Gobierno
de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: 0328-0446
Ayer,
hoy y mañana:
el
enfermo mental con organicidad
ante
la devastación del lazo social
por
(1) ex-Viceministro de Salud
de la República Argentina, médico psiquiatra, psicólogo.
Introducción al trabajo
"Memorias de un Psiquíatra", por Santiago
Héctor Valdés, de próxima publicación en Electroneurobiología
Electroneurobiología 2006; 14 (2), pp. 82-97; URL <http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm>
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© 2006
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1. Afuera de las instituciones
Como casi todas
las cosas, el concepto de enfermedad mental fue variando en el tiempo. Hoy a la
mayoría de los enfermos mentales no se los quiere llamar enfermos, marginándolos así del magro amparo ("cobertura
social") que nuestra fragmentada sociedad tal vez aún podría darles. Dedicaremos
a este silenciado silenciamiento las secciones finales de la presente Introducción.
Las próximas secciones procederán a bocetar, en ceñido racconto, cómo el concepto de enfermedad mental, y en particular
el de los psicóticos con compromiso orgánico (organicidad) fue llegando hasta
allí.
En el principio
no existían manicomios. Los primitivos creían que los factores sobrenaturales
al actuar sobre el individuo le producían los trastornos mentales. De allí que
los trataran de curar por medio de la magia, mediante cantos, danzas,
plegarias, imprecaciones. Diversos intentos de explicación se han encontrado en
los escritos dejados por Hipócrates, Galeno, Celso y otros.
Pero estas
narrativas no resultaron convincentes. En el período llamado renacentista de lo
que ha llegado a ser nuestra cultura, y hasta bien entrada la Modernidad en
muchos lugares, se los miraba como hechiceros, se los perseguía, torturaba o
hasta se los enviaba a la hoguera. Al enfermo mental en ese período lo
consideraban endiablado o enviado del Diablo.
2. Accediendo a la institucionalización
Tan horrible
suerte atrajo la caritativa reacción de algunos que, aun sin controvertir que
el desamparo proveniese de la misma inhabitación demoníaca, sintieron la
necesidad de reducírselo. De pura compasión, pues, comenzaron en la misma época
a fundar en Occidente los hospitales para alienados. La cultura árabe los tenía
desde antes. Pero recién desde el siglo XVII comenzamos a considerarlos enfermos.
No obstante,
aun entonces se los tenía por incurables: no se advertía la existencia ni se
imaginaba la posibilidad de elaborar alguna praxis específica – ni médica, ni
mucho menos comunitaria o capaz de eludir el asistencialismo – eficaz para
prevenir la locura, o para
rehabilitar a todos o parte de tales dolientes. Tenidos por enfermos pero
considerados incurables, estimóse lógicamente
que todo loco, que por variados
motivos no pudiera ser dejado en la calle, habría de terminar sus días en
asilos o prisiones.
Nótese al pasar
esta vieja asociación entre criminología y psiquiatría. Algunos enfáticamente
quisieron olvidarla durante los cuarenta años transcurridos entre el comienzo
efectivo de la desmanicomialización, en los años de 1960, y del inicio del
agotamiento de los combustibles fósiles baratos y consecuente globalización de
los intereses, cerca de 2000, que hoy nos desafía con no pocos signos de
decadencia. Con ese olvido se procuraba separar en modo tajante al enfermo
neuropsiquiátrico de los desmanes y delitos ocasionados por su condición,
alegándose que en estos mayoritariamente entendían alienistas e higienistas.
Estos dos grupos eran presentados como de profesionales organicistas (esto es, que veían al alma o psiquismo como una
secreción del órgano cerebral, secreción capaz sólo de reaccionar a estímulos
exógenos o pulsiones endógenas e incapaz de imponer en el ambiente nada
realmente nuevo), insensibles que estimaban superflua toda intervención
psicoterapéutica, innecesariamente autoritarios, deshumanizados y tan
dogmáticos cuanto incompetentes. El olvido de los temas de su incumbencia era
un modo eficaz de ponerlos fuera de juego.
3. El panorama intrainstitucional
Ahora, en
infortunada pendulación, con el reciente incremento del desamparo comunitario,
la violencia social y el consecuente auge de los enfermos internados llamados
"sociópatas", la asistencia intrainstitucional a buena parte de los
psicóticos con cuadros neuropsiquiátricos (es decir, detectable organicidad) ha
vuelto a requerir consideración criminológica – apenas despojada entre nosotros
del añejo énfasis de la Liga de Higiene
en la herencia genética, énfasis que reflorece en otras latitudes. La nueva
consideración criminológica se hizo forzosa ante la capacidad, de estos
psicóticos con organicidad, de asociarse dentro del hospicio para procurarse
escape vicario (estupefacientes) y recursos como poder interno y dinero. La
asociabilidad en los pacientes clásicos era mucho más reducida.
En este
momento, en cambio, la asociabilidad creció tanto que se hace prioridad
cohartar la formación intrainstitucional de bandas delictivas que conspirarían
contra la asistencia, asumiendo el efectivo control del hospital si se lo permitiera.
Aunque es claro que no corresponde imputarles culpa ni punirlos con castigos,
nuestro problema actual (escribimos en marzo de 2006) es que no podemos seguir
idealizando a los enfermos mentales internados como personas tocadas por el
genio y separar la actual población de pacientes neuropsiquiátricos de las inconductas
y delitos aparejados a su condición clínica. Ya volveremos al tema y
comentaremos por qué el caso difiere de la situación de los no internados, o
sea de los psicóticos neuropsiquiátricos con
domicilio en la calle; volvamos ahora al racconto.
4. Primeras complicaciones en la institucionalización
Fue así como,
mientras se los tenía por incurables, los enfermos mentales tanto con cuadros
neuropsiquiátricos cuanto sin organicidad detectable (pacientes psicológicos,
englobados como neuróticos) siguieron sin ningún tratamiento y sufriendo trato
inhumano. Pero se los solía internar. Quedaban en manos de
los encargados de dichos asilos o prisiones, quienes en forma despiadada solían
castigarlos, llegando a matarlos por el maltrato. Además les exigían trabajar,
no rehabilitatoria o educativamente sino para explotarlos en distintas formas.
También se los presentaba en circos o teatros, cobrándose el espectáculo de
exhibir su locura. Y si lograban permanecer en el ámbito familiar se los
encerraba por vergüenza, hasta que la vejez o la parálisis neutralizaban los riesgos atribuídos a la enfermedad, quedando recién libres.
Vemos como el
enfermo neuropsiquiátrico, y también el paciente mental en general, ha pasado
por períodos donde primero fue "enviado de Dios", luego "enviado
del Diablo". Se lo ha maltratado, exhibido, explotado, encarcelado; pero
en general siempre se consideraba su enfermedad vergonzante: humillante. El
mito urbano de su genialidad o hipersensibilidad artístico- intuitiva, descendiente
de aquel asombro original en los primitivos que creían a los locos sobrenaturalmente tocados, sólo
era falaz fantasía compensatoria.
Los encerraban
tras muros de hospicio. Ahí por muchos años subsistió la represión y
el ocultamiento de ese "inservible", que a no pocos producía escozor
por el solo hecho de verlo. Quienes los internaban los "tapaban" tras
los muros. Tras haberlos recluído, un dulce efecto amnésico sobrevenía a los
internantes: se sentían aliviados y protegidos habiéndose sacado de encima la horrífica
carga. Debemos decir que esa actitud o "razonamiento" era normal en
todos los niveles sociales. ¡Si la conoceremos terapeutas y pacientes!
En el siglo
XVIII apareció la escuela francesa con Pinel, a quien llamaron "el
libertador de los locos". Modernizó métodos y tratamientos: el movimiento
que impulsó produjo una reforma hospitalaria con la que prácticamente comenzó a
ser fructífero el contacto interpersonal entre médico y enfermo mental. Se
llegó así a observar que algunos reaccionaban tan pero tan bien que resultaba
tolerable enviarlos a la sociedad exterior. Su "curabilidad", antes
inconcebible, apareció en el horizonte de posibilidades y empezó a exigir
consideración. Fomentó sondeársela por ensayo y error.
5. La cura y los factores contextuales en
la institucionalización
A medida que
así se iban sacando empíricamente en limpio algunas conclusiones validables
cuyas materias podríamos clasificar como médicas y como sociológicas, la
reforma institucional y su reconformación del campo neuropsiquiátrico progresó en torno a una pregunta fundamental, siempre muy clara en cada
contexto histórico: ¿cómo factibilizar la cura en cada etapa de desarrollo de
los medios técnicos? Por ejemplo: ¿cuánto uso parásito (interés político o
sectorial de fachada) es inevitable y debe tolerarse en salud mental en cada
tipo de sociedad? O sea, ¿cuán en serio tomar la "nueva" posibilidad
de la cura y cuanto como mero medio exclusivo de vida y pura justificación
social de algunos sectores profesionales autorreproducibles? ¿Cuánto es legítimo ensayo terapéutico?
¿Cuánto uso "terapéutico" indiscriminado de cocaína (Freud joven), de
haloperidol, de Prozac, de Ritalina, de inconsciente estructurado
como un lenguaje pueden ensayarse inocuamente en modo continuo e ilimitado?
¿Cuánta ficción tolerar amablemente – "no te metas con …" tal o cual
sector – dejándola pasar por inofensiva? ¿Cuánta ingerencia, cuanto suministro
de interpretaciones interesadas tolerarle a los diversos sectores sociales en
el marco interpretativo? ¿Cuánta iatrogenia (daño evitable causado por
psiquiatras, psicólogos y otros profesionales
de la cura) es irreducible?
Mucho se ha
avanzado hasta hoy, a pesar que hace apenas unos años existía la idea de que
los hospitales psiquiátricos eran depósitos de enfermos incurables y
reducideros humanos, como en otro tiempo lo veíamos a diario y bien lo
destacaba, entre muchísimos colegas sensibles al dolor que nos rodeaba, Ramón Carrillo,
maestro y amigo de uno de quienes borronean estas líneas. Carrillo veía muy
bien que crear anexos para enfermos mentales en los hospitales comunes sería
más barato para el Estado y por el mismo costo permitiría aumentar el número de
camas de internación, logrando la desaparición de los hospicios-reducideros y
asilos-depósito. Pero aunque varió el sistema, los seres humanos aún no
variaron y la idea, impráctica desde el principio, con el cambio social se manifestó del todo contraproducente.
Una cosa es
atender ambulatoriamente al paciente
psiquiátrico, no pocos de ellos neuróticos, y muy otra crear servicios de internación neuropsiquiátrica
"periféricos integrados", vale decir, que atiendan psicóticos y estén
al mismo tiempo afuera y adentro del hospital general a la vez que conectados
con el resto de la comunidad. Esta, pese a una atracción inicial bastante
corriente, atracción ("Má, ¡quiero
ir a ver un loco de verdad!") que sostuvo la mencionada presentación de
la locura como espectáculo, mayoritariamente se cansa pronto de interesarse en
los insanos. El descuido crece cuanto más las comunidades son motorizadas por
el egotismo y la ceguera a los motivos últimos para respetar al prójimo. Hay un estudio muy serio e
interesante, realizado hace casi cuatro décadas por la licenciada Mármora en el
servicio 23 del Hospital Borda cuando su jefe era el Dr. López
de Gomara, estudio que llegó a conclusiones aún válidas: que estos enfermos
fueron y siguen siendo marginados por la sociedad y que la misma familia del
internado lo abandona. Nadie los soporta por mucho tiempo.
6. Reformando la institucionalización
Cierto, a los
hospitales generales no se los puede enviar. En ninguna Sala común se tolerarían
pacientes proclives, por ejemplo, a hacer sus necesidades, limpiarse con el
pantalón y embutirlo a presión en el inodoro, si es posible con el palo de una
escoba, por "delicadeza": porque el pantalón ahora está sucio, para que no se vea. (Entre muchas
adaptaciones especiales impuestas ya en el siglo XIX, en nuestros hospicios el
caño de salida de los antiguos retretes o de los actuales inodoros tiene cuatro
veces más superficie de sección que en hospitales generales. Otro ejemplo,
todas las sillas deberían ser lo suficientemente pesadas para evitar que
adquieran gran velocidad si las emplean como cachiporra). Ni la infraestructura
edilicia de los hospitales no psiquiátricos ni los demás pacientes, ni el
personal o los familiares que como acompañantes asisten a esos hospitales,
están preparados para sobrellevar, junto a los enfermos psiquiátricamente
sanos, siquiera un uno o un dos por ciento de insanos reales. Dícese entonces,
confundiendo por error o por malicia la atención de psicóticos con la atención
de neuróticos (en quienes la sola intervención psicoterapéutica tiene alguna
eficacia, pero cuya praxis no sin frecuencia quiere utilizarse como
"filtro para depurar la sociedad de elementos perniciosos" de variado
signo en los que pretextar organicidad es menos fácil), que los servicios de
internación neuropsiquiátrica debieran estar "afuera" pero cerca y
traerse los pacientes combinados a otras Salas cuando necesiten otras
atenciones clínicas, no psiquiátricas. Traerlos, si es posible, perfumados e
inconscientes.
Pero esto
último, además de absurdo, es monstruoso: el hilo se corta por lo más delgado e
imponer tales traslados en la práctica equivale a postergar de continuo la
atención clínica más allá de su debida oportunidad. Son mayoría los psicóticos
que conjuntamente necesitan terapias no psiquiátricas, tanto neurológicas (por
su organicidad o por cuadros agregados, por ejemplo sindromes neurológicos
vegetativos o periféricos) cuanto de cualquiera otra clínica: desde una gripe
hasta una peritonitis o una dolencia cardíaca. La disponibilidad debe ser
incesante y el remedio pronto, no dependiente de ningún traslado físico ni
transferencia de responsabilidad. ¿Vamos a retacearles o negarles esas terapias
no psiquiátricas aunque tales enfermos no tengan la culpa de que en nuestra
sociedad de hedonismo global muchos de ellos resulten tan difíciles de
soportar? Algunos las requieren sólo cada tanto, pero entre crónicos son
mayoría los pacientes combinados que necesitan continuamente clínica médica de
diversos tipos no psiquiátricos y tendrían que estar con los enfermos comunes …
o fingirían necesitarlo para que los lleven.
Además, ¿cuán
cerca de los "enfermos que no están locos" debe estar el servicio de
internación psiquiátrica "periférico integrado"? Pregúntesele a los
vecinos, gente común que se domicilia cerca de los manicomios a la cual los
planificadores suelen creer superfluo escuchar; a los rematadores o
martilleros, que conocen el valor de venta de sus inmuebles; a los pequeños comerciantes
del barrio, a sus reducidores (compradores)
del producto de escamoteos y raterías, a la policía de la zona que con harta
frecuencia "devuelve" al manicomio internos tras sus incursiones extramuros,
autorizadas e inconsentidas. No es cuestión menuda optimizar valores en la
dimensión conexión-aislamiento con adecuada precisión y es en esta dimensión
donde falló, y como enseguida veremos aun más fallaría en nuestros tiempos, la noción misma de servicio de
internación neuropsiquiátrica "periférico integrado" en hospitales generales. Para intentar retenerla, sí, aun podríamos aislarlo de más, precautoriamente; pero ¿queremos que el servicio de internación neuropsiquiátrica "afuera y adentro" del hospital general y a su vez conectado con el
resto de la comunidad sea una cárcel? Atención: construir y mantener cárceles dentro
de los hospitales generales será gran negocio, pero presentarlo con hipocresía
pareciera uno aun mejor...
7. Deconstruyendo algunas reformas a la
institucionalización
Ahora un alto
porcentaje de los enfermos mentales son los ya mencionados
"sociópatas" y ello no sólo atañe a los neuróticos, que pueden
beneficiarse con psicoterapias solas: también ocurre entre los psicóticos, con
organicidad manifiesta o recóndita. Estos "sociópatas" con
organicidad suelen ser víctimas de toxicomanías inducidas por el proyecto de
vida promovido desde los medios de control social y formación de opinión. En las
instituciones que los hospedan los sociópatas suelen desarrollar subculturas
contestatarias, asociándose entre sí con fines ilícitos (por ejemplo, robar y
vender cables y metales de cuanta instalación o equipo hospitalario esté
accesible, para procurarse estupefacientes; o romper incesantemente vidrios o
muebles para marcar territorio o reclamar atención) o de coerción (bandas
dominantes que intimidan o atraen empleados o enfermeros; alojamiento pago de
malvivientes sanos buscados por la policía, tal como en cierto hospicio hubo de
tolerarse largamente a Cancio Martínez, perseguido lugarteniente del célebre
bandolero Laginestra; hábil dispersión de informaciones falsas, intramuros y
hasta en los medios, con propósito de oponer entre sí a los profesionales y
directivos, por el placer de dominarlos y para generar sus frecuentes cambios
ampliando así los espacios de maniobra de dichas bandas), mientras el enfermo
mental clásico típicamente no lo hacía. En las familias, a su vez, los
sociópatas con organicidad a menudo resultan insoportables y costosos en
demasía, además de ser riesgosos. Piénsese que estos insanos, libres de toda
responsabilidad ocupacional, disponen de sus jornadas completas para ocuparse
de semejantes propósitos, inimaginables en el solitario orate clásico sumido en
privado delirio.
Al aumento de
estas variedades de pacientes se suman los cuadros clásicos, tanto amables como
agresivos, solitarios o bien socializados pero con requerimientos especiales. Por
ejemplo, las previsiones especiales para dementizados, piromaníacos,
epilépticos, contagiosos...
Por todo ello la muy debatida noción, de servicio de internación neuropsiquiátrica "periférico integrado" en los hospitales generales, en la práctica no prosperó y la unidad manicomial especializada de capacidad policlínica sigue siendo indispensable, sobre todo para los casos, tan
frecuentes, que demandan terapias combinadas. Son y siempre fueron mayoría los
agentes de salud mental sensibles al dolor ajeno cuya alta creatividad se
aplica en la escala inmediata, vale decir la del trato interpersonal con el
paciente concreto o los grupos pequeños, porque en la escala institucional
mayor la "creatividad" suele responder al mercado, no al paciente.
Llámesele como quiera, el manicomio es elemento inevitable del paisaje social.
Pero el
razonamiento que precede no suele ser conocido del gran público. Ir a parar a
un manicomio sigue siendo visto como una despreciable indecencia. El mito de la
"genialidad" no lo logra creer ningún involucrado. Es decir, sigue la
vergüenza y la humillación.
No son pocos
los psicóticos con cuadros neuropsiquiátricos que no pueden egresar nunca; no
pocas veces la locura no se cura y los agentes de salud fracasamos, como se
verá en los capítulos que siguen. Llevamos menos de siglo y medio de
neuropsiquiatría, de modo que no sólo la investigación aplicada sino la
investigación básica en serio es aun esencial si realmente queremos curar
alguna vez a la mayoría de estos enfermos.
¿Acaso no vemos
demasiadas investigaciones cuyas conclusiones casualmente concurren con prefiguraciones sectoriales, factualmente
insostenibles? A su vez otros
pacientes, pese a nuestras equivocaciones, en algún momento llegan a la
condición clínica que permite insertarlos en alguna ubicación externa
disponible (familia o comunidad particular) o se insertan solos (vagabundaje
por fuga), mientras que otros nunca se vieron desprovistos de la condición
clínica que habilita esa "insertabilidad"; estos, en realidad,
hubieran debido ser tratados como ambulatorios solamente. Esas son las
alternativas de salida.
Pese a todo ha
de notarse que un elevado porcentaje de enfermos en condiciones de egresar,
frente a esa posibilidad, no quieren dejar "ese lugar" que es su hogar verdadero. No es cuestión de
relectura ni de construcción social: ahí están
bien (no sólo "se sienten" bien); afuera, no. Prefieren su sitio en el manicomio a los pagos
asistenciales mensuales ("Planes
Trabajar", pensiones) y los proyectos de reinserción. En ellos el
disconformismo es un punto de concordancia: "no los querían",
"eran marginados para siempre". Correcta percepción.
8. Afuera de las instituciones (bis)
¿Bocétanse así
las más grandes líneas que conforman el campo neuropsiquiátrico? ¡Ojalá! No, lo
que acabamos de bocetar apenas toca la problemática de un cinco por ciento o de
un diez por ciento de los psicóticos con base neuropsiquiátrica: no neuróticos
que puedan beneficiarse con la sola psicoterapia, sino pacientes de compromiso
orgánico (neurológico, cerebral) que a veces podemos aliviar y otras muchas no
sabemos curar. Tal vez cause asombro este comentario. ¿Cómo es posible que los
institucionalizados sean tan pocos? ¿Dónde está el restante noventa o noventa y
cinco por ciento de los pacientes de este tipo? ¿No están en los manicomios?
No señor; están
en la calle.
Siempre ocurrió
que no eran locos todos los que estaban, pero hoy es más cierto que nunca eso
de que tampoco están todos los que son. Aunque, tal vez se insista, ¿un noventa
o noventa y cinco por ciento excluídos del manicomio? ¿Hay tantos psicóticos
con compromiso orgánico? ¿Dónde están todos esos?
En la calle.
¿No los ve? Será que los medios de comunicación no los presentan demasiado
seguido, o salen sólo como anécdota,
o que los presentan en medio de otras novedades más entusiasmantes y por eso
aún falta para que se los "construya socialmente". Serán cuestión de
preocupación en planificaciones turísticas; neuropsiquiátricamente están
desinstitucionalizados y se los excluye de las estadísticas. No los queremos considerar enfermos.
Pero pacientes de estos cuadros que antes hubieran sido "asilados"
hoy están juntando y vendiendo basura ("requecheo" o cartoneo, formidable negocio para otros) o
mendigando tal vez con reparto de baratijas en el transporte público ("bondeo": actividad desprotegida
pero que deja altos ingresos) para correr a intoxicarse enseguida con las
drogas emergentes de bajo costo, neurológicamente las más deletéreas a la vez
que más baratas: el ahora famoso "paco", el éxtasis, el muy asequible
pegamento, lucrativamente distribuídas a los multitudinarios sectores más
carecientes de la población. Ocurre que
no los construímos socialmente como psicóticos neuropsiquiátricos, enfermos con
serio compromiso orgánico para quienes la psicoterapia es existencialmente
indispensable pero incapaz de rehabilitarlos.
La
desmanicomialización tuvo éxito, diría un cínico; ahora los manicomios apenas
atienden una fracción mínima de los psicóticos con organicidad. Los demás, la
mayoría, se mezclan con excluídos sociales que son sólo neuróticos (cuentan,
por ello, con alguna posibilidad de atención institucional) y con personas sin
patología especial pero marginadas. A
aquella mayoría de psicóticos con organicidad no los consideramos enfermos.
Hasta en más de un claustro universitario se desoiría a quien pretendiese
declararlos así: "no es la calle
salvaje, sino la ordenada institución llamada hospital la que cuando yo me
reciba a cambio de mi salario ha de entregarme pacientes neuropsiquiátricos
bañados y contenidos, para que yo les provea curativa terapia".
9. La organicidad en la calle
A los
neuróticos de la calle se los puede atender con alguna eficacia. Pero a los
psicóticos con organicidad no, porque la rehabilitación no se emprende
institucionalmente mientras el que la necesita se encuentre intoxicado; y su
organicidad proviene mayormente del abuso de estupefacientes, abuso que
mientras siguen en la calle es casi imposible quebrar. Resultan así muchísimos
los chicos sin infancia que rápidamente, antes o después pero en apenas unos
críticos meses, detienen el desarrollo de su operatividad intelectual y luego
aumentan su deterioro neurológico con los cotidianos vejámenes y el consumo de los
intoxicantes emergentes mencionados, sin que hallen cobertura social ni
inserción institucional. En algún momento posterior pueden interactuar más o
menos efímeramente con algún nodo de la red institucional, pero en general es
ya tarde para rehabilitar muchas de sus potencialidades previas.
Es un círculo
vicioso. Pero en el caso que aquí específicamente nos ocupa no se trata de su
subjetividad: se trata de sus recursos corporales. Caen fuera de todos los
análisis de las consecuencias psíquicas de la devastación del lazo social; no
porque no las padezcan, sino porque no los podemos curar. Cuestión de química
cerebral, de sinapsis, de neuronas, cuya organización fisiológica ha sido
desviada más allá del punto de reversión.
Se los arresta, se los registra como asunto de "emergencia" y se los libera nuevamente a la fragua de espanto
que es la (sociedad de la) calle, no se los puede atender con psicoterapias por
causa su organicidad, no hay cura neurológica tampoco, se los desampara ("ya hicimos todo lo posible", "atendimos la emergencia"), su
población aumenta a ojos vistas, nuestra falsa conciencia se tapa los ojos
("nada más podemos hacer")
y justifica por qué se los excluye del sistema de salud, todos conocemos las causas inmediatas y las remotas de su
horrenda situación y nadie puede modificarlas. Pero no son enfermos. Los locos están en el manicomio; los de la calle no son locos: ¿no ve que no
los pueden poner adentro? Por algo habrá sido.
10. Pensando objetivos generales
Por eso, por
este absurdo que supimos conseguir, junto con el avance de la medicina, que ha
encontrado posibilidades técnicas de modificar los contenidos de la mente y también de acoger la sensibilidad humana
de los neuropsiquiatras comprometidos con el sufrimiento de sus pacientes, debiera
al mismo tiempo existir un avance social objetivo que modificase el medio y las
mentes de los sanos. Para prevenir,
ya que con harta frecuencia no sabemos curar el cuadro una vez que se ha
instalado. Ha de promoverse una transformación cultural, no sólo respecto a los
enfermos mentales abordables con psicoterapias sino, también, en relación a los
enfermos mentales con compromiso orgánico (cuadros neuropsiquiátricos) y a las
estrategias para su rehabilitación e inserción psicosocial, que exigen convivir con la irreversibilidad
de sus deterioros en materia de desarrollo intelectual y capacidad de
aprendizaje. Tratemos de prevenir, pues; pero, que quede bien claro: si no
podemos impedir que nuestra comunidad los tare, no debemos excluirlos luego de
victimizarlos.
Es necesario
que todos les reconozcamos a todos su dignidad, aun hambrientos, enfermos,
estupidizados, desvalidos o indefensos, de manera que todos sean deseados y
amados, recibidos en una sociedad que en su mayoría tal vez se hará cada vez
más pobre pero que, procuremos, también se haga cada vez más acogedora, con
hogares ricos en valores. Es necesario que a todos les sea permitido estimar la
dignidad e importancia del trabajo humano en la sociedad y del trabajo como
necesidad y deber autorrealizador del individuo, como participación de la acción
creadora que originó la realidad y, en consecuencia, como medio de hallar el
sentido final de la existencia; que todos sean orientados hacia los caminos
para su mejor realización y dotados, aun ante creciente pauperización y
falsificación de proyectos vitales, con todo lo que necesitan para su
desarrollo y para apoyar a los demás cuando el momento les llegue. No tenemos
derecho a calificar unas vidas de valiosas y otras de inservibles, a
desentendernos de algunos y aun maltratarlos, como si unas vidas fueran
respetables y otras no lo fueran.
¿Utopía? No lo
creemos. Vemos, sí, que si los profesionales de la salud mental queremos
cambiar la vida interior de los enfermos neuropsiquiátricos, no podremos
conseguirlo si no sobreviene un replanteo en el exterior: en la actitud de los
familiares, cuando están y se hacen presentes, y en la actitud de la sociedad,
que permita una "nueva adaptación" del enfermo al medio ambiente … y
del medio ambiente al rico y profundo sentido que tiene la existencia humana.
11. Dimensionando el problema
¿Un ejemplo?
Bueno.
En Buenos Aires
hace noventa años los internados psicóticos con organicidad llegaron a ser unos
diez mil (sobre 12.000 internados simultáneos) y ahora, tras desmanicomializarlos,
sólo son unos tres mil. Pero hace unos diez años, al iniciarse localmente estos
efectos de la "globalización" de los intereses y su incremento de la
falta de solidaridad en el mundo, había unos ciento cincuenta mil "chicos
de la calle". Contando el conurbano, con población económicamente más pobre pero casi cuatro
veces más numerosa (unos quince millones de personas viven entre Zárate, Mercedes, Ensenada y el río),
hemos de estimar su total en el quíntuple. Ahora bien, hace diez años muy pocos de esos 750.000 chicos
más indigentes, niños y adolescentes tempranos del 8,3% más pobre de esa población, generaban excedentes económicos
para adquirir drogas. Sólo pocos, pues, eran "negocio" permanente para
terceros. La miseria era injusta y abominable pero, debido a aquello, no generaba
demasiados psicóticos con cuadros orgánicos.
Hoy no sólo esa
población ha crecido, sino que "requecheo" (venta de basuras
selectas) y "bondeo" (mendicidad, a veces disimulada como venta, en
el transporte público) aportaron nuevas modalidades de acceso al dinero y su
empleo en las drogas de abuso. Esa población accede a varios centenares de
millones de dólares por mes; repartiendo estampitas un chico de la calle gana más
que la maestra de la escuela primaria a la que el chico no asiste.
Creada así la
posibilidad, los intereses creados fomentaron la "ingeniería social" para
prestigiar abuso y adicción y reproducirlos entre sus víctimas. Incluso desde la prestigiosa
y casi única vía de exposición de los marginales a contenidos "educativos"
de la "otra cultura", la televisión por aire fuera del "horario
de protección al menor", se les representa y permite "verse desde afuera"
con matices positivos, instruyéndoselos acerca de sus hábitos grupales, recursos
y vicisitudes. Ello es redituable ya que el sector maneja ahora mucho dinero. La
organización social del marginal se estratificó más y le brindó más medios de
dañarse.
Durante algún
tiempo esos medios le permiten con facilidad adquirir drogas y
"pegamento" de uso rapidamente incapacitante. No todos caen en ello,
claro está, pero el sector es numeroso; muy numeroso. El típico psicótico con
compromiso orgánico de hoy es pues joven, no el adulto mayor con larga
evolución patogénica de antaño, temulento consueto o sifilítico cuaternario.
Es que los
chicos indigentes se "enriquecieron"
y toda una emprendedora industria urbana y suburbana creció en torno a esa
lucrativa "demanda", cuyas víctimas se tornan velozmente incurables
con las solas psicoterapias, siendo apenas parcialmente rehabilitables con la
adición de otros tratamientos y foráneas a los manicomios. No sabemos cuántos psicóticos
en ese sector, con graves retardos neurológicos adquiridos en el desarrollo y cursando
pues su psicosis con retraso mental definido por la coincidencia de bajo nivel
intelectual e incapacidad para adaptarse a las demandas del entorno, además de
fabulaciones, delirios parciales y vinculaciones esquizo-paranoides o disminución
del umbral de tolerancia a la frustración, irritabilidad, defecto para reimaginar (trastornos mnésicos, diferencial con el retraso mental congénito), incrementada
distractividad y abreviada capacidad de mantener voluntariamente enfocada su
atención ("trastorno de déficit de atención") con hiperactividad o sin
ella, presentan también a consecuencia de la toxicomanía episodios de
epilepsia, disfunción mínima de consciencia, ausencias, sindromes de liberación
supraorbitaria, episodios propios de lo que antes llamábamos “estados
crepusculares” (Goldenberg y Pereyra 1955) y psicosis involutivas (Goldenberg,
Vispo y Basombrío 1956), y otras múltiples manifestaciones neuropsiquiátricas,
las que inician durante la infancia o adolescencia y por las deberían ser
institucionalizados para su contención o alivio –
tal vez en algún caso para su cura. Sólo sabemos bien que a pocas cuadras del Borda y del Moyano, cerca de la gran estación terminal de
ferrocarriles llamada Constitución al igual que en otros puntos de
concentración similares, ahora mismo, el alquiler de un infante para mendigar con él en
brazos cuesta menos de diez pesos por día; en un buen lugar comercial, recurrir al chico brinda por jornada diez veces
más. El vino, por supuesto lo paga el locatario, para que el crío no moleste. Piénsese en
el crío tarado pocos, muy pocos años después, con suerte y mientras no se desarrolle "poniendo el cuerpo"
en alguna red de prostitución infantil para turismo sexual de
extranjeros beneficiados con el cambio o locales
en ascenso social: o con menos suerte
atrapado para la criminalidad por todo su corto futuro. Piénsese, piénsese – ¡ah, no! ¿Cómo se les ocurre que vamos a
pensar seriamente en todo eso? Yo me hice profesional universitario en el campo
de la salud mental, no misioner@. ¿Y además para qué pensar en todo eso, si no
podemos hacer nada?
12. Colofón
Bueno, ¿no
hablábamos de insanos con organicidad?
¿Quién dijo que debíamos buscarlos sólo entre los internados en los manicomios?
Este es el contingente más numeroso de locos
con organicidad hoy y sobre todo dentro de unos pocos años, a medida que
mundialmente la exclusión aumenta y los excedentes demográficos parecen
justificar intervenciones más drásticas para lograr una solución final. Ahí, entre otros subgrupos, se hallan los pacientes
psicóticos con organicidad en su mayor número. ¿Querían que no los
mencionáramos? Nosotros, solos, tampoco tenemos respuesta a su drama, pero
nuestro deber como particulares y como profesionales de este campo es advertir
su presencia. ¿Podríamos despreciar una vida? No podemos curarlos ni erradicar
las causas de esta tragedia global, sólo tratar de proporcionarles cierta comprensión adaptativa que les permita
eludir alguna de las propuestas ambientales más deletéreas y así aminorar los
daños que se les causa en nuestra nueva situación social.
En tal sentido
cada uno de nosotros, los aquí vinculados por este texto, desde cada diferente
profesión y situación social tenemos sin duda a nuestro alcance la posibilidad
de hacer algo concreto respecto a un caso, a dos, tal vez a más, haciéndonos
presentes en su exclusión. Amar es cuidar. No se trata de abandonar la
procuración de soluciones más amplias sino de sumar la acción eficaz concreta,
tratando con el debido asesoramiento y criterio, aun sin esperanzas y en escala
mínima pero concreta, de reducir sus
injustas miserias. Por nuestra parte, tal vez algo de lo que aún podemos hacer
es señalarlos aquí.
Referencias:
Goldenberg, Mauricio y
Pereyra, Carlos, "Estudio clínico de
los estados crepusculares", Acta Neuropsiquiátrica Argentina 1,
209-219, 1955.
Goldenberg, Mauricio; Vispo,
Raúl; Basombrío, Luis I., "Sobre las
psicosis involutivas", Acta Neuropsiquiátrica Argentina 2, 23-41,
1956.
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2006 – CINCUENTENARIO DE LA MUERTE DE CHRISTOFREDO JAKOB – 2006
2006 – CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE BRAULIO MOYANO – 2006
2006 – Año de homenaje al Dr. Ramón Carrillo – 2006
en el quincuagésimo aniversario
de su deceso y el centenario de su nacimiento.
Decreto 1558/2005 de la Presidencia de la Nación
Ver debajo las publicaciones
concernientes al mismo
2006 – A TREINTA AÑOS DE LA PATENTE BRITÁNICA 1.582.301 – 2006
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SOCIOLOGÍA DE LAS NEUROCIENCIAS
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l'enjeu : L’anthropologie ganglionnaire, un psychovirus démasqué (français)
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L'aliénisme en
Argentine : Diego Alcorta (1827) : Dissertation sur la manie... aiguë?
(français)
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Metaphors at odds in conceiving organismal-societal government: The Political Structure of the Brain: Cerebral Localization in Bismarckian Germany
(English)
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ELECTRONEUROBIOLOGÍA
Efectos
relativísticos en biofísica cerebral:
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SUMARIO Y
PÁRRAFOS INICIALES EN CASTELLANO
Diversificación
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Cálculo
de potenciales dentro de las células
Calcule
intensidades eléctricas y magnéticas en cada compartimiento neuronal: The nervous principle: active versus passive electric
processes in neurons (Explains how to calculate electric and magnetic
field strengths inside different neuronal compartments) (LONG FILE IN ENGLISH with
Bulgarian, Russian and Spanish abstracts/TOCs)
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Evaluación de
potenciales fuera de las células
Signal analysis to exploit the information of steady-state recordings: Do’s and don’ts in Fourier analysis of steady-state potentials
(Assumptions in the discrete Fourier transform (DFT) not necessarily fulfilled in real-world applications) (English)
NOCIONES GENERALES
Conceptos:
Noticia general -- ¿Qué es electroneurobiología? -- La atmósfera intelectual (all in Spanish) -- Main Technical Ideas / Conceptos técnicos principales (English and Spanish) -- El descubrimiento de la Doppelrinde (German and Spanish)
Comentando una "ilusión óptica" / Commenting an "optical illusion":
A visual yet non-optical subjective intonation:
una entonación subjetiva visual pero no óptica
(English and
Spanish)
UNA EXPLICACIÓN ESENCIAL: