Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: 0328-0446
¡Alma
’e reptil!
Los
contenidos mentales de los reptiles
y su
procedencia filética
Introducción a una
próxima edición de “Biomedicina de reptiles” por Juan Carlos Troiano y
colaboradores
por
Mario Crocco
Electroneurobiología
2004; 12 (1), pp. 1-72; URL <http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm>
Copyright ©2004 del autor
/ by the author. Esta es una investigación de acceso
público; su copia exacta y redistribución por cualquier medio están permitidas
bajo la condición de conservar esta noticia y la referencia completa a su
publicación incluyendo la dirección de red (URL) original (ver arriba).
Contacto: Postmaster
[-yat--] neurobiol.cyt.edu.ar
SUMARIO EN CASTELLANO: Tras señalar la característica principal de los
psiquismos, para llegar a describir el psiquismo de los reptiles se resume la
evolución del sistema nervioso. Se detallan sus etapas iniciales en protozoos arcaicos,
donde muchas funciones que después desempeñaría el sistema nervioso estaban a
cargo del sistema de control de las cilias. Se explica como surgieron de allí
los medios físiológicos utilizados, muchísimo después, para generar contenidos
mentales en psiquismos eclosionados a los cerebros que conservaron tales
medios. Se describen estos medios, su relación con el órgano cerebral (el que
también adquirió otras funciones basadas en la conectividad neuronal, llamadas
funciones ganglionares), su acuidad temporal y sus aplicaciones mnésicas, así
como su ubicación general en la naturaleza. En tal escenario la
neocorticalización adquirida por los reptilomorfos se revaloriza como un paso
crucial de este proceso.
Conceptos principales: Se ha revisado el origen evolutivo de los
sistemas nerviosos, haciendo hincapié en los medios físicos puestos en juego en
cada etapa filética. Numerosas observaciones, de ordinario poco analizadas
fuera de las temáticas neurobiológicas y psicofisiológicas, indican
consistentemente que variaciones de la masa dinámica (no de la masa inercial) de los portadores de la acción de
uno de los campos físicos de fuerza, obtenidas por acople con variaciones de la
intensidad de otro campo similar superpuesto, hallaron aplicación
neurobiofísica. En permitir esta aplicación también intervinieron dilataciones
relativísticas del instante o mínimo curso interválico de transformación causal
(pese a que tales dilataciones no son de esperar para las teorizaciones
Pitagórico-Parmenídeas que, a fin de rehusar genuina realidad al tiempo que
huye, suponen que el instante físico es infinitesimal –esto es, que no puede
integrarse formando cursos de tiempo real– y en consecuencia creen que el
instante físico no es capaz de dilatarse relativísticamente). Los cerebros
combinan ambos fenómenos físicos para conectar las mentes con sus ambientes y
para variar la fuerza de imposición de sus sensaciones. Esta aplicación
neurobiofísica (no estudiada específicamente en el presente trabajo – véase más
bien Electroneurobiología 11 # 2 pp. 14-65, 2003: M. Szirko, “Efectos de
movimientos relativísticos en el cerebro y su importancia biológica” – que
en cambio apunta a delinear sus etapas antecedentes) fue lograda por medio del
“esculpido” neurofisiológico del campo eléctrico. Antes y después de la
incorporación de aquellos fenómenos a funciones biológicas, algunos organismos
vivos utilizaron este “esculpido” para establecer relaciones fructíferas con
los eventos exteriores. De ahí que delinear las extensas raíces evolutivas de
este especial empleo biológico clarifica aquella incorporación.
Uno de los más notables fenómenos dinámicos en la
naturaleza es la evolución de los sistemas vivientes. Para lograr nutrición,
defensa y recombinación sexual, los organismos biológicos ejercen las llamadas
“funciones de relación”: cada especie despliega cierto menú de vinculaciones
con el ambiente. Distinguir alguna cosa externa o sector particular sobre el
cual ha de obrarse o contra el cual ha de reaccionarse (objeto) del resto del
ambiente, mientras se reconocen sus relaciones relevantes con este ambiente
(poniendo así al objeto en un “mapa”), se llama “hacer referencia al objeto”.
Pensóse otrora que, para que las funciones de relación hiciesen referencia a
objetos y los “mapeasen”, un sistema nervioso era indispensable.
Los sistemas nerviosos, por tal razón, llegaron a
concebirse como si hubieran comenzado con la especialización celular; es decir,
con la selección evolutiva de células de la superficie del organismo
especializadas en detectar y cooperativamente comunicar la presencia de objetos
relevantes a otras células corporales especializadas, a su vez, en vérselas con
esos objetos y manejarlos adaptativamente. Aunque funcional, este criterio
conservaba la primacía de las distinciones anatómicas: los sistemas nerviosos,
se supuso, debían haber comenzado con la diversidad funcional que tornó a las
células neurosensorias diferentes de otras células – en especial, de las
células motoras.
El resto de la evolución del sistema nervioso se pensó que
debía haber consistido en la selección natural, diferenciación y combinación de
los caminos o circuitos (hodologías, también llamadas redes neurales)
compuestos de aquellas células especializadas del primer tipo (células
neurosensoriales). Tal esquema asevera que, tempranamente, algunas de estas
células comunicadoras exteriores se introdujeron dentro del tejido
(subepitelización) para protección. Ulteriormente, para convocar a una acción
sinérgica más células motoras (músculos) y más alejadas, aquellas también se
elongaron formando fibras nerviosas (fibrilarización). Luego las fibras se
concentraron en adecuados sitios anatómicos, formando redes locales llamadas
plexos nerviosos (plexusificación). La concentración continuó ya que permite
acortar en sitios estratégicos el largo de las fibras y, así, coordinar más
rápidamente las comunicaciones nerviosas que deben ser emitidas en cierta
secuencia mutuamente referida para atraer diversos músculos a un accionar
común. Por ello la selección natural de conductas instintivas más complejas
seleccionó la formación genética de ganglios nerviosos (ganglionarización). Su
desarrollo desembocó sobre un verdadero tesoro de nuevos recursos derivados de
las variaciones genéticas y epigenéticas en la conectividad interna. A medida
que por ello los ganglios se fueron haciendo más complejos, formaron en su
interior un laberinto o maraña de fibras llamado neuropilo (neuropilarización)
que terminó organizado como corteza cerebral (corticalización) y –desde la
aparición de los reptilomorfos– como neocortex (neocorticalización) de modo de
sostener la selección natural de los procesos físicos a los que las mentes
pueden reaccionar con entonaciones subjetivas.
Dicho de otro modo, pensóse que la selección natural de
sendas para la actividad nerviosa proveyó los procesos físicos a los que las
mentes pueden reaccionar entonándose subjetivamente con sensaciones. Pero la
historia es incorrecta.
Ya en los organismos acélulares de los cuales derivan
todos los animales, mucho antes de ninguna diferenciación celular, las
funciones de relación hacían referencia a objetos. Estos acelulares distinguían
del resto de un ambiente mapeado la cosa o sector particular sobre la que había
que obrar o contra la cual había que reaccionar. Las formas (correlogramas)
esculpidas en el campo eléctrico que ellas utilizaban como medios para lograr
referencia a objetos se perdieron en muchos linajes animales, los que antes
bien formaron ganglios nerviosos para servirse de ellos como el nivel más
superior de sus regulaciones orgánicas. Aquellos medios físicos, en cambio,
fueron preservados durante el proceso de concentración espacial de sendas o
caminos que formó cerebros.
Como resultado, los órganos cerebrales que hoy en día
llevan a cabo el nivel más superior de regulación orgánica en los cordados
incluyen ganglios neurales que sirven a una función específica, basada en la
conectividad. Tal función no es la función regulatoria más superior de estos
organismos: los ganglios neurales empotrados en cada cerebro cordado llevan
hodológicamente a cabo conductas no experienciadas, haciéndolo por medio de
refinados arcos sensomotores que carecen de toda memoria de objetos
particulares. Como otro resultado del mismo curso de eventos, los cerebros
incluyen también los mencionados medios de campo eléctrico. Ellos llevan a cabo
otra función específica. Estos medios eléctricos proveen al psiquismo allí
circunstanciado tanto con intercambios a los cuales reaccionar entonativamente
cuanto, asimismo, con una vía de ecforia, es decir un camino para encadenar
causalmente algunos procesos extramentales a las operaciones mentales. A más,
estos mismos medios de campo eléctrico, haciendo que los efectos relativísticos
asuman valores específicos en las localizaciones de los intercambios causales
del psiquismo con la extramentalidad, ocasionan variaciones en la resolución
temporal que modulan las reacciones entonativas del psiquismo, mientras que la
retentividad del mismo provee memoria de los objetos particulares (y de las
transformaciones de sus conjuntos o escenarios) en términos de sus
caracterizaciones operativas. Con ello llegaron en la biósfera a ser posibles
los desarrollos intelectuales individuales – y sobre ello las eclosiones
regulares de psiquismos nunca regulares quedaron emplazadas en la organización
causal de organismos con comportamiento, como el nivel regulatorio más superior
de los mismos. Es por tal medio, y no por vía de las hodologías o circuitaje de
los ganglios neurales empotrados en el mismo cerebro, que estos organismos se
tornaron capaces de superar los límites de las máquinas de Turing y, así, de
colonizar aquellos nichos biológicos donde para sobrevivir resulta
indispensable transformar accidentes en oportunidades. La organización reptil,
que aportó la neocorticalización, proveyó el más reciente de los pasos
principales de este periplo evolutivo.
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