago con aquella llama de fuego que
dijimos, la cual está colgada de la sustancia del estómago como la llama del
candil de la mecha. Ésta, entremetida con los manjares, los licúa, los corta,
los adelgaza, los mezcla y cuece, ayudada y modificada con la industria de las
cuatro facultades naturales. Y, así, decimos que la razón formal de la
concocción no es que se cueza la cosa con su calor natural, sino con el ajeno
moderado y templado; lo cual se prueba claramente discurriendo por todas las
especies de concocción, que son: maturitas, elixatio et
assatio. Quien madura las frutas es el calor del árbol y del sol; quien
cuece la carne en la olla son tres calores, uno que está en el fuego, otro en
el barro de la olla, y otro tercero que está en el agua que inmediatamente toca
en la carne; quien asa la carne es el calor del carbón. Quien cuece los
manjares en el estómago es el propio calor natural del estómago.
Lo que forzó a Aristóteles a decir que las cosas se cuecen con su calor
natural fue ver hervir el mosto en la tinaja y hacerse vino apartado de la vid.
Y si él advirtiera que en las venas se hace sangre con la virtud enviada del
hígado, aunque está apartado, entendiera que el mosto hierve en la tinaja con
la virtud concoctriz de la vid y con su calor natural, todo lo cual trujo
consigo cuando lo quitaron de la vid; porque omne quod
movetur ab alio debet moveri. De la cual proposición y verdadero
principio forzado Aristóteles, vino a confesar lo que yo tengo probado; y así
dijo: nam et cibi in corpore concoctio elixationi similis
est: etenim a corporis calore in humido et caldo fit.
Cuanto al quinto punto principal, dice santo Tomás que ni del aire ni del
fuego se hizo expresa mención, tratando de creación de las cosas, porque
aquello escribió Moisés a un pueblo rudo y sensual, y estos dos elementos no se
perciben de la gente ruda; y por la mesma razón no hizo expresa mención de los
ángeles en todos aquellos capítulos. Platón, como lo refiere san Agustín, por
aquella dicción caelum entendió el fuego, porque él
tuvo por opinión que el cielo era de fuego. Rabí Moisés dice que por aquella
dicción tenebris se entiende el fuego, el cual en
su propria esfera no da luz. Cayetano responde que por el abismo, que dice
Moisés, entendió el fuego y el aire, que son cuerpos diáfanos, y con la luz son
transparentes y sin ella oscuros; y por razón de la obscuridad los llamó abismos.
Del aire dicen otros que hizo mención Moisés por aquellas palabras: et spiritus Domini ferebatur super aquas. Y que el aire
se llame «espíritu del Señor» pruébalo claramente con aquel Psalmo de David: flabit spiritus
ejus et fluent aquae. Porque, aunque es verdad que todas las cosas
criadas en este mundo son de Dios y de todas es señor absoluto conforme
aquello: Domini est terra et plenitudo ejus, pero
algunas llama la Escritura particularmente suyas más que otras, que son las muy
grandes o aquellas de que Él más se sirve. Y así llama la Escritura montes Dei; y el Evangelio llama a Cafarnán ciudad de
Dios, y no a Nazaret de donde era natural, porque allí se debía cumplir más su
voluntad. Del aire se podría decir lo mesmo, porque es el instrumento con que
Dios gobierna estos inferiores; y así dijo Hipócrates: spiritus
hiemis et aestatis causa est: in hieme quidem frigidus et condensatus, in
aestate autem mitis et tranquilus, quum et Solis et Lunae et Astrorum omnium
cursus per spiritum procedunt. Otros dicen que por aquellas palabras et spiritus, Domini ferebatur super aquas se entiende el
Espíritu Santo. Él sea siempre con nosotros, amén.
La razón que yo daría por que Moisés no hizo mención del fuego en el Génesis
es que Dios no se lo quiso revelar a nuestros primeros padres en el principio
del mundo; porque estaban en gracia y los procuraba antes regalar y darles
contento, que pena y temor, amenazándolos con una cárcel y tormento tan grave y
eterno. Lo cual parece claramente considerando que por el pecado que hicieron
habían de ir al fuego infernal que tenemos dicho, si Dios no los perdonara; y
la pena del precepto no suena más que la muerte corporal. Y esto mesmo quiso
representar Moisés en el Génesis, como si Adán no hubiera pecado ».
« Pero es menester escoger la sal que sea muy blanca y que no sale mucho;
porque la tal es de partes sutiles y muy delicadas, y, por lo contrario, la
morena es muy terrestre y destemplada y sala mucho en pequeña cantidad.
Cuánto importe la sal echada en los alimentos, no solamente que comen los
hombres y brutos animales, pero aun las plantas, notólo Platón diciendo 'que la
sal no solamente da gusto y contento al paladar, pero da ser formal a los
alimentos para que puedan nutrir'. Sola una falta tiene, y ésta es muy grande:
que no habiendo sal, ninguna cosa hay criada en el mundo que supla por ella.
Todas las demás cosas de que el hombre se aprovecha en esta vida tienen su
lugarteniente si ellas faltan: sola la sal nació sola para el fin que fue
criada. Porque si falta pan de trigo, hay de cebada, centeno, panizo, avena y
escaña; y si falta vino para beber, hay agua, cerveza, leche, zumo de manzanas
y de otras frutas; y si falta paño para vestir, hay pieles de animales, de las
cuales vistió Dios a nuestros primeros padres para echarlos del Paraíso
terrenal; y si no, lienzos, sedas, cáñamo y esparto. Y, así, discurriendo por
las demás cosas, hallaremos que todas tienen quien supla sus faltas, sino es la
sal, que nació sola para su fin.
A la cual propriedad aludiendo Cristo nuestro redentor en su Evangelio,
dijo a sus discípulos: vos estis sal terrae: si sal
evanuerit in quo salietur? Como si dijera: 'discípulos míos y doctores
de la Iglesia, mirá que sois sal de tierra, y si vosotros os perdéis ¿en qué
otra cosa que tenga las veces de sal salaremos al pueblo cristiano?' Porque
sabe que no la hay. Y otro Evangelio dice: in quo salietur
ipsum sal? Para darles a entender que si ellos, siendo sal, se pierden,
¿en qué otra cosa los salaremos a ellos proprios? Como si dijera: incantatori quis medebitur? Y pudiera decir el Evangelio:
'Vosotros sois el pan de trigo de mi Iglesia, para sustentar y dar alimento
espiritual y doctrina a los fieles; y si vosotros os perdéis ¿en qué otra cosa
alimentaremos al pueblo?' Pudiéranle responder: 'En pan de cebada, como vos lo
hicisteis en el desierto'. Pero, porque la sal no tiene lugartenientes, la
escogió Dios para darles a los discípulos su oficio.
De la sal dicen los médicos: omnis sal in communi
calefacit, discutit, adstringit, siccat, cogit ac densat substantiam corporum
quibus adhibetur; las cuales propriedades ha de tener también el que
fuere sal de la Iglesia, y tales efectos ha de producir en el auditorio
cristiano el buen predicador. Y si no, discurra por cada una de ellas el que
tuviere invención, y vera cuán al propósito viene llamar Dios sal a los
predicadores. Pero una cosa no han considerado los filósofos naturales ni los
demás que han procurado buscar las propriedades de la sal. Y es que las cosas
que tienen mucha sal, si las queremos brevemente desalar, echándoles sal en cierta
medida y cantidad y hasta cierto tiempo, se vienen a desalar, y si pasan del
punto, se hacen salmuera. De lo cual si alguno quisiere hacer experiencia,
hallará que el pescado salado, puesto a remojar en agua de la mar (hasta cierto
tiempo) se desala más presto, que en agua dulce, y si dos pedazos de pescados,
igualmente salados, ponemos a desalar en dos vasijas de agua dulce, al que le
echasen un puñado de sal se desalará más presto que el otro. El predicador que
tuviese buena invención sacaría de esta propriedad una galana consideración
para el púlpito.
En todas estas propriedades naturales que hemos dicho de la sal, o en
parte de ellas, se debió fundar Elíseo cuando con un vaso de sal enmendó las
aguas mortíferas de cierta región y hizo que la tierra fuese fecunda, siendo
antes estéril. Lo cual es fácil de probar si convenimos primero en tres
principios naturales tan ciertos y verdaderos que ninguno los puede negar.
El primero es: de cuatro juntas o combinaciones posibles que se pueden
hacer de las primeras calidades (caliente y húmida, caliente y seca, fría y
húmida, fría y seca), de la primera dicen todos los médicos y filósofos que es
la causa total por donde las cosas naturales se pierden y corrompen. Porque el
calor juntamente con la humidad, puesto en el ambiente, relaja y afloja los
elementos que están en la compostura del mixto y los saca de la unión, y así
cada uno (dice Aristóteles) se va por su parte.
El segundo principio es que no todas las tierras del mundo son de una
mesma calidad. Unas, dice Hipócrates, son húmidas, otras secas, unas calientes
y otras frías, unas dulces y otras amargas, unas insípidas y aguanosas y otras
saladas, unas crudas y otras fáciles de cocer, unas ásperas y otras blancas. Lo
cual no hizo Naturaleza acaso y sin pensar, sino con mucha providencia y
cuidado, atenta a la gran variedad de plantas y semillas que de la tierra se
habían de mantener, porque no todas usan de un mesmo alimento. Si en dos palmos
de tierra (dice Hipócrates) se siembran ajos, lechugas, garbanzos y altramuces,
los ajos toman de la tierra para su nutrición lo acre y mordaz, las lechugas lo
dulce, los garbanzos lo salado, y los altramuces lo amargo. Y así, por
consiguiente, no hay yerba ni planta que chupe de la tierra el alimento con
quien tiene amor y semejanza y deje los demás en quien no halla familiaridad ni
gusto. Pero de tal manera, que no deje de aprovecharse de las otras diferencias
de tierra; porque, de todas juntas, hizo Naturaleza un guisado y condimento que
lleva dulce, salado, agrio y otra que pica como pimienta y especias, a manera
de cazuela mojí; porque de otra manera la experiencia nos muestra que muchas
yerbas juntas, aunque sean de diferente naturaleza, la unas a las otras se
quitan la virtud. Lo que Hipócrates quiso sentir es que las lechugas toman de
la tierra dulce cuatro onzas, y un adarme de las demás; y los garbanzos toman
de lo salado dos onzas, y muy poco de lo demás; y así, por consiguiente, de las
otras diferencias. Pero si la tierra está insípida y sin ninguna sal, no hay planta
que se mantenga de ella; porque el ser formal que tienen los alimentos por
donde son aptos para nutrir (dijo Platón) lo toman de la sal, y no como las
demás golosinas y sabores, que levantan el apetito para recrearlo y no más. Por
donde es cierto que los alimentos y frutas que Naturaleza hizo sabrosas, no es
otra la causa sino haberles dado en su formación el punto de sal que habían
menester.
El tercer principio es que las plantas tienen gusto y conocimiento de los
alimentos que son familiares a su naturaleza; y éstos, aunque estén distantes,
los traen para sí, y huyen de los contrarios. Lo cual confiesa llanamente
Platón; porque le parece cosa imposible que, estando junto a sus raíces tres o
cuatros diferencias de alimentos, que elijan y escojan el que es para sí y
semejante, y dejen los demás por desemejantes y extraños; y que saquen, de los
que cuecen y alteran, lo puro y ahechado y se mantengan de ello, y lo otro
aparten y desvíen de sí hasta echarlo fuera del cuerpo. La cual sentencia
contentó grandemente a Galeno, y así dijo: Platonem
commendo plantas animalium vocabulo nuncupantem: non enim alia ulla de causa
germanum atrabere vel sibi ipsis assimilares, quam ob fruitionem et ingenitam
eis voluptatem, dicere possumus. Por las cuales palabras confiesa
llanamente Galeno, juntamente con Platón, que las plantas tienen gusto, y que
se recrean con los alimentos que tienen buen sabor conforme a su apetito y con
los malos y desabridos se afligen y entristecen como si fueran animales.
Con estos tres principios podemos ya responder al hecho milagroso de
Elíseo. Porque si la tierra que curó y enmendó sembrando sal por encima estaba
insípida y aguanosa, con la sal se hizo sabrosa y aparejada para nutrir; y si
por el calor y humidad del aire (que estaba metido en las cavernas de la
tierra) las aguas salían malignas y corrompidas, con las calidades que dijimos
de la sal naturalmente se remediaron; y si la tierra era infecunda por la mucha
sal que tenía, con la mesma sal, sembrada por encima, se vino a desalar. El milagro
fue que con sólo un vaso de sal remediase Elíseo tanta tierra y tanta
muchedumbre de aguas. Como el milagro del desierto: que con cinco panes de
cebada y dos peces hartó Dios cinco mil hombre y sobraron doce cofines; en el
cual hecho Naturaleza puso el pan y los peces, cuya propriedad era alimentar y
nutrir, y Dios la cantidad que fue menester para hartarlos ».
«Los médicos, viendo por experiencia lo mucho que puede la buena
temperatura del celebro para hacer a un hombre prudente y discreto, inventaron
cierto medicamento de tal compostura y calidad que, tomado en su medida y
cantidad, hace que el hombre discurra y raciocine muy mejor que antes solía.
Llamáronla confectio sapientium o confectio anacardina, en la cual, como parece por su
receta, entra manteca de vaca fresca y miel, de los cuales dos alimentos
dijeron los griegos que, comidos, avivaban grandemente el entendimiento. Pero
consideradas las demás medicinas que entran en su composición, realmente son
muy calientes y secas, y totalmente echan a perder el entendimiento y memoria,
aunque no se les puede negar que avivan la imaginativa en hablar y responder a
propósito en motes y comparaciones, en malicias y engaños. Y dan los más en el
arte de metrificar y en otras habilidades que descomponen al hombre. Y como el
vulgo no sabe distinguir ni poner diferencia entre las obras del entendimiento
y de la imaginativa, en viendo a los que han tomado esta confección que hablan
más agudamente que antes solían, dicen que han cobrado más entendimiento; y
realmente no es así, antes lo han perdido, y cobrado un género de sabiduría que
no le está bien al hombre, a la cual llamó Cicerón calliditas, que es
un saber contrario de la justicia.
Todas las veces que pasaba por aquel lugar del Génesis que dice quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi quod ex arbore ex
quo praeceperam tibi ne comederes comedisti? me sonaba a los oídos que
la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali
tenía propriedad natural de dar conocimiento y advertencia al que comía de
ella, y que aquella ciencia no le estaba bien al hombre ni Dios quería que la
supiese, porque era un género de sabiduría de quien dijo san Pablo: prudentia carnis inimica est Deo. Pero viendo que la
divina Escritura tiene tan profundos sentidos y que con su letra se suelen
engañar los que poco saben, lo dejaba pasar; hasta que ya molestado de ocurrirme
tantas veces a la imaginación, propuse en mí de leer todos los expositores que
hallase de aquel lugar, para ver si alguno lo tocaba.
Y, a pocas vueltas, leyendo en Josefo (De
antiquitatibus) hallé que decía 'que la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali aceleraba el uso de la razón y
aguzaba el entendimiento, atento a la cual propriedad le pusieron tal nombre,
como al otro árbol de la vida, que por eternizar al hombre que comía
de su fruta le llamaron árbol vitae'. La cual
sentencia y declaración no admite Nicolás de Lira, pareciéndole que la fruta de
aquel árbol, siendo material, no podía obrar en el entendimiento humano, siendo
espiritual. El Abulense no admite la represión de Nicolás absolutamente, si no
es con distinción. Y, así, dice 'que aunque el entendimiento humano es potencia
espiritual y que no obra con órgano corporal, pero con todo eso no puede
entender si no es aprovechándose de las otras potencias orgánicas, las cuales,
si tienen buen temperamento, ayudan bien al entendimiento, y si no le hacen
errar; y tal templanza podía poner la fruta de aquel árbol en el celebro, que
viniese el hombre a saber más por aquella razón'.
Y que la templanza o destemplanza de los alimentos puedan ayudar y ofender
a la sabiduría, pruébalo por aquel lugar de la Escritura: cogitavi
in corde meo abstrahere a vino carnem meam, ut animum meum transferrem ad
sapientiam. También cita a Aristóteles en los libros De physionomia, donde dice que las alteraciones que
recibe el cuerpo por razón de alimentos que el hombre come, y por el
temperamento de la región donde habita, y por las demás causas que suelen
inmutar el cuerpo, que pasan al ánima racional; y así dice que los hombres que
habitan tierras muy calientes son más sabios, que los que moran en regiones
frías. Y Vegecio afirma que los que habitan en el quinto clima (como son los
españoles, italianos y griegos) que son hombres de grande ingenio y muy
animosos. Conforme esto, bien era posible que la fruta de aquel árbol tuviese
tanta eficacia en alterar las potencias orgánicas del cuerpo, que aprovechasen
a los discursos del entendimiento. Y porque Adán era sapientísimo y sin
necesidad de otra sabiduría alguna, 'le puso Dios el precepto en esta fruta,
guardándola para sus descendientes, los cuales, siendo niños y comiendo de
ella, aceleraran el uso de la razón'.
Pero, realmente, las palabras del Texto no admiten esta postrera
declaración. Porque, bien miradas, quieren significar que la fruta del árbol,
con su virtud y eficacia, les abrió los ojos corporales y les enseñó lo que no
sabían: et aperti sunt oculi amborum, et cognoverunt se
esse nudos. Lo cual se prueba más a la clara ponderando aquellas
palabras que Dios le dijo al hombre cuando le halló tan avergonzado de verse
desnudo: quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi
quod ex ligno ex quo praeceperam tibi ne comederes comedisti?
Nemesius Episcopus, en un libro que escribió De
natura hominis, llanamente confiesa que la fruta de aquel árbol tenía
propriedad natural de dar sabiduría, y que realmente le enseño a Adán lo que no
sabía. Cuyas palabras son estas que se siguen: Et quoniam
ei non conferebat ut, ante sui perfectionem, suam agnosceret naturam, prohibit
ne gustaret lignum cognitionis. Erant autem, immo vero nunc quoque sunt in
plantis, maximae virtutes: tunc autem utpote in initio mundi creationis, cum
essent sincerae, potissimum habebant operationem. Erat ergo alicujus quoque
fructus gustatio asserens cognitionem suae naturae. Nolebat autem Deus eum suam
agnoscere naturam ante perfectionem, ne si cognovisset se multis egere ea
curaret quae ad usum corporis pertinent, reliquens curam animi; et propter banc
causam prohibuit ne esset particeps fructus cognitionis. Por las cuales
palabras confiesa llanamente este autor que la fruta de aquel árbol tenía
propriedad natural de dar conocimiento al que no lo tenía; y que esto no
solamente se hallaba en el principio del mundo, cuando los alimentos tenían
tanta eficacia en alterar el cuerpo humano, pero aún ahora, estando estragadas
con el largo discurso del tiempo, hay muchas frutas que lo pueden hacer. Y
porque a nuestros primeros Padres no les estaba bien saber en todo su
naturaleza ni tener noticia de las cosas de que tenían necesidad, les puso el
precepto en este árbol cuya propriedad era poner al hombre en cuidado del
cuerpo y apartarlo de las contemplaciones del ánima.
Esta declaración es conforme a la filosofía natural que vamos tratando.
Porque no hay alimento (especialmente las frutas, que son alimentos
medicamentosos) que no altere el celebro, conforme aquello de Hipócrates: facultas alimenti pervenit ad cerebrum; y tal habilidad
pone en el hombre, cual es el temperamento que engendra en el celebro, como es
el del vino, que si se bebe en cierta cantidad hace al hombre ingenioso, y si
pasa de allí lo enloquece.
Y no se ha de entender que la fruta del árbol vedado diese inmediatamente
hábitos de ciencia, como pensó Nicolao; sino temperamento acomodado a tal
género de ciencia, con el cual viene luego el hombre en conocimiento de las
cosas de que estaba descuidado. Y que la fruta de este árbol tuviese propriedad
de abrir los ojos y hacer conocer lo que ignoraban no se puede negar; porque,
en comiendo de ella, dice el Texto: et aperti sunt oculi
amborum et cognoverunt se esse nudos. Y dije abrir los ojos
porque (como tenemos probado atrás) si la imaginativa no asiste con los
sentidos exteriores, ninguno puede obrar; que es lo que dijo Hipócrates: quicumque dolentes parte aliqua corporis omnino dolorem non
sentiunt, iis mens aegrotat; como si dijera: 'si a alguno le hicieren
causas dolorosas (como es quemarle o cortarle la mano) y totalmente no lo
sintiere, es cierto, que tiene la imaginativa distraída en alguna profunda
imaginación'; la cual, como hemos dicho, si no asiste con el tacto y con los
demás sentidos exteriores, ninguna sensación pueden hacer.
De lo cual podríamos traer muchos ejemplos de los que pasan cada día por
nosotros. Pero uno que refiere Plutarco de Arquímedes nos lo dará bien a
entender. Este Arquímedes era un hombre de tan fuerte imaginativa para componer
y fingir maquinamientos de guerra, que él solo era más temido por esta razón de
los enemigos, que todo el ejército contrario. Y era tan estimado su ingenio
entre los romanos, que teniendo Marcelo cercada la ciudad de Siracusa, donde
Arquímedes estaba, antes que la entrase echó un bando en su ejército: que
ningún soldado fuese osado a matar a Arquímedes so pena de la vida;
pareciéndole que ningún despojo podía llevar mejor a Roma, que un hombre de
tanta habilidad. Deste se cuenta que estaba tan ocupado en sus maquinamientos,
y tan enclavados los ojos en la tierra (donde tenía rayadas las figuras de su
invención), que no veía ni oía lo que pasaba en la ciudad al tiempo de la
batalla. Y llegando un soldado romano a él, le preguntó si era Arquímedes; y
aunque se lo preguntó muchas veces ninguna cosa le respondió por la ocupación
que tenía de los sentidos; y mohíno el soldado de ver un hombre tan traspuesto,
le mató.
Al tono de esto, cierto es que nuestros primeros Padres estaban ocupados,
antes que pecasen, en meditar y contemplar las cosas divinas, y descuidados de
las humanas. Y aunque andaban desnudos no lo echaban de ver, y podríamos decir
que tenían los ojos cerrados; porque aunque era verdad que los tenían abiertos,
y sana la potencia visiva, pero por la ausencia de la imaginativa estaban como
ciegos, pues no podían obrar con ellos. Y la fruta era de tanta eficacia, que
sacó a la imaginativa de su contemplación y la puso en la vista; lo cual suenan
claramente aquellas palabras que Dios le dijo en acabando de comer: '¿Quién
piensas, oh Adán, que te enseñó que estabas desnudo sino haber comido del árbol
que te prohibí? Lo cual hice (como si dijera) por tu contento y regalo y porque
no te estaba bien saber lo que ahora sabes'.
Dos géneros de sabiduría, si bien me acuerdo, dejamos notados atrás. El
uno pertenece al entendimiento, en el cual se encierran todas aquellas cosas
que el hombre hace con rectitud y simplicidad, sin errores, sin mentiras y sin
engaños. De la cual sabiduría notó Demóstenes a los jueces en una oración que
hizo contra Esquino, pareciéndole que el mayor título que les pudo poner para
captarles la benevolencia fue llamarles rectos y simples. Y así la divina
Escritura, a un hombre tan sabio y virtuoso como Job, lo llamó vir rectus et simplex; porque los doblados y astutos no
son amigos de Dios: vir duplex animo, inconstans est in
omnibus viis suis. Otro género de sabiduría hay en el hombre, que
pertenece a la imaginativa, de quien dijo Platón: scientia
quae et remota a justitia, calliditas potius quam sapientia est appellanda;
como si dijera: 'las cosas que el hombre hace con embustes y engaños, fuera de
lo que dicta la razón y justicia, no es sabiduría, sino astucia'. Como fue
aquella conjugación y discurso que entre sí hizo aquel mayordomo que cuenta san
Lucas diciendo: Homo quidem erat dives qui habebat
villicum; et hic diffamatus est apud illum quasi dissipasset bona ipsius; et
vocavit illum et ait illi: quid hoc audio de te, redde rationem villicationis
tuae, jam enim non poteris villicare. At autem villicus intra se: quid faciam
quia dominus meus aufert a me villicationem? Fodere non valeo, mendicare
erubesco. Scio quid faciam: ut cum ammotus fuero a villicatione recipiant me in
domus suas, etc. Con el cual discurso hizo un hurto tan mañoso, que dice
el Texto: Et laudavit Dominus villicum iniquitatis quia
prudenter fecisset, quia filii hujus saeculi prudentiores filiis lucis in
generatione sua sunt. En las cuales palabras se contienen dos
diferencias de sabiduría y prudencia: la una, dice el Texto, pertenece a los
hijos de la luz, que es con rectitud y simplicidad; y la otra a los hijos de
este siglo, con dobleces y engaños. Y los hijos de la luz saben muy poco en la
prudencia del siglo, y los hijos del siglo menos en la sabiduría de la luz. Estando
Adán en gracia, era hijo de luz y sapientísimo en este primer género de
sabiduría; y, por perfección suya, le hizo Dios ignorante en el segundo, porque
no le convenía. Y el árbol era tan eficaz en dar prudencia de este siglo, que
fue menester prohibirle el uso de su fruta, para que viviese descuidado en las
necesidades del cuerpo (como dijo Nemesio) y cuidadoso en las contemplaciones
del ánima racional.
La dificultad es ahora por qué razón llamaron a este árbol scientiae boni, pues la prudencia y sabiduría que daba
antes era más para mal que para bien. A esto se responde que ambas ciencias son
para bien usando de ellas en su tiempo y lugar; y así las encomendó Jesucristo
a sus discípulos cuando los envió por el mundo a predicar: ecce mitto vos sicut oves in medio luporum: estote ergo
prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae. De la prudencia
se ha de usar para ampararse de los males que les pueden hacer, y no para
ofender con ella. Fuera de esto, los filósofos morales dicen que una mesma cosa
se puede llamar buena o mala de una de tres maneras: o como honesta, o como
útil, o como delectable. Como el hurto que hizo el mayordomo de la historia
pasada, que fue bueno en cuanto útil, pues se quedó con la hacienda de su
señor, y malo en cuanto fue hecho contra justicia, tomando lo suyo a su dueño.
El cubrirse Adán con tanto cuidado y tener más vergüenza de verse desnudo
delante de Dios, que haber quebrantado su mandamiento, me da a entender que la
fruta del árbol vedado le avivó la imaginativa de la manera que hemos dicho, y
ésta le representó los actos y fines de las partes vergonzosas. Pero aunque
esta declaración tiene la apariencia que vemos, la común es quod lignum scientiae boni et mali, non a natura hoc nomen
acceperat, sed ab occasione rei postea secutae. Quod magis probo ».
A LOOR, y gloria de nuestro señor Iesu Christo, y de
su bendicta madre la virgn sancta María, señora y abogada nuestra.
Haze fin el preste Libro, intitulado Examen de ingenios, para las
Sciencias.
Acabosse a veynte y tres Días del
mes de Febrero, Año del nascimiento de no saluador Iesu Cho de Mil
& quinientos, y setenta y cinco años.
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revista
Electroneurobiología
ISSN 0328-0446
[1] 1594: “Necesariamente, allá dentro, en el celebro, ha de
haber órgano para la memoria y órgano para la imaginación. Para el
entendimiento, no hizo naturaleza instrumento, como dijimos poco ha, y aunque
los fantasmas lo han menester, como luego probaremos”.
[2] 1594, desde
"si el entendimiento" hasta fin de párrafo: “En el hombre se consideran dos diferencias de
entendimiento. El uno es la potencia que está en el alma racional, el cual es
incorruptible, como la mesma ánima racional, y su conservación y ser no depende
del cuerpo ni de sus órganos materiales, y de esta potencia corren muy bien los
argumentos que hizo Aristóteles (De anima
III, 429 a 12-18 entre otros lugares). Otro entendimiento llamamos comúnmente
todo aquello que es menester en el celebro humano, para que el hombre pueda
entender como conviene, en la cual significación solemos decir: Pedro tiene
mejor entendimiento que Juan. Lo cual no se puede entender de la potencia que
está en el ánima, porque en todos los hombres es de igual percepción, sino de
otras potencias orgánicas, de quien el entendimiento se aprovecha en sus obras;
de las cuales, unas hace bien y otras mal, no por culpa suya, sino porque las
potencias de las que él se sirve, en unos hombres están bien organizadas y en
otros mal. Lo cual no se puede entender de otra manera, pues vemos por
experiencia que un hombre raciocina mejor que otro, y un mesmo hombre en una
edad discurre bien y en otra mal. Y por razón de las enfermedades que padece el
celebro, dejamos probado atrás, unos hombres pierden el juicio y otros lo
cobran”