Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: ONLINE 1850-1826 - PRINT 0328-0446
Uruguay como problema
¿Cuáles son las
posibilidades de independencia real, si es que existen, de un país como el Uruguay?
y otros trabajos
por
Alberto Methol Ferré
Universidad de Montevideo, y Academia Diplomática de la Cancillería,
República Oriental del Uruguay. Contacto: amethol@gmail.com
Electroneurobiología 2007; 15 (5), pp. 3-104; URL http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm
Copyright © November 2007 Electroneurobiología. Diese Forschungsarbeit ist öffentlich zugänglich. Die treue Reproduktion
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Accepted: November 15, 2007 – Published November 23, 2007
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RESUMEN: Inglaterra
abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata, para desarticular
la Cuenca y evitar su control por ningún centro de poder latinoamericano en el
Hemisferio Sur, capaz de resistir y autodesarrollarse. El Uruguay aseguraba el
desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como reaseguro, las
Malvinas custodiaban discretamente; no olvidemos que es la operación complementaria
que sigue a poco la independencia del Uruguay. Esta fue factible mientras hubo
un excedente suficiente como para conformar o subsidiar a la mayoría, sin
afectar las bases del sistema que determinaba el control de la producción por
la oligarquía terrateniente y comercial, ligada a la exportación. Seguridad
social, salarios, un cierto proteccionismo a la industria liviana incipiente,
educación universal, laica y gratuita, estatismo: así, el Uruguay inauguró el Welfare State en América Latina.
Singular Welfare State sin industria,
con pies de barro, pasto y pezuñas. ¿Ha conocido nuestro
país un ascetismo creador? ¿Tenemos reservas
de ejemplaridad? Pareciera que no. Se ha dicho respecto de nosotros que “en
el principio fueron las vacas”: antes estuvo la abundancia, luego vino el
hombre. Hernandarias fue ya el introductor de nuestra “cibernética natural”, la ganadería, en circunstancias absolutamente excepcionales
en la historia universal. No tengo noticia de vaquería semejante. No obstante
su raiz es una tragedia de vieja data, que se consuma en 1640 con la independencia
portuguesa, cuña perpetua contra España y su formación nacional. La
balcanización comenzó ya en España, y por eso Unamuno podía percibir con
claridad que “las patrias americanas son, en gran medida, convencionales”. Pero
la fisura original Portugal-España no puede conquistarse entre nosotros, como sobrevivencia
malsana y bajo rivalidades nefastas empujadas por extraños: sus exclusivos
beneficiarios. Ya en los preliminares de la primera emancipación, entre 1807 y
1810, hubo una genial visión e intento reparador, el de la princesa Carlota de
Borbón. Hoy nos espera, diríamos, como un “neocarlotismo”
en condiciones históricas más maduras. Pues
así como no hay Europa sin la alianza de Francia y Alemania, tampoco habrá América
Latina sin la alianza profunda de Argentina y Brasil. Nosotros, con los otros países de la Cuenca, seremos su mediación, su
“BeNeLux” a la criolla. Por eso el Uruguay como problema problematiza a
toda la Cuenca del Plata. En efecto, el Estado Tapón era como el arco de bóveda que sostenía los compartimentos estancos
rioplatenses, era la clave de la balcanización, su punto de equilibrio.
Pero si el Estado Tapón se destapa, todo el equilibrio se rompe y todas las
aguas se confunden. Pues el Uruguay es
también el talón de Aquiles de la balcanización en el Hemisferio Sur latinoamericano.
La inserción del Uruguay en la Cuenca, por las buenas o por las malas, por decisión
propia o desorden interno, será el punto de fusión de las historias argentina, paraguaya,
brasileña, boliviana, etc. Será luego el fin de todos los compartimentos
estancos, de los grandes lagos interiores en
un torrente común. Es por el Uruguay donde se destapará la Cuenca, y se convertirán
las historias de todos sus vecinos complicados en una sola historia. Por aquí
comenzará el deshielo de la balcanización latinoamericana. [Article and abstract in Spanish]
Índice
Noticia
editorial
Prólogo por
Arturo Jauretche (1971)
Uruguay como
problema: ¿Cuáles son las posibilidades de independencia real, si es que
existen, de un país como el Uruguay? (1967)
1.
El Uruguay en cuestión
2.
Génesis Internacional de Uruguay
3.
El Uruguay Internacional
4.
La necesidad de trascender al Uruguay
5.
El Nuevo Uruguay Internacional
Otros trabajos
del autor:
1.
La integración de América en el pensamiento de Perón (1996)
Addendum: El Proyecto
ABC. Alocución del Excelentísimo Señor Presidente de la Nación, General de
División Juan Domingo Perón, ante Jefes y oficiales en la Escuela Nacional de
Guerra, Buenos Aires, el 11 de noviembre de 1953.
2.
Mercosur o muerte: nuestras tres ebulliciones totalizadoras (2004)
3.
Alberdi, Perón y la Unidad Sudamericana (2004)
Noticia editorial
Uruguay
como Problema, de
Alberto Methol Ferré, es uno de los libros
que mayor influencia han tenido en el pensamiento político del Río de la
Plata en la segunda mitad del siglo XX. Es también, posiblemente, la más trascendente
y lúcida
reflexión sobre el papel histórico y el destino del Uruguay, ese pequeño país surgido de las intrigas diplomáticas del
primer ministro inglés George Canning y sus
agentes rioplatenses. Publicado en 1967 y agotado tiempo ha, la lectura
actual de esta obra destaca la naturaleza visionaria y profética de muchos de sus planteos, que al momento de ser
escritos resultaban extrañamente apocalípticos.
Alberto
Methol Ferré nació en Montevideo en 1929. Desde su juventud militó en el Partido Nacional o
Partido Blanco del Uruguay y mantuvo estrecho contacto con el último gran caudillo de
ese partido, el doctor Luis Alberto de
Herrera, pero se acercó a las posiciones del peronismo primero, a la
izquierda nacional argentina después.
Vinculado a la mayoría de los pensadores nacionales argentinos, Methol Ferré
mantuvo una amistad muy cercana tanto con Arturo Jauretche como con Jorge Abelardo Ramos, y a través de éste con Jorge Enea
Spilimbergo. En abril de 1955 Methol Ferré
fue uno de los fundadores de
la revista Nexo, y precisamente en el primer número de la citada revista
publicó un artículo sobre El marxismo y Jorge Abelardo Ramos. Methol
Ferré quedó impresionado por un discurso que Juan Domingo Perón pronunciara en
noviembre de 1953 acerca de la política exterior argentina. En ese discurso, el
creador del justicialismo admitía que Argentina no tenía los recursos necesarios
para lograr una total sustitución de importaciones, y proponía la ampliación de
los mercados nacionales uniendo a Argentina con Brasil y Chile. Posteriormente
se produjeron diversos debates, algunos en el mismo gobierno, advirtiéndose entre
los documentos que integraban estos diversas ponencias instiladas, para seducir
al más alto nivel de decisión, por los factores de poder adversos al mismo. Lo
sé porque las leí, así como algunos lúcidos informes que procuraban
contrarrestarlas. Permítaseme un recuerdo personal: contratado en 1962 en el
Ministerio de Hacienda (hoy de Economía, en Plaza de Mayo) y habiendoseme verificado
callado y capaz de escribir los números, se me ungió jefe de una cuadrilla de
peones para limpiar el piso 14. Este pequeño piso olvidado, situado sobre el
lujoso comedor de funcionarios al centro de la terraza, invisible desde la
calle y al que los empleados comunes no podían acceder, tenía un amplio costado
repleto de planillas y formularios, incluyendo los documentos que el ministro y
su equipo trabajaban al momento del golpe militar de 1955, cuando se originaron
los balazos que aún por entonces picaban de viruela los muros externos. En casi
siete años nadie había tocado el apresurado acúmulo y la cuadrilla creyó normal
que, mientras los hacía sudar embolsando y tirando montañas de formularios
burrocráticos y luego les extendía el tiempo de su comisión bien más allá de su
ejecución diligente, el vago de su jefe se la pasara leyendo y seleccionando
carpetas… que no terminaron en la basura. (La técnica, beneficiada luego por el
descubrimiento del fotocopiado en seco, me sirvió veintitrés años después,
cuando un presidente ordenó reconocer toda la deuda externa de la que ya había encontrado un cuarenta
por ciento ficticio la Comisión investigadora especial del
Senado, donde trabajábamos un grupo de amigos). Methol Ferré dice en este libro
que el proceso conjunto de interiorización latinoamericana, con sus exigencias
de industrialización, es el camino fatal del
“interveníos los unos a los otros” que concluya el aislamiento de
nuestros pueblos; aquellas carpetas del piso 14 me permiten agregar que la
técnica clave, lo esencial para viabilizar un plan así, era detectar áreas de
no competencia entre los países relacionados y empezar ante todo a
desarrollarlas, no como intervención, sino como aportes recíprocos que
encuentren o desarrollen su propia demanda. Sólo por esa gradualidad los países
socios nos daríamos el respiro inicial necesario antes de optimizar nuestras
industrias compitiendo entre nos en ese mercado interior ampliado. En
fin, el derrocamiento de Perón dio temporario fin a ese Plan ABC, como
se lo llamaba. Volviendo al hilo: sobre la unidad así proyectada, Roberto Ares
Pons escribió una obra cuyo título era Uruguay: ¿Provincia o nación?
(1961), donde abogaba para que el Uruguay se constituyera en el vínculo entre Argentina
y Brasil. En ese clima, el grupo fundador de la revista Nexo fue
convirtiéndose en un precursor del actual Mercosur mientras, gracias a la relación de Methol Ferré con
los intelectuales argentinos antes nombrados,
el pensamiento de la Izquierda Nacional argentina pudo ser conocido en el Uruguay
e influir sobre algunos dirigentes socialistas de ese país, como fue el caso de Vivian Trías y Carlos Machado. Actualmente
(2007), Alberto "Tucho" Methol Ferré es considerado uno de los
grandes pensadores y propulsores tanto del Mercosur como de la Confederación Sudamericana
de Naciones y sus artículos y conferencias
son seguidos con interés por todo el continente. (MC, Electroneurobiología)
Prólogo
(a la edición de 1971)
Este que usted acaba de abrir es uno de esos
pequeños grandes libros que ocupan poco lugar en la biblioteca y mucho en la
cabeza del lector, como, por ejemplo, La Lucha por el Derecho de
Ihering, que es para mí modelo de los pequeños grandes libros. Creo además que
éste tiene, para la visión geopolítica de la Cuenca del Plata, una importancia
tan grande como aquél la tuvo en la esfera más general de su tema.
La dedicatoria que generosamente me ha hecho
el autor pudiera inhibirme para este prólogo a la edición porteña -que sucede a
las dos montevideanas- pero no pude excusarme por las mismas razones que ella
explica sobre el frustrado propósito de una colaboración sobre la base de
comunes puntos de vista.
Tal vez sea mejor que los dos trabajos, el
mío Política y Ejército de 1957 que reeditaré actualizado próximamente,
hayan salido por separado, pues obvian las inevitables dificultades – por
mayores que sean los acuerdos – que crea el hecho de ser los autores hijos de
las márgenes opuestas del Plata.
Sería ocioso decir que este prólogo tiene
que ser necesariamente corto para estar a tono con el libro prologado: debe ser
breve, y más si no es bueno y no le cabe lo de Gracián.
De entrada nomás, el autor nos pone frente a
la médula del asunto: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el
Atlántico Sur y la incertidumbre de su destino afecta y contamina de modo
inexorable y radical al sistema de relaciones establecido entre Argentina,
Brasil, Paraguay y Bolivia”. Seguidamente afronta las dos caras del
contemporáneo problema oriental: la crisis del Uruguay en sí – diríamos la cara
interna – y lo que el Uruguay significa en la Cuenca del Plata por su
inevitable incidencia en el conjunto geopolítico, es decir, la cara externa. Es
que, como lo dice, “la República del Uruguay es la piedra clave de una bóveda
que articula los cuatro países concurrentes en la cuenca platina”.
Este libro cuida de no adoptar el tono
magistral para exponer un sistema de ideas;
con gran humildad el autor personifica éste, vitalizándolo, en una lograda tentativa
de interpretación del pensamiento de aquel gran caudillo que fue Luis Alberto
de Herrera. Después de leerlo recién
se comprende bien al extraordinario conductor que vivió permanentemente el drama de una situación equìvoca y ambigua,
porque, tal vez único sabedor de la incertidumbre y del riesgo del destino de
su patria, debió actuar siempre como compensador en la balanza de los acontecimientos.
Recién ahora en el Uruguay se toma conciencia – aparentemente como
efecto de la crisis económica – de aquello que angustió al político blanco, que
por encima de todos, blancos y colorados,
tuvo siempre presente las implicancias geopolíticas de la derrota del artiguismo a manos de porteños, brasileños y británicos.
No se limita Methol Ferré a plantear el ineludible
problema geopolítico que la crisis actual del
Uruguay trae a la boca del escenario rioplatense. Analiza también esa crisis en
su aspecto económico y aporta al conocimiento de nuestros problemas comunes,
de argentinos y uruguayos, las más lúcidas interpretaciones que conozco y que
resuelven la aparente contradicción de considerar a nuestros países como subdesarrollados, en cuanto sólo productores de materias
primas, mientras exhiben un desarrollo mucho más amplio que el de los
países del Tercer Mundo y que en ciertos aspectos
les da la apariencia de los países metropolitanos. Se trata de la situación privilegiada de los países ganaderos en las condiciones
del mercado mundial uni-concéntrico y la renta diferencial. La tierra
casi sin aporte de capital ni trabajo humano – por una cibernética natural, imagen que arriesga el autor – producía a costos tan inferiores a los de la
metrópoli mundial que la importación de sus frutos era prácticamente una
subvención al salario, en el momento en que la revolución industrial provocaba
el ascenso del consumo en las masas de una sociedad enriquecida por ésta y por el saqueo de África y Asia. Los costos
eran tan bajos, en relación a los metropolitanos,
que, a pesar del bajo precio y de que el grueso de los márgenes era también absorbido
por el aparato económico financiero del imperio – transportes, seguros, fletes, servicios de deuda – y dilapidado por los terratenientes locales,
quedaba lo suficiente para el desarrollo de las clases medias y un
pequeño proletariado originado en una
industria primaria, que servía a los consumos no importados excepcionalmente, o las necesidades que originó la creación
de la infraestructura económica agropecuaria. También una capacidad fiscal que
permitió al Estado realizar labores correspondientes
a una sociedad moderna en desarrollo.
Cuando esta situación se fue deteriorando, el Uruguay no tuvo, como la
Argentina, la posibilidad de crear, en más amplio y diverso
espacio, actividades compensatorias.
Batlle en cierto modo,
socializó gran parte de la renta diferencial a través del impuesto
y la estatización de empresas. Los terratenientes uruguayos fueron menos ricos que los argentinos, y una numerosa
clase media culturizada fue creciendo a la
sombra de la burocracia y de los institutos de previsión en que se prorratearon
los recursos fiscales obtenidos. El Uruguay se convirtió así en un país
símbolo de la estabilidad que parecía
promovida por la eficacia de las instituciones democráticas. Lo cierto es que
confundían el efecto con la causa.
Señala Methol Ferré cómo la falsa historia
contribuyó a crear la ficción de la “insularidad”
uruguaya que produjo por consecuencia, en el país, una conciencia política eminentemente
abstracta. Fue una historia “de puertas cerradas” que mostraba el país
como creado exclusivamente por “una causalidad interna”, cosa que conocemos perfectamente aquí, pues se llama revisionismo
incluso a la elemental tentativa de vincular los hechos con el movimiento contemporáneo
del resto de la historia del mundo y en particular de nuestra América,
que es lo que no quiere hacer la historia oficial.
A su vez hay otra historia que obedece sólo a pura causalidad externa: esta es una historia, dice el autor, tan de “puertas abiertas” que no deja casa
donde entrar. Esta ha sido preferida por las
izquierdas tradicionales en su importación de esquemas.
Sobre este tema no se
puede ser más acertado que Methol Ferré para caracterizar ambas actitudes y esto me obliga a transcribir los
párrafos en que hace la síntesis: “Nos escindíamos en pueblerinos y
ciudadanos del mundo. Palco avant scene o mecedora en el
patio del fondo. ¿Quién no recuerda sus profesores de historia americana
ignorantes de la universal, y a los de universal, que se salteaban la
americana? Así, de ‘una historia isla’ pasábamos a la evaporación, a las sombras
chinescas de una ‘historia océano’ donde la
historia se juega en cualquier lado menos aquí”.
Pero ¿a qué anticipar lo
que Methol Ferré dice mejor en el increíblemente breve espacio de este libro
fundamental?
Los uruguayos lo han
leído. Léanlo ahora los argentinos.
En Uruguay como Problema verán que el destino nunca se aparta definitivamente del pasado -se contienen recíprocamente- y que hay
leyes inmutables que sólo se pueden contradecir
por breve tiempo.
Ya estamos entrando en
el momento crucial en que el pasado reaparece con sus leyes olvidadas y este
libro lo explica con la angustia de un uruguayo que quiere encontrar
soluciones uruguayas, argentinas y brasileñas para evitar que sean dramáticas o dictadas por otros intrusos.
Aquí podríamos terminar este prólogo ya
demasiado extenso para libro tan breve y sustancioso.
Pero la que se traduce es la segunda edición uruguaya, y ésta agrega a la primera un epílogo [substituído en la presente edición
por sinopsis más recientes. Ed.] donde se comprueba que han desaparecido
las condiciones que permitían circunscribir las soluciones a la Cuenca
del Plata, como creía el autor en la primera.
Todavía cuando ésta, era vigente aquello de Herrera que se cita: “Debemos mantener siempre el punto medio entre Itamaratí y el Palacio San Martín,
pero para ello siempre más cerca del Palacio San Martín”.
Ahí es donde el autor
agrega: “El Uruguay es
estratégicamente mucho más importante para Argentina que para Brasil. Éste
domina con sus inmensas costas y situación, todo el Atlántico Sur. El Uruguay
no le es vital. En tanto que, para Argentina, el
Uruguay es cosa de vida o muerte, pues le controla su arteria de comunicación esencial
con el resto del mundo: el Río de la Plata. El Uruguay está junto al sistema nervioso central de Argentina, el triángulo que
forman Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Desde el Uruguay la vulnerabilidad
argentina es total. Mientras que, por el contrario,
el Uruguay no afecta ningún elemento decisivo del Brasil”.
Agrega así, en el Epílogo, un cambio de
perspectiva, pues estamos en presencia de un
desequilibrio creado por la política brasileña de expansión con apoyo de un respaldo
imperial, EE.UU., que lo hace centro y mano muerta -pero aprovechada- de su acción. El equilibrio de la Cuenca del Plata era
aún posible en la política de Perón - Vargas, o la tentativa retomada con
Frondizi-Quadros.
Estas suponían un desarrollo armónico del
Brasil, atento a su mercado interno y a su
desenvolvimiento económico social. Pero bajo la dictadura militar, Brasil ha
emprendido un desarrollo acelerado y expansionista confiado en el apoyo
exterior para crear una economía de monopolios y concentración de la riqueza
que le permite instrumentarse como potencia con sacrificio de su propio
pueblo. Yo creo que eso es construir
colosos con pies de barro que tampoco sirven para la eventualidad de la guerra moderna. En esta es inútil poseer
costosos arsenales, ya que las armas envejecen aceleradamente, y no define la situación
ni siquiera la provisión de armamentos, en la
emergencia, por el imperio que respalda. (Algo tenemos que aprender del Vietnam,
donde no ha bastado aquel recurso, y el imperio que está detrás ha tenido que “ponerse” con todo, a tal punto que no se sabe
ahora cómo salir).
Ninguna guerra puede hacerse hoy sin contar
con las masas populares y estas son más eficaces
cuanto mayor capacitación tienen. (Aquí una digresión: en otra parte he
señalado la imprescindible necesidad de identificar FF.AA. y pueblo, no desde
el ángulo
político, sino como necesidad militar) y es éste concepto que debe decidir a
las fuerzas armadas para buscar el
retorno de los gobiernos populares, salvando así su propio destino marcial
y no policial; éste las fortifica para adentro en la medida que las debilita para afuera.
El actual desequilibrio
en la Cuenca del Plata, que se irá haciendo más profundo, obliga
a retomar la geopolítica sanmartiniana, en presencia de un hecho indiscutible que se percibe en todo el continente: el conflicto
entre la América lusitana y la hispana que le
ofrece a la Argentina la base vertebral de los procesos andinos.
En esta nueva escala de
valores la Cuenca del Plata no es eje del proceso sino la Cordillera porque el
problema se ubica en la dimensión continental que tiene, y Argentina
se coloca en una posición mucho más fuerte que la que tiene en la Cuenca del Plata. La hegemonía del Brasil sobre
todas sus fronteras es incontrastable y ya no
se trata sólo del Uruguay, porque lo
mismo pasa al Oeste que al Norte. Sólo Argentina puede vertebrar Hispanoamérica, pero si no hay Hispanoamérica sin
Argentina, ya estamos frente al riesgo de que no haya Argentina sin
Hispanoamérica, como consecuencia de haber
opuesto la geopolítica de Rivadavia y de Mitre – atlánticas – a la del Pacífico,
que fue la sanmartiniana y también la bolivariana. (Quiero imaginar que
Argentina y el Uruguay hubieran sido aliados de Solano López, en la Guerra del Paraguay,
en lugar de aliados de los Braganza. Basta pensarlo para percibir la incapacidad criminal de una política que era la
continuidad de la que con Rivadavia le negó auxilios a San Martín para completar su empresa).
Aun ha habido cosas peores, como bajo
Onganía, con el concepto de la guerra ideológica cuando se concibió un
entendimiento brasileño-argentino contra el resto de América latina, operación sólo útil al Brasil porque tendía a destruir
los puntos de apoyo argentinos, en una política de distancia que son
precisamente los de resistencia al imperio
republicano que en la guerra ideológica hacía su propia guerra nacional.
Afortunadamente contra esto se ha reaccionado, en la conducción militar e internacional.
He agregado unas cuantas
consideraciones personales que en mí ha suscitado el libro de Methol
Ferré. Supongo que cada lector hará las suyas y entonces, entre nosotros, argentinos, este libro nos habrá servido,
más que para conocer los problemas del Uruguay, para conocer los propios.
Los verdaderos maestros enseñan así: más que
distribuyendo conocimientos, utilizando estos
para producir reflexiones que se convierten en conocimientos pero no librescos,
sino vitales y adecuados al mundo del que aprende.
Me costaría terminar
este prólogo sin tener un recuerdo emocionado para ese Uruguay
que termina como isla de paz, con aquella satisfecha visión del mundo que se reflejó en la frase: “como el Uruguay no hay”.
He vivido en el país hermano bastante
tiempo, en dos oportunidades, y en dos edades, y exiliado las dos. Después de
1930 y después de 1955. En esta última época tuve que padecer la casi total incomprensión de un pueblo que todavía
no había aprendido la saludable desconfianza con que se deben leer los
periódicos. A pesar de ello la amabilidad, la buena voluntad, y la generalidad de
los orientales superaba ese desencuentro y mucho más a medida que el
Uruguay iba saliendo de la isla estratosférica
que quería ser, cuando la realidad
empezó a reclamar sus derechos ante el agotamiento de la estructura económica que explica el autor de este trabajo.
Aprendí
– lo sabía ya desde el primer exilio –
que al oriental tipo había que encontrarlo un
poco lejos de Montevideo no a causa de Montevideo mismo, sino por su nefasto
papel de diario. Este oriental tipo es un hombre reposado, que habla un
lenguaje perimido entre nosotros y que conserva hábitos y costumbres mucho más
hispánicas que las nuestras. Allí bajo el alero de algunos ranchos he visto
caer las tardes y he tenido una sensación tan
de época, que por momentos me parecía ver desbordando el filo de las cuchillas a la gente de Aparicio, revoleando los
ponchos. Desde allí también los
conocí a los montevideanos y aprendí a ser su amigo -poco precio por la amistad que me dieron- y ya en la intimidad
me volví a encontrar como cuando fui a Montevideo
de criatura, entre los trece y los catorce años. La playa era la de Capurro, ahí sobre el puerto, y nosotros mirábamos
el agua sin animarnos a entrar. Los argentinos,
mejor los porteños, éramos los “barriga agujereada” que nos ahogábamos
inevitablemente. Entonces nosotros les decíamos “carne de paloma”[1] a los orientales, supongo que por alusión a la abundancia de morenos y sus mezclas,
cuando estúpidamente nos jactábamos de
ser el pueblo blanco de la América hispánica. Recuerdo esos dicterios porque
uno se da cuenta cómo todavía éramos una misma familia, pues la agresividad tenía ese carácter entre
agrio y humorístico de las riñas fraternas que
también se exteriorizaba en los
partidos internacionales. Por ahí he recordado que mi padre no decía Salto – hablando de Salto, nuestro pueblo de ese nombre en
la Provincia de Buenos Aires – sin agregar
Argentino. Había que aclarar que no era el Salto Oriental – cosa que no
ocurre ahora – porque era todavía
muy confusa la línea que separaba
una y otra banda; todavía en las guitarras andaba el “heroico Paysandú, yo te saludo... ”. Tal vez el lector encuentre
estos recuerdos del Uruguay un poco extraños
al prólogo y confieso que vacilé en agregarlos. Al fin pudo más mi necesidad de
marcar con una nota la posición afectiva que tengo y que no se resigna a
considerar los términos de un problema
geopolítico con sólo los elementos, un poco sin alma, de esa ciencia.
Arturo
Jauretche
1971
Uruguay como problema
¿Cuáles son las posibilidades de independencia real,
si es que existen, de un país como el Uruguay?
Alberto Methol Ferré
Primera
edición, diciembre de 1967
Diálogo,
Montevideo, República Oriental del Uruguay
Dedicatorias:
A don Arturo Jauretche, maestro y
amigo, con quien hace más de diez años nos propusimos escribir un libro de
geopolítica rioplatense. Los acontecimientos hicieron que no
lo pudiéramos realizar en común. El hizo un adelanto en “Ejército y Política” (Buenos Aires, 1957). Aquí va uno mío.
A Paulo R. Schilling, compañero generoso,
riograndense que mucho nos enseñó de la
patria hermana, el Brasil, y que desde su exilio uruguayo ha ahondado en la
común Patria Grande, América Latina.
Las circunstancias personales simbolizan una
situación histórica de compartimentos estancos
ya insostenible. Estos dos amigos, que no se conocen entre sí, han vivido
el exilio –no el destierro- en nuestra tierra, por las mismas razones
políticas. Este ensayo, “cuestión
fronteriza”, quisiera contribuir a su conocimiento, pues en ello reside la posibilidad de una auténtica política nacional,
rioplatense y latinoamericana.
1. El Uruguay en cuestión
El Uruguay es la llave
de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino
afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones
establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Seguramente, sus repercusiones son aún más lejanas. Por eso,
una reflexión sobre su historia, raíces y prospectiva compromete y está empeñada directamente
con sus vecinos. Tanto para ellos
como para nosotros, una distracción acerca del otro equivale a un olvido de sí mismos. El Uruguay separado de su contexto
renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad
tentadora del solipsismo político.
Que el Uruguay esté en
profunda crisis, y ésta amenace más y más desde larga data, es sorpresa para todos,
incluso, y en primer término, para los uruguayos, aferrados a su incredulidad. La
ejemplaridad acatada del Uruguay, para América Latina y para los uruguayos mismos, era cosa juzgada; se presumía
bien adquirido para siempre. El país se sentía venturosa
y sensata excepción a las “bárbaras” tragedias latinoamericanas. Sin embargo, año a año, desde hace visiblemente
por lo menos una década, la crisis ha avanzado paulatinamente, con algún
reposo aparente, pero retomando fuerza para
nuevos enviones. Una crisis no abrupta, sino lenta y pertinaz como la decrepitud.
Pareciera que el país asistiera apático a su propio desmenuzamiento, como una vieja familia en desgracia, y que se
abandonara inerme al peligro más grande que le
acecha desde los tiempos de la Triple Alianza.
Es como si el sostenido
bienestar uruguayo del siglo XX hubiera abotagado sus reflejos defensivos inmediatos,
de tal modo que lo hiciera incapaz de elaborar todavía respuestas vivaces
ante las nuevas incitaciones, que sólo le son deprimentes. Que se refugiara en
el comentario de su propio malestar,
en el espectáculo de su propio desgaste, en las protestas habituales. Que deseara
utópicas “restauraciones” del tiempo mejor, imaginando que “buenas administraciones” serían suficientes y reparadoras. Que
hombres honestos y frugales, o técnicos competentes ajenos a las transas
de la política de clientelas, alcanzaran para
las enmiendas requeridas. O que mentadas “reformas estructurales”, que
no cuestionan la estructura misma del Uruguay como país, también fueran la salida
posible y eficaz. Toda esta imaginería reaccionaria, aun bajo la máscara de extremismos verbales, afecta aún, de un modo u
otro, a todas las clases sociales uruguayas, cuyas pautas y tonos
comunes son propios de la clase media, moderada y moderadora por excelencia como ya sabía Aristóteles.
Un país detenido es
también la vida atrancada de su población. La ausencia de dinámica y esperanza
colectivas se configura en el desgranamiento de vidas individuales
obturadas, en la pudrición de energías inmóviles o mal aplicadas, sin posibilidades objetivas normales de autorrealización y
servicio. Sociedad sin horizontes abiertos es hombre sin perspectiva. La
emigración o el catre. Son estos tiempos de epidemia psicoanalítica en la sólida
clase media montevideana, angustiada por la angostura de sus proyectos reales
de vida y la acechanza atmosférica, cierta y omnipresente del deterioro
general de sus condiciones de existencia. Por la frustración de la desembocadura paralítica en féretros burocráticos, albergues de una
capacidad ociosa humana tan devastadora como la de nuestras industrias. Una
clase media cebada por la seguridad, que puede pagar aún sus
cuitas en el diván, asistir a polémicas sobre las guerrillas por televisión,
pero no puede asumir en la calle ninguna cura
política. La multitud de los solos carece de tarea común y es un reino
de mezquindades y ensueños. El marasmo político traduce su desasosiego en marasmo
psicológico. Aún las psicologías
crispadas no se han hecho nueva política. Sólo son el acabamiento de la política tradicional.
Sin embargo, el empeoramiento
progresivamente acelerado del país, los rumores de “intervenciones” en ciernes de “gorilas” argentinos y brasileños,
va generando las preguntas más inquietantes.
Si los pueblos satisfechos quedan al margen de la conciencia histórica, la
ruptura de sus gratificaciones y beatitudes les hacen volver a la historia.
Pues la apatía uruguaya no sólo es inercia de buenas costumbres, sino también inconfesable sospecha acerca del destino del
país. El futuro del Uruguay, ¿es realmente posible? Hay apatía porque no
ve salida histórica; se está a “puertas cerradas”.
Delante hay un muro. Es el asomo y recelo de que no hay solución puramente
uruguaya para el Uruguay. ¿Y entonces qué?
Si el presente uruguayo compele a tales
dudas colectivas es porque nos expone obstáculos sobre los que no se tiene
conciencia clara, y esto nos obliga a todos a remontar a los orígenes para
retomar la realidad. Hay momentos en que los países son urgidos a “re-contar” su vida, para hacerse cargo de
ella plenamente o librarse a la deriva. Lo que es el Uruguay, nos lleva
a lo que fue, para elaborar el será. Vamos así a lo esencial.
Los nacimientos, en
todos los planos, deciden. Y bien, a tono con la moda, es forzoso
comenzar por el trauma de nacimiento uruguayo. No hay uruguayo que no sepa, en el fondo del corazón, que el Uruguay nació
a la historia como “Estado Tapón”. Es un
fantasma persistente, no eliminable por las empecinadas acrobacias para censurarlo
de nuestra vieja historiografía. Es el saber de todos más intensamente reprimido, abismado en el inconsciente por ser el más perturbador.
Y esa vulgaridad es la que vulgarmente no se toma en cuenta, como punto de
partida consciente para una verdadera reflexión sobre nosotros mismos. Y
sabemos que intentarlo suscita nuestras más espontáneas e incluso
saludables resistencias. Pretendemos actuar como si no fuera así y nos exponemos
a un contrasentido básico. Y un error u omisión de base corrompe toda conclusión. Por ello, la
crisis no exige comenzar por responder con la
catarsis de la verdad.
¿Qué significa entonces el Uruguay como Estado
Tapón? ¿Qué tapona y para qué? ¿Al variar los
contextos históricos varía su significado? ¿Acaso ha dejado de ser Estado
Tapón? ¿Acaso sus funciones son otras? ¿Qué es entonces para nosotros “política
internacional”? ¿Hasta qué punto nuestra política nacional, interna, se hace también política internacional? O viceversa. Es en
este sentido que entendemos la pregunta primordial sobre el Uruguay en Latinoamérica
y en el mundo. Es, además, la pregunta que condiciona todas las preguntas.
Se trata así
del Uruguay en su actualidad histórica y sus raíces, bajo su aspecto político-económico
más general. Nuestra intención será exhibir los supuestos esenciales, sin derivar en detalles secundarios. El esquema no
será por cierto exhaustivo, pero puede ser un punto de partida para lo
que se quiere: volver a discutir todo lo que nos atañe como uruguayos. Más que respuesta cabal, que sólo podrá darla la
práctica colectiva, debe entenderse lo que sigue como un mayor encuadramiento
del problema. No son solución, pero sí principio de toda solución posible. De
tal modo, no se hará más que comprobar y confirmar el alcance de la pregunta fundamental,
remitiéndonos a su contexto histórico.
Nos interesa pues el Uruguay Internacional,
en su faz interna y externa, y en su dialéctica,
en su compenetración mutua, de tal modo que lo interno se haga un “momento”
de lo externo, y lo externo un momento de lo interno, y así las dos fases del
país rueden, una momento de la otra.
Una última advertencia. Este trabajo fue
presentado en abril de 1967 al Instituto de
Economía como contestación a la pregunta “¿Cuáles son las posibilidades de
independencia real, si es que existen, de un país como el Uruguay?”
Sólo se le han introducido algunos agregados de detalle. Y es muy significativo
que este enfoque se integre en un nuevo
empuje de la preocupación histórica por el Uruguay, que en este año '67 está en pleno reflorecimiento, desde muy
interesantes publicaciones hasta sonados programas televisivos. Ya alrededor
del año '61 se había producido un primer empuje de “revisión” histórica, que
luego pareció languidecer. Y ahora rebrota con nuevos bríos, coincidente así
con los dos momentos de rotación de los dos grandes partidos tradicionales en
el poder, arrollados e impotentes ante la crisis. Incluso podemos señalar un
estudio de Arturo Ardao, publicado en agosto; “La Independencia
del Uruguay como problema”, cuyo título
y contenido son convergentes con el nuestro. Síntoma también de la
hondura de la crisis, cuando se viene a dar
en semejante pregunta por tantos lados.
2. Génesis Internacional de Uruguay
Ante todo, una sinóptica
excursión geopolítica. Los pequeños Estados dependientes carecen de conciencia
geopolítica, salvo condiciones excepcionales. La idea de los
grandes espacios geopolíticos y sus relaciones les es vitalmente ajena, puesto
que están como sumergidos en sí: o integran
de modo relativamente pasivo el espacio de una
gran potencia, o se mantienen libres, oscilantes, neutralizados, garantidos, en
los puntos de fricción en que se contrarrestan
recíprocamente los espacios políticos de las grandes potencias. Estas
son geopolíticas por antonomasia, por ser actores, y tienen extremadamente
afinado su “tacto exterior”. La ciencia geopolítica ha florecido en las grandes potencias. Sus clásicos, el inglés
Mackinder, el yanqui Mahan, el alemán Haussoffer, son expresión de “burguesías
conquistadoras”. Así, no es anormal que
los uruguayos, fruto de una praxis geopolítica extraña, tengamos esto oscurecido, víctimas de un tacto limitado a lo interno.
Y aunque ese tacto interno se distorsione de
continuo por las presiones reales y espejismos exteriores o se trasponga
mecánicamente hacia el extranjero. Sueños exóticos no son política exterior. Es
que recibimos los espacios y su dinámica económica-política, más que los construimos.
Tenemos ojos pero no manos. ¿Cómo saber lo que no hacemos ni podemos hacer? Lógica
es la rareza de un sentido geopolítico uruguayo, y esto no delata más que nuestra casi ausencia de la política internacional.
Se ha dicho que los instrumentos propios de
la política internacional, congruentes con
las incidencias económicas, pueden simbolizarse en dos figuras: el Soldado y el Diplomático. Tenemos los símbolos, pero no
la realidad. Nuestro ejército es más bien un
minúsculo rubro de burócratas y nuestra diplomacia, más bien sociabilidad y turismo
dilatado. Objetivamente, casi no tienen tarea, como en ningún país pequeño. Es que las Grandes Potencias lo son por su
capacidad de “intervenir”, las pequeñas por su grado de no intervenir. Entre los límites
absolutos del puro intervenir y el puro
no intervenir se despliega la realidad viviente, con toda una graduación
de posibilidades y modos. Somos de los que no intervienen, pero en tanto
existimos, algo intervenimos, algo somos intervenidos. Debemos saber entonces,
tal es la pregunta, nuestro modo peculiar
de intervenir y no intervenir. Las condiciones de esa peculiaridad es lo que importa. Y para eso, lo mejor es el repaso
de elementalidades algo descuidadas o
demasiado implícitas.
¿Cuál es nuestra
posición internacional? ¿Cómo se ha definido nuestra situación geopolítica?
Primero esbozaremos apretadamente las coordenadas generales, luego las específicas del Atlántico Sur y la cuenca del
Plata siguiendo el curso histórico.
El sencillo esquema de
Halford Mackinder divide a las tierras de nuestro planeta en dos grandes masas:
la Isla Mundial (Eurasia y África) y la Isla Continental (América).
La Isla Continental está separada por el foso protector de los océanos. Y la historia del hombre le vino pausadamente a través
de milenios desde el Océano Pacífico y Asia, pero se incorpora realmente
a la historia universal desde Europa y el Atlántico,
hace apenas cinco siglos. Las potencias europeas en lucha terminan escindiéndola y unificándola en dos grandes áreas: la anglosajona y la latina.
Nacemos entonces bajo la hegemonía del Imperio Hispánico, el primero en dar la
vuelta al mundo. Pero a Magallanes le siguió el pirata Drake. Y España en su
retroceso histórico hace lugar desde la Independencia al predominio
del Imperio Británico, que a su vez lo va
cediendo al Imperio Yanqui, llegado con el siglo XX y consolidado en la Segunda
Guerra Mundial. Tres Imperios sucesivos signan nuestra historia.
El Imperio Hispánico es
el creador de América Latina, ámbito mestizo en que los occidentales
de la Isla Mundial se mezclan con sus orientales, llamados genéricamente “indios”. América Latina es hija de esa confluencia
de Oriente y Occidente. Pero es el
mundo hispánico el que fija su unidad lingüística, cultural y religiosa de base.
En la Isla Continental se proyecta de modo gigantesco
la gran fractura entre el sur y el norte europeos, contemporánea del
descubrimiento y colonización, la Reforma y Contrarreforma [predominio
platonista y contrapeso aristotélico. Ed.], que aquí se
instalan en espacios separados y se desarrollan sin convivencia mutua. El
Imperio Hispánico tiene sus centros en el Caribe – el Mediterráneo americano – y
en Lima en el Sur. Sólo en la etapa final se extiende realmente en los grandes
espacios de la Cuenca del Río de la Plata. Por otra parte, la guerra incesante entre el poder inglés en ascenso y el español
en declinación tiene hondísima repercusión en la configuración de América
Latina. En efecto, engendra como consecuencia
la frustración de la unidad nacional ibérica, secesionando al Portugal de
España. Y esa unidad nacional frustrada se proyecta a su vez en América
Latina, dividiéndola de Brasil. ¿Pues que es
el portugués sino un gallego separado?[2] De esa lucha con el poder inglés que instrumentalizaba a Portugal
como cuña, surgirá nuestro país. Nacemos de la tensión entre la Colonia del Sacramento
y Montevideo, es decir, España y Portugal (Inglaterra). Venimos ya al mundo
como frontera de conflicto y base de penetración en el Atlántico Sur y el corazón
sudamericano.
El poder hispánico no
tenía su centro en el Atlántico Sur, sino en el Pacífico, proyectándose sobre Asia. Pero las necesidades
defensivas contra el poder anglolusitano le llevan a la creación del Virreinato del Río de la Plata y a la fundación
de Montevideo. “La fundación del virreinato bonaerense
es, principalmente, un capítulo más de la historia
del Pacífico americano… se hizo pensando en convertir al Río de la Plata en el
antemural indispensable para la defensa de la parte Sur del continente, más
rica y más poderosamente organizada: el Alto y bajo Perú y su prolongación meridional,
el reino de Chile”.[3]
Pero pronto el Virreinato adquirió
consistencia e importancia propia, merced a la
ganadería. Los asaltos del poder inglés se concentraban en los dos
extremos estratégicos del Imperio Hispánico, y tuvieron por escenario Jamaica,
Cuba, Panamá, en el mediterráneo
caribeño; así como Buenos Aires, Montevideo y las Malvinas en el Sur, e incluso nexos con los bandeirantes en sus
asaltos contra las Misiones Jesuíticas.
Pero una nueva perspectiva abrió la crisis
general del Imperio Hispánico por la ocupación
napoleónica.
Desde dos siglos antes
de la revolución americana, España iba siendo rebasada inexorablemente por la
historia y pasaba paulatinamente a potencia de segundo orden,
disputada y desangrada por el embate y la alianza alternativas con las dos primeras y firmes naciones europeas modernas,
Inglaterra y Francia. Y cuando la guerra anglo-francesa llega a su
paroxismo, determina la quiebra del decadente sistema español, empantanado en una monarquía semifeudal, a pesar de los
esfuerzos esclarecidos de Carlos III. Primero Trafalgar remata a la flota española
y deja al océano en exclusividad
inglesa, reina de los mares: “Mar libre” y “libertad de comercio” fueron los nombres de la apropiación inglesa del
mar. Luego la ocupación napoleónica en la
península ibérica disgrega al Estado y corta a la economía española de sus
reinos americanos. Así, el único suplente del poder español fue el poder
inglés, que estaba dando el inaudito salto histórico de la Revolución
Industrial y emergía, con una arrolladora
dinámica capitalista, sobre el vasto mundo todavía agrario. América del Sur era
un inmenso mercado vacante, y los ingleses eran los únicos poseedores de los
instrumentos requeridos para dominarlo: la
más poderosa flota y el sistema maquinista de más alta capacidad productiva. Y establecerá vínculos orgánicos con
todos los patriciados latinoamericanos, agroexportadores, extractivos.
Apreciadas desde un ángulo interno, las
guerras de la independencia son, en gran
medida, el levantamiento de las oligarquías locales contra el poder estatal de
la Corona que se sobreponía a ellas y ejercía el poder político sobre
ellas. Las guerras de la independencia son la lucha, primero intestina,
luego separatista, de los patriciados,
de los poderes dominantes en cada región contra la burocracia estatal,
descabezada en su legitimidad por la renuncia
y prisión del Rey. Por eso los terratenientes se apropian de las consignas republicanas de los burgueses europeos, pero su objetivo
era otro. Pues bajo el rostro republicano se consagra a los señores de
la tierra, justamente todo lo contrario a la Revolución Francesa. Las clases
dominantes de cada región asumieron todos
los poderes. No desplazaron a otra clase, sino a una burocracia estatal. La
independencia americana surge del abatimiento del Estado y consolida tal
postración. El Estado se descoyunta en múltiples centros regionales, tantos
como comarcas de ciudades importantes, y en cierto modo se feudaliza, recae en
una dispersión y atomización análogas
–si vale la comparación- a las ciudades griegas o italianas del Renacimiento, pero ahora en un gigantesco,
inhóspito y casi vacío continente. Todos y
cada uno aparte, los patriciados se levantan al grito unánime de “¡Junta queremos!”.
Reclaman la soberanía para sí. Es la “fronda aristocrática”[4]. Y el vasto
Imperio fundador se pulveriza dramáticamente
en una veintena de repúblicas, a pesar de los
esfuerzos nacionales de Bolívar, San Martín y Artigas.
Así anota Perroux: “Si
la política de integración no es deseada por el País Foco, tiene todas las
posibilidades de tropezar con los obstáculos que suscita, abiertamente o no. En
el siglo XIX las repúblicas de América del Sur hicieron propaganda a proyectos
de federación, y tuvieron esos sueños en voz alta, frecuente a la vez en la
tentación del Imperio. Y en el Ideal de asociaciones cooperativas y libres. A
Inglaterra no le gustaban tales designios, aún balbucientes, y lo menos que
puede decirse es que no los estimuló de ninguna manera”. Y completa su pensamiento: “Significativa es la conducta del Reino Unido que,
después de 1815, comprendiendo que los
mercados restringidos de la Europa Continental serán defendidos por un
proteccionismo de economía joven, se vuelve hacia América del Sur para suscitar
corregidos el uno por el otro, el espíritu de independencia nominal, la
división que excluye la acción común y, por otra parte, el deseo de importar a
crédito”.[5]
Ya sabemos el destino deparado a los intentos
proteccionistas de Artigas y Solano López, también como Morelos y Bolívar, habían enfrentado la cuestión agraria,
lo que había dado a sus movimientos un
contenido más profundamente social. Pero no se pudo romper la trenza entre los
patriciados y el imperialismo inglés. Lo que siguió fue la trágica e inestable historia de las repúblicas
latinoamericanas en el siglo XIX y hasta muy entrado nuestro tiempo, que
podría reducirse en su dinámica interna a la noria de la repetición del ciclo
“oligarquía-anarquía-tiranía”, que es específica, según peculiaridades propias, de los mundos agrarios y dependientes.
La balcanización quedó perfecta cuando las
semicolonias proveedoras de materia prima
se revistieron del ropaje constitucional de “naciones”, lo que era caricatura.
En efecto, las “naciones” europeas, triunfo y
desarrollo de las burguesías sobre el particularismo feudal, eran exactamente
lo contrario a las repúblicas de oligarquías terratenientes. No fuimos países deformados por el monocultivo, sino creados
por el monocultivo, en función exterior y sin constituir el mercado interno
propio para su desarrollo. Y así se configuró la alienación propia a las semicolonias
latinoamericanas, la mistificación
de creerse “naciones” cuando no son más que las esquirlas de una gran frustración nacional.
¿Y qué pasó con
nosotros? El Virreinato del río de la Plata, luego Provincias Unidas, también
saltó a pedazos, por obra conjunta de la oligarquía porteña y los ingleses. El gran caudillo de la cuenca del Plata y Protector
de los Pueblos Libres, José Artigas,
terminaba derrotado por las tenazas inglesas desde Río y Buenos Aires, y tras el breve período de la cisplatina y la reincorporación
de la Banda Oriental a las Provincias Unidas en 1825, se declara en 1828
la independencia del Estado Oriental del
Uruguay. La historia fronteriza que teníamos se definía. Habíamos sido Banda Oriental
y Provincia cisplatina, dos posibilidades que nos eran esenciales desde el origen, que estaban ya en pugna constituyente de la
Colonia del Sacramento y Montevideo. Pero, como apunta Alberdi, no había dos
posibles, sino tres. Uno era Argentina, otro Brasil. ¿Y el tercero? Dejémosle
a Alberdi la palabra: “Pero una tercera entidad más importante que los dos
beligerantes se interpuso en la lucha y reclamó
Montevideo como necesario también a la integridad de sus dominios. Esa entidad
era la civilización. Ella también tuvo necesidad de que Montevideo fuera libre
e independiente para campear en sus nobles dominios, que se extienden en todo
el fondo de América. Habló naturalmente por
sus órganos naturales, la Inglaterra y Francia”.[6]
No olvidemos que en el siglo pasado la
“civilización” era el nombre del imperialismo. El Uruguay no es hijo de la
frontera, sino del mar, y el mar era inglés. Este necesitaba una ciudad “hanseática”: “Montevideo y su territorio”. La parte
que nos correspondía jugar en el drama estaba cumplida e inscripta en el
contexto general de los acontecimientos hispanoamericanos.
Así, tras la promoción y el reconocimiento de la veintena de repúblicas
americanas nacientes, Lord Canning, genial artífice, escribía: “Los hechos
están ejecutados, la cuña está impelida. Hispanoamérica es libre y, si nosotros
sentamos rectamente nuestros negocios, ella será inglesa”.[7]
Y tal enfoque debe complementarse con su reverso, la visión de los
patriciados expuesta por Sarmiento que decía entusiasta: “La América está en
vísperas de alzarse en medio del globo, como el rico almacén en que todas las
naciones industriales, vendrán a proveerse de cuantas materias primas necesitan
sus fábricas”.[8]
Llegamos así al Uruguay Internacional. El
ciclo correspondiente a la tercera etapa, la del Imperio Yanqui, irá en la
última parte. Allí nos detendremos con mayor atención en el Hemisferio Sur y la
Cuenca del Plata.
3. El Uruguay Internacional
La firme estabilización del Uruguay desde el
último tercio del siglo XIX, a partir de la
dictadura de Latorre, se asentó en su radical y armoniosa incorporación a la economía
mundial “uniconcéntrica”, cuyo núcleo era Inglaterra. Esa economía mundial
específicamente inglesa estaba en su apogeo finisecular, a pesar del
crecimiento industrial europeo continental,
que le era sin embargo dependiente y sujeto en última instancia a sus
reglas de juego. En la era victoriana y la “belle epoque” se condensa el Uruguay.
Argentina, Brasil,
Uruguay, etc., no entrecruzan ya sus políticas extravertidas hacia Europa bajo la dirección de la City y la atracción
de París. Consumada la balcanización hispanoamericana, la paz reina. En consecuencia,
las tensiones rioplatenses y latinoamericanas ya no tienen sentido. Todos son
vecinos de espaldas, hermanos extraños, que se “desarrollan” hacia fuera.
Divididos y enajenados, la Pax Britannica imperaba y era la libra esterlina o su apéndice el franco, la
moneda corriente. Ya el Barón de Río
Branco podía fijar, generoso y acaparador, fronteras definitivas. De esta manera, nuestra política internacional se hizo
superflua, pasatiempo suntuoso de doméstico bien rentado, pues la órbita estaba fijada. Así será claramente hasta
la Segunda Guerra Mundial.
El Uruguay pasó entonces
de los “tiempos revueltos” que corren desde Artigas hasta la Triple Alianza, al Uruguay llamado “ile hereuse”
["isla feliz"] por algún visitante socarrón. De una continua “internacionalización” a una
“nación”. O mejor, a una semicolonia privilegiada
que se sintió nación, pues formó una verdadera comunidad. El Uruguay dejó de ser problema y se sintió definitivo,
con conciencia complacida. Es en la órbita
inglesa que se levanta la Suiza de América, cosa que evoca no sólo sus
instituciones democráticas, sino
también su insularidad, su marginalidad a la historia de su contorno (Suiza es
tan neutral que ni siquiera está en la UN). Sobre el Estado básico construido
bajo Latorre, Batlle será el gran reformista que adaptará su ordenación para
hacerle lugar a la inmigración, a las clases medias urbanas en ascenso, siempre dentro de la estructura agroexportadora
fundamental, aunque con un cierto impulso a
la industria liviana, para sustitución de importaciones, favorecida por la crisis
bélica del capitalismo en 1914.
Política internacional
uruguaya la habrá cuando la potencia dominante entre en conflicto
profundo con otras grandes potencias. Esos intersticios conflictuales darán pie a nuestra política internacional. Por ejemplo,
Batlle y Brum serán “panamericanistas”, cuando los Estados Unidos empiezan
a amenazar y aún desplazar la hegemonía inglesa en América Latina, aunque remotamente
en el Río de la Plata. No olvidemos que
todavía en 1943 Churchill en sus instrucciones a Halifax para sus negociaciones con Estados Unidos le ordenaba: “Ceda
en todo sobre América del Sur, menos en los países productores de carnes
vacunas y ovinas”. Por otra parte, Terra
y Herrera usufructuarán la emergencia alemana luego de la Gran Depresión para levantar
la represa del Río Negro y liberarnos del carbón inglés. El Rincón del Bonete fue como un pequeño
Assuan uruguayo, que permitió la energía para sostener el primer salto industrial importante del país de mediados
de la década del ’30 y su eclosión en la Segunda Guerra Mundial.
La Pax Britannica nos dispensó de
política internacional, protegidos internacionalmente por la lógica de su
orden. Sólo cuando se tambalea el poderío inglés irrumpen otros protagonistas, y lentamente la
política internacional retoma sus fueros uruguayos. Desde principios de siglo
el Poder Norteamericano desaloja al Poder Inglés en el área del mar mediterráneo del Caribe. Pero desde la primera
guerra mundial las inversiones y empréstitos yanquis se extienden incontenibles
por toda América Latina. Inglaterra sigue aferrada al Río de la Plata.
Así es como Argentina y Uruguay se
hacen portaestandartes de la Doctrina de la No Intervención, barrera de
salvaguardia contra la penetración del “coloso del Norte” y sus intervenciones.
De tal modo, en la No Intervención
coinciden los intereses nacionales latinoamericanos y los ingleses, ambos a la defensiva. También en la década
precedente a la Segunda Guerra Mundial, con
la liberal y multilateral Inglaterra refugiada en su sistema de preferencias imperiales,
se despliega un nuevo y fuerte antagonismo de las políticas económicas alemana y norteamericana. Entonces, señala Andreas
Predhol: “Alemania concertó una serie de tratados comerciales con
países sudamericanos en que aparecían todas las ventajas que ofrece el
intercambio bilateral (ejemplo típico lo ofrece aquí la producción brasilera de algodón). Por otra parte, la
subvaloración de los productos industriales alemanes llevó a una oferta
considerablemente más favorable que la de los competidores inglés y
norteamericano. Es característico para la problemática del bilateralismo que el
auge coyuntural de 1936 trajo ya algunos retrocesos; el bilateralismo es, manifiestamente,
un producto de la indigencia, igual al sistema preferencial inglés y justamente
para los países más débiles pierde fuerza atractiva tan pronto como se ofrezcan
posibilidades multilaterales”.[9]
Luego la Segunda Guerra Mundial
deja postrada a Europa y el escenario lo ocupa un solo protagonista: Estados Unidos. En Uruguay el tránsito definitivo
acaece bajo el golpe de Baldomir en 1942 y el
gobierno de Amézaga. Entretanto, la historia ha hecho también otros caminos, la
conciencia de los pueblos agroexportadores y dependientes se ha
agudizado y se pro-pone la liberación nacional y la
industrialización. Emerge como de tinieblas un Tercer Mundo, donde se suponía un inframundo. En este conjunto
de nuevas condiciones, incluido en otros sistemas de poder ¿conserva el Uruguay
su vieja funcionalidad inglesa? ¿En qué sentido se ha modificado? ¿Qué nos depara?
Antes, y para mejor responder a esas
preguntas, que nos son de vida o muerte, nos
permitiremos ahondar la cuestión del Uruguay Internacional para ajustarnos de
cerca de nuestra especificidad, y lo haremos a través del más avezado sabedor
de la original situación geopolítica uruguaya de este último medio
siglo, que es el Dr. Luis Alberto de
Herrera. Así como Batlle ha forjado decisivamente la conciencia “interna” del país, podemos afirmar que Herrera ha
sido su conciencia “externa”. Veamos cuáles
son sus premisas y razones históricas, en contraste con las coordenadas
habituales del Uruguay moderno, que pasamos a describir someramente.
Decíamos que la insularidad uruguaya en la
órbita inglesa nos había exonerado de una real política internacional. A este cimiento,
cabe agregar dos factores coadyuvantes
en la formación de la mentalidad vigente:
1)
El aluvión inmigratorio,
que desborda al viejo país criollo desde la época de Latorre hasta
la Gran Depresión, carecía como es obvio de conciencia histórica nacional. La
masa de inmigrantes y sus hijos difícilmente podían tener memoria verdadera de
los tiempos revueltos del Uruguay, de cuando su existencia misma estaba en
juego. Venían justamente porque
estaban ya revueltos y con sus evocaciones europeas. Sus abuelos estaban allá y no acá.
2)
La dependencia del
Uruguay afianzado no era por cierto gravosa para sus habitantes. Todo lo
contrario: se desarrolló un status democrático y liberal, ejemplo y envidia del
resto de América Latina, a la que miramos con petulancia. El sistema
agroexportador generaba una amplia renta diferencial que satisfacía las
reclamaciones populares casi sin luchas, y por ende, no hubo ninguna reacción
antibritánica. Más aún, nadie más admirado que el distante, flemático, elegante
administrador inglés. Para abundar, un recuerdo de mi infancia: durante la
Segunda Guerra Mundial, el poeta gauchesco Fernán Silva Valdez declamó
estrofas frente a una multitud pletórica en el Estado Centenario, que creo
decían: “Inglés, músculo de acero /
Inglés, palabra cumplida / El que te mojó la oreja / no sabe donde puso el
dedo”. Y hasta numerosa gente
añoraba que las invasiones inglesas de 1806 no hubieran tenido éxito, pues suponían estaríamos mejor. Remanencias
del largo embobamiento, secular en los latinoamericanos, respecto a la
ejemplaridad anglosajona. Aquí nunca hubo
antiimperialistas ingleses notorios. Batlle los hostigó en su lucha contra el “empresismo”,
pero nadie podía llegar a mayores. Siempre tuvimos amplia noticia de las inversiones y tropelías norteamericanas en
América Latina, casi nunca de las inglesas en el Río de la Plata. El país no
necesitaba saberlas, y hasta le convenía no saberlas. Eran un mal menor en el
mayor bien.
La órbita inglesa, la bonanza y la inmigración
confluyeron en un apagamiento de la conciencia
histórica del país. Montevideo, sobre el río ancho como mar, abierto a todas
las incitaciones europeas, característicamente consumidor y espectador, tuvo una
conciencia política eminentemente abstracta. La conciencia histórica osciló entre dos polos extremos e incomunicados: por un
lado se produjo una historiografía nacional
puramente “nativista”, recluida exclusivamente en el Uruguay. Parecía como si
el Uruguay se hubiera “autodesarrollado”,
y que las tramas de la historia mundial y americana sólo habían sido “ocasión”
para todo lo que ya era autodesarrollo preestablecido
hacia lo mejor, el presente. Nos enseñaron una historia de “puertas cerradas”, desgranada en anécdotas y biografías, o de
bases filosóficas ingenuas, y nos mostraron
la abstracción de un país casi totalmente creado por su pura “causalidad interna”. A esta tesis tan estrecha –tesis motora,
más inconsciente que lúcida- se le contrapuso
su antítesis, seguramente tan perniciosa. Y esta es la pretensión de subsumir y
disolver al Uruguay en pura “causalidad externa”, en una historia presuntamente
mundial a secas. Una historia tan de puertas abiertas que no deja casa
donde entrar. A la verdad, esta última
actitud no escribe historia uruguaya, que le aburre; y prefiere vagabundear y
solazarse en la contemplación a veces bulliciosa de la historia mundial. Nos
escindíamos en pueblerinos o ciudadanos del mundo. Palco “avant scene” o mecedora
en el patio del fondo, primor de archivos cotidianos. ¿Quién no recuerda a
sus profesores de historia americana ignorantes de la universal, y a los de
universal que se salteaban la americana? Iban por cuerda separada. Así de una
“historia-isla”, pasábamos a la evaporación, a las sombras chinescas, de una
“historia-océano” (por lo general escritas
desde el punto de vista francés), donde la historia se juega en cualquier
lado menos aquí y aquí lo de cualquier lado. Esta actividad lujosa, si hoy canaliza disponibles jóvenes iracundos, ayer permitía
a nuestra diplomacia pagarse de las palabras, proyectándose para dictar
cátedra mundial sobre los derechos humanos y arbitrajes,
etc. El realismo de los mirones era hacerse intensos “voyeurs”. Bueno es que
un pequeño país luche por el derecho contra la fuerza, puesto que es su fuerza,
pero la confianza balsámica y pedante de las
Declaraciones en el mundo tenso de los poderes internacionales – que por otro
lado se escamoteaba – no dejaba de ser deprimente y trivial. A Dios gracias, y a los malos tiempos,
nuestros picos de oro han declinado para siempre. Todo esto no era más que los modos de ahistoricidad de nuestra
conciencia histórica. Quizá sólo los
grandes males y sufrimientos promuevan la historia, pues la satisfacción
la exila o la hace preocupación engolada.
Interioridad pura o
exterioridad pura, dos falacias que confraternizan. El idealismo,
con que la conciencia uruguaya juzgó y, desde su plataforma confortable, tomó
partido en los grandes conflictos mundiales y americanos, no dejó de ser una
mimesis compensatoria y meramente representativa. ¿Quiérese mayor lujo que
extrapolarse en la historia de otros? Era una manera de renunciar a hacer
historia, quizás porque no se necesitara, y bastara la que había. Por otra
parte, ese idealismo externo en su versión de izquierda dimitirá frente a
nuestra historia de “puertas cerradas”, conservadora. Incapaz de criticarla,
porque no le interesaba vitalmente, terminaba en los hechos por aceptarla en bloque. Era la única que conocía, y como su
reflexión no mordía directamente la realidad uruguaya, la abandonaba intacta
dispersándose en inmediatismos o lejanías. ¡No puede darse inconformismo
más conformista! De ahí, por ejemplo la esterilidad del marxismo uruguayo para
decir nada sobre el país, salvo el caso
reciente de Trías. Así, el idealismo jurídico o romántico, de derecha o de izquierda,
son los modos uruguayos de suplir la ausencia de política internacional real, y
por ello su signo es la gratuidad. Tal ha sido en grandes líneas la mentalidad
del período que consideramos, y a cuyo cierre
recién estamos asistiendo. El rasgo común de “nativistas” y “oceánicos”
es que el Uruguay mismo no era problema. Sobre este fondo puede perfilarse la
conciencia del uruguayo más plenamente conocedor de la “política internacional” que correspondía al país y sus
razones. Un político uruguayo con la rareza de ser visceralmente geopolítico.
Seguramente, porque aún era tan “oriental” como “uruguayo”.
El supuesto de la
política y políticos uruguayos ha sido pues que el Uruguay mismo
no era problema, que como tal era definitivamente incuestionable en su ser
mismo. Hubo una excepción, la de Herrera; y de ahí la incomprensión mayoritaria
hacia su conducta política, en especial en los momentos críticos de la Segunda
Guerra Mundial, lo que daba lugar a las más
peregrinas e ígnaras interpretaciones de su comportamiento. Pues la
esencia política de Herrera fue partir siempre desde el Uruguay como problema. Había entonces un desnivel entre él y los demás
políticos. Por un lado, para Herrera lo radical y lo inolvidable era que
el Uruguay mismo era una gran interrogante, una fragilidad histórica, una
opción a renovar día a día, a mantener y
salvaguardar por encima de todo. Herrera vivió al Uruguay como un país “con
una gran interrogante clavada en la frente”.[10]
Por otro lado, en cambio, Batlle,
Ramírez, Manini, Frugoni, Regules, etc., se movían con los problemas del Uruguay, pero el Uruguay mismo era absolutamente obvio; no era cuestión en sí, ni
precariedad, sino permanencia supuesta para siempre, como el aire que respiramos.
Para Herrera la preocupación era desde la existencia del Uruguay; los
otros pugnaban por distintos atributos del Uruguay, sujeto intangible. Y
por lógica propensión espontánea, se pensaba a Herrera en términos exclusivos
de adjudicarle sólo intención de atributos,
ocultándoseles lo esencial. ¿Por qué era así? Porque la singularidad de
Herrera entre sus contemporáneos residía en ser ante todo hijo de la incertidumbre
del siglo XIX uruguayo y sus tiempos revueltos, perdidos y esfumados en la
lontananza. Soterrados en el inconcuso contento insular del país. Herrera fue,
en genealogía y profundidad, “el último patricio” oriental.
Los hombres sólo se
vuelven a la historia, en su auténtico valor, más allá de su presente,
cuando una gran inquietud los acucia y necesitan entender y medir mejor su actualidad, escudriñar los signos del futuro. En
ese sentido, es totalmente fuera de lo común el hecho que un caudillo
popular y jefe de partido, de épocas más bien consistentes, se haya desvelado,
trascendiendo sus imperiosos trajines cotidianos, por una permanente investigación
histórica. Y que sus centros de atención fueran tan elocuentes: la Misión Ponsomby
y la Paz de 1828, la Guerra Grande, y la Triple Alianza; es decir, las tres
instancias en que el Uruguay es casi literalmente “tierra de nadie” y todo está
signado por la inseguridad del destino. Cuando lo esencial es el Uruguay como problema. Claro que esta obra intelectual
poco o ningún eco pudo tener, por su propia índole, en el ámbito
universitario, fiel reflejo de la mentalidad antes descripta. Y sólo ahora los
uruguayos empiezan a descubrirlo, a sorprenderse que “haya escrito libros” – tan silvestre le creían muchos – y que se les confirme que Herrera ha sido uno de los padres del revisionismo histórico
rioplatense. Allá por 1912, en la plenitud creadora del remanso, Herrera
escribía su primer libro exótico; “El Uruguay Internacional”, y su
primer capítulo titulado “El Deber
Previsor” nos expone la
raíz de su intención y su contraste con la actitud dominante:
“Cuando
se estudia la historia del Uruguay y se adquiere noción exacta de sus incidencias
azarosas, ocurre pensar que para sus hijos no debe ser extraño el escozor de las cavilaciones que siempre escoltan a los
que mucho han padecido. Creyérase que el espectro de viejas amarguras y
de sus humillaciones exteriores, su corolario, tan cercano todo esto está, debiera
ser constante estímulo a la meditación severa…
Pueblos
de raíz firme y soberanías respetadas por el huracán no desdeñan la actitud
defensiva, ni descuidan el verbo secular, ni permiten a sus ciudadanos
apoltronarse en el desconcierto idealista. En vano buscaríamos entre nosotros
confirmación de tan elemental equilibrio público. Por abandono, o en la
persuasión de que los extremos adversos no se repetirán, el ánimo no sacude
modorras frente a las perplejidades que ahí
están y que debieran agitarlo. Nos limitamos a señalar una penosa
omisión cuya responsabilidad alcanza a todos. Se trata de un fenómeno visible,
variado en sus aspectos.
No
será uno de los menores el concepto ingenuo, tan generalizado, sobre nuestra
independencia, supuesta unas veces a cubierto de todo riesgo y amparada, otras,
por benevolencia, ya de sí mortificantes,
obsequio pródigo de extrañas cancillerías. No; es un error, es calamitoso error entender que los pueblos, y mucho
más los pueblos pequeños, deben confiar el cuidado de sus intereses
supremos a voluntades oficiosas, o admitir que la ausencia de un apremiante
peligro autoriza negligencias.
En
vez de hacer clínica propia, de estudiar nuestro organismo, sus méritos y deficiencias;
en vez de unificar convicciones, procurando darnos derrotero personalísimo, hemos preferido dedicar espacio a vaguedades
históricas y sociales, apasionándonos más el conflicto de las ambiciones
imperialistas en escenarios exóticos que ejemplos similares desarrollados en la
vecindad.
A cada instante nuestro
espíritu ofrece testimonio pronunciado de ese desequilibrio, acentuado por una
cultura académica demasiado extendida y borrosa en sus contornos. Poco o nada sabemos,
metódico, de lo que ocurre a un tiro de cañón de nuestras divisorias. Cada uno de nosotros sólo cuenta en la materia con
la información escolar, un tanto averiada por el tiempo y nunca especializada.
Atención diluida que se aplica por igual al estudio de nuestra geografía. Con
probabilidad nuestros niños ubican mejor a Hong Kong o Port Arthur que a Córdoba,
San Pablo o Curupaity. Pero no se reduce al orden tangible nuestro escaso
conocimiento fronterizo. En concepto histórico y filosófico las lagunas son
mayores.
En
resumen, cabe asegurar que nos conocemos menos de lo que deberíamos conocernos.
Pasado el tiempo de transición, modelado el cuerpo del país, definida nuestra
idiosincrasia, bien cuajada la independencia – antes anhelo – se impone comprender las obligaciones que a todos
crea la nueva etapa”.[11]
Hemos hecho tan extensa
citación para no dejar en el aire nuestra aseveración respecto
a Herrera y justificar haberlo tomado como hilo conductor, pues no es aún
posible presumir este conocimiento.
Vayamos al grano. ¿Cómo
precisar la concepción internacional de Herrera? Es obvio que tal
concepto no es un invento propio, sino que tiene continuidad con lo más medular de lo pensado respecto al país. Nada mejor
entonces que acudir a las citas preciosas de Andrés Lamas, extraordinario
personaje de nuestro siglo XIX, que Herrera efectúa en su última obra, escrita
al filo de sus ochenta años (Antes
y Después de la Triple Alianza, 1951).
Allí se resume magistralmente el concepto rector.
Se trata de notas de Andrés Lamas, agente confidencial ante Buenos Aires,
intercambiadas con el canciller porteño Elizalde, a consecuencia de la invasión
de Venancio Flores en abril de 1863. Tan importantes y significativas son que
la cancillería uruguaya las aprobó como “doctrina política nacional”.
Transcribimos lo más esencial:
“Somos
solidarios y, como ya he tenido ocasión de decirlo, debemos considerarnos
perpetuamente aliados para la defensa de los grandes intereses americanos que nos son comunes en el Río de la Plata. En
lo demás, en todo lo que se refiere a cada una de estas nacionalidades, cada uno en su casa.
Este es el pensamiento oriental en su
más genuina expresión”.
“A
la consideración de esa base, ambas (Argentina y Brasil) ligaron no sólo su honor,
sino también los más serios intereses de esta parte del continente americano, porque esa base es la paz continental.
Inútil decir que esa base no existirá realmente sino por la independencia real
y absoluta de la República Oriental del Uruguay. De ahí fluye, lógicamente, la necesidad en que se encuentra la
República de reaccionar contra cualquier influencia
de sus limítrofes que pueda alterar la base de su ser político.
Si la República no
reaccionara contra cualquier tentativa de desmedro ella sería infiel
a su rol internacional, comprometiendo su ser político, provocando la lucha de influencia entre sus limítrofes: ella se
condenaría a la ruina, siendo eternamente el teatro
de esa lucha, que siempre será funesta, bajo cualquiera forma que revistiese.
La
conmixtión de los partidos locales es evidentemente contraria a nuestro rol internacional…
Y esto es tan cierto que, sin temor a error, en el día que esa idea –la idea utopística de la República del Plata-
descendiese al campo de la política práctica y oficial, podríamos abrir
las nuevas páginas de nuestros comunes anales por esta frase de una gran publicista: ‘Ce n’est pas la solution qui
approche, c’est le chaos qui commence’”.[12] Es
la hora feliz de la misión Lamas, exclama Herrera.
Las ideas son diáfanas:
1° Solidaridad de los
países de la Cuenca del Plata ante el exterior;
2° Cada uno, bien
circunscripto, en su casa, sin ninguna clase de mixturaciones recíprocas;
3° Ese equilibrio de hermanos separados
tenía su eje, el Uruguay, cuyo destino predeterminado
era entonces la perfecta neutralidad;
4° De romperse el equilibrio, la víctima
predilecta y fatal sería el Uruguay, que a su
vez pone en riesgo a todo el conjunto, la “paz continental”.
Herrera abrevia así
nuestra esencia política: “Ni con Brasil, ni con la Argentina, dice
la divisa de nuestro localismo; pero completándolo procede a agregar: ni contra
uno ni contra otro”.[13]
Su corolario fundamental se compendia en el único principio básico de nuestra política internacional: la No
Intervención.
Desde el punto de vista uruguayo, la No
Intervención es mucho más que una doctrina
entre otras, o más justa que otras, sobre los derechos de los pueblos a su autodeterminación.
Es la razón de existencia del país mismo. En efecto, Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la
Plata, para desarticular la Cuenca y evitar su control por ningún centro
de poder latinoamericano en el Hemisferio Sur,
capaz de resistir y autodesarrollarse. El Uruguay aseguraba el
desmembramiento de la zona óptima de
América del Sur. Como reaseguro, las Malvinas custodiaban discretamente. No olvidemos que es la operación
complementaria que sigue a poco la independencia del Uruguay.
Por tanto, la condición de existencia del
país era no intervenir, no comprometerse
jamás con sus vecinos. Diríamos que el Uruguay es fruto de una intervención para la no intervención. Fuimos
intervenidos, para no intervenir. Es el
otro rostro del destierro de Artigas. Más que exilio de Artigas, hubo exilio
americano del Uruguay. Tal el sentido de la
Paz de 1828, origen del país. De ahí el mote de todos conocido: Estado tapón, “algodón
entre dos cristales”.
No fue fácil erradicar al país de sus lazos
naturales con la Cuenca del Plata. Hubo una
gran tensión entre el “Territorio” y Montevideo, porque el territorio (económico social) debía arrancarse a sus conexiones con la
Mesopotamia argentina y el río Grande brasileño. Costó el trágico período que
va de la Guerra Grande a la Triple Alianza. Así, antes nació el Estado
que la Nación. Todavía Berro clamaba por “nacionalizar el destino” e insistía en la neutralización garantida internacionalmente
del Uruguay. Sólo cuando, a partir de Latorre, nuestra patria adquiere
verdadera consistencia, se sale de lo “innominado” y se va asumiendo en
la práctica el nombre propio de Uruguay
a secas. (El nombre oficial del país, más que nombre propio, fuera la delimitación de la ubicación geográfica de un régimen).
El Uruguay real estaba allí. Si Oribe hizo el intento imposible de
construir el “Estado Oriental”, luego Latorre será el fundador del “Estado Uruguayo” y Batlle su perfección. El
Uruguay se había vuelto un hecho incontrovertible.
Pero todo hecho demanda justificación. Aceptar el hecho es aceptar de algún
modo su justificación. Y ésta lo lleva a Herrera hasta sus últimas y lógicas
consecuencias: desde el elogio entusiasta a la misión Ponsomby, hasta entregar
el retrato del Lord al Ministerio de Relaciones Exteriores, para que presida
premonitorio el despacho de nuestros ministros. Cierto, era todavía el tiempo
del esplendor inglés y uruguayo, en vísperas de la Gran Depresión.
Los conceptos de Lamas son reforzados por
Herrera. A la luz de la experiencia histórica,
del ciclo dramático de las guerras civiles y las intervenciones extranjeras,
Herrera comprende que a la política de No Intervención debe corresponder
necesariamente, en el aspecto puramente interno, la paz civil. “La Concordia, piedra angular”.[14] La pericia histórica le
dice, y esto es visible y obsesivo en toda su obra, que un desgarramiento profundo de la sociedad uruguaya, una
situación real de guerra civil, conduce
inexorablemente a la intervención extranjera. Guerra civil e intervención
extranjera nos irán parejas. La posición del Uruguay es de tal importancia estratégica, que los uruguayos sólo podrán tener
el destino en sus propias manos, aún relativamente, en tanto no se precipiten en guerra
civil, cualquiera sea su índole. Pues entonces
sobre el Uruguay podrá resolver cualquiera, menos los uruguayos mismos. Por eso llama a la concordia nacional: piedra angular,
prerrequisito indispensable para la ejecución internación de la No
Intervención. En la concordia, libres; en la guerra interna, esclavos del extranjero.
Desde esta visión del
país, la conducta de Herrera se esclarece. Siempre fiel al “deber previsor”;
probo al “cada uno en su casa”; leal al “rol internacional” que nos había tocado
en suerte, porque era lealtad con su país mismo. Y la concordia no se consigue
meramente en la repetición de la concordia, sino a través de las rupturas. Es un modo de tratar y conducir los conflictos, una
tarea delicada y expuesta. Herrera fue un realista, con agudo sentido de las
proporciones uruguayas y sus límites, un conservador y reformista pragmático,
canalizando conflictos o suscitándolos, para conducirlos a desembocaduras
tranquilas. Veamos algunos aspectos de su comportamiento concreto, pues arrojarán mayor carnadura a los conceptos.
Decíamos que la política
internacional como actividad vital para el país, recién aparece con el avance de Estados Unidos y el forzado repliegue
inglés. Defender la No Intervención a favor de los otros países latinoamericanos era de suyo
una actividad de defensa del país. El
combate culminante, su hora más gloriosa, fue, como se sabe, en ocasión de la Segunda
Guerra Mundial. Su lucha por la neutralidad y contra la instalación de bases militares norteamericanas en el país. Decía
entonces gráficamente: “Es como dejar poner un perro de policía en la puerta
de una casa de apartamentos”. La casa de apartamentos era la Cuenca del
Plata. Además, las bases apuntaban directamente contra la Argentina, que también
mantenía una posición neutralista. Neutrales sí; base de coerción contra
un país hermano, jamás; ese fue el enfoque. Luego sigue bajo el gobierno de Amézaga el escandaloso y cipayo
lanzamiento de la “Doctrina de la Intervención Multilateral” por nuestra
cancillería, apoyada por todos los partidos, incluso la llamada izquierda,
salvo Herrera (y Carlos Quijano con “Marcha”). Es el antecedente directo
del actual proyecto de la Fuerza de Paz Interamericana. No sólo estaba también orientada contra la resistencia
argentina, y el surgimiento del peronismo, sino que se convertía en
fachada para liquidar lateralmente el principio de No Intervención. Vale la pena acotar, puesto que en aquella época se
dijo que el Uruguay tendría la función
de un “Gibraltar americano”, que no es así, a pesar del peso que en algunos momentos tuvieron sectores irresponsables.
Toda la acción de Herrera fue evitar que lo fuera. Zona neutralizada sí; base
de operaciones, nunca.
La No Intervención, única protección de un
pequeño país, es actividad “negativa” como
política internacional, pues la actividad positiva – no otra cosa que “intervenciones” – por lo común está reservada a las grandes potencias. Esa
negatividad de la No Intervención, que
radica en el principio positivo de la autodeterminación de los pueblos, es nuestra actividad positiva internacional,
su basamento. ¿Podemos pretender otra
eficacia? La ofensiva corresponde a los grandes, los chicos se defienden
siempre. Y cuando aparentan atacar, o son los
cuzcos ladradores del grande, o se defienden desesperadamente. De ahí
que Uruguay tenga redoblado interés en el principio que le es consustancial de No Intervención.
Pero la política de
equilibrio que es esencialmente la No Intervención, no sólo requiere
actividad “externa”, sino también “interna”. La política interna juega un rol preparatorio, va predisponiendo la política
externa. Es por tanto necesario que la opinión del país no se enajene en una
sola dirección respecto a asuntos internacionales o internos ajenos, y esto mucho más premiosamente en relación a
los vecinos pues el poder de las propagandas
corresponde a las grandes potencias. Nada peor que dejar “embalar” a la opinión del país por esas alucinaciones, que no se
ajustan estrictamente a los intereses propios. Que las sardinas no se ilusionen
por apuntalar al tiburón. Y bien, esa
indispensable matización, ese juego de contrapesos, de contracara interna, es función tan importante y delicada como la
cancillería.
Herrera tuvo el más profundo sentido de esa “función
compensatoria” interna, de esa
“cancillería por dentro” cuyo objetivo externo era siempre mantener el
equilibrio, no romper lazos
totalmente, no cerrarle puertas al país, restablecer en caso de desnivel. Ajustarse siempre a la regla de oro de
nuestras debidas proporciones.[15] Lograr una resultante resguardadora para el país, siempre
equilibradora en la Cuenca del Plata y cautelosa en lo demás, conjurando los
cielos encapotados antes de su explosión.
Así, Herrera tuvo perpetuamente esa política preventiva de lo exterior en lo
interior. ¿Cuando un pequeño país no previene, qué
puede sucederle? Las Grandes Potencias tienen
grandes y pequeños errores, las pequeñas sólo grandes errores. Para un pequeño país cualquier concesión, cualquier
ruptura, es siempre demasiado. Ceder, romper, es siempre riesgo de muerte, pues
hay poco que retroceder y energías limitadas. ¡Y los pequeños viven sólo de
manejar su capacidad de concesión y de su distancia de lo irreparable! Cuanto
más débil, más atenta a minuciosidades, desconfiada de grandilocuencias
equívocas, más tenaz y de “flexibilidad intransigente” debe ser la política
internacional. Toda política ajena o gratuita, que no surja imperiosamente
desde nuestra situación, es sospechosa y peligrosa. Así, el país debe apegarse obstinadamente a sus solos intereses
concretos. “No intervenir por cuenta de otros”, era expresión común de Herrera.
Daremos tres ejemplos, incluyendo algún
aspecto anecdótico, para que se perciba de
modo viviente la acción de Herrera como “función compensatoria”.
En la época de Perón [como en la de Rosas. Ed.]
la situación fue tensa, la opinión pública uruguaya fue presa de un antiperonismo instrumentado que deterioraba
día a día las relaciones con Argentina. Herrera fue entonces el rostro
“peronizante” del país, y ejerció un poder inhibitorio de las reacciones
argentinas, dejando caminos expeditos a la normalización. Incluso a raíz
del fallecimiento de Eva Duarte concurrió, espectacularmente, a su sepelio. No podía dejar afianzar la animadversión
en la mayoría del pueblo argentino. Esa función compensatoria fue mucho más
importante que las simpatías de Herrera hacia el movimiento nacional argentino.
Cuando Estados Unidos requería la “presencia
simbólica” de países sudamericanos en
la Guerra de Corea, Herrera fue terminante. Los uruguayos sólo morían en su
tierra y los “norcoreanos eran los
artiguistas de Asia”. No pueden suponerse inclinaciones comunistas en Herrera, que era, en todo el rigor del concepto, un
nacionalista conservador. Es siempre la misma función compensatoria, que se
gradúa según la intensidad del reto. En esa ocasión, el presidente Luis
Batlle tiene una entrevista con Herrera
para expresarle sus temores a que el país no pudiera soportar sin perjuicios insubsanables la presión norteamericana. Y
finaliza por interpelarle: “¿Doctor Herrera, Ud. en mi lugar qué haría?” La respuesta fue inmediata: “Lo que Ud.… pero Ud. en mi lugar tendría
que hacer lo que yo. Cumpla entonces con su papel, que yo cumplo con el mío”. Y
sólo se despacharon algunos medicamentos para Corea. Entre las dos ruedas, se salió del paso.
Siendo canciller Fructuoso Pittaluga se
preparaba una conferencia panamericana, y el
Ministro tuvo la idea de llevar en la delegación un herrerista para darle mayor
representatividad nacional. Visitó a Herrera y le expuso su propósito. Herrera
agradeció la atención, pero respondió:
“No es conveniente para el país ir todos. Nos ataríamos las manos. Una fuerte oposición ayuda a negociar
y preserva de concesiones gravosas. Podrá Ud. decir ¡no puedo, allí está
Herrera con medio país en contra! Confío en su patriotismo, pero le advierto
que ‘El Debate’ lo atacará duramente desde
ya. Buena suerte”.
Todo está dicho para dejar en limpio la
dinámica interior del equilibrio internacional, fijar el sentido geopolítico de
nuestras posiciones, y los trabajos de balanceo que implican. Todo es saber verdaderamente qué se quiere, y cuales
son los medios adecuados para conseguirlo. Quien quiere el fin, quiere los
medios y no se entretiene con pompas
de jabón. Herrera era, por encima de todo, un patriota de la “patria chica”; y su finalidad preservarla, de acuerdo al único medio posible: no ser
infiel a su razón histórica de ser, ni perder el sentido primordial de
las raíces hispanoamericanas. En estos
últimos decenios, Herrera fue el gran conservador, el conciente guardador de la existencia del Uruguay. Esto lo puso en palpable
contradicción con la mentalidad vigente,
ideologizante e idealista del común ilustrado uruguayo, en especial si era universitario.
No vivía distraído de la historia del país, sabía cuáles eran sus permanencias,
sus intereses constantes, sus probabilidades.
Así, se hizo deber mantener contra viento y
marea su lazo de amistad perpetua con el Paraguay y sus gobiernos, cualquiera estos fuesen, pues ello respondía a la directriz
del equilibrio platense. Su apoyo a Stroessner no fue ni por ser dictador, ni
por ser “colorado” (del partido afiliado a Solano López) puesto que
Herrera fue hecho general paraguayo bajo gobiernos “liberales”, y en la Guerra
del Chaco estuvo con Estigarribia. En suma, para emplear una oposición cómoda y usada (aunque personalmente
no la comparto) podría calificarse a
Herrera de “maquiavelista”, “realpolitik”, pragmático, en contraste con
los “idealistas” (no digo principistas,
porque principios tienen ambos, aunque de índole diversa). Pero un
maquiavelista a los ojos uruguayos habituales corría el peligro de ser ininteligible – y por ende calumniado.
Poca mella le hacía al “deber previsor”. Al punto que podemos afirmar: la
resultante objetiva de la política exterior de las últimas décadas, en
lo que era posible al país, la acuñó siempre Herrera. Bastaba que hubiera un maquiavelista
que supiera realizar la “función compensatoria” para que la resultante no fuera nunca idealista.
Herrera fue
insobornable “príncipe” criollo y mañero, cuyo objetivo principal era el amparo de la existencia del Uruguay.
Y llegamos aquí al nudo crucial de nuestra
cuestión. Sabida es la escrupulosidad de Herrera
respecto a las fronteras. Hizo nombrar Ministro de Relaciones Exteriores en 1959 a Martínez Montero, por su versación en el Río Uruguay y el Río de la
Plata. Intuía con desasosiego los nuevos problemas. Ese rebrote de su
preocupación por las divisorias, donde
aparentemente estaban en juego pocas cosas, daba la impresión de una actitud cerril y anacrónica. Más aún, y a esto
está ligado, fue notoria la inquina de Herrera hacia el proyecto de la
represa hidroeléctrica del Salto Grande. Era la rendija donde veía el augurio de nuevos tiempos revueltos. En la ya citada
obra, “El Uruguay Internacional”, advertía del “peligro
sordo, pero muy verdadero, de las afinidades excesivas con los vecinos”. Poco
antes, comentaba: “Vinculados por cuenta propia al pensamiento
europeo, a veces con exceso, para nada intervienen los fronterizos en la
elaboración de nuestras ideas y gustos sociales. Jamás podría decirse que en el
orden intelectual nos contagia la tendencia argentina y la tendencia brasileña.
Quizá sea uno de los aspectos más halagüeños y sorprendentes de nuestra
situación internacional”16.
Es la plena vigencia de los conceptos de
Andrés Lamas: cada uno en su casa, condición de existencia uruguaya.
¿Acaso el tremendo período de las guerras civiles y “anarquías fronterizas” no
obligan a “sacar moraleja”?[16]
Herrera insiste: “La influencia
histórica del Uruguay rebasa las propias fronteras dilatándose, por centenares
de leguas, tanto en concepto civil como en sentido militar” [17],
por eso los tiempos revueltos tienen profunda
raíz: “Causas en mucha parte
orgánicas trajeron aquellas tinieblas, que piden tolerancia y cuya apreciación filosófica
nos apartaría del asunto. Pero conviene indicar la razón madre de los pasados infortunios: la ingerencia de los
limítrofes en la vida nacional y la alianza de nuestros partidos con esos
limítrofes”.[18]
¿El Salto Grande no pone solapadamente, otra
vez, las viejas pendientes, reestablece conexiones estructurales? ¿Reabrimos la
cuestión? El “deber previsor” mira lejos.
“La vida nacional no
depende de los fronterizos. Cuando se toma, sobre el mapa, una impresión de
conjunto, parece increíble, dado el volumen de los limítrofes, que hayamos podido sustraernos a su atracción; que no
seamos un apéndice simple, sin escriturar de sus patrimonios. La sospecha
de que ocurriera así no sólo cupo en el criterio extraño. También nuestros
estadistas, palpando dificultades agobiadoras de la empresa, sufrieron muchas
veces, el asalto de grandes congojas íntimas. ¿Perduraría la obra?"[19]
Para hacerla perdurar, Herrera jamás olvidó esa
congoja y se hizo su servidor.
¿Cómo no intranquilizarse, por la puesta en
marcha de dependencia orgánicas con los
vecinos en elementos vitales para la economía del país, con “soberanía compartida”? ¿Qué nos traerán esos polvos?
Pero en eso estamos y
necesariamente. Es la nueva e inevitable encrucijada del país.
Pareciera que en su literalidad, el acontecer histórico va haciendo imposible
la política de Herrera, que ha sido la del
Uruguay en que nos hemos formado. Es ese Uruguay, tal como ha sido, el
que no puede seguir – aunque muchos
se ilusionen de lo contrario al precio de no sopesar verdaderamente
el cambio de nuestra situación histórica y sus inéditas necesidades. En
lo que me es personal, mucho he aprendido de Herrera,
pero sé que ha llegado el momento de la despedida. Pero ¡cuidado! Es en la despedida que la historia debe ser más
maestra que nunca. Cuando resuena la vieja
advertencia de Lamas y de Herrera: “Ce n’est pas la solution qui
approche, c’est le chaos qui commence”. Los
hechos obligan a dejar el orden del que Herrera fue celoso custodio, para pasar
a la aventura. Pero toda aventura es en pos de un orden. Bueno es
entonces saber la lógica del orden que termina, para no tentar la aventura a ciegas y saber la medida exacta de lo que
está en juego, de nuestra responsabilidad y
sus dificultades. ¿Qué es lo vivo y lo muerto de la herencia recibida? ¿Por qué
razones?
4. La necesidad de trascender al Uruguay
Así retomamos el hilo y
nos preguntamos, ¿puede el Uruguay prescindir de obras como la del Salto
Grande? Pero esto no es más que la formulación particular de la cuestión más
general: ¿puede el Uruguay actual desarrollarse solo? ¿Puede el Uruguay
industrializarse con sus solas fuerzas? ¿Somos un país viable, con futuro
propio, tal como hemos sido?
Nuestra viabilidad
estuvo en vilo durante los tiempos revueltos. Luego la preocupación
cesó, en la armonía de la economía “uniconcéntrica” de la protectora Albión. Comenzaron
las resquebrajaduras. Heredero se hizo el vigilante de las condiciones de viabilidad que efectivamente se realizaban.
Pero ahora, casi de sopetón, la preocupación
vuelve. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué?
Aparte del hecho, de por
sí sintomático, que desde los ámbitos universitarios se pregunte: “¿Cuáles
son las posibilidades de independencia real, si es que existen, de un país
como el Uruguay?”, cosa que hubiera sido
sentido como blasfemia ridícula pocos años atrás, es más, que ni siquiera
se hubiera planteado, hay como dos símbolos extremos de esa congoja de lo que
el tiempo y el viento no se ha llevado. Nos referimos a Ángel Floro Costa y
Carlos Quijano, las dos puntas que se atan nuevamente.
En tiempos de Latorre,
Ángel Floro Costa escribe su celebre “Nirvana”. El Nirvana mentaba ese ser imposible del Uruguay
independiente. Ángel Floro Costa se
afiliaba a la dirección unitaria y colorada cuyo adalid era Juan Carlos Gómez,
que aspiraba a la reunificación del Uruguay con la Argentina. Y profetizaba
angustiado que el Uruguay solitario se precipitaba en la
insignificancia histórica, marginal para siempre,
condenado a vegetar tristemente o a la absorción paulatina por el Brasil: el destino
a solas nos deparaba la pobre inmovilidad del no-ser, el Nirvana. En realidad, Costa sentía el “Nirvana” de su propia
línea histórica, el acabamiento de una de nuestras posibilidades fundamentales,
que era ser Banda Oriental. Pues lo que resultó, a partir de ese momento, contemporáneo de Latorre, fue lo
contrario: la próspera consolidación del
Uruguay: el temido experimento venía a ser un éxito durable. El Uruguay
imposible resultó posible. Y fue una posibilidad realizada, a satisfacción de los uruguayos. Le sucedió el ser uruguayo,
repleto, y no nada.
Pero ahora pareciera que la historia se
repite, al cabo. El Uruguay actual se siente
obturado, cavila por la persistencia de su posibilidad. La historia latinoamericana,
concorde a los tumbos, se interioriza, deja las vías paralelas de la
extraversión. Un nuevo Imperio vigila los movimientos – y
nuevos acontecimientos cambian las condiciones generales. Así, recientemente Carlos Quijano volvía a
preguntarse inquieto por la viabilidad
del Uruguay. Era una respuesta que venía postergando desde 1952, desde un
artículo titulado “El cuarto de los
juguetes”, si la retentiva no me
es infiel. Ahora nos lo dice tajante: “El Uruguay no tiene posibilidades de un
desarrollo autónomo y cuanto hemos intentado –sobre todo en los últimos
años- a veces con heroísmo, otras con
sagacidad y cuanto intentemos, tiene el signo de la precariedad, y está condenado a la frustración. Es endeble e incompleto”.
Allí están a la vista, signo
de los nuevos caminos históricos, ALALC, el Mercado Común, CEPAL, CELAM, las guerrillas, la FIP, la revolución de
liberación nacional latinoamericana tanteando
en ciernes, la industria pesada, etc. ¿Qué hacer? ¿Qué políticas de recambio?
Quijano termina como Floro Costa,
agobiado por el Nirvana, aunque a veces le ponga el nombre consolador de Revolución. Tan visceralmente arraigado está en el Uruguay
que acaba, que el uso de la Revolución como mito, le permite desde esa altura
abstracta encubrir su crítica, hecha verdaderamente desde el mismo
Uruguay solitario que afirma no puede continuar, de todo aquello que se mueva
en el sentido de romper el status vigente. Quijano expresa hoy, como nadie, ese
Nirvana que amenaza al Uruguay, tardía
resurrección de Ángel Floro Costa al revés. El uno sufría por la Banda
Oriental, y su espejo invertido el Uruguay.
El otro padece la contradicción, por el Uruguay a secas.
¿Perduraría la obra? El
añejo recelo vuelve a nosotros imperioso, con su cortejo de dudas, deseos, añoranzas,
tensiones, problemas, acertijos. ¿Cuál es el estado actual de la obra? ¿Cuál su configuración y leyes básicas?
¿Qué necesita para seguir? ¿En qué sentido es modificable, o transmutable?
¿Bastan reajustes? ¿Qué lo provisorio? ¿Las traídas y llevadas “reformas de
estructuras” tocan realmente la estructura? ¿Atienden y parten auténticamente desde nuestra “crisis sustancial”? ¿No
quedan, en su formulación misma, en los mismos trillos con otros afeites? ¿Cómo
acotar racionalmente el campo de los posibles,
que se nos abre preñado de incertidumbre, pero que no es indefinido? ¿Hacia
dónde y cómo reorientar la acción? ¿Cuáles las metas? ¿Es sólo producir más?
¿Tan fácil acaba el cuento? ¿Cómo apoyar nuestra acción en la realidad? ¿Qué augurios
se extraen de ella? ¿Qué fuerzas contamos para formular una estrategia y
sus tácticas? ¿Qué valores? ¿A que nos exponemos? Ha pasado ya la hora oportuna de los Casandras, y estamos en el
baile. ¡No más literatura del “pozo”, que las
catreras se rompen! La sutil, pegadiza y cansina atmósfera del nihilismo
uruguayo (de raíces tan hondas) debe ser aventada, pues lo será de todos modos.
El desván de los desvanecidos ya no
sirve más, queda como “sillón vienés”, diríamos usando un raro cuento de un amigo.
Por supuesto, no nos
explayaremos. Más bien, como advertíamos en nuestro propósito, estamos
removiendo y haciendo más específica la pregunta primordial. Y la prosecución
nos hace detener un poco en el Uruguay que ha sido y que hoy se nos vuelve
epiléptico. No insistiremos demasiado, puesto que no se trata de llover sobre mojado por economistas, siendo uno mero aficionado.
Pero quizá nuestros ojos afectos a totalidades
y conexiones puedan servir.
Pido acepten mis excusas
por volver con el inglés: vaya en descargo lo poco que se le ha tomado en
cuenta visiblemente. Mucho es lo escrito acerca de las relaciones del imperialismo
inglés y la Argentina. Es lógico, un caso notoriamente más grande que el diminuto
Uruguay. Eso ha hecho que se nos omitiera, para nuestro alivio y santa ignorancia, en las referencias de innumerables textos al
respecto, desde Lenin a Crouzet. Tampoco aquí fue viviente, como en la Argentina,
un fuerte movimiento crítico al Poder Inglés. Entonces teníamos cumplida
noticia de los Borges pero nunca de los Scalabrini Ortiz, salvo alguna necrológica vergonzante. De tal modo, impalpablemente, parecía que nosotros estábamos fuera de la
Troya. Que lo del “Sexto Dominio Británico” sólo atañía a los argentinos pero
nos excluía a nosotros, fruto exquisito. Allá, los turbios manejos de
los frigoríficos extranjeros llevaron en tiempo de la investigación de Lisandro de la Torre hasta al asesinato
de un senador en pleno recinto parlamentario. Aquí, salvo las fricciones de la
creación saludable del Frigorífico Nacional, sólo se realiza una investigación
parlamentaria… cuando los frigoríficos extranjeros habían decidido
retirarse. Pues aquí, investigamos todo menos lo esencial. Esto nos permite anotar una observación lateral. A partir del hecho
que los modos de operar del United Fruits en Guatemala nos son de lejos
más familiares que – para poner una
ocurrencia de inmensa importancia, pues controla nuestro mercado cerealero y
oleaginoso, etc. – los de Bunge y
Born en nuestro país, se hace imprescindible que los “diagnósticos económicos” no se
eleven a modelos demasiado abstractos, pues es sobradamente quedarse a
ciegas para una operatividad política y económica. Si investigación económica y
social hay que hacer, la Universidad debe esclarecer racionalmente el mapa y la
incidencia concreta de los trusts, oligopolios, carteles, firmas que son decisivas en el país. ¿Cómo,
cuál y quién es nuestra “elite del poder”?
¿Cuál sus mecanismos? Esas son las densas nubes que importa despejar, más que perderse
en fraseologías, como es costumbre; en los extremos de “cientificidad”
abstracta o heroicidades que son cobardías. Hasta los profesores e investigadores
norteamericanos han escamoteado menos la estructura
de su país que los nuestros. Lo decimos, porque una política nacional empieza
por un saber verdadero.
Sigamos con el inglés
y nosotros. Dentro del mercado mundial “uniconcéntrico” las zonas ganaderas constituyen un sector
privilegiado. Su destino ha sido distinto al clásico de las explotaciones
coloniales. Australia, Nueva Zelandia, Argentina, Uruguay se erigen como testigos de un aparente
mentís a la idea de un imperialismo industrial
expoliador. Son zonas agropecuarias en que el progreso ha sido
indudable. Allí se ha generado sin cesar una inmensa
acumulación de riquezas, cuyo ejemplo más chirriante era la opulenta oligarquía
porteña. La nuestra, más pequeña y provinciana, fue más sobria y
decorosa. La razón de éxito es sencilla: por su propia índole la explotación ganadera – provista de campos fecundos
y baratos, exigiendo la inversión mínima posible de trabajo social, y hasta de
inteligencia social – engendraba zafra a zafra más alta producción
de excedentes, con una demanda europea creciente por el bienestar y el ascenso de
nivel de vida, en que confluían la industrialización, el saqueo colonial
y el poder de los sindicatos. No soy experto económico, pero desde hace años he insistido en el rol absolutamente
decisivo de nuestra renta diferencial agraria. No se trató de arrancar una “plus valía” al trabajo, de acuerdo a la
técnica de una sociedad dada, sino de
apropiarse del “factor espontaneidad” (la naturaleza, la Phỷsis:
fisiocracia). Se ha sostenido que somos hijos de un gigantesco
rendimiento del trabajo rural. Pero lo cierto es que el rendimiento estaba más
del lado de la naturaleza que del hombre, al
que le bastaban habilidades primitivas. Por eso también decía, con cierto
humor, que para nosotros servía más el modelo de Quesnay, de los fisiócratas, que el de Keynes, ¡manes del desarrollo
desigual y sus relaciones recíprocas! La ganadería fue en el Río de la Plata
una especie extraordinaria de “automación
biológica”, una maravillosa “cibernética
natural”. Por eso con las necesidades en alza del mercado consumidor
europeo y el transporte a vapor y frigorífico, Argentina y Uruguay se beneficiaron de una enorme “renta
diferencial” a su favor. El Río de la Plata generó así, sin mayor esfuerzo ni sacrificio social, la más alta renta
agraria. Esto le permitió disponer,
sin necesidad de una revolución industrial propia, de un enorme sistema de servicios y un
nivel de vida que sólo aparecía posible en los grandes centros industriales. Incluso una facilidad relativa en la acumulación
de capital para industrias livianas, que permitieron una simultánea
“justicia social”, hecho aparentemente insólito, pero que permitió la constitución de cierto mercado interno para
esas mismas industrias.[20] Esta muy notoria singularidad rioplatense: una sociedad fundamentalmente
agropecuaria, exportadora de materia prima, con consumos y hábitos de sociedad
industrial. Su “subdesarrollo” no impedía adquirir un nivel “desarrollado”.
Así, las excelentes oportunidades que brindaba a las
actividades “terciarias”, a los agricultores, a la industria liviana, atrajo lo
principal y más numeroso del crecimiento vegetativo y la marea inmigratoria.
En tal contexto nació el Uruguay Batllista.
La propaganda electoral de 1910 es significativa. Un mural escrito por el poeta
y bohemio, anarco-batllista, Laso de la Vega,
es como el compendio de la situación. Empieza dirigiéndose contra los “1.000
vacunos” (los terratenientes) que
“poseen las 2/3 partes de las tierras del país” y tienen a sus trabajadores, escasos, en condiciones “inferiores
a los novillos que mandan a los Frigoríficos”. Subraya con énfasis
que “en los últimos 10 años la tierra y la hacienda ha triplicado su
valor”, sin beneficio para el pueblo, y
termina exhortando “Proletarios, hombres libres de la ciudad…
meditad.”[21]
Y esto determina la
peculiaridad de sus luchas políticas. Es en el Uruguay (Batlle) y en la
Argentina (Yrigoyen) que las clases medias obtendrán la primera victoria
histórica de América Latina, durante la segunda
década del siglo XX.
Ya en esa época, víspera, curso y
postrimerías de la Primera Guerra Mundial, emergen los dos primeros focos dinámicos e irradiantes de la historia
latinoamericana contemporánea. Aparecen en los dos extremos del continente:
Méjico y el “Cono Sur” (Argentina,
Uruguay y Chile con Alesandri y en circunstancias distintas). En Méjico la emergencia de las clases medias se
complica inmediatamente con una revolución
agraria. En el Cono Sur, la política es, en “estado puro”, propia sólo de la
pequeña burguesía. Es en esas zonas –sin protagonismo campesino alguno-
donde las clases medias irrumpen en
escena y determinan profundos cambios ante la consternación de los viejos próceres patricios. Al
antiguo reinado del liberalismo oligárquico le sucede un liberalismo popular, con gesticulación socialista, un radicalismo
que guarda ciertas analogías fraternas con su tocayo francés. Con Batlle
e Yrigoyen se trataba de la democratización
de la renta diferencial. No se intentaba un cambio de estructura, sino de una mejor distribución de la renta
agraria. Había que hacer al pueblo partícipe
de ella.
Es en un marco de exuberante renta agraria
que ascienden las clases medias rioplatenses. Son las primeras en obtener en
América Latina el sufragio universal y en acceder a la participación del poder
no por la violencia, sino por pacíficas vías electorales. Toda la cuestión se centraba – como aún entre nosotros – en la distribución democrática de la
renta agraria. Había un excedente suficiente como para conformar o subsidiar a
la mayoría, sin afectar las bases del sistema que determinaba el control de la
producción por la oligarquía terrateniente y comercial, ligada a la
exportación. Medidas de seguridad social, salarios, un cierto proteccionismo a
la industria liviana incipiente,
educación universal, laica y gratuita, estatismo. Así, el Uruguay inauguró el “Welfare State” en América Latina.
Singular Welfare State sin industria, con pies de barro, pasto y pezuñas.
Queríamos subrayar esto, pues es el sostén
insostenible de nuestra actualidad, y en este fenómeno no han hecho hincapié los estudios
del CIDE ni de Faroppa, que lo dan nebulosamente
supuesto. La paradoja rioplatense, de nivel de vida desarrollado y estructura
económica subdesarrollada, sobrevivirá varias décadas. Más aún: las condiciones de subdesarrollo, de primacía de la
“espontaneidad” por sobre el trabajo social invertido, son las que dan razón
del “desarrollo”. De un desarrollo de consumos, que iba a liquidar una espontaneidad
estancada. La cuestión de superar y trascender
la renta agraria realmente, de pasar a objetivos de industrialización plena (incluso
agropecuaria) es aquí reciente. En la Argentina se plantea con virulencia a
partir del golpe militar nacionalista de 1943 y del coronel Perón. Pero allí
emergen dos nuevos protagonistas en escena: la burguesía industrial y el
proletariado, potente, organizado, moderno. Aquí el Uruguay, limitado por la
estrechez asfixiante de su mercado interno,
no puede emprender por sí mismo una industrialización de largo aliento y su
enorme superestructura “terciaria” asiste, hoy, impotente, al desfonde del
excedente agrario. “Estamos
devorándonos las entrañas” clama
el presidente Gestido, y se limita la dieta para poder exportar. La conformidad
uruguaya de ayer es su parálisis de
hoy, aunque crece el miedo del país por sí mismo y la agitación cunde. Se verà, dentro de poco, a estas clases
medias abocadas a una inédita aventura latinoamericana: no descender su nivel
de vida. He aquí un problema sin igual en América Latina. El drama es el descenso, no el ascenso.
En la facilidad de la renta agraria reside
el origen de todo un estilo de nuestra problemática social, económica, política
y cultural. La índole específica de nuestra renta diferencial permitió una campaña despoblada y la más intensa
urbanización de América Latina. Pero
a su vez, esa urbanización subsidiada por la renta diferencial no revirtió acumulativamente sobre la
estructura general del país con ímpetu modernizador, sino que se enquistó en sí
misma, resultando en su conjunto una política económica de despilfarro de esa renta diferencial. El sector terciario de la
economía uruguaya consumía su parte de renta diferencial, sin dinámica
esencial de efectuar o echar las bases, no ya
de una reproducción ampliada, sino
ni siquiera de una reproducción simple. La lucha por su cuota-parte de renta diferencial se tradujo en la lucha
exclusiva alrededor de la moneda, los
cambios y las revaluaciones, las especulaciones, los salarios. Cada grupo de presión quiere su denario de la renta
diferencial. Y nada más. Tal el sentido de nuestras luchas políticas y
gremiales hasta hoy. Tal el esquema fundamental de nuestra situación. La renta
diferencial fue el paraíso de la paz uruguaya y el desfonde de la renta diferencial será el infierno tan temido.
La renta diferencial fue la concordia de más de medio siglo, su desaparición
será la guerra social ya en ciernes para los años venideros. La incontenible
espiral inflacionaria es su prolegómeno, fruto de la guerra fría entre los
grupos sociales por una moneda de más en más envilecida. La inflación es lucha
dentro del statu quo y a la vez su resquebrajamiento. La inflación aguanta
al statu quo, pero acumula en su base la explosión del statu quo.
Prolonga la paz y agudiza la violencia venidera.
La producción, la
cultura humana, nos señala Freud, se ha erigido sobre la represión,
la disciplina de las apetencias. El “principio
de realidad” le ha exigido al “principio del placer”, para sobrevivir, la ascética. Sin ascética no ha sido viable
ninguna empresa cultural de aliento. Ascetas hubo en la base de la cultura
europea, con las órdenes religiosas; ascetas hubo en el origen del
capitalismo con el puritanismo, y su máximo
exponente el mundo yanki; ascetas emprendieron la revolución socialista, con el
partido bolchevique, y ahí está el proceso ruso o el más reciente monasterio laico
de la China. ¿Ha conocido nuestro país un ascetismo creador? ¿Tenemos reservas de ejemplaridad? Pareciera que no. Se ha dicho
respecto de nosotros que “en el principio fueron las vacas”: antes estuvo
la abundancia, luego vino el hombre. Hernandarias fue ya el introductor
de nuestra “cibernética natural”, la
ganadería, en circunstancias
absolutamente excepcionales en la historia universal. No tengo noticia de vaquería semejante. Así, tuvimos la
sobriedad rústica de los paisanos; modos austeros
en sectores del viejo patriciado, aún ligados a una moral tradicional ella
también generada por siglos de escasez
sufrida por el hombre; y tuvimos asimismo el sacrifico tenaz y esperanzado de cada inmigrante, proveniente
de medios en que la vida era normalmente
más dura; pero, pronto, sus hijos en condiciones menos exigentes se ablandaron.
De tal modo, la facilidad de la renta diferencial ha generado un aflojamiento
general de la vida del país, ha consolidado una mentalidad de comensales, ha hecho privar, diríamos, el “principio del placer” sobre el “principio de realidad” sin penosos caminos indirectos (acumulación de
capital, objetivación de trabajo humano no
consumido y apto para la producción). Sin la dureza ni las hambrunas de las viejas
culturas agropecuarias, sin la implacable acumulación primitiva del capital
técnico-industrial, sea bajo el modo liberal o socialista, teníamos como una
aptitud innata para asimilar rápidamente las
pautas de alto consumo que iban alcanzando las grandes naciones industriales.
Recibíamos las pautas,
pero sin su contracara, sin la técnica, la racionalidad de la economía y
empresas modernas. Recogíamos el fruto, sin tener el árbol
y su savia. Era la paradoja de un desarrollo desigual que beneficiaba al más
atrasado, pero esto no iba a ser permanente, y a la postre quedaríamos en lo que éramos: consumidores sin base productiva a
la altura de los tiempos.
Las circunstancias excepcionales de nuestra
renta diferencial han generado tanto las
virtudes afables como los vicios dilapidadores e imprevisores del país. Ello ha
generado la extraordinaria falta de economicidad de nuestra estructura
económicosocial. La ausencia de una política pedagógica, con la
educación vuelta en sí, irracional
cultivadora de míticas “espontaneidades”, con las carreras tecnológicas no sólo
descuidadas sino sin aplicación. Sin expertos agrarios, necesitándolos
pero dejándolos de lado. Con una cultura baldía,
sin funcionalidad, impregnada por una gratuidad que se confunde con libertad.
La renta diferencial prohijó el desarraigo y el idealismo en casi todos los aspectos de la vida nacional. Desde nuestros
estudiantes hasta el opio monetario.
A la vez, dejaba erosionarse a los suelos, a las praderas naturales; y creaba gran atraso rural, en todos los
órdenes. “Primario” rústico y “Terciario” parásito, cubriéndose de mutuo
desdén. Y se nos hizo cómodo un “keynesianismo” a la criolla, de sustento fisiocrático. ¡Qué sorpresa para Keynes ir de la
mano de Quesnay! Ese monstruo bifronte poca vida podía tener, pero
cobijó ilusiones de eternidad.
A través del Estado se
realizó la democratización de la renta diferencial, aunque sin
objetivos congruentes de reinversión y eficacia. Las estatizaciones de
servicios públicos e industrias se efectuaron bajo el criterio de “libre empresismo
estatal” que atomizó al Estado en entes autónomos y a la vez los sujetó a un
doble fin contradictorio: ser receptáculo de la política de clientelas y de
servicios baratos al pueblo, sin contar con la capitalización. El resultado ha
sido progresivamente acelerado: un Estado administradamente caro, descapitalizado,
ineficaz. La Ley de Parkinson ha terminado
por desmantelarlo, convirtiéndolo en sistemático empleador de desocupados y
pasando de promotor del impulso del país a ser una rémora paralizante. Muere
de consunción, con presupuestos de sueldos sin inversiones. Así, la crisis del
Estado se identifica con la crisis de los
dos partidos tradicionales, que han sido los vehículos de la democratización
de la renta y a la vez de la conservación de la estructura fisiocrática del país, detenida. La renta diferencial
les ha permitido, con leves vicisitudes y alguna “dictablanda” por
medio, mantener al latifundio, y a la concentración urbana en buen nivel de vida. El fin de la renta
diferencial pone en cuestión de raíz la función coparticipadora, amortiguadora de las luchas de clases, de los dos
partidos. Pero dentro de su relativa homogeneidad común, la crisis destruye
ante todo al batllismo, que es como el paradigma de tal situación. Él ha
sido, más que ninguno, portavoz de las clases
medias y populares urbanas, y su función ha estado esencialmente ligada a los
ciclos de mayor prosperidad uruguaya. Ha
sido el partido de la prosperidad, y por ello la crisis lo abate, como
en 1934 y 1958. ¿Cómo seguir gordo con vacas flacas?
Por eso, hay más
relación actual entre la “situación” terrista y la de Gestido que con
el batllismo propiamente dicho. Creo que esta crisis de los partidos
tradicionales se objetiva de modo supremo en
el agotamiento histórico del batllismo, al que asistimos, refugiándose la mentalidad puramente
distributivista de una clase media angustiada en los sectores de la
llamada izquierda, así como es previsible una irritación popular contra los grandes terratenientes, con un vigor desconocido
antes en el país, pero con enormes
dificultades prácticas. Es muy espinoso el salto desde el asfalto hasta la campaña.
La ira popular corre el riesgo de quedar en el vacío, sin consecuencias reales,
perdiéndose su eco en los campos distantes y despoblados. Sólo una tremenda
necesidad puede producirlas. En ese sentido,
puedo traer a colación un pensamiento habitual de Nardone, quien solía repetir:
“Hasta que Montevideo no arda, no puede esperarse ni pretenderse ningún cambio profundo en el país”. Sólo
semejante incendio social podría trascender
la literatura. Esa visión apocalíptica no puede por cierto descartarse.
Quizá sólo un gran sufrimiento, la desgracia sostenida e insostenible, altamente concentrada en Montevideo, termine con las
inercias sobrevivientes a la muerte de la renta diferencial, y ponga en
tensión real, decidida e inteligente al país. Lo seguro, es que nadie o muy pocos salen a la intemperie anticipadamente.
Para que así sea casi es necesario haber perdido la casa. Ese ya no
tener nada que perder nos hace futurizar de
verdad. El pueblo hace muy pocas revoluciones, es sensato y conservador.
Pero a diferencia de intelectuales o de jóvenes subsidiados en rebelión
familiar, cuando se propone la revolución la hace, pues es también un acto de
sensatez y conservación, no contradictorio
con la audacia y el heroísmo; y ajeno a toda gratuidad. Hace la revolución cuando es lo único sensato.
Y ¡pocos pueblos con tantas razones para ser
conservador, como el uruguayo! Para ser legítimamente
conservador. Hasta ahora, aquí el conservatismo ha tenido mejores razones que la aventura. No vamos a repetir los
elogios en que el uruguayo se ha autodeleitado. Es cosa que va deslizándose paulatinamente
en las sombras del pasado. Sin
embargo, los factores estáticos son aún muy poderosos. Tenemos las clases
medias populares en que está más extendida la propiedad habitación. La
vivienda propia es realidad para una
proporción gigantesca del pueblo uruguayo. Y esa paradójica masa de “propietarios-asalariados” no propende
por cierto a la movilidad, el bien inmueble no
es afecto a lo mueble. Desde fines de siglo, con Piria, gran político-rematador
que abrió a la inmigración nueva residencia
en la tierra, hasta Vaz Ferreira que postulando como derecho humano fundamental “habitar
sobre el planeta” dio categoría filosófica al sueño de la casa propia, la inversión inmobiliaria ha sido la
principal en el país. (Por travesura, podríamos decir que “fue el búho de
Piria”). Incluso el actual proceso inflacionario, unido a las leyes de alquiler,
no ha mermado el número de propietarios
sino que los ha acrecentado. A lo que se suma: la gran cantidad de pequeños empresarios que con costos fijos de escasa
entidad, pueden soportar mejor la crisis que grandes firmas; la debilidad
de nuestra burguesía industrial y por consiguiente de nuestro proletariado. Y
dominándolo todo, el neomaltusianismo espontáneo de las clases uruguayas, que – envejecidas – son poco
permeables a los cambios. ¿Pero qué puede esto contra los factores negativos
que arruinan el país, y que tienden necesariamente a dinamizarlo, así
sea por desesperación? No vamos a hacer enumeraciones resabidas, pero vale resumir: estancamiento de la producción,
déficit del presupuesto del Estado y de las balanzas de comercio y de pagos,
que se hacen crónicos, y que nos encuentran con una descapitalización acumulativa,
atraso técnico, parálisis o mal uso
de la mayor parte de la población activa del país. No hay país con semejante
lujo que no haya estallado.
El Uruguay, a pesar de su lentísimo
crecimiento demográfico, comenzó a fagocitarse su renta diferencial, a la vez
que impulsaba sus industrias livianas en íntima relación con los momentos cruciales de la retirada inglesa: la Gran Depresión
y la Segunda Guerra Mundial. A medida que el Uruguay salía de la órbita
inglesa, por las grandes crisis capitalistas,
aumentaba su capacidad de sustitución de importaciones, aunque generaba
nuevas dependencias de las industrias pesada y combustibles extranjeros. Y a la vez, cuanto más se interiorizaba el
mercado, más visible se hacía que ese mercado no tiene dimensión para un
desarrollo industrial moderno, generando costos no competitivos. Su última expresión
será la empírica política industrializadora de
Luis Batlle, contemporánea a la de Perón y toda América Latina, aprovechando la postración europea, y que pronto rebota
contra el tope diminuto de nuestras posibilidades
internas, con la recuperación europea, con los términos adversos del intercambio
y lo menospreciable de nuestro peso específico en los mercados internacionales. La ingenua y utópica visión del Uruguay
industrial, deseable pero fantástica, moría para siempre en la especulación
cambiaria y bancaria, y los terciarios quedaban sin futuro. Tenía que
venir la revancha de los sectores primarios de la economía (agro preindustrial)
sobre los terciarios (servicios). Lo que
de seguido provoca el contraoleaje ruralista de 1958, que se estanca en la
esterilidad de estimular a la producción agropecuaria a través de los solos
precios, limitándose a transferir al agro más moneda y acelerando las
condiciones de su envilecimiento, incapaz de poner coto a la política de clientelas
y de introducir mayor racionalidad en los mecanismos
económicos; latifundio y banca intactos. La fisiocracia de los primarios no podía sacudirse a los terciarios
de encima, sin enfrentar su propia transfiguración. Se había llegado al
fin de la jornada. Si antes Keynes no había podido prescindir de Quesnay, luego Quesnay tampoco podía dejar a Keynes.
Morían como abrazados a un rencor… porque Ricardo se iba.
Pero aparecían los
augurios de un viraje histórico sin antecedentes: en el orden interno, la
creación del CIDE, primer intento global de información, diagnóstico y formulación
planificadora del país; y en el orden externo, la ALALC (Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio),
signo de la inevitable vuelta hacia adentro
de las economías latinoamericanas, que en un grado u otro debían
confluir hacia la gran nación inconclusa de América Latina. La liquidación de la renta diferencial nos obligaba a replantear
en términos de economicidad global y nos
hacía asomar a América Latina, no con el sentimiento, sino por necesidad. La
necesidad de trascender al Uruguay en que nacimos se hacía imperiosa,
impostergable, fatal.
El viraje más radical de
nuestra historia ahora ya está a la vista ¿Para ser uruguayos, debemos
dejar de ser uruguayos al modo que fuimos y aún somos? O crece o muere. Y nos está vedado crecer como imperialismo. Nos
está vedada una modernización industrial a la altura de las técnicas actuales,
por ser un mercado aldeano. ¿Qué hacer? El Mercado Común Latinoamericano se nos
viene encima cargado de consecuencias y nuevas cuestiones gravísimas. La
llamada Integración no sólo es un repertorio de soluciones sino de portentosos
problemas, como un salto en que se generan nuevas contradicciones y concordias, y que por
ello nos exige un replanteo no menos
radical de nuestras políticas inveteradas. Y ese reto abarca por igual a
derechas e izquierdas.
Habrá derechas e
izquierdas, que se aferren anacrónicas a los Estados Parroquiales latinoamericanos. Habrá derechas e izquierdas dispuestas
a trascenderlos de raíz, y los modos de lucha tomarán nuevas dimensiones.
Nada será de posible eficacia si no se reasume al nuevo nivel de la
nación latinoamericana en marcha. Toda
política de derecha o izquierda que se limite a atrincherarse en los
vetustos esquemas de los países latinoamericanos
como “naciones completas”, será una política estéril, reaccionaria, exenta de pensamiento creador, sin salida, de crítica
mecánica y abstracta, ausente del sentido dialéctico de los acontecimientos,
arrastrada por ellos, impotente. ¡Bueno sería que la izquierda se
enclaustrara en los fragmentos de la balcanización! Todos hablan hoy en términos
“latinoamericanos”, pero rehúsan extraer y
adelantar verdaderos planteos, y por lo común están muy por debajo de nuestra
circunstancia y prospectiva, como esa literatura amorfa de la “Revolución
Continental” que escamotea enfrentar
la cuestión de la Revolución Nacional Latinoamericana, que se resiste a asumir la cuestión de la unidad
nacional latinoamericana, de tan gigantescas proyecciones. El campo de
batalla empieza a ser otro, y exige reacuñar nuevas estrategias y tácticas que sepan medirse con las nuevas escalas.
Y aquí volvemos a
nuestro punto de partida. Al Uruguay mismo como problema. Los supuestos de
nuestra vieja política internacional se han evaporado: el Imperio Inglés
ha sido sustituido por el Yanqui; el viejo Uruguay agropecuario, extravertido y agotado ya no permite el cada uno en su casa, y tiene
que abrirse a sus vecindades latinoamericanas. Para el Uruguay interiorizarse
es latinoamericanizarse. Nuestra política
nacional será ir más allá del Uruguay para salvar al Uruguay en el sentido de su
propia historia. Si Ponsomby ha muerto, nos queda Artigas. Pero examinemos más de cerca las nuevas hipótesis, algunas, que nos
impone la nueva situación del país, para ver qué es lo vivo y lo muerto
de lo recibido. El Nirvana es para los que salen, o se detienen, en la historia. No lo queremos para nosotros.
5. El Nuevo Uruguay Internacional
La historia se nos cuela por el vacío de la
renta diferencial. Un fresco y afilado viento
de realidad comienza a disipar la atmósfera enrarecida y perpleja de un Uruguay
aferrado, a pesar de la advertencia de 1958, al “aquí no pasaba nada”. Porque,
sí, ¿qué pasa? ¡Y sin embargo se mueve! Y es en los tránsitos inciertos que la inteligencia debe estar más en vigilia.
Inteligencia que poco tiene que ver con las presumibles crisis histéricas de nuestro idealismo agonizante. Nos encontramos
ahora enfrentados a la situación que describe Hans Freyer: “Las épocas felices
de un orden estatal positivo no precisan de una ciencia especial
de las condiciones y leyes de la vida social, y si llegan a poseerla, es sólo
una teoría de lo existente. Sólo cuando los hechos
sociales se escapan a la forma estatal en que se hallan presos, la hacen sal-tar
a pedazos o pasan por encima de ella, es cuando se plantea el tema de estudiar científicamente ese material con leyes propias, la
‘sociedad’, descubriendo en lo posible las leyes naturales de su
desenvolvimiento”.[22] Sociedad
estable es sociedad de juristas y leguleyos. Los conflictos se resuelven por
distintas abogacías en múltiples tribunales, oficiales o no. Es más el
reino de las “mediaciones” que de las
contradicciones. ¿Cómo no hacer del Derecho y la Constitución mitos
intangibles, si el país tenía medio
siglo largo de paz?
Y los conflictos se resolvieron por
“reformas constitucionales”, que dan la
medida de su tibieza. Pero los cánones se ven rebasados, y la precaución
uruguaya termina disolviendo definitivamente la mitología inocente del Colegiado,
naufragio de inoperancia, y trata de domar de antemano al cesarismo posible,
abriéndole cauces institucionales, que disminuyan su impacto. Ya el Uruguay presente sabe que no es puro presente, que
está lanzado al futuro. Por eso, pensar al Uruguay
de hoy no es pintarlo como es, copiarlo, sino proyectarlo. La fotografía, aún verídica, ya es un acto de conservatismo.
Hoy más que nunca, nuestra política se hace prospectiva, conocimiento y apuesta, evaluación de
las posibilidades que en gran medida, sabemos, no dependen de nosotros.
Pero eso no nos exime de querer poder realmente,
de las opciones al servicio de los valores en que creamos. Y la opción por un valor es también la opción por su eficacia.
Elegir la justicia, es elegir también el poder, por más contrariedades
que esto implique. Quien no quiera el poder, no quiere nada. Incluso para poner
límites al poder. Y como sólo se puede en situación, hay que remover nuevamente: ¿cuál es la situación actual del Uruguay
Internacional? ¿Qué perspectivas se abren? Aquí, perseguir el dominio del
objeto, conocer, se confunde con las posibilidades de reconformar políticamente
la sociedad. Empleando el viejo lenguaje de Saint Simon y Comte, pasamos de
una “época positiva” a una “época
crítica”. ¿Cuáles los supuestos
geopolíticos de esta nueva época uruguaya crítica? Una época en que “sin visión los pueblos mueren”. Retomamos
así el hilo de la primera parte, con la sucesión de los tres Imperios.
Estamos en el tercer ciclo de la historia de
América Latina, el del Imperio Yanqui. La
parte norte y anglosajona de la Isla continental ha levantado la más imponente potencia
industrial capitalista de nuestro tiempo. Su destino ha sido simétricamente inverso al de América Latina. Logra su
independencia antes de la consolidación de la
Revolución Industrial Inglesa, y se expande en progresiva integración
usufructuando sagazmente los
conflictos de las potencias europeas. Emprende una persistente marcha hacia el
Océano Pacífico, cuya víctima principal será Méjico y luego, en la guerra de Secesión, el norte industrial destroza
al sur agrario, aristocrático y esclavista. De
tal modo, una fuerte política de proteccionismo industrial se hace
general, al revés de América Latina que en el
mismo período era presa de la orgía librecambista y spenceriana.
Mientras los EE.UU. inspiran a Von Lizt para el nacimiento de la economía nacional-industrial alemana, los patriciados
latinoamericanos eran el reverso agropecuario de Adam Smith, Ricardo y el
vulgarizador Bastiat. Lo que EE.UU. resuelve por la violencia en la Guerra de Secesión, hace un siglo, recién
comenzará a plantearse en América
Latina en nuestros días con el choque del naciente desarrollo industrial y el sistema agroexportador, que cuenta ahora con la
complicidad yanqui, así como entonces los sureños contaban con la
complicidad inglesa. ¡Paradojas de la historia!
Mientras que Norteamérica forma un triángulo
cuya mayor extensión se encuentra con
amplias llanuras y las mejores condiciones geoclimáticas, lo que ha facilitado
su gigantesca expansión unificadora, América del
Sur es también un triángulo cuya mayor anchura la cubre el “infierno verde” de
la olla amazónica. Así, un desierto ecuatorial descoyunta a América
Latina en dos zonas principales pero casi incomunicadas: la zona del Mediterráneo Caribeño, que comprende Méjico,
Centroamérica, las Antillas, Colombia
y Venezuela y la zona del “Cono Sur”, cuyo centro vital es la Cuenca del
Plata. Y un como gozne mediador entre esas dos zonas, que son los países andinos. En tanto que lo mejor de Estados
Unidos está en su zona más ancha, lo mejor de América del Sur
está en su zona más estrecha. Pero en la desembocadura de esa zona óptima de América del Sur está el
Uruguay.
Como es lógico, el primer avance yanqui se
realiza en el Mediterráneo americano. Su
culminación será la guerra de Cuba y Puerto Rico contra España y la apertura
del Canal de Panamá, luego de inventar una
nueva república a costa de Colombia. En Panamá se sella la retirada inglesa
del Mediterráneo caribeño al abrirse el siglo XX.
En aquel momento, en que concluye el resto
americano de la madre patria España y
en que Inglaterra efectúa su primer gran retroceso ante el “tercer hombre”, el
Caribe se hace un mar virtualmente yanqui y
el nuevo Imperio proyecta su sombra sobre América Latina: también
resuena en la postración latinoamericana la nueva alborada de su voz, del eco bolivariano, en el Ariel
de Rodó, un uruguayo. Rodó es nuestro Fichte, y su Ariel el Discurso
a la Nación Latinoamericana, en un plano ético e ideal. Fue un reguero de pólvora; desde su balcanización, América Latina
soñaba otra vez su unidad. Y Rubén convocaba
a los leoncitos para enfrentar al Gran Cazador de Teodoro Roosevelt. En aquél momento renace la
unidad latinoamericana en el plano de la generación literaria, del “modernismo”,
donde se congregan, en el auge finisecular del imperialismo, el ápice de
las enajenaciones y exotismos con el regreso a las raíces nacionales. Un Manuel Ugarte, argentino, recorre nuestras patrias
chicas levantando la visión de la Patria Grande; un García Calderón, peruano,
intenta pensar por primera vez, de modo concreto,
globalmente el proceso histórico latinoamericano. Nueva tesis, nueva
antítesis. Con el siglo XX se inaugura a la vez el tercer Imperio y la formación de la conciencia latinoamericana.
Se emprende la larga marcha por la formación
nacional de América Latina. “Será la paradoja del avance del nuevo Imperio
Yanqui: a cada paso suyo adelante, habrá un paso delante de su contrario, la
unidad latinoamericana”. Así, su camino será inverso del inglés. Promueve como su instrumento al Panamericanismo, que se
inicia a fines del siglo XIX con su primera
proposición concreta: la unión aduanera. Pero como ella no podía tener otra consecuencia
que la subordinación absoluta al poder industrial yanqui, fue declinada por los latinoamericanos. La fruta todavía estaba
verde, y el inglés era aún fuerte.
Así, el siglo XX presencia el despliegue de
Estados Unidos en América Latina, que se
consolida en la Segunda Guerra Mundial. El viejo poder europeo está destrozado y se levanta el Tercer Mundo de los descolonizados,
con su nuevo vigor. Hambre y natalidad son su tragedia y su fuerza. Las
sangrientas crisis del capitalismo europeo y
sus guerras intestinas le habían liquidado su supremacía mundial. La Primera Guerra
Mundial fue el nacimiento del primer Estado Socialista en la inmensa Rusia, y Estados Unidos pasó a acreedor universal.
La Segunda Guerra Mundial es la rebelión del
Tercer Mundo, la expansión del socialismo en el este europeo y China, y el paso
de Estados Unidos a líder absoluto del mundo capitalista. Su productividad alcanza
niveles asombrosos y hasta se convierte en exportador de productos agrarios a los países agrarios atrasados. Señala Spykman: “Estados
Unidos ocupa una situación única en el mundo. Su territorio pertenece a aquella
mitad del globo de las grandes masas terrestres y sus dimensiones
son las de un verdadero continente, con todo
lo que esto representa en términos de poder económico. Asomado a dos océanos,
Estados Unidos tiene acceso directo a las arterias comerciales más importantes del mundo. Su dominio está enclavado entre
las dos aglomeraciones de población densa de la Europa occidental y del
Asia Oriental y, por lo tanto, entre las zonas
de mayor importancia económica, política y militar”.[23] De
tal modo la posición de Estados Unidos en la Isla Continental,
similar simultáneamente a la de Gran Bretaña
frente a Europa y a la de Japón frente a Asia, le hace convertir a éstas
últimas en su trampolín para detener la expansión del mundo comunista en la
Isla Mundial. Y a la vez convierte desde la década del '40 a la Isla
Continental en su coto cerrado y afirma a través del sistema
panamericano, perfeccionado en Chapultepec,
Río de Janeiro y Bogotá, su hegemonía exclusiva. La OEA será el ministerio de
sus semicolonias.
Pero las crisis destructivas del capitalismo
son la oportunidad de desarrollo de los pueblos
sumergidos. Crisis metropolitana es impulso a la periferia; impulso
metropolitano es crisis periférica. Para América Latina, la Segunda Guerra
Mundial tuvo también otras consecuencias: es la ola más fuertemente
industrializadora que la recorre, por la
vacancia europea y la forzosa distracción norteamericana. Perón, Vargas y Cárdenas
serán sus expresiones máximas (acusados los tres, por coincidencia, de “fascistas”,
para encerrarlos en un leprosario). Entre nosotros será Luis Battle, que hará
contradictoriamente el juego al imperialismo y a la oligarquía bonaerense
contra su hermano gemelo y mayor, Perón. No extraía verdaderas consecuencias de
que la industrialización argentina era
la condición sine qua non de nuestra propia industrialización. Que
nuestra industrialización era a la vez una consecuencia del amparo del poder industrializador argentino. Nuestra
pequeñez productiva, menospreciable en
el mercado mundial, sólo podía exportar manufactura, en tanto Argentina lo exigiera
para su mayor volumen, como lo hizo, a través del IAPI. La caída de Perón fue el augurio de la caída de Luis Batlle y el receso
industrial. Claro es que habría que matizar además la diferencia de nuestras
propias situaciones, por cuanto Uruguay depende más radicalmente que la
Argentina de su estructura agropecuaria. Esto explica, permítaseme una
acotación personal, que yo haya sostenido a la vez posiciones “ruralistas” en el Uruguay, orientadas a su
transformación agropecuaria en el sentido de una verdadera industria,
trascendiendo el nivel fisiocrático, y defendido la industrialización argentina y brasileña y sus movimiento
políticos nacionales, porque era la auténticamente
nuestra, en contradicción con la contradictoria posición del batllismo
de entonces, que era justamente inversa y sostenía a las reaccionarias fuerzas
agrarias en Argentina y Brasil disfrazadas con el manto de las “uniones
democráticas”. ¡Inercias vetustas, de un liberalismo formal trasnochado! Y una
extraordinaria falta de sentido del
significado profundo de los procesos latinoamericanos, obnubilados por el juridicismo. (Pero ¿cómo evitar la
hipertrofia de un “civilismo” de tanto éxito? ¿Cómo no extrapolar nuestra
maciza experiencia canónica y no sentir que lo que se desviara de ella
era irracional? ¿Acaso podría ser difícil ser como uno, hijos de la facilidad? Y esta es la base de un cierto
desdén o aire de su superioridad de uruguayo hacia los otros pueblos
latinoamericanos, que juzgan, por pobres y violentos, más “ineptos”: sólo ven las consecuencias, sin
percibir sus causas).
Así, el proceso
industrializador de América Latina y la emergencia de las masas
– acrecentadas por el vertiginoso aumento demográfico y su urbanización –
inicia un cambio en las relaciones de
fuerzas. Ya no dominan sólo el mundo agropecuario y exportador con sus
abogados: ya aparecen los contadores de la economía industrial, y toda una nueva elite de “tecnócratas”. Y si
Bogotá significa el cerrojo final del Panamericanismo asentado en
nuestra inferioridad agraria y es el canto de cisne de los grandes juristas floripondistas, que eran su correlato mistificado,
también se pro-duce el “bogotazo”,
explosión de un convidado de piedra que eran las masas del pueblo, levantadas en furia destructiva por el
asesinato de su líder Gaitán por mano de la oligarquía terrateniente. Le seguirá en nuestros días otro asesinato, el
del cura guerrillero Camilo Torres, que recogía la tradición de los grandes
curas liberadores como Morelos,
Hidalgo, Aldao y tantos otros. El “bogotazo” es la primicia del nuevo jaque de índole social, que el poder yanqui tenía
que enfrentar en América Latina luego de la
Segunda Guerra Mundial. Pero en el mismo año también surgía un nuevo hecho: la CEPAL, que se irá convirtiendo en el portavoz
latinoamericano de su burguesía industrial, a pesar que su impulsor Prebisch
tiene en 1955 un nefasto rol en la Argentina. Hará luego, en La Plata,
pública retractación o rectificación de su pasado keynesiano y agropecuarista. Las posiciones polémicas de un Jauretche
contra Prebisch son las que él mismo propaga desde la CEPAL: serán los “estructuralistas”
contra los “monetaristas”, del viejo mundo agroexportador y el Fondo
Monetario, instrumento norteamericano. El “cepalismo”, versión cauta,
abstracta, un tanto burocrática y de asesores de Príncipe, será la ideología
industrializadora y la primera visión global sistemáticamente estudiada de
América Latina, que dará la pauta dominante en la década del '60. La burguesía
industrial latinoamericana había encontrado su órgano expresivo, su proyección
integradora, la visión del mercado interno latinoamericano, más allá de sus
patrias chicas. Un órgano todavía aséptico y temeroso de las vibraciones de la historicidad concreta.
Economía y contaduría no son nunca política viviente, aunque sí ingredientes
esenciales. Pero un nuevo paso había sido dado. A la generación del '900 de literatos, a la gesta estudiantil de la
Reforma Universitaria del '18, dos generaciones propiamente latinoamericanas,
ha sucedido luego esta singular generación cepalina de los contadores y
tecnócratas asesores internacionales bien
pagos. En ella también, por encima de fronteras, confraternizan argentinos, brasileños,
uruguayos, mejicanos, etc., en tareas comunes. Son diríamos, una versión
todavía abstracta (se hace desde la UN como antes se hacía el modernismo desde
París y Madrid; hay que salir de América Latina para ver el bosque y no
perderse en las hojas de los árboles. Desde las metrópolis se la ve una. Desde
sí misma se ven las disputas de campanario)
de la unidad latinoamericana en marcha. Insuficiente, necesario.
La guerra fría de EE.UU. con Rusia le hace
arrastrar en pos suyo, como séquito, al sistema
panamericano. Todos los intentos de liberación nacional, de industrialización
efectiva, serán acusados de “comunistas” – como antes de “fascistas” – para
desprestigiarlos, aislarlos y reprimirlos. Estados Unidos apoyará a todas las
dictaduras retrógradas, y será implacable con las dictaduras progresistas, que
son en su concepto las únicas “totalitarias”. Pero no es fácil amañar a su
antojo todo un vasto proceso histórico. Aquí y allá, los Estados Unidos se ven
obligados a transacciones. ¡No sólo transan
los débiles! Por otra parte, es difícil que “cipayos en estado puro” estén al
frente de un Estado: de algún modo y en algún grado son presionados
siempre por los intereses nacionales; y en
algún momento y en algún grado también resisten. Compleja es la tarea de ser Imperio, asistiendo, día a día, por
doquier, a una conspiración o insurrección permanente, callada o
abierta. En rigor, en América Latina en distinto grado y oportunidad casi todos
conspiran contra los estrictos intereses norteamericanos. Estos sólo podrán
coincidir consigo mismo en la ocupación lisa y llana. Es el destino de los Imperios, no ser amados sino temidos y
acatados, pero en verdad no les importa otra cosa. Quizá los yanquis sean una
excepción, y también quieran ser amados, no perder su imagen interior:
es pedir demasiado. Sólo se ama a los iguales; es ley divina, al punto que Dios
se hizo hombre por amor y para ser amado. Y para redimirnos de nuestra justicia
murió como ladrón y esclavo.
Los procesos de la
postguerra han impulsado a los movimientos de liberación nacional.
Entre nosotros, primero Bolivia, donde termina asfixiado en su pobreza y aislamiento; luego Guatemala, intervenida indirectamente
por EE.UU.; finalmente la gran revolución
cubana. Sólo el apoyo ruso a la determinación de “Patria o Muerte” salvó a
Cuba de ser arrasada. Pero ya nos introducimos
en el magno acontecimiento dominador
de nuestra época: la Coexistencia Pacífica, que ha tomado el lugar de la Guerra
Fría. Las dos grandes potencias industriales
del mundo pasan al terreno de la competencia y colaboración económica, retrocediendo ante la amenaza del mutuo
cataclismo atómico. Ya es claro que el acuerdo es vasto y de alcance universal.
Rusia no arriesgará otra aventura
como el apoyo a Cuba, y los EE.UU. reservan a América Latina como su intangible
retaguardia, manteniendo alrededor de Cuba un cordón sanitario.
¿Cuál es entonces el contexto mundial actual? Más que la lucha entre
el mundo capitalista y el de las burocracias socialistas, es la división entre
las naciones industriales – que los unifica, salvo China – y las naciones
proletarias, subdesarrolladas, agroexportadoras del Tercer Mundo, entre las
que se encuentra la balcanizada nación latinoamericana.
No en vano ahora se ha sustituido el
calificativo y se llama latinoamericanizar a la reciente atomización del África
en un pulular de estados sin posibilidades
de desarrollo propio, condenados de suyo a la dependencia. Así, hoy es común aceptar la evidencia que el conflicto fundamental
ya no toma la forma visible de “Oeste y Este”, sino de “Norte y Sur” del
planeta. Ya en 1942, Spykman escribía: “El hecho que las mayores masas terrestres
se encuentran en el hemisferio norte y que la
mayor parte del hemisferio sur pertenezcan a zonas tropicales, da lugar a
ciertas determinaciones clarísimas. La mitad norte del mundo será más
importante, desde los puntos de vista económico, político y militar, y las
relaciones existentes entre los diversos continentes de la mitad norte
ejercerán mayor influencia en la historia universal que las que se entablan
dentro de un mismo continente a través del Ecuador. La importancia
política de un Estado, la naturaleza de sus relaciones internacionales y los problemas de su política exterior vienen
en gran parte determinados por la situación que ocupe al norte o al sur
del Ecuador”.[24]
Aunque es claro que en el propio
Norte está ya en su “propio Sur”, de tal modo que el Sur político, más poblado
e inmenso que el propio sur geográfico,
abarca a la mayoría de la humanidad. Hasta nuestro canciller, en la
Conferencia de Punta del Este, pedía a las naciones industriales “Nord-Atlánticas” que no olvidaran al
“proletariado exterior”. Lo importante es que ese “proletariado exterior” no se
olvide de sí mismo y sólo confíe en sí mismo.
Y bien, ¿qué pasa con
nosotros? Si América Latina está dividida en dos grandes zonas por el infierno verde que anula su arteria
principal, la Cuenca Amazónica, si sus comunicaciones son aún extrovertidas, marítimas y no terrestres, en
la gigantesca Cuenca del Plata, base fundamental del Cono Sur, está el ámbito
de despegue más portentoso de América Latina. Tapón y salida, allí
está el Uruguay. Lo sabemos, pero es
difusa cosa a nuestras espaldas, aunque sea desde ya nuestro ineludible futuro.
La vuelta a la cuenca es retorno, en
un nivel superior, a la visión geopolítica de Artigas, al que hemos achicado a nuestra mera estatura, convirtiéndolo en
exclusivo héroe local. Pues Artigas es mucho más que nosotros, y nosotros su
fracaso histórico. El Uruguay es la negación de Artigas, y su futuro será su
reafirmación. El camino está señalado desde lo hondo, y cumple con la altura de
nuestro tiempo.
¿Qué es la Cuenca del
Plata? El Hemisferio Sur está dominado por los océanos, y sólo
hay tres dispersos centros terrestres, insulares respecto a las áreas humanas
más densas del planeta: uno Australia
y Nueva Zelandia, otro África del Sur (separada del resto por el Sahara), y, finalmente, nosotros, el Cono Sur
Latinoamericano. No somos así zona de
tránsito, estamos como a contramano del comercio mundial y de las áreas de tensión bélica entre los grandes
poderes. Esta posición relativamente marginal es sin embargo la zona óptima de América Latina. Abarca a Bolivia,
Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay y puede proyectarse también sobre el
Pacífico por Chile; comprende en su ámbito, literalmente considerado,
una superficie mayor de cuatro millones
de kilómetros cuadrados, alcanza ya una población de sesenta millones de personas; en crecimiento vertiginoso,
singularmente brasileño, tiene las posibilidades hidroeléctricas más grandes del mundo, ofrece maravillosas
facilidades de comunicación prolongables para la conexión interna con la Cuenca
Amazónica. Este portentoso abanico
hidrográfico, hoy totalmente desaprovechado, es la base energética más formidable
para el desarrollo industrial y agrario, y comprende una inaudita variedad de
recursos minerales, hierro, tungsteno, manganeso, etc., condición de los “polos”
de desarrollo, con sus
industrias pesadas. Paraguay sabe ya que está en el corazón de la cuenca y que será su máximo beneficiario, Bolivia
rompe su aislamiento mortífero, Argentina y Brasil están dando e impulsando los
pasos para su cooperación, semiconscientes que en su coordinación está el
destino industrial más importante de América Latina. ¿Y nosotros?
En la reciente
constitución de un Comité Intergubernamental Coordinador entre los
cinco países de la Cuenca del Plata, el Uruguay acompañó un poco sin saber qué hacer. A pesar que la idea no es nueva. Ya
en Montevideo, en 1941 se había realizado una
Conferencia de los Países del Plata y a insistencia uruguaya hubo una declaración a favor de la zona. No pasó de allí. Había
sido facilitada ocasionalmente por la ausencia
europea de la Segunda Guerra Mundial – y luego se siguió en los mismos trillos.
Una revista argentina comentaba
así la pasividad uruguaya: “Uruguay,
un pequeño país con muy escasa ‘vocación
exterior’, se ve asediado por varias cancillerías y vacila ante las
ofensivas de seducción. Acaso no por coquetería, menos aún por soberbia, nadie
comprende en Montevideo las ventajas o desventajas de participar o no en la Cuenca del Plata”. Y agregaba que en círculos gubernamentales “reflexionaban
calmosamente: ‘parece que somos una pieza importante en este
ajedrez latinoamericano’”. Para terminar así: “¿Puede el Uruguay, país de estratégica
ubicación en la Cuenca del Plata, dar la espalda a Paraguay, Bolivia, Brasil y
Argentina? Los amantes de la democracia representativa piensan que sí, los de
la geopolítica no” (Revista Confirmado, 16 de febrero de
1967). Podríamos acotar, para justificar nuestra situación, una invocación de
fe: “Nada más difícil que soportar una sucesión de días felices”. Pues cuando
acaban ¡qué perplejidad! Y el Nirvana una tentación, cuando todavía hay un resto de confort.
Si desde los tiempos de Imperio Hispánico,
comenta un español “La red fluvial
del Plata era el camino por excelencia para adentrarse en el corazón del
continente” [25],
ello sigue siendo cierto, y no es contradicho
por las nuevas comunicaciones férreas, de carreteras o
aéreas, que le serán complementarias. La colonización española descenderá desde
el Alto Perú y Asunción, y el Río de la Plata nacerá políticamente para “abrirle puertas a la tierra”. El Uruguay
vino para taponarla: como Estado “cuña” lo
definen manuales de geopolítica.[26] Volvamos a abrirle pues sus puertas a la tierra americana, ya que el
ciclo del mar inglés se ha cerrado y con él nuestra propia clausura
americana. Hace un siglo Alberdi escribía luminosamente: “Montevideo tiene en su situación geográfica un doble pecado,
y es el de ser necesario a la integridad de Brasil y a la integridad de la república
Argentina. Los dos Estados lo necesitan para complementarse. ¿Por qué motivo?
Porque las orillas de los afluentes del Plata, de que es llave principal el Estado Oriental, están situadas las más bellas
provincias del Brasil y las más
bellas provincias argentinas. El resultado de esto es que el Brasil no
puede gobernar sus provincias fluviales sin poseer la Banda Oriental, ni Buenos
Aires puede dominar las provincias litorales
argentinas sin la posesión de esa Banda Oriental.”[27] Las
razones de hoy son aún mayores: está en juego el más vasto complejo industrial
en ciernes de América Latina. Convirtamos entonces nuestro “doble pecado” en
“doble virtud”.
Nuestras posibilidades históricas fueron
tres: Banda Oriental, solución argentina; Provincia
Cisplatina, solución brasileña; Uruguay, solución inglesa. Paradójicamente, fue en esta última que formamos nuestra propia autonomía
comunitaria, pero hoy, por la retirada de sus condiciones, estamos en el
aire, como hoja al viento. Imantados por la
aspiradora norteamericana por razones geopolíticas pero no económicas, faltos
de funcionalidad estructural.
Hagamos que el nuevo Uruguay no sea la
negación excluyente de las otras dos
posibilidades, realicemos a la vez la síntesis de la Banda Oriental y la
Provincia Cisplatina. Que seamos frontera que une y no que separa. Que el Uruguay sea no la anulación de la Banda
Oriental y la Provincia Cisplatina, sino su conjugación.
Nexo y no neutralización. Fue con esa idea central que allá por el '55 con Reyes Abadíe y Ares Pons fundamos una
efímera revista que por ello denominamos “Nexo”. Hasta no quisimos traducir un artículo de
Helio Jaguaribe y lo publicamos en portugués,
porque sólo se traducen las lenguas extranj eras. Es, en nuestro concepto, el único camino nacional latinoamericano.
La Patria Grande empieza para nosotros por la
Cuenca del Plata ¡Y eso sí que es “nacionalizar” el destino!
Pero si emociona pensar
el destino grandioso que se nos abre, esa plenitud de un Uruguay más allá del
Uruguay con vastos horizontes para las nuevas generaciones que vegetan hoy sin
rumbo entre nosotros, vale volver a la gran congoja de la reflexión de Lamas y Herrera: ¿será cierto que “Ce n’est pas la solution qui approche,
c’est le chaos qui commence”? Veámoslo de cerca. La rica y paradójica personalidad
de Herrera es como una síntesis de las contradicciones específicas del país
uruguayo (“aunque no lo parezca hay en este gauchito oriental un inglés”).[28] Sabía
como nadie entre nosotros, nativistas u oceánicos, su configuración histórica y
su descoyuntamiento. Pueden registrarse en su obra signos expresos de nostalgia
por lo que no fue (“Grandes momentos aquellos que precedieron a
la batalla de Pavón, donde fuimos vencidos todos
los federales de estas regiones. Si entonces hubiera habido cordura ¿qué
no sería hoy la patria oriental?…). Sabía que la historia del país estaba
ligada a una gran tragedia, y su memoria registró para siempre los tiempos
revueltos de entonces. Todo era ya irrevocable
e irreversible, y sólo cabía el elogio a Ponsomby – pues ¿qué podía significar
negarlo, sino negarnos? – y estábamos allí, gozando de buena salud. Por
eso, para Herrera, querer retornar a la Cuenca era precipitarse nuevamente en
los temidos tiempos revueltos. Quiso así la pacificación y el aislamiento, que iban juntos; la no intervención
absoluta, presupuesto de nuestra supervivencia. Pero hoy la historia ha invertido su curso; y la condición de
supervivencia es la contraria y el Uruguay solo no puede seguir,
retirado el inglés, agotada la renta diferencial y debiendo ingresar a las dimensiones
adecuadas de la técnica e industria modernas. Quien diga hoy que quiere
industrializar al país sin integrarlo, o miente o es un tonto, pues propone la cuadratura del círculo.
No hay independencia ni desarrollo sin
industrialización, a la altura de la técnica
de nuestro tiempo. Nuestra industrialización está esencialmente ligada a la de
la Cuenca, a la argentina y a la brasileña. Todo otro planteo es ilusión
y mistificación. Es pedir “Liberación”
aferrándose a las condiciones de la dependencia.
Seamos pues claros, y pongamos en limpio que es lo que realmente queremos. Toda política
de liberación montada sobre la mentira y el escamoteo de los problemas
esenciales sólo conduce a callejones sin salida. La cobardía política e
intelectual no será jamás base de
liberaciones, sino de derrotas. Suponer al Uruguay una “nación” completa, es
quererlo semicolonia para siempre. Encerrar nuestra política en los marcos
uruguayos es abandonarnos al astillero.
Los supuestos del “cada
uno en su casa” han concluido. La base de nuestra vieja política de no
intervención absoluta y de absoluta neutralización ha desaparecido. Pues
el Uruguay, nacido para no intervenir, debe comenzar a intervenir. En realidad, el proceso conjunto de interiorización
latinoamericana, con sus exigencias de industrialización,
es el camino fatal del “interveníos los unos a los otros”. Pues no nos interveníamos porque todos íbamos hacia
“afuera”, pero ahora ¿qué puede ser la vuelta hacia “adentro” sino
encontrarse realmente, depender mutuamente, “intervención recíproca”? El Mercado Común, necesidad perentoria de las burguesías
industriales y la mal llamada “Revolución Continental”, necesidad perentoria de
los pueblos, son los dos polos contradictorios y complementarios de una
nueva dinámica en un nuevo nivel cualitativo, el nivel de la
Revolución Nacional Latinoamericana, y eso trae consigo la intervención cada vez mayor de todos con todos.
Hermanos separados era más fácil, más
infecundo, sólo éramos intervenidos por fuera.
Es un retorno, en otro
plano, a las condiciones de la primera emancipación en el siglo
XIX, cuando ningún hispanoamericano era extranjero en ninguna de nuestras patrias, y veíamos actuar naturalmente
chilenos en el Río de la Plata, argentinos en
Perú y Chile, brasileños con Bolívar, etc. Volvemos a lo mismo,
retomamos la escala que supera los encierros
balcánicos. La Iglesia Católica, en pleno deshielo, más allá de las parroquias
se reasume en el CELAM. ¿El argentino Che Guevara, “ciudadano
latinoamericano”, es héroe sólo de
Cuba? Et coetera…
¿No se habla de “fronteras ideológicas”
que son el saltar de las viejas fronteras? Nadie debe ocultarse este rostro
inevitable del nuevo curso histórico:
el desarrollo de las fuerzas de producción requiere el cambio de las
relaciones de producción. No hay dudas, vuelven otros tiempos revueltos, pero así son las cosas; lo que vale la pena,
hará penar. Entrar otra vez en la historia no será para ninguno de nosotros
mero idilio. De tal modo, Estados Unidos monta
guardia a este tumultuoso proceso unificador latinoamericano, que está solo en su primer hervor, quiere el reaseguro de
la Fuerza de Paz Interamericana y adiestra a sus “rangers” – la nueva guardia
suiza de su Majestad, policía yanqui del “nuevo curso” – para que no se le escape de las manos. ¿Le bastarán tales
precauciones? En gran parte, depende de nosotros el que se les escape.
La puerta es estrecha, erizada, pero
hay que pasar, del otro lado están los horizontes más libres. Prudencia,
audacia, sagacidad, firmeza, comprensión,
nos pide la historia. Espíritu crítico y no fórmulas hechas, recetarios apolillados. Respondemos por la construcción y
el destino de una nación. Grande el riesgo,
fuerte la esperanza, bella la recompensa.
Somos un país pequeño y
la historia nos arroja al desmesurado papel de ser también actores reales. Pues
el “exterior” latinoamericano comienza a convertirse en nuestro
“interior”. En adelante, toda la política uruguaya será necesariamente
“geopolítica”. Lo que todos prescindían desde el claustro de ideologías sin
espacio, lo que era una excepción como
Herrera, debe trasmutarse en virtud colectiva necesaria. Los partidos, de derecha e izquierda, al variar
las viejas bases geopolíticas que permitían ignorarlas,
se “geopolitizarán”, so pena de anacronismo ridículo. El tacto exterior se hace también tacto interior. ¡Qué cambio de
las coordenadas habituales! No es el fin de
las ideologías, sino un cambio de su dimensión.
El Uruguay como problema problematiza todas
las políticas uruguayas, que encubren su anquilosamiento con el verbalismo. La diplomacia se nos hará un menester
vital ¿podemos prescindir de Paraguay
y Bolivia? ¿De Chile? ¿Hacer condenaciones estáticas y globales que cierren el apoyo recíproco? Si el destino uruguayo
se nos aparece como el asumir simultáneo de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina,
ello nos exige en todos los planos, económico,
universitario, etc., un firme entendimiento con Paraguay, Bolivia, Chile, como
contrapeso, para aumentar las posibilidades de negociación en beneficio del país.
Deberemos pues discriminar atentamente nuestros intereses permanentes y la contingencia de los gobiernos, matizar
firmemente los juicios, ver qué es lo reaccionario y lo progresista de un
gobierno.
Un criterio esencial será en qué grado se
encamina o no hacia la realización de la
Cuenca. Por supuesto, que esto no es lo único, pero nunca debe ser
dejado de lado. Y eso sí, cuanto más intervengamos, más aferrados al Principio
de No Intervención para preservarnos; sólo que su ejercicio tendrá que ser más dinámico, más difícil que en
las fenecidas y sencillas circunstancias anteriores. Si el CIDE ha dictaminado
que “un modelo de progreso económico y social se ha agotado”, vemos cómo su alcance afecta todos los planos de la vida del
país y hasta qué hondura radical. Nuestras raíces están a la intemperie.
Los hábitos no sirven, y a la racionalización
interna corresponde la racionalización externa. Cuando caen las costumbres
apelamos a la razón. Ella es la única compañera fiel de la aventura, siempre que sea movida por la fe. No evacuemos a la razón
de la realidad, que es su amiga.
“El que sólo conoce a
su propio país, tampoco conoce a éste”, reza un antiguo
aforismo. Es lo que nos ha ocurrido. El Plan
del CIDE o el Modelo de Faroppa están construidos dentro de las coordenadas del
viejo Uruguay, suponen sin expresarlo nuestra inserción europea y así la
Cuenca del Plata y América Latina son un borroso telón. No rompen con los presupuestos últimos del Uruguay
battlista, que hoy agoniza, y en términos marineros está dando una “vuelta de
campana”. El CIDE dice que un “modelo” ha
terminado, pero no propone otro sustitutivo, sino simplemente un recauchutaje racional del que ya está: un mejor
uso y avaluación. En rigor, no formulan
otro modelo.
El CIDE y
Faroppa ignoran los procesos argentinos y brasileños, sin los cuales planificar
el Uruguay revierte en lo antiguo. Si la economía mundial no puede colocarse al lado, yuxtapuesta a la economía del país,
la economía latinoamericana en ciernes y menos
aún la Cuenca del Plata tampoco podrán colocarse al lado, yuxtapuestas a los Estados latinoamericanos. Justamente,
pensar y prever la Cuenca significa en algún
grado emanciparse de los espacios estatales, desde la intimidad misma del Estado.
¿El comercio internacional o latinoamericano es y será sólo un intercambio
entre espacios estatales? Eso es un mito, considerar a los países como
“puntos” en que su situación regional no es apreciada. No es así, y
será menos así en el futuro. La ALALC,
que no es un fracaso como algunos se apresuran a proclamar (¡qué
dificultad establecer contactos entre firmas de Perú y Uruguay, por ejemplo, en
comparación con los contactos con
Rótterdam o Londres o Hamburgo, etc.! ¡Fácil porque es una madeja de intercambios con la eficiencia de siglos
de elaboración!) pues ha más que duplicado el comercio interzonal, supone esos
estados puntuales; y por eso, su rol es forzosamente limitado. Pero ahora se
nos exige mucho más con la Cuenca del Plata y el próximo Mercado Común. Nos es
indispensable conocer, e intervenir en su elección, los posibles polos de desarrollo latinoamericanos y principalmente
platenses, teniendo en cuenta desde nuestro punto de vista no sólo
los puntos donde la producción logre la
combinación menos costosa de factores, sino también la propagación de sus efectos en beneficio de los países participantes, y especialmente
el nuestro.
Ese orden espacial
cualitativo será el fondo sobre el cual se proyectarán nuestras políticas
estatales, y ello abrirá, por supuesto y lo repetimos, una dura era de
tensiones entre los espacios estatales
y los espacios económicos. Pero esa es tarea ya primordial, urgente, para que
nuestra diplomacia deje de ser con prontitud sociabilidad y turismo rentado. No
es ésta sin embargo una crítica absoluta, por cuanto, aparte de inercias, la historia corre rápido y entre tanto hay que enfrentar
las cosas más o menos en los mismos trillos, potenciando y reajustando lo que
somos, para cubrir el período de transición, para que no nos tomen los
acontecimientos totalmente desamparados, y
retorcer el pescuezo al monstruo bifronte de Keynes y Quesnay. El Uruguay puede
aún potenciar su productividad con una adecuada racionalización de su
gigantesco y amorfo aparato estatal y
enfrentar la cuestión de la reforma agraria. Sólo con un “Estado en forma”
podemos negociar medianamente. Y eso nos será costoso, en un país que no
tuvo necesidad nunca de enterarse de “costos” verdaderos. La pobreza en que estamos cayendo nos lo hará saber, a la
vez que se nos imponga reacuñar desde la
nueva perspectiva al Estado entero, en toda su gama de actividades (desde los
transportes hasta la enseñanza). Es decir, el nuevo modelo sustitutivo implica
un nuevo modelo más amplio: el de la Cuenca del Plata. Lo de ahora es lo
provisorio de una transición.
Pero, detengámonos un poco, una vez más. El
Uruguay Banda Oriental y Provincia Cisplatina,
salida paraguaya y boliviana, es decir, funcionando en la Cuenca es en nuestro
concepto la mejor hipótesis de la dirección de nuestra historia. Será
industrialización, amplio mercado interno, tecnificación, modernización. Es la
hipótesis del arraigo. Sin embargo hay otras, en las que no podremos
ahora explayarnos, que es imperioso considerar
y tomar en cuenta. Para ello conviene formularlas ordenadamente, y de modo
exhaustivo. No hay, en nuestro concepto, otras hipótesis posibles, además de las cuatro que planteamos.
A) El
Uruguay tiene capacidad de recuperación
1) Con direccion fundamental a la Cuenca del Plata.
2) Con dirección fundamental a Europa (incluyendo
Rusia), es decir, la ruta tradicional.
B) El Uruguay no tiene capacidad de
recuperación.
3) Se convierte en un protectorado argentino-brasileño
o – en su extremo – es dividido entre ellos.
4) Se convierte en protectorado norteamericano, pues
aunque Estados Unidos no está interesado en nuestras
producciones [con la globalización su interés se ha volcado sobre sus
producciones aquí. Ed.], no sólo
es el acreedor financiero sino que le conviene instrumentalizarnos como cuña en
esta zona vital de América Latina.
Ninguna de las cuatro hipótesis es
descartable radicalmente, ni tienen tampoco un
plazo demasiado largo para verificarse. Apenas entre diez y quince años.
De la primera hipótesis,
ya nos hemos pronunciado. De la segunda hipótesis, la persistencia de la ruta tradicional europea, es
menos probable. Es cierto que, aún hoy, el Río de la Plata sigue económicamente infinitamente más ligado a
Europa que a Estados Unidos. El Uruguay no ha roto su cordón
umbilical ni con Inglaterra ni con Europa.
Nuestros barcos siguen la ruta de El Havre, Rótterdam, Amberes, Londres, Hamburgo.
Sólo por algún jornal ocasional van a Estados Unidos, pero carece de toda complementariedad económica con éste. El Tío
Sam tiene con nosotros una función usurera,
de prestamista. Nos permite salvar déficits de hoy, atando más nuestro futuro, en un círculo vicioso: no presta para inversiones
que nos permitan devolver y pagar con productos, pues no nos asegura mercado.
Finanzas y economía en Uruguay van
por cuerda separada y ocasionan epilepsias en nuestro desarrollo económico. Por otra parte, el Mercado Común europeo nos
pone trabas y aumenta sus producciones agropecuarias,
y tiene la África a su disposición. Sin embargo, es evidente que la recuperación
de Europa la pone en condiciones de ser nuevamente banquero y expandirse. Igual se puede decir del Comecon. En ese sentido,
no hay duda, el talón de Aquiles del
Imperio Yanqui en América Latina es el Río de la Plata. Es el lugar forzoso de
la reaparición de competencia no sólo
europea sino del área socialista en América Latina. ¿Pero, en proporción, qué mercado de inversiones o comercial ofrece del
suyo el Uruguay? Insignificante. El Uruguay sólo puede ser sostenido por
Europa, no en función del Uruguay sino de la Cuenca del Plata. De tal modo, la
segunda hipótesis renace más bien complementaria con la primera que
contradictoria. Uruguay puede ser trampolín
del retorno europeo a América Latina.
En el supuesto caso que el Uruguay no
tuviere capacidad de recuperación, ello significaría
un estado virtual o abierto de guerra civil. Ni Argentina ni Brasil permitirán entonces una mera resolución interna uruguaya,
en tanto pudiera afectar sus intereses. Puesto que en realidad los afecta
vitalmente. Esto permite prever con certeza que una revolución socialista a corto plazo en el país significaría como
consecuencia la destrucción o intervención del país. No hay proceso revolucionario
solitario en nuestro país. Podrá haberlo, en
la medida que acaezca en Argentina o Brasil, que son lo absolutamente
decisivo del Hemisferio Sur latinoamericano. Por otra parte, en caso de intervención-protectorado
argentino-brasileño, o en su forma aguda, de partición, pues no puede concebirse la ocupación por uno solo de esos
países, significaría nuestra incorporación
pasiva, a rastras, al proceso de la Cuenca del Plata, de decisiva importancia
para ambos vecinos. Las palabras del contador Iglesias refiriéndose a la Cuenca del Plata, de: “La integración se hará,
con nosotros o sin nosotros; sería mejor que se hiciera con nosotros”, adquieren
aquí la plenitud de su sentido, que quizá el autor no tuviera expreso, y
es que “sin nosotros” es con nosotros a rastras, en lo peor. O nos metemos o nos meten. Así, la tercera hipótesis es la
versión negativa de la primera hipótesis, su reverso.
Sin embargo ese peor no es lo peor. La
cuarta hipótesis nos propone como el límite
absoluto de lo peor, que sería un singular y agravado destino puertorriqueño. Y
más grave aún: sería un Puerto Rico peor que Puerto Rico, porque
significaría el bloqueo de la Cuenca del
Plata por el Imperio Yanqui y el jaque mate al desarrollo del Hemisferio
Sur Latinoamericano. Sería una catástrofe no sólo uruguaya, sino argentina, brasileña, paraguaya, boliviana, chilena.
Comprometería de raíz la
marcha del “Cono Sur”. Sería amenaza de frustración para el nacionalismo
argentino y brasileño, y por ende, para toda
América Latina. En nuestras manos está que no sea así. Afortunadamente,
en la desgracia, es menos probable que la hipótesis anterior. Pues implica la mayor capitulación argentina y brasileña
imaginable. Pero ya en nuestra historia, Montevideo, el de la “Defensa” y la
“Nueva Troya”, jugó como un “Saigón Sudamericano”. No se puede desechar el que
se nos convierta en el Hong-Kong rioplatense: plaza fuerte de custodia y
emplazamiento para banqueros, timba y turistas.
Tales son, a nuestro criterio, las
perspectivas fundamentales que nos plantea como posibles el nuevo Uruguay Internacional, y a corto plazo. Se entiende
que lo expuesto aquí es como una primera
aproximación al asunto. Pero el eje de nuestro pensamiento real es: la
Patria Grande empieza para nosotros por la Cuenca del Plata, y la Patria Chica sólo puede sobrevivirse en la
Cuenca del Plata. Nuestra primera realización de América Latina es la realización
de la Cuenca del Plata. Sin esta estructurada,
América Latina no se podrá vertebrar jamás. Porque sus núcleos decisivos,
Argentina y Brasil, tampoco se podrían
vertebrar jamás, y en su separación histórica está la derrota de América
Latina. Lo demás se dará por añadidura.
Debemos hacer un intenso aprendizaje
geopolítico los latinoamericanos, es decir, conocernos verdadera y operativamente. Ello será
el signo de nuestra interiorización y
de que la geopolítica no la forman otros. Así, la CEPAL está aún ausente de una
visión geopolítica de América Latina,
y formula demasiado en abstracto el Mercado Común o estudia las economías de
país por país – sin haber considerado adecuadamente la disparidad y ensamble de
las regiones que forman América Latina – para concebir con realismo sus polos de desarrollo en conexión con sus
centros primordiales de decisión
política. Quizá fuera aproximarse demasiado a la política, del mismo
modo que se aleja de la política la mera
gritería antiimperialista abstracta, oscilante entre la indignación y el masoquismo. Para nosotros, hoy, la
política nacional es tarea que se liga esencialmente a la Cuenca del Plata.
Claro está que no hemos pretendido ahora
abarcar la cuestión en todos sus aspectos. Ni
siquiera mentamos la incidencia de ella en la configuración y dinámica de nuestros vetustos partidos políticos, la
proyección de la inevitable “conmixtión” de los partidos locales latinoamericanos
entre sí, la latinoamericanización y ensamble de los sectores industriales así como de las fuerzas proletarias
y populares, etc. Tampoco hemos entrado al análisis de las relaciones del
Imperio Yanqui con el próximo Mercado Común Latinoamericano y su probable y
vano intento de convertir a América Latina en un gigantesco Puerto Rico,
perfección utópica del destino manifiesto y del aislacionismo monroísta
unilateral en que nos quiere encerrar. Pues no sólo hay que contar con
la dinámica interlatinoamericana, en plena formación de su conciencia “nacional”, inexorablemente industrializadora;
y con la progresiva agudización de la
presión revolucionaria – del ingreso masivo de sus pueblos a la vida pública –
que no es eliminable por las armas y
con “boinas verdes”, ya que nadie se puede “sentar” indefinidamente sobre bayonetas. Sino también considerar que está
reabierta la gran competencia
económica con Europa y el mundo socialista. La economía mundial es ahora “triconcéntrica” y no estamos condenados
al “uniconcentrismo” yanqui de una década
atrás.
La violencia está agazapada en nuestro
horizonte; rojos son ocaso y amanecer, que se
confunden. Desaparecidas las viejas condiciones de viabilidad, somos como
un pequeño saurio al desecarse los pantanos que le daban vida, y requerimos adaptarnos
a la sequía o construir otro hábitat. Todos vivimos ya un anacronismo histórico: el Uruguay. Pero ese es también nuestro privilegio,
porque el adelanto de la conciencia
de ese anacronismo uruguayo nos lleva a percibir, desde nosotros mismos, por necesidad, sin literatura, el
anacronismo de todo el ciclo balcanizado de América Latina. Somos una veintena de
repúblicas anacrónicas y esa conciencia será el punto de partida básico para elaborar políticas
verdaderas de futuro. Uruguay, Chile, Bolivia, etc., solos no son vía de
nada, ni de rutas socialistas ni de rutas neocapitalistas. Por sí mismos, se condenan al congelamiento de su estatuto
colonial, bajo las más variadas
formas. Pero tampoco son menos anacrónicos los llamados “grandes” latinoamericanos,
tuertos entre ciegos, como Brasil, Argentina y México, que corren el peligro
pretencioso de no darse cuenta de ello, y perseverar en ilusiones que son
reliquia del pasado. No ya semicolonias, sino viejas y poderosas naciones
europeas carecen ya de
dimensiones mínimas – a pesar de su alto nivel – para el adecuado desarrollo tecnológico de sus empresas, de sus fuerzas
productivas; y deben romper fronteras, sus exiguos mercados internos, y complementarse y ensamblarse, so pena de ser
también colonizados hasta los tuétanos. Si en Europa es así ¿qué queda para nosotros?
¿Pueden acaso Argentina y Brasil creer que tienen en sí la fuerza para
realizar por sí la tarea? ¿Pueden creer sostenerse sin apoyo
recíproco? Si lo creyeran, les espera sólo el triste destino de capataz, de “satélite privilegiado”, si no
es que eso mismo no configura una quimera. Los nacionalismos argentino y
brasileño no se podrán afianzar ni resistir
el uno sin el otro. Ya Perón lo intuía buscando la alianza con Vargas, pero no tuvieron
tiempo y cayeron simultáneamente ante sus comunes “gorilas”, que ellos sí tienen
el respaldo unificado del imperialismo. ¿Cuántas veces se querrá repetir la tragedia?
Es una tragedia de vieja
data, que se consuma en 1640 con la independencia portuguesa, cuña perpetua contra
España y su formación nacional. La segregación del Portugal de España la dejó,
a la emprendedora burguesía comercial lusitana, raquítica, sin base productiva
nacional y, por otra parte, repercutió en la consolidación de los señores
en Castilla, quienes vieron facilitada su tarea de ahogar a sus burguesías, en especial catalana. Esa segregación
portuguesa fue el golpe definitivo contra las posibilidades históricas de la revolución burguesa en la península ibérica, y
condujo al mutuo estancamiento, del que hoy todavía pugnan por salir. Por eso,
Miguel de Unamuno escribía
luminosamente en 1906 al uruguayo Nin Frías: “Portugal sufre de su
independencia. La independencia ha matado al patriotismo. Unidos a España y
esforzándose por aportuguesarla, por llevar la capital a Lisboa, por descastellanizarla
habrían acrecentado y corroborado su personalidad. El empeño de una independencia
hueca, puramente defensiva, como si la independencia fuese un fin y no un
medio, les ha postrado, por recelo a España, ante una dinastía nefasta y un vergonzante
y vergonzoso protectorado inglés. ¿No pasará ahí algo así?” [29].
Unamuno, vasco hasta los
tuétanos, era contrario a los separatismos vascos y catalán, que renegaban de
su misión nacional española: “que mis paisanos vascos traten de vasconizar a España y que traten de catalanizarla los catalanes”.
Aquí está el nudo de la gran frustración nacional hispánica y la raíz de
la disgregación hispanoamericana. La balcanización
comenzó ya en España, y por eso Unamuno podía percibir con claridad que “las
patrias americanas son, en gran medida, convencionales”.
La fisura original
Portugal-España no puede conquistarse entre nosotros, como sobrevivencia
malsana y rivalidades nefastas empujadas por extraños: sus exclusivos beneficiarios. Ya en los preliminares de la
primera emancipación, entre 1807 y 1810, hubo
una genial visión e intento reparador, el de la Princesa Carlota de Borbón.
Hermana mayor de Fernando VII y esposa de Don Juan Príncipe Regente de
Portugal, concibió desde su instalación en Río de Janeiro, la grandiosa tarea
de salvar la unidad total de los mundos hispanocriollos, cuando todo
aparecía amenazado de ruina. El “carlotismo” se difundió por toda
Hispanoamérica. Pero fue usado por los
ingleses, en una doble política, para un mayor debilitamiento español; y luego
Lord Strangford se encargó de liquidar la política de Carlota. Si la
“gran intriga” carlotista de ayer fue
al nivel de los cortesanos y burócratas, hoy nos espera, diríamos, como un “neocarlotismo” esta vez nacido desde las
raíces populares y las necesidades de liberación,
y del desarrollo técnico-industrial, en condiciones históricas más maduras.
Pues así como no hay Europa sin la alianza de Francia y Alemania, tampoco habrá
América Latina sin la alianza profunda de Argentina y Brasil. Nosotros,
con los otros países de la Cuenca, seremos su
mediación, su “Benelux” a la criolla.
Cuando Unamuno se refería a Portugal,
también pensaba en el Uruguay, pues agregaba:
“¿No será salvación del Uruguay unirse a la Argentina, entrar en
confederación con ésta, y esforzarse por
orientalizarla?” [30]. Eso
fue cierto y posible en el primer tercio del siglo XIX, y todavía pervive
en la gran polémica que inaugura la revista del Ateneo en el '80. Si de
preferencias hablamos, hubiera sido la mía: no romper nunca con las Provincias Unidas. Pero la historia no ha corrido en vano.
Por eso Herrera se desesperaba con la
“conmixtión de los partidos”, donde equivocadamente veía la causa de los conflictos, cuando eran su
efecto: la causa original residía en Inglaterra: “Pongamos sin miedo el dedo en la llaga ¿alguien ignora la
preferencia de un partido oriental por la
amistad argentina y la preferencia del otro por la amistad brasilera? El buen
juicio declara a semejantes extravíos, que urge extinguir,
contradictorios con el bien fundamental de la República” [31].
¿Quién puede olvidar los vínculos íntimos de Rivera y Saravia con Río
Grande del Sur? ¿De Flores con los
unitarios porteños y del oribismo con los federales? Hay muchos entrecruzamientos
de preferencias, en las dos corrientes históricas que configuran el Uruguay; y
nada más lógico en un país que es
esencialmente frontera y mira a dos lados. Pero hoy la opción es muy otra que antaño; no se trata o de aportuguesados o
de aporteñados, de esto o aquello. El asunto
es esto y aquello, pues a nuestra
altitud histórica – y sus exigencias
– la disyuntiva carece de sentido y es reaccionaria,
servidora inconsciente de los intereses
imperiales extranjeros. El nacionalismo argentino y brasileño son los dos rostros de un mismo nacionalismo, y no pueden
volverse la espalda por estrecheces de
campanario. Y nuestro destino y tarea es que no se den la espalda, ni se predispongan
así para la derrota de su misión histórica, y sellen el fracaso de América
Latina con el suyo propio.
Es nuestra tarea de conjugación
el bien fundamental de la República. El Uruguay como
problema problematiza a toda la Cuenca del Plata. Es que la crisis del Uruguay
pone en crisis a toda una época histórica. En efecto, el Estado Tapón era como el arco de bóveda que sostenía los compartimentos
estancos rioplatenses, era la clave de la balcanización, su punto de
equilibrio. Pero si el Estado Tapón se destapa, todo el equilibrio se rompe y todas
las aguas se confunden. Pues el Uruguay es
también el talón de Aquiles de la balcanización en el Hemisferio Sur latinoamericano.
La inserción del Uruguay en la Cuenca, por las buenas o por las malas, por
decisión propia o desorden interno, será el punto de fusión de las historias
argentina, paraguaya, brasileña, etc. Será el fin de los compartimentos
estancos, de los grandes lagos interiores en
un torrente común. Es por el Uruguay donde se destapará la Cuenca, y se convertirán
las historias de sus vecinos complicados en una sola historia. Por aquí comenzará
el deshielo de la balcanización latinoamericana. De más en más nos acercamos a
esa encrucijada. La última victoria diplomática uruguaya fue que se le
aceptara el descenso junto a los “subdesarrollados” de la ALALC (Ecuador, Bolivia, Paraguay) y el coro de lamentos
que le siguió se condensó en estas menospreciables
palabras de un senador de la República:
“¡Adónde hemos ido a parar… con
los indios, los jíbaros y las serpientes!” La petulancia rastaculta
“europea” de las viejas generaciones tenía el
final de norma; y así sentía el reencuentro con sus hermanos y la verdad
de su situación de semicolonia privilegiada en deterioro. Por eso, a despecho de las apariencias y de la distracción común,
el Uruguay es virtualmente el punto más
potencialmente explosivo de América Latina. Su situación geopolítica así lo
indica. Lamas lo sabía, y decía que la “paz continental” dependía de la
paz uruguaya. Exacto, era la paz de las enajenaciones. Y nosotros queremos muy
otra paz. No sería extraño pues que el diminuto Uruguay abra las puertas de una
gran turbulenta historia, preñada de grandes
cosas. Y que plantee prácticamente, aún a pesar suyo, la cuestión
siempre añorada y postergada: la cuestión nacional de América Latina.
Estamos pues en otra vuelta de tuerca, y
revive bajo otra faz y signo la gran polémica ateneísta del '80. Decía entonces
don Pedro Bustamante “O platinos o brasileros,
mucho me temo señores, que en estos precisos términos se plantee al fin el
problema que habrán de resolver… nuestros nietos, si no son los padres de
nuestros nietos”. Le siguió un Uruguay tan exitoso que la cuestión se nos
replantea a la generación de los bisnietos.
Pero sus términos no son tan sencillos y hay grandes diferencias. Antes,
se iba a “entrar” en el Uruguay, y ahora es “salir”. De lo que ahora se trata es convertir al Uruguay en el más fuerte
nexo argentino-brasileño, que es la condición sine qua non de la liberación nacional de América Latina. ¿Empezará
ella por la Cuenca del Plata? Lo cierto es que no haremos ninguna
política, sin argentinos y brasileños juntos.
Así en nuestra época, en que el avance
industrial y tecnológico sumerge en el atraso
y la dependencia o la desaparición a los pequeños países aislados, cuando a
todos los uruguayos se nos convierte
el Uruguay mismo en problema, cuando ya no es posible la amnesia de la interrogación
que el país tiene clavada en la frente, nos decimos aquello de: “Todo
pueblo, aún el más pequeño, saca fuerza vital de la necesidad y el dolor”. Y en presencia de la terrible y frustrada historia de la nación
latinoamericana inconclusa, afirmar ante los nuevos tiempos revueltos
que se avecinan: “Ce n’est pas le chaos qui commence, c’est la solution qui
approche”.
Otros trabajos del autor:
1. La
integración de América en el pensamiento de Perón
Conferencia del 22-VIII-1996
Para mí este ha sido uno de los temas esenciales, si
no el esencial de mi vida intelectual y personal. Y tengo un vínculo personal
con un discurso de Perón del año 1953 que definió todas mis perspectivas
político-intelectuales. Por eso para mí el tema de la integración no es una
mera reflexión académica, sino que involucra mi percepción y mi comprensión de
mi propio país. En el fondo uno es hijo de sus primeros amores; los primeros
amores no se dejan nunca y en la vida política, ocurre lo mismo. Mis primeros
amores fueron dos: el doctor Luis Alberto Herrera en el Uruguay y el coronel
Juan Domingo Perón en la Argentina, allí por el año 1945 cuando me empezaba a
asomar a la vida pública. Y fue allí donde comencé el aprendizaje de la
historia rioplatense, más que del Uruguay solo o de la Argentina sola.
En octubre de 1995, en el quincuagésimo aniversario,
tuve el honor que se me invitara a dar una conferencia sobre ese discurso de Perón
de noviembre del '53 donde él definía las ideas fundamentales de su política
exterior y de su comprensión de la Argentina y Brasil, en relación a su
importancia en América Latina. Esa conferencia, que es una conferencia
producida por Perón bajo una enorme angustia, una conferencia atravesada por
una sensación de fracaso, en una tarea esencial que él se había propuesto y que
era la unidad argentino-brasileña como condición de la dinámica unificadora de
América del Sur. Esta ha sido para mí la originalidad fundamental de Perón, al
punto que he escrito sobre este aspecto: con Perón se ha iniciado la política
latinoamericana. Es decir, es el primer creador de lo que se podría llamar una
política latinoamericana.
Pocas veces hubo una política latinoamericana.
América Latina está dividida en dos ámbitos:
1º - el extremo norte que es México, Caribe y Centro
América. Allí está la potencia hispanoamericana más importante: México, con una
población actual de casi cien millones de habitantes. Y era ya lo más importante
desde los comienzos de la conquista y en la génesis de América Latina.
2º - el núcleo básico de América Latina es la Isla
Sudamericana, el enorme bloque de la Isla Sudamericana. Esta isla es lo más
importante de América Latina. Y México, en consecuencia, está relativamente excéntrico
de la zona de decisión de América Latina. Esta unidad se juega en América del
Sur, no en el conjunto. Sólo en América del Sur es donde hay dos componentes
básicos; el luso americano y el hispanoamericano. Cuando hablo de América
Latina estoy integrando los dos componentes: el lusoamericano o brasileño y el
hispanoamericano. Son los dos constituyentes principales de América Latina.
Hubo intentos de política hispanoamericana. Por
ejemplo, por las circunstancias históricas San Martín y Bolívar no hicieron
política latinoamericana; es decir, no incluían en sus perspectivas
unificadoras a Brasil.
El único antecedente de política latinoamericana en
América del Sur fue el lapso de la monarquía de los Habsburgo de 1580 a 1640.
Hubo sesenta años de un solo rey para toda la América Latina o
hispano-lusitana. Felipe II de España fue Felipe I de Portugal. Hubo tres Felipes
que gobernaron en las coronas de Portugal y de Castilla y en las Indias
Occidentales en su conjunto. Fue un momento fugaz de sesenta años, en él
existió una política latinoamericana de la monarquía, unificadora de todo el
conjunto. Hubo un momento en que todos estuvimos envueltos en una política común.
El eje del Imperio Español en América del Sur era el
mundo peruano, que iba por el Océano Pacífico y se orientaba a través de Panamá
al Caribe y el Atlántico Norte, mientras que Brasil nace ocupando casi todo el
litoral Atlántico, en el Atlántico Sur.
Buenos Aires era la única puerta atlántica española.
Fundada en 1536, tras haberla debido abandonar durante casi cuatro décadas – dejando
sueltos unos caballos, cuya copiosa descendencia cambió las pampas – se refundó
en 1580, el mismo año de la unidad castellano-lusitana. La segunda Buenos Aires
nació con una altísima proporción de portugueses. Era una ciudad casi portuguesa,
porque el Atlántico estaba dominado por el asentamiento litoral de los
portugueses, miembros de una sola unidad imperial castellano-lusitana.
La línea divisoria de Tordesillas fue una línea
astronómica, abstracta, anterior a saber qué diablos realmente iba a dividir.
Existió la frontera ideal antes que el mundo real. Esa línea abstracta no
pasaba por las bocas del Amazonas y llegaba un poco más abajo de Santos y es
donde se instala Portugal. Pero para defender las bocas del Amazonas, de los
franceses, los holandeses, etc., la monarquía unificada le dió la jurisdicción
al Portugal. Era imposible ir a defender toda la Amazonia que pertenecía a
Castilla, desde Quito o desde Lima o desde Potosí; ni siquiera desde Asunción o
Buenos Aires. Era infinitamente más accesible hacerlo desde los puer- tos
portugueses y es así que naturalmente sobre los espacios vacíos del interior,
se generó la expansión de los puertos atlánticos portugueses y con esto el
proceso de expansión de Brasil inicial, con el consentimiento de la monarquía
unificada que actuó simplemente con sentido común. No tuvo nada de genial ni de
perverso; fue una expansión que geopolíticamente era inevitable y necesaria. La
flota española por ejemplo recuperó a Bahía y Lope de Vega escribió una de sus
célebres obras Brasil liberado; todo el imperio festejó la recuperación
de Bahía porque era toda parte de una gran unidad. Esa unidad se rompe desde
1640 y comienza una era conflictiva, donde de alguna forma España y Portugal
son secundarias y se ajustan éste a la política inglesa y aquél al francés
pacto borbónico de familia.
Pasan a ser potencias en distintas formas y grados
ya secundarios. Pero hubo antes una
alianza peninsular que es la gestora de la América Latina inicial y que culmina
en esa unidad de la monarquía que tanto hemos olvidado.
La segunda instancia en que se empieza a recuperar
esa política de unidad es en el siglo XX con Perón. De alguna forma se retoma
la vieja alianza peninsular de los “Trastamara” y los “Habsburgo”, entre
Castilla y Portugal, y se intenta recrear en una alianza continental sudamericana,
desde la Argentina y Brasil. Es el recomienzo verdadero de una política latinoamericana.
En el intermedio hubo hostilidad, indiferencia, acercamientos. No más; y hubo
idealidades latinoamericanas, nostalgias, recuperaciones históricas culturales,
pero no políticas. Políticas reales que discernieron lo principal de lo
secundario, que señalaran cuál era el camino efectivo de una unidad de América
Latina, no la hubo hasta los planteos de Perón a la altura de los años '51, que
es cuando él lo hace, en forma pública y oficial. Habría que interrogarse cómo
y por qué llega Perón a esta situación. Porque no era un intelectual, era un
político intelectual. Los políticos de épocas difíciles son siempre políticos
intelectuales como Lenin, Napoleón, Haya de la Torre. Tienen que ser
intelectuales y políticos para poder inventar grandes novedades. Los políticos
del statu quo, conformados
por lo habitual, no tienen necesidades de invención intelectual.
Veamos la historia argentina desde su organización
institucional con la constitución de 1853. Al iniciarse la última mitad del
siglo pasado nace la primera Argentina Liberal agroexportadora y de recepción
inmigratoria. Es la Argentina del gran impacto inmigratorio, que coincide con
la revolución del ferrocarril en tierra y la revolución de los barcos a vapor
en el mar, que permitieron por primera vez que países transoceánicos pudieran
enviar en gran escala alimentos a los centros industriales metropolitanos
europeos, en especial Inglaterra.
Jamás había existido un comercio de alimentación en
masa. Durante milenios el comercio de grandes distancias fue fundamentalmente
sólo suntuario. Transportaba poco y sólo podía hacerlo con pequeñas cantidades
de bienes muy valorados. Solamente la revolución de las comunicaciones que
implicó el barco a vapor permitió el nacimiento de los grandes exportadores de
cereales y de carne oceánicos. Es el enriquecimiento agroexportador del Canadá,
de los Estados Unidos, de Australia, de Nueva Zelandia, de la Argentina y del
Uruguay. Es un gran ciclo que va a terminar a poco de la Segunda Guerra
Mundial. Luego vienen cuarenta años de precios deprimidos a las materias
primas, salvo el petróleo.
Desde hace unos tres o cuatro años comienza a
notarse un repunte general de los precios de las materias primas de
alimentación, con la irrupción de los grandes mercados asiáticos. Muchos
aseguran que vendrá otra onda de expansión de las explotaciones de alimentos.
Canadá, exportador
rural de maderas y trigo, en los años '20 aplicaba un gravamen de 25% a las
importaciones para estimular las industrias internas, mientras que la Argentina
agroexportadora no hizo ninguna política industrial: ponía un gravamen del 6%.
No habrá preocupación por amparar a su desarrollo industrial. Solamente la
crisis del año '29/'30 va a obligar al mundo liberal agroexportador argentino a
cambiar abruptamente sus perspectivas. También comienza a detenerse la fase de
las emigraciones a la Argentina, hecho muy importante, ya que su mercado interno
no será ampliado por un flujo poblacional creciente.
Es allí donde los pensadores liberales, los
economistas liberales empiezan a ser, a pesar suyo, proteccionistas. No tienen
más remedio, porque no pueden colocar los cuatro o cinco productos que la
Argentina exportaba. Bajan las exportaciones, no hay divisas y eso estimula la
generación de la industria de sustitución de importaciones.
La Argentina tuvo la originalidad de haber inventado
en la historia un socialismo librecambista. Así acaeció que Pinedo, ante la
parálisis de las exportaciones a los mercados tradicionales tanto de Inglaterra
y Europa como de Estados Unidos, pensó hacer una unión aduanera con los otros
países de América Latina y así lo formuló en una conferencia, durante el año
1931.
La necesidad inicial de un desarrollo industrial al
amparo del mercado ampliado, de una unión aduanera que comprendiera los países
vecinos de América Latina, era todavía una visión de emergencia y economicista.
Este pensamiento lo va a retomar en otra forma en el Plan Pinedo de los años cuarenta,
con la Segunda Guerra Mundial, cuando las dificultades de importar de los
centros en conflictos obliga a una mayor expansión industrial.
En esas circunstancias va a nacer el peronismo. Una
serie de autores competentes y contemporáneos argentinos, como Juan José Llach,
sostienen que el rasgo de la irrupción del peronismo fue un llevar a sus
límites un modelo de sustitución de importaciones, sacrificando las exportaciones.
Un “mercado internismo”, ese reproche que se ha ido gestando en los últimos
años. De modo sorprendente, no toman en cuenta, en absoluto, la política
exterior de Perón relacionada con este punto. El desarrollo interno, y el
boicot de Estados Unidos subsidiando producciones de exportación agropecuaria
competitivas con la Argentina para abatirle los precios, hicieron que ante la
disminución del precio de las exportaciones argentinas fuera necesaria una
expansión del mercado interno, para sostener el desarrollo industrial. Esto está ligado a la política de justicia social
y redistribución de ingresos internos que el peronismo emprendió.
La verdad es que la Argentina en el año 1946 era un
pequeño país, era un país de dieciséis millones de habitantes. Hubo un
último impacto inmigratorio, el de italianos dopo guerra. La ampliación
del mercado interno no fue alimentada aquí con una masiva inmigración incesante.
como en el proceso industrial norteamericano. Uno de los rasgos del desarrollo
norteamericano no solamente fue el proteccionismo industrial, que allá nace
desde los padres de la patria, con Hamilton, sino que además de eso fue
realimentado necesariamente por un flujo de millones de inmigrantes, en una
escala sin igual en la historia mundial durante todo el siglo XIX. En su marcha hacia el oeste eso creó una ampliación
incesante del mercado interno, permitiéndole generar industrias de escala.
Al comienzo esas industrias fueron también
financiadas por las exportaciones agropecuarias. En Estados Unidos uno de los
conflictos entre el Norte y el Sur no fue sólo el de la esclavitud, sino,
fundamentalmente, el de las tarifas proteccionistas. El Sur era librecambista
porque quería mandarle el algodón a las fábricas inglesas y comprarle a
Inglaterra, en cambio, los fabricantes del Norte querían la protección para su
industria. La gran batalla del Norte y
del Sur fue entre los librecambistas agroexportadores del sur contra los
proteccionistas industriales del norte. Un aspecto generalmente ocultado,
pero que está en la esencia de esa lucha, de la que los negros no se
beneficiaron demasiado. Recién en los años '60 de este siglo se produjo una
gran reivindicación de la igualdad de los derechos de las minorías negras en
los Estados Unidos, simbolizada por Luther King.
Perón en el año 1947 ya intenta los acuerdos de la
unión aduanera con el Presidente de Chile, González Videla. Perón nunca creyó
en un mercado internista, puro; era consciente que había que estimular a aquellas
industrias que pudieran ser económicas. Pensaba la protección a la industria
con (1º) salarios altos y gran número de empleados y (2º) el uso de la materia
prima nacional. El despliegue industrial
argentino estaba condenado a toparse con límites muy estrechos, porque no surge
ninguna potencia industrial sobre una sustitución de importaciones apoyándose
en un mercado de 16 o 20 millones de habitantes.
Tempranamente
en la política de Perón se plantea el dilema de la imposibilidad de un mercado-internismo
puro. Él tenía una expresión que repitió continuamente “No somos una economía completa”. No disponemos de toda la gama de
recursos posibles para fundar una sustitución de importaciones total. Perón
nunca creyó en el “mercado-internismo”. Esto fue el resultado de su fracaso en
la política exterior. Sabía que era indispensable generar una ampliación de
mercado que permita ser competitivos. Por esto nace el planteo de la unión
Nuevo ABC en el año 1951.
El Nuevo
ABC del año 1951 Perón lo plantea en forma pública el 22 de setiembre de ese
año, fecha del aniversario de la Independencia del Brasil. Ese día ofreció un
gran banquete en honor al embajador Lusardo, que era su amigo y enviado
especial del presidente Getulio Vargas.
Nada
influyó más en Perón que su percepción de la experiencia varguista de los años
'30. Generalmente piensan muchos en ejemplos transoceánicos; yo, creo que Perón
tuvo un modelo en Getulio Vargas, quien produjo una irrupción de un nacional
popularismo industrializador en Brasil. Incluso fundó allí el Ministerio de
Trabajo. Vinieron asesores brasileños, pedidos especialmente por Perón a
Vargas, así como luego la política de planificación y de metas que inicia Perón
va a repercutir en el Vargas de la Presidencia de 1951. Hay una interacción
mutua primero de Vargas sobre Perón, luego de Perón sobre Vargas y es allí, en
el aniversario del Grito de Ipiranga, que Perón propone y así lo registra la
prensa: la unión argentino-brasileña.
Realmente
fue un salto audaz, impresionante, porque la conciencia histórica de la
Argentina y la conciencia histórica del Brasil no tenían aún ninguna
preparación. Estaban predispuestas para lo contrario. Esa fue una de las enormes
dificultades que tuvo Perón. El mismo peronismo no comprendió bien en su época
esta dimensión de Perón. Pensó que era como una cosa lateral, cuando en
realidad estaba jugándose el destino de la industrialización argentina, de la
posibilidad de no quedar atrapado y sin salida. El fracaso del Nuevo ABC va a
llevar a la Argentina a cuarenta años de una noria incesante, que se va a romper
con el derrumbe de la Argentina en los años '80. Martínez de Hoz, viendo que
todo el aparato industrial argentino en su conjunto no era competitivo, suponía
revertir tal situación bajando los aranceles y poniéndolo a la intemperie de
una competición con industrias mucho más elaboradas. Sólo podía advenir el
arrasamiento de la industria argentina – sin ninguna otra posibilidad. Distinta
es la rebaja de aranceles cuando se abre simultáneamente un mercado preferencial
interno mucho más amplio, como es el caso del Mercosur.
En el
Mercosur se abren las posibilidades de un mercado gigantesco que la Argentina
no tuvo nunca, con relativa seguridad pero mucho más competitivo. Ahora, si
Argentina no compite ni con Chile ni con Brasil es porque no compite con nadie;
entonces, que se jubile. Me parece que es el derrumbe del sueño de la Argentina
Industrial sola; que definitivamente el futuro de la Argentina Potencia sola no
era el de Perón, pero se conservó en la Argentina y lo conservaron en parte
sectores del peronismo. En los años años '80 se liquidó. Una Argentina con
deuda externa creciente, una Argentina que cae en la hiperinflación absoluta,
en la liquidación y el desfonde definitivo de una estructura relativamente
cerrada, constituida sobre la sustitución de importaciones, en círculo cada vez
más incompetente.
En
Brasil también se produjo el derrumbe del modelo de sustitución de
importaciones, bajo otras modalidades.
Pero
digamos claramente: si no hubiera existido tal modelo de sustitución de
importaciones hubiera sido mucho peor. Nuestras sociedades alcanzaron una
multiplicidad de capacidades y posibilidades, de las que el modelo liberal
agroexportador era ya mucho más incapaz.
Por
suerte hubo entonces sustitución de importaciones y se dio una diversificación
interna extraordinaria, que no era la normal en una sociedad agraria de gran
simplicidad. Aparecieron ingenieros, técnicos de toda índole, empresarios nuevos…
es decir, hubo un enriquecimiento extraordinario de todas las sociedades
dependientes, tanto en la Argentina como en Brasil. Hubo una calificación del
capital humano y oportunidades que la sociedad agroexportadora ya no daba.
En 1951
Perón ya responde inequívocamente: señalaba que el modelo de sustitución de importaciones
necesitaba una ampliación gigantesca del mercado interno, relativamente
amparada por una nueva unión aduanera para que, logrando economía de escalas,
pudiera alcanzarse una verdadera competitividad. Por eso su respuesta es el
Nuevo ABC.
El
hablador es Perón, Vargas es el silencioso. Brasil todavía no había llegado al
agotamiento de ese camino, pues tenía justamente un mercado interno virtual
mucho más amplio, Vargas no estaba tan urgido como Perón. Perón sí estaba
acorralado, y la paradoja va a ser que el que se tenga que pegar un tiro sea
Vargas.
La
campaña contra Getulio Vargas fue desencadenada por Lacerda y por el
ex-canciller Neves a raíz de la alianza con la Argentina de Perón. En la caída
y suicidio de Vargas, el mayor énfasis fue la campaña contra la alianza argentina
de Vargas. Se querrá evitar la alianza Argentina-Brasil.
Perón no
piensa en América Latina, sino en América del Sur. Ese es el horizonte
principal. Creo que de alguna forma refleja la influencia de un gran
geopolítico brasileño, Mario Travassos, que fue editado por el Ejército Argentino
allá por el '40. Hubo dos ediciones en la época. Perón conoció seguramente muy
bien a Mario Travassos.
A Mario
Travassos como brasileño le era fácil hacer lo que era difícil a un
hispanoamericano. En su obra Proyección Continental de Brasil, breve
libro que es una joya de inteligencia y de sobriedad, dice: nos importa sólo
América del Sur, más arriba es área norteamericana, no nos metamos. Meter el
hocico allí es quedar electrocutado. Para un hispanoamericano esto era más
difícil porque había una solidaridad histórica con todo el conjunto, que no
sentía el Brasil de la época de Mario Travassos. Creo que Perón se da cuenta
que lo primero es plantear la posibilidad de unificar a América del Sur, no a
América Latina. América del Sur, si lo logra, quizá sea América Latina. Quizás
Perón sin América del Sur, nada. Por eso continuamente usa “Sudamérica”,
“Conferencia Sudamericana”. Continuamente usa la palabra
"sudamericana" más que "unidad de América Latina". Se da
cuenta que es mejor acotar el espacio. Su pensamiento eje es que hay sólo un camino
principal para la unidad sudamericana, que es la alianza argentino-brasileña.
Brasil
solo no puede generar la unidad de América del Sur, por su diferencia.
No
tendría asentaderos históricos suficientes para llevar al resto sino imperialísticamente, como un extraño.
Argentina sola tampoco: no tiene capacidad de generar la unidad. Entonces solo
la alianza del poder central en América del Sur, que es Argentina, sería una
alianza creíble y confiable para todos los sudamericanos. No había exclusión
hegemónica de ninguna de las dos dimensiones de América Latina. En cambio la
alianza de Brasil con Uruguay o con Paraguay o con Bolivia sería como anexión;
no es alianza. La alianza de Brasil con países pequeños sudamericanos, de suyo
no tiene significación sino imperial. La alianza sólo podía empezar y ser con
la Argentina, que tenía una entidad suficiente como para asumir una
representación de lo más fuerte y poderoso de lo hispanoamericano.
Perón
intentó comenzar antes su alianza con Chile. La intentó con González Videla y
la hizo con Ibáñez, o sea que él la hacía con los radicales y después con los
no radicales. La alianza Argentina-Chile era un interlocutor más válido, más
importante ante Brasil. El entendimiento con Chile fue una constante de Perón,
tan constante como el entendimiento con Brasil. Lo que pasó es que Perón no
tenía el respaldo de una conciencia histórica colectiva ni en la Argentina ni
en Brasil.
La
acción y pensamiento de Perón contribuyó a formarla, pero en su tiempo era más
fuerte la herencia de rivalidad que la del ensamble común.
Tenía
dos preocupaciones, cuenta Lusardo, dos obstáculos básicos para la unidad
argentino-brasileña: uno la hegemonía norteamericana, y otro la herencia de la
rivalidad entre España y Portugal. El segundo es el más importante, es el más
esencial, el otro puede ser coyuntural. Era tal el obstáculo que un historiador
muy ecuánime y muy nacional pero digamos, no enemigo del Brasil, como lo es
Scenna, escribe un libro en el año 1973, titulado: Argentina-Brasil, Cuatro
siglos de rivalidad. Hace todo un estudio desde ese ángulo. El asunto no es
así. Es mucho más complejo que eso. Hay vaivén tanto en la historia de Castilla
y Portugal como acá, un vaivén incesante de acuerdos y conflictos, pero no un
conflicto uniformemente acelerado. No podemos hacer aquí la historia de
nuestras relaciones con Portugal y Brasil. Pero pueden sintetizarse así:
1. La Alianza Peninsular de
Portugal y Castilla, que culmina en la unidad de 1580 a 1640. Luego viene la
decadencia común.
2. Ciclo de la rivalidad:
desde 1640 a 1870, fin de la guerra de la Triple Alianza.
3. Desde 1870 hasta 1985,
donde hay un pacífico statu quo, que
va preparando la Nueva Alianza.
4. Desde 1986 (?) y 1991 (?)
al iniciar la Alianza Sudamericana de Argentina y Brasil, sus raíces y el
futuro se reencuentran.
En una palabra, solo hay política latinoamericana real a partir de la
alianza argentina-brasileña. Y si no, sólo habrá cháchara. Y esa comprensión
hizo de Perón el re-fundador de la política latinoamericana en el siglo XX. Planteó
el único camino real, modernización e industrialización latinoamericana de
bases indígenas dinámicas.
Esta
percepción que tuvo aquí, en el discurso [transcripto abajo. Ed.] de Perón del año 1953 ante los mandos
del ejército para explicar las razones y la importancia del nuevo ABC, llegó a
decir que concordaba con Vargas en que si hacía falta borrar las fronteras,
pues las borraban. Llega a decir: nada más importante que la cuestión de esta
unidad; y que el éxito de su política será sólo cuando logre el empalme con
Brasil. Brasil tiene una “unidad económica incompleta” y la Argentina también.
Hay momentos
del discurso en los que está verdaderamente angustiado pues presiente el
fracaso, tiene como explosiones en las que llega a decir "no quiero pasar
a la historia como un cretino y participar de una danza de cretinos".
Cretinismo es no saber la importancia decisiva de esta unidad.
Este
discurso fundamental fue denunciado enseguida y se publicó en el Uruguay en
enero del '54, bajo el título El Imperialismo Argentino. Fue allí donde
lo conocí.
Cuando
lo leí, vi que era todo lo contrario de ese título infame. El discurso de Perón
me llegó en un momento crucial. En el Uruguay asomaban también los síntomas de
la crisis de la retirada del Imperio Británico, cuando nuestras bases
transoceánicas tambaleaban. ¿Dónde y cómo reinsertarnos para tener un nuevo
camino viable? El fundamento histórico de Uruguay había sido Inglaterra y los
ingleses se nos estaban yendo; entonces Uruguay ¿en qué se iba a sostener?
¿Hacia dónde?
Fue ese
discurso de Perón que me hizo percibir que el destino de la Argentina era su
alianza con Brasil, que el destino de Brasil era su alianza con la Argentina,
que el destino del pequeño Uruguay era no intentar ser ni Banda Oriental que
era la solución argentina, ni Provincia Cisplatina que era la solución
brasileña, ni el Uruguay solo que era la solución inglesa, sino asumir a la vez
la doble condición de la frontera, que era ser simultáneamente Banda Oriental y
Provincia Cisplatina. Eso lo aprendí en el discurso de Perón del año 1953 y fue
el impulso que tuve para fundar con unos amigos una revistita, Nexo, al comenzar el año 1955. El nuevo
destino uruguayo era ser “nexo” argentino-brasileño.
Ese
discurso de Perón no circuló en la Argentina pues se trataba de un documento
secreto, publicado en Uruguay por algún infidente. Al ser publicado en Montevideo
en enero de 1954 fue recogido por la oposición brasileña. Entonces se
desarrolló la terrible campaña contra Getulio Vargas, que culminó con su
suicidio. La violencia en el ataque contra el Nuevo ABC y la difícil situación
de Vargas obligó a la Argentina a desmentir la autenticidad de ese discurso de
Perón.
Yo no lo
supe, porque el desmentido fue en Brasil. No supe que lo habían desmentido;
para mí fue siempre el discurso básico de Perón, pero en la Argentina no
circuló porque había sido desautorizado. A tal punto que en mis vínculos con
don Arturo Jauretche en su exilio en el Uruguay en el año 1956, época en la que
era yo aprendiz incesante con don Arturo y pensé en hacer un libro en común,
pero al final, por diversas vicisitudes, tuvo que hacerlo solo (Ejército y
Política, donde comenta: íbamos a hacer el libro con un joven uruguayo), me
asombré cuando lo leí. Porque para mí resultaba obvio que don Arturo,
estudiando el Brasil, no consideraba el enfoque de Perón. No lo conocía. Yo lo
interrogué y él quedó sorprendido. Para mí era obvio que los peronistas lo
tenían que conocer, entonces ni les preguntaba; pero fui descubriendo que no lo
conocían, a tal punto que le hablé de ese discurso a Abelardo Ramos y él hizo
la primera publicación argentina, creo que por el año 1964. En el año 1968
Perón reconoció que es de su autoría. Dijo algo así como:
Han
pasado ya tantos años y reconozco que es un discurso auténtico, verdadero. No
dije antes esto por respeto a las distintas personalidades que estaban
involucradas.
Había
sido un discurso secreto ante los altos mandos y lo más secreto es lo que los
enemigos hacen más rápidamente público.
La etapa
actual de la Argentina no es más Argentina sola. Es la Argentina en el
Mercosur. La Argentina sola ya no tiene destino. Perón lo sabía hace cuarenta y
tantos años, lo sabía perfectamente. En diciembre del '51 luego del discurso
donde proclama la necesidad de una unión entre Argentina y Brasil, dice que esa
unión no es sólo por sí misma, sino porque es el punto de apoyo para el
conjunto de América Latina. Lo reitera poco después, en un artículo firmado por
Descartes, titulado “Confederaciones
Continentales”, donde se plantea en esencia todo su enfoque y pronuncia una
sola frase:
La
unidad comienza por la unión y ésta por la unificación de un núcleo básico de
aglutinación.
Para él
la alianza argentino-brasileña no era una unidad en sí misma; era el número
básico de aglutinación. Era el único centro que hacía posible que Chile,
Uruguay, Bolivia, Perú, en definitiva que todo el resto de América del Sur,
pudiera integrarse, no hay otra alternativa. Esa es la única realidad para una
política latinoamericana. Otra cosa sólo será literatura.
A esta
perspectiva llega a la Argentina casi cuarenta años después, con una Argentina
con muchas más dificultades, con más deuda externa, en fin toda una historia
que ustedes ya saben.
Reafirmo,
Perón es el inventor de la política latinoamericana en el sentido que, antes de
Perón, había un romanticismo latinoamericano, un ansia difusa de la unidad de
América Latina. Pero política es cuando se señalan los caminos reales, se
distingue lo principal de lo secundario, porque si no diferencio lo principal
de lo secundario, cualquier cosa sirve para cualquier cosa. Tanto da empezar
por Panamá, por Nicaragua, por Brasil, por Paraguay, por cualquier lado, y no
es donde no se puede caminar o por lo menos solamente como prolegómenos del
camino principal. Prolegómenos que sólo valen cuando se emprende el camino. La
gran lección fue retomada por Sarney y Alfonsín en el DICAB, firmada y puesta
en el gozne más realista por Collor y Menem y comenzó esta aventura extraordinaria
para todos los sudamericanos, que es la Argentina donde ya no hay más Argentina
sola, hay Argentina en el Mercosur. En el Uruguay podrá ser si es en el
Mercosur, hasta Brasil ya no podrá ser sin el Mercosur. Y el Mercosur es la
piedra angular de la Confederación Sudamericana, como decía Perón.
En el
motivo de esta reflexión es que se nos ha ido, aunque no parezca, la vida.
Addendum:
El Proyecto ABC
Alocución del Excelentísimo Señor Presidente de
la Nación, General de División Juan Domingo Perón, ante Jefes y oficiales en la
Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, el 11 de noviembre de 1953.[32]
"Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas
fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República
Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar
a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una
conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras
concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.
El mundo
moderno
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido,
indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la
familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de
agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y
los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000
las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando
este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos
decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si
ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una
apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia
situación.
Es indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado,
presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido.
por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se
ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización,
sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la
superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa
superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos
y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas
irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de
las circunstancias enunciadas.
Comida y
materia prima
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado
es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor
y el más difícil problema por resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima:
valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima,
el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento
económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una
mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el
futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará
extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas
de alimentos y reservas de materias primas.
Ventaja
de América
Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos
hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a
nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles
son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos
elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.
Es indudable que nuestro continente, en
especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta
de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de
materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es
nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria
ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción
alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción
de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema
de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja
inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas
esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.
La
amenaza
Pero precisamente en estas circunstancias
radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha
demostrado -a lo largo de la historia de todos los tiempos- que cuando se ha
carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían
las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las
buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la
fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos
amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que
no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario
poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros
disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades.
Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las
más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países,
en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido
miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería
una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia
que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de
manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.
Defensa
común
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar
de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para
encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite
decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia
importante para que la realicemos.
Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta
zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos
abstracta o idealista.
Las
uniones americanas
Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en
esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros
días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del
Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones
emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por
distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese
tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente no todos entendieron
el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros
días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión
con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más
prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por
culpa de la junta de Buenos Aires.
Hubo varios después, que fracasaron también por diversas circunstancias.
Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín
también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una
unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de
México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho
por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos
un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.
Unidos o
dominados
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente,
que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta
unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados;
pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a
nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año
2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar
el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no
seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.
Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones
de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave
problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa,
es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda
ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que
pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema
nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están
suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema
cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos
si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el
siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al
terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones
de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta
nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los
gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a
los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos
se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario
del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con
los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una
obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente,
hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el
orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa
razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia,
comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y,
sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad
de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.
El
primer plan
En 1946. cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional
argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en
ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares
pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política
internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación,
por lo menos, que regían sus decisiones o designios.
Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo
a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener
jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los
tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los
agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países.
Nosotros no teníamos iniciativa.
No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una
forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener
en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes;
pero tienen que tener algún objetivo.
Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales
para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los
norteamericanos; no, porque eso sería torpe. Vale decir que en esto, como se ha
dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se
posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.
Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que
reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener
nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo
del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de
hegemonía, de mando y de dirección.
Ponerse
adelante
Para ser país monitor – como sucede con todos los monitores – ha de
ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es
llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a
seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso
nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía
de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la
obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo
que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el
resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones
y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia,
para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el
mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque
entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos
relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la
absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna
de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores,
en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia
nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha,
si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, desde los comienzos de la
historia hasta nuestros días, han llegado a las grandes conquistas sobre la
base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza
– que tenemos obligación de soñar – para nuestro país, debemos analizar
primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a
primer plano en todas las luchas del futuro.
El ABC
República
Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad
económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres
países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más
extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa
disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus
recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas
de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir
lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la
humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás
justicias; y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros;
solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para
prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en
que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión
de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás
países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo
agrupamiento ni probablemente lo podrán realizar en manera alguna, separados o
juntos – sino en pequeñas unidades.
Vargas e
Ibáñez
Apreciado esto, señores, yo empecé a
trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y
durante los siete años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente
en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé
con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos
interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente
de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el
gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el
compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones – porque ellos hubieran prometido esto – para dar el hecho por cumplido, porque bien sabia que eran hombres que
iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que
pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer
tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses
personales y negocios, más que por ninguna otra causa. ¡Cómo no se van a
oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado
argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas
fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una
vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino,
vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera
argentina, vale veinte mil pesos chilenos. Ese
que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de
ese tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa
de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come
el pobre "roto" chileno y que producen ellos.
Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades
de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán
venir por los pueblos.
Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido
por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido
cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde
abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se
realicen.
Señores: sé también que el Brasil, por
ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una
institución supergubernamental. ltamaraty ha soñado, desde la época de su
emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través
de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.
Ella los había llevado a establecer un arco
entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un
buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de
ltamaraty, deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más
que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que Brasil entre a una,
diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño
de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes,
más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente.
Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un
inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta
manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho
que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué
tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos
bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio
mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios,
ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.
Conciencia
internacional
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mi que nos reuniríamos
en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después:
el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos:
Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa,
porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que
era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo
que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden
de la política internacional, porque aquí ya existe una conciencia político-internacional
en el pueblo, y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin,
tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo
que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan
pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras
y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en
política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son
puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación;
vale decir: nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de
los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses
y no a los del gobierno.
Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución;
pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes.
Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y
frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los
pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional
mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.
Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el
general Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas,
pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado
en Chile, con elecciones muy sui generis,
porque allá se inscriben los que quieren; y los que no quieren, no; es una cosa
muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto
llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me
dijo: De acuerdo; lo hacemos. ¡Muy bien! El general fue más decidido, porque
los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de
hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice
llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: "Vea,
usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su
presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más
de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido
autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con
el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque
creo que estos tres países son los que deben realizar la unión".
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente,
que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso,
sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en
Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la
autorización, pero no la representación.
Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: "Vengo aquí
con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba
comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo
sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite
la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".
Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas
esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco – poca cosa – y llegamos al
acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en
algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado; pero salió. No fue tampoco
un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro
de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra
el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése
era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que
tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al
darle los buenos días, me preguntó: ¿Qué me dice de los amigos brasileños?
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los limites a que había
llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura.
Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha,
viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: Me
manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil.
Dice que la situación de él es muy difícil: que políticamente no puede dominar,
que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene
levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada;
en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho
eso, que él tampoco puede mandar al ministro.
Yo me he explicado perfectamente bien todo
esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente,
señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan
plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo,
que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera
trabajando por esto.
Bien, señores, yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce
nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la
historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido
realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente
piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo sólo; hay
otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.
Política
de unión
Pero lo que yo no quería es dejar de
afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la
política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad
de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por
nuestros hombres – frente a los peligros que esta disociación
producirá en el futuro – por lo
menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo
que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando
terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de
realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente
por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos
eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y
han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los "grandes conflictos"
y no para los pequeños conflictos.
Esta unión, señores, está en plena
elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores,
ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos
realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de
saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque,
de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y lo conquista,
difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente
persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando
desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y
desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está
persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos;
eso no puede tener efectividad. La lucha por las zonas amazónicas y del Plata
no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y
nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna
otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus
factores y en todas sus características.
La
integración latinoamericana
Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas,
y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros
solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en
forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente
americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un país pequeño;
como irán respondiendo otros países del continente: despacito, sin presiones y
sin violencias de ninguna naturaleza, así, se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente
hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el
tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido
con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están
inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente
a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y
ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile
está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y
muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.
Lo único que hay que vencer son intereses;
pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres
deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro
remedio que esperar y trabajar para que se realice: y esa es nuestra acción y
esa es nuestra orientación. Muchas gracias."
2. Mercosur o muerte: nuestras tres
ebulliciones totalizadoras
Homenaje de Alberto Methol Ferré al uruguayo
Carlos Quijano, precursor de la reforma universitaria, legislador, jurista, y
economista, creador del semanario Marcha,
publicación que formó e influyó a varias generaciones entre 1939 y 1974, cuando
fue clausurada, prolongada a través de los Cuadernos de Marcha que llegaron hasta el 16 de junio de 2001.
Publicado originalmente en Agenda de Reflexión número 189, Buenos Aires, el jueves 10 de junio de 2004.
"No para dar por pensado, sino para dar en qué
pensar"
América Latina tuvo tres grandes
ebulliciones "totalizantes" que la configuraron y la están
configurando. Digo "totalizantes" porque en sus inmensos espacios, en
este medio milenio último, de golpe, casi sorpresivamente, toda ella entró en
ebullición sólo tres veces. ¿Podríamos contar las ebulliciones generales de
Europa? Muchas más. Pero espacialmente era mucho más pequeña y concentrada.
Ahora estamos en plena "tercera
ebullición" general latinoamericana. Nuestras dos ebulliciones generales
anteriores duraron pocas décadas. Luego les siguió una larga calma, durante la
cual esa ebullición se fue como disgregando, digiriendo, agotándose y
recreándose lentamente como para la nueva sucesiva ebullición general, mucho
tiempo después. Ahora, nuestra "tercera ebullición" tiene caracteres
muy distintos que las anteriores. Acerquémonos un poco.
Primera
ebullición general: El nacimiento de América Latina
Tras una etapa preparatoria en las Antillas
y en América Central, de 1520 a 1560 aproximadamente, es la conquista y
colonización de lo que comenzará a ser un pueblo nuevo, mestizo, en la
historia: América Latina. Todas sus partes entran en relación, en
conflagración, luego de milenios de dispersión, de comunicaciones fragmentarias.
En pocas décadas se funda la red de villas y ciudades esencial de América
Latina, que incluye casi todas las que serán sus capitales. Antes de este ciclo
(1520-1560) sólo se habían configurado dos imperios, el Azteca y el Inca, que
al estar hechos "a pie" quedaron muy lejos de agitar el conjunto de
lo que sería luego América Latina. Se ignoraron. Los dos imperios – como
movimiento de concentración – duraron apenas un siglo, y fueron arrancados de
cuajo por la vorágine totalizante de la conquista y la colonización, que tuvieron
una velocidad inédita, combinada, del barco oceánico y los caballos.
Esa ebullición general, la primera
"latinoamericana", fue a la vez el primer fruto del comienzo de la
globalización, encabezada desde Europa por Castilla y Portugal, en los buenos
tiempos de la "Alianza Peninsular". Luego, a partir de sus tres
núcleos, México (con América Central y las Antillas), Perú y Brasil (las partes
castellana y portuguesa de América del Sur), le seguirán casi 250 años de
estabilización dispersa, comunicándose con los centros metropolitanos más que entre
sí. América Latina (ibérica o hispánica en su sentido original) fue como dividiéndose
por paulatina complejización y madurando un nuevo y vasto "círculo
histórico-cultural" que hoy somos nosotros, desde nuestras raíces.
Mestizaje hijo de la Cristiandad latina en su último gran despliegue barroco y
primero nuestro. Es la primera ebullición fundadora de América Latina. Todo se
junta con todo, y luego va particularizándose.
Segunda
ebullición general: La Independencia de América Latina
Siempre hay signos preparatorios. Pero la
ebullición estalla desde 1808 y se prolonga hasta 1830. La dilatada América
española entra toda ella en efervescencia, se vuelve a interpenetrar con
intensidad inusitada en todos sus fragmentos, y Bolívar busca culminarla con un
gran Congreso, que fracasa. En la medida en que se independiza, América Latina
va separándose en múltiples "estados -ciudad" que encabezan espacios
insólitos para cualquier europeo. Estados-ciudad como de una Grecia primitiva
gigante; estados parroquiales, diría Toynbee. Ni siquiera una "Nación de
Repúblicas" confederadas, como quiso Bolívar. Sólo Brasil, entonces mucho
más pequeño y menos dilatado que la América española, mantuvo la unidad ¿quién
podría controlar la Amazonia entonces, que descoyuntura toda América del Sur?
El espectáculo final de la segunda efervescencia hizo exclamar a Bolívar:
"¡Hemos perdido todo, menos la independencia!". Es decir, hemos
perdido las condiciones de la independencia. América Latina fue formada por
barcos y jinetes, entreveros. Lo que volvió desmesurada a América Latina para
los latinoamericanos, que no pudieron controlar sus espacios. Nuestros marinos
no eran criollos, sino irlandeses, ingleses y norteamericanos. Los barcos eran
ingleses. Y nos volvimos periferia de la Revolución Industrial inglesa del
siglo XIX. Cada estado parroquial perdió contacto con su vecindad, salvo en los
casos de dos o tres conflictos vecinales graves, pero localizados. Cada país se
fue volviendo un "en sí", hoy de 170 a 180 años: su afirmación era la
exclusión del vecino y el éxtasis con los centros metropolitanos transoceánicos.
Primero ingleses y franceses, luego norteamericanos.
Tercera ebullición general: desde el MERCOSUR
Desde comienzos del siglo XX los medios de
comunicación latinoamericanos empiezan su paulatino acrecentamiento e
intensificación. Por mar, tierra y aire. Aunque todavía en la Cumbre de
Brasilia del 2000, donde los países de América del Sur (Comunidad Andina y
Mercosur) proyectan su unión, se hace énfasis en la necesidad urgente de
ampliar las conexiones mutuas de "infraestructuras". Es que estamos
en plena ebullición general, que nos exige multiplicar las intercomunicaciones
de personas, bienes y servicios. La globalización avanza, pero la cercanía vecinal
y latinoamericana también. Está naciendo definitivamente la "política sudamericana",
que antes sólo hubo en un fugaz momento de la Independencia. La política
sudamericana, novedad de nuestros días, vino para quedarse definitivamente, nos
guste o no. A nosotros – o a las grandes potencias. Es ya irreversible. Esta es
la diferencia con las dos ebulliciones generales anteriores. La tercera
ebullición general ha venido para quedarse y volverse normalidad – en
relativamente poco tiempo más, a escala histórica. Desde la década del '90 en
adelante, la ebullición general ya es y será normalidad. No hay más regreso a
los "en sí" imaginarios de las patrias chicas. La conjugación
latinoamericana de América del Sur ya es irreversible, es destino. ¿Cómo
contribuiremos a acuñar ese destino?
¿Cuál será su signo? Una ojeada a sus
preparaciones y eclosión. Es en el siglo XX. Este se abre con la ebullición
general de los intelectuales, su "latinoamericanización". La
generación del 900 con Rodó, Ugarte, García Calderón, Blanco Fombona, etcétera.
Repone en el horizonte a la "Patria Grande", retoma la herencia de
Bolívar, San Martín, Artigas. Luego serán los estudiantes universitarios. Luego
los imperativos industrializadores – camino hacia adentro – de los nacionalpopulismos.
Estos, todavía por separado, se sintetizan en tres consignas: democratización,
industrialización (ciencia y tecnología), e integración. La primera no es sin la
segunda; la segunda no será plena, eficaz, sin la tercera. En la tercera, es la
vencida. En eso estamos.
Por eso, Carlos Quijano decía entonces que
al latinoamericanismo no se llega por el "latinoamericanismo
abstracto", sino a través de las "regionalizaciones" concretas.
Y vino la primera oleada regionalista en los años '60, simbolizada en Prebisch
y Felipe Herrera, en el Mercado Común Centroamericano, la ALALC (que incluía desmedidamente
a México, Brasil y Argentina), el Mercado Común del '67, el Pacto Andino del
'69. Luego el reflujo. Desde el '85 la segunda oleada se levanta desde el
ensamble de Brasil y Argentina. América Latina hacía así su cortocircuito fundamental:
la alianza de Argentina y Brasil. Ya la habían intentado Perón, Vargas e Ibáñez
(1951-1954). Ese es el camino principal y decisivo para América del Sur:
"el núcleo básico de aglutinación", al decir de Perón. Es como la
alianza de Francia y Alemania para Europa.
Ese es el cortocircuito que pone todo en
ebullición. Por eso el Mercosur es lo decisivo de la combustión y unión de los
pueblos de América del Sur. El Mercosur no es una "regionalización"
entre otras, es la "regionalización fundante" de América del Sur, y
por tanto invencible, aunque por eso mismo amenazado siempre de muerte. Nadie
más podrá apagar esta ebullición. Todo otro camino, que no sostenga o se enlace
con esta avenida principal, es enemigo de nuestros pueblos. Son tiros al aire,
apuestas erráticas, antinacionales. Esto lo iremos aprendiendo rápidamente todos,
unos y otros.
Hoy América Latina tiende a separar sus dos
regiones básicas. México, América Central y las Antillas caminan en o hacia el
Nafta-ALCA. Es seguramente irreversible, salvo depresión mundial. En tanto que
la gran isla de América del Sur, lo más importante de América Latina, su escenario
fundamental, se vuelve inexorablemente el centro de ebullición de sí misma. El
Mercosur es su avenida principal. Es la gran batalla de estos años, a todos los
niveles. Anuncian y quieren muchos su muerte y desaparición. Y les renace al
otro día, porque se asienta en lo principal de América del Sur. ¿Cuál es su
opuesto? ¿Cuál es la verdad de las otras propuestas que lo excluyen y pretenden
ser alternativas (no complementos)? Su opuesto, su contrario tiene un nombre
ejemplar: el destino de Puerto Rico. ¿Cuál es el destino de las "patrias
chicas" solas? O múltiples y pequeños Puerto Rico, o un gigantesco Puerto
Rico latinoamericano, utopía histórica imposible. No otro es el contenido del
fantasma del ALCA. Y si ésta vía llegara a ser, sería un multiplicador, a pesar
suyo, de la ebullición latinoamericana. Sería la vía más larga y compleja.
Impredecible. Podría hasta "portorriquizar" a los mismos
norteamericanos, por más murallas eléctricas que levantaran. ¡La historia y sus
ebulliciones no se manejan fácilmente!
Las "patrias chicas" se salvan en
la Patria Grande latinoamericana de la Unión Sudamericana, por la difícil y
necesaria avenida principal del MERCOSUR. Por fe cristiana y convicción,
sabemos que la Vida puede más que la Muerte. Es la gran apuesta, lo que vale la
pena.
Así me quiero despedir, sin despedirme, de Mercedes y Carlos, de Cuadernos de Marcha.
3. Alberdi, Perón y la Unidad Sudamericana
Mi idea
hoy era intentar, digamos, hablar de horizontes. O sea, de los horizontes
fundamentales de nuestra historia, la historia de América Latina y de América
del Sur, desde la independencia; y ver sus etapas fundamentales. Porque,
normalmente, uno muchas veces se pierde en innumerables anécdotas, hechos,
acontecimientos, sin ubicarlos en una lógica abarcativa. Me parece que una de
las cosas que nos son más indispensables es una comprensión de las lógicas
fundamentales de nuestra historia. Entonces, intentaré hacer una aproximación
en función a Alberdi y al amigo Perón.
La
historia, desde la independencia (yo pedí un pizarrón porque ayuda a graficar
cosas simples pero importantes), abarcó un período relativamente rápido, de
unos veintipocos años. En un siglo no pasa nada, o muy pocas cosas, pero en
diez años, de golpe, se da una turbulencia que engendra millones de hechos
menores.
En este
siglo hubo una lucha en toda América Latina entre dos tendencias fundamentales.
Una es la tendencia a la integración, de Bolívar, San Martín, Artigas y muchos
otros. Hubo una lucha por la integración de un imperio en descomposición, para
reintegrarlo en una nueva lógica, para evitar que se fragmentara y se rompiera
en múltiples partes. Y hubo también una tendencia por la separación.
Esos
veintipocos años determinaron una victoria del proceso de fragmentación del
imperio español mientras, por el otro lado, nuestros hermanos brasileños
lograban superar las dificultades que ellos también tuvieron para no haber
terminado fragmentados en varias partes, porque no les fue sencillo mantener
incólume al país independiente; hubo muchos intentos de ruptura que lograron
exorcizar. Entonces, las víctimas, los derrotados, han sido los héroes máximos;
lo singular de América Latina que festejamos, a la vez, la victoria de la
separación y la derrota de los que también son nuestros héroes máximos como
Bolívar y San Martín, que eran hombres de la integración y no de la separación.
Sus
vidas acabaron en el destierro. Es la verdad verdadera de las dos vidas:
terminaron perdedores, y Bolívar dijo: “hemos nadado en el mar”; fue una de sus
últimas expresiones, ante la impotencia que le engendró ver la partición en
múltiples países nuevos. Por ejemplo, el Virreinato del Río de la Plata no se
integró como pensó San Martín. Porque muchos argentinos no saben hoy en día qué
quería San Martín; es algo que a mí me sorprende enormemente.
Su tarea
está enunciada con una claridad meridiana en el mensaje que le hace al Perú
sobre el propósito de toda su acción. Dijo: “Tras la lucha por la independencia
por las Provincias Unidas hemos colaborado en la independencia de la República
de Chile para juntos ayudar a la independencia del Perú, a los efectos de
configurar un pacto federal entre Perú, Chile y las Provincias Unidas del Río
de la Plata”.
Y,
además, no era La Argentina.
Argentina es un pedazo de eso. Era lo que hoy es Argentina, Uruguay, Paraguay y
Bolivia. De manera que, más fracaso que el del pobre San Martín, difícil. Y
Bolívar, otro tanto.
En el
fondo, San Martín … veamos: ustedes saben que la América Latina se dividió en
dos grupos. Bien simple: arriba en el mapa fue el Virreinato de México; el
primer virreinato que se articula, a inicios del siglo XVI. Doce o quince años
más tarde, se articula el otro virreinato, en Lima. México era el centro.
México, América Central y las Antillas: ese era el ámbito básico del poder
mexicano, que además se prolongaba hasta las Filipinas, las que se hallaban
bajo la jurisdicción de México.
México
fue el que contribuyó decisivamente a la ocupación y conquista de las
Filipinas. De manera que era la puerta del imperio hispánico hacia el extremo
Oriente, hacia Japón y China. Hay un historiador de Francia muy famoso, Pierre
Chaunu, que ha escrito un hermosísimo libro, intitulado “Le Pacifique des Iberiques”, "El Pacífico de los
Ibéricos". Fijensé, ibéricos. La única época en la que el Pacífico, en sus
más vastas zonas, logra ser controlado por portugueses y castellanos; la corona
de Castilla es el primer poder marítimo en el Asia oriental. Eso, ¡si lo sabremos..!
Entonces,
eran dos centros. Y respecto a Lima, su jurisdicción era toda la América del
Sur, salvo una escueta partecita que daba a las Antillas, la que estaba en la
órbita de México. El conjunto de América del Sur tenía una capital, que era
Lima; o sea, el Virreinato del Perú. Nosotros nacemos en el Virreinato del
Perú. Éramos la puerta de atrás del Virreinato del Perú. No la puerta delantera:
la puerta de atrás. Buenos Aires, Córdoba, todo el itinerario hacia abajo y
hacia arriba.
Y el
otro punto era que al dividirse los Ibéricos, el Imperio Español era
enormemente alargado: desde Norteamérica, alargado hasta el sur; mientras que
el Imperio Lusitano era Brasil, sobre el Atlántico Sur. Una parte de los Lusitanos,
mientras que los Hispanos en dos partes (México arriba y, en América del Sur,
esencialmente Lima) inician un solo Virreinato. Es el tiempo más largo de
nuestra historia. Porque nuestra historia se inicia – incluyéndonos – en el
Virreinato del Perú, hasta 1776.
O sea,
más de dos siglos. Ahora estamos casi empatando el siglo de peruanos que fuimos
todos. Todos éramos peruanos.
Yo digo
eso en Uruguay y se quedan paralizados; nunca se lo imaginaron, porque Uruguay
se inventó una historia que dice que el Uruguay empezó con los indios que
estaban y con los españoles que llegaron. Un invento absoluto sin ningún
fundamento.
Pero usó
el invento de un pequeño país, que al final del ciclo de la independencia por
Lord Ponsonby, que dijo “ni de las Provincias Unidas, ni del Imperio del
Brasil”. Y Uruguay es el "ni" – "ni de los ingleses". Ni fu
ni fa. Ustedes, aparte, inventaron Uruguay, que era el centro de abastecimiento
de la ocupación que siguió de las Islas Malvinas.
Yo fui
portuario toda mi vida útil en el Uruguay, de manera que estaba acostumbrado a
ver el barquito de las Islas Malvinas, que llegó en aquella época (mil
ochocientos treinta y pocos) a Montevideo, que era la base de abastecimiento de
los intereses en Las Malvinas. El Hospital Inglés que hay en Uruguay hace
muchas décadas era el hospital para atender a la gente que se enfermaba en las
Malvinas, gente de las flotas inglesas. Y el barquito se llamaba el Darwin; eso era fácil recordarlo.
Les digo
esto para que vayamos ubicando los grandes espacios que surgen en la crisis de
la Independencia, con el fracaso de Bolívar por un lado, y de un negrito como
San Martín. Yo le llamo el primer cabecita negra victorioso o importante de
nuestra historia. Era cabecita negra. No es un invento mío; pero esa es otra
historia.
Entonces;
estaban la Capitanía del Brasil, el Virreinato de Lima y el Virreinato de
México. Esas eran las tres partes de
América Hispana en el sentido antiguo.
O sea:
tanto Portugal como Castilla eran hijos de la Hispania Romana. Hispania viene
de la provincia ocupada por los romanos desde el siglo III antes de Jesucristo.
Y entonces … allí están, durante cinco o seis siglos, y se arma un mundo que
habla distintas formas de la lengua romance, que era el latín vulgar. El latín
vulgar derivó en castellano, catalán o portugués.
Entonces,
esos dos países son los dos primeros países que inician el proceso de globalización
mundial; es decir, el proceso mundial de unificación es iniciado por Castilla y
Portugal, con Colón, Vasco Da Gama, Magallanes y El Cano, que son los primeros
que dan la vuelta al mundo totalmente; es decir, que recorren, que abarcan el
mundo y generan aquel imperio del que se decía “donde el sol no se pone”,
porque era un imperio que estaba en el Asia, en el Pacífico, en el Índico, en
el Atlántico Sur y en el Atlántico Norte.
Ese es
el primer imperio mundial. Después los Ingleses y Holandeses derrotan y
sustituyen al Imperio Español que, antes de hundirse, culmina su unificación.
En efecto, hubo un ciclo de unificación entre Castilla y Portugal en la época
de Felipe II; en 1580 se realiza la unidad de la península Ibérica con dos
reinos y un solo rey, que son Felipe I y Felipe II. Un reino que dura sesenta
años, que se funda en 1580, y Buenos Aires se refunda, definitivamente, en
1580. Era el primer puerto sobre el Atlántico Sur, que era un mar portugués.
El
Atlántico Sur era un mar portugués porque Brasil lo descubre, ya que estaban
empeñados en la Volta Africana para ir al Asia. Y entonces los vientos, las
corrientes, lo llevan a Garay, en el 1500, a descubrir Brasil. Y Brasil nace
como los puertos de recalada para el viaje al Asia.
Brasil
nace así como puerto del Atlántico Sur donde se podía hacer el viaje mucho más
rápido por el sistema de corrientes oceánicas que llevaba desde Portugal. Y de
estas islas iba hasta Brasil y de Brasil hasta África del Sur en el Cabo y
subía hacia la India o hacia las islas de las especies. Brasil nace como base
al Asia.
Es bueno
recordarlo, para romper con los estereotipos en que todos nos hemos formado,
porque el mundo es mucho más rico y mucho más interesante que lo que suelen
habernos enseñado.
Entonces,
aquí están las tres regiones básicas de América Latina: la zona de México hoy
es el único país importante. El resto es un enanaje múltiple, que hace que
México no tenga posibilidad de maniobra con otros países importantes al lado y
que tengan frontera con la potencia mundial hoy por hoy máxima. Ese es el lío
que tiene México: no tiene aliados posibles en su zona. Es céntrico y pegado a
esa frontera.
Y, en
América del Sur, dos nudos: el peruano y el brasileño. En el proceso de la
independencia, el núcleo brasileño permaneció unificado y el nuestro se partió,
finalmente en nueve países. Nueve: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile,
Paraguay, Argentina, Uruguay y Bolivia. Nueve países frente a uno que, al
comienzo, era solamente costa y donde nadie se metía, como aún hoy es difícil
entrar en la zona amazónica ecuatorial; era enorme y, en cierto sentido, amparó
las dimensiones enormes de este país, porque nadie aspiraba a entrar en la Amazonia,
porque no era rentable en aquella época bajo ningún aspecto.
Entonces,
digamos; en cierto sentido, el Brasil se conservó inmenso, no por su astucia
sino por su inaccesibilidad y por el desinterés. Porque, al comienzo, toda la
Amazonia no era brasileña: era española. Con la división de Tordesillas era
castellana.
Lo que
pasa surge de la unidad entre Castilla y Portugal – que les digo: Portugal nace
porque era una provincia de Castilla.
Vamos a
ubicar las cosas: en el principio, el Portugal era castellano. Que el rey
Alfonso VI, en el siglo XI, hace que se lo da a una hija, como dote para que se
case con un caballero de Borgoña que lo había ayudado en su lucha contra los
moros. Y allí nace el condado del Porto Galo, con este nuevo conde.
Y, como
Alfonso VI aspiraba a ser emperador, y para ser emperador en el mundo feudal
hacía falta tener a reyes de vasallos – se podía ser rey si no se tenía a otros
reyes de vasallos, pero si se tenía a otros reyes como vasallos, uno era
emperador – y Alfonso quería ser emperador, le permitió al conde del Porto Galo
declararse rey de Portugal. Y así empezó, lentamente, la independencia del país
gallego. "Galo" no se refiere sólo al borgoñés, sino a la Galicia
como unidad. Los portugueses son gallegos que no siguieron unidos a Castilla, y
los gallegos son portugueses que se unieron a Castilla. Bien sencillo. Ese es
el origen nuestro. Sin fantasmas.
La separación – primer ciclo
La
separación viene desde la Independencia, 1830 digamos. Luego se consolidan como
países separados, en el último tercio del siglo XIX. Entre ambas fechas hay
toda una serie de líos, guerras civiles, decisiones, etc. Los países se
consolidan unos un poco antes y otros un poco después, pero alrededor del
último tercio, digamos del 1870 en adelante, ocurre la consolidación del "cada uno en su casa". Y el cada uno en su casa de la separación no
solamente está en su casa, en una casa que se encontraba como novedad y se
empezaba a construir como nación, porque su verdadera independencia es
independencia de ciudades y conflictos de ciudades y localismos sin ninguna
idea de nación.
La
nación se va inventando en la segunda mitad del siglo XIX, en todos los países.
En la Argentina se hacen himnos, próceres, estatuas, todas esas cosas. El
repertorio heroico de cada país se hace así; entonces viene, digamos, el apogeo
de la separación – o sea, esto no solamente era separación, sino ignorancia
mutua.
La vecindad era lo que menos existía. Si yo le
pregunto hoy a un uruguayo cómo es la estructura de la provincia de Entre Ríos,
no sabe nada. ¿Y de Corrientes? No sabe nada. ¿Y de Río Grande do Sul? No sabe.
Todos desconocemos la vecindad radicalmente; somos unos ignorantes perfectos.
No digo
que desconozcamos a Venezuela, o a México. Argentina no conoce a fondo a su gente
en las estructuras espaciales económicas, sociales, geopolíticas de su
vecindad. No las conoce bien el Uruguay tampoco, Brasil tampoco; nadie conoce
bien al vecino. ¿Por qué?
Porque
la separación fue que todos fuimos balcones al mar, grandes balcones al mar,
ligados al centro europeo que era centro en este mismo instante de la
independencia. Comenzaba el despliegue extraordinario de las primeras naciones
industriales, que eran Inglaterra primero y, luego a partir de los años '820 y
'830, Francia. Son los dos primeros países, el inglés y el francés, en iniciar
el despegue y comenzar a configurar la sociedad industrial y entonces, digamos,
todos los países conocieron el camino oceánico. Aún en el Perú, Chile, todos
ellos, primero estuvo el camino oceánico que el de la vecindad. La vecindad
estuvo ignorada totalmente.
Cada uno
se vinculó al centro metropolitano por separado. Los uruguayos, balcón al mar,
que daba a espacio listo, que lo surcaban otros barcos. Nuestros esos barcos no
eran, en absoluto; anclados en la orilla hasta el ombligo, pero después eran
ingleses o franceses, o yanquis, pero nosotros no. El océano era lo fundamental,
y allá en el fondo estaban París y Londres, el imán que nos atraía
intelectualmente y no sólo intelectualmente. El Follies Bergère y todas esas cosas también atraían …
Entonces
eso era la luminaria de la separación. Eran las rutas oceánicas agroexportadoras
o dinero-exportadoras hacia los centros hegemónicos; y eso logra su apogeo en
la primera mitad del siglo veinte.
La separación – segundo ciclo
Se
empieza a configurar en el último tercio del siglo XIX, con Roca y compañía, y
ahí se asientan Mitre y Sarmiento. El país logra un esplendor fantástico que
todos añoramos, todos vivimos más de la añoranza de lo que fuimos que del
futuro que tenemos que construir; entonces, eso nos mata.
Es
demasiado para siquiera imaginar la unión. Esa lucha parece que evapora la
integración. Pero la integración vuelve en la segunda mitad del siglo veinte y
se convierte en el Leitmotiv de toda
la segunda mitad del siglo, que resulta… una sucesión de fracasos. Pero los
primeros pasos son siempre fracasos. Ningún bebé va a salir campeón olímpico en
ninguna carrera; ¡va a gatear! Se va a caer; y nosotros, con el mercado común latinoamericano.
Ese fue el sueño de una noche de verano; cosas así, pero el proceso se fue
abriendo, el asunto fue instalarse un proceso que era el revés de la
separación.
Era todo
lo contrario; una nueva marcha hacia adentro. En vez de ir hacia el océano,
decíamos, al océano agro-exportador ¿tenemos que entrar… en qué? ¿Qué es lo que
genera el proceso de integración? ¿Es decir, cuál es la necesidad de la
integración?
Los intentos
de industrialización de América Latina, desde la crisis mundial del capitalismo
del año '29 … ahí comienza y aparece el primer gran partido nacional y popular
de los años veinte, de fines y principios de los años treinta, que es el APRA
con Haya de la Torre, hijo de la estudiantina de la Reforma Universitaria. A su
vez, hija de lo que en el inicio del siglo veinte, en el apogeo de la
separación, cuando cada uno era él sólo, era un conjunto de soledades incomunicadas, sin puertas ni ventanas entre
sí.
Era ese
momento en que todos escribían sus historias patrias como el epicentro del
mundo, y borraban todo el resto. Es cuando empieza el novecento, la generación de intelectuales que se empiezan a
plantear que la separación de los países de América Latina estaban condenados
al atraso y al fracaso histórico, aunque tuvieran éxitos aparentes, digamos,
por tener ya las dimensiones adecuadas para generar una verdadera potencialidad
capaz de industrializar a los países. Entonces el argentino Manuel Ugarte,
Vasconcelos, etc., son de la primera generación que se plantea volver a
pensarnos como conjunto. José Enrique Rodó dice que lo fundamental es pensarnos
como conjunto; él ni sabía cómo era el conjunto, pero sabía que, sin el
conjunto, estábamos muertos. Íbamos a ser las márgenes permanentes de la
historia.
En el
instante que la Argentina estaba gordísima y rica. Era el año del Centenario,
pero era un país que con lo que hoy se llama materia prima, poco elaborada,
etc., comprábamos la radio, los arquitectos, los autos. Que inventen otros.
Éramos un rústico, no inventábamos nada; y si alguien inventaba acá, állá había
que callarlo o desmerecer sus triunfos. Claro, los que inventaban eran lo que
generaban el ritmo de la historia y el poder. Eso era el costo.
Empieza un
proceso dentro de la generación de intelectuales y de estudiantes. A partir de
la crisis del ’29 empezará a adquirir un nuevo rostro más a fondo, pero, sin
embargo, voy hacia atrás, a un hombre tremendamente significativo: Alberdi.
Juan
Bautista Alberdi pertenece a la segunda generación de la Independencia. No es
un protagonista de la Independencia; ya se encuentra con el proceso de
separación victorioso, y es él, con el famoso ensayo “Fragmento para una
Introducción al estudio del Derecho”, el primer intelectual que diferencia con
la debida claridad cuál es el centro y cuál la periferia. Cuál es el centro
industrializador y cuál es la periferia arrastrada por ese centro industrializador.
Ese algo que recién empieza a divulgarse mundialmente desde la CEPAL, desde
Prebisch en el año '49, está perfectamente enunciado por Alberdi en “Fragmento
a una Introducción al estudio del Derecho”, que es una joya intelectual sin
igual en nuestra historia. Y este hombre se da cuenta que – dice – están en
marcha dos revoluciones.
Una,
cuyo centro es Europa, que es la mundialización; el mundo va hacia la unidad
mundial y el centro generador de la unidad mundial es Europa en 1837, aun
estando Rosas cerca, etc., etc.
Entonces,
en la biblioteca de Sastre dice él, hay, en relación a los centros, diferentes
escalas de aproximación; hay que pensar a los países según una escala de
aproximación. Los países que van atrás de las dinámicas del centro
mundializador e industrializador, están de algún modo ligados o condenados a
oscilar duramente entre su originalidad y la necesidad de imitar al centro dinamizador.
Porque si no aprenden del centro dinamizador se van a empantanar; entonces
están obligados a aprender bien del centro, porque también lo pueden imitar simiescamente,
como simios, en mera copia de externalidades. Por ejemplo, dice él, la Constitución
de Bolivia es una mera copia de una constitución europea; pone el ejemplo de lo
ruinoso que puede ser una mala imitación, porque hay que saber seleccionar lo
que se imita, según las posibilidades de nuestra originalidad. Y también es
esencial el para qué.
Juan
Bautista Alberdi se plantea esto en forma muy nítida, y no solamente dice que
hay esa revolución mundial que encabezan, entonces, Inglaterra y Francia. Luego
será Estados Unidos; Alberdi pondrá énfasis en Estados Unidos y va a plantear
la disyuntiva de los que corren de atrás. Sin embargo, afirma, con nitidez
absoluta, el proceso mundial que genera el siglo XIX con la Sociedad Industrial
y su repercusión en la periferia.
Alberdi ve
la periferia solamente de América Latina; no ve a China o a África. Pero sabe
que los otros entran en ser la periferia. El dice que la historia muestra otros
síntomas, que va hacia un crecimiento de la democratización; que las plebes van
hacia la toma del poder junto al proceso de la industrialización, que llegará
la hora de las libertades y las igualdades de las plebes en crecimiento y,
seguramente – lo dice en 1837 – el siglo XIX va a terminar con un gran triunfo
de las plebes y de lo nuevo en Europa.
Y
señala, como explicación, no sólo la mundialización de las técnicas, por
ejemplo del barco a vapor y todo el instrumental de la sociedad industrial.
Todo eso, dice, viene de la expansión del cristianismo y de la revolución que
hizo Cristo en la historia, como centro de la historia al afirmar y reconocer
la igualdad y la libertad de todos los seres humanos. Es el fundamento de un aspecto
que hace que, en el mundo secular, se genere el proceso irreversible de la
democratización. Porque en los fundamentos del cristianismo está la dignidad de
los hijos de Dios. Esto ha ido horadando en la historia, y esto crece y va
generando el ascenso de las plebes.
Esto
Alberdi lo detecta porque ya tenía una reflexión geopolítica muy honda. Era
lector y amigo intelectual de Michel Chevalier, al que cita en el fragmento,
que era un saint–simoniano y uno de los impulsores internos de la Revolución
Industrial en Francia; que había publicado un libro pero que se había comentado
en revistas antes que seguramente Alberdi leyó, porque este núcleo intelectual
era de lectores insaciables de las revistas francesas que les daban en los
barcos en aquella época.
Estados
Unidos ha sido uno de los países más proteccionistas del mundo. Muchos
sostienen que lo siguen siendo, bajo la apariencia de mantener tarifas
aduaneras bajas, porque tienen una cantidad de aparatos para-arancelarios y
refinados mecanismos económicos que lo convierten en país superproteccionista
mundial. Esto lo sabe muy bien el amigo; lo explica muy bien en un fascículo.
Esto
Alberdi lo sabe bien. Alberdi se asume como argentino separado de Uruguay,
Paraguay, Bolivia y todo eso. Cuando se recibe de abogado en Chile y revalida
su título, en 1844, Alberdi compone una memoria sobre la necesidad de un
congreso unificador de América del Sur, pero sin Estados Unidos ni Brasil;
entre los hispanos hablantes. Sin Brasil.
Es
interesantísimo; es un conjunto de enfoques y propuestas de unión aduanera,
etc., etc. No lo ve así Bolívar, que no era una respuesta pintada a la amenaza
del peligro de la reacción de la Santa Alianza europea sino la unificación
interna de América del Sur, empezando con una propuesta para una política de
aranceles, de las mismas leyes, de unificar el aparato administrativo, de
establecer los mismos tipos de impuestos. Alberdi aun manteniéndose argentino,
aun poniendo las Bases constitucionales de la Argentina, nunca en toda su vida
perdió de vista a América del Sur, sobre la que continuó escribiendo siempre.
En 1844,
en este estadio realmente único, Alberdi se inspira en el Zollverein alemán – la unión aduanera. Alberdi había ido a Europa y
tenía un ojo tan certero que, de todos los ruidos europeos, sintió que lo que
le servía era el Zollverein alemán,
la unión aduanera alemana para los países emergentes de América del Sur. Y
habla de políticas educativas comunes, etc. Es notabilísimo que una parte de lo
que él anunció en 1844, la CEPAL de Prebisch lo va a poner en marcha
intelectualmente en 1950; aunque sólo una parte de lo que Alberdi dijo, no
todo.
En 1868
llega otra ocasión a este gran ausente de su amada Argentina, a la que amó pero
siempre tuvo lejos y esa lejanía le permitió tener unas perspectivas
totalizadoras notables, muy difíciles de lograr desde algún sitio particular
sumergido dentro de sus fronteras. Porque, Alberdi las tenía desde el centro:
miraba el conjunto sudamericano desde el centro pero no como el centro sino
como un sudamericano y lograba una penetración insólita. En el año 1868, digo,
Alberdi participa en un concurso que convoca Michel Chevalier en París. Alberdi
vivía en París, a un año antes de la guerra entre Alemania y Francia. Y el
concurso es para escribir sobre la paz. Escribe Alberdi allí un libro, que no
publica porque estalla la guerra y el libro queda sin publicar. Se llama “El
crimen de la guerra” y en esa obra Alberdi hace una anticipación y señala al
proceso de mundialización que pone en marcha el barco a vapor, el telégrafo,
los ferrocarriles, todos los inventos, todo eso; ve como el mundo se achica, y
dice que los pequeños estados y los estados medianos van a significar menos que
la verdadera conducción de la historia, que va hacia los grandes estados
continentales.
Entonces,
indica Alberdi, lo sabio es que los pequeños estados y los medianos estados se
empiecen a reunir regionalmente para lograr configurar estados de dimensiones
continentales, porque es el único modo que pueden ser interlocutores de los
otros estados que necesariamente se iban a formar, aunque todavía no lo habían
hecho.
Alberdi
escribe esto en 1868, a dos o tres años del final de la guerra de secesión en
Estados Unidos. Esta inicia el gran salto industrializador de los Estados
Unidos, de 1865 en adelante, que va a culminar a fines del siglo XIX que ya
Estados Unidos supera a cualquiera de los estados europeos. Alberdi escribe
esto antes de que los Estados Unidos den el gran salto, antes de convertirse en
el gran estado continental industrial.
Al
término del siglo XIX, Federico Ratzel, alemán, escribe en artículos otra obra
interesantísima. Es el iniciador de la geopolítica alemana y observa la
irrupción de los Estados Unidos, que echa a España de Cuba y Puerto Rico, ocupa
las Filipinas, se proyecta sobre el Medio Oriente y ya había obligado a Japón a
abrir sus puertas al librecambio. Los japoneses se pegaron tal susto que
decidieron que "nos va a pasar lo que le pasa a China, que los anglosajones
le están obligando a fumar opio: hicieron guerra para tener importación libre
de opio en China". Y entonces los nipones dijeron: tenemos que aprender de
lo que les pasa a ellos. Eligieron a los jóvenes más capaces, a los que ellos
consideraban más sabios en el país nuevo de la revolución Meiji, y, en la misma
época en que Alberdi escribe “El Crimen de la Guerra” y anuncia los estados
continentales, los envían. Estos nipones hacen recorridas por Estados Unidos,
Inglaterra, Francia, Alemania, el Imperio Austríaco y Rusia, apuntando todo;
hacen todo un recorrido para ver y se vuelven a Kyoto con todas las enseñanzas.
Los sabios japoneses estos le dicen al emperador: mire, acá hay que hacer una
administración como Francia, un ejército como el alemán, una marina como Inglaterra
y una industria como los Estados Unidos. Pero no son sólo palabras sin base,
sino todo un estudio fundado; vieron y seleccionaron. Y en particular Bismarck
les aconsejó: todos los capitales que usen, úsenlos de su ahorro nacional,
porque si piden empréstitos no salen más de la deuda. Los japoneses lo
aprendieron. Son historias antiguas, bueno.
Viene
Ratzel y ve el emerger del poder continental yanqui, que es un nuevo salto
cualitativo. Entonces, dice: las potencias europeas, y aún el Japón, están
emergiendo; las naciones industriales de la dimensión de Francia e Inglaterra,
que eran modelos, salen de la historia. Europa no tiene nada que hacer; deja de
ser el centro de la historia, porque ahí enfrente ha nacido una nación que
cuantitativamente es tan enormemente superior a cualquiera de las naciones
protagonistas, que el salto que da es cualitativo. Sobre eso Ratzel erige un
nuevo paradigma, referido a cuál es el tipo de país que puede determinar la
marcha de la historia. Y eso ya no es más el estado-nación industrial como
Francia, Inglaterra, Alemania; todo eso queda anacrónico. El que puede es Estados
Unidos.
Estados
Unidos es ya el poder hegemónico virtual al inicio del siglo XX, aunque no lo
sepa. Los europeos se creen y hacen repetir que son el centro del mundo, pero
ya no lo son más; la realidad última es que no lo son, pero no se dan cuenta.
Europa tardó dos brutales guerras mundiales para empezar a entender que se
tenía que juntar o se convertiría en absoluto margen del imperio
norteamericano. Y entonces, Ratzel, no contento, dice: “Si Europa hace una
nueva unión europea, si sus países forman un nuevo Estado Continental, entonces
es posible que conserven la posibilidad de alternar en la conducción de la
historia mundial del siglo XX”. Pero es más fácil que sea otro. Y apunta hacia
Rusia.
Y Rusia,
en la última década del siglo XIX, comienza el gran despegue industrial, con el
conde Wytte, el iniciador del gran despegue industrial ruso; allí comienzan los
sindicatos, los partidos socialistas, Lenin, cuando ya había empezado el
proceso de industrialización.
Afirmaba
Ratzel que si Rusia sabe acelerar su proceso de industrialización, va a ser el
único país que en el siglo XX se pueda enfrentar a los Estados Unidos, porque,
de ese momento en adelante, es la era de los estados continentales. Eso es lo
que dice Ratzel, en forma distinta a lo que dice Alberdi.
Alberdi
era como una anticipación lógica de la tendencia. Ratzel, en cambio, ya ve la
emergencia clara de un poder superior a todo el resto. Entonces en forma ya más
realista, dice: el siglo XX es la era de los estados continentales. Con eso
estaba todo dicho. Diráse, sí, que fue la bipolaridad entre dos estados continentales
de diferente régimen económico, social, etc.; pero fueron dos estados
continentales; con un socialismo dinamarqués, o de Grecia, Rusia no hubiera
prosperado ante el poder de los Estados Unidos. Hubiera durado horas. Entonces,
uno ve la nueva lógica de los Estados Continentales.
Esto
empieza a enramarse con lo que contaba, de principios del siglo XX, con los
contemporáneos de Ratzel en América Latina. Manuel Ugarte, Blanco Fombona, se
dan cuenta de lo mismo: que en los Estados Unidos había emergido un poder
gigantesco continental y que la veintena de paisitos latinoamericanos eran
inservibles para contenerlo. Entonces comienza la lucha por la integración
intelectual, en el momento de apogeo de las patrias chicas individuales, que
estaban en su esplendor aparente. Eso, sin embargo, lo discierne y lo penetra
Haya de la Torre en la crisis del ’29, inspirándose en Lenin pero sosteniendo
que el imperialismo es la etapa final del capitalismo en los países industrializados,
no asi en los países en vías de desarrollo donde el imperialismo era la primera
etapa; esta fue su postura en el Congreso antimperialista de Bruselas. Haya de
la Torre, en su libro “El Antiimperialismo y el APRA”, su primera obra, toma de
modelo a Sun Yat-Sen, el chino que hace la revolución contra el imperio Manchú
en el año 1912 y comienza la república.
Es más
interesante para nosotros que Lenin, porque Sun Yat-Sen, educado por los misioneros
metodistas yanquis en una misión asiática, luego va a Japón y ve el proceso
industrializador de Japón, y enuncia la teoría general del nacional populismo.
Esta la enuncia Sun Yat-Sen y Haya de la Torre la retoma. Dice que aquí no puede
haber partido comunista tipo Lenin porque no hay una sociedad industrial
constituida; que acá lo único que se puede hacer es una alianza de clases de
los campesinos y la incipiente burguesía industrial de las ciudades, que es
nuestra mira: los obreros, los sectores medios y sus intelectuales, es decir
una alianza nacional y popular. Que eso es lo mismo que podrá ir gestando una
gran revolución en China.
Todo eso
pasó vicisitudes; Chiang Kai-Shek … Mao Tsé-Tung que vino con otro enfoque …
Pero, en el fondo, Mao hizo la revolución campesina. El régimen actual reaplica
las teorías de Sun Yat-Sen, a punto tal que ha hecho de la casa de Chiang
Kai-Shek un museo nacional, que le rinde homenaje; ya no se le rinde homenaje
sólo a Mao, porque China ha ido girando en forma extraordinaria. Y hoy, a diez
años desde los enfoques de Lenin y una muy inadecuada tasa de nacimientos, el
comité central del partido comunista chino, formado por varias clases sociales,
se encuentra ante el problema sobre el que leía hace poco, de que el proceso de
industrialización y urbanización es tan intenso, tan exitoso, que en los próximos
diez años esperan que haya una migración del campo hacia las ciudades de
cuatrocientos millones de chinos. Miren qué problemita tienen; nosotros
uruguayos tenemos sólo tres millones, etc., etc... ¡Cosa espeluznante! Un
estado continental arcaico en un solo siglo recorrió los cuatro siglos de
cambios de Europa. Y la India también. ¿Quienes son hoy estados continentales?
La separación – tercer ciclo
Y
entonces uno ve a Kissinger y Brzezinski (dos hombres muy inteligentes; aunque
sobre ellos haya la opinión que haya, si leen algo del poder máximo lean los
mejores, antes que a los burros. Se los recomiendo, especialmente a Brzezinski)
… dicen ambos: en el próximo poder de estados del siglo XXI (¡de este siglo!)
va a haber un concierto de los Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, China y
la India; cinco estados continentales. Y entonces, acá, uno dice: ¿no podrá
haber ninguno más? Porque si no, el enanaje está perdido.
Y
nosotros somos de estaturas diferentes, pero enanos. ¡Los enanos! Ustedes son
los más parecidos a los uruguayos de los enanos; están mucho más cerca de la
insignificancia que de la exaltación. Entonces uno pone estas cosas para ser
claros; si no, uno se autoestafa con facilidad extraordinaria. Nos educaron
cantando el himno, ¡talán, talán!; que la Argentina es todo. Y en el ¡talán,
talán!, uno un buen día se encuentra con que la Argentina no existe más y uno
no se dio cuenta. Entonces, aquí está el secreto del Mercosur.
Y quien
fue quien formuló el secreto del MERCOSUR se llama Perón. Es el que lo inicia,
en la apertura de la segunda mitad del siglo veinte, en el apogeo de la
separación, en aquella primera mitad en la que todos nos ignoramos.
Empiezan los gérmenes con los intelectuales y con los estudiantes de Córdoba que quieren la unidad global, intelectual, económica, institucional.
Pero el
primero que enuncia, con claridad meridiana, la nueva necesidad se llama
Perón, e invita a Brasil y Chile y les propone el nuevo ABC en 1951, en
septiembre, en una conmemoración de la independencia de Brasil. Dice en un
artículo que escribe en diciembre de 1951; voy a leer el artículo, que es
esencial; lo escribe en el diario Democracia, y firma como Descartes, pero se lo manda a Lusardo, el embajador de Brasil, que
escribió las Memorias y yo las leí
porque quería saber qué había pasado con el embajador de Brasil y Perón en esa
época tan importante. Lusardo relata en sus memorias, que son dos tomos, que
Perón le envía el artículo con Juan Duarte, el hermano de Evita; y Duarte le
dice de parte de Perón: “Aquí le manda este artículo porque aquí está su pensamiento
fundamental, y le ruega que se lo mande a Itamar Ortiz y a Vargas". Este artículo
se intitula “Las Confederaciones Continentales”.
En lo
más importante – todos sabían que él encara el tránsito del continentalismo
hacia el mundialismo, o sea, algo parecido a Alberdi, al último Alberdi
¿estamos? – Perón recoge la herencia de Alberdi en otra situación y dice: “La
unidad empieza por la unión, y ésta por la unificación
de un núcleo básico de aglutinación”.
O sea
que, para que haya unidad, tiene que haber un núcleo básico de aglutinación. Si
Paraguay, Uruguay, Bolivia se juntan para iniciar la unidad de América del Sur
no forman ningún núcleo básico de aglutinación, ni se entera nadie ¿verdad?
Tiene que ser un núcleo básico. Dice: “El futuro mediato e inmediato en un
mundo altamente influido por el factor económico impone la contemplación
preferencial de este factor. Ninguna nación, ni ningún grupo de naciones, puede
enfrentar la tarea que tal destino impone sin unidad económica”.
O sea,
él llama unidad económica a que cada país tiene que tener en sí todos los
recursos importantes, y las dimensiones importantes de mercado interno, etc.,
etc., como para ser un desarrollo autosustentable para poderse proyectar en
serio, y entonces dice: “El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de
triunfo de los penates de la América del hemisferio austral”. Y llama la
atención que el MERCOSUR eligió como su signo a la Cruz del Sur.
“Ni
Argentina, ni Brasil, ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable
para enfrentar un destino de grandeza. Unidas forman, sin embargo, la más
formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna:
El Atlántico y el Pacífico. Así podrían intentar desde aquí la unidad
latinoamericana como una base operativa polifacética, como inicial impulso del
devenir. Desde esta base podría construirse hacia el norte la Confederación
Sudamericana, unificando en esa unión a los pueblos de raíz latina”..
“¿Cómo?
Sería lo de menos, si realmente estamos decididos a hacerlo. Si realmente esta
confederación se espera para el año 2000, qué mejor que adelantarnos pensando
que es preferible esperar en ella, a que el tiempo nos esté esperando a
nosotros. Unidos seremos inconquistables, separados indefendibles. Si no
estamos a la altura de nuestra misión, hombres y pueblos sufriremos el destino
de los mediocres”.
“La fortuna nos ha de tender la mano. Quiera
Dios que atinemos a asirnos de ella. Cada hombre y cada pueblo tienen la hora
de su destino”.
En este texto fundamental, lo central ese el pensamiento de él; es la alianza
Argentina-Brasil, o sea: Perón rompe con la visión alberdiana de “Brasil no”, y
hace lo contrario: sólo con Brasil podemos construir el núcleo de aglutinación.
Este es
el nudo de su pensamiento. Y desde esta unidad, es como en Europa: si se juntan
Suecia, España, Italia, no pasa nada; pero si se unen Alemania y Francia, que
están en el corazón de Europa y son el núcleo de aglutinación que forma la
Unión Europea …
¿Cuál es
el núcleo de aglutinación de América del Sur? El país individualmente más importante,
Brasil, y el país más importante por muchos conceptos de parte de los hispano
hablantes, lo más importante de América del Sur. Contiene la frontera viviente
de cinco siglos de ese sur latino, la única frontera viviente que tiene con el
Amazonas.
Son
líneas fronterizas, pero no abstractas como esas con Venezuela, con Ecuador,
con Colombia, con Perú; falta mucho que andar, dan mucho que andar. Es en la
cuenca del Plata donde se convierte en el eje de la unidad Argentina-Brasil, y
en ese eje de la unidad del núcleo de aglutinación fundamental, no sólo para
América del Sur; si lo es para toda América del Sur, lo será para toda América
Latina, porque México sin esto no va para ningún lado.
Nosotros somos el único aliado posible, pero déjennos andar primero solos en
esto.
Si solos nos fortificamos, los ayudaremos;
pero si no nos fortificamos, ustedes no se metan, que lo único que harán
adelantándose es perjudicarnos todos. Con el rubio del norte, entonces acá,
nosotros, las fronteras argentino-brasileñas –¿cómo se llaman? Uruguay,
Paraguay, Bolivia que es el corazón de esa frontera – la Cuenca del Plata, que
empieza en el Matto Grosso y Santa Cruz de la Sierra … Muchos geopolíticos de
América del Sur llaman al Matto Grosso del Norte y a Santa Cruz de la Sierra el
Heartland sudamericano, el corazón de
la tierra sudamericana, porque son el enlace de la Cuenca del Plata y la futura
cuenca: la Amazonia, que está en el centro mismo de América del Sur.
Es la elección
del MERCOSUR, es la elección según Alberdi, la regionalización necesaria para
generar lo que, primero, será una confederación, luego será un estado federal,
luego una nueva nación. Y no se asusten, porque si no, no vamos a tener tampoco
nuestras naciones propias.
Entonces,
esto es una empresa que hace que, naturalmente, los uruguayos que olfatean esto,
y los argentinos, y los brasileños, y los paraguayos con mayor razón, digan: si
avanzo hacia esto, la cosa es una revolución cultural que aterra; todo el
imaginario argentino ya no sirve como aislado, es un imaginario que se tiene
que entreverar con el paraguayo, con el boliviano, con el uruguayo, con el
brasileño, para ir generando paulatinamente un imaginario sudamericano común
para ir enseñando nuestra literatura, nuestra ciencia, la nuestra, que es, a la
vez, argentina, uruguaya, brasilera, paraguaya, boliviana. Esa es la literatura
y la historia y la ciencia que tendrán que estar en nuestras escuelas. Y cuanto
más tardemos, más indefensos los dejamos para el futuro; los hacemos argentinos
arcaizantes, uruguayos, brasileños, paraguayos, bolivianos arcaizantes. Y lo
mismo a las escuelas de los otros enanos.
No
tenemos derecho a hacerles eso, por nuestros prejuicios o mezquinos intereses
locales. La tentación es creer posible avanzar hacia delante, mirando para
atrás como si uno no avanzara hacia delante. Decidamos mirar adelante en serio,
plantearnos la Cuenca del Plata, que está virgen, está empezando; la cuenca del
Mississipi, el Rin, son fantásticas; en un día o dos circulan más barcos y
canoas que en un año en nuestra cuenca. Pero es ridículo, y la tenemos
enfrente; y tienen a Bolivia ahí nomás. Cuando entré hoy en el auto me dijeron:
Este es un muelle de Bolivia. Dije ¡Qué bien! ¡Menos mal! Y hay otro en
Uruguay. Tiene que haber más vínculos, y más vínculos de intercambio, de conocernos,
y mandar profesores y maestros, gente.
Ver e
incursionar por un lado y por el otro; es una cosa impresionante lo que hay que
construir existencialmente aquí porque, si no, quedamos prisioneros de cómo se
nos educó con las consignas de la Argentina del Centenario. Añoramos el
Centenario como lo insuperable, pero … el Centenario nunca más; estuvo muy
bien, fue un éxito, pero era el Centenario de una Argentina que supo usar bien
sus exportaciones agropecuarias en el imperio inglés y con Europa occidental.
Pero ahora se trata de generar esto y la civilización industrial, con técnicas,
con capacidad de inventiva. Y para eso hay que tener capital y tenemos que
tener para obtener un gran capital; no lo vamos a formar. ۄSi Ratzel decía con una
Alemania al iniciarse el siglo XX: “Alemania no sirve más para nada ante el
poder yanqui”!
Alemania
era super-industrial, más industrial que Inglaterra, y tenía setenta millones
de habitantes; aquí hay 37, con una emigración que no cesa.
¿Adonde vamos? Alberdi puso las bases exitosas, inteligentes del desarrollo de
un país agro-exportador que ya cumplió su rol y va a cumplir otro, sólo en la
medida en que se enlace con una gran industrialización, a la altura de las exigencias
tecnológicas de nuestra época. Y, para eso, nos hace falta un mercado de
cuatrocientos millones de tipos. ¡400 millones! Pero lo podemos hacer.
Perón,
en esta propuesta del nuevo ABC, en el fondo hizo lo que pidió Alejandro Korn,
en plena lucha por la reforma universitaria en 1925. Korn la describió como algo
muy lindo “la hora de pensar las nuevas bases”. A las nuevas bases le hacen
falta la justicia social con los trabajadores y le falta el asentamiento de una
cultura nacional. Y yo digo: está bien, Alejandro Korn, pero el asunto es lo de
Haya de la Torre: democratización, industrialización, integración.
No hay
democratización sin industrialización, y no hay industrialización sin
integración y cada una de las partes se exige la una hacia la otra y eso es lo
que nos ofrece la gran marcha del MERCOSUR. Estas son las nuevas bases con las
que Perón abrió la segunda mitad del siglo veinte, poniendo las nuevas bases
que han terminado generando el MERCOSUR, y responden a esa concepción, que es
el hilo conductor de la unidad, en un grado u otro, del Cono Sur o de América
del Sur y luego toda Iberoamérica. Solamente así nuestra cultura, nuestro mundo,
nuestra historia tendrá sentido; si no, seremos las márgenes olvidadas, por lo
que Alberdi llamaba un pueblo-mundo, un solo pueblo en el mundo, en una especie
de estado mundial federal. Es posible que pase en el siglo XXII, es posible si
no ocurre algún holocausto en medio; capaz que llega, a más tardar, en el siglo
XXII.
Pero les
quería dar estos pantallazos del proceso de separación, que vence al
integracionismo presente en la Independencia; recordar cómo se mantienen
algunas cosas, cómo en el apogeo de la separación empieza la reivindicación de
la integración del 1900, cómo se acelera en la crisis del '29, y cómo arranca
ya con dos argentinos, con el nuevo ABC de Perón y con la CEPAL de Prebisch.
Porque fue la CEPAL de Prebisch, a través de Celso Furtado y sus hombres, los
que más influyeron en el proceso de acelerar la industrialización en Brasil, la
explosión de la lucha por la industrialización en Argentina, la que generó la
gran proyección sudamericana de la CEPAL. Entonces, digamos, aunque por esas
luchas de aldea Perón y Prebisch no se amaron nunca, eran los dos rostros de lo
mejor de la Argentina.
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Accepted: November 15, 2007 – Published: November 23, 2007
revista
Electroneurobiología
ISSN:
0328-0446
[1] A
propósito de “barrigas agujereadas” y “carne de paloma”. El cónsul argentino en
Colonia, mi amigo Fernando Bracht, gran nadador, hace dos o tres años salvó a
dos uruguayos que se estaban ahogando. Salió en los diarios y yo le escribí diciéndole que su hecho era extraordinario
por su condición de “barriga agujereada”. Agregaba que seguramente no le
anotarían en su ficha personal este acto “que sin embargo debe ser uno de los
pocos éxitos de nuestra diplomacia en la vecina orilla”.
[2] “A Portugal la independencia le ha costado el patriotismo. No tiene otra salvación que soñar en conquistar a España. Por recelo a ésta han caído a los pies de un rey ladrón y esclavo de Inglaterra” (Carta de Miguel de Unamuno a Federico de Onís). Ver “Unamuno y el Uruguay”, de Daniel Castagnín, La Paz 1967, pág. 12.
[3] Vicente Rodríguez Casado, en el prólogo a la obra “El Río de la Plata en la Política Internacional” de Octavio Gil Minilla (Editorial Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1949).
[4] Esta visión fue desarrollada hace cuarenta años por el chileno Alberto Edwards en su magnífica obra “La Fronda Aristocrática”. Recordemos que Bernardo Berro en su correspondencia de marzo de 1840 ya comentaba a su hermano Adolfo: “Que el pueblo no hizo la revolución, y que sólo se prestó a obedecer con gusto para pelear por la independencia y que un corto número de individuos fueron los que la idearon y dirigieron, es cosa que confesará cualquiera que despreocupadamente estudie desde sus principios la historia de nuestra emancipación y organización política”. Las más grandes excepciones, en este aspecto social, son, en el norte mejicano, Morelos e Hidalgo y, en el sur rioplatense, Artigas. Edwards ve brillantemente la “fronda aristocrática” de los patriciados, pero en “cada país” y no percibe su rol disgregador y coadyuvante con la empresa balcanizadora inglesa. Pero vislumbra los rasgos propios del Patriciado, tan diferente a la burguesía como a los feudales. El amasijo de “feudalismo” y “burguesía”, proverbial en la historiografía latinoamericana sobre la emancipación y el siglo XIX, se ha agravado con el macaneo de las contribuciones del marxismo sovietizante.
[5] Francois Perroux: “La coexistencia Pacífica” (F.C.E., México, 1960), págs. 186 y 42.
[6] Juan Bautista Alberdi: “Historia de la Guerra del Paraguay”. (Ed. Patria Grande, Buenos Aires, 1962), pág. 80.
[7] En su célebre carta a Granville, en 1825.
[8] Editorial de Sarmiento, en “El Progreso”, de Santiago de Chile, el 25 de noviembre de 1842 (Ver: Ricardo Font Escurra: “La Unidad Nacional”, Ed. Teoría, Buenos Aires, 1961.
[9] Andrés Prëdohl: “Economía Internacional” (Ed. Ateneo, Buenos Aires, 1955), pág. 254.
[10] A principios de siglo, con la inmigración vinieron aquellos generosos e idealistas anarquistas catalanes e italianos, que trasponían mecánicamente sus experiencias europeas al medio americano, negando las “patrias” y postulando la cosmopolita fraternidad universal, ignorantes de las diferencias de desarrollo y situación histórica concreta de las naciones. Es una noche en que todos los gatos son pardos. Entonces comentaba Herrera la “grave alucinación en un país con grandes problemas por resolver y con una gran interrogante clavada en la frente” (“La Formación Histórica Rioplatense”, Ed. Coyoacán, Buenos Aires, 1961), pág. 38.
[11] El Uruguay Internacional” (Ed. Bernard Grasset, Paris, 1912) Como esta vieja y única edición es hoy casi inhallable, nos remitimos para las citas de página a un compendio que hemos hecho de este libro – junto con otros escritos – en la obra para la Editorial Coyoacán, publicada bajo el título “La Formación Histórica Rioplatense” (Buenos Aires, 1961), págs. 16 y 17. Lamentablemente, por omisiones de imprenta, esta edición no facilita del todo su manejo, pues falta el ìndice y el título mismo de “Uruguay Internacional” al abrirse esa parte (pág. 16).
[12] “Antes y Después de la Triple Alianza” (Montevideo, 1951, Tomo I – págs. 30, 34, 35 y 36).
[13] “Formación Histórica Rioplatense”, pág. 35.
[14] Op. cit., pág. 35. Si el “El Uruguay Internacional” se abre con el capítulo “El Deber Previsor”, se cierra con el de “La Concordia, piedra angular”.
[15] Op. cit., pág. 39: “Son ciudadanos del Uruguay y no ciudadanos del mundo los que afianzarán los derechos de la República. Visible la dispersión de ideales que vivimos, más preocupados por las complicaciones ultramarinas que de las nuestras… Hijos de un país pequeño y nuevo no debemos olvidar los orientales las leyes de la proporción, referidas a los vecinos enormes como al imperio moral creado por las civilizaciones excelsas. Concentremos nuestra voluntad en el propio taller; pongamos nuestra inteligencia, sobre todo, en el tema doméstico. Pasión y brazo al servicio de la causa nacional, parte minúscula, pero parte al fin, de la epopeya humana. No haríamos poca hazaña contribuyendo, con el testimonio de nuestra dicha labrada despacio, a acrecer, con un grano de arena, los grandes saldos morales”.
[16] Op. cit., pág. 24..
[17] Op. cit., pág. 28.
[18] Op. cit., pág. 27.
[19] Op. cit., pág. 21.
[20] Este planteo lo hemos formulado ya hace casi una década (“La Crisis del Uruguay y el Imperio Británico”. La Siringa, Buenos Aires, 1959; previamente, se había publicado en octubre de 1958 en Tribuna Universitaria). Quizá la polvareda política de aquel momento hizo pasar a segundo plano lo fundamental, y la gente se fue por las ramas, quedándose con retazos de aquí y allá, sin percibir claramente el conjunto de sus ideas básicas. Ahora no hacemos más que retomar una de sus dimensiones, pues el tiempo transcurrido no ha hecho más que confirmarnos en nuestro enfoque esencial. Si hubiéramos encontrado razones valederas para rectificarnos, lo hubiéramos hecho de inmediato. Pero ni las hemos encontrado, ni otros nos las han ofrecido.
[21] Jacinto Duarte: “Dos Siglos de Publicidad en la Historia del Uruguay”, Montevideo, 1952, pág. 90.
[22] Hans Freyerm, “Introducción a la Sociología”.
[23] Nicholas J. Spykman. “Estados Unidos frente al Mundo” (Ed. FCE, Méjico, 1944), pág. 49.
[24] Op. cit., pág. 48.
[25] Gil Munilla, op. cit., pág. XIX.
[26] R. Henning y L. Köshola. “Introducción a la Geopolítica” (Ed. Escuela de Guerra Naval, Buenos Aires, 1941).
[27] Juan Bautista Alberdi, op. cit., pág. 79.
[28] Herrera, op. cit., pág. 63 (En “La Raíz”, que es una autobiografìa).
[29] Daniel Castagnin, op. cit., pág. 11.
[30] Daniel
Castagnin, op. cit., pág. 28.
[31] Herrera, op. cit., pág. 28.
[32] Contexto: En el año 1946, Estados Unidos mantuvo el
bloqueo de armamentos contra la Argentina e intentó una acción similar en el
comercio internacional de combustibles. Le molestaba la política de exportación
de granos con que Perón favorecía a España y a Portugal. También quería impedir
el crecimiento de la marina mercante. Pero sobre todo no deseaba que la
Argentina organizara un bloque de países en el Cono Sur y además trataba de
convencer a los ingleses de que no vendieran material bélico a nuestro país. En
1947, por lo pronto, los norteamericanos ya habían dado muestras de
preocupación por lo que ellos consideraban un proyecto de Perón para organizar
una federación de países del sur del continente. En un memorando fechado el 20
de mayo de 1947, el Director de Asuntos de las Repúblicas Americanas del
Departamento de Estado, Ellis Briggs, observaba: “Existe, el peligro que la
Argentina aspire a organizar un bloque del Cono Sur, bajo la dominación política
y económica argentina”; y señalaba que los Estados Unidos debía oponerse a
cualquier desarrollo que pudiera facilitar la formación de tal bloque. Desde el
punto de vista británico, un informe titulado “Ambiciones argentinas en
Sudamérica” del Foreign Office del 15 de febrero de 1949, daba cuenta que “No
hay duda de que la mente del presidente Perón incursiona por las peligrosas
honduras de la geopolítica. Al dirigirse a un grupo de estudiantes brasileños
en julio de 1948 anticipó un tercer bloque de países latinos a ser liderado
aparentemente por la Argentina, basado sobre una unión aduanera establecida
primero entre las naciones sudamericanas y luego extendida a España, Portugal e
Italia, incluso Francia – en otras palabras, un bloque latino. Este bloque
parece asociado de cerca en la mente del General Perón con la Tercera Posición
de la Argentina, como mediadora entre los Estados Unidos y Rusia”.
En 1951, con el seudónimo de Descartes había escrito el presidente
argentino: “La batalla por esa nueva forma cultural se decidirá sin duda en el
último cuarto del siglo XX. El año 2000 tendrá que llegar con el triunfo de las
confederaciones continentales”. En ese
mismo año, expresaba en otro artículo: “Ni Argentina ni Brasil ni Chile
aislados pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un
destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a
caballo sobre los océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar
desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifásica, de
impulso que no se detendrá”. En cuanto a la aproximación con Getulio
Vargas, presidente de Brasil al comenzar la década de 1950, Perón buscaba la
comprensión de la nación hermana reconociéndole la gravitación regional que
posee. El 27 de mayo de 1947 Perón y el mandatario brasileño Eurico Dutra (que
sucedía a Vargas tras sus primeros dos periodos presidenciales) inauguraban el
puente internacional entre Paso de los Libres y Uruguayana sobre el río
Uruguay, gracias al cual quedaban unidos ambos países por carretera y ferrocarril.
Considerada obra monumental, era de las más importantes de América del Sur. Sin
embargo, en esas relaciones predominaban recelo y desconfianza. Durante la
presidencia de Dutra se creó la Escuela Superior de Guerra en 1947, que
destinada a formar la élite para implantar las estructuras tendientes a lograr
que Brasil alcanzara el rango de potencia mundial. En ese mismo año, el propietario
de la revista O Cruzeiro, Assis de
Chateubriand, había manifestado que “Uruguay es una provincia brasileña” y
aconsejaba a ese país a retornar a “la comunidad brasileña”. En cuanto a los
acuerdos económicos, en noviembre de 1946 se firmó un tratado entre ambos
países, que acordaba el intercambio de trigo argentino por neumáticos, caucho
crudo, y lingotes de hierro brasileño. A principios de 1953, Perón declaró al
periódico brasileño “O Mundo” que: “Yo
estoy por la constitución de una unión aduanera sudamericana, a fin de que
formemos un bloque económico capaz de discutir sobre un pie de igualdad con las
grandes masas económicas que se constituyen en otras latitudes. Es necesario
que los latinoamericanos unan sus esfuerzos a fin de que la gran civilización
de la cual son herederos no desaparezca absorbida por los eslavos y los
anglosajones, constituidos actualmente en bloques antagónicos pero que, en
cualquier momento, pueden unirse”. En la segunda quincena de febrero de 1953,
Perón viajó a Santiago de Chile, donde formalizó un acuerdo de complementación
de recursos y posterior unión aduanera, con una invitación a los pueblos
latinoamericanos a incorporarse al pacto de Santiago. Mientras tanto, un memorando del Departamento de Estado explicaba en
1952 que “A medida que la Argentina logre agrandar su posición mundial y
prestigio, establecerse como líder de un bloque neutral de países (no limitado
a América Latina) sostenedores de una Tercera Posición entre el comunismo y el
imperialismo capitalista, y (convertirse) en líder de América Latina con apoyo
suficiente como para oponerse a la influencia norteamericana, probablemente
utilizará todos los medios a su disposición, hechos posibles, por la pasividad
de los Estados Unidos, para socavar la posición norteamericana en América
latina y atraer neutrales potenciales a su Tercera Posición. Las aspiraciones
argentinas constituyen una amenaza positiva y continuada contra los objetivos y
políticas de los Estados Unidos. Por ello parece necesario tomar medidas para
neutralizar las actividades argentinas en tanto y en cuanto se oponen a las
nuestras”:
En general, se proclamaron las
siguientes pautas básicas de la Tercera Posición: (1) Respeto por la soberanía
de los Estados, la autodeterminación de los pueblos, la solidaridad de las
naciones, la solemnidad de los tratados y la supresión de todo colonialismo en
América; América Latina es considerada una unidad continental y de destino; (2)
No se llevó a cabo un enfrentamiento frontal contra los países dominantes, sino
una táctica de negociaciones autónoma sin aceptar vasallajes o interferencias;
(3) Posición cordial y equilibrada frente a la Unión Soviética, en línea con un
pacifismo conciliador; (4) Se rehuyó el choque (aunque a veces se produjo) con
los Estados Unidos, de quienes se aguardaba una nueva política económica para
América Latina que no se produjo (tipo Plan Marshall) y se optó por
negociaciones como la Misión de Ramón Cereijo al país del norte, la Ley de
Inversiones Extranjeras, y el contrato con la compañía petrolera California; (5)
Línea discreta y de abstención en muchas de las votaciones en los organismos
internacionales (OEA – ONU); (6) Relaciones diplomáticas con casi todos los
países, tanto del bloque occidental cuanto del oriental; (7) Divulgación
internacional de esta doctrina nacional, ofreciéndola como posible salida
sociopolítica para la comunidad mundial. Cabe destacar que en virtud de ello la Argentina peronista no adhirió a
los acuerdos de la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de otros
organismos, como el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIR), o al
Acuerdo Internacional de Tarifas y Comercio (GATT).
Otros elementos: (1) Memorandum
del Secretario de Estado Dean Acheson al Presidente de los Estados Unidos,
Washington 1 Mayo, 1950: "Confidencial. Tema: Efectos en el Brasil de los
sucesos en la Argentina y el significado de la posible elección de Vargas sobre
las relaciones norteamericanas-brasileras. 1-Estimado de los efectos en Brasil
de la mejoria en las relaciones entre los EEUU y la Argentina. Los posibles
efectos en el Brasil han sido evaluados antes de considerar mejorar nuestras
relaciones con la Argentina. Hemos dejado bien claro con los brasileños que
estamos listos para ayudarlos de maneras apropiadas. Brasil ha sido incapaz de
planificar proyectos y estará en cierto desorden hasta las elecciones de
octubre. Historicamente el Brasil y la Argentina han competido entre sí por el
liderazgo en Sud América. Dada su participación en la guerra, el Brasil esta
convencido que merece consideración especial. Por lo tanto, cualquier intento
que hagamos para mejorar las relaciones con la Argentina sera criticado. /…/ Un
amplio segmento de la prensa brasilera ataca amargameente a cualquier cosa que
puede asistir al regimen de Perón. Otorgar asistencia económica a la Argentina
puede convertirse en tema político en el Brasil, especialmente si Vargas se
perfila como candidato presidencial. Vargas podrá criticar a Dutra por su
intento poco exitoso de obtener asistencia económica de los EEUU, mientras la
Argentina ha tenido éxito [en este sentido]." (2) Declaracion de Politica
[por seguir] preparada por el Departamento de Estado: Secreto. Washington, 26
de Octubre de 1951. /…/ Punto C) Relaciones con otros estados: "Las
relaciones de la Argentina con sus vecinos, aunque amistosa en la superficie,
se caracterizan por una corriente de desconfianza por parte de estos últimos,
por lo que sospechan constituyen los verdaderos móviles de la politica exterior
argentina y sus ambiciones económicas. Brasil y la Argentina están cada uno
celoso del prestigio del otro en el hemisferio occidental y a través del mundo.
Las relaciones norteamericano-brasileñas han sido tradicionalmente mas amistosas
que las relaciones norteamericano-argentinas. El Brasil tiende a resentirse de
cualquier manifestación de estrechas relaciones entre los EEUU y la
Argentina.La política de los EEUU entre ambos paises es la de mantener estas
revalidades en su mínimo. Se estima que la política básica entre la Argentina y
Chile es amistosa. Como resultado, los pequeños incidentes que ocurren de
tiempo en tiempo acaban por ser solucionados rapidamente. El actual gobierno de
Chile desconfía de Perón, creen que es inherentemente peligroso y nos lo ha informado.
Los EEUU han indicado a Chile que no han visto señal alguna que soporte
supuestos designios agresivos por parte de la Argentina hacia Chile y que Chile
no ha ofrecido prueba alguna para sustentar estas aseveraciones. Paraguay: la
posición preferencial geográfica e histórica de la Argentina en el hemisferio
occidental puede, bajo ciertas circunstancias, conducir a intentos de dominación
política. Esto, combinado con la rivalidad argentino-brasileña por mantener
influencias sobre el Paraguay, puede acarrear serias fricciones entre la
Argentina y el Brasil. Finalmente, la tendencia paraguaya de aprovecharse de
esta rivalidad para su propia conveniencia tiende a involucrar a los países
vecinos, quiéranlo o no. Por ahora estimamos que ninguna de estas fuerzas perturbadoras
es una seria amenaza. La politica norteamericana es la de mitigarlas todo lo
posible y en todo lo apropiado."