Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: 0328-0446
OBSERVACIONES
a las
publicaciones dispuestas por el
Sr. PRESIDENTE DE LA
COMISIÓN INVESTIGADORA
BUENOS AIRES
1 9 5 5
por
Ramón Carrillo
Contacto / correspondence:
vixit (1906-1956)
Electroneurobiología 2006; 14
(3), pp. 1-6; URL <http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm>
Copyright
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Belem do Pará (Brasil), 28 de noviembre de 1955
Señor Presidente de la Comisión Investigadora
De mi consideración:
Con referencia a las
publicaciones dispuestas por el señor presidente que me han llegado recién a
este confín amazónico, me tomo la libertad de formular las siguientes
observaciones:
1º) El valor de 3 millones de pesos asignado a mi
propiedad de Adrogué es exagerado; ignoro el propósito de divulgar una cifra
tan astronómica.
Yo pagué por la quinta,
casa-habitaciôn, incluso pileta, noventa mil pesos ($ 90.000), mâs una
hipoteca de ciento ochenta mil pesos ($ 180.000) con el Banco Hipotecario
Nacional, a 30 años, que amorticé mensualmente. El precio que pagué concuerda
con la tasación efectuada por los técnicos del Banco Hipotecario Nacional, sobre
la cual me acordaron el préstamo.
Cómo, dónde y a quien compré
la propiedad está explicado en mi "declaración jurada" de bienes,
presentada poco tiernpo después de entrar al gobierno, declaración que en su
oportunidad fué publicada por los diarios. Las considerables mejoras introducidas
a la vieja y ruinosa casa que adquirí, y que mejoré en el curso de los años, se
consignan en mi declaración de bienes ante el Escribano Mayor de Gobierno,
cuando dejé el cargo de ministro en julio de 1954. Existen detalles sobre las
"mejoras" en mi declaración anual de réditos, donde presenté las
facturas de todo lo invertido en la quinta, año por año.
Si bien han transcurrido
muchos años desde que yo adquirí esa propiedad, y si es cierto que los bienes
raíces se valorizan vertiginosamente en estos últimos tiempos, considero que
aun computando todas las mejoras 1a propiedad no puede tener un valor tan
considerable, como afirman los diarios haciéndome aparecer como un
"príncipe" archi-millonario.
En cuanto a los "finísimos"
muebles de lujo, creo que el cronista ha abusado de la terminologia. La casa
sólo tiene muebles en los dormitorios y en una galería vidriada. El resto de la
casa no tiene muebles. En cuanto a los muebles de los dormitorios son de los
que se usan en el campo, estilo provenzal y "pintados" porque son
viejos.
Dejo constancia que todavía
adeudo gran parte de las mejoras; que sigo con rni deuda hipotecaria y que debo
más del 80 por ciento del valor de los lotes anexos que forman parte de la
quinta y que pago en cuotas mensuales. Los datos concretos figuran en la
Dirección General Impositiva y deseo hacer las aclaraciones y ampliaciones que
se consideren necesarias para apreciar mi estado patrimonial, que por supuesto
no es holgado y mucho menos la de un millonario como suponen las malas lenguas
que durante años me han difamado. Se tendrâ la más curiosa de las sorpresas y
se podrá comprobar, por fin, cómo despues de 26 años de cirujano y 8 de
ministro no tengo la situación de un colega de esa antigiiedad, a pesar de mi
especialidad quirúrgica que siempre fue muy lucrativa.
2º) Los cuatro pacientes que
vivían en mi casa disponían de dos dormitorios, comedor y cocina propia, es
decir, tenían confortable alojamiento, buena alimentación y quien se ocupara
de ellos.
Estos pacientes formaban
parte de un grupo que tenían que ser dados de alta y que no poseían familiares
que se hicieran cargo de ellos. Incluso fueron dados de alta pero no se hizo
efectiva hasta que yo los tomé bajo mi protección. Eso ocurrió cuando inicié el
plan de colocación familiar; cuando
el hacinamiento en los hospitales psiquiátricos era terrorífico, como se
consigna — por pura casualidad — en el informe sobre Josefina Baker, que usted
tambien mandó publicar, donde digo que en Buenos Aires teniamos en el hospital
[hoy
Borda; nota de Electroneurobiología] 4.200 enfermos y sólo 1.200 camas para hospedarlos. Los demás,
como era notorio en el ambiente, dormían en el suelo, en los corredores y en
sótanos insalubres. Mientras se terminaban las construcciones que resolverían
el problema tomamos medidas drásticas, entre otras, dar de alta al mayor número
posible de enfermos crônicos, que estuvieran "muy mejorados" y con
aptitud para la vida familiar. En los casos en que los familiares no quisieran
hacerse cargo de ellos, lo que desgraciadamente era la regla, autoricé a
colocarlos entre los vecinos del pueblo, ciudades próximas o en la Capital
Federal, entre funcionarios, empleados y gente de buena voluntad, de acuerdo al
sistema de otros países y que en el Uruguay, donde yo aprecié "de
visu" el método, daba excelentes resultados. La familia donde se colocaba
el enfermo asumía la responsabilidad de su alojamiento, de su alimentación y
de proporcionarles trabajo y quehaceres domésticos, quedando a cargo del
Ministerio proveer la ropa. Un diputado de la oposición destacaba el sistema de
colocación familiar en sus libros y presentó un proyecto de ley sobre la
materia.
Los pacientes que me tocaron
en suerte no tenían obligaciones ni trabajos impuestos. Hacían su voluntad, por
lo cual jamás quisieron volver a su situacion anterior. Tenían las puertas
abiertas y el frente de la casa no tiene ni rejas ni alambrado. Podían irse
cuando quisieran; sin embargo jamás ni lo intentaron. Ayudaban en pequeños
menesteres y eran tratados de acuerdo a sus aficiones. Uno de ellos sufría,
entre otras cosas, de veleidades "artísticas". Le proporcionábamos
materiales para sus obras escultóricas de cemento (no de madera como se dijo);
los temas eran los personajes del momento, las águilas imperiales, las mesas de
color, obras que luego, discretamente hacíamos desaparecer por ser
impresentables, procediendo con delicadeza para no ofender al autor, muy
susceptible como todo artista.
Uno de sus trabajos que
jamas osé retirar fue el busto de mi persona, al que se refirieron ciertos
diarios como si se tratara de una obra de Rodin. Si lo retiraba agraviaba al
autor y hubiera perdido su confianza para toda la vida. Cada vez que lo
visitaba me llevaba a contemplar el busto, encontrando él detalles del
"parecido" conmigo, y señalando los golpes maestros de su técnica;
pero, evidentemente el busto era más bien la imagen verdadera, del
pitecantropus erectus y no la mía. Pero el "maestro" me
"veía" así y nada pude intentar contra este dogmatismo estético.
3º) Que mis protegidos
andaban con ropas inadecuadas. Quien conoce esta clase de pacientes sabe
que es imposible imponerles normas de vestir. Solo uno, el artista, prefería
ropas comunes (ver fotografia de la comisión) los otros exigian y les gustaba
ropa de fajina. En la carta sabre Josefina Baker me refiero a la ropa de los
enfermos en los siguientes términos, que aclaran todo por sí mismos: "La
crítica principal (refiriéndome a los hospitales de alienados), es que los
enfermos andan sucios o faltos de ropa. Justamente este es uno de los
problernas universales de este tipo de servicio médico, pues a los pacientes es
imposible tenerlos uniformados, pues debido a sus delirios se sacan los trajes,
los dan vuelta y agregan prendas anti-reglamentarias. Son — agrego —
desprolijos y las ensucian en pocas horas. Habría que tener un celador por
enfermo, lo que es imposible aun en los sanatorios privados, especialmente
cuando los pacientes realizan tareas manuales y caminan por un jardín tocando
plantas y tierra".
4º) Que no se les pagaba.
La técnica aconseja que en la colocación familiar los pacientes no deben
recibir dinero. Comprobé personalmente los inconvenientes, pues cuando les
entregué dinero salieron de fiesta y volvieron en malas condiciones; en otras
oportunidades los robaron amigos circunstanciales con quienes, además, se
dedicaban a jugar.
El mismo fenómeno de
indisciplina perjudicial para la reeducación se produjo en los hospitales desde
que implantamos un peculio o jornal para estimular el trabajo. Para evitar la
perturbación que trae el dinero en manos de ellos, establecimos por decreto que
el 50 por ciento se reserve para la familia, si la tuviera, y el resto se lleve
en cuenta oficial para cigarrillos y otros pequeños elementos de satisfacciôn
personal.
5º) Tiempo antes de
renunciar, en razón de mis tareas oficiales, dejé de concurrir a Adrogué y
personas de mi familia tuvieron que hacerse cargo de los enfermos; para
subsanar eso, designé dos personas como celadores, a quienes, estando ya fuera
del país, fueron trasladados a un establecimiento; pero algún tiempo después, a
su pedido, volvieron pero comprometiéndose a renunciar; y tengo entendido que
cumplieron. Yo los acepté con el solo compromiso de cuidar la casa y mis cuatro
pensionistas. No tenían ninguna otra obligación.
6º) La experiencia de
Alemania y Estados Unidos prueba que el 40 al 60 por ciento de los enfermos
mentales crónicos puede trabajar previa reeducación. Y que es posible pagar con
su trabajo su propia asistencia y manutenciôn. El trabajo bien dirigido
remodela la personalidad del paciente y lo convierte, además, en un ser útil.
El peor enemigo de los establecimientos es el ocio crónico de los enfermos, que
conduce a toda clase de perversiones, especialmente sexuales. Contrariamente a
lo que ocurre en los países más adelantados en esta técnica, en nuestros
hospitales sólo del 6 al 8 por ciento eran aptos para el trabajo, contra el 40
y 60 por ciento que se menciona en Alemania y Estados Unidos. Como ministro
desarrollé este tema en el Primer Congreso de Asistencia de Alienados,
organizado por sugestión mía en la ciudad de La Plata.
Solicité sin éxito, a la
Oficina Sanitaria Panamericana, técnicos en laborterapia. Finalmente, con el
asesoramiento de dos especialistas nuestros, adoptamos una resolución
organizando este trabajo, pero no se cumpliô porque era muy teórico y muy
general. No se explicaba bien el "cómo se hace", el detalle práctico
al alcance de los celadores y de los que realmente conviven con los enfermos.
Hacía falta un manual concreto y práctico adaptado a nuestra realidad, a
nuestro medio y costumbres. Y esto no era nada sencillo.
Resolví hacer el trabajo
personalmente, como era mi norma en todos los problemas fundamentales del
Ministerio. No podia ir a vivir a los establecimientos; entonces, hice venir a
los enfermos hasta donde yo vivia, acompañados de un celador; y dos o tres días
por semana pasaba horas enteras con ellos. Vinieron al principio brigadas de
Open Door, por dos veces, constituidas por enfermos "aptos para el trabajo".
Rendían el 90 por ciento en relación con un obrero normal (cien por ciento).
Pero alli no estaba mi problema. No los pedí más, pues habían sido bien
clasificados: sin reeducación alguna, trabajaban tanto como un sano.
Este grupo número uno no
constituía un problema. Pedí que, en cambio, me mandaran los
"semi-aptos" o "ineptos" que estaban en Buenos Aires, donde
practicamente el 100 por ciento de los internados figuraban como ineptos, lo
que no podía ser. Inicialmente los del grupo número dos no rendían más del 1 al
15 por ciento en relación con un obrero normal. Con reeducación llegamos a
obtener de ellos un rendimiento del 75 al 80 por ciento en relación con el 100
por ciento del obrero normal.
Lo más importante del experimento
es que encontré el hilo de "cómo se debía hacer"; encontré el
"tratamiento adecuado" para una rápida reeducación; la técnica o
"know-how", las reglas generales y especiales para cada caso y tipo
de enfermedad; precisamos la conveniencia de los períodos de descanso y
actividad, la profilaxis de los estados de excitación o depresión, los
factores de productividad, el criterio para el descarte de los realmente
ineptos, los "tests" de rendimiento, etc.
En base a mi experiencia
personal en Adrogué fui adoptando medidas en los establecimientos de la
repartición, tales como asignar los mejores dormitorios a los que trabajaban,
estímulos al enfermo empeñado en aprender, con cigarrillos, golosinas,
pequeños jornales; organización de brigadas por especialidades, teniendo en
cuenta las aptitudes de los enfermos; construcción de los talleres-escuelas del
Hospital Psiquiátrico, que ocupa el 25 por ciento del establecimiento;
reacondicionamiento de nuevos talleres en todos los establecimientos, etc.
Para esta tarea conté con la entusiasta y humanitaria ayuda de los celadores y
personal administrativo, con los cuales pensaba formar la Escuela de
Laborterapistas, y cuyo edificio dejé en construcción. [N. d. E.: el mismo se
mantuvo por cincuenta años sin terminar y, tras lograrse declararlo
inutilizable, fue demolido.]
En pocos años, del 6 al 8
por ciento de aptos se pasó al 40 por ciento, es decir, que sobre un total de
15.000 internados teníamos 6.500 trabajando, en lugar de 800 ó 1.000 de antes.
Comprendí que era posible llegar al 60 por ciento o más si disponíamos de
personal especialmente entrenado. Desgraciadamente a pocos médicos pude
interesar en este probiema; pero justifiqué que así ocurriera, pues la tarea requiere
otro tipo de técnico, dedicado enteramente y con mucho tiempo disponible, del
que carecen generalmente los colegas.
Demostré en la práctica
experimental y en su paulatina aplicación general que era exacto lo que yo
afirmaba en mis publicaciones, es decir que "en los casos donde no es
posible la curación clinica (casos irreversibles) era posible llegar a la
curación social por readaptación a la vida familiar, rehabilitación por el
trabajo o reeducación por arte o por aprendizaje de una técnica." Pero una
cosa es hacer esta afirmación teórica y otra "instrumentarla" para
que sea realidad en la práctica. Solo siendo ministro pude realizar esta
experiencia y beneficiar a toda esa multitud de seres humanos apilados como
bolsas en los establecimientos, consumiéndose en la ociosidad y en el vicio, de
donde los he sacado.
Nadie puede abandonar ahora
el camino que yo he abierto, especialmente los que saben porque me han visto
trabajar; ya que el enfermo mental no es un ser total y definitivamente perdido
para la sociedad.
No podia estar explicando a
cada chismoso cuáles eran mis ideas y propósitos y recibí, naturalmente,
críticas malevolentes. Nunca oculté estos trabajos y se los expliqué a quien
quiso escucharme. Era público y notorio. Muchos observadores superficiales
pensaban que yo aprovechaba de los enfermos, sin advertir que las más de las
veces me ocasionaban perjuicios en su aprendizaje. Basta confrontar, por ejemplo,
los miles de árboles que plantaron, de acuerdo a las facturas que obran en mi
poder, y los miles que se perdieron por errores de procedimiento. El acto
técnico más simple y que al mismo tiempo requiere más criterio es el de
plantar, transplantar o podar. Eran mis "tests". El que aprendía eso
bien, luego podia aprender cualquier oficio a gran velocidad.
Vuelvo finalmente a mis cuatro
enfermos. Cuando me fui del país no los quise abandonar y corriendo los riesgos
de retorcidas interpretaciones, los retuve en mi casa y a mi costa. Pude
haberlos devuelto a su situación anterior; pude reinternarlos; pude alquilar
la quinta y desentenderme de ellos. Pero no podía hacerle eso a mis amigos
después de tantos años; y quedaron allí de dueños de casa, sin pagarme pensión,
pues me era suficiente con su afecto y su misterioso agradecimiento que se
percibe como un resplandor entre las nubes de sus mentes obscurecidas.
Rogándole me tenga por
presentado y disponga se agregue esta nota a los actuados, salúdalo
atentamente.
RAMÓN CARRILLO
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