Keywords:
anencephaly, anencefalia, anencéphale, cadacualtez, Christfried Jakob,
desarrollo intelectual embrionario, Hospital Borda, gnoseology, gnoseología,
brain-mind issues
Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico "Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: 0328-0446
LOS MONSTRUOS
ANENCÉFALOS
(Electroneurobiología
VI, 1998, pp. 72-88,
originalmente
publicado en Archivos de Psiquiatría y Criminología, pp. 385-398, 1910)
Por CRISTOFREDO JAKOB
Contacto: Vixit
(1866-1956)
Copyright
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[Estudio preliminar por Mariela Szirko:
En este importante trabajo el Prof. Dr. Jakob resume su clasificación de
los anencéfalos, hoy corrientemente empleada. Christofredo Jakob dirigió el
Laboratorio de Neurobiología del entonces llamado Hospicio de las Mercedes, hoy
Hospital Neuropsiquiátrico “Dr. José Tiburcio Borda”. También dirigió el del
Hospital de Alienadas, hoy Hospital Neuropsiquiátrico “Dr. Braulio Aurelio
Moyano”; fue catedrático titular en las universidades de La Plata y Buenos
Aires y director del Instituto de Neurobiología en esta última. Por el
ligero y ameno estilo conservado en este texto, típico de sus clases
magistrales, la presente exposición – aquí despojada de sus imágenes, algo
crudas – fue originariamente el coloquio de 1909 para médicos y filósofos
titulado « El hombre sin cerebro », aunque por su valiosa articulación y
desarrollo temático a esta versión formal hoy comúnmente se la cite como
disertación o conferencia. La palabra “monstruo” está aquí tomada en su sentido
de portento, es decir, de hecho que concita asombro e inmediata admiración; no
contiene, como se verá, ningún dejo de desprecio. Los anencéfalos son débiles
mentales, personas que integran la serie continua de las oligofrenias, tal como
todos integramos las series de alturas, pesos y oscuridad del cabello o de la
tez que distribuyen la variabilidad biológica de nuestra especie. Esta serie de
las oligofrenias incluye todas las debilidades mentales originadas en defecto
orgánico, y comienza con la leve debilidad mental causada por anormalidades
ligeras del órgano cerebral.
La función biológica de más alto nivel
orgánico que dicho órgano desempeña es permitir el desarrollo intelectual del
psiquismo circunstanciado a él. Para que este psiquismo adquiera inteligencia
de las circunstancias en que se halla, el cerebro provee al psiquismo
contenidos mentales sensoriales y media causalmente en el ejercicio de la
semoviencia o conducta voluntaria originado en tal psiquismo. Este psiquismo, o
existencialidad que aporta al proceso semoviencia e intelección, conserva sus
experiencias como memorias y puede reimaginar – es decir, recordar, evocar o
rememorar en su fantasía – aquellas de sus experiencias que interpreta en
términos de sus operaciones semovientes. El funcionamiento del órgano cerebral
también provee un “grano” interválico o finura de resolución temporal que
modula la posibilidad, de los contenidos sensoriales, de admitir esta
interpretación operacional; ello se manifiesta como diferentes grados de
atención o desatención, aplicados a las diferentes experiencias (noergia o
“fuerza de imposición”). Genérase así, con el desarrollo orgánico del
individuo, también un desarrollo intelectual (inteligencia) que penetra
gradual y parcialmente la articulación causal de la realidad circunstante en
base a inteligir la articulación causal de aquellas de sus propias operaciones
semovientes que el ambiente permite o frustra. Anormalidades mayores del órgano
cerebral dificultan diversamente ese desarrollo, ocasionando los distintos
niveles de oligofrenia. A las personas con estos niveles deficitarios de
desarrollo intelectual ya la psiquiatría clásica los había dividido en
estúpidos, imbéciles e idiotas. El último término se aplicaba a aquellos cuya
visible falta de finura para captar lo que ocurre en torno parece encerrarlos
en sí mismos, denegándoles inteligencia de las circunstancias en que se hallan
e impidiéndoles valerse por su cuenta en sociedad, lo que en griego se denota
con la palabra idiótes.
No todos los así llamados son anencéfalos,
por cierto. Pero muchos oligofrénicos en nivel de idiocia disponen de menos
tejido cerebral porque, independientemente del tamaño de la cabeza, parte del
cerebro no ha podido desarrollarse. Otros directamente son microcéfalos, es
decir el pequeño tamaño de su cráneo refleja esta carencia de tejido o
parénquima cerebral: suele hablarse de microcefalia cuando el contenido del
cráneo (encéfalo: “lo que está adentro de la cabeza”) es menor a 1000
centímetros cúbicos en adultos. Tal volumen permite el desarrollo normal de la
inteligencia en algunos grupos humanos de pequeña masa corporal, pero en otros
grupos que usualmente rondan los 1500 centímetros cúbicos disponer solamente de
mil es una anormalidad que suele acompañarse de oligofrenia. En estos casos la
raíz del defecto del desarrollo orgánico e intelectual suele ser una deficiente
formación del tubo neural – que origina el sistema nervioso durante el
desarrollo embrionario – o sus anexos. Suelen verse oligofrénicos profundos, idiotas,
cuyo encéfalo tiene la mitad del volumen ordinario, rondando los 750
centímetros cúbicos.
En casos extremos tal volumen llega a ser de
sólo medio litro, 500 centímetros cúbicos. En este caso la cabeza suele tomar
forma de cono o punta (oxycephalia), con el cráneo cerrado en su
parte superior por una llamativa terminación adelgazada, y a los pacientes se
los llama oxicéfalos. Pero aunque así por lo común el psiquismo no puede
alcanzar un desarrollo intelectual suficiente para resolver los problemas
prácticos que plantea la cotidianidad, en su para-sí existencial todos los
psiquismos son iguales: simplemente difieren en los contenidos mentales que
pueden diferenciar operativamente. Un ejemplo impactante: el sabio Braulio
Moyano vivía en una modesta pieza de este hospicio, acompañado de sus libros.
Muchos se preciaban de su amistad pero sin duda uno de sus amigos más queridos
fue “Coquito”. Este paciente oxicéfalo y nanocefálico lo esperaba a la salida de la residencia.
Pese a su torpe desplazamiento lo acompañaba a cualquier hora casi por todas
partes y desarrolló enorme apego y afecto hacia él – cariño al que sin duda don
Braulio correspondía. Cuando murió don Braulio, “Coquito” sufrió horrores y al
tiempo se dejó morir de tristeza. Su encéfalo, estudiado y conservado con
respeto en este Laboratorio, tenía menos de 300 centímetros cúbicos y el
cerebro apenas pesaba como el del ganado, unos 270 gramos.
Morfologías cerebrales: izquierda, paciente con
idiocia; derecha, normal. Abajo, cerebro de R. T.,“Coquito”.
La palabra “anencéfalo” es una exageración
errónea. Los anencéfalos, idiotas de último grado como aquí los llama
Jakob, no suelen carecer
de encéfalo, sino de partes de él, como en este artículo expone Jakob.
Técnicamente los anencéfalos son oligofrénicos profundos en el nivel de los
llamados idiotas, como “Coquito”, pero en vez de ser oxicéfalos a veces el
cráneo ni siquiera se cierra en su parte superior. En tales casos un repulsivo
coágulo de sangre suele encubrir la parca masa encefálica y por ello se los
llama “monstruos en turbante”.
La población permanente de anencéfalos vivos
en la Argentina, país que aún no llega a los cuarenta millones de habitantes,
está entre varias docenas y más de un centenar; se desconoce su número exacto
ya que en la mayoría de los casos los padres son modestos, a menudo viven en
zonas rurales y abrigan cierta vergüenza o culpabilidad por el padecimiento de
sus hijos, lo que aumenta su renuencia a exhibirlos ante vecinos y ajenos.
Aunque la mayoría mueren a poco de nacer y más del ochenta por ciento antes de
un mes, algunos anencéfalos llegan a vivir varios años y, excepcionalmente, a
adultos. Nacen de a uno por día en la Argentina, pese a abundar aquí los
cítricos y en particular el pomelo, cuyo ácido fólico previene la malformación;
en todo el mundo se estiman en “más de” ochenta mil los anencéfalos que nacen
cada año. Por ello, aunque su expectativa de vida promedio sea tan breve que
mayormente los torna materia neonatológica, los de más edad son objeto de
cierto silencio descriptivo, aunque acumulan poblaciones permanentes del
mencionado orden de magnitud.
En el mundo, la población permanente de
anencéfalos vivos puede estimarse entre varios miles y cerca de quince mil. En
todos los casos se hallan constituídos por una existencialidad y aunque
intelectualmente se trata de idiotas muy profundos responden con variados
afectos y emociones. Los que logran sobrevivir más tiempo establecen claros
vínculos afectivos, generando desarrollos de honda intensidad en la díada
materno-infantil y, no infrecuentemente, profundas transformaciones
espirituales en sus madres o cuidadoras. Perder un cerebro que antes fuera
sano, llegado a estragarse por la lesión aguda, la dementización crónica o la
desintegración irrevocable, no es, con respecto a un sentido último que pudiera
atribuirse a la realidad conocida, lo mismo que no disponer jamás de uno, o
verse arrojado a disponer solamente de formaciones parciales o disfuncionales
de ese órgano. Dado que las personas que encontramos en la naturaleza se
constituyen y definen por su circunstanciación, disponer de la más mínima
diferenciación noemática evidencia ya la real presencia de un psiquismo
personal, un existencial ser “éste y no otro”, cuya semoviencia y afectabilidad
sensible no provienen de la complejidad de su noema, es decir no emanan de
ninguna “arquitectura cognitiva”. Estos casos clínicos, sobriamente sistematizados
por Jakob en esta exposición panorámica que describe personas –destaco
el término– nacidas en diversos escenarios y estudiadas en el hoy Hospital
Borda, no carecen de existencialidad disponedora de sus aptitudes. Estas
aptitudes son por cierto exiguas para crecer pero cumplidas para penar, con lo
que plantean peculiares enigmas electroneurobiológicos y axiológicos que
comentaré más abajo.]
_______
Los viejos griegos nos cuentan, con especial admiración, de las
famosas siete maravillas del mundo antiguo: obras grandiosas, que se citan como
la personificación del espíritu emprendedor y organizador humano. Pero si bien
nosotros podríamos contar, de la cultura moderna, un número infinitamente mayor
de obras análogas y superiores, no tenemos el derecho de olvidarnos
completamente, así como lo han hecho los antiguos, de la maravilla
incomparablemente superior a todas esas producciones; del órgano que era y es
el creador de todas ellas; del cerebro humano.
Porque lo que ignoraban los griegos --los cuales, viviendo en los
tiempos felices de la juventud del género humano, y gozando de una ignorancia
verdaderamente infantil respecto de la organización de nuestro mundo, juzgaban
al respecto con ideas fantásticas hasta en sus cabezas más filosóficas--,
nosotros lo hemos llegado a evidenciar, en largos estudios introspectivos de
los últimos siglos pasados hasta hoy: que el cerebro humano es, efectivamente,
la maravilla más grande del mundo orgánico; el órgano del cual nuestra cultura,
las artes, las ciencias y la técnica, forman elaboraciones elocuentes. Y
sabemos hoy que la historia, y el porvenir del hombre, coincide y depende de la
evolución de ese órgano, el verdadero microcosmos, al lado del cual
podríamos poner únicamente el sol, el macrocosmos con sus efectos
grandiosos.
El sol y el cerebro son los
dos colosos que crean nuestro mundo.
Nosotros estamos tan penetrados de ese hecho que la eliminación de una
de esas dos fuerzas nos parece algo completamente imposible. Un mundo sin sol y
un hombre sin cerebro parecen ambos una «contradictio in adjecto», algo
absurdo; y en más de uno de ustedes nuestro tema, «el hombre sin cerebro»,
habrá sugerido la pregunta justificada: “Pero en tal caso ¿se puede hablar de
un hombre, todavía?”
Sabemos que al organismo humano le pueden faltar sus extremidades, los
órganos de los sentidos, sin que por eso deje de ser hombre. La cirugía moderna
nos produce un hombre sin estómago, sin laringe, sin vesícula biliar; se
elimina un riñón, un lóbulo pulmonar, etc. Pero todos esos defectos, debidos a
la liberalidad prodigiosa con la cual la naturaleza nos ha organizado, son
perfectamente compatibles con la existencia, debido al desarrollo de fuerzas
suplementarias que substituyen a los órganos y funciones eliminados. Y todas
estas correcciones de la naturaleza han sido de altísimo interés científico,
evidenciándose así funciones y adaptaciones, antes desconocidas, de nuestro
organismo. Piénsese en la biología de los sordomudos, en la educación de los
ciegos de nacimiento, etc.
Por todas esas reflexiones resulta de altísimo interés científico
examinar cómo se comporta en ese sentido el órgano supremo de nuestra economía,
que del «ser humano» recién hace «un hombre».
Tales estudios, sobre las consecuencias morfológicas y funcionales de
la ausencia del cerebro ó de sus partes en el organismo humano, recién ponen en
todo su relieve la transcendencia de las funciones que a él debemos. Justamente
así es que sabemos nosotros estimar un objeto en todo su valor: recién cuando
lo hemos perdido. Pero no solamente en un sentido son interesantes esos
estudios; para numerosas cuestiones de la biología humana, de la
fisiopatología, de la clínica nerviosa y mental, resultan vistas y
orientaciones nuevas e importantes.
Guiada por tales convicciones la fisiología ha buscado, en los últimos
decenios, producir experimentalmente el organismo animal, privado del cerebro,
para estudiar los fenómenos fisiológicos nuevos en esas circunstancias. Y
debemos al fisiólogo alemán Goltz una solución de este problema difícil,
habiendo logrado este sabio mantener en vida, por espacio de un año y medio, un
perro privado operativamente de sus hemisferios cerebrales, presentando así un
objeto precioso para los estudios biopatológicos del sistema nervioso.
En el hombre no es posible esa experimentación; pero lo que no es
permitido hacer al cirujano, la naturaleza lo hace impunemente. Es ella que nos
provee con un material abundante y variado a ese respecto, produciéndonos las
más variadas malformaciones congénitas del cerebro. Es así que, en niños y en
hombres adultos, variadas enfermedades llevan frecuentemente a destrucciones
extensas del órgano cerebral, como pasa en las hidrocefalias, en los tumores, y
sobre todo en la parálisis general progresiva del cerebro humano y otros
padecimientos mentales.
Pero también en el hombre con cerebro sano, se producen con regularidad
estados en los cuales las funciones del órgano más importante del cerebro, de
los hemisferios con su corteza cerebral, se eliminan temporariamente en sus
tareas psicogénicas: éso pasa en el sueño, en la narcosis, en el desmayo, etc.
Y sabemos además que cada hombre durante su desarrollo recorre un período
anencefálico, y después anhemisférico, y en los primeros meses después del
nacimiento todos presentamos seres humanos privados todavía de las funciones
corticales (éramos hombres sin hemisferio en función), carentes de actos
conscientes, movimientos voluntarios, del poder conmemorativo: todas funciones
reservadas al trabajo cortical en un período más maduro.
[Las instructivas acotaciones
precedentes, presentadas por el Prof. Jakob como asunto sabido, no obstante han
sido todas contestadas con posterioridad. El dormir sin soñar hoy se concibe
como una cuestión de acuidad, no de aniquilación temporaria del psiquismo. La
asimilación de ese dormir al estado electroencefalográfico de ondas lentas y
escasa motilidad ocular ha caído tras apenas una o dos décadas de habérsela
proclamado –en 1953– observacionalmente corroborada. Cayó asimismo la
asimilación del soñar a ritmos más rápidos con también rápidos movimientos de
los ojos (en inglés, REM). Hoy ya sólo los desinformados perpetúan esa leyenda
paramédica. Las únicas funciones cerebrales psicogénicas que se eliminan en
esos estados del dormir y del soñar son las que llevan a diferenciar los
contenidos noemáticos referidos al mundo exterior. Estos noemas, contenidos
mentales o contenidos noemáticos referidos al mundo exterior son diferenciados
como reacción manifestada para ese observador finito circunstanciado a la
aprehensión y transformación de tales contenidos particulares; es decir,
circunstanciado a la aprehensión y transformación de los contenidos mentales
que se refieren a eventos tal como éstos sólo pueden percibirse desde la
peculiar circunstancia corporal de dicho particular observador. Y tales
funciones, que proveen esos contenidos mentales, no son ninguna “creación de la
persona”, función cerebral ésta inexistente ya que las condiciones de frontera
del órgano cerebral no pueden proveer todas las determinaciones necesarias para
ella: por ejemplo, no pueden proveer la determinación por la cual el lector
nació en su familia y no en otra, o en otro cuerpo animal o en otra época. (Es
decir, no pueden proveer su cadacualtez). Tampoco se acepta hoy que los
infantes humanos de pocos meses se hallen “privados todavía de las funciones
corticales”, aunque por cierto muchas de éstas distan de su maduración; pero la
diferenciación biofísica de entonaciones psicodinámicas es ya rotunda, aunque
su regionalización es inadecuada (por causa de la mielinización, aún escasa o
inexistente) y acarrea las consabidas sinestesias. En tales etapas del
desarrollo el reconocimiento categorizante de objetos es muy pobre porque las
operaciones semovientes todavía están lejos de haber sedimentado un sistema
equilibrable. Como consecuencia de ello la conmemoración, aunque lógicamente se
halla habilitada desde la primera diferenciación entonativa, no distingue qué
episodios discriminar para poner al gris cortical a re-imaginarlos. Es esto
último, y no una aniquilación transitoria de la mentalidad o carencia de
semoviencia, lo que previene la recordación (amnesia infantil) y la
articulación de movimientos voluntarios que observa el autor, escribiendo en
este mismo Laboratorio. Nota de M. S.]
Nos dirigimos ahora al estudio de los seres humanos con defectos
totales o parciales del sistema nervioso central, anomalías del desarrollo que
se comprenden bajo la designación de las anencefalias.
Figura 2
[Primera categoría de Jakob: “malformaciones”] Esos seres en los cuales, debido a un defecto
germinativo en la hojuela blastodérmica externa, no se desarrollan ni vestigios
á veces de cerebro y médula y que, sin embargo, llegan á un desarrollo completo
de su morfología en esqueleto, musculatura, extremidades, etcétera, forman los
llamados anencéfalos totales y amielos totales. Mientras que
frecuentemente los ganglios intravertebrales y las raíces posteriores pueden
existir, en otros casos faltan,
también, esos elementos del sistema nervioso. El estudio de tales malformaciones
muestra que los diferentes sistemas de nuestra economía son completamente
independientes del sistema nervioso en los primeros meses del desarrollo embrionario.
Las funciones tróficas residen aquí en los órganos mismos y en sus blastemas.
Esa autonomía completa de la cual entonces gozan los órganos
embrionarios, se remplaza para ciertos tejidos, los músculos por ejemplo,
recién más tarde por verdaderas influencias tróficas centralizadas,
relacionadas con su función. Estas malformaciones nacen siempre antes de
término, gozando de una vitalidad sumamente abreviada. Se mueren ellas
ya intrauterinamente, en el momento en el cual la autonomía embrionaria cardíaca
debía ponerse bajo la influencia reguladora de los centros cardíacos bulbares
(cinco á seis meses de la vida intrauterina). Ellas no ejecutan nunca
movimientos intrauterinos, por faltarles los centros espinales‑reflejos
que recién provocan la función de los músculos esqueletarios.
Al nacer no hacen tampoco movimientos de respiración, debido á la
misma causa.
Su examen histopatológico muestra, en lugar de la médula, una membrana
vascularizada y a veces restos del canal ependimario, sin vestigios de células
o fibras nerviosas medulares.
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Una segunda categoría
de esos seres son los anencéfalos con desarrollo de los centros
espinales y parcialmente de los bulbares. Tales organismos se desarrollan
perfectamente bien, pueden nacer normalmente y son capaces de vivir algunos
días, no presentando ellos un cerebro; no se ha desarrollado tampoco un cráneo.
Su fisiopatología es sumamente interesante.
Ellos respiran perfectamente, mueven sus extremidades exactamente así como
cualquier otro niño sano recién nacido; hacen movimientos de succión, pueden
tragar y llorar naturalmente. En cambio, no reaccionan a excitaciones ópticas y
rara vez a excitaciones acústicas; sus ojos quedan inmóviles, su temperatura
puede ser subnormal. Pero ese estado no dura sino pocas horas. Pronto
sobrevienen estremecimientos motores que corren sobre todo el cuerpo, pequeñas
convulsiones temblorosas; la respiración se hace dificultosa, y los niños
mueren con todos los síntomas de asfixia. Su histopatología evidencia un
desarrollo regular de todos los nervios y raíces nerviosas, espinales y
bulbares inferiores. Sobre todo, como regla existen los pares nervioso del
neumogástrico, del facial, del hipogloso y del trigémino.
Figura 4
En el bulbo existen, al lado de las raíces intrabulbares y sus
núcleos, una parte de sus vías intercalares reflejas, formándose sobre todo la
porción interna (de la formación reticular) y sus núcleos, y además el
fascículo longitudinal posterior, mientras que todas las demás vías centrales
(los haces cerebelosos, la cinta [de Reil], el haz piramidal, etc.) faltan
completamente. El estudio de un caso de esas malformaciones nos ha mostrado que
el famoso nudo vital de Flourens, en el bulbo, no corresponde a un
centro determinado, sino que se trata aquí sencillamente de las vías
intercalares reflejas respiratorias, que provenientes de los núcleos del
trigémino y neumogástrico, pasando por la formación reticular interna, se
dirigen hacia los diferentes núcleos motores respiratorios. La interrupción de
esas vías reflejas nasales, laríngeas y traqueales produce la cesación del
movimiento respiratorio, pero al mismo tiempo esos estudios muestran que este
aparato reflejo bulbar, por sí solo, no puede mantener a la larga esa función vital,
capital; para éso existen centros más superiores, indispensables, que enseguida
analizaremos.
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Figura 5
La tercera categoría de
anencefalia representa las malformaciones en las cuales médula, bulbo y
tronco encefálico llegan a regular desarrollo, á veces también el cerebelo,
mientras que los hemisferios cerebrales o no se forman absolutamente o
presentan alteraciones estructurales tan graves que no se puede pensar en la
posibilidad de una función (procesos esclerótico-atróficos, ó hidrocefálicos).
Tales niños nacen normalmente, y pueden vivir varios años, presentando
el siguiente cuadro clínico: ausencia de movimientos voluntarios de las
extremidades, mientras que todos los fenómenos reflejos motores (respiración,
deglución, llanto, movimientos oculares, etc.), y también reflejos acústicos y
ópticos pueden existir; reaccionan ante pinchazos con alfileres, se asustan,
gritan, pero no fijan su mirada sobre los objetos presentados, no articulan, no
se ríen, no muestran ni vestigios de memoria, ni atención, pueden crecer algo,
pero quedan inmovilizados y de desarrollo muscular y óseo insuficiente, pasan
su vida en la cama completamente desaseados, un desastre para su familia, una
carga para sus cuidadores; unos inútiles para la humanidad, pero un tesoro
precioso para la investigación desinteresada científica.
[Aquí, entre la retóricas del progreso (al comienzo)
y del desinterés, genuinas pero asimismo socialmente necesarias para situarse
en comunicación con su audiencia, habiendo ya delineado sus tres primeras
categorías de anencéfalos, Jakob introduce la cuestión de su valor. De seguro
todos estos organismos tienen alma en el sentido aristotélico: a diferencia de
una reunión accidental de organismos o procesos, se hallan informados por una forma
adunante o parcial convergencia de sus subprogramas funcionales. Esta
información unificante alcanza a concertar y sostener las funciones vitales
básicas. Pero cabe preguntarse si además podríamos saber si tales organismos
mantienen relación con existencialidad alguna. ¿Están empsiqueados? ¿Podemos
saber si existe en la realidad alguna existencialidad circunstanciada a
interactuar con la naturaleza desde esos organismos, siendo afectada
gnoseológicamente por sus producciones fisiológicas y ejerciendo su eficiencia
causal a través de tales organismos? ¿O dichos organismos sólo articulan
componentes de eficiencia causal transéunte, movidos sólo por reacciones, sin
brindar terminación a ninguna serie causal en las entonaciones sensibles de una
existencialidad ni inagurar series causales nuevas con la semoviencia de la
misma? Y ¿sirven para algo estos anencéfalos? ¿Depende de ello su valor? ¿Nos
enseñan algo sobre la relación mente-cerebro?
La
cuestión evoca la fábula del secretario de san Pedro. Cuenta el cuento que
cierto escribiente judío fue convertido por Jesús de Nazaret. Hombre fidelísimo
pero timidísimo, su timidez le impidió ni acercarse a la crucifixión pero
después se convirtió en secretario de san Pedro y finalmente lo acompañó a
Roma. Cuando a san Pedro lo crucificaron cabeza abajo tampoco pudo ni acercarse
al patíbulo, y hallándose anciano y ya sin correligionarios en Roma decidió no
intentar huir, sino sostenerse allí discretamente, cuidando las gallinas de
unos paganos que lo toleraban sin interpelarlo. Pero dos días tras la muerte
del apóstol no pudo evitar acercarse al sitio de la ejecución, ya solitario.
Llovía y eso ayudaría para que nadie lo viera. Cuando llegaba avistó un perrito
que removía justo al pie de la cruz vacía; parecía disponerse a comer
fragmentos de algo semienterrado en el lodo. El escriba corrió asustando al
cuzco y casi de su boca aferró un mendrugo blanducho de pan viejo, barroso,
pisoteado e incomestible. ¿Sería una hostia consagrada, caída de entre las
ropas de san Pedro al bajar su cadáver? Bien podía ser y en tal caso sería el
don más preciado, el cuerpo de su redentor que se le brindaba deshaciendo su
abandono. ¿Pero cómo saberlo? ¿No habría sido pan ordinario? La consagración
eucarística no genera señales. Tembloroso llevó consigo el residuo y sus dudas
fueron exasperándose a medida que el pan se secaba y se tornaba verde, marrón y
negro. ¿Cómo Jesús habia sido tan imprevisor, tan indiferente a lo que podía
pasar? ¿Cómo no dejó instaurado algún claro signo indicador de que se trata de
su cuerpo, alguna luminosidad especial por ejemplo, aunque fuera apenas visible
en la oscuridad? Tal idea fija absorbió todo su vigor. ¿Su salvador se había
despreocupado de él? Mientras el sórdido mendrugo se deshacía al igual que lo
que al piadoso escribiente le quedaba de salud, la duda llegó a agriarse en
sorda cólera. Insultaba sin cesar al nazareno. Ni levantarse podía para echar
alimento a las gallinas y sin lograr resignarse supo que se hallaba en su
camastro de muerte. Recién cuando moría detuvo un insulto, al darse bruscamente
cuenta de que lo que con la ausencia de señales había estado en juego era hacer
posible su propia libertad.
Similarmente
el óvulo fecundado que antaño fuera el cuerpo del lector no llevaba instaurado
ningún claro signo indicador de que se trataba del cuerpo que habría de
sostener el desarrollo viable de un psiquismo. Ni en esa etapa ni en las
próximas había manera operacional de distinguirlo de un cuerpo que no fuere a
poder sostener el desarrollo de ningún psiquismo, o sólo hubiere de poder
hacerlo en modo gruesamente deficitario. Los organismos biológicos no son procesos
determinables, como D’Alembert creía que eran los movimientos de los cuerpos
celestes. Al contrario, son procesos estocásticos, es decir resultantes
estadísticas de una multitud de reacciones microfísicas, cuyo desarrollo sólo
puede preverse estadísticamente: nunca en los solos términos de la antecedencia
causal. Sabemos que siempre cierta fracción de los casos estará en los extremos
de la variación, pero ante un embrión concreto jamás puede existir certeza de
que su desarrollo conducirá a valores normales. En tal marco, el único modo
operacional de establecer que un cuerpo se halla empsiqueado es esperar a que
dicho cuerpo provea los medios para el desarrollo intelectual de este
psiquismo, el cual entonces podrá comportarse de manera que excede las
limitaciones que afectan a las máquinas de Turing y, si lo hace, se distinguirá
así de las organizaciones puramente reactivas. Esta espera no tiene objeto para
los anencéfalos estudiados.
Los
anencéfalos de la primera categoría de Jakob no generan neuroactividad;
mal pues podría esperarse que disimilaran electroneurobiológicamente los
procesos que llevan a inducir reacciones entonativas (“sensaciones”) en una
existencialidad circunstanciada. Los anencéfalos de la segunda categoría
generan neuroactividad de conducción en los plexos nerviosos. En base a ellas
determinan sus respectivas funciones de relación; no lo hacen por el medio de
inducir reacciones entonativas (“sensaciones”) en una existencialidad
circunstanciada. Si un psiquismo, caracterizado por su ser no otro –o
cadacualtez de su en-sí existencial–, estuviese circunstanciado a interactuar
con la extramentalidad desde alguno de esos organismos, no le sería posible
reaccionar entonativamente (es decir con sensaciones) a los procesos
neurodinámicos en los mismos. Tampoco sus eventuales acciones podrían modular
estados neurodinámicos para procurarse reacciones preferidas. Los anencéfalos
de la tercera categoría generan además neuroactividad ganglionar, y
Jakob comentará indicios clínicos de que pueden reaccionar con entonaciones
sensitivas; pero también en ellos faltan las iniciativas de conducta
exploratoria. Tal existencialidad circunstanciada no podría pues iniciar desde
su circunstancia un desarrollo útil de contenidos mentales y, mucho menos,
sistematizarlos operativamente en base a sus conservaciones “piagetianas”. Ello
no significa que no haya ninguna existencialidad circunstanciada a estos anencéfalos,
sino que no disponemos de medio operativo alguno para revelarla en las dos
primeras categorías, aunque posiblemente podamos hacerlo por vía analógica en
la tercera. Estos tres grupos de anencéfalos no llevan ningún claro signo
indicador de que mantienen la particularísima relación que especifica la unión
de cualquier cuerpo con el psiquismo caracterizado por hallarse circunstanciado
a él y por no ser existencialmente ningún otro.
Precisamente
por eso no son unos inútiles para la humanidad, aun cuando puedan en efecto ser
un tesoro precioso para la investigación científica – la que por cierto hoy no
querríamos calificar de desinteresada o platónicamente contemplativa. Lejos de
ser obligatoriamente un desastre para su familia y sólo una carga para sus
cuidadores, la carencia de ningún claro signo indicador de estar empsiqueados
revela y subraya que la relación mente-cerebro no es cuestión funcional,
mediada por causalidad eficiente como la relación entre un aparato
electrodoméstico y la instalación eléctrica, relación que sólo se concreta
cuando el aparato se halla enchufado y efectivamente en marcha. La condición
axiológica de estos anencéfalos es pues la de un espejo que enfoca la relación
entre cada mente y su cerebro dejando aparte sus vínculos mediados por
causalidad eficiente. Así, tal como en la fábula del secretario de san Pedro,
la ausencia de constreñimiento se constituye en condición de posibilidad de
nuestra libertad. Tal es su valor para nuestra humanidad. Pero además, lo que
en su mismo revelar revela tal espejo es que el valor de cada existencialidad
no consiste en lo que la misma sirva para otros, historia ésta que nos ocupará
en otra parte. MS]
Figura 6
Existen ahora varios puntos en discusión. Esos seres que disponen,
además de bulbo y médula con sus nervios, también de los cuerpos cuadrigénimos
(mesencéfalon) y cuerpos estriados (núcleos caudado y lenticular) más
hipotálamo (el tálamo mismo, por regla general, es de muy escaso desarrollo),
ejecutan todos sus actos respiratorios perfectamente bien, igual que un niño
sano. Disponen entonces, además del aparato reflejo bulbar respiratorio,
también del centro superior mencionado arriba, el que recién garante
definitivamente la persistencia de esa función fundamental. Ese centro superior
tiene que encontrarse entonces ó en el cuerpo estriado, ó en el hipotálamo y
mesencéfalon, y hemos pensado nosotros en la posibilidad de que ese centro
estaría representado por la substancía nigra de Soemmering. En todos nuestros
casos examinados de esas malformaciones con funciones respiratorias aseguradas,
que son más de veinte en número, existía esa formación, mientras que el cuerpo
estriado y los cuerpos cuadrigéminos mostraban, a veces, un desarrollo escaso,
rudimentario.
Figura 7
Además, habla en favor de esa hipótesis la circunstancia de que esa
zona celular, de funciones hasta ahora completamente enigmáticas, que pertenece
tanto al mesencéfalon como al diencéfalon y su zona vecina hipotalámica (cuerpo
de Luys y radiaciones hipotalámicas), representa la región más tempranamente
perfeccionada de todos los demás centros suprabulbares, presentando una
mielinización ya perfecta en fetos de seis a siete meses, y es además,
distinguida por la aparición de un pigmento negro especial, intracelular, que
precozmente se acumula en grandes cantidades.
Todos esos hechos histológicos hablan evidentemente en favor de una
actividad celular, muy especialmente diferenciada de esa región, que emite
además hacia abajo por la formación reticular vías descendentes y recibe de los
hemisferios cerebrales vías aferentes.
En resumen, el siguiente sería nuestro concepto sobre los centros
respiratorios:
En el niño recién nacido se inaugura la respiración, como lo acepta la
mayoría de los fisiologistas hoy, por la excitación de un centro automático
bulbar (medio hipotético) a causa de falta de oxígeno en la sangre, siendo
activado por excitación refleja facio-naso-laríngea, por medio del aparato
reflejo formado, en su parte sensitiva, por el trigémino y el neumogástrico.
Por encima de este arco reflejo bulbar, de funciones limitadas, está colocado
el centro mesodiencefálico respiratorio, y éste recién reacciona a una
oxigenación más ó menos suficiente mientras, además, está sujeto a influencias
corticales, pero siendo estas últimas innecesarias para la función.
Figura 8
Un segundo punto, no menos interesante, es el de la motilidad y
reflectividad de esos seres. La mayor parte de los autores sostienen que esos
niños no muestran nunca movimientos musculares normales, sino que presentan una
cuadriplegía espasmódica desde un principio. Esto es un error, según nuestras
observaciones.
En los primeros tiempos después del nacimiento, esos anencéfalos
ejecutan sus movimientos exactamente como un niño sano de la misma edad.
Producen entonces los movimientos incompletos y semiatáxicos conocidos de esa
época, y recién más tarde, y poco a poco, sobreviene una tendencia cada vez más
progresiva al movimiento espasmódico, fijándose, además, las extremidades en
las posiciones semiflexuosas de esa época, en las cuales pronto aparecen
inmovilizados completamente. Y como la mayor parte de esos seres llegan al
examen neurológico recién en esa época, se explica el error. La cuadriplegía
espasmódica es, entonces, un fenómeno adquirido, y la causa para esto está,
seguramente, en la excitación continua refleja que las vías sensitivas producen
en los centros motores espinales, aumentada sobre todo porque esas vías
aferentes no encuentran su descarga fisiológica, debido a la falta completa de
centros sensitivos superiores.
En cuanto a los fenómenos sensitivos y sensoriales, esos niños
perciben estímulos ópticos y acústicos, dolorosos, etc.; pero no los trasforman
en percepciones completas. Ignoramos hasta qué grado exista, en el alma
rudimentaria de ellos, algo así como un rudimiento de sensación, pero creemos
que existe el fenómeno, porque se notan ciertas manifestaciones de bienestar y
malestar; y hasta se pueden distinguir psicológicamente, entre ellos, formas
más ó menos apáticas, caracteres rudimentarios más o menos irritativos, hasta
individuos malos y buenos. Es posible que tales modalidades de reacción sean
obra del cuerpo estriado, que reemplaza aquí las funciones corticales.
-------------------
Figura 9
Llegaríamos ahora a una cuarta categoría de
“anencéfalos”, en los cuales fuera del tronco encefálico existen y funcionan
parcialmente los hemisferios cerebrales.
Estos forman ya los niños llamados idiotas de último grado, y
su estudio representa un interesantísimo capítulo de biología humana, en el
cual aquí ya no tenemos intención de entrar.
Debemos analizar todavía ciertas cuestiones de interés biológico
general. Esas formas de la tercera categoría, con tronco encefálico y sin
hemisferio, representan en el fondo una analogía completa con los vertebrados
más inferiores de igual constitución anatómica: los pescados. Esos
animales disponen, como las malformaciones citadas, de un bulbo,
mesencéfalon, hipotálamo y cuerpo estriado con sus respectivos nervios, y sin
embargo, no corresponde á esa analogía anatómica una fisiología paralela.
Mientras que los peces gozan de una locomoción perfecta, los anencéfalos
citados carecen por completo de ella, hecho que nos enseña una modificación
importante en las funciones de los centros subcorticales del pez y de los
mamíferos superiores, especialmente del hombre: a medida de que se perfeccionan
los centros corticales perceptores y motores, emigran las correspondientes
funciones de los centros inferiores subcorticales del tronco encefálico hacia
los nuevos centros superiores corticales respectivos, y las pierden entonces
los centros inferiores, cayendo completamente bajo el dominio de los superiores
la posibilidad de una función independiente. Pero tal pérdida está más que
equilibrada por el hecho de que, en cambio, en el órgano cortical existe ahora
la facultad de fijar y asociar las diferentes funciones sensitivas y motoras en
un grado mucho mayor de lo que permitían los centros filogenéticamente viejos,
inferiores. A la corteza exclusivamente queda reservado el poder conmemorativo
[Jakob aún cree que la retención mnésica es función
orgánica; MS], y debido a ese progreso, la
acción cortical no cae más bajo la ley brutal del reflejo, sino que, existiendo
la posibilidad de acumular y utilizar impresiones anteriormente adquiridas,
puede el acto cortical elegir el tiempo de reacción motor, según las exigencias
superiores.
El aparato cortical nos libra entonces de la esclavitud monótona que
rige en los centros inferiores, y nos garante la libertad de acción, de
determinar entre vastos límites, lo que llamamos el poder volitivo.
El cerebro así perfeccionado, es recién apto para la acción en tiempo
y espacio. Y ni la fantasía impulsiva, creadora de combinaciones nuevas,
que es garantida por la posibilidad del conexo asociativo entre diferentes
sistemas, ni la paciente perseverancia, hermana no menos importante de
la fantasía a la cual recién debemos la ejecución de las obras grandes
humanitarias, serían posibles sin corteza cerebral.
Terminamos con esas breves consideraciones un estudio que para muchos
otros fenómenos biológicos prestaría, todavía, un material inagotable.
___
De esta investigación del Prof Jakob,
Los Monstruos Anencéfalos (Castellano)
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Última revisión de este trabajo: 1º Mayo 1998
[Prof. Mariela Szirko cuida estas
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____________
2006 – CINCUENTENARIO DE LA MUERTE DE CHRISTOFREDO JAKOB – 2006
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2006 – Año de homenaje al Dr. Ramón Carrillo – 2006
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de su deceso
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