Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Hospital Neuropsiquiátrico
"Dr. José Tiburcio Borda"
Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas
y
Revista
Electroneurobiología
ISSN: 0328-0446
La medicalización de
la vida
por
José
Alberto Mainetti
Instituto de Bioética
y Humanidades Médicas, Escuela Latinoamericana de Bioética y Fundación
Mainetti.
Calle
508 e/16 y 18, (1897) M.B. Gonnet, Argentina. Telefax: +54(221)471-2222
Contacto
/ correspondence: elabe [-at] netverk.com.ar
Electroneurobiología 2006; 14 (3), pp. 71-89; URL <http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm>
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© junio 2006 del autor/by the
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SUMARIO: Las transformaciones de la medicina que
han dado lugar a la bioética como nueva ética médica son de triple naturaleza,
si bien guardan entre sí unidad de sentido. En primer término, la transformación
tecnocientífica, orientada hacia una medicina del deseo o antropoplástica,
remodeladora del hombre. En segundo lugar, una transformación social de la relación
médico-paciente, introductora de este último como protagonista de las decisiones
terapéuticas. En último orden, una transformación política de la salud, vuelta
un bien social primario de economía expansiva en el mundo actual. Tres figuras
simbólicas encarnan, respectivamente, estas transformaciones de la medicina
hoy. La primera es Pigmalión, el escultor chipriota que da vida a la estatua
salida de sus manos; la segunda es Narciso, el bello adolescente que sucumbe a
la contemplación de su propia imagen especular; la tercera es Knock, el
personaje dramático que con su fanatismo profesional realiza la medicalización
de la vida. Pigmalión, Narciso y Knock identifican nuestra cultura posmoderna y
dentro de ésta definen la trama moral de la presente medicina.
El complejo bioético
de los principios – Pigmalión, Narciso y Knock – constituye el inventum
novum del ethoscopio, un visor de valores o axiograma clínico, por
analogía con los múltiples y diversos somatoscopios introducidos en el arte
desde la “auscultación mediata” de Laënnec al inicio del siglo pasado. Con su
instrumento imaginario, la bioética ha entrado en juego como respuesta disciplinaria
a las transformaciones tecnocientíficas, sociales y políticas de la actual medicina.
El “complejo” (en el sentido de dificultad) bioético de los principios consiste
en su realización moral frente a la incierta beneficencia y no-maleficencia de
Pigmalión, la supuesta autonomía de Narciso, y la sospechosa justicia de Knock.
1. Knock o la cultura de la salud
El uso actual del término "medicalización"
denota la influencia de la medicina en casi todos los aspectos de la vida cotidiana,
y connota una apreciación crítica por los efectos negativos, paradojales o indeseables,
de tal fenómeno. En realidad, la medicina siempre ha ejercido un poder
normalizador o de control social – básicamente por los conceptos de salud y enfermedad, normal y patológico – estableciendo un orden normativo
rival del de la religión y el derecho, que ha venido incrementándose desde la
modernidad con la conquista de un auténtico estatuto científico, profesional y
político (1). Pero otra historia comienza con el modelo sanitario dominante
tras la Segunda Guerra Mundial, la medicalización como sinónimo de una cultura
de la salud (= bienestar) o sociedad terapéutica. La crisis del estado
benefactor en la década del '70 aparejó el tiempo de reflexión sobre los
límites de la medicina, incluso más allá de la economía: se cuestiona la
supuesta relación proporcional entre consumo y producción de salud, pero
también el alcance de los conceptos médicos como criterios de moralidad (en cuanto
a la conducta responsable y el estilo de vida, particularmente), del mismo modo
que se denuncia la mala salud iatrogénica o expropiación del cuerpo por la
institución médica (2).
La medicalización de la vida está dramática, tragicomicamente
representada en Knock o el triunfo de la medicina, una pieza de Jules
Romains (3). Se trata de una verdadera profecía en un testimonio literario de
1923, cuyo argumento es un caso paradójico y extremo de fanatismo profesional,
que en una rústica comarca del sur francés logra un éxito completo. Knock, estudiante
crónico recientemente graduado, viene a suceder al veterano doctor Parpalaid en
el cantón Saint Maurice, donde en pocos meses transforma la magra clientela anterior
de atrasados y avaros campesinos, renuentes a la atención de la salud, en una
población consumidora de servicios médicos, con un gran sanatorio-hotel como
principal atractivo y actividad económica de la región. La lectura y comentario
del texto es un feliz ejercicio de comprensión del triunfo de la medicina o
cultura de la salud en el mundo real que nos toca vivir.
El primer acto tiene por escena un viejo automóvil año
1900 que lleva a los doctores Knock y Parpalaid hacia Saint Maurice, y el coloquio
gira en torno a la plaza profesional que el uno entrega y el otro asume. Para
empezar, diagnóstico de situación, morbi-mortalidad del país y posibilidades de
trabajo para hacerse una buena clientela, como inquiere Knock a propósito del
reumatismo endémico de la zona.
El Doctor — ¡Ah! No para
eso. A la gente de aquí no se le ocurriría ir al médico por un reumatismo, como
usted no iría a lo del cura para hacer llover.
En suma, el estilo tradicional de vida y de asistencia no
permite hacerse ilusiones de consumidores y fortuna, no existen clientes
"regulares" en Saint Maurice; pero Knock avanza con su idea central,
que había sostenido como tesis de doctorado en medicina (4):
Knock — Sí, treinta y
dos páginas en octavo: Sobre los pretendidos estados de salud,
con este epígrafe que atribuyo a Claude Bemard: "la gente sana
son enfermos que se ignoran"
Sin embargo, la formación médica de Knock es más mundana
que académica, alimentada no tanto por los libros como por los prospectos
medicinales y la propagandística profesional:
Knock — Estos textos
me familiarizaron tempranamente con el estilo de la profesión. Pero sobre todo
me han vuelto transparente el verdadero espíritu y la verdadera finalidad de la medicina,
que la enseñanza de la Facultad disimula bajo el fárrago científico. Puedo
decir que a los doce años tenía ya un sentimiento médico correcto. Mi método
actual ha salido de allí.
La vocación médica es en el fondo voluntad de poder, que
la medicina comparte con la política, la economía y la Iglesia:
Knock — Decididamente,
no hay de verdadero más que la medicina; puede ser también la política, la
fínanza y el sacerdocio, que no he ensayado todavía.
Se cierra la escena con Knock convencido de que en Saint
Maurice están dadas las condiciones para realizar su experimento de medicalización
y producir un cambio cultural, de costumbres, ideas y creencias:
Knock — En suma, la
era médica puede comenzar.
El segundo acto se desarrolla con distintas escenas del
consultorio de Knock, instalado en el viejo domicilio de Parpalaid. El nuevo estilo
promocional de la atención de la salud se anuncia con bando público.
Knock — "El
doctor Knock, sucesor del doctor Parpalaid, presenta sus respetos a la población
de la ciudad y el cantón de Saint-Maurice, y tiene el honor de hacerle conocer
que, en un espíritu filantrópico, y para contener el progreso inquietante de
enfermedades de todo tipo que invaden desde hace algunos años nuestras regiones
tan salubres otrora ... dará todos los lunes por la mañana, de nueve y treinta
a once y treinta horas, una consulta enteramente gratuita, reservada a los habitantes
del cantón. Para las personas extranjeras al cantón, la consulta quedará al
precio ordinario de ocho francos".
Por supuesto, la de Knock es una medicina pedagógica
crematística, el maestro de escuela y el farmacéutico son sus principales aliados:
para el primero, todos somos "portadores de gérmenes"; para el
segundo, los remedios son los debidos alimentos. La nueva práctica se base en
nueva teoría, la redefinición de los conceptos de salud y enfermedad:
Knock — "Caer
enfermo", vieja noción ya insostenible frente a los datos de la ciencia
actual. La salud no es más que un nombre, al que no habría inconveniente alguno
en borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, no conozco sino gente más o
menos afectada por enfermedades más o menos numerosas, de evolución más o menos
rápida. Naturalmente, si usted va a decirles que están sanos, no necesitan más
que creerle. Pero se equivoca. Su única excusa es que ya tiene usted demasiados
enfermos que curar para atender otros nuevos.
Con tal estrategia Knock llena su consulta de virtuales
enfermos y virtuosos pacientes, esos mismos a los que el viejo doctor despedía
con la frase "No es nada en absoluto; mañana estará levantado mi
amigo".
El tercer acto se desarrolla en el hotel del pueblo a
punto de transformarse en un gran centro médico repleto de enfermos – "de
gente que sigue un tratamiento" –, un cambio de fisonomía sorprendente a
los ojos del doctor Parpalaid que ha venido de visita a Saint Mauríce y pretende
hospedarse en el hotel, administrado sanitariamente por Madame Rémy (5):
El Doctor — Se creería que
en mi tiempo la gente era más sana.
Madame
Rémy — No diga eso, señor Parpalaid. La gente no tenía la idea de curarse,
cosa del todo diferente. Hay quienes se imaginan que en nuestras campañas somos
todavía salvajes, que no tenemos ningún cuidado de nuestra persona, que
esperamos nos llegue la hora de reventar como los animales, y que los remedios,
los regímenes, los aparatos y todos los progresos, eso es para las grandes
ciudades. Nos apreciamos tanto como cualquiera; y bien que uno no gusta
derrochar su dinero, uno no vacila en pagarse lo necesario. Usted, señor Parpalaid,
es un paisano de antes, que partía un centavo en cuatro, y que habría preferido
perder un ojo o una pierna antes que comprar tres francos de medicamentos. Las
cosas han cambiado, gracias a Dios.
El
Doctor — En fin, si la gente se ha cansado de estar sana y quiere darse el
lujo de estar enferma, no tendrían razón de molestarse. Por otro lado, es todo
beneficio para el médico.
Aquí se toca la cuestión moral que plantea Parpalaid
cuando Knock le enseña los resultados de su proselitismo profesional sobre un
"mapa de la penetración médica" en la región (6).
El
Doctor — ¿Pero no es que en vuestro método, el interés del enfermo está un
poco subordinado al interés del médico?
Knock — Doctor
Parpalaid, no olvide que hay un interés superior a esos dos (...) Es aquel de
la medicina. Yo me ocupo sólo de ése.
(...)
Usted me da un cantón poblado de algunos miles de individuos neutros,
indeterminados. Mi rol es determinarlos, llevarlos a la existencia médica. Los
meto en la cama y miro lo que va a poder salir de allí: un tuberculoso, un
neurópata, un arterioescleroso, lo que se quiera, pero alguien ¡Buen Dios!
¡Alguien! Nada me disgusta más que ese ser ni carne ni pescado que usted llama
un hombre sano.
El
Doctor — Usted no puede, sin embargo, poner todo un cantón en la cama.
Knock
—
(...) Le acordaría que hace falta la gente sana, no fuera más que para curar a
los otros, o formar, detrás de los enfermos en actividad, una especie de reserva
(...)
El
Doctor — Usted no piensa más que en la medicina... ¿Pero el resto? ¿No teme
que generalizando la aplicación de sus métodos se acarree cierto menoscabo de
otras actividades sociales, muchas de las cuales, a pesar de todo, son
interesantes?
Knock — Eso no me
atañe. Yo hago medicina.
El
Doctor — Es verdad que cuando el ingeniero construye su vía férrea no se
pregunta lo que piensa al respecto el médico de campaña.
Este diálogo remata con el culto de la medicalización
comunitaria, cuando Knock se dirige al fondo del escenario para contemplar
desde una ventana el paisaje del cantón en mirador.
Knock — En doscientos
cincuenta de esas casas hay doscientas cincuenta habitaciones donde alguien confiesa
la medicina, doscientas cincuenta camas donde un cuerpo extendido testimonia
que la vida tiene un sentido y, gracias a mí, un sentido médico (...). Piense
usted que, en algunos instantes, van a dar las diez, que para todos mis enfermos
las diez es la segunda toma de temperatura rectal, y que, en algunos instantes,
doscientos cincuenta termómetros van a penetrar a la vez.
Y cae el telón con los pensamientos hipocondríacos que
invaden a nuestros doctores, víctimas del mismo culto por la medicina y su sofisticado
ritual.
Knock — ¡Qué quiere
usted! Esto se da un poco a mi pesar. En cuanto estoy en presencia de alguien,
no puedo impedir que un diagnóstico se esboce en mí... aún cuando esto sea perfectamente
inútil y fuera de propósito. A tal punto que, desde hace algún tiempo, evito mirarme
en el espejo.
El triunfo de la medicina es la muerte de los médicos.
2. El lenguaje
medicalizado
La más pura expresión de la medicalizaci6n de la vida es,
naturalmente, el lenguaje ordinario medicalizado, cuyo estudio sería de sumo
interés con la metodología sociolingüística o del análisis semiótico pragmático
– relación de los signos con los intérpretes –, un estudio atenido al uso (y
abuso) del lenguaje antes bien que a su significado, según recomendaba
Wittgenstein, el primero en prestar atención médica al lenguaje,
"tratándole cual una enfermedad" en su concepción de la filosofía
como "actividad terapéutica".
La medicina medicaliza la vida a través del lenguaje y de
la manera en que ésta organiza la experiencia y construye el mundo. Por un
lado, la ciencia médica es un lenguaje técnico, vale decir "bien
hecho", con los prestigios del vocabulario grecolatino – mors latina cum graeco velamen,
según la ironía molieresca –, constituido en terminología sistemática universal
o unívoca, con un corpus lingüístico cuya influencia se extiende a
otras disciplinas, como es hoy el caso en el nombre de la teoría de los signos
(clínica es la primera acepción de "semiología" o "semiótica")
y en la jerga de la economía, tan sensible al discurso médico
("síndrome", "diagnóstico", "pronóstico", etc.).
Por otro lado, la praxis médica traduce en sus propios términos la
experiencia de la vida y construye un código de comunicación social que invade
el lenguaje corriente, del cual Wittgenstein también ha dicho que "es una
parte del organismo humano y no menos complicado que él". Un ejemplo es la
"somatización" – en el sentido social y no en el clínico del término
– de la vida emocional, traducida como depresión, infarto o estrés; y ni qué
hablar de la "psicoanalización" de los sentimientos, vertidos como castración,
trauma o Edipo. Muchas actividades humanas, desde los oficios a la publicidad,
imitan el modelo médico de la sociedad iatrogénica (7).
Figuras paradigmáticas de la medicalización del lenguaje
son las metáforas médicas en nuestra cultura, particularmente la enfermedad
como metáfora según ciertos estilos patológicos que ejemplifican la
construcción social de la realidad, caso ayer de la tuberculosis y la sífilis,
hoy del cáncer y el SIDA (8). Naturalmente, no podemos pensar sin metáforas, porque
todo pensamiento es interpretación. La moderna teoría de la metáfora no ve en
ésta sólo una figura poética o retórica, un mero tropo, desplazamiento de sentido
o sentido figurado (9). La función de la metáfora – que literalmente significa
"transporte" – es la comprensión y estructuración de un tipo de
experiencia menos claramente delineado, en términos de otro tipo de experiencia
que entendemos de manera más directa e inmediata (10). El de la metáfora no es
un problema meramente lingüístico, sino antes bien conceptual. Metafórico es el
sistema ordinario de conceptos en términos del cual pensamos y actuamos.
Esta teoría de la metáfora encuentra justa e interesante
aplicación en la historia y la práctica del símil médico en nuestra cultura
(11). Durante la modernidad se desarrolla un paradigma médico-político – cierto
es que las metáforas gobiernan el mundo- con un discurso propio que en nuestros
días juega un papel extraordinario en la comunicación social. El modelo médico
en el discurso político y, en general, para la comunicación dirigente-sociedad,
se remonta al siglo V de Atenas con Tucídides, creador de la historia política
en su Tratado de Historia de la Guerra del Peloponeso (12).
Tucídides aplica el método hipocrático al análisis de los
hechos sociales, utilizando los conceptos de enfermedad, contagio y la distinción
entre síntoma y causa, los términos diagnóstico, pronóstico y tratamiento. Pero
además da en la clave de la metáfora con su referencia a la "cosa
humana" ( tó anthropínon ) como experiencia fenomenológica y hermenéutica
paradigmática en la medicina. Sobre este modelo médico-político, tan difundido
en la moderna investigación social, llamó con brillantez a la atención crítica
un ensayo de G. K. Cherteston titulado "El error clínico", recogido
en su libro Lo que está mal en el mundo, que denuncia la falacia de
las metáforas en el argumento científico, cuyo prototipo es "el hábito de
describir exhaustivamente una enfermedad social y luego proponerle la correspondiente
droga" (13).
El "discurso médico" en los actuales medios
masivos de comunicación tiene un uso notable por parte de la dirigencia
política en general, y de la Argentina en particular durante los últimos años
(14). El argumento paradigmático del código político medicalizado (o del código
médico politizado) presenta la forma siguiente:
El país (la sociedad) está enfermo (o enferma).
El diagnóstico (el juicio político) es tal enfermedad.
El tratamiento (la receta) consiste en estas medidas.
Este argumento prototipo encierra una metáfora fundamental
o tácita – la sociedad como organismo o cuerpo humano colectivo; y tres metáforas
proposicionales o explícitas como los términos de un silogismo – mayor, medio y
menor – que definen las premisas y la conclusión. La metáfora básica e
implícita es de naturaleza ontológica o metafísica: el cuerpo, metáfora central
de la sociedad para la tradición política, cuerpo individual y cuerpo social en
relación micro-macrocósmica (15). La metáfora mayor es de carácter
antropológico: salud y enfermedad, normal y patológico son categorías
trasladables de la experiencia humana carnal al orden y el desorden de la
organización social, a la continuidad y la crisis estructurales (16). La metáfora
media es de índole gnoseológica o metodológica: el juicio clínico o diagnóstico
consiste en el análisis de lo sensible y lo inteligible, en el reconocimiento
de las causas por los efectos, de la enfermedad a través de sus síntomas (17).
La metáfora menor es de condición prescriptiva o normativa: la conducta
terapéutica es aquella que restablece el equilibrio perdido del sistema, según
las normas comunes al organismo y la sociedad (18).
En suma, las señaladas metáforas médicas en el código de comunicación
social cumplen cuatro principales funciones: a) la función de real, ontológica
o cosmológica (metáfora fundamental); b) la función de experiencia, vivencias o
fenomenológica (metáfora mayor); c) la función de interpretación, hermenéutica
o epistemológica (metáfora media); d) la función de prescripción, normativa o
axiológica (metáfora menor). La medicalización del lenguaje, por tanto, no es
una mera herramienta lingüística prestada por la medicina, sino una particular
organización del mundo, creación de un objeto propio o construcción social de
una realidad. La metáfora es un "transporte" reversible, de ida y
vuelta, movimiento de un dominio a otro de la experiencia que constituye
nuestra representación del mundo. Lo que el argumento paradigmático revela es
tanto el hecho de que la política imita a la medicina como el de que ésta refleja
aquella. No afirmamos superficialmente que la medicina contamina con su jerga
técnica el lenguaje ordinario, sino que éste testimonia la construcción social
del conocimiento médico. Y no es que la medicina no sea científica por estar
influida por las fuerzas sociales, sino que la ciencia y la medicina son
empresas sociales (19).
3.
El tribunal de medicina
La medicina, con su triple dimensión científica,
profesional y asistencial, se ha convertido en institución paradigmática de moderna
reforma social. La salud ya no es más asunto privado, entendida como "ausencia
de enfermedad" por una medicina en la que aparentemente armonizaban la
ciencia, el arte y el sacerdocio; la salud es ahora cosa pública, objetivada
como "bienestar" según una atención médica en la que notablemente
confligen la industria, el comercio y la política. De esta forma el progreso
sanitario para la calidad de vida es quizá el de mayor relevancia en la
historia reciente de la humanidad; pero así también crecen los costos del
éxito, los perjuicios en salud y dinero que no se alcanzan a disimular por los
beneficios del sistema en sus límites éticos y económicos, en una crisis de sus
valores del bienestar y financieros (20).
La medicina es la nueva Pandora de la sociedad industrial;
revestida de todos los dones y a la vez fuente de muchos males, ella alimenta
la Esperanza de la humanidad en la Ambrosía, el pan de la salud y la amortalidad
que se transforma en el pan de la enfermedad y la locura. Cajas de Pandora
suelen ser emblemáticamente las unidades de cuidado intensivo, donde el deseo
de los hombres de combatir la muerte termina con la expropiación de ésta, con
baja calidad de vida y altos costos (20% de los gastos hospitalarios). El
imperativo tecnológico de la actual medicina produce ambiguos beneficios y en
ocasiones conduce a situaciones trágicas que replantea los fines de la medicina,
y que la llamada bioética intenta racionalizar apelando a los principios morales
de autonomía, beneficencia y justicia. Asclepio fue castigado por actuar en
sentido antidarwiniano, pues resucitando los muertos despoblaba el Hades. En
este marco cabe distinguir tres grandes instancias configuradoras del debate
público con lenguaje bioético: apelación a la justicia en la atención de la
salud, apelación al beneficio en las intervenciones biomédicas, apelación a la
autonomía en la relación terapéutica (21).
La recesión económica de los años '70 agudizó la
conciencia del precio de la salud; una explosión de costos sanitarios sin resultados
correspondientes terminó con la pretendida ecuación, atención médica = salud. El comportamiento de esta última como bien
de consumo en una población cada día más crónica y envejeciente, y la expansión
de servicios médicos encarecidos por la tecnología, la mala praxis y el abuso
de la seguridad social, determinan un generalizado aumento de consumo y gasto
sanitarios, volviéndose escasos los recursos disponibles y necesario asignarlos
racionalmente. La financiación de la salud es ahora el meollo de la política sanitaria,
y ésta a su vez un aspecto muy significativo de la política en general tras la
crisis del estado benefactor.
La teoría y la praxis de la justicia configuran entonces
el concepto y el cuidado de la salud. El problema de la justicia distributiva –
paladín de la bioética en la política sanitaria – es complejamente ético y económico,
de principios y de resultados, deontológico y utilitarista, con niveles de
macro y micro aplicación de recursos. Las tres principales doctrinas de la justicia
social – igualitarista, liberal y redistribucionista – compiten en la
fundamentación de los alternativos sistemas de acceso a la salud: socializado,
libre y mixto. Pero además de una teoría, es preciso una praxis de la justicia
como la manera más adecuada de asignar recursos limitados o escasos; y esto
quiere decir el análisis proporcional de costos-beneficios para maximizar las
consecuencias de las acciones, conforme a las leyes de la racionalidad
económica y sus principios de rendimiento y utilidad.
Por otra parte, además de costosas las tecnologías
biomédicas resultan eventualmente ambiguas en su poderío e inciertas en su novedad,
por lo que su sentido tradicional de beneficio terapéutico necesita redefinirse
desde el punto de vista ético. La prolongación artificial de la vida a
cualquier costo, como decíamos, constituye un relativo fracaso cuando las personas
ven sus vidas sometidas a circunstancias bajo las que no desean vivir. La reproducción
artificial, en el otro extremo, desconcierta como desafío al orden jurídico y
social establecido para la maternidad y paternidad. En consecuencia, se amplía
el espectro de la atención de la salud, que incluye desde el consejo genético a
la cirugía cosmética; y los fines de la medicina – tradicionalmente reparadora
y cada vez más modeladora de la naturaleza humana – se someten al análisis de beneficios.
Finalmente, el logro más revolucionario en la actual ética
médica es la "introducción del sujeto moral en medicina", la
promoción del agente racional y libre en la relación médico-enfermo, a partir
del principio de autonomía que Kant introdujo frente a la heteronomía de la
ética clásica, describiendo incluso por vez primera el problema del paternalismo
como violación de la autonomía apoyándose en el principio de beneficencia. Pero
también es cierto que el giro de la ética médica desde el principio de
beneficencia al de autonomía no se ha hecho en verdad more kantiano,
pues la autonomía de que se trata en el modelo contractual de la relación médico-paciente
se reduce al derecho de los individuos a tomar sus propias decisiones terapéuticas,
según la tradición ilustrada de las libertades civiles defendidas (de Locke en
adelante) contra el poder del Estado, tradición que sólo recientemente ha llegado
a la medicina en las democracias pluralistas. En éstas se renuevan los valores
individuales y sociales, y se tolera la divergencia en materia moral, por lo
que la relación terapéutica ya no cuenta con una moralidad socialmente
establecida y compartida, de modo que la autoridad no se deposita sino en la
libre decisión de los individuos, y se sanciona el divorcio entre el médico y
el enfermo.
Estos tres núcleos conflictivos del interés público por la
medicina han dado especial fermento a la bioética en tanto que nueva ética médica,
e incluso, nueva filosofía médica. En efecto, la bioética significa mucho más
que un epifenómeno de la atención médica norteamericana, ella configura una
nueva concepción, un nuevo modelo de racionalidad en la medicina, que surge
como consecuencia de una crisis de la razón heredada (23). Se trata de una reformulación
sistemática en el orden de la patología, la clínica y la terapéutica, cuya
realización histórica ha tenido lugar en tres sucesivas instrucciones del
sujeto en medicina, el sujeto del páthos, del lógos y del éthos.
Primeramente el cambio se produce en la patología general,
cuando los conceptos de salud y
enfermedad son definidos respectivamente como bienestar y malestar, en
términos antropológicos y axiológicos abarcadores de un amplio espectro
individual y cultural. Un segundo momento lo constituye el cambio de la
clínica, porque las realidades del enfermo y la enfermedad se comprenden desde
una lógica probabilística, distinta de la lógica clínica tradicional determinista,
para la cual existen especies morbosas y tratamientos específicos (y el determinismo
es la versión lógica del paternalismo moral) (24). Final y consecuentemente, sobreviene
el cambio en la terapéutica, como ponderación de los valores técnicos y humanos
que intervienen en la conducta médica, normatizada por los principios de beneficencia,
autonomía y justicia. En suma, la bioética representa el nuevo estatuto médico
antropológico, epistemológico y ético, es decir, la actual filosofía de la
medicina.
Referencias
1.
Cf. José A.,
Mainetti. Etica Médica. Introducción histórica, Quirón, La Plata, 1989
(cap. VII "La medicina moderna" p.p. 57-69).
2.
Cf. José A. Mainetti, La
Crisis de la Razón Médica. Introducción a la filosofía de la medicina
.
Qurón, La Plata, 1988 (Cap. 1 La crisis de la medicina, pp. 9-20).
3.
Jules Romains es el seudónimo de Louis Farigoule,
novelista y autor dramático, que escribió entre otras Les hommes de bonne
volonté, en 27 tornos, y murió en París en 1972, a la edad de 87 años. Knock
ou le triomphe de la Médecine, fue dedicada a Louis Jouvet, quien la
representó por primera vez en la Comédie des Champs Elysées, el 15 de diciembre
de 1923. La sátira tiene una referencia autobiográfica – J. R. la había escrito
por despecho a su reprobado en un
examen que le valió tener que abandonar la carrera de medicina – y su interpretación
como comedia se debe principalmente a L. Jouvet quien la representó caricaturescamente
y la llevó incluso al cine. Pero cabe una visión dramática de la misma como la
de Tiegher, influida por la filosofía pirandelliana de la dualidad entre vida y
forma, convertida en dualidad entre salud y enfermedad.
4.
No por azar la tesis de Knock se atribuye a Claude Bemard,
el primero en dar por tierra con la concepción ontológica de la enfermedad,
mediante una definición fisiológica y cuantitativa de la salud. Cf. José A. Mainetti, "El dilema
del diagnóstico", Quirón (1984)15, 1, pp. 5-6.
5.
Cf. Leonardo
Sciascia, "La medicalización de la vida", Vuelta 12, Julio
de 1987, pp. 21-24. Se relata el avance arrollador de la medicalización en
poblaciones de la Italia meridional, confirmando la profecía de la comedia de
Jules Romains.
6.
"Por sí misma la consulta no me interesa sino a medias:
es un arte un poco rudimentario, una suerte de pesca con red. Pero el tratamiento
es la piscicultura" – viene de decir Knock, con lo cual anuncia la
eventual desaparición del médico en el sistema, cuando ya no es alguien que
descubre la enfermedad, le da un nombre y la cura, sino sólo el que firma la receta.
Como dice Sciascia en el artículo citado, el triunfo de la medicina se transforma
en la "degradación burocrática del médico". Otros dos temas de la medicalización
que se abordan en la moderna bioética y están muy bien señalados en el pasaje
transcripto, son el de la sociedad de los enfermos y el de la competencia de
diversos bienes sociales con el de la salud.
7.
Valgan estos ejemplos de nuestro lenguaje ordinario
medicalizado: "mina infartante", "clínica del caño de
escape". 'T.V. dieta", "economía libidinal".
8.
Véase el libro pionero de Susan Sontag, Illness as
Metaphor (1978), ensayo ya clásico sobre el uso y de la metáfora de la enfermedad
en nuestra cultura. Más recientemente le ha seguido AIDS and lts Metaphors 1989,
donde la autora continúa su análisis extendiéndolo a la enfermedad
"bioética" por antonomasia. Remito también a un par de mis escritos sobre
el tema: "El estilo patológico del cáncer, Quirón (1984) 15, 2-4; "El
SIDA y la crisis bioética de nuestro tiempo", Quirón, (1988) 19, 1.
9.
Cf. Paul Ricocur, La
métaphore vive, Seuil, París, 1975, que rehabilita el lenguaje imaginativo
contra la visión corriente en la filosofía contemporánea del lenguaje (positivismo
lógico, filosofía analítica y lingüística), el lenguaje poético como innovación
semántica y modelo de experiencia fenomenológica e interpretativa.
(Metaforizar, como decía Aristóteles, es percibir lo semejante).
10.
Cf. G. Lakoff and M.
Johnson, Metaphors We Use, The University of Chicago Press, Chicago,
1980. (Hay edición castellana: Cátedra, Madrid, 1986).
11.
Cf. José A.
Mainetti, Etica Médica: Introducción Histórica, op. cit., acerca de
las metáforas médicas en la construcción de tres paradigmas históricos de la
medicina: el médico-filósofo de la Antigüedad, el médico-teólogo del Medioevo,
y el médico-político de la Modernidad.
12.
Cf. Ana M. González
de Tobia, "Extensión del código de comunicación médico-paciente a la comunicación
dirigente-cuerpo-social (Tucídides, siglo V a.C.- actualidad argentina)",
Quirón (1989) 20, 2, 119-124.
13.
G. K. Chesterton, Lo que está mal en el mundo, I:
"El error clínico", en Obras Completas , Plaza y Janés,
Barcelona, 1961, t. 1, p. 709. Según Chesterton, el caso social es exactamente
opuesto al caso clínico: en este último sabemos cuál es el estado normal del
organismo por restituir, mientras que en el primero lo ignoramos. "En el
caso de desarreglos físicos hablamos primero de enfermedad por una excelente
razón. Porque a pesar de que pudiera haber dudas sobre la manera en que se
produjo el trastorno, no hay dudas sobre cuál debe ser el estado de normalidad.
Ningún médico propone producir un nuevo tipo de hombre, con una nueva
distribución de sus ojos o de sus miembros. El hospital podrá, por necesidad, devolver
un hombre a su casa con una pierna de menos, pero no lo devolverá (en un rapto
creador) con una pierna de más. La ciencia médica se contenta con el cuerpo
humano normal y sólo trata de restaurarlo".
14.
He recopilado un abundante e interesante material periodístico
–oral, escrito y televisivo- sobre la moda del símil médico en nuestros medios
de comunicación. La imagen de la terapia intensiva y la cirugía sin anestesia
es recurrente en las recetas políticas de la hora. Quizás, como el propio Tucídides
observara, la metáfora náutica es dominante en el discurso político de bonanza:
la nave del estado en manos de un avezado timonel que en mar proceloso capea
las tormentas, y restablecida la calma con viento en popa pone proa al futuro
de grandeza que espera en el buen puerto augurado a la Nación. Esta imagen de
la talasocracia griega tiene su contrapartida, las épocas de crisis, con la metáfora
hipocrática tan adecuada a nuestro presente destino.
15.
El cuerpo como metáfora social es una constante desde la
teoría indoeuropeo del macro-microcosmos y la melotesia zodiacal – la gramática
o semiótica del cuerpo coincidente con la cósmica – y desde Hobbes en Leviatán
hay toda una tradición moderna del corpus politicus o body
politics. Para bibliografía reciente sobre el cuerpo en la teoría social
véase Bryan S. Turner, The Body and Society, Basil Blackwell, Oxford,
1984.
16.
El tema de la enfermedad como símbolo del desorden
político es también legendario. El cuerpo del rey es el cuerpo del reino
("atendido a cuerpo de rey", decimos castizamente), como en el mito
del Graal y en los cuentos de hadas, que Ionesco representa dramáticamente en El
rey se muere .
17.
Un motivo recurrente e ilustrativo de los dos niveles del
análisis o "diagnóstico" político, es la inflación identificada con
la fiebre: ambas tienen común semántica (flamma:
llama, calor), constituyen un fenómeno a la vez cualitativo y cuantitativo
(subjetivo y medible), pueden interpretarse como antípodas (realidad preternatural
o defensa natural del organismo o la sociedad), provocan también conductas
antitéticas "intervencionistas y no-intervencionistas", se prestan
magistralmente al clivaje de síntoma y causa, suscitan por su identidad o
personificación la acción combativa. Algo tan abstracto y complejo como la inflación
parecen explicarse sencillamente por la fiebre (que no es menos abstracta y
compleja que aquella).
18.
Hay paralelismo entre el gobierno o régimen del cuerpo y
de la sociedad, de modo que en la modernidad se realiza una somatocracia en la
que coinciden el orden médico y el político, la medicina como política y la
política como medicina. Todos somos pacientes de la política, en tanto que ésta
nos prescribe o normaliza, pero, como afirmaba Nietzsche, no hay salud como
tal, salud normal, sino salud de cada
uno.
19.
Claro está que no conviene exagerar en esto de la
construcción social de la realidad en medicina, aún cuando se pueda argumentar,
por ejemplo, sobre "la construcción social del canal de parto" cuando
se practica indiscriminadamente la cesárea entre nosotros.
20.
Cf. José A.
Mainetti, "Bioética: una nueva filosofía de la salud", Boletín de la
Oficina Sanitaria Panamericana, nro. especial de Bioética, Junio 1990.
21.
Cf. José A. Mainetti, La
Crisis de la Razón Médica. Introducción a la filosofía de la medicina, op. cit. Cap.
III: La crisis de la razón terapéutica, pp. 55-58.
22.
Cf. José A.
Mainetti, "Kant y la introducción
del sujeto moral en medicina" Cuademos de Etica Nº 7, Junio de
1989, pp. 51-56.
23.
Cf. José A. Mainetti, La
Crisis de la Razón Médica. Introducción a la filosofía de la medicina, op. cit., passim.
24.
Cf. Diego Gracia
Guillén, Fundamentos de Bioética, Eunsa, Madrid, 1989, pp 171-172.
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Decreto 1558/2005 de la Presidencia de la Nación
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2006 – A TREINTA AÑOS DE LA PATENTE BRITÁNICA 1.582.301 – 2006
Se comunica que el Simposio científico en memoria del Prof. Dr. Christofredo Jakob ha sido realizado, no en este Hospital sino en la Universidad de Erlangen, y próximamente daremos noticia del mismo.
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